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Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
1 
INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE 
FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 25 
EL EVANGELIO DE JUAN 
VERSÍCULO POR VERSÍCULO 
(Capítulos 8 al 10) 
INTRODUCCIÓN 
Bienvenido al tercero de una serie de seis fascículos en los 
que ofrecemos notas para quienes han escuchado nuestros ciento 
treinta programas de estudio versículo por versículo del Evangelio 
de Juan. Si usted no tiene los dos primeros fascículos, lo animo a 
que los consiga. De esa manera, contará con el fundamento que le 
dará la continuidad necesaria para que la lectura de este fascículo le 
resulte más útil. 
Le recuerdo que el apóstol Juan es el autor de este 
Evangelio. Él manifestó claramente su propósito para escribirlo: 
“Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus 
discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se 
han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y 
para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (20:30,31).
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
2 
Capítulo 1 
Tres hechos sobre el pecado y la salvación 
(8:1-36) 
En el séptimo capítulo del Evangelio de Juan leemos que, 
cuando Jesús enseñaba, era el más grande Maestro del mundo; y, 
cuando predicaba, era el más grande Predicador del mundo. ¡Cómo 
me hubiera gustado escuchar ese gran sermón que Él predicó y que 
se nos presenta en forma muy abreviada en este capítulo (7:37-39)! 
Como era de esperarse, su gran predicación provocaba respuestas 
diversas. 
Después de los hechos que se relatan en el capítulo 7, 
leemos que todos se fueron a sus casas, pero Jesús fue al monte de 
los Olivos, como acostumbraba hacer. Cuando los demás se iban a 
casa, Él buscaba un lugar solitario para orar. Después, leemos que, 
al amanecer, Él está en el atrio del templo y se sienta a enseñarles a 
las muchas personas que se han reunido a su alrededor. El hecho de 
que los rabíes judíos se sentaran para enseñar era una señal de su 
autoridad. 
Entonces, los maestros de la ley y los fariseos trajeron a una 
mujer que había sido atrapada en el acto de adulterio. La 
avergonzaron exponiéndola delante de todo el grupo y le 
preguntaron a Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el 
acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a 
tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?”. 
Esa pregunta era una trampa. Ellos creían que Jesús iba a 
decir algo opuesto a lo que había establecido Moisés, y querían 
desacreditarlo. Me parece interesante que creyeran que Jesús iba a 
decir algo diferente de lo que había dicho Moisés. Seguramente, en 
sus enseñanzas y en su trato con las personas, se veía claramente 
que Él era misericordioso, y que su amor era incondicional. Y no 
sabían cómo Él podía ser fiel a su práctica de pasar la ley de Dios 
por el prisma del amor de Dios antes de aplicarla a las vidas de las 
personas —aun de los pecadores— y, al mismo tiempo, seguir 
siendo fiel a la letra de la ley de Moisés. 
Jesús se inclinó y comenzó a escribir en la tierra con el 
dedo. Cuando ellos repitieron su pregunta, finalmente, se irguió y 
les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en 
arrojar la piedra contra ella”. Después, se inclinó nuevamente y 
continuó escribiendo en la tierra. 
En respuesta a su pregunta, quienes habían recomendado 
que la mujer fuera condenada y ejecutada comenzaron a retirarse, 
de a uno por vez, los más ancianos primero, hasta que solo 
quedaron Jesús y la mujer, que seguía parada allí. Entonces, Jesús 
se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te 
acusaban? ¿Ninguno te condenó?”. Ella dijo: “Ninguno, Señor”.
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
3 
El sutil significado subyacente en estas palabras es que 
ningún hombre la condenaba; pero Jesús es más que un hombre. 
Según la pregunta con que Jesús respondió la pregunta de los 
líderes religiosos, el único hombre que tenía derecho a arrojar la 
primera piedra ese día era Jesús. Eso hace que sus palabras hacia la 
mujer sean las más hermosas que haya escuchado jamás esta 
pecadora: “Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no 
peques más”. 
En el Evangelio de Juan podemos observar que una de las 
formas de enseñar de Jesús es lo que podríamos llamar “el acto 
simbólico”. A los profetas les agradaba enseñar por medio de actos 
simbólicos. Jeremías fue el máximo representante de este estilo de 
predicación, y Ezequiel fue llamado “el profeta de la pantomima”, 
porque dramatizaba sus sermones. 
Cierta vez, Jeremías llevó una gran vasija al templo, que 
estaba lleno de gente, y lo estrelló contra el suelo. La vasija se hizo 
pedazos. Entonces, Jeremías predicó un tremendo sermón en el 
cual, básicamente, dijo: “¡Esto es lo que Dios hará con esta nación, 
si ustedes no se arrepienten de sus pecados; y usará a los babilonios 
para hacerlo!”. ¡Podemos estar seguros de que Jeremías captó la 
atención de todos los que escucharon su sermón aun antes de 
comenzar a predicarlo! Muchos profetas, como Jeremías y 
Ezequiel, predicaban por medio de actos simbólicos. 
En el mismo espíritu que los profetas, podemos observar 
cuántos grandes discursos de Jesús que están registrados en este 
Evangelio comienzan con un acto simbólico de su parte. Todo el 
capítulo 2 podría ser considerado un acto simbólico. En el capítulo 
3, su dogmática declaración es precedida por su diálogo con 
Nicodemo. En el capítulo 4, un acto simbólico precede a la 
afirmación de Cristo de que Él es el Agua Viva que puede saciar 
nuestra sed y convertirse en una fuente de la cual otros beban agua 
viva. En el mismo capítulo, su gran enseñanza sobre la siembra y la 
cosecha espiritual es precedida por un encuentro con una mujer 
muy sedienta que descubrió al Agua Viva y se convirtió en una 
fuente en la cual otros hicieron el mismo descubrimiento. 
Después, Jesús precede su gran diálogo con la jerarquía 
religiosa, por medio del cual enseña muchas cosas, con la sanidad 
del hombre que estaba en el estanque de Betesda. En el capítulo 6, 
alimenta a cinco mil familias hambrientas y, después, predica que 
Él es el Pan de Vida. 
El capítulo 8 comienza con otro acto simbólico: la palabra 
de amor para esta mujer que es una pecadora. No hay dudas sobre 
el hecho de que ella es una pecadora ni de que fue atrapada en el 
acto de adulterio. Jesús, después del acto simbólico de este 
encuentro, predicará un dinámico y elocuente sermón sobre el 
pecado.
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
4 
Cuando Jesús respondió a la pregunta de los escribas y 
fariseos con su profunda pregunta, es interesante que, desde el más 
anciano hasta el más joven, según dice una traducción: “sintieron la 
convicción de pecado de sus conciencias y se fueron, uno por uno, 
sin arrojar ninguna piedra, hasta que solo Jesús y la mujer quedaron 
allí”. 
Ha habido muchas especulaciones sobre lo que Jesús 
escribía en la tierra mientras, aparentemente, ignoraba a los 
acusadores. Leí a un comentarista puritano que sugería que quizá 
estaba escribiendo los nombres de los hombres presentes allí que 
habían tenido relaciones sexuales con esa mujer. Aunque esto es 
pura especulación, y es leer en el texto algo que el texto no dice 
explícitamente, nos causa curiosidad saber qué habrá escrito el 
Señor en la tierra. 
Algunos dicen que escribió los mandamientos que los 
hombres presentes sabían que habían quebrantado. El hecho de que 
Jesús era Dios y conocía los corazones de los hombres da lugar a un 
sinnúmero de especulaciones. Quizá simplemente se puso a escribir 
en la tierra para indicar que los ignoraba. Lo fundamental de este 
episodio es la actitud de Jesús con respecto al pecado y la forma en 
que se relacionó con una mujer culpable de pecado. 
Una de las maneras en que revelamos la opinión que 
tenemos de nosotros mismos es cómo nos comparamos con los 
demás. Cuando estos líderes religiosos acusaron a la mujer de tener 
pecado en su vida, Jesús preguntó, sabiamente: “¿Acaso ustedes no 
tienen pecado? Si alguien no tiene pecado, que sea el primero en 
arrojarle una piedra”. Los más ancianos se dieron cuenta antes que 
los jóvenes de que eran pecadores. Si usted no cree ser un pecador, 
podríamos preguntarle: “¿Cuántos años tiene?”. Quienes tengan 
cincuenta años probablemente respondan más sinceramente a esta 
pregunta que los que tienen veinte. 
En el tercer capítulo de este Evangelio, se nos dice que 
Jesús no vino al mundo a condenar al mundo, sino para que el 
mundo sea salvo por Él (16-18). Jesús no se limitó a predicar esa 
verdad, sino demostró en la práctica esa dimensión de su mensaje 
del evangelio. Creo que los pecadores podían leerlo en sus ojos y en 
su rostro cuando Él los miraba. 
¿Por qué parece que los pecadores siempre amaban a Jesús 
y les encantaba estar con Él? Cuando iba a los banquetes de los 
publicanos y los pecadores, ellos no solo se sentían cómodos, sino, 
según parece, les encantaba tenerlo allí. ¿Era porque Él se reía de 
sus chistes subidos de tono, o porque aprobaba lo que hacían y 
decían? ¡Jamás! 
Estoy convencido de que era porque Él los amaba, y ellos 
sabían que Él los amaba. Podían verlo en sus ojos. Lo leían en su 
rostro. Lo notaban en la inflexión de su voz, que no los condenaba. 
Él les decía y les demostraba que no los condenaba.
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
5 
Él también expresó amor por esta mujer cuando le dijo: 
“Vete, y no peques más”. Uno de mis escritores preferidos escribió 
que hay tres hechos relativos al pecado. Uno: El pecado tiene un 
castigo. Dos: El pecado es un poder. Tres: El pecado tiene un 
precio. Esos son los tres hechos relativos al pecado. 
También escribió que hay tres hechos relativos a la 
salvación. Uno: El castigo del pecado fue cancelado por la muerte 
de Jesucristo. El primer hecho relativo al pecado fue anulado por el 
primer hecho de la salvación, por lo que Jesús hizo cuando murió 
en la cruz. 
Dos: El segundo hecho relativo a la salvación es que el 
Espíritu Santo es un Poder capaz de controlar el poder del pecado. 
“Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 
Juan 4:4). Así expresa el mismo apóstol el segundo hecho relativo a 
la salvación en la epístola que escribe para animar a los creyentes y 
que se encuentra al final del Nuevo Testamento. Si usted ha creído; 
si ha bebido un sorbo de esa Agua Viva, y el Espíritu Santo fluye de 
usted como una fuente o como un río, puede estar seguro de que el 
Espíritu Santo es, también, un Poder lo suficientemente grande 
como para vencer al pecado en su vida. Ese es el segundo hecho de 
la salvación: el pecado es un poder, pero el Espíritu Santo es Poder, 
un Poder mayor que el del pecado. 
El tercer hecho relativo al pecado es el más difícil de 
superar por medio del milagro de la salvación. Lo que podríamos 
llamar “la mancha” del pecado, o “el precio” del pecado, deja 
muchas cicatrices irreparables. Pablo escribió que el pecado tiene 
su paga, y describe esa paga con una palabra: muerte (Romanos 
6:23). La metáfora de la muerte en este contexto significa las peores 
consecuencias posibles. 
Las consecuencias del pecado pueden ser horribles y, 
muchas veces, son irreversibles. No podemos volver a su estado 
original un huevo que fue revuelto, y muchas de las consecuencias 
del pecado no pueden revertirse. Las peores consecuencias del 
pecado pueden describirse como ‘cicatrices irreparables’. Por 
ejemplo, si cometemos el pecado de asesinato y después acudimos a 
Cristo para pedir perdón, el castigo futuro que merecemos por 
nuestro pecado ya ha sido anulado en la cruz. Pero eso no le 
devuelve la vida a nuestra víctima ni nos libera de la prisión y del 
castigo que nuestra sociedad considera que merecemos. 
Hay una hermosa palabra en la Biblia que representa la 
forma en que Dios vence el tercer hecho del pecado con el tercer 
hecho de la salvación. Se trata de la palabra “justificación”. Cuando 
confiamos en Cristo para ser salvos y perdonados, no solo se nos 
perdona o se nos indulta. Es como si nunca hubiéramos pecado. 
Imagine que su vida es una cinta de video. Ahora, imagine 
que, en el tribunal de Cristo, el Señor reproduce la “película” de su 
vida. Antes de pasar la cinta, la corta donde comienza el pecado, 
hasta donde termina. Él va cortando todas las partes donde hay
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
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pecado en esa cinta. Cuando reproduzca la cinta de su vida, o de la 
mía, será como si nunca hubiéramos pecado. 
En relación con esta hermosa palabra del evangelio, 
“justificados”, la expresión “delante de Él” se encuentra más de 
ciento cincuenta veces en el Nuevo Testamento. Delante de él, no 
hay pecado. Aunque queden cicatrices en el nivel horizontal de las 
relaciones humanas, a los ojos de Dios no hay cicatrices. Quizá 
usted aprecie mejor el hecho de que esta es una excelente noticia si 
le ofrezco una ilustración. 
Imagine que está siendo juzgado por un delito del cual es 
inocente. El juicio se desarrolla delante de un juez, en un salón 
lleno de espectadores. Sin duda, usted querrá tener un abogado que 
esté decidido a convencer a la gente que observa el juicio de que 
usted es inocente, pero, si el juez no queda convencido, usted será 
hallado culpable. Sin embargo, si los espectadores creen que usted 
es culpable, pero el juez cree que es inocente, usted será dejado en 
libertad. Lo importante aquí es si el juez cree que usted es culpable 
o inocente. 
En el capítulo 5, aprendimos que el Padre no juzgará a 
nadie, sino ha encomendado todo juicio a su Hijo (5:22). Cuando 
nos presentemos delante del Juez de toda la Tierra, esa dimensión 
horizontal del juicio y la justificación de los hombres no tendrán 
ninguna importancia. La única dimensión del juicio y la 
justificación que tendrán valor será lo que Cristo piense sobre 
nuestra culpa o nuestra inocencia. Esto hace que esas tres palabras 
que aparecen tantas veces en el Nuevo Testamento sean una 
excelente noticia. ¡El evangelio de justificación es que “delante de 
Él” será como si nunca hubiéramos pecado! 
Sin embargo, quedan cicatrices por pecados en nuestras 
propias vidas y en el nivel horizontal en nuestras relaciones. 
Cuando pecamos, no solo nos herimos a nosotros mismos, sino 
también herimos a los que nos rodean. A esto se refería Martín 
Lutero cuando dijo: “Los pecados, generalmente, son gemelos”. 
Dado que, a menudo, pecamos con otra persona, dejamos cicatrices 
en su vida, y no solo en la nuestra. 
Como expresa Santiago, cuando salimos al mundo, es como 
si vistiéramos una túnica blanca inmaculada, sin manchas. Cuando 
pecamos, dejamos una mancha en nuestra túnica y, probablemente, 
en la túnica de otra persona también. Seguimos manchando esa 
túnica hasta que, cuando llegamos a Cristo, parece un delantal 
como el que usan los pintores, lleno de manchas de pintura. 
Pero cuando llegamos a Cristo, delante de Él, esa túnica es 
inmaculada. A nivel horizontal, en lo que concierne a otras 
personas, es muy, muy difícil, —algunas veces, imposible— borrar 
esas manchas. A nivel horizontal, ni siquiera Dios puede resolver el 
problema de las cicatrices, manchas o consecuencias irreversibles 
del pecado. Por eso señalé que Jesús demostró un gran amor por 
esta mujer cuando le dijo: “Vete, y no peques más”.
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
7 
Dado que hay cicatrices del pecado que son irreparables en 
el nivel horizontal, cuando su hijo no camina con el Señor y sale al 
mundo, lo que usted debe rogar es: “¡Oh, Dios, por favor, que no 
haya cicatrices irreparables!”. Por eso la Biblia nos enseña una y 
otra vez que no pequemos. Dios nos ama y desea protegernos de las 
terribles consecuencias del pecado. ¡El pecado no tiene nada de 
bueno! ¿Me permite repetirlo? No hay nada de bueno en el pecado. 
Así que, no peque. “Vete, y no peques más”. 
La buena noticia de los primeros dos hechos relativos a la 
salvación es que el castigo del pecado fue quitado y el poder del 
pecado puede ser vencido. Pero, a nivel horizontal, ese “precio” del 
pecado puede ser muy caro. ¡"La paga del pecado es muerte”! Lo 
que esto significa es que no hay nada, absolutamente nada de bueno 
en las consecuencias del pecado. 
La dinámica verdad que debemos descubrir en el acto 
simbólico con el que comienza este capítulo es la actitud de Jesús 
hacia una pecadora, la actitud de esa pecadora hacia Jesús, y la 
actitud de Jesús hacia el pecado. Lo que este acto simbólico nos 
enseña es una hermosa ilustración del evangelio que Jesús vino a 
establecer y a proclamar a este mundo. 
También tenemos la actitud de Jesús hacia estos acusadores 
legalistas. La historia del encuentro de Jesús con esta pecadora 
prepara el escenario para un magnífico sermón que Él predica sobre 
el pecado y las consecuencias del pecado. En mi comentario sobre 
el capítulo 7 (que se encuentra en el fascículo 24), señalé que Jesús 
era un gran predicador. Veremos esto una vez más en el capítulo 8. 
Dicen que, cuando uno lee la Biblia, si no busca nada, posiblemente 
lo encuentre. Por lo tanto, quisiera encomendarle una tarea. 
Quisiera decirle qué puede buscar en este octavo capítulo del 
Evangelio de Juan. 
Recuerde: aquí continúa el diálogo hostil de Jesús con los 
líderes religiosos. Este diálogo está por llegar a su punto más 
álgido. Y cuando llegue a ese punto, leeremos la buena noticia de 
que algunos de estos líderes religiosos judíos se convirtieron. Aquí 
tenemos un gran pasaje bíblico en el que leemos: “Hablando él 
estas cosas, muchos creyeron en él. Dijo entonces Jesús a los judíos 
que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, 
seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la 
verdad os hará libres. Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y 
jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres? 
“Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel 
que hace pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la 
casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo 
os libertare, seréis verdaderamente libres” (8:30-36). 
Como el poderoso mensaje que predicó el último día de la 
fiesta, esta dinámica palabra de Jesús recibió respuestas totalmente 
opuestas. Algunos creyeron, pero, al final del capítulo, leemos: 
“Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
8 
escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se 
fue” (v. 59). 
Aunque Jesús predica su sermón en el contexto de un 
diálogo, cuando lea este capítulo, intente resumir la esencia de lo 
que Él predica. Cuando lo haga, observe que, de hecho, lo que les 
dice a estos escribas y fariseos es: “Yo sé de dónde vengo, y sé 
adónde voy. Pero ustedes no saben de dónde vengo, dónde estoy ni 
adónde voy, porque los domina la ignorancia. Ustedes vienen de la 
ignorancia. ¡La ignorancia los domina y, si no creen en mí, morirán 
en esa ignorancia!" (8:14, 19). 
Después, básicamente, predica: “Ustedes vienen del pecado, 
están bajo el dominio del pecado, y morirán en sus pecados, si no 
creen en mí” (21-24). A lo que le siguen estas palabras: “Su padre 
es el diablo. Ustedes vienen del diablo, están bajo el control del 
diablo, y se irán al diablo si no creen en mí" (37-44). También 
predica: “Yo soy de arriba, pero ustedes son de abajo”. En otras 
palabras: “Ustedes vienen del infierno, están controlados por el 
poder del infierno, y se irán al infierno si no creen en mí” (23, 24). 
Esta es una paráfrasis resumida de la forma en que Juan 
registra el sermón de Jesús. Trate de encontrar este mensaje en el 
diálogo, en los versículos que siguen a la historia de la mujer 
atrapada en el acto de adulterio. Rastree este diálogo desde donde 
comienza, en el capítulo 5, hasta el capítulo 8, donde algunos 
tomaron piedras para apedrearlo. Cuando parafraseamos y 
resumimos lo que Él les dijo, realmente, a estos fariseos y maestros 
de la ley, comprendemos por qué los que no creyeron tomaron 
piedras para arrojárselas. Lo que dijo Jesús no eran palabras suaves, 
sino una predicación potente, dinámica y dogmática. 
¿Cómo cree usted que habrá sido escuchar predicar a Jesús? 
No me sorprende que los líderes religiosos se enfurecieran al 
escuchar lo que predicaba y hayan tomado piedras para arrojarle. 
Tampoco me sorprende que muchos de estos judíos hayan creído 
como consecuencia de este sermón. Jesús les dijo que 
permanecieran en su Palabra para ser verdaderamente sus 
discípulos (30-36). 
Al estudiar este diálogo hostil en el capítulo 8, ¿ha tomado 
una decisión por Cristo? Si ha estado reflexionando conmigo a lo 
largo de estos primeros ocho capítulos del Evangelio de Juan, 
quisiera plantearle una pregunta que es, más bien, un desafío. ¿Qué 
cree usted, personalmente, sobre Jesús? Si ha estudiado todas las 
afirmaciones de Cristo, especialmente en los capítulos 5, 6, 7 y 8, 
me pregunto: ¿Le cree usted a Jesús cuando Él afirma estas cosas? 
Jesús les dijo a los que creyeron que permanecieran en su 
Palabra para llegar a ser, realmente, discípulos suyos (30-36). ¿Está 
usted dispuesto a escuchar esas palabras de Jesús: “Si vosotros 
permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis 
discípulos"? ¿O, para ser sincero, tendría que apedrearlo para 
quitarlo de su vida para siempre? Recuerde que Él, en realidad, solo
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
9 
le da estas opciones: Puede llegar a la conclusión de que era un 
mentiroso; puede, con cierta condescendencia, pensar que era un 
lunático, o puede decidir llamarlo su Señor y Salvador personal. 
Ese es Jesús, esa es la fe y esa es la vida, en el octavo 
capítulo de Juan. 
Capítulo 2 
Tres dimensiones de la fe 
(8:30-36) 
Cuando Jesús terminó de predicar este dinámico sermón, 
que queda registrado en el octavo capítulo de este Evangelio, como 
era de esperar, hubo una respuesta negativa y una respuesta 
positiva. La respuesta positiva nos regala uno de los pasajes más 
importantes del Nuevo Testamento. Cuando leemos que muchos de 
estos líderes religiosos judíos creyeron, Juan nos dice que Jesús 
dijo: 
“Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si 
vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis 
discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Le 
respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido 
esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres? Jesús les 
respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace 
pecado [continuamente], esclavo es del pecado. Y el esclavo no 
queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así 
que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (8:31-36). 
Jesús nunca llamó “cristiano” a nadie, ni le pidió que se 
hiciera cristiano a nadie. El apóstol Pablo, el más grande misionero 
que haya tenido jamás la Iglesia de Cristo, nunca llamó “cristiano” 
a nadie, y nunca le pidió a nadie que se hiciera cristiano. La palabra 
“cristiano” solo se encuentra tres veces en la Biblia. Fue un nombre 
que el mundo incrédulo les dio a los seguidores de Cristo. Esa 
palabra es utilizada por un cristiano solo una vez en la Biblia. Pedro 
escribió: “Si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino 
glorifique a Dios por ello" (1 Pedro 4:16). Es obvio que Dios, Jesús, 
el Espíritu Santo y el apóstol Pablo no eligieron la palabra 
“cristiano” para referirse a los auténticos seguidores de Jesús. 
Como pastor, muchas veces he oído que me dicen: “Pastor, 
no estoy seguro de ser cristiano”. Mi respuesta, generalmente, es: 
“Bien, en realidad, la palabra que la Biblia usa para referirse a los 
seguidores de Cristo no es ‘cristiano’. Si usamos las palabras que 
utiliza el Nuevo Testamento, la cuestión se aclara. Jesús les decía a 
las personas que creyeran y, cuando lo hacían, los llamaba 
‘creyentes’. Usaba esta palabra para quienes creían con algo más 
que con su mente. Cuando Jesús llamaba ‘creyente’ a alguien, se 
refería a quien había confiado en Él con su corazón y con su
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
10 
voluntad. Para Jesús, los que creían le entregaban su vida. ¿Puedo 
hacerle una pregunta? Si usted escuchara por casualidad que 
estamos hablando de usted y que decimos que ‘no es creyente’, ¿se 
ofendería?” 
Generalmente, las personas saben si son creyentes o no, y la 
mayoría responde que las ofendería ser consideradas no creyentes. 
Entonces les hablo del nuevo nacimiento: lo que es, y cuáles son las 
pruebas de que se ha producido. Cuando les pregunto si han nacido 
de nuevo, muchas me dicen: “No, creo que no he nacido de nuevo”. 
Entonces me concentro en una tercera dimensión de la fe y 
les formulo esta pregunta: “¿Es usted discípulo de Jesucristo?”. Y, 
generalmente, me responden: “¿Qué es un discípulo?”. Entonces, 
mi respuesta es: “¡Ese es el problema!”. En esta gran instrucción de 
Jesús a los que profesaban creer, descubrimos que la fe se presenta 
en tres dimensiones. La primera dimensión es creer; creer de todas 
las formas que Juan presenta lo que significa creer. Pero la decisión 
de creer es solamente la primera dimensión de la fe en Cristo. 
La segunda dimensión de la fe en Cristo es permanecer en la 
Palabra de Jesús para ser verdaderamente sus discípulos. La palabra 
“discípulo” es muy hermosa. Es muy similar a la palabra 
“aprendiz”. Significa alguien que hace lo que está aprendiendo, y 
aprende lo que está haciendo. 
Donde yo vivo hay un gran astillero que tiene una escuela 
para aprendices. Jóvenes hombres y mujeres aprenden en las aulas 
durante dos semanas. Después, los llevan al astillero, donde, 
durante otras dos semanas, aplican lo que han aprendido en las 
aulas. Después de dos semanas más en el aula, pasan a dos semanas 
en la práctica. Al cabo de cinco años se convierten en expertos en el 
trabajo de planchas de metal, en el ensamble de tubos, o cualquier 
otro oficio del que sean aprendices. Eso es, básicamente, a lo que 
Jesús se refería cuando invitaba a las personas a seguirlo y, cuando 
alguien lo hacía, lo llamaba su discípulo. 
Según Jesús, la primera dimensión de la fe es creer. La 
segunda es convertirse en un discípulo y seguirlo. Finalmente, Jesús 
predijo una tercera dimensión de la fe. No dijo cuánto tiempo 
debemos ser aprendices antes de entrar en esta tercera dimensión. 
Simplemente la presentó diciendo: “Conoceréis la verdad, y la 
verdad os hará libres”. 
Cuando algunos le respondieron diciendo: “¿Qué quieres 
decir con que seremos libres? ¡Nunca hemos sido esclavos!”, les 
respondió: “Cualquiera que peca continuamente es un esclavo”. 
Básicamente, les dijo que un esclavo no tiene autoridad para liberar 
a otro esclavo. Pero un hijo sí tiene autoridad para dar libertad a un 
esclavo. Cuando hubo establecido esa metáfora, dijo: “Si el Hijo os 
libertare, seréis verdaderamente libres”. 
Estoy convencido de que lo que Él quería decir era algo 
como lo que dice un himno: “Más allá de la página sagrada, yo te 
busco a ti, Señor. Mi espíritu te anhela, oh Palabra viva”. Jesús
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
11 
estaba diciendo: “Ven a mi Palabra. Tú crees en mí; entonces, 
permanece en mi Palabra y serás verdaderamente mi discípulo. 
Como discípulo, al permanecer en mi Palabra, un día, irás más allá 
de la página sagrada y llegarás a conocerme por relación: me 
conocerás como el Hijo que es la Verdad. Cuando te acerques 
personalmente a mí de esa manera, yo te daré libertad”. 
Cuando Jesús dijo: “Permanezcan en mi Palabra hasta que 
conozcan la verdad”, no se refería simplemente a afirmaciones 
intelectuales o teológicas. Se refería a llegar a conocer al que es la 
Verdad por medio de una relación. Esta palabra, “conocer”, se 
utiliza, en el Antiguo Testamento, con el sentido de una relación 
íntima. Leemos que Adán conoció a su esposa, y ella concibió un 
hijo. Esta palabra hebrea que se traduce como “conoció” significa 
conocer a través de una relación. 
En este pasaje, Jesús presenta la fe en tres dimensiones. La 
fe comienza con la decisión y el compromiso de creer. Así 
comenzamos el viaje de la fe. Pero ese es solo el principio. Los 
chinos dicen que un viaje de mil kilómetros comienza con el primer 
paso. Pero ¿qué viene después de ese primer paso? ¡El discipulado! 
El tema del diálogo hostil, en este momento, es la cautividad. En 
realidad, Jesús les dice a estos líderes religiosos: “Ustedes son 
cautivos. Son cautivos de su ignorancia. Son cautivos del diablo. 
Son cautivos del infierno. Son cautivos del pecado. Pero, cuando 
vayan más allá de la página sagrada y me conozcan, conocerán la 
Verdad que los librará de la ignorancia, del pecado, del infierno y 
del diablo”. 
Alguien escribió un pequeño poema que dice así: 
Un oso hambriento 
Un oso hambriento, con la pata atrapada 
en una trampa asesina, se retorcía 
dolorido y asustado junto al árbol 
al que lo ataba la cadena, 
lanzando aullidos espantosos. 
Lo vio entonces un búho, que, 
apoyado en una rama, más arriba, 
gordo y libre, filosofaba: 
“¿Por qué aúllas y te agitas tanto? 
Lo que tú necesitas, mi buen oso, 
es una buena dosis de dominio propio!". 
Quien escribió ese breve poema hizo en él una elocuente 
afirmación acerca de la vida. Lo que dice es que hay dos clases de 
personas en este mundo: las que son libres, y las que no lo son. 
Hoy, llamamos “adictas” a las personas que no son libres. Pueden 
ser adictas a la cocaína. Pueden ser adictas a la heroína o a las 
drogas duras. Pero una persona no solo puede ser adicta a las 
drogas. También puede ser adicta a la lujuria. Puede ser adicta al
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
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pecado, de cualquier tamaño o forma. Puede ser adicta a la comida, 
a su trabajo, o a cualquier cosa que haga compulsivamente. El 
problema es que esa persona no es libre. Y ese patético oso 
encadenado a un árbol es una buena representación de ese estado. 
Según Jesús, la mayor adicción, la adicción mortal, que 
constituye la raíz de todas las adicciones, es el pecado. Cuando dijo 
que todo aquel que practica habitualmente el pecado no es libre, Él 
fue directamente a la raíz de este problema de las personas que no 
son libres. 
Cuando el Señor nació, los ángeles anunciaron que su 
nombre sería Jesús, porque Él iba a salvarnos de nuestros pecados 
(Mateo 1:21). Observe que esta profecía no decía que Él iba a 
sacrificar su vida para el perdón de nuestros pecados. La profecía 
decía que Él nos iba a salvar de nuestros pecados. Cuando el 
apóstol Juan dedicó el Libro del Apocalipsis a Jesús, describió al 
Señor como “el testigo fiel, [...] que nos amó, y nos lavó de 
nuestros pecados” (Apocalipsis 1:5). 
El nombre “Jesús” significa ‘Salvador’, y la palabra “salvar” 
significa ‘ser librado’. Si conocemos el significado de su nombre y 
lo que los ángeles profetizaron sobre Él, es de esperar que Jesús nos 
muestre cómo ser libres de nuestros pecados. 
¿Es usted libre? ¿Está haciendo lo que quiere hacer, o lo que 
debe hacer o necesita hacer? Los que creemos en Jesús y lo 
seguimos ponemos mucho énfasis en la gloriosa realidad de que 
nuestros pecados son perdonados porque Jesús vino. Esa es una 
gloriosa verdad del evangelio. Pero los ángeles anunciaron que Él 
debía llamarse Jesús, porque nos iba a librar de nuestros pecados. 
No importa cuál sea su adicción; Jesús puede salvarlo de ella. 
¡Confíe en Él como su Salvador ahora, y sea salvo de su adicción! 
¿Qué siente usted por las personas que no son libres? 
Cuando se da cuenta de que las personas que conoce no están 
haciendo lo que desean hacer, sino lo que deben hacer, ¿qué siente? 
¿Siente compasión cuando se encuentra con un alcohólico, un 
drogadicto o alguien que está atrapado en la red asesina de los 
estupefacientes? Cuando Jesús encontraba a personas que estaban 
“cautivas”, no quería dejarlas tal como estaban (Lucas 13:10-16). 
El poema que he citado refleja, lamentablemente, a millones 
de personas de nuestro mundo actual, que son adictas al pecado en 
la forma de una adicción a diferentes sustancias químicas. Ese oso 
patético encadenado al árbol es una representación gráfica —y 
trágica— de sus vidas. Lo triste es que el poema también representa 
a muchos creyentes, que son libres, pero no sienten compasión 
alguna por los que no son libres. Son como ese búho gordo y 
cómodo que mira desde arriba al patético oso sin demostrarle 
ninguna compasión. 
Quien escribió el poema, quizá, estaba tratando de decirnos 
que Jesucristo no era ningún “búho cómodo”. No miraba la 
cautividad de las personas con indiferencia, sin involucrarse.
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
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Cuando su vida se cruza con personas que no son libres, hoy, y el 
Cristo resucitado vive en usted, ¿qué cree que Él siente por esas 
personas adictas? 
Uno de mis escritores favoritos estaba muy apenado por la 
teología liberal que duda de casi todo acerca de Jesús, y escribió: 
“Yo creo que Él [Cristo] es, mientras que ellos ni siquiera están 
seguros de que fue; y, mientras ellos ni siquiera están seguros de 
que haya hecho, yo sé que Él aún hace”. Otro autor agregó estas 
palabras: “Dios es Quien dice que es, y puede hacer cualquier cosa 
que dice que puede hacer. Usted es quien Dios dice que usted es, y 
puede hacer cualquier cosa que Dios dice que puede hacer, porque 
Él es, y Él está en usted”. 
Creo que la verdad más dinámica del Nuevo Testamento es: 
“Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27). 
¿Qué significa esto? Cristo en ustedes. Primero, significa que Él 
existe. Una conocida paráfrasis de este versículo dice: “Para que 
puedan descubrir este gran secreto: ¡Cristo, en su corazón, es su 
única esperanza!”. 
¿Cree usted esto? ¿Cree que el mismo Cristo que estuvo en 
un cuerpo durante treinta y tres años vive en el cuerpo de usted 
hoy? ¿Cree, no solo en la encarnación que ocurrió, sino en la que 
ocurre hoy? Yo sí lo creo, y creo que el Cristo que está en nuestros 
corazones hoy siente lo mismo con respecto de los adictos que lo 
que sentía cuando estaba aquí en su propio cuerpo. Al Cristo que 
vive en usted y en mí hoy no le agrada encontrarse con personas 
que no son libres y dejarlas así como están. 
He tenido la experiencia de conocer a personas que no eran 
libres y sentir que el Cristo que está en mí gritaba por ver a esas 
personas liberadas de sus horribles ataduras. La mejor experiencia 
que he tenido con grupos pequeños fue la del grupo que se reunió 
semanalmente en mi casa durante cinco años: ocho hombres que se 
estaban recuperando de la adicción al alcohol y las drogas. En ese 
grupo vi a Cristo hacer libres, milagrosamente, a varias personas, 
como lo hacía cuando estaba en la Tierra. Lo que vi suceder en ese 
grupo es la aplicación, en su vida y en la mía, de lo que vemos 
presentado en Juan 8, versículos 30 al 36. 
¿Puedo hacerle una pregunta personal? Si usted me ha 
acompañado a lo largo de este estudio versículo por versículo del 
Evangelio de Juan, ¿qué piensa ahora de las respuestas a las tres 
preguntas que he estado formulando? ¿Ha hallado bellas respuestas 
a la pregunta sobre quién es Jesús? Aquí, en este capítulo 8 de Juan, 
Él es el Hijo que hace libres a las personas porque no quiere que sus 
discípulos sean como ese patético oso atrapado y atado por las 
cadenas. 
¿Ha descubierto respuestas para la pregunta sobre qué es la 
fe? En este capítulo encontramos mi respuesta favorita para esa 
pregunta. Nos dice que la fe viene en tres dimensiones. La primera 
es creer. La segunda es que, porque creemos, permanecemos en su
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Palabra y llegamos a ser verdaderamente sus discípulos. La tercera 
dimensión de la fe es que permanezcamos en su Palabra hasta ir 
más allá de la página sagrada y conozcamos por medio de una 
relación a Aquel que es la Verdad hasta que Él nos libere. 
En este octavo capítulo de Juan, ¿ha encontrado usted 
respuestas a la tercera pregunta sobre qué es la vida? En una 
palabra, esa respuesta es “libertad”. Me gusta esta descripción de la 
fe, porque es mi testimonio. Es posible que el creyente experimente 
todo al comienzo de su recorrido de fe. Quizá, en el mismo 
momento en que cree, conozca al Hijo en forma real, a través de 
una relación, y sea hecho libre. Pero a mí no me sucedió eso cuando 
creí en Jesucristo. Creí, fui su discípulo durante trece años, y recién 
entonces experimenté esa tercera dimensión de la fe. Cuando fui 
liberado, fue algo tan real para mí como si hubiera salido de una 
cárcel. 
En la actualidad hay millones de personas que viven en la 
cultura de lo “instantáneo”: hay café instantáneo, té instantáneo, 
comidas instantáneas, información instantánea. Realmente, tenemos 
“todo” instantáneo. Por lo tanto, queremos una espiritualidad 
instantánea, también. Por lo que he visto, Dios puede hacer eso y, 
algunas veces, lo hace. Pero también creo que no siempre nos da 
todo al comienzo de nuestro recorrido de fe, cuando creemos. He 
conocido a muchos creyentes que, como yo, pasaron muchos años 
siguiendo al Señor antes de experimentar las realidades de una 
relación con Él que los hizo libres. Estas tres dimensiones de la fe 
demuestran la realidad de que la salvación no es solo un destino; es, 
también, un viaje. 
¿Ha creído usted, en el sentido de haberse convertido en un 
aprendiz? ¿Cuánto tiempo hace que sigue a Cristo como aprendiz? 
No es de extrañarse, si somos verdaderamente discípulos, que el 
proceso de aprendizaje lleve un tiempo. Jesús no dijo cuánto tiempo 
debíamos pasar como discípulos suyos antes que nos liberara. 
Permanezca en su Palabra, y Él lo hará libre. 
Capítulo 3 
Ver para creer 
(Juan 9:1-12) 
En nuestro estudio versículo por versículo del Evangelio de 
Juan, llegamos ahora al capítulo 9, donde leemos: “Al pasar Jesús, 
vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus 
discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que 
haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus 
padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Me es 
necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día 
dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Entre tanto que
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estoy en el mundo, luz soy del mundo. Dicho esto, escupió en tierra, 
e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, y le 
dijo: Ve a lavarte en el estanque de Siloé (que traducido es, 
Enviado). Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo. Entonces los 
vecinos, y los que antes le habían visto que era ciego, decían: ¿No 
es éste el que se sentaba y mendigaba? Unos decían: El es; y otros: 
A él se parece. El decía: Yo soy. Y le dijeron: ¿Cómo te fueron 
abiertos los ojos? Respondió él y dijo: Aquel hombre que se llama 
Jesús hizo lodo, me untó los ojos, y me dijo: Ve al Siloé, y lávate; y 
fui, y me lavé, y recibí la vista. Entonces le dijeron: ¿Dónde está él? 
El dijo: No sé” (9:1-12). 
Observe una vez más la enseñanza de Jesús por medio de un 
acto simbólico. En el capítulo 5, Él sana al hombre que estaba junto 
al estanque de Betesda y luego inicia un largo diálogo con los 
líderes religiosos, entrelazado con varios discursos. En el capítulo 
6, alimenta a cinco mil familias hambrientas, y el diálogo le da 
oportunidad de presentarse como el Pan de Vida. En el capítulo 7, 
la Fiesta de los Tabernáculos le brinda la metáfora simbólica para 
su gran sermón sobre la invitación, por medio del cual llama a todos 
los que están sedientos a acercarse para descubrir que Él es el Agua 
Viva que puede saciar su sed y convertirlos en ríos de los cuales 
otros puedan beber. El capítulo 8 comienza con un encuentro que 
ilustra su dinámico sermón que lleva a la conversión de algunos de 
esos líderes religiosos. 
Este noveno capítulo también comienza con un acto 
simbólico. Jesús sana a un hombre ciego; un hombre de cuarenta 
años, que había nacido ciego. Este acto simbólico constituye la 
metáfora que ilustra un discurso en el cual Jesús afirma que Él es la 
luz del mundo. Como la sanidad registrada en el quinto capítulo, 
esta sanidad y el discurso que ilustra reviven ese hostil diálogo con 
los líderes religiosos. En este punto, ellos ya han determinado que 
no pueden coexistir con Jesús, y han comenzado a tramar cómo 
hacerlo morir. 
Este capítulo también comienza con una pregunta muy 
profunda. Cuando Jesús y sus discípulos se encuentran con el 
hombre que es ciego de nacimiento, los discípulos le preguntan a 
Jesús algo que estaba de acuerdo con la teología de su época. Le 
preguntan: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya 
nacido ciego?". 
Los rabíes de la antigüedad creían que la enfermedad era 
consecuencia del pecado. Según su teología, este hombre no 
hubiera sido ciego si alguien no hubiera pecado. Los amigos que 
fueron a “consolar” a Job concordaban en que la enfermedad y el 
sufrimiento son consecuencias del pecado. No fue de gran consuelo 
para Job que ellos sugirieran que toda su desgracia le había ocurrido 
como consecuencia de su pecado. La trágica muerte de los diez 
hijos de Job seguramente había sido consecuencia del pecado en sus 
vidas, según estos “consoladores” amigos. La pregunta implica que
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este hombre había nacido ciego porque Dios deseaba castigar a sus 
padres por sus pecados, o que lo estaba castigando a él como 
consecuencia de su propio pecado. La idea de que la ceguera del 
hombre se debiera al pecado en su propia vida es más difícil de 
comprender, ya que él había nacido ciego. Los rabíes creían que un 
bebé podía pecar aun estando en el vientre de su madre, antes de 
nacer. Tal vez sea esto lo que está implícito en esa pregunta. Hoy, 
hay millones de personas que creen en la reencarnación. Creen que 
las desgracias que sufrimos en esta vida son consecuencia de lo que 
hicimos en una vida anterior. ¡Qué maravilloso es escuchar a Jesús 
decir: “Ni él ni sus padres”! 
Esto nos lleva a la pregunta: “Si la ceguera no es resultado 
del pecado de este hombre ni del de sus padres, ¿por qué nació 
ciego?”. Ya estamos preparados para esta sorprendente enseñanza 
de Jesús: “Esto sucedió para que la obra de Dios pudiera 
manifestarse en su vida”. Es una respuesta profunda y 
extraordinaria para la pregunta de los discípulos. 
Estoy en una silla de ruedas desde 1983, y he buscado en la 
Biblia las respuestas de Dios a la pregunta: “¿Por qué existe el mal 
y el sufrimiento, especialmente en las vidas de las personas 
buenas?”. He descubierto treinta razones bíblicas por las que Dios 
permite que su pueblo sufra. Jesús presenta aquí una de las mejores 
explicaciones bíblicas para el sufrimiento en esta profunda 
declaración: “Sucedió para que la obra de Dios se manifieste en su 
vida”. 
El fundamento de esta enseñanza es que el propósito de una 
vida humana es manifestar la obra de Dios. Jesús nos demostró 
cómo lo hacemos cuando oró, al final de su vida: “Yo te he 
glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que 
hiciese” (Juan 17:4). 
Él nos dio otro ejemplo de cómo manifestamos las obras de 
Dios en nuestra manera de vivir cuando, a continuación de la 
enseñanza de sus ocho bienaventuranzas, presentó una vívida y 
elocuente metáfora. Según Jesús, cuando nos convertimos en sus 
discípulos, es como si fuéramos velas que han sido encendidas. Una 
vez que ha encendido nuestra luz, Él siempre tiene un candelero en 
el que ha de colocarnos. Después de esta metáfora, en el Sermón 
del Monte, continúa con esta gran exhortación: “Así alumbre 
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas 
obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mateo 
5:14-16). 
En sus últimas horas con los apóstoles, Jesús les dijo: “No 
me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he 
puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca" 
(Juan 15:16). Jesús quería decir que iba a colocar a los apóstoles 
estratégicamente como velas en un candelero, para que pudieran dar 
fruto.
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
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Al final de ese versículo, Jesús enseña, básicamente: 
“Cuando ustedes comprendan que han sido salvados para dar fruto, 
Dios el Padre comenzará a responder sus oraciones”. El problema 
es que la mayoría de nosotros llegamos a la salvación de la misma 
manera que encaramos cualquier otra cosa en nuestra vida —con un 
motivo egoísta—, y nos preguntamos: “¿Qué beneficio me 
reportará esto?”. Nuestra motivación debería ser: “¿Qué beneficio 
le reportará esto a Jesús? ¿Cómo glorificará esto a Dios?”, y no: 
“¿Qué me reportará a mí esta experiencia de la salvación?”. 
Aquí vemos una gran enseñanza, cuando Jesús declara que 
la ceguera tenía como fin que las obras de Dios se manifestaran en 
la vida de este hombre. La pregunta que más nos formulamos en la 
vida es “¿Por qué?”. Cuando lleguemos al cielo, la palabra que más 
usaremos será: “¡Aaahhh!”. Mientras vivimos en esta dimensión, 
debemos buscar en las Escrituras las respuestas a nuestros “por 
qué”. El Libro de Job enseña que estas cosas suceden por la 
voluntad permisiva de Dios. Vienen de Satanás, pero solo por 
medio del permiso de Dios. Cuando suceden cosas trágicas, como 
la ceguera de este hombre, la gente se pregunta por qué. La forma 
en que Jesús les respondió esa pregunta a sus apóstoles es mi 
explicación favorita. 
Según Isaías, cuando el Mesías llegue, una de sus cartas de 
presentación será: “Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y 
los oídos de los sordos se abrirán” (Isaías 35:5). El propósito de lo 
que Juan escribe es darnos un registro de las señales milagrosas que 
Jesús realizó, para convencernos de que Él es el Cristo (20:30, 31). 
La sanidad de este hombre que era ciego de nacimiento es una de 
esas pruebas milagrosas. 
Después de decir que el propósito de la ceguera de este 
hombre era que “las obras de Dios se manifiesten en él", Jesús 
agrega esta tremenda afirmación: “Me es necesario hacer las obras 
del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, 
cuando nadie puede trabajar. Entre tanto que estoy en el mundo, luz 
soy del mundo". 
Lo desafío nuevamente a observar cuán obsesionado estaba 
Jesús con la obra de Dios. Jesús menciona la obra de Dios después 
de su encuentro con la mujer junto al pozo. Estaba rebosando de 
gozo porque había hecho la obra de Dios cuando esa mujer 
encontró el Agua Viva. Fue entonces que afirmó: “Mi comida es 
que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra”(4:34). 
A lo largo de todo el Evangelio de Juan, encontraremos a 
Jesús haciendo referencias a estas obras que el Padre deseaba que 
hiciera. En el capítulo 5, dijo que eran una de las pruebas de que Él 
era quien decía ser. He mencionado anteriormente que Jesús 
glorificó a su Padre terminando las obras que Él le había dado para 
hacer, y que, en la cruz, sus últimas palabras fueron: “Consumado 
es. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Juan 17:4; 19:30; 
Lucas 23:46).
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Aquí, Jesús incluye a sus discípulos (es decir que nos 
incluye a usted y a mí) al decir: “Mientras sea de día, tenemos que 
llevar a cabo la obra del que me envió. Viene la noche cuando nadie 
puede trabajar” (9:4, NVI). Lo que Jesús llama “noche” significa el 
fin de nuestra vida terrenal. También podría significar que, cuando 
pasamos por este mundo, tenemos oportunidades de hacer las obras 
de Dios, y cada una tiene un plazo limitado para ser realizada. 
Después de compartir estas verdades, leemos que escupió en 
tierra, hizo barro con la saliva y la puso sobre los ojos del hombre. 
Entonces, le dijo: “Ve a lavarte al estanque de Siloé”. Observe que 
Jesús no siempre sana de la misma forma. He aquí otra gran 
respuesta a la pregunta de qué es la fe. Leemos que “[El hombre] 
Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo”. 
Esta es una hermosa representación de la fe y otra respuesta 
a la pregunta de qué es la fe. Si Jesús no hubiera hecho barro, lo 
hubiera puesto sobre los ojos del hombre, le hubiera indicado lo que 
tenía que hacer, y, sobre todo, si Jesús no hubiera sido el Gran 
Médico que es, no habría habido sanidad. Pero él permitió que el 
hombre participara en su propia sanidad. Y, para eso, el hombre 
debía tener fe. 
Cuando el agua se convirtió en vino, los siervos tuvieron la 
fe necesaria para sacar el agua que habían puesto en esas enormes 
vasijas de ochenta litros de capacidad y comenzar a servirlas como 
vino. Los panes y los peces del niñito se multiplicaron cuando 
pasaron de las manos de Jesús, por las manos de los discípulos, a 
las manos de la multitud hambrienta. En esas ocasiones, los 
apóstoles y los siervos en la boda participaron en el milagro. 
Tuvieron que poner en práctica la fe; entonces, se realizó el 
milagro. Jesús no siempre obra así, pero así realizó esos milagros y 
la sanidad de este hombre ciego. 
Así que el hombre fue y se lavó en el estanque de Siloé, y 
volvió a su casa viendo. Inmediatamente vemos a este hombre en su 
“candelero”. Sus vecinos fueron los primeros en ver su luz. Se 
preguntaron: “¿Es este el mismo que se sentaba a mendigar?”. 
Algunos dijeron: “Sí”. Otros dijeron: “No, solo se parece a él”. Pero 
el hombre mismo dio testimonio y dijo: “Sí, soy yo”. 
Aquí vemos una buena representación de lo que hemos 
aprendido acerca de un testigo. Un testigo no es solo algo que 
somos o la forma en que vivimos nuestra vida. Habrá momentos en 
que, estando en nuestro “candelero”, deberemos dar testimonio 
verbalmente —es decir, hacer brillar nuestra luz— y hablar del 
milagro que nos ha sucedido. Las personas se sentirán atraídas por 
lo que hayan visto que Dios hizo en nosotros. Cuando nos pidan 
una explicación, se nos indica que debemos dar razón de la 
esperanza que hay en nosotros (1 Pedro 3:15). Algo maravilloso le 
había sucedido a ese hombre. Cuando la gente vio la prueba del 
milagro, se maravilló por lo que había sucedido, cómo había 
sucedido, y lo que eso podía significar para sus vidas.
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Por eso, le preguntaron: “¿Cómo recibiste la vista?”. El 
hombre respondió: “Ese Hombre al que llaman Jesús hizo barro y lo 
puso en mis ojos. Después me dijo que fuera y me lavara. Fui, me 
lavé, y ahora veo”. Y cuando le preguntaron: “¿Dónde está ese 
Hombre?”, él les respondió: “No lo sé”. 
Había muchas cosas de ese milagro que el hombre no 
comprendía, pero sí sabía esto: antes, era ciego; y ahora, veía. Y 
sabía lo que le había sucedido, y cómo había sucedido: “Yo era 
ciego. Nací ciego, pero el hombre al que llaman Jesús hizo barro, lo 
puso sobre mis ojos y me dijo que fuera a lavarme. Fui. Me lavé. 
¡Ahora veo!”. 
Una vez más vemos el énfasis en este concepto de la fe: 
cuando hacemos, sabemos. En nuestro viaje de fe, no se trata de ver 
para creer. Se trata de creer para ver. Tenemos esta respuesta de qué 
es la fe gráficamente ilustrada aquí en la experiencia de este hombre 
que nació ciego, pero ahora puede ver porque conoció a Jesús, le 
creyó y lo obedeció. 
La Luz del mundo 
Cuando Jesús sanó al hombre junto al estanque, dije que se 
trataba de una sanidad estratégica, ya que fue el disparador que dio 
lugar al diálogo que Jesús deseaba iniciar con los líderes religiosos. 
Jesús solía hacer las cosas de esa manera. Él alcanzó a la mujer de 
Samaria porque, aunque solo pasaba por allí, quería ver a Samaria 
alcanzada por esa mujer después que Él hubiera pasado. Pasaba por 
Jericó cuando alcanzó a Zaqueo, quien, a su vez, alcanzó a Jericó 
para Él, cuando Él ya había salido de allí. 
Como he señalado, en la sanidad del hombre junto al 
estanque, en el capítulo 5, esta sanidad se convirtió en un 
disparador que reanudó el diálogo hostil con los líderes religiosos. 
Después de la sanidad de este hombre ciego, Jesús pronunció su 
discurso en el que afirmaba que era la Luz del mundo. Cerca del 
final del capítulo, Juan nos dice que, a continuación de estas 
palabras, Jesús presentó su aplicación: como Luz del mundo, Jesús 
era una clase de luz muy especial. Era una luz que daba vista a 
quienes eran ciegos y, al mismo tiempo, revelaba la ceguera de 
quienes decían que podían ver. 
Los fariseos estaban allí cerca y escucharon su discurso. 
Ellos entendieron lo que Jesús afirmaba y lo aplicaron 
correctamente. Por eso, le preguntaron: “¿Quieres decir que 
nosotros somos ciegos?”. Jesús les respondió: “Si fueran ciegos, no 
tendrían pecado. Pero ustedes dicen que ven. Por eso, su pecado 
permanece”. 
En un lugar de Estados Unidos, cierta vez, hubo una 
explosión que hizo que se desplomara parte de una cueva en una 
mina de carbón. Después de la explosión, unos treinta mineros 
quedaron atrapados durante tres días en la mina hasta que los 
rescatadores llegaron hasta donde estaban. Los mineros pasaron
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
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esos tres días en total oscuridad. Cuando los rescatadores 
finalmente llegaron hasta ellos, después de mucha alegría y mucha 
celebración, uno de los mineros rescatados les preguntó: “¿Por qué 
no trajeron luces?”. En realidad, los rescatadores habían llevado 
muchas linternas y luces. La pregunta hizo que se acallara la 
celebración, ya que todos se dieron cuenta de que la explosión que 
había hecho desmoronarse la cueva lo había cegado, pero él no se 
enteró de que estaba ciego hasta que llegó la luz. 
En un contexto espiritual, esto es lo que Jesús les estaba 
diciendo a esos líderes religiosos. Ellos eran espiritualmente ciegos, 
pero pensaban que podían ver. Hasta se jactaban de su gran visión 
espiritual. Por el contrario, este hombre al que Jesús sanó, que era 
físicamente ciego y recibió la vista, era una imagen de las personas 
que saben que no ven como deberían ver. Cuando Aquel que es la 
Luz del mundo llega, ellos reciben la luz y son sanados de su 
ceguera espiritual. 
Cuando los líderes religiosos, muy ofendidos, preguntaron: 
“¿Quieres decirnos que somos ciegos?”, Jesús, claramente, les dijo: 
“Sí; eso es precisamente lo que les digo”. 
El hombre que había sido sanado fue excomulgado de la 
sinagoga. Cuando Jesús lo encontró y se dio a conocer, el hombre 
creyó y confesó a Jesús como Señor. Como ya he señalado, este 
capítulo y la historia de esta sanidad nos dan hermosas respuestas 
para la pregunta sobre qué es la fe. El hombre cree, llama “Señor” a 
Jesús y lo adora; debemos incluir estos tres pasos fundamentales de 
la fe en la respuesta a esta pregunta. 
Cuando vemos que Jesús le da seguridad a este hombre y 
obtiene de él una confesión de fe y su adoración, al sanarlo, 
también descubrimos maravillosas respuestas para la pregunta: 
“¿Quién es Jesús?”. Observe cómo, al igual que la mujer que estaba 
junto al pozo, este hombre comprende gradualmente quién es Jesús. 
Al principio, no tiene la menor idea de quién es Él. Simplemente es 
“aquel hombre que se llama Jesús”. Pero gradualmente va 
comprendiendo Quién es Jesús, hasta que llega a confesarlo como 
su Señor y lo adora. 
El hombre que recibió la vista porque conoció a Jesús y las 
aplicaciones que Jesús hace de esta historia son, también, respuestas 
para la tercera pregunta que Juan repite a lo largo de su Evangelio: 
“¿Qué es la vida?”. Quienes han vivido cuarenta años antes de 
experimentar la salvación nos dirán que su experiencia de salvación 
fue como si hubieran nacido ciegos. Después de ser espiritualmente 
ciegos durante cuarenta años, encontraron la Luz del mundo. Él les 
reveló su ceguera, sanó su ceguera, y, ahora, ellos ven por primera 
vez en su vida. La vida es darnos cuenta de que hemos nacido 
ciegos espiritualmente, pero, después de conocer a Jesús, podemos, 
junto con este hombre, exclamar: “Hay muchas cosas que no sé, 
pero algo sé: ¡yo era ciego, y ahora veo!”.
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21 
A medida que avanzamos por los capítulos del Evangelio de 
Juan, ¿permitirá usted que la Vida, que es la Luz que alumbra a 
todo hombre, revele su ceguera espiritual? ¿Querrá, entonces, andar 
en la Luz que Él es, mientras Él le muestra cómo usted puede ser 
parte del proceso de la fe que produce el milagro que Él quiere 
hacer de su vida? Formúlese estas tres preguntas de Juan, y 
contéstelas, en este capítulo de su profundo Evangelio. 
Capítulo 4 
Los llamados 
(Juan 10:1-16) 
Cuando el hombre ciego que recibió milagrosamente la vista 
fue expulsado de la sinagoga, Jesús predicó un profundo y bello 
sermón en el que claramente afirmaba ser el Buen Pastor que David 
presenta en su inspirado Salmo 23. Antes de estudiar este sermón, 
quisiera compartir con usted un principio de todo estudio bíblico. 
Cuando los libros de la Biblia fueron escritos, 
originalmente, no estaban divididos en capítulos. Los libros del 
Nuevo Testamento fueron divididos en capítulos más de mil años 
después de haber sido escritos, para ayudarnos a estudiarlos y hacer 
referencia a pasajes específicos. Por lo tanto, cuando llegamos a la 
división de un capítulo, siempre es bueno que nos preguntemos: 
“¿Hay un cambio de tema o de contexto en este nuevo capítulo? 
¿Hay algo en el capítulo que acabo de leer que me ayude a 
comprender lo que voy a leer ahora?”. 
Eso es lo que encontramos cuando leemos el capítulo 10 de 
Juan. El hecho de que el hombre que Jesús sanó fuera expulsado de 
la sinagoga nos enseña a comprender esta gran enseñanza de Jesús: 
“De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el 
redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y 
salteador. Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es. 
A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas 
llama por nombre, y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las 
propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen 
su voz. Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no 
conocen la voz de los extraños” (10:1-5). 
Jesús comienza esta enseñanza con las palabras “de cierto”. 
En otras palabras, dice: “Lo que voy a decirles ahora es algo 
especialmente verdadero e importante”. Después, utiliza una 
inspirada metáfora, y leemos: “Pero ellos no entendieron qué era lo 
que les decía" (10:6). Su metáfora hablaba de un redil. Es muy 
importante que sepamos bien cómo se cuidaban las ovejas en esa 
época para comprender qué era un redil. 
Esta metáfora nos presenta uno de los muchos aspectos 
fascinantes de la crianza de ovejas. Un redil era un área cercada en 
un pueblo o una aldea, que se utilizaba para dejar a las ovejas 
durante la noche. Por ejemplo: un pastor pasaba por una aldea o un
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
22 
pueblo con sus ovejas. Mientras él pasaba la noche en una posada, 
dejaba a sus ovejas en este redil comunitario. 
Imaginemos que cinco o seis pastores diferentes dejan sus 
ovejas en un mismo redil. Por la mañana, cuando los pastores van a 
buscar a sus ovejas, cada uno simplemente llama a las que son de 
él. Tiene una forma especial de llamarlas. Después, se va del redil. 
Cuando el pastor llama a sus ovejas y se aleja, las ovejas, que 
conocen su voz, lo siguen. No siguen a otro pastor ni a alguien que 
trate de robarlas. 
Ahora bien, Jesús utilizó esto como metáfora, y ellos no 
comprendieron lo que les estaba diciendo. Estoy convencido de que 
el redil, en esta metáfora de Jesús, es el judaísmo. Jesús declaró 
que, así como el pastor va al redil, llama a sus ovejas, y las ovejas 
conocen su voz y lo siguen, como el Buen Pastor, Él estaba 
llamando a sus ovejas para que salieran del redil del judaísmo. 
Debemos comprender que todos los apóstoles eran judíos, 
así como todos los miembros de la iglesia que aparecen en los 
primeros nueve capítulos del Libro de los Hechos. Jesús se refería, 
obviamente, al hombre que Él había sanado. Estos líderes religiosos 
judíos habían expulsado al hombre de la sinagoga porque él había 
aceptado a Jesús como su Señor y lo había adorado. Por medio de 
esta elocuente metáfora, Jesús les dice: “Ustedes no lo expulsaron 
de la sinagoga; él me sigue porque es una de mis ovejas, y 
reconoció mi voz”. 
Jesús presenta otra afirmación sobre lo que Él es en este 
décimo capítulo: “Yo soy la puerta de las ovejas”. En su metáfora 
sobre el redil, Jesús es el Pastor que llama a sus ovejas para que 
salgan del redil común, compartido. Pero cuando ellos no 
comprenden esa figura, leemos: “Volvió, pues, Jesús a decirles”. 
Ahora, intenta nuevamente explicarles qué le sucedió a ese hombre 
que fue sanado y expulsado de la sinagoga. “De cierto, de cierto os 
digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que antes de mí 
vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas. 
Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y 
saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar y matar 
y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan 
en abundancia” (10:7-10). 
Podemos encontrar muchas respuestas a la pregunta sobre 
quién es Jesús, ya que Él declara en muchas ocasiones: “Yo soy. Yo 
soy. Yo soy”. La profunda respuesta que encontramos aquí se nos 
presenta cuando Jesús afirma ser el Buen Pastor del que escribió 
David y, después, agrega esta metáfora: “Yo soy la puerta de las 
ovejas”. 
Un pastor viajó por Tierra Santa para estudiar la crianza de 
las ovejas, porque estaba decidido a aprender el significado de las 
muchas metáforas sobre ovejas que se encuentran en la Biblia, 
como las que David utilizó en sus Salmos pastorales, y las que 
ahora estamos estudiando. Una noche, vio la demostración de esta
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
23 
metáfora de la puerta de las ovejas. Cierta vez, se impresionó al ver, 
en el centro de una aldea grande, un gran redil en el que varios 
rebaños de ovejas pasaban la noche. Un pastor tenía la 
responsabilidad de cuidar a las ovejas durante la noche. El redil 
estaba rodeado por un muro sólido, así que, cuando las ovejas 
estaban dentro de él, estaban seguras. 
En el lugar donde uno esperaría encontrar una puerta, había 
un espacio de aproximadamente dos metros de ancho. El ministro, 
pensando que las ovejas podrían escaparse por ese espacio abierto, 
o que por él podrían entrar animales depredadores, le preguntó al 
pastor: “¿Dónde está la puerta?”. El pastor se tendió a lo largo del 
espacio abierto y dijo: “Yo soy la puerta. Ninguna oveja puede 
entrar ni salir de este corral a menos que pase sobre mí, y ningún 
depredador puede entrar sin despertarme”. 
Descubrimos la primera aplicación personal que Jesús 
deseaba darle a esta metáfora cuando dice: “El que por mí entrare, 
será salvo...” Y también hay una aplicación adicional: “...y entrará, 
y saldrá, y hallará pastos". Jesús declara, osadamente, ante los 
líderes judíos, que Él está estableciendo otro redil. Está llamando a 
los que compondrán ese nuevo redil a que salgan del redil del 
judaísmo. En realidad, profética y alegóricamente, estaba 
presentando un perfil de la Iglesia que declaró que iba a edificar. 
Cuando leemos el Evangelio de Mateo, hasta llegar al 
capítulo 16, Jesús está construyendo un reino. Cuando leemos el 
capítulo 16 de ese primer Evangelio, escuchamos a Jesús declarar 
que Él va a edificar su Iglesia, y que ni todos los poderes del 
infierno podrán evitar que lo haga. La palabra “iglesia” significa, 
literalmente, “los llamados afuera”. En esta profunda y bella 
metáfora, Jesús nos da una maravillosa descripción de la Iglesia. 
Esta es, en realidad, una metáfora doble: cuando Él afirma 
que es la puerta por la que deben pasar las ovejas para ser salvas, la 
palabra “salvo” significa, literalmente, estar a salvo, seguro. Pero la 
aplicación que Jesús desea darle es que solo a través de Él podemos 
ser salvos (Hechos 4:12). Jesús dice esto mismo más adelante en 
este Evangelio, cuando afirma, dogmáticamente, que Él es el 
camino hacia Dios, y que no hay otro camino para llegar a su Padre 
Dios (Juan 14:6). 
La segunda parte de esta metáfora, que muestra a las ovejas 
que entran y salen del redil, y hallan pastos verdes, describe, 
proféticamente, el plan de Cristo de colocar a quienes son salvos en 
el redil de la Iglesia. Al salir y entrar en la comunidad espiritual de 
sus congregaciones, encontrarán todo lo que necesitan para vivir 
para Cristo y servirlo (Efesios 4:12). 
Dios nos dice que no es bueno que un ser humano esté solo, 
y, por eso, coloca a los solitarios en familias (Génesis 2:18). 
Cuando las ovejas perdidas hallan la puerta de la salvación, el Buen 
Pastor es, también, la Puerta de entrada al redil, que coloca a esas 
ovejas salvadas en familias.
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
24 
¿Ha observado usted este tema en la Biblia? Podríamos 
llamarlo: “Las idas y venidas del pueblo de Dios”. Los que más 
trabajan para Dios son, primero, grandes adoradores de Dios antes 
de trabajar para Él. Quienes salen a trabajar para Dios, primero, 
experimentan lo que es llegar a Él. Tienen una llegada con 
propósito antes de poder tener una salida fructífera. 
Cuando estudie biografías en la Biblia, busque las 
experiencias de las personas que “llegan” a Dios, que, muchas 
veces, preceden a sus “salidas”. Por ejemplo, Moisés llegó durante 
ochenta años antes de tener cuarenta años de fructífera salida. Estoy 
convencido de que nuestra salida es, muchas veces, infructuosa y 
vacía de significado, porque, simplemente, salimos sin llegar a Dios 
primero. Esta es una bella metáfora: “Entrará, y saldrá, y hallará 
pastos”. Dios bendice nuestra entrada y, luego, nuestra salida. 
Observe las muchas invitaciones de Jesús que nos instan a 
acercarnos a Él. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y 
cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y 
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis 
descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi 
carga" (Mateo 11:28-30). "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba" 
(Juan 7:37). En el relato del evangelio, leemos que, cuando las 
personas responden a estas invitaciones y llegan con propósito, su 
sed es saciada, su hambre es satisfecha, y encuentran descanso para 
sus almas. 
Finalmente, siempre escuchan la Gran Comisión. “Ahora, 
ve. Ahora que has venido con propósito, ahora que has bebido del 
Agua Viva, haz que esta agua viva se convierta, en ti, en una fuente 
de la que beban otros. Que la saciedad de tu sed se convierta en ríos 
de agua viva que fluyan de ti para los demás”. En otras palabras, 
usted ha llegado con propósito. Ahora, salga con propósito. “Entra, 
halla pastos y, después, ve”. 
Muchos creyentes han hallado gran consuelo en la promesa 
de este Buen Pastor de que Él va delante de ellos cuando llama a 
sus ovejas, y ellas lo siguen. Hay momentos en nuestra vida en que 
nuestro Buen Pastor desea hacer una cosa nueva (Isaías 43:19). 
Entonces, nos llama a salir y seguirlo a ese nuevo capítulo que 
desea escribir en nuestro diario de viaje de la fe. Él nos ama tanto 
que, algunas veces, su llamado no es solo una voz que nos llama a 
esa nueva dimensión de fe y servicio; algunas veces, en su amorosa 
providencia, Él nos presenta situaciones o personas que nos 
empujan desde atrás. 
Cuando Él tiene un nuevo lugar escrito para nosotros en el 
rollo de su voluntad, hay tres cosas que debe realizar en nuestra 
vida. Primero, debe sacarnos del lugar anterior. Dado que todos 
nosotros tendemos a buscar seguridad, no queremos dejar la 
seguridad del viejo lugar. Por eso, Él debe agregar, a la voz que tira 
de nosotros desde adelante, algo que nos sacuda y nos empuje fuera 
del lugar viejo.
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
25 
Durante el tiempo de transición entre lo viejo y la cosa 
nueva a la que Él nos está llamando, su segunda obra es 
mantenernos en movimiento para poder tirar de nosotros durante la 
transición. Su tercera obra es ajustarnos para que encajemos en ese 
nuevo lugar que tiene para nosotros, y en esa cosa nueva que quiere 
hacer en nosotros, por nosotros, y a través de nosotros. 
Todo este proceso está ilustrado en el Antiguo Testamento, 
cuando Dios deseaba sacar a los hijos de Israel de Egipto para 
llevarlos a la Tierra Prometida, Canaán. “Y nos sacó de allá, para 
traernos y darnos la tierra que juró a nuestros padres" 
(Deuteronomio 6:23). 
La voz de Dios, que los guiaba a esa cosa nueva y ese lugar 
nuevo, se demostró en forma dramática por medio de la nube 
durante el día y la columna de fuego durante la noche, que guiaron 
al pueblo por el desierto de su incredulidad hasta entrar en la Tierra 
Prometida. Cuando estaban frente al Mar Rojo, el ejército egipcio 
que avanzaba contra ellos en medio de una nube de polvo sin duda 
fue el empujón providencial que los hizo salir de lo viejo para que 
pudieran llegar al nuevo lugar que Dios deseaba para ellos. Esta es 
la versión del Antiguo Testamento de la misma verdad que Jesús 
enseña por medio de esta profunda metáfora. 
Hay otra aplicación devocional de esta metáfora. Cuando 
escuchamos a Jesús decir que Él es la Puerta de las ovejas, si 
sabemos que Él es nuestro Pastor, ningún “depredador” (problema) 
podrá entrar a nuestra vida a menos que pase, primero, sobre el 
cuerpo de nuestro Pastor. Esto, sin duda, debería ser un gran 
consuelo para tantos devotos creyentes que sufren problemas de 
enfermedad y discapacidad. Personalmente, al estar, hoy, inválido y 
postrado en una cama, yo encuentro gran consuelo en esta 
aplicación. 
Como vemos en el Libro de Job, estos problemas quizá no 
vengan directamente del Señor, pero no pueden alcanzarnos a 
menos que nos lleguen por su voluntad permisiva. Satanás tuvo que 
pedir permiso al Señor antes de afligir a Job, y creo que tiene 
permiso de nuestro Pastor para afligirnos a nosotros. Ningún 
predador, ningún problema puede llegar a usted o a mí, a menos 
que, primero, pase por Él. 
Hay, todavía, una aplicación más de esta profunda metáfora, 
cuando Jesús realiza esta solemne declaración ante los líderes 
religiosos judíos: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y 
destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en 
abundancia". ¿Qué quiere decir Jesús cuando manifiesta que todos 
los que han venido antes que Él eran ladrones y salteadores? (vv. 
1,2). ¿O cuando dice: “El que no entra por la puerta en el redil de 
las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador”? 
¿Qué quiere decir más adelante en este pasaje, cuando habla del 
“asalariado”?
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
26 
Recuerde: cuando limpió el templo, Jesús dijo: “Escrito 
está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis 
hecho cueva de ladrones" (Mateo 21:13; Marcos 11:17). Cuando los 
romanos conquistaron Jerusalén, cuarenta años después que Jesús 
pronunciara estas palabras, hallaron el equivalente de más de cinco 
millones de dólares en la caja fuerte del templo. La forma en que 
los líderes religiosos explotaban a los peregrinos religiosos era un 
negocio corrupto y muy productivo que sin duda les amerita la 
calificación de ladrones y salteadores. 
También los llama “asalariados”. Con esto, quiere decir que, 
a ellos, las ovejas no les importan en lo más mínimo. Son simples 
asalariados. Recuerde esto al leer la metáfora con algunos cambios 
hechos por Jesús en los siguientes versículos: “Yo soy el buen 
pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el asalariado, y 
que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al 
lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las 
dispersa. Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le 
importan las ovejas” (10:11-13). 
Esta era una grave condena para esos líderes religiosos 
judíos. Ellos eran los ladrones y salteadores, y los asalariados a los 
que Jesús se refiere en esas palabras. Eran parte del sistema 
religioso corrupto de explotación que los hacía ricos. Es obvio que 
no les importaba nada de ese hombre que había estado paralítico 
durante treinta y ocho años, junto al estanque de Betesda. No les 
importaba nada de él, y no estaban precisamente felices de que 
hubiera sido sanado. De la misma forma, tampoco tenían 
compasión por este hombre ciego, y también parece que no les 
agradó en lo más mínimo el milagro de que él, ahora, pudiera ver. 
¿Cómo podían estar tan endurecidos y no tener la menor 
compasión por estas personas patéticas que Jesús amaba tanto? La 
explicación podría estar en este punto. Ellos no eran pastores. Eran 
asalariados, es decir, religiosos profesionales, que trabajaban por un 
salario, y por los beneficios y prestigios que su profesión implicaba. 
Y eran ladrones y salteadores. Eran lo que podríamos llamar 
“estafadores religiosos”, timadores. Ganaban millones de dólares 
explotando a los peregrinos religiosos durante los días santos, y al 
pueblo de Dios, con regularidad. 
Más adelante, en este Evangelio, Jesús indica a Pedro que 
demuestre que ama a su Señor y Salvador pastoreando y 
alimentando a las ovejas que Él ama. A estos líderes religiosos no 
les importaba nada de las ovejas. Aunque, como Pedro, tenían el 
mandamiento, y decían que se les había confiado la responsabilidad 
de alimentar y pastorear esas ovejas, ganaban millones de dólares 
para sí mismos esquilmándolas. 
Pero, en contraste directo con ellos, Jesús afirma todas estas 
cosas sobre sí mismo. “Yo soy el buen pastor” (lo afirma dos 
veces). “Y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
27 
Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las 
ovejas". 
Como en el capítulo 5, Jesús, de hecho, está diciendo: “El 
Padre y yo tenemos una relación. Yo conozco al Padre, y el Padre 
me conoce a mí. Yo llamo a mis ovejas, como a esa mujer junto al 
pozo, a Nicodemo, al hombre que estaba junto al estanque de 
Betesda, y a este hombre ciego que recibió la vista”. Se refiere a 
estas personas cuando dice: “Yo conozco a mis ovejas, y ellas me 
conocen a mí. Ellas escuchan mi voz y la conocen. No oirán ni 
seguirán a un ladrón o a un extraño. Pero conocen mi voz, y me 
siguen a mí”. 
En el contexto de estas profundas metáforas sobre las 
ovejas, Jesús afirma, además: “También tengo otras ovejas que no 
son de este redil". He oído aplicar este versículo de muchas 
maneras. En una iglesia cuya membresía es de una única raza, he 
oído que lo citaban para reconocer el hecho de que hay personas de 
otras razas que son creyentes. También escuché a personas de una 
tendencia teológica reconocer, con ciertas reservas, esta misma 
realidad, citando este versículo: hay personas que no creen como 
creen ellas, pero también son parte del redil. 
La interpretación y la aplicación que Jesús quería dar a estas 
palabras se demuestran en el Libro de los Hechos. En ese inspirado 
libro histórico del Nuevo Testamento, hasta que llegamos al 
capítulo 10, todos los creyentes que componen la Iglesia son judíos. 
El glorioso milagro de que la Iglesia que Él va a edificar incluirá a 
los gentiles es la interpretación y la aplicación principal de lo que 
Jesús quiere decir cuando sostiene: “También tengo otras ovejas 
que no son de este redil”. La interpretación y la principal aplicación 
de este versículo son que personas que no son judías formarán parte 
de este nuevo rebaño. El Señor le dio a Pedro una revelación 
sobrenatural y la repitió tres veces, para convencerlo de que la 
Iglesia debe incluir a los gentiles (Hechos 10). 
Un evangelista que es judío mesiánico, dinámico y potente 
predicador, habló ante varios cientos de seminaristas. Cuando 
muchos lo felicitábamos después de su excelente sermón, uno de 
los estudiantes más avanzados le dijo: “Usted es el primer judío 
cristiano que conozco”. El predicador judío se volvió hacia él y le 
preguntó: “¿Es que no ha oído hablar de los doce apóstoles?”. 
Solemos olvidar que los doce apóstoles eran judíos. 
El evangelio predicado por el Cristo vivo y resucitado, y sus 
seguidores, es llamado una revelación hebreo-cristiana de la verdad 
por dos razones. Primera: Todo lo que creemos, como seguidores 
de Cristo, está basado estrictamente en las Escrituras, que son, 
primero, el Antiguo Testamento judío, y, después, el Nuevo 
Testamento, que dice que Jesús vino y lo que eso debería significar 
para los que creen en Él. Segunda: La Iglesia de Jesucristo es judía 
hasta que se convierte en un redil de ovejas salvadas, que escuchan 
y conocen la voz de Cristo, que los llama a salir del judaísmo para
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
28 
seguirlo a Él. 
En resumen: 
Para resumir estos primeros dieciséis versículos de Juan, 
capítulo 10: ¿Quién es Jesús? En este capítulo, Él es la Puerta que 
lleva al redil, y Él es la única puerta por la cual las ovejas pueden 
entrar a ese redil para hallar la salvación. Las ovejas, entonces, 
tendrán continuamente una entrada con propósito y una salida 
fructífera por esa puerta. Ese es Jesús en este gran capítulo. 
¿Y qué es la vida en este capítulo? La vida eterna es ser una 
de sus ovejas. Es la salvación que se halla al entrar al redil por la 
puerta que Él es, y ser mantenido seguro y a salvo. La vida es estar 
continuamente entrando y hallando pastos. Nuestras necesidades 
son satisfechas cuando entramos, porque Él vino para que tengamos 
vida, y vida en abundancia. La vida es, entonces, hallar, en ese redil 
de la comunidad espiritual de la Iglesia, todo lo que necesitamos 
para vivir por Cristo, servir a nuestro Señor y glorificar a Dios. 
¿Y qué es la fe? Fe es la convicción de que el Cristo vivo y 
resucitado es la Puerta que lleva a la salvación y a las bendiciones 
del redil. Fe es creer que Él es la única puerta por la que debemos 
pasar para ser salvos y entrar en la vida eterna. Por lo tanto, fe es 
negarnos a seguir la voz de los extraños, ladrones y salteadores. 
Fe es, también, escuchar su voz y asumir los compromisos 
necesarios para seguirlo. Fe es la decisión de hacer un cambio, 
sabiendo que cuando Él llama a sus ovejas a salir, siempre va 
delante de ellas, y que confirmará ese milagro mientras lo 
seguimos. En otras palabras, la fe es la guía de Dios y la confiada 
convicción que tiene el valor de seguir esa guía de Dios. 
Ese es Jesús, eso es la fe, y eso es la vida, en los primeros 
dieciséis versículos de Juan, capítulo 10. 
Capítulo 5 
Ovejas seguras 
(Juan 10:17-42) 
“Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías 
me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y 
pongo mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no 
son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y 
habrá un rebaño, y un pastor. Por eso me ama el Padre, porque yo 
pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que 
yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder 
para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (14- 
18). 
Ahora, Jesús describe, obviamente, su obra más importante. 
Ministra públicamente durante tres años, y ya está en Jerusalén, que
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
29 
será el escenario de la obra más importante que Él haga en este 
mundo. 
Como he señalado en mi enfoque de este Evangelio, hay 
veintiún capítulos en el Evangelio de Juan. Aproximadamente la 
mitad de ellos nos hablan de los primeros treinta y tres años de la 
vida de Jesús, pero no dicen absolutamente nada de su nacimiento 
ni de sus primeros treinta años de vida. En realidad, solo registran 
los últimos tres años de su vida. Para cuando llegamos al capítulo 
12, Jesús ya ha vivido treinta y tres años, incluyendo los tres años 
de ministerio público. Todos los demás capítulos, donde se 
encuentra la mitad del contenido de este Evangelio, se refieren a la 
última semana de su vida. 
Entre los cuatro Evangelios, hay ochenta y nueve capítulos. 
Solo cuatro de ellos hablan del nacimiento de Jesús y sus primeros 
treinta años de vida. Ochenta y cinco capítulos se dedican a los 
últimos tres años, y veintisiete, a la última semana de su vida. ¿Por 
qué es tan importante esta última semana? El relato escrito de la 
última semana de la vida más importante que jamás se haya vivido 
ocupa la mitad de la biografía de Jesús, porque esos capítulos y 
versículos registran el milagro de que Él murió y resucitó para 
salvarnos. Su muerte y su resurrección ocurrieron para que fueran 
perdonados los pecados de todo el mundo, en general; y los míos y 
los suyos, en particular. 
Como seguidores de Cristo, tenemos la comisión de 
predicar el evangelio a todo el mundo. Al final de los cuatro 
Evangelios y al comienzo del Libro de los Hechos, se nos dice que 
debemos hacer discípulos para Cristo en toda nación del mundo 
predicando el evangelio. Si tomamos en serio la Gran Comisión, 
debemos comenzar por darnos cuenta de que antes de intentar 
transmitir el evangelio, debemos saber precisamente qué es ese 
evangelio. 
En su primera carta a los corintios, Pablo da una clara 
definición de esta palabra: “evangelio”. Me temo que sería algo 
embarazoso si un pastor de una iglesia común le diera papel y lápiz 
a su congregación y le pidiera que respondiera a esta pregunta: 
“¿En qué consiste este evangelio que se nos envía a predicar al 
mundo? Cite algunos versículos bíblicos en apoyo de su respuesta”. 
En los primeros cuatro versículos del capítulo 15 de 1 
Corintios, Pablo nos dice cuál debería ser la respuesta a la pregunta 
del pastor. Al terminar su carta a los corintios, básicamente, Pablo 
les dice: “Ahora quiero recordarles en qué consiste el evangelio que 
les prediqué cuando llegué a Corinto. Esto es lo que les prediqué. 
Esto es lo que ustedes creyeron. Esto es lo que los salvó. Y este es 
el fundamento en que ustedes se basan. Si creen alguna otra cosa, o 
se basan en otro fundamento, están perdidos. Este es el evangelio: 
Jesucristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras. 
Jesucristo resucitó de entre los muertos, según las Escrituras”.
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
30 
Específica, explícita, precisa y simplemente, este es el 
evangelio que debemos proclamar a todo el mundo. Cuando 
comprendemos claramente lo que es el evangelio, comprendemos la 
importancia de la última semana de la vida de Jesús. También 
entendemos, entonces, lo que Jesús nos presenta en estos 
versículos, cuando dice: “Por eso me ama el Padre, porque yo 
pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que 
yo de mí mismo la pongo". 
Me resulta curioso observar a lo largo de este Evangelio que 
Jesús nunca afirma hacer nada por sí mismo. Según Jesús, Él nunca 
hace nada. El Padre hace todo, en Él y a través de Él. El Padre es el 
Origen, el Poder y el Propósito de cada palabra que Él habla y de 
cada obra que hace. El Padre es, literalmente, quien hace todo lo 
que Jesús hace. 
Aquí tenemos la excepción a este concepto. Esta es la única 
vez que Jesús dice que Él va a hacer algo. Dice: “El Padre me ama 
porque yo entrego mi vida, para después volver a tomarla. Yo tengo 
el poder, o la autoridad, para ponerla, y la autoridad, es decir, el 
poder, para volverla a tomar”. Después dice: “Este mandamiento 
recibí de mi Padre”. Así que, en realidad, aquí tampoco dice hacer 
algo aparte del Padre. Al principio, parece que sí. Él tiene un 
mandamiento del Padre, y tiene autoridad del Padre para morir y 
para resucitar de los muertos. 
Más adelante, en este capítulo, nos dirá que Él y su Padre 
son uno (v. 30). Lo que quiere decir es que todo lo que Él es, todo 
lo que dice y todo lo que hace, surge o, simplemente, es una 
expresión de su unidad con el Padre. Y esto puede ser algo 
emocionante para nosotros cuando reflexionamos sobre qué es la fe. 
Cuando Jesús enseñó a sus apóstoles en el discurso del 
aposento alto, básicamente, les dijo que, después de su muerte y su 
resurrección, ellos podrían ser con Él, como Él es con el Padre 
(14:20-24). ¡Qué maravilloso desafío es comprender que podemos 
ser uno con Cristo, con el Cristo resucitado, que es hoy, como lo 
fue ayer, uno con el Padre! 
En el contexto de esta enseñanza, Jesús les dio una promesa 
extraordinaria a los apóstoles. Les dijo que, si eran uno con el 
Espíritu Santo, así como Él, entonces, era uno con el Padre, ellos 
harían obras mayores que las que había hecho Él. Seguramente se 
refería a que sus obras serían mayores en cantidad, porque habría 
muchas más. Su extraordinaria enseñanza, que estudiaremos con 
mayor profundidad cuando analicemos esos capítulos juntos, es que 
la Palabra de Dios fue hablada, y la obra de Dios fue hecha en la 
Tierra a través de Él, porque Él era uno con el Padre. Si ellos eran 
uno con el Espíritu Santo, la Palabra y la obra de su Señor y 
Salvador iba a ser hablada y realizada en la Tierra a través de ellos. 
En este pasaje, Jesús está hablando de su muerte y su 
resurrección. ¿Recuerda esa dogmática afirmación que Jesús le hizo
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
31 
a Nicodemo cuando declaró que debía morir en la cruz porque su 
muerte en la cruz era la única salvación provista por Dios, y Él era 
el único Salvador provisto por Dios? En este pasaje, Jesús se basa 
en aquella declaración, cuando, dice, en esencia: “Ahora bien, 
cuando esto suceda, no crean que yo fui crucificado simplemente de 
la misma manera que fueron llevados a la fuerza y crucificados 
otros, porque se oponían a Roma. Ningún hombre puede quitarme 
la vida. Yo voy a entregarla por un acto de mi voluntad, y la prueba 
de ello es que voy a tomarla nuevamente por otro acto de mi 
voluntad”. 
No debe sorprendernos leer: “Volvió a haber disensión entre 
los judíos por estas palabras. Muchos de ellos decían: Demonio 
tiene, y está fuera de sí; ¿por qué le oís? Decían otros: Estas 
palabras no son de endemoniado. ¿Puede acaso el demonio abrir los 
ojos de los ciegos?” (10:19-21). 
Aquí hay un cambio de tema. En el versículo 22, comienza 
una nueva sección. Han pasado meses antes de que suceda lo que 
aquí se relata: “Celebrábase en Jerusalén la fiesta de la dedicación 
[también conocida como Jánuca]. Era invierno, y Jesús andaba en el 
templo por el pórtico de Salomón. Y le rodearon los judíos y le 
dijeron: ¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo [o 
el Mesías], dínoslo abiertamente. Jesús les respondió: Os lo he 
dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, 
ellas dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis, porque no sois 
de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las 
conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán 
jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, 
es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi 
Padre. Yo y el Padre uno somos” (25-30). 
“Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para 
apedrearle. Jesús les respondió: Muchas buenas obras os he 
mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis? Le 
respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te 
apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te 
haces Dios” (10:31-33). 
¿Quién es Jesús en el Evangelio de Juan? No olvide notar 
lo siguiente, mientras lee este Evangelio: En muchos pasajes, se ve 
claramente que Él es el Mesías. En muchos otros pasajes, como en 
este, es obvio que Él es Dios. No es simplemente un hombre 
piadoso, ni el Hijo de Dios. Él es Dios. Es parte de la Divinidad. Él 
es el Hijo, Dios es el Padre, y juntos se presentan, con el Espíritu 
Santo, como la Trinidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los tres 
son Dios. 
A lo largo de toda la Biblia encontramos a este Dios trino. 
Por ejemplo, en el primer capítulo de la Biblia, las palabras 
referidas a Dios están en plural. Leemos: “Hagamos al hombre a 
nuestra imagen”. Si leemos con atención el relato de la creación, 
veremos que se hace referencia a la presencia del Padre y del
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
32 
Espíritu en el milagro de la creación, ya que las palabras que se 
refieren a Dios están en plural: “Hagamos”, “nuestra”, etc. Se nos 
dice que el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas durante el 
proceso. En la magnífica oración que nuestro Señor dirige al Padre 
en este Evangelio, dice: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado 
tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese" 
(17:5). Por lo tanto, sabemos que el Hijo estaba presente con el 
Padre y el Espíritu cuando el mundo fue creado. 
Esta parte del diálogo se retoma cuando ellos le preguntan: 
“¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo 
abiertamente”. Él, entonces, les señala que ya les ha respondido 
claramente su pregunta, pero ellos no le creyeron. 
Al final del capítulo 8, no había ninguna duda en las mentes 
de los líderes religiosos de que Jesús afirmaba ser Dios. Trataron de 
apedrearlo por blasfemia, porque comprendieron claramente lo que 
Él afirmaba. En este pasaje encontramos la misma respuesta ante la 
afirmación de Cristo: “Entonces los judíos volvieron a tomar 
piedras para apedrearle". Juan escribe “volvieron” porque ellos ya 
lo habían hecho al final del capítulo 8, cuando Jesús afirmó eso 
mismo. 
A lo largo del Evangelio de Juan, se repite el énfasis en el 
tema de la providencia de Dios. En el capítulo 6, Juan presenta el 
ministerio del Señor en el contexto de la providencia de Dios: 
Todos los que el Padre le dé vendrán a Él, y, a menos que el Padre 
los traiga, es imposible que ellos se acerquen a Él. Cuando el Padre 
los atrae, y ellos vienen, Él no los echa fuera (6:37-47). 
Cuando ellos le preguntan sobre su obra, de hecho, Él 
responde: “Esto es lo que hago todo el día: Simplemente ando por 
este mundo y, mientras tanto, declaro estas palabras, que son 
Espíritu y son vida. Cuando yo hablo estas palabras, quienes son 
mis ovejas, que me han sido dadas, son atraídas hacia mí por el 
Padre y el Espíritu. Ellas escuchan mi voz y vienen. Y cuando 
vienen, yo nunca las rechazo”. 
En el capítulo 5, Jesús dice: “A ustedes no les faltan pruebas 
para creer en mí. No creen en mí porque no quieren hacerlo”. Aquí, 
en el capítulo 10, Él da otra razón por la que no creen, cuando dice: 
“Ustedes no creen porque no son mis ovejas. Mis ovejas me 
escuchan. Yo las conozco, y ellas me conocen a mí. Yo les doy vida 
eterna. Ellas no perecerán jamás”. Esas son las características de 
sus ovejas. Jesús dice a los líderes: “Ustedes no creen en mí porque 
no son de mis ovejas”. 
Cuando Jesús les da vida eterna a sus ovejas, ellas no 
perecen jamás. Una vez que son salvas, ¿pueden perder su 
salvación? Vea esta paráfrasis de la respuesta de Jesús a esa 
pregunta: “Si ustedes son realmente mis ovejas, es porque el Padre 
las ha atraído hacia mí y las ha entregado a mí. El Padre es la razón 
por la que ustedes vienen, el poder que hay detrás de su venida; y el 
propósito de que ustedes vengan a mí para ser salvos es la gloria del
Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 
33 
Padre” (28-30). Eso es lo que realmente sucede cuando creemos y 
somos salvos. 
Después de esta bella metáfora, Jesús presenta su gran 
interpretación y aplicación: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las 
conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán 
jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, 
es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi 
Padre. Yo y el Padre uno somos” (27-30). Cuando realmente 
comprendemos la salvación, nos damos cuenta de que nuestra 
salvación no consiste en que nosotros nos aferremos a Cristo, sino 
que Él nos aferra a nosotros. 
Cuando nuestros hijos eran pequeños, vivíamos en una 
ciudad balnearia, y yo los llevaba a la playa con frecuencia. Uno de 
nuestros hijos varones era pequeño, y, cuando caminábamos por la 
orilla, las olas llegaban a la playa con mucha fuerza. Yo quería 
tomarlo de la mano, pero mi hijo insistía en que él me quería tomar 
de la mano a mí. Así que le permití hacerlo. La primera ola lo 
volteó. Cuando salió del agua, tosiendo y escupiendo agua salada, 
extendió su bracito y me dijo: “¡Ahora tómame tú de la mano, 
papá!”. 
Mi pequeño hijo pronto descubrió que era mucho mejor que 
su padre le tomara a él la mano, y no, que él tomara la mano de su 
padre. Jesús enseña, aquí, que la salvación y la seguridad de nuestra 
salvación no consisten en que nos aferremos a nuestro Pastor. La 
buena noticia es que Él nos aferra a nosotros. 
Jesús presenta otra metáfora de ovejas en estos versículos. 
Dice que sus ovejas están en su mano. Piense en esa mano abierta, 
con una oveja, que nos representa a usted y a mí, apoyada sobre su 
palma. Ahora, escuche su promesa de que nadie puede arrebatar esa 
oveja de la mano de Jesús. 
Mientras se le ocurre que, también, la oveja podría ejercer 
su libertad de elección y tomar, deliberadamente, la decisión de 
saltar de esa mano, escuche cuando Jesús dice que la mano del 
Padre desciende sobre la de su Hijo, y las dos manos forman un 
hueco, con la oveja bien segura adentro. Ahora tiene la perspectiva 
total de la metáfora, cuando Jesús dice: “Mi Padre que me las dio, 
es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi 
Padre" (29). 
Somos seres capaces de elegir, y hay algunos “hijos 
pródigos”. Pero los hijos pródigos no se quedan en la pocilga, con 
los cerdos, toda su vida. Cuando el hijo no regresa de la pocilga, la 
conclusión es que, en realidad, nunca fue un hijo. Pero, si usted es 
un hijo pródigo, o si tiene un hijo pródigo, es un gran consuelo 
saber que los hijos pródigos regresan. Nunca es demasiado tarde 
para volver en sí y, como el hijo pródigo, darse cuenta de que su 
lugar no es esa pocilga del mundo. Y nunca deje de orar por el
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El Evangelio de Juan: amor de Jesús por los pecadores

  • 1. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 1 INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 25 EL EVANGELIO DE JUAN VERSÍCULO POR VERSÍCULO (Capítulos 8 al 10) INTRODUCCIÓN Bienvenido al tercero de una serie de seis fascículos en los que ofrecemos notas para quienes han escuchado nuestros ciento treinta programas de estudio versículo por versículo del Evangelio de Juan. Si usted no tiene los dos primeros fascículos, lo animo a que los consiga. De esa manera, contará con el fundamento que le dará la continuidad necesaria para que la lectura de este fascículo le resulte más útil. Le recuerdo que el apóstol Juan es el autor de este Evangelio. Él manifestó claramente su propósito para escribirlo: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (20:30,31).
  • 2. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 2 Capítulo 1 Tres hechos sobre el pecado y la salvación (8:1-36) En el séptimo capítulo del Evangelio de Juan leemos que, cuando Jesús enseñaba, era el más grande Maestro del mundo; y, cuando predicaba, era el más grande Predicador del mundo. ¡Cómo me hubiera gustado escuchar ese gran sermón que Él predicó y que se nos presenta en forma muy abreviada en este capítulo (7:37-39)! Como era de esperarse, su gran predicación provocaba respuestas diversas. Después de los hechos que se relatan en el capítulo 7, leemos que todos se fueron a sus casas, pero Jesús fue al monte de los Olivos, como acostumbraba hacer. Cuando los demás se iban a casa, Él buscaba un lugar solitario para orar. Después, leemos que, al amanecer, Él está en el atrio del templo y se sienta a enseñarles a las muchas personas que se han reunido a su alrededor. El hecho de que los rabíes judíos se sentaran para enseñar era una señal de su autoridad. Entonces, los maestros de la ley y los fariseos trajeron a una mujer que había sido atrapada en el acto de adulterio. La avergonzaron exponiéndola delante de todo el grupo y le preguntaron a Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?”. Esa pregunta era una trampa. Ellos creían que Jesús iba a decir algo opuesto a lo que había establecido Moisés, y querían desacreditarlo. Me parece interesante que creyeran que Jesús iba a decir algo diferente de lo que había dicho Moisés. Seguramente, en sus enseñanzas y en su trato con las personas, se veía claramente que Él era misericordioso, y que su amor era incondicional. Y no sabían cómo Él podía ser fiel a su práctica de pasar la ley de Dios por el prisma del amor de Dios antes de aplicarla a las vidas de las personas —aun de los pecadores— y, al mismo tiempo, seguir siendo fiel a la letra de la ley de Moisés. Jesús se inclinó y comenzó a escribir en la tierra con el dedo. Cuando ellos repitieron su pregunta, finalmente, se irguió y les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Después, se inclinó nuevamente y continuó escribiendo en la tierra. En respuesta a su pregunta, quienes habían recomendado que la mujer fuera condenada y ejecutada comenzaron a retirarse, de a uno por vez, los más ancianos primero, hasta que solo quedaron Jesús y la mujer, que seguía parada allí. Entonces, Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?”. Ella dijo: “Ninguno, Señor”.
  • 3. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 3 El sutil significado subyacente en estas palabras es que ningún hombre la condenaba; pero Jesús es más que un hombre. Según la pregunta con que Jesús respondió la pregunta de los líderes religiosos, el único hombre que tenía derecho a arrojar la primera piedra ese día era Jesús. Eso hace que sus palabras hacia la mujer sean las más hermosas que haya escuchado jamás esta pecadora: “Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. En el Evangelio de Juan podemos observar que una de las formas de enseñar de Jesús es lo que podríamos llamar “el acto simbólico”. A los profetas les agradaba enseñar por medio de actos simbólicos. Jeremías fue el máximo representante de este estilo de predicación, y Ezequiel fue llamado “el profeta de la pantomima”, porque dramatizaba sus sermones. Cierta vez, Jeremías llevó una gran vasija al templo, que estaba lleno de gente, y lo estrelló contra el suelo. La vasija se hizo pedazos. Entonces, Jeremías predicó un tremendo sermón en el cual, básicamente, dijo: “¡Esto es lo que Dios hará con esta nación, si ustedes no se arrepienten de sus pecados; y usará a los babilonios para hacerlo!”. ¡Podemos estar seguros de que Jeremías captó la atención de todos los que escucharon su sermón aun antes de comenzar a predicarlo! Muchos profetas, como Jeremías y Ezequiel, predicaban por medio de actos simbólicos. En el mismo espíritu que los profetas, podemos observar cuántos grandes discursos de Jesús que están registrados en este Evangelio comienzan con un acto simbólico de su parte. Todo el capítulo 2 podría ser considerado un acto simbólico. En el capítulo 3, su dogmática declaración es precedida por su diálogo con Nicodemo. En el capítulo 4, un acto simbólico precede a la afirmación de Cristo de que Él es el Agua Viva que puede saciar nuestra sed y convertirse en una fuente de la cual otros beban agua viva. En el mismo capítulo, su gran enseñanza sobre la siembra y la cosecha espiritual es precedida por un encuentro con una mujer muy sedienta que descubrió al Agua Viva y se convirtió en una fuente en la cual otros hicieron el mismo descubrimiento. Después, Jesús precede su gran diálogo con la jerarquía religiosa, por medio del cual enseña muchas cosas, con la sanidad del hombre que estaba en el estanque de Betesda. En el capítulo 6, alimenta a cinco mil familias hambrientas y, después, predica que Él es el Pan de Vida. El capítulo 8 comienza con otro acto simbólico: la palabra de amor para esta mujer que es una pecadora. No hay dudas sobre el hecho de que ella es una pecadora ni de que fue atrapada en el acto de adulterio. Jesús, después del acto simbólico de este encuentro, predicará un dinámico y elocuente sermón sobre el pecado.
  • 4. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 4 Cuando Jesús respondió a la pregunta de los escribas y fariseos con su profunda pregunta, es interesante que, desde el más anciano hasta el más joven, según dice una traducción: “sintieron la convicción de pecado de sus conciencias y se fueron, uno por uno, sin arrojar ninguna piedra, hasta que solo Jesús y la mujer quedaron allí”. Ha habido muchas especulaciones sobre lo que Jesús escribía en la tierra mientras, aparentemente, ignoraba a los acusadores. Leí a un comentarista puritano que sugería que quizá estaba escribiendo los nombres de los hombres presentes allí que habían tenido relaciones sexuales con esa mujer. Aunque esto es pura especulación, y es leer en el texto algo que el texto no dice explícitamente, nos causa curiosidad saber qué habrá escrito el Señor en la tierra. Algunos dicen que escribió los mandamientos que los hombres presentes sabían que habían quebrantado. El hecho de que Jesús era Dios y conocía los corazones de los hombres da lugar a un sinnúmero de especulaciones. Quizá simplemente se puso a escribir en la tierra para indicar que los ignoraba. Lo fundamental de este episodio es la actitud de Jesús con respecto al pecado y la forma en que se relacionó con una mujer culpable de pecado. Una de las maneras en que revelamos la opinión que tenemos de nosotros mismos es cómo nos comparamos con los demás. Cuando estos líderes religiosos acusaron a la mujer de tener pecado en su vida, Jesús preguntó, sabiamente: “¿Acaso ustedes no tienen pecado? Si alguien no tiene pecado, que sea el primero en arrojarle una piedra”. Los más ancianos se dieron cuenta antes que los jóvenes de que eran pecadores. Si usted no cree ser un pecador, podríamos preguntarle: “¿Cuántos años tiene?”. Quienes tengan cincuenta años probablemente respondan más sinceramente a esta pregunta que los que tienen veinte. En el tercer capítulo de este Evangelio, se nos dice que Jesús no vino al mundo a condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él (16-18). Jesús no se limitó a predicar esa verdad, sino demostró en la práctica esa dimensión de su mensaje del evangelio. Creo que los pecadores podían leerlo en sus ojos y en su rostro cuando Él los miraba. ¿Por qué parece que los pecadores siempre amaban a Jesús y les encantaba estar con Él? Cuando iba a los banquetes de los publicanos y los pecadores, ellos no solo se sentían cómodos, sino, según parece, les encantaba tenerlo allí. ¿Era porque Él se reía de sus chistes subidos de tono, o porque aprobaba lo que hacían y decían? ¡Jamás! Estoy convencido de que era porque Él los amaba, y ellos sabían que Él los amaba. Podían verlo en sus ojos. Lo leían en su rostro. Lo notaban en la inflexión de su voz, que no los condenaba. Él les decía y les demostraba que no los condenaba.
  • 5. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 5 Él también expresó amor por esta mujer cuando le dijo: “Vete, y no peques más”. Uno de mis escritores preferidos escribió que hay tres hechos relativos al pecado. Uno: El pecado tiene un castigo. Dos: El pecado es un poder. Tres: El pecado tiene un precio. Esos son los tres hechos relativos al pecado. También escribió que hay tres hechos relativos a la salvación. Uno: El castigo del pecado fue cancelado por la muerte de Jesucristo. El primer hecho relativo al pecado fue anulado por el primer hecho de la salvación, por lo que Jesús hizo cuando murió en la cruz. Dos: El segundo hecho relativo a la salvación es que el Espíritu Santo es un Poder capaz de controlar el poder del pecado. “Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4). Así expresa el mismo apóstol el segundo hecho relativo a la salvación en la epístola que escribe para animar a los creyentes y que se encuentra al final del Nuevo Testamento. Si usted ha creído; si ha bebido un sorbo de esa Agua Viva, y el Espíritu Santo fluye de usted como una fuente o como un río, puede estar seguro de que el Espíritu Santo es, también, un Poder lo suficientemente grande como para vencer al pecado en su vida. Ese es el segundo hecho de la salvación: el pecado es un poder, pero el Espíritu Santo es Poder, un Poder mayor que el del pecado. El tercer hecho relativo al pecado es el más difícil de superar por medio del milagro de la salvación. Lo que podríamos llamar “la mancha” del pecado, o “el precio” del pecado, deja muchas cicatrices irreparables. Pablo escribió que el pecado tiene su paga, y describe esa paga con una palabra: muerte (Romanos 6:23). La metáfora de la muerte en este contexto significa las peores consecuencias posibles. Las consecuencias del pecado pueden ser horribles y, muchas veces, son irreversibles. No podemos volver a su estado original un huevo que fue revuelto, y muchas de las consecuencias del pecado no pueden revertirse. Las peores consecuencias del pecado pueden describirse como ‘cicatrices irreparables’. Por ejemplo, si cometemos el pecado de asesinato y después acudimos a Cristo para pedir perdón, el castigo futuro que merecemos por nuestro pecado ya ha sido anulado en la cruz. Pero eso no le devuelve la vida a nuestra víctima ni nos libera de la prisión y del castigo que nuestra sociedad considera que merecemos. Hay una hermosa palabra en la Biblia que representa la forma en que Dios vence el tercer hecho del pecado con el tercer hecho de la salvación. Se trata de la palabra “justificación”. Cuando confiamos en Cristo para ser salvos y perdonados, no solo se nos perdona o se nos indulta. Es como si nunca hubiéramos pecado. Imagine que su vida es una cinta de video. Ahora, imagine que, en el tribunal de Cristo, el Señor reproduce la “película” de su vida. Antes de pasar la cinta, la corta donde comienza el pecado, hasta donde termina. Él va cortando todas las partes donde hay
  • 6. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 6 pecado en esa cinta. Cuando reproduzca la cinta de su vida, o de la mía, será como si nunca hubiéramos pecado. En relación con esta hermosa palabra del evangelio, “justificados”, la expresión “delante de Él” se encuentra más de ciento cincuenta veces en el Nuevo Testamento. Delante de él, no hay pecado. Aunque queden cicatrices en el nivel horizontal de las relaciones humanas, a los ojos de Dios no hay cicatrices. Quizá usted aprecie mejor el hecho de que esta es una excelente noticia si le ofrezco una ilustración. Imagine que está siendo juzgado por un delito del cual es inocente. El juicio se desarrolla delante de un juez, en un salón lleno de espectadores. Sin duda, usted querrá tener un abogado que esté decidido a convencer a la gente que observa el juicio de que usted es inocente, pero, si el juez no queda convencido, usted será hallado culpable. Sin embargo, si los espectadores creen que usted es culpable, pero el juez cree que es inocente, usted será dejado en libertad. Lo importante aquí es si el juez cree que usted es culpable o inocente. En el capítulo 5, aprendimos que el Padre no juzgará a nadie, sino ha encomendado todo juicio a su Hijo (5:22). Cuando nos presentemos delante del Juez de toda la Tierra, esa dimensión horizontal del juicio y la justificación de los hombres no tendrán ninguna importancia. La única dimensión del juicio y la justificación que tendrán valor será lo que Cristo piense sobre nuestra culpa o nuestra inocencia. Esto hace que esas tres palabras que aparecen tantas veces en el Nuevo Testamento sean una excelente noticia. ¡El evangelio de justificación es que “delante de Él” será como si nunca hubiéramos pecado! Sin embargo, quedan cicatrices por pecados en nuestras propias vidas y en el nivel horizontal en nuestras relaciones. Cuando pecamos, no solo nos herimos a nosotros mismos, sino también herimos a los que nos rodean. A esto se refería Martín Lutero cuando dijo: “Los pecados, generalmente, son gemelos”. Dado que, a menudo, pecamos con otra persona, dejamos cicatrices en su vida, y no solo en la nuestra. Como expresa Santiago, cuando salimos al mundo, es como si vistiéramos una túnica blanca inmaculada, sin manchas. Cuando pecamos, dejamos una mancha en nuestra túnica y, probablemente, en la túnica de otra persona también. Seguimos manchando esa túnica hasta que, cuando llegamos a Cristo, parece un delantal como el que usan los pintores, lleno de manchas de pintura. Pero cuando llegamos a Cristo, delante de Él, esa túnica es inmaculada. A nivel horizontal, en lo que concierne a otras personas, es muy, muy difícil, —algunas veces, imposible— borrar esas manchas. A nivel horizontal, ni siquiera Dios puede resolver el problema de las cicatrices, manchas o consecuencias irreversibles del pecado. Por eso señalé que Jesús demostró un gran amor por esta mujer cuando le dijo: “Vete, y no peques más”.
  • 7. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 7 Dado que hay cicatrices del pecado que son irreparables en el nivel horizontal, cuando su hijo no camina con el Señor y sale al mundo, lo que usted debe rogar es: “¡Oh, Dios, por favor, que no haya cicatrices irreparables!”. Por eso la Biblia nos enseña una y otra vez que no pequemos. Dios nos ama y desea protegernos de las terribles consecuencias del pecado. ¡El pecado no tiene nada de bueno! ¿Me permite repetirlo? No hay nada de bueno en el pecado. Así que, no peque. “Vete, y no peques más”. La buena noticia de los primeros dos hechos relativos a la salvación es que el castigo del pecado fue quitado y el poder del pecado puede ser vencido. Pero, a nivel horizontal, ese “precio” del pecado puede ser muy caro. ¡"La paga del pecado es muerte”! Lo que esto significa es que no hay nada, absolutamente nada de bueno en las consecuencias del pecado. La dinámica verdad que debemos descubrir en el acto simbólico con el que comienza este capítulo es la actitud de Jesús hacia una pecadora, la actitud de esa pecadora hacia Jesús, y la actitud de Jesús hacia el pecado. Lo que este acto simbólico nos enseña es una hermosa ilustración del evangelio que Jesús vino a establecer y a proclamar a este mundo. También tenemos la actitud de Jesús hacia estos acusadores legalistas. La historia del encuentro de Jesús con esta pecadora prepara el escenario para un magnífico sermón que Él predica sobre el pecado y las consecuencias del pecado. En mi comentario sobre el capítulo 7 (que se encuentra en el fascículo 24), señalé que Jesús era un gran predicador. Veremos esto una vez más en el capítulo 8. Dicen que, cuando uno lee la Biblia, si no busca nada, posiblemente lo encuentre. Por lo tanto, quisiera encomendarle una tarea. Quisiera decirle qué puede buscar en este octavo capítulo del Evangelio de Juan. Recuerde: aquí continúa el diálogo hostil de Jesús con los líderes religiosos. Este diálogo está por llegar a su punto más álgido. Y cuando llegue a ese punto, leeremos la buena noticia de que algunos de estos líderes religiosos judíos se convirtieron. Aquí tenemos un gran pasaje bíblico en el que leemos: “Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él. Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres? “Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (8:30-36). Como el poderoso mensaje que predicó el último día de la fiesta, esta dinámica palabra de Jesús recibió respuestas totalmente opuestas. Algunos creyeron, pero, al final del capítulo, leemos: “Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se
  • 8. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 8 escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se fue” (v. 59). Aunque Jesús predica su sermón en el contexto de un diálogo, cuando lea este capítulo, intente resumir la esencia de lo que Él predica. Cuando lo haga, observe que, de hecho, lo que les dice a estos escribas y fariseos es: “Yo sé de dónde vengo, y sé adónde voy. Pero ustedes no saben de dónde vengo, dónde estoy ni adónde voy, porque los domina la ignorancia. Ustedes vienen de la ignorancia. ¡La ignorancia los domina y, si no creen en mí, morirán en esa ignorancia!" (8:14, 19). Después, básicamente, predica: “Ustedes vienen del pecado, están bajo el dominio del pecado, y morirán en sus pecados, si no creen en mí” (21-24). A lo que le siguen estas palabras: “Su padre es el diablo. Ustedes vienen del diablo, están bajo el control del diablo, y se irán al diablo si no creen en mí" (37-44). También predica: “Yo soy de arriba, pero ustedes son de abajo”. En otras palabras: “Ustedes vienen del infierno, están controlados por el poder del infierno, y se irán al infierno si no creen en mí” (23, 24). Esta es una paráfrasis resumida de la forma en que Juan registra el sermón de Jesús. Trate de encontrar este mensaje en el diálogo, en los versículos que siguen a la historia de la mujer atrapada en el acto de adulterio. Rastree este diálogo desde donde comienza, en el capítulo 5, hasta el capítulo 8, donde algunos tomaron piedras para apedrearlo. Cuando parafraseamos y resumimos lo que Él les dijo, realmente, a estos fariseos y maestros de la ley, comprendemos por qué los que no creyeron tomaron piedras para arrojárselas. Lo que dijo Jesús no eran palabras suaves, sino una predicación potente, dinámica y dogmática. ¿Cómo cree usted que habrá sido escuchar predicar a Jesús? No me sorprende que los líderes religiosos se enfurecieran al escuchar lo que predicaba y hayan tomado piedras para arrojarle. Tampoco me sorprende que muchos de estos judíos hayan creído como consecuencia de este sermón. Jesús les dijo que permanecieran en su Palabra para ser verdaderamente sus discípulos (30-36). Al estudiar este diálogo hostil en el capítulo 8, ¿ha tomado una decisión por Cristo? Si ha estado reflexionando conmigo a lo largo de estos primeros ocho capítulos del Evangelio de Juan, quisiera plantearle una pregunta que es, más bien, un desafío. ¿Qué cree usted, personalmente, sobre Jesús? Si ha estudiado todas las afirmaciones de Cristo, especialmente en los capítulos 5, 6, 7 y 8, me pregunto: ¿Le cree usted a Jesús cuando Él afirma estas cosas? Jesús les dijo a los que creyeron que permanecieran en su Palabra para llegar a ser, realmente, discípulos suyos (30-36). ¿Está usted dispuesto a escuchar esas palabras de Jesús: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos"? ¿O, para ser sincero, tendría que apedrearlo para quitarlo de su vida para siempre? Recuerde que Él, en realidad, solo
  • 9. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 9 le da estas opciones: Puede llegar a la conclusión de que era un mentiroso; puede, con cierta condescendencia, pensar que era un lunático, o puede decidir llamarlo su Señor y Salvador personal. Ese es Jesús, esa es la fe y esa es la vida, en el octavo capítulo de Juan. Capítulo 2 Tres dimensiones de la fe (8:30-36) Cuando Jesús terminó de predicar este dinámico sermón, que queda registrado en el octavo capítulo de este Evangelio, como era de esperar, hubo una respuesta negativa y una respuesta positiva. La respuesta positiva nos regala uno de los pasajes más importantes del Nuevo Testamento. Cuando leemos que muchos de estos líderes religiosos judíos creyeron, Juan nos dice que Jesús dijo: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres? Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado [continuamente], esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (8:31-36). Jesús nunca llamó “cristiano” a nadie, ni le pidió que se hiciera cristiano a nadie. El apóstol Pablo, el más grande misionero que haya tenido jamás la Iglesia de Cristo, nunca llamó “cristiano” a nadie, y nunca le pidió a nadie que se hiciera cristiano. La palabra “cristiano” solo se encuentra tres veces en la Biblia. Fue un nombre que el mundo incrédulo les dio a los seguidores de Cristo. Esa palabra es utilizada por un cristiano solo una vez en la Biblia. Pedro escribió: “Si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello" (1 Pedro 4:16). Es obvio que Dios, Jesús, el Espíritu Santo y el apóstol Pablo no eligieron la palabra “cristiano” para referirse a los auténticos seguidores de Jesús. Como pastor, muchas veces he oído que me dicen: “Pastor, no estoy seguro de ser cristiano”. Mi respuesta, generalmente, es: “Bien, en realidad, la palabra que la Biblia usa para referirse a los seguidores de Cristo no es ‘cristiano’. Si usamos las palabras que utiliza el Nuevo Testamento, la cuestión se aclara. Jesús les decía a las personas que creyeran y, cuando lo hacían, los llamaba ‘creyentes’. Usaba esta palabra para quienes creían con algo más que con su mente. Cuando Jesús llamaba ‘creyente’ a alguien, se refería a quien había confiado en Él con su corazón y con su
  • 10. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 10 voluntad. Para Jesús, los que creían le entregaban su vida. ¿Puedo hacerle una pregunta? Si usted escuchara por casualidad que estamos hablando de usted y que decimos que ‘no es creyente’, ¿se ofendería?” Generalmente, las personas saben si son creyentes o no, y la mayoría responde que las ofendería ser consideradas no creyentes. Entonces les hablo del nuevo nacimiento: lo que es, y cuáles son las pruebas de que se ha producido. Cuando les pregunto si han nacido de nuevo, muchas me dicen: “No, creo que no he nacido de nuevo”. Entonces me concentro en una tercera dimensión de la fe y les formulo esta pregunta: “¿Es usted discípulo de Jesucristo?”. Y, generalmente, me responden: “¿Qué es un discípulo?”. Entonces, mi respuesta es: “¡Ese es el problema!”. En esta gran instrucción de Jesús a los que profesaban creer, descubrimos que la fe se presenta en tres dimensiones. La primera dimensión es creer; creer de todas las formas que Juan presenta lo que significa creer. Pero la decisión de creer es solamente la primera dimensión de la fe en Cristo. La segunda dimensión de la fe en Cristo es permanecer en la Palabra de Jesús para ser verdaderamente sus discípulos. La palabra “discípulo” es muy hermosa. Es muy similar a la palabra “aprendiz”. Significa alguien que hace lo que está aprendiendo, y aprende lo que está haciendo. Donde yo vivo hay un gran astillero que tiene una escuela para aprendices. Jóvenes hombres y mujeres aprenden en las aulas durante dos semanas. Después, los llevan al astillero, donde, durante otras dos semanas, aplican lo que han aprendido en las aulas. Después de dos semanas más en el aula, pasan a dos semanas en la práctica. Al cabo de cinco años se convierten en expertos en el trabajo de planchas de metal, en el ensamble de tubos, o cualquier otro oficio del que sean aprendices. Eso es, básicamente, a lo que Jesús se refería cuando invitaba a las personas a seguirlo y, cuando alguien lo hacía, lo llamaba su discípulo. Según Jesús, la primera dimensión de la fe es creer. La segunda es convertirse en un discípulo y seguirlo. Finalmente, Jesús predijo una tercera dimensión de la fe. No dijo cuánto tiempo debemos ser aprendices antes de entrar en esta tercera dimensión. Simplemente la presentó diciendo: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Cuando algunos le respondieron diciendo: “¿Qué quieres decir con que seremos libres? ¡Nunca hemos sido esclavos!”, les respondió: “Cualquiera que peca continuamente es un esclavo”. Básicamente, les dijo que un esclavo no tiene autoridad para liberar a otro esclavo. Pero un hijo sí tiene autoridad para dar libertad a un esclavo. Cuando hubo establecido esa metáfora, dijo: “Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”. Estoy convencido de que lo que Él quería decir era algo como lo que dice un himno: “Más allá de la página sagrada, yo te busco a ti, Señor. Mi espíritu te anhela, oh Palabra viva”. Jesús
  • 11. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 11 estaba diciendo: “Ven a mi Palabra. Tú crees en mí; entonces, permanece en mi Palabra y serás verdaderamente mi discípulo. Como discípulo, al permanecer en mi Palabra, un día, irás más allá de la página sagrada y llegarás a conocerme por relación: me conocerás como el Hijo que es la Verdad. Cuando te acerques personalmente a mí de esa manera, yo te daré libertad”. Cuando Jesús dijo: “Permanezcan en mi Palabra hasta que conozcan la verdad”, no se refería simplemente a afirmaciones intelectuales o teológicas. Se refería a llegar a conocer al que es la Verdad por medio de una relación. Esta palabra, “conocer”, se utiliza, en el Antiguo Testamento, con el sentido de una relación íntima. Leemos que Adán conoció a su esposa, y ella concibió un hijo. Esta palabra hebrea que se traduce como “conoció” significa conocer a través de una relación. En este pasaje, Jesús presenta la fe en tres dimensiones. La fe comienza con la decisión y el compromiso de creer. Así comenzamos el viaje de la fe. Pero ese es solo el principio. Los chinos dicen que un viaje de mil kilómetros comienza con el primer paso. Pero ¿qué viene después de ese primer paso? ¡El discipulado! El tema del diálogo hostil, en este momento, es la cautividad. En realidad, Jesús les dice a estos líderes religiosos: “Ustedes son cautivos. Son cautivos de su ignorancia. Son cautivos del diablo. Son cautivos del infierno. Son cautivos del pecado. Pero, cuando vayan más allá de la página sagrada y me conozcan, conocerán la Verdad que los librará de la ignorancia, del pecado, del infierno y del diablo”. Alguien escribió un pequeño poema que dice así: Un oso hambriento Un oso hambriento, con la pata atrapada en una trampa asesina, se retorcía dolorido y asustado junto al árbol al que lo ataba la cadena, lanzando aullidos espantosos. Lo vio entonces un búho, que, apoyado en una rama, más arriba, gordo y libre, filosofaba: “¿Por qué aúllas y te agitas tanto? Lo que tú necesitas, mi buen oso, es una buena dosis de dominio propio!". Quien escribió ese breve poema hizo en él una elocuente afirmación acerca de la vida. Lo que dice es que hay dos clases de personas en este mundo: las que son libres, y las que no lo son. Hoy, llamamos “adictas” a las personas que no son libres. Pueden ser adictas a la cocaína. Pueden ser adictas a la heroína o a las drogas duras. Pero una persona no solo puede ser adicta a las drogas. También puede ser adicta a la lujuria. Puede ser adicta al
  • 12. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 12 pecado, de cualquier tamaño o forma. Puede ser adicta a la comida, a su trabajo, o a cualquier cosa que haga compulsivamente. El problema es que esa persona no es libre. Y ese patético oso encadenado a un árbol es una buena representación de ese estado. Según Jesús, la mayor adicción, la adicción mortal, que constituye la raíz de todas las adicciones, es el pecado. Cuando dijo que todo aquel que practica habitualmente el pecado no es libre, Él fue directamente a la raíz de este problema de las personas que no son libres. Cuando el Señor nació, los ángeles anunciaron que su nombre sería Jesús, porque Él iba a salvarnos de nuestros pecados (Mateo 1:21). Observe que esta profecía no decía que Él iba a sacrificar su vida para el perdón de nuestros pecados. La profecía decía que Él nos iba a salvar de nuestros pecados. Cuando el apóstol Juan dedicó el Libro del Apocalipsis a Jesús, describió al Señor como “el testigo fiel, [...] que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados” (Apocalipsis 1:5). El nombre “Jesús” significa ‘Salvador’, y la palabra “salvar” significa ‘ser librado’. Si conocemos el significado de su nombre y lo que los ángeles profetizaron sobre Él, es de esperar que Jesús nos muestre cómo ser libres de nuestros pecados. ¿Es usted libre? ¿Está haciendo lo que quiere hacer, o lo que debe hacer o necesita hacer? Los que creemos en Jesús y lo seguimos ponemos mucho énfasis en la gloriosa realidad de que nuestros pecados son perdonados porque Jesús vino. Esa es una gloriosa verdad del evangelio. Pero los ángeles anunciaron que Él debía llamarse Jesús, porque nos iba a librar de nuestros pecados. No importa cuál sea su adicción; Jesús puede salvarlo de ella. ¡Confíe en Él como su Salvador ahora, y sea salvo de su adicción! ¿Qué siente usted por las personas que no son libres? Cuando se da cuenta de que las personas que conoce no están haciendo lo que desean hacer, sino lo que deben hacer, ¿qué siente? ¿Siente compasión cuando se encuentra con un alcohólico, un drogadicto o alguien que está atrapado en la red asesina de los estupefacientes? Cuando Jesús encontraba a personas que estaban “cautivas”, no quería dejarlas tal como estaban (Lucas 13:10-16). El poema que he citado refleja, lamentablemente, a millones de personas de nuestro mundo actual, que son adictas al pecado en la forma de una adicción a diferentes sustancias químicas. Ese oso patético encadenado al árbol es una representación gráfica —y trágica— de sus vidas. Lo triste es que el poema también representa a muchos creyentes, que son libres, pero no sienten compasión alguna por los que no son libres. Son como ese búho gordo y cómodo que mira desde arriba al patético oso sin demostrarle ninguna compasión. Quien escribió el poema, quizá, estaba tratando de decirnos que Jesucristo no era ningún “búho cómodo”. No miraba la cautividad de las personas con indiferencia, sin involucrarse.
  • 13. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 13 Cuando su vida se cruza con personas que no son libres, hoy, y el Cristo resucitado vive en usted, ¿qué cree que Él siente por esas personas adictas? Uno de mis escritores favoritos estaba muy apenado por la teología liberal que duda de casi todo acerca de Jesús, y escribió: “Yo creo que Él [Cristo] es, mientras que ellos ni siquiera están seguros de que fue; y, mientras ellos ni siquiera están seguros de que haya hecho, yo sé que Él aún hace”. Otro autor agregó estas palabras: “Dios es Quien dice que es, y puede hacer cualquier cosa que dice que puede hacer. Usted es quien Dios dice que usted es, y puede hacer cualquier cosa que Dios dice que puede hacer, porque Él es, y Él está en usted”. Creo que la verdad más dinámica del Nuevo Testamento es: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27). ¿Qué significa esto? Cristo en ustedes. Primero, significa que Él existe. Una conocida paráfrasis de este versículo dice: “Para que puedan descubrir este gran secreto: ¡Cristo, en su corazón, es su única esperanza!”. ¿Cree usted esto? ¿Cree que el mismo Cristo que estuvo en un cuerpo durante treinta y tres años vive en el cuerpo de usted hoy? ¿Cree, no solo en la encarnación que ocurrió, sino en la que ocurre hoy? Yo sí lo creo, y creo que el Cristo que está en nuestros corazones hoy siente lo mismo con respecto de los adictos que lo que sentía cuando estaba aquí en su propio cuerpo. Al Cristo que vive en usted y en mí hoy no le agrada encontrarse con personas que no son libres y dejarlas así como están. He tenido la experiencia de conocer a personas que no eran libres y sentir que el Cristo que está en mí gritaba por ver a esas personas liberadas de sus horribles ataduras. La mejor experiencia que he tenido con grupos pequeños fue la del grupo que se reunió semanalmente en mi casa durante cinco años: ocho hombres que se estaban recuperando de la adicción al alcohol y las drogas. En ese grupo vi a Cristo hacer libres, milagrosamente, a varias personas, como lo hacía cuando estaba en la Tierra. Lo que vi suceder en ese grupo es la aplicación, en su vida y en la mía, de lo que vemos presentado en Juan 8, versículos 30 al 36. ¿Puedo hacerle una pregunta personal? Si usted me ha acompañado a lo largo de este estudio versículo por versículo del Evangelio de Juan, ¿qué piensa ahora de las respuestas a las tres preguntas que he estado formulando? ¿Ha hallado bellas respuestas a la pregunta sobre quién es Jesús? Aquí, en este capítulo 8 de Juan, Él es el Hijo que hace libres a las personas porque no quiere que sus discípulos sean como ese patético oso atrapado y atado por las cadenas. ¿Ha descubierto respuestas para la pregunta sobre qué es la fe? En este capítulo encontramos mi respuesta favorita para esa pregunta. Nos dice que la fe viene en tres dimensiones. La primera es creer. La segunda es que, porque creemos, permanecemos en su
  • 14. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 14 Palabra y llegamos a ser verdaderamente sus discípulos. La tercera dimensión de la fe es que permanezcamos en su Palabra hasta ir más allá de la página sagrada y conozcamos por medio de una relación a Aquel que es la Verdad hasta que Él nos libere. En este octavo capítulo de Juan, ¿ha encontrado usted respuestas a la tercera pregunta sobre qué es la vida? En una palabra, esa respuesta es “libertad”. Me gusta esta descripción de la fe, porque es mi testimonio. Es posible que el creyente experimente todo al comienzo de su recorrido de fe. Quizá, en el mismo momento en que cree, conozca al Hijo en forma real, a través de una relación, y sea hecho libre. Pero a mí no me sucedió eso cuando creí en Jesucristo. Creí, fui su discípulo durante trece años, y recién entonces experimenté esa tercera dimensión de la fe. Cuando fui liberado, fue algo tan real para mí como si hubiera salido de una cárcel. En la actualidad hay millones de personas que viven en la cultura de lo “instantáneo”: hay café instantáneo, té instantáneo, comidas instantáneas, información instantánea. Realmente, tenemos “todo” instantáneo. Por lo tanto, queremos una espiritualidad instantánea, también. Por lo que he visto, Dios puede hacer eso y, algunas veces, lo hace. Pero también creo que no siempre nos da todo al comienzo de nuestro recorrido de fe, cuando creemos. He conocido a muchos creyentes que, como yo, pasaron muchos años siguiendo al Señor antes de experimentar las realidades de una relación con Él que los hizo libres. Estas tres dimensiones de la fe demuestran la realidad de que la salvación no es solo un destino; es, también, un viaje. ¿Ha creído usted, en el sentido de haberse convertido en un aprendiz? ¿Cuánto tiempo hace que sigue a Cristo como aprendiz? No es de extrañarse, si somos verdaderamente discípulos, que el proceso de aprendizaje lleve un tiempo. Jesús no dijo cuánto tiempo debíamos pasar como discípulos suyos antes que nos liberara. Permanezca en su Palabra, y Él lo hará libre. Capítulo 3 Ver para creer (Juan 9:1-12) En nuestro estudio versículo por versículo del Evangelio de Juan, llegamos ahora al capítulo 9, donde leemos: “Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Entre tanto que
  • 15. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 15 estoy en el mundo, luz soy del mundo. Dicho esto, escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, y le dijo: Ve a lavarte en el estanque de Siloé (que traducido es, Enviado). Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo. Entonces los vecinos, y los que antes le habían visto que era ciego, decían: ¿No es éste el que se sentaba y mendigaba? Unos decían: El es; y otros: A él se parece. El decía: Yo soy. Y le dijeron: ¿Cómo te fueron abiertos los ojos? Respondió él y dijo: Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos, y me dijo: Ve al Siloé, y lávate; y fui, y me lavé, y recibí la vista. Entonces le dijeron: ¿Dónde está él? El dijo: No sé” (9:1-12). Observe una vez más la enseñanza de Jesús por medio de un acto simbólico. En el capítulo 5, Él sana al hombre que estaba junto al estanque de Betesda y luego inicia un largo diálogo con los líderes religiosos, entrelazado con varios discursos. En el capítulo 6, alimenta a cinco mil familias hambrientas, y el diálogo le da oportunidad de presentarse como el Pan de Vida. En el capítulo 7, la Fiesta de los Tabernáculos le brinda la metáfora simbólica para su gran sermón sobre la invitación, por medio del cual llama a todos los que están sedientos a acercarse para descubrir que Él es el Agua Viva que puede saciar su sed y convertirlos en ríos de los cuales otros puedan beber. El capítulo 8 comienza con un encuentro que ilustra su dinámico sermón que lleva a la conversión de algunos de esos líderes religiosos. Este noveno capítulo también comienza con un acto simbólico. Jesús sana a un hombre ciego; un hombre de cuarenta años, que había nacido ciego. Este acto simbólico constituye la metáfora que ilustra un discurso en el cual Jesús afirma que Él es la luz del mundo. Como la sanidad registrada en el quinto capítulo, esta sanidad y el discurso que ilustra reviven ese hostil diálogo con los líderes religiosos. En este punto, ellos ya han determinado que no pueden coexistir con Jesús, y han comenzado a tramar cómo hacerlo morir. Este capítulo también comienza con una pregunta muy profunda. Cuando Jesús y sus discípulos se encuentran con el hombre que es ciego de nacimiento, los discípulos le preguntan a Jesús algo que estaba de acuerdo con la teología de su época. Le preguntan: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?". Los rabíes de la antigüedad creían que la enfermedad era consecuencia del pecado. Según su teología, este hombre no hubiera sido ciego si alguien no hubiera pecado. Los amigos que fueron a “consolar” a Job concordaban en que la enfermedad y el sufrimiento son consecuencias del pecado. No fue de gran consuelo para Job que ellos sugirieran que toda su desgracia le había ocurrido como consecuencia de su pecado. La trágica muerte de los diez hijos de Job seguramente había sido consecuencia del pecado en sus vidas, según estos “consoladores” amigos. La pregunta implica que
  • 16. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 16 este hombre había nacido ciego porque Dios deseaba castigar a sus padres por sus pecados, o que lo estaba castigando a él como consecuencia de su propio pecado. La idea de que la ceguera del hombre se debiera al pecado en su propia vida es más difícil de comprender, ya que él había nacido ciego. Los rabíes creían que un bebé podía pecar aun estando en el vientre de su madre, antes de nacer. Tal vez sea esto lo que está implícito en esa pregunta. Hoy, hay millones de personas que creen en la reencarnación. Creen que las desgracias que sufrimos en esta vida son consecuencia de lo que hicimos en una vida anterior. ¡Qué maravilloso es escuchar a Jesús decir: “Ni él ni sus padres”! Esto nos lleva a la pregunta: “Si la ceguera no es resultado del pecado de este hombre ni del de sus padres, ¿por qué nació ciego?”. Ya estamos preparados para esta sorprendente enseñanza de Jesús: “Esto sucedió para que la obra de Dios pudiera manifestarse en su vida”. Es una respuesta profunda y extraordinaria para la pregunta de los discípulos. Estoy en una silla de ruedas desde 1983, y he buscado en la Biblia las respuestas de Dios a la pregunta: “¿Por qué existe el mal y el sufrimiento, especialmente en las vidas de las personas buenas?”. He descubierto treinta razones bíblicas por las que Dios permite que su pueblo sufra. Jesús presenta aquí una de las mejores explicaciones bíblicas para el sufrimiento en esta profunda declaración: “Sucedió para que la obra de Dios se manifieste en su vida”. El fundamento de esta enseñanza es que el propósito de una vida humana es manifestar la obra de Dios. Jesús nos demostró cómo lo hacemos cuando oró, al final de su vida: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (Juan 17:4). Él nos dio otro ejemplo de cómo manifestamos las obras de Dios en nuestra manera de vivir cuando, a continuación de la enseñanza de sus ocho bienaventuranzas, presentó una vívida y elocuente metáfora. Según Jesús, cuando nos convertimos en sus discípulos, es como si fuéramos velas que han sido encendidas. Una vez que ha encendido nuestra luz, Él siempre tiene un candelero en el que ha de colocarnos. Después de esta metáfora, en el Sermón del Monte, continúa con esta gran exhortación: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mateo 5:14-16). En sus últimas horas con los apóstoles, Jesús les dijo: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca" (Juan 15:16). Jesús quería decir que iba a colocar a los apóstoles estratégicamente como velas en un candelero, para que pudieran dar fruto.
  • 17. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 17 Al final de ese versículo, Jesús enseña, básicamente: “Cuando ustedes comprendan que han sido salvados para dar fruto, Dios el Padre comenzará a responder sus oraciones”. El problema es que la mayoría de nosotros llegamos a la salvación de la misma manera que encaramos cualquier otra cosa en nuestra vida —con un motivo egoísta—, y nos preguntamos: “¿Qué beneficio me reportará esto?”. Nuestra motivación debería ser: “¿Qué beneficio le reportará esto a Jesús? ¿Cómo glorificará esto a Dios?”, y no: “¿Qué me reportará a mí esta experiencia de la salvación?”. Aquí vemos una gran enseñanza, cuando Jesús declara que la ceguera tenía como fin que las obras de Dios se manifestaran en la vida de este hombre. La pregunta que más nos formulamos en la vida es “¿Por qué?”. Cuando lleguemos al cielo, la palabra que más usaremos será: “¡Aaahhh!”. Mientras vivimos en esta dimensión, debemos buscar en las Escrituras las respuestas a nuestros “por qué”. El Libro de Job enseña que estas cosas suceden por la voluntad permisiva de Dios. Vienen de Satanás, pero solo por medio del permiso de Dios. Cuando suceden cosas trágicas, como la ceguera de este hombre, la gente se pregunta por qué. La forma en que Jesús les respondió esa pregunta a sus apóstoles es mi explicación favorita. Según Isaías, cuando el Mesías llegue, una de sus cartas de presentación será: “Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán” (Isaías 35:5). El propósito de lo que Juan escribe es darnos un registro de las señales milagrosas que Jesús realizó, para convencernos de que Él es el Cristo (20:30, 31). La sanidad de este hombre que era ciego de nacimiento es una de esas pruebas milagrosas. Después de decir que el propósito de la ceguera de este hombre era que “las obras de Dios se manifiesten en él", Jesús agrega esta tremenda afirmación: “Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo". Lo desafío nuevamente a observar cuán obsesionado estaba Jesús con la obra de Dios. Jesús menciona la obra de Dios después de su encuentro con la mujer junto al pozo. Estaba rebosando de gozo porque había hecho la obra de Dios cuando esa mujer encontró el Agua Viva. Fue entonces que afirmó: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra”(4:34). A lo largo de todo el Evangelio de Juan, encontraremos a Jesús haciendo referencias a estas obras que el Padre deseaba que hiciera. En el capítulo 5, dijo que eran una de las pruebas de que Él era quien decía ser. He mencionado anteriormente que Jesús glorificó a su Padre terminando las obras que Él le había dado para hacer, y que, en la cruz, sus últimas palabras fueron: “Consumado es. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Juan 17:4; 19:30; Lucas 23:46).
  • 18. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 18 Aquí, Jesús incluye a sus discípulos (es decir que nos incluye a usted y a mí) al decir: “Mientras sea de día, tenemos que llevar a cabo la obra del que me envió. Viene la noche cuando nadie puede trabajar” (9:4, NVI). Lo que Jesús llama “noche” significa el fin de nuestra vida terrenal. También podría significar que, cuando pasamos por este mundo, tenemos oportunidades de hacer las obras de Dios, y cada una tiene un plazo limitado para ser realizada. Después de compartir estas verdades, leemos que escupió en tierra, hizo barro con la saliva y la puso sobre los ojos del hombre. Entonces, le dijo: “Ve a lavarte al estanque de Siloé”. Observe que Jesús no siempre sana de la misma forma. He aquí otra gran respuesta a la pregunta de qué es la fe. Leemos que “[El hombre] Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo”. Esta es una hermosa representación de la fe y otra respuesta a la pregunta de qué es la fe. Si Jesús no hubiera hecho barro, lo hubiera puesto sobre los ojos del hombre, le hubiera indicado lo que tenía que hacer, y, sobre todo, si Jesús no hubiera sido el Gran Médico que es, no habría habido sanidad. Pero él permitió que el hombre participara en su propia sanidad. Y, para eso, el hombre debía tener fe. Cuando el agua se convirtió en vino, los siervos tuvieron la fe necesaria para sacar el agua que habían puesto en esas enormes vasijas de ochenta litros de capacidad y comenzar a servirlas como vino. Los panes y los peces del niñito se multiplicaron cuando pasaron de las manos de Jesús, por las manos de los discípulos, a las manos de la multitud hambrienta. En esas ocasiones, los apóstoles y los siervos en la boda participaron en el milagro. Tuvieron que poner en práctica la fe; entonces, se realizó el milagro. Jesús no siempre obra así, pero así realizó esos milagros y la sanidad de este hombre ciego. Así que el hombre fue y se lavó en el estanque de Siloé, y volvió a su casa viendo. Inmediatamente vemos a este hombre en su “candelero”. Sus vecinos fueron los primeros en ver su luz. Se preguntaron: “¿Es este el mismo que se sentaba a mendigar?”. Algunos dijeron: “Sí”. Otros dijeron: “No, solo se parece a él”. Pero el hombre mismo dio testimonio y dijo: “Sí, soy yo”. Aquí vemos una buena representación de lo que hemos aprendido acerca de un testigo. Un testigo no es solo algo que somos o la forma en que vivimos nuestra vida. Habrá momentos en que, estando en nuestro “candelero”, deberemos dar testimonio verbalmente —es decir, hacer brillar nuestra luz— y hablar del milagro que nos ha sucedido. Las personas se sentirán atraídas por lo que hayan visto que Dios hizo en nosotros. Cuando nos pidan una explicación, se nos indica que debemos dar razón de la esperanza que hay en nosotros (1 Pedro 3:15). Algo maravilloso le había sucedido a ese hombre. Cuando la gente vio la prueba del milagro, se maravilló por lo que había sucedido, cómo había sucedido, y lo que eso podía significar para sus vidas.
  • 19. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 19 Por eso, le preguntaron: “¿Cómo recibiste la vista?”. El hombre respondió: “Ese Hombre al que llaman Jesús hizo barro y lo puso en mis ojos. Después me dijo que fuera y me lavara. Fui, me lavé, y ahora veo”. Y cuando le preguntaron: “¿Dónde está ese Hombre?”, él les respondió: “No lo sé”. Había muchas cosas de ese milagro que el hombre no comprendía, pero sí sabía esto: antes, era ciego; y ahora, veía. Y sabía lo que le había sucedido, y cómo había sucedido: “Yo era ciego. Nací ciego, pero el hombre al que llaman Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo que fuera a lavarme. Fui. Me lavé. ¡Ahora veo!”. Una vez más vemos el énfasis en este concepto de la fe: cuando hacemos, sabemos. En nuestro viaje de fe, no se trata de ver para creer. Se trata de creer para ver. Tenemos esta respuesta de qué es la fe gráficamente ilustrada aquí en la experiencia de este hombre que nació ciego, pero ahora puede ver porque conoció a Jesús, le creyó y lo obedeció. La Luz del mundo Cuando Jesús sanó al hombre junto al estanque, dije que se trataba de una sanidad estratégica, ya que fue el disparador que dio lugar al diálogo que Jesús deseaba iniciar con los líderes religiosos. Jesús solía hacer las cosas de esa manera. Él alcanzó a la mujer de Samaria porque, aunque solo pasaba por allí, quería ver a Samaria alcanzada por esa mujer después que Él hubiera pasado. Pasaba por Jericó cuando alcanzó a Zaqueo, quien, a su vez, alcanzó a Jericó para Él, cuando Él ya había salido de allí. Como he señalado, en la sanidad del hombre junto al estanque, en el capítulo 5, esta sanidad se convirtió en un disparador que reanudó el diálogo hostil con los líderes religiosos. Después de la sanidad de este hombre ciego, Jesús pronunció su discurso en el que afirmaba que era la Luz del mundo. Cerca del final del capítulo, Juan nos dice que, a continuación de estas palabras, Jesús presentó su aplicación: como Luz del mundo, Jesús era una clase de luz muy especial. Era una luz que daba vista a quienes eran ciegos y, al mismo tiempo, revelaba la ceguera de quienes decían que podían ver. Los fariseos estaban allí cerca y escucharon su discurso. Ellos entendieron lo que Jesús afirmaba y lo aplicaron correctamente. Por eso, le preguntaron: “¿Quieres decir que nosotros somos ciegos?”. Jesús les respondió: “Si fueran ciegos, no tendrían pecado. Pero ustedes dicen que ven. Por eso, su pecado permanece”. En un lugar de Estados Unidos, cierta vez, hubo una explosión que hizo que se desplomara parte de una cueva en una mina de carbón. Después de la explosión, unos treinta mineros quedaron atrapados durante tres días en la mina hasta que los rescatadores llegaron hasta donde estaban. Los mineros pasaron
  • 20. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 20 esos tres días en total oscuridad. Cuando los rescatadores finalmente llegaron hasta ellos, después de mucha alegría y mucha celebración, uno de los mineros rescatados les preguntó: “¿Por qué no trajeron luces?”. En realidad, los rescatadores habían llevado muchas linternas y luces. La pregunta hizo que se acallara la celebración, ya que todos se dieron cuenta de que la explosión que había hecho desmoronarse la cueva lo había cegado, pero él no se enteró de que estaba ciego hasta que llegó la luz. En un contexto espiritual, esto es lo que Jesús les estaba diciendo a esos líderes religiosos. Ellos eran espiritualmente ciegos, pero pensaban que podían ver. Hasta se jactaban de su gran visión espiritual. Por el contrario, este hombre al que Jesús sanó, que era físicamente ciego y recibió la vista, era una imagen de las personas que saben que no ven como deberían ver. Cuando Aquel que es la Luz del mundo llega, ellos reciben la luz y son sanados de su ceguera espiritual. Cuando los líderes religiosos, muy ofendidos, preguntaron: “¿Quieres decirnos que somos ciegos?”, Jesús, claramente, les dijo: “Sí; eso es precisamente lo que les digo”. El hombre que había sido sanado fue excomulgado de la sinagoga. Cuando Jesús lo encontró y se dio a conocer, el hombre creyó y confesó a Jesús como Señor. Como ya he señalado, este capítulo y la historia de esta sanidad nos dan hermosas respuestas para la pregunta sobre qué es la fe. El hombre cree, llama “Señor” a Jesús y lo adora; debemos incluir estos tres pasos fundamentales de la fe en la respuesta a esta pregunta. Cuando vemos que Jesús le da seguridad a este hombre y obtiene de él una confesión de fe y su adoración, al sanarlo, también descubrimos maravillosas respuestas para la pregunta: “¿Quién es Jesús?”. Observe cómo, al igual que la mujer que estaba junto al pozo, este hombre comprende gradualmente quién es Jesús. Al principio, no tiene la menor idea de quién es Él. Simplemente es “aquel hombre que se llama Jesús”. Pero gradualmente va comprendiendo Quién es Jesús, hasta que llega a confesarlo como su Señor y lo adora. El hombre que recibió la vista porque conoció a Jesús y las aplicaciones que Jesús hace de esta historia son, también, respuestas para la tercera pregunta que Juan repite a lo largo de su Evangelio: “¿Qué es la vida?”. Quienes han vivido cuarenta años antes de experimentar la salvación nos dirán que su experiencia de salvación fue como si hubieran nacido ciegos. Después de ser espiritualmente ciegos durante cuarenta años, encontraron la Luz del mundo. Él les reveló su ceguera, sanó su ceguera, y, ahora, ellos ven por primera vez en su vida. La vida es darnos cuenta de que hemos nacido ciegos espiritualmente, pero, después de conocer a Jesús, podemos, junto con este hombre, exclamar: “Hay muchas cosas que no sé, pero algo sé: ¡yo era ciego, y ahora veo!”.
  • 21. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 21 A medida que avanzamos por los capítulos del Evangelio de Juan, ¿permitirá usted que la Vida, que es la Luz que alumbra a todo hombre, revele su ceguera espiritual? ¿Querrá, entonces, andar en la Luz que Él es, mientras Él le muestra cómo usted puede ser parte del proceso de la fe que produce el milagro que Él quiere hacer de su vida? Formúlese estas tres preguntas de Juan, y contéstelas, en este capítulo de su profundo Evangelio. Capítulo 4 Los llamados (Juan 10:1-16) Cuando el hombre ciego que recibió milagrosamente la vista fue expulsado de la sinagoga, Jesús predicó un profundo y bello sermón en el que claramente afirmaba ser el Buen Pastor que David presenta en su inspirado Salmo 23. Antes de estudiar este sermón, quisiera compartir con usted un principio de todo estudio bíblico. Cuando los libros de la Biblia fueron escritos, originalmente, no estaban divididos en capítulos. Los libros del Nuevo Testamento fueron divididos en capítulos más de mil años después de haber sido escritos, para ayudarnos a estudiarlos y hacer referencia a pasajes específicos. Por lo tanto, cuando llegamos a la división de un capítulo, siempre es bueno que nos preguntemos: “¿Hay un cambio de tema o de contexto en este nuevo capítulo? ¿Hay algo en el capítulo que acabo de leer que me ayude a comprender lo que voy a leer ahora?”. Eso es lo que encontramos cuando leemos el capítulo 10 de Juan. El hecho de que el hombre que Jesús sanó fuera expulsado de la sinagoga nos enseña a comprender esta gran enseñanza de Jesús: “De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador. Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es. A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (10:1-5). Jesús comienza esta enseñanza con las palabras “de cierto”. En otras palabras, dice: “Lo que voy a decirles ahora es algo especialmente verdadero e importante”. Después, utiliza una inspirada metáfora, y leemos: “Pero ellos no entendieron qué era lo que les decía" (10:6). Su metáfora hablaba de un redil. Es muy importante que sepamos bien cómo se cuidaban las ovejas en esa época para comprender qué era un redil. Esta metáfora nos presenta uno de los muchos aspectos fascinantes de la crianza de ovejas. Un redil era un área cercada en un pueblo o una aldea, que se utilizaba para dejar a las ovejas durante la noche. Por ejemplo: un pastor pasaba por una aldea o un
  • 22. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 22 pueblo con sus ovejas. Mientras él pasaba la noche en una posada, dejaba a sus ovejas en este redil comunitario. Imaginemos que cinco o seis pastores diferentes dejan sus ovejas en un mismo redil. Por la mañana, cuando los pastores van a buscar a sus ovejas, cada uno simplemente llama a las que son de él. Tiene una forma especial de llamarlas. Después, se va del redil. Cuando el pastor llama a sus ovejas y se aleja, las ovejas, que conocen su voz, lo siguen. No siguen a otro pastor ni a alguien que trate de robarlas. Ahora bien, Jesús utilizó esto como metáfora, y ellos no comprendieron lo que les estaba diciendo. Estoy convencido de que el redil, en esta metáfora de Jesús, es el judaísmo. Jesús declaró que, así como el pastor va al redil, llama a sus ovejas, y las ovejas conocen su voz y lo siguen, como el Buen Pastor, Él estaba llamando a sus ovejas para que salieran del redil del judaísmo. Debemos comprender que todos los apóstoles eran judíos, así como todos los miembros de la iglesia que aparecen en los primeros nueve capítulos del Libro de los Hechos. Jesús se refería, obviamente, al hombre que Él había sanado. Estos líderes religiosos judíos habían expulsado al hombre de la sinagoga porque él había aceptado a Jesús como su Señor y lo había adorado. Por medio de esta elocuente metáfora, Jesús les dice: “Ustedes no lo expulsaron de la sinagoga; él me sigue porque es una de mis ovejas, y reconoció mi voz”. Jesús presenta otra afirmación sobre lo que Él es en este décimo capítulo: “Yo soy la puerta de las ovejas”. En su metáfora sobre el redil, Jesús es el Pastor que llama a sus ovejas para que salgan del redil común, compartido. Pero cuando ellos no comprenden esa figura, leemos: “Volvió, pues, Jesús a decirles”. Ahora, intenta nuevamente explicarles qué le sucedió a ese hombre que fue sanado y expulsado de la sinagoga. “De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas. Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (10:7-10). Podemos encontrar muchas respuestas a la pregunta sobre quién es Jesús, ya que Él declara en muchas ocasiones: “Yo soy. Yo soy. Yo soy”. La profunda respuesta que encontramos aquí se nos presenta cuando Jesús afirma ser el Buen Pastor del que escribió David y, después, agrega esta metáfora: “Yo soy la puerta de las ovejas”. Un pastor viajó por Tierra Santa para estudiar la crianza de las ovejas, porque estaba decidido a aprender el significado de las muchas metáforas sobre ovejas que se encuentran en la Biblia, como las que David utilizó en sus Salmos pastorales, y las que ahora estamos estudiando. Una noche, vio la demostración de esta
  • 23. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 23 metáfora de la puerta de las ovejas. Cierta vez, se impresionó al ver, en el centro de una aldea grande, un gran redil en el que varios rebaños de ovejas pasaban la noche. Un pastor tenía la responsabilidad de cuidar a las ovejas durante la noche. El redil estaba rodeado por un muro sólido, así que, cuando las ovejas estaban dentro de él, estaban seguras. En el lugar donde uno esperaría encontrar una puerta, había un espacio de aproximadamente dos metros de ancho. El ministro, pensando que las ovejas podrían escaparse por ese espacio abierto, o que por él podrían entrar animales depredadores, le preguntó al pastor: “¿Dónde está la puerta?”. El pastor se tendió a lo largo del espacio abierto y dijo: “Yo soy la puerta. Ninguna oveja puede entrar ni salir de este corral a menos que pase sobre mí, y ningún depredador puede entrar sin despertarme”. Descubrimos la primera aplicación personal que Jesús deseaba darle a esta metáfora cuando dice: “El que por mí entrare, será salvo...” Y también hay una aplicación adicional: “...y entrará, y saldrá, y hallará pastos". Jesús declara, osadamente, ante los líderes judíos, que Él está estableciendo otro redil. Está llamando a los que compondrán ese nuevo redil a que salgan del redil del judaísmo. En realidad, profética y alegóricamente, estaba presentando un perfil de la Iglesia que declaró que iba a edificar. Cuando leemos el Evangelio de Mateo, hasta llegar al capítulo 16, Jesús está construyendo un reino. Cuando leemos el capítulo 16 de ese primer Evangelio, escuchamos a Jesús declarar que Él va a edificar su Iglesia, y que ni todos los poderes del infierno podrán evitar que lo haga. La palabra “iglesia” significa, literalmente, “los llamados afuera”. En esta profunda y bella metáfora, Jesús nos da una maravillosa descripción de la Iglesia. Esta es, en realidad, una metáfora doble: cuando Él afirma que es la puerta por la que deben pasar las ovejas para ser salvas, la palabra “salvo” significa, literalmente, estar a salvo, seguro. Pero la aplicación que Jesús desea darle es que solo a través de Él podemos ser salvos (Hechos 4:12). Jesús dice esto mismo más adelante en este Evangelio, cuando afirma, dogmáticamente, que Él es el camino hacia Dios, y que no hay otro camino para llegar a su Padre Dios (Juan 14:6). La segunda parte de esta metáfora, que muestra a las ovejas que entran y salen del redil, y hallan pastos verdes, describe, proféticamente, el plan de Cristo de colocar a quienes son salvos en el redil de la Iglesia. Al salir y entrar en la comunidad espiritual de sus congregaciones, encontrarán todo lo que necesitan para vivir para Cristo y servirlo (Efesios 4:12). Dios nos dice que no es bueno que un ser humano esté solo, y, por eso, coloca a los solitarios en familias (Génesis 2:18). Cuando las ovejas perdidas hallan la puerta de la salvación, el Buen Pastor es, también, la Puerta de entrada al redil, que coloca a esas ovejas salvadas en familias.
  • 24. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 24 ¿Ha observado usted este tema en la Biblia? Podríamos llamarlo: “Las idas y venidas del pueblo de Dios”. Los que más trabajan para Dios son, primero, grandes adoradores de Dios antes de trabajar para Él. Quienes salen a trabajar para Dios, primero, experimentan lo que es llegar a Él. Tienen una llegada con propósito antes de poder tener una salida fructífera. Cuando estudie biografías en la Biblia, busque las experiencias de las personas que “llegan” a Dios, que, muchas veces, preceden a sus “salidas”. Por ejemplo, Moisés llegó durante ochenta años antes de tener cuarenta años de fructífera salida. Estoy convencido de que nuestra salida es, muchas veces, infructuosa y vacía de significado, porque, simplemente, salimos sin llegar a Dios primero. Esta es una bella metáfora: “Entrará, y saldrá, y hallará pastos”. Dios bendice nuestra entrada y, luego, nuestra salida. Observe las muchas invitaciones de Jesús que nos instan a acercarnos a Él. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga" (Mateo 11:28-30). "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba" (Juan 7:37). En el relato del evangelio, leemos que, cuando las personas responden a estas invitaciones y llegan con propósito, su sed es saciada, su hambre es satisfecha, y encuentran descanso para sus almas. Finalmente, siempre escuchan la Gran Comisión. “Ahora, ve. Ahora que has venido con propósito, ahora que has bebido del Agua Viva, haz que esta agua viva se convierta, en ti, en una fuente de la que beban otros. Que la saciedad de tu sed se convierta en ríos de agua viva que fluyan de ti para los demás”. En otras palabras, usted ha llegado con propósito. Ahora, salga con propósito. “Entra, halla pastos y, después, ve”. Muchos creyentes han hallado gran consuelo en la promesa de este Buen Pastor de que Él va delante de ellos cuando llama a sus ovejas, y ellas lo siguen. Hay momentos en nuestra vida en que nuestro Buen Pastor desea hacer una cosa nueva (Isaías 43:19). Entonces, nos llama a salir y seguirlo a ese nuevo capítulo que desea escribir en nuestro diario de viaje de la fe. Él nos ama tanto que, algunas veces, su llamado no es solo una voz que nos llama a esa nueva dimensión de fe y servicio; algunas veces, en su amorosa providencia, Él nos presenta situaciones o personas que nos empujan desde atrás. Cuando Él tiene un nuevo lugar escrito para nosotros en el rollo de su voluntad, hay tres cosas que debe realizar en nuestra vida. Primero, debe sacarnos del lugar anterior. Dado que todos nosotros tendemos a buscar seguridad, no queremos dejar la seguridad del viejo lugar. Por eso, Él debe agregar, a la voz que tira de nosotros desde adelante, algo que nos sacuda y nos empuje fuera del lugar viejo.
  • 25. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 25 Durante el tiempo de transición entre lo viejo y la cosa nueva a la que Él nos está llamando, su segunda obra es mantenernos en movimiento para poder tirar de nosotros durante la transición. Su tercera obra es ajustarnos para que encajemos en ese nuevo lugar que tiene para nosotros, y en esa cosa nueva que quiere hacer en nosotros, por nosotros, y a través de nosotros. Todo este proceso está ilustrado en el Antiguo Testamento, cuando Dios deseaba sacar a los hijos de Israel de Egipto para llevarlos a la Tierra Prometida, Canaán. “Y nos sacó de allá, para traernos y darnos la tierra que juró a nuestros padres" (Deuteronomio 6:23). La voz de Dios, que los guiaba a esa cosa nueva y ese lugar nuevo, se demostró en forma dramática por medio de la nube durante el día y la columna de fuego durante la noche, que guiaron al pueblo por el desierto de su incredulidad hasta entrar en la Tierra Prometida. Cuando estaban frente al Mar Rojo, el ejército egipcio que avanzaba contra ellos en medio de una nube de polvo sin duda fue el empujón providencial que los hizo salir de lo viejo para que pudieran llegar al nuevo lugar que Dios deseaba para ellos. Esta es la versión del Antiguo Testamento de la misma verdad que Jesús enseña por medio de esta profunda metáfora. Hay otra aplicación devocional de esta metáfora. Cuando escuchamos a Jesús decir que Él es la Puerta de las ovejas, si sabemos que Él es nuestro Pastor, ningún “depredador” (problema) podrá entrar a nuestra vida a menos que pase, primero, sobre el cuerpo de nuestro Pastor. Esto, sin duda, debería ser un gran consuelo para tantos devotos creyentes que sufren problemas de enfermedad y discapacidad. Personalmente, al estar, hoy, inválido y postrado en una cama, yo encuentro gran consuelo en esta aplicación. Como vemos en el Libro de Job, estos problemas quizá no vengan directamente del Señor, pero no pueden alcanzarnos a menos que nos lleguen por su voluntad permisiva. Satanás tuvo que pedir permiso al Señor antes de afligir a Job, y creo que tiene permiso de nuestro Pastor para afligirnos a nosotros. Ningún predador, ningún problema puede llegar a usted o a mí, a menos que, primero, pase por Él. Hay, todavía, una aplicación más de esta profunda metáfora, cuando Jesús realiza esta solemne declaración ante los líderes religiosos judíos: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia". ¿Qué quiere decir Jesús cuando manifiesta que todos los que han venido antes que Él eran ladrones y salteadores? (vv. 1,2). ¿O cuando dice: “El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador”? ¿Qué quiere decir más adelante en este pasaje, cuando habla del “asalariado”?
  • 26. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 26 Recuerde: cuando limpió el templo, Jesús dijo: “Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones" (Mateo 21:13; Marcos 11:17). Cuando los romanos conquistaron Jerusalén, cuarenta años después que Jesús pronunciara estas palabras, hallaron el equivalente de más de cinco millones de dólares en la caja fuerte del templo. La forma en que los líderes religiosos explotaban a los peregrinos religiosos era un negocio corrupto y muy productivo que sin duda les amerita la calificación de ladrones y salteadores. También los llama “asalariados”. Con esto, quiere decir que, a ellos, las ovejas no les importan en lo más mínimo. Son simples asalariados. Recuerde esto al leer la metáfora con algunos cambios hechos por Jesús en los siguientes versículos: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas” (10:11-13). Esta era una grave condena para esos líderes religiosos judíos. Ellos eran los ladrones y salteadores, y los asalariados a los que Jesús se refiere en esas palabras. Eran parte del sistema religioso corrupto de explotación que los hacía ricos. Es obvio que no les importaba nada de ese hombre que había estado paralítico durante treinta y ocho años, junto al estanque de Betesda. No les importaba nada de él, y no estaban precisamente felices de que hubiera sido sanado. De la misma forma, tampoco tenían compasión por este hombre ciego, y también parece que no les agradó en lo más mínimo el milagro de que él, ahora, pudiera ver. ¿Cómo podían estar tan endurecidos y no tener la menor compasión por estas personas patéticas que Jesús amaba tanto? La explicación podría estar en este punto. Ellos no eran pastores. Eran asalariados, es decir, religiosos profesionales, que trabajaban por un salario, y por los beneficios y prestigios que su profesión implicaba. Y eran ladrones y salteadores. Eran lo que podríamos llamar “estafadores religiosos”, timadores. Ganaban millones de dólares explotando a los peregrinos religiosos durante los días santos, y al pueblo de Dios, con regularidad. Más adelante, en este Evangelio, Jesús indica a Pedro que demuestre que ama a su Señor y Salvador pastoreando y alimentando a las ovejas que Él ama. A estos líderes religiosos no les importaba nada de las ovejas. Aunque, como Pedro, tenían el mandamiento, y decían que se les había confiado la responsabilidad de alimentar y pastorear esas ovejas, ganaban millones de dólares para sí mismos esquilmándolas. Pero, en contraste directo con ellos, Jesús afirma todas estas cosas sobre sí mismo. “Yo soy el buen pastor” (lo afirma dos veces). “Y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el
  • 27. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 27 Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas". Como en el capítulo 5, Jesús, de hecho, está diciendo: “El Padre y yo tenemos una relación. Yo conozco al Padre, y el Padre me conoce a mí. Yo llamo a mis ovejas, como a esa mujer junto al pozo, a Nicodemo, al hombre que estaba junto al estanque de Betesda, y a este hombre ciego que recibió la vista”. Se refiere a estas personas cuando dice: “Yo conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí. Ellas escuchan mi voz y la conocen. No oirán ni seguirán a un ladrón o a un extraño. Pero conocen mi voz, y me siguen a mí”. En el contexto de estas profundas metáforas sobre las ovejas, Jesús afirma, además: “También tengo otras ovejas que no son de este redil". He oído aplicar este versículo de muchas maneras. En una iglesia cuya membresía es de una única raza, he oído que lo citaban para reconocer el hecho de que hay personas de otras razas que son creyentes. También escuché a personas de una tendencia teológica reconocer, con ciertas reservas, esta misma realidad, citando este versículo: hay personas que no creen como creen ellas, pero también son parte del redil. La interpretación y la aplicación que Jesús quería dar a estas palabras se demuestran en el Libro de los Hechos. En ese inspirado libro histórico del Nuevo Testamento, hasta que llegamos al capítulo 10, todos los creyentes que componen la Iglesia son judíos. El glorioso milagro de que la Iglesia que Él va a edificar incluirá a los gentiles es la interpretación y la aplicación principal de lo que Jesús quiere decir cuando sostiene: “También tengo otras ovejas que no son de este redil”. La interpretación y la principal aplicación de este versículo son que personas que no son judías formarán parte de este nuevo rebaño. El Señor le dio a Pedro una revelación sobrenatural y la repitió tres veces, para convencerlo de que la Iglesia debe incluir a los gentiles (Hechos 10). Un evangelista que es judío mesiánico, dinámico y potente predicador, habló ante varios cientos de seminaristas. Cuando muchos lo felicitábamos después de su excelente sermón, uno de los estudiantes más avanzados le dijo: “Usted es el primer judío cristiano que conozco”. El predicador judío se volvió hacia él y le preguntó: “¿Es que no ha oído hablar de los doce apóstoles?”. Solemos olvidar que los doce apóstoles eran judíos. El evangelio predicado por el Cristo vivo y resucitado, y sus seguidores, es llamado una revelación hebreo-cristiana de la verdad por dos razones. Primera: Todo lo que creemos, como seguidores de Cristo, está basado estrictamente en las Escrituras, que son, primero, el Antiguo Testamento judío, y, después, el Nuevo Testamento, que dice que Jesús vino y lo que eso debería significar para los que creen en Él. Segunda: La Iglesia de Jesucristo es judía hasta que se convierte en un redil de ovejas salvadas, que escuchan y conocen la voz de Cristo, que los llama a salir del judaísmo para
  • 28. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 28 seguirlo a Él. En resumen: Para resumir estos primeros dieciséis versículos de Juan, capítulo 10: ¿Quién es Jesús? En este capítulo, Él es la Puerta que lleva al redil, y Él es la única puerta por la cual las ovejas pueden entrar a ese redil para hallar la salvación. Las ovejas, entonces, tendrán continuamente una entrada con propósito y una salida fructífera por esa puerta. Ese es Jesús en este gran capítulo. ¿Y qué es la vida en este capítulo? La vida eterna es ser una de sus ovejas. Es la salvación que se halla al entrar al redil por la puerta que Él es, y ser mantenido seguro y a salvo. La vida es estar continuamente entrando y hallando pastos. Nuestras necesidades son satisfechas cuando entramos, porque Él vino para que tengamos vida, y vida en abundancia. La vida es, entonces, hallar, en ese redil de la comunidad espiritual de la Iglesia, todo lo que necesitamos para vivir por Cristo, servir a nuestro Señor y glorificar a Dios. ¿Y qué es la fe? Fe es la convicción de que el Cristo vivo y resucitado es la Puerta que lleva a la salvación y a las bendiciones del redil. Fe es creer que Él es la única puerta por la que debemos pasar para ser salvos y entrar en la vida eterna. Por lo tanto, fe es negarnos a seguir la voz de los extraños, ladrones y salteadores. Fe es, también, escuchar su voz y asumir los compromisos necesarios para seguirlo. Fe es la decisión de hacer un cambio, sabiendo que cuando Él llama a sus ovejas a salir, siempre va delante de ellas, y que confirmará ese milagro mientras lo seguimos. En otras palabras, la fe es la guía de Dios y la confiada convicción que tiene el valor de seguir esa guía de Dios. Ese es Jesús, eso es la fe, y eso es la vida, en los primeros dieciséis versículos de Juan, capítulo 10. Capítulo 5 Ovejas seguras (Juan 10:17-42) “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor. Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (14- 18). Ahora, Jesús describe, obviamente, su obra más importante. Ministra públicamente durante tres años, y ya está en Jerusalén, que
  • 29. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 29 será el escenario de la obra más importante que Él haga en este mundo. Como he señalado en mi enfoque de este Evangelio, hay veintiún capítulos en el Evangelio de Juan. Aproximadamente la mitad de ellos nos hablan de los primeros treinta y tres años de la vida de Jesús, pero no dicen absolutamente nada de su nacimiento ni de sus primeros treinta años de vida. En realidad, solo registran los últimos tres años de su vida. Para cuando llegamos al capítulo 12, Jesús ya ha vivido treinta y tres años, incluyendo los tres años de ministerio público. Todos los demás capítulos, donde se encuentra la mitad del contenido de este Evangelio, se refieren a la última semana de su vida. Entre los cuatro Evangelios, hay ochenta y nueve capítulos. Solo cuatro de ellos hablan del nacimiento de Jesús y sus primeros treinta años de vida. Ochenta y cinco capítulos se dedican a los últimos tres años, y veintisiete, a la última semana de su vida. ¿Por qué es tan importante esta última semana? El relato escrito de la última semana de la vida más importante que jamás se haya vivido ocupa la mitad de la biografía de Jesús, porque esos capítulos y versículos registran el milagro de que Él murió y resucitó para salvarnos. Su muerte y su resurrección ocurrieron para que fueran perdonados los pecados de todo el mundo, en general; y los míos y los suyos, en particular. Como seguidores de Cristo, tenemos la comisión de predicar el evangelio a todo el mundo. Al final de los cuatro Evangelios y al comienzo del Libro de los Hechos, se nos dice que debemos hacer discípulos para Cristo en toda nación del mundo predicando el evangelio. Si tomamos en serio la Gran Comisión, debemos comenzar por darnos cuenta de que antes de intentar transmitir el evangelio, debemos saber precisamente qué es ese evangelio. En su primera carta a los corintios, Pablo da una clara definición de esta palabra: “evangelio”. Me temo que sería algo embarazoso si un pastor de una iglesia común le diera papel y lápiz a su congregación y le pidiera que respondiera a esta pregunta: “¿En qué consiste este evangelio que se nos envía a predicar al mundo? Cite algunos versículos bíblicos en apoyo de su respuesta”. En los primeros cuatro versículos del capítulo 15 de 1 Corintios, Pablo nos dice cuál debería ser la respuesta a la pregunta del pastor. Al terminar su carta a los corintios, básicamente, Pablo les dice: “Ahora quiero recordarles en qué consiste el evangelio que les prediqué cuando llegué a Corinto. Esto es lo que les prediqué. Esto es lo que ustedes creyeron. Esto es lo que los salvó. Y este es el fundamento en que ustedes se basan. Si creen alguna otra cosa, o se basan en otro fundamento, están perdidos. Este es el evangelio: Jesucristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras. Jesucristo resucitó de entre los muertos, según las Escrituras”.
  • 30. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 30 Específica, explícita, precisa y simplemente, este es el evangelio que debemos proclamar a todo el mundo. Cuando comprendemos claramente lo que es el evangelio, comprendemos la importancia de la última semana de la vida de Jesús. También entendemos, entonces, lo que Jesús nos presenta en estos versículos, cuando dice: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo". Me resulta curioso observar a lo largo de este Evangelio que Jesús nunca afirma hacer nada por sí mismo. Según Jesús, Él nunca hace nada. El Padre hace todo, en Él y a través de Él. El Padre es el Origen, el Poder y el Propósito de cada palabra que Él habla y de cada obra que hace. El Padre es, literalmente, quien hace todo lo que Jesús hace. Aquí tenemos la excepción a este concepto. Esta es la única vez que Jesús dice que Él va a hacer algo. Dice: “El Padre me ama porque yo entrego mi vida, para después volver a tomarla. Yo tengo el poder, o la autoridad, para ponerla, y la autoridad, es decir, el poder, para volverla a tomar”. Después dice: “Este mandamiento recibí de mi Padre”. Así que, en realidad, aquí tampoco dice hacer algo aparte del Padre. Al principio, parece que sí. Él tiene un mandamiento del Padre, y tiene autoridad del Padre para morir y para resucitar de los muertos. Más adelante, en este capítulo, nos dirá que Él y su Padre son uno (v. 30). Lo que quiere decir es que todo lo que Él es, todo lo que dice y todo lo que hace, surge o, simplemente, es una expresión de su unidad con el Padre. Y esto puede ser algo emocionante para nosotros cuando reflexionamos sobre qué es la fe. Cuando Jesús enseñó a sus apóstoles en el discurso del aposento alto, básicamente, les dijo que, después de su muerte y su resurrección, ellos podrían ser con Él, como Él es con el Padre (14:20-24). ¡Qué maravilloso desafío es comprender que podemos ser uno con Cristo, con el Cristo resucitado, que es hoy, como lo fue ayer, uno con el Padre! En el contexto de esta enseñanza, Jesús les dio una promesa extraordinaria a los apóstoles. Les dijo que, si eran uno con el Espíritu Santo, así como Él, entonces, era uno con el Padre, ellos harían obras mayores que las que había hecho Él. Seguramente se refería a que sus obras serían mayores en cantidad, porque habría muchas más. Su extraordinaria enseñanza, que estudiaremos con mayor profundidad cuando analicemos esos capítulos juntos, es que la Palabra de Dios fue hablada, y la obra de Dios fue hecha en la Tierra a través de Él, porque Él era uno con el Padre. Si ellos eran uno con el Espíritu Santo, la Palabra y la obra de su Señor y Salvador iba a ser hablada y realizada en la Tierra a través de ellos. En este pasaje, Jesús está hablando de su muerte y su resurrección. ¿Recuerda esa dogmática afirmación que Jesús le hizo
  • 31. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 31 a Nicodemo cuando declaró que debía morir en la cruz porque su muerte en la cruz era la única salvación provista por Dios, y Él era el único Salvador provisto por Dios? En este pasaje, Jesús se basa en aquella declaración, cuando, dice, en esencia: “Ahora bien, cuando esto suceda, no crean que yo fui crucificado simplemente de la misma manera que fueron llevados a la fuerza y crucificados otros, porque se oponían a Roma. Ningún hombre puede quitarme la vida. Yo voy a entregarla por un acto de mi voluntad, y la prueba de ello es que voy a tomarla nuevamente por otro acto de mi voluntad”. No debe sorprendernos leer: “Volvió a haber disensión entre los judíos por estas palabras. Muchos de ellos decían: Demonio tiene, y está fuera de sí; ¿por qué le oís? Decían otros: Estas palabras no son de endemoniado. ¿Puede acaso el demonio abrir los ojos de los ciegos?” (10:19-21). Aquí hay un cambio de tema. En el versículo 22, comienza una nueva sección. Han pasado meses antes de que suceda lo que aquí se relata: “Celebrábase en Jerusalén la fiesta de la dedicación [también conocida como Jánuca]. Era invierno, y Jesús andaba en el templo por el pórtico de Salomón. Y le rodearon los judíos y le dijeron: ¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo [o el Mesías], dínoslo abiertamente. Jesús les respondió: Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos” (25-30). “Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle. Jesús les respondió: Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis? Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios” (10:31-33). ¿Quién es Jesús en el Evangelio de Juan? No olvide notar lo siguiente, mientras lee este Evangelio: En muchos pasajes, se ve claramente que Él es el Mesías. En muchos otros pasajes, como en este, es obvio que Él es Dios. No es simplemente un hombre piadoso, ni el Hijo de Dios. Él es Dios. Es parte de la Divinidad. Él es el Hijo, Dios es el Padre, y juntos se presentan, con el Espíritu Santo, como la Trinidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los tres son Dios. A lo largo de toda la Biblia encontramos a este Dios trino. Por ejemplo, en el primer capítulo de la Biblia, las palabras referidas a Dios están en plural. Leemos: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. Si leemos con atención el relato de la creación, veremos que se hace referencia a la presencia del Padre y del
  • 32. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 32 Espíritu en el milagro de la creación, ya que las palabras que se refieren a Dios están en plural: “Hagamos”, “nuestra”, etc. Se nos dice que el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas durante el proceso. En la magnífica oración que nuestro Señor dirige al Padre en este Evangelio, dice: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese" (17:5). Por lo tanto, sabemos que el Hijo estaba presente con el Padre y el Espíritu cuando el mundo fue creado. Esta parte del diálogo se retoma cuando ellos le preguntan: “¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente”. Él, entonces, les señala que ya les ha respondido claramente su pregunta, pero ellos no le creyeron. Al final del capítulo 8, no había ninguna duda en las mentes de los líderes religiosos de que Jesús afirmaba ser Dios. Trataron de apedrearlo por blasfemia, porque comprendieron claramente lo que Él afirmaba. En este pasaje encontramos la misma respuesta ante la afirmación de Cristo: “Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle". Juan escribe “volvieron” porque ellos ya lo habían hecho al final del capítulo 8, cuando Jesús afirmó eso mismo. A lo largo del Evangelio de Juan, se repite el énfasis en el tema de la providencia de Dios. En el capítulo 6, Juan presenta el ministerio del Señor en el contexto de la providencia de Dios: Todos los que el Padre le dé vendrán a Él, y, a menos que el Padre los traiga, es imposible que ellos se acerquen a Él. Cuando el Padre los atrae, y ellos vienen, Él no los echa fuera (6:37-47). Cuando ellos le preguntan sobre su obra, de hecho, Él responde: “Esto es lo que hago todo el día: Simplemente ando por este mundo y, mientras tanto, declaro estas palabras, que son Espíritu y son vida. Cuando yo hablo estas palabras, quienes son mis ovejas, que me han sido dadas, son atraídas hacia mí por el Padre y el Espíritu. Ellas escuchan mi voz y vienen. Y cuando vienen, yo nunca las rechazo”. En el capítulo 5, Jesús dice: “A ustedes no les faltan pruebas para creer en mí. No creen en mí porque no quieren hacerlo”. Aquí, en el capítulo 10, Él da otra razón por la que no creen, cuando dice: “Ustedes no creen porque no son mis ovejas. Mis ovejas me escuchan. Yo las conozco, y ellas me conocen a mí. Yo les doy vida eterna. Ellas no perecerán jamás”. Esas son las características de sus ovejas. Jesús dice a los líderes: “Ustedes no creen en mí porque no son de mis ovejas”. Cuando Jesús les da vida eterna a sus ovejas, ellas no perecen jamás. Una vez que son salvas, ¿pueden perder su salvación? Vea esta paráfrasis de la respuesta de Jesús a esa pregunta: “Si ustedes son realmente mis ovejas, es porque el Padre las ha atraído hacia mí y las ha entregado a mí. El Padre es la razón por la que ustedes vienen, el poder que hay detrás de su venida; y el propósito de que ustedes vengan a mí para ser salvos es la gloria del
  • 33. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte) 33 Padre” (28-30). Eso es lo que realmente sucede cuando creemos y somos salvos. Después de esta bella metáfora, Jesús presenta su gran interpretación y aplicación: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos” (27-30). Cuando realmente comprendemos la salvación, nos damos cuenta de que nuestra salvación no consiste en que nosotros nos aferremos a Cristo, sino que Él nos aferra a nosotros. Cuando nuestros hijos eran pequeños, vivíamos en una ciudad balnearia, y yo los llevaba a la playa con frecuencia. Uno de nuestros hijos varones era pequeño, y, cuando caminábamos por la orilla, las olas llegaban a la playa con mucha fuerza. Yo quería tomarlo de la mano, pero mi hijo insistía en que él me quería tomar de la mano a mí. Así que le permití hacerlo. La primera ola lo volteó. Cuando salió del agua, tosiendo y escupiendo agua salada, extendió su bracito y me dijo: “¡Ahora tómame tú de la mano, papá!”. Mi pequeño hijo pronto descubrió que era mucho mejor que su padre le tomara a él la mano, y no, que él tomara la mano de su padre. Jesús enseña, aquí, que la salvación y la seguridad de nuestra salvación no consisten en que nos aferremos a nuestro Pastor. La buena noticia es que Él nos aferra a nosotros. Jesús presenta otra metáfora de ovejas en estos versículos. Dice que sus ovejas están en su mano. Piense en esa mano abierta, con una oveja, que nos representa a usted y a mí, apoyada sobre su palma. Ahora, escuche su promesa de que nadie puede arrebatar esa oveja de la mano de Jesús. Mientras se le ocurre que, también, la oveja podría ejercer su libertad de elección y tomar, deliberadamente, la decisión de saltar de esa mano, escuche cuando Jesús dice que la mano del Padre desciende sobre la de su Hijo, y las dos manos forman un hueco, con la oveja bien segura adentro. Ahora tiene la perspectiva total de la metáfora, cuando Jesús dice: “Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre" (29). Somos seres capaces de elegir, y hay algunos “hijos pródigos”. Pero los hijos pródigos no se quedan en la pocilga, con los cerdos, toda su vida. Cuando el hijo no regresa de la pocilga, la conclusión es que, en realidad, nunca fue un hijo. Pero, si usted es un hijo pródigo, o si tiene un hijo pródigo, es un gran consuelo saber que los hijos pródigos regresan. Nunca es demasiado tarde para volver en sí y, como el hijo pródigo, darse cuenta de que su lugar no es esa pocilga del mundo. Y nunca deje de orar por el