Este documento resume el capítulo 8 del Evangelio de Juan, en el que Jesús se enfrenta a los maestros de la ley y los fariseos que trajeron a una mujer sorprendida en adulterio. Jesús les dice que el que esté sin pecado arroje la primera piedra, haciendo que todos se vayan menos la mujer. Jesús le dice que no la condena y que no peque más. Luego, Jesús predica sobre el pecado, el poder del Espíritu Santo sobre el pecado, y cómo la justificación a través de Cristo vence
Tarta de fresas, queso y chocolate sin leche ni huevo
El Evangelio de Juan: amor de Jesús por los pecadores
1. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE
FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 25
EL EVANGELIO DE JUAN
VERSÍCULO POR VERSÍCULO
(Capítulos 8 al 10)
INTRODUCCIÓN
Bienvenido al tercero de una serie de seis fascículos en los
que ofrecemos notas para quienes han escuchado nuestros ciento
treinta programas de estudio versículo por versículo del Evangelio
de Juan. Si usted no tiene los dos primeros fascículos, lo animo a
que los consiga. De esa manera, contará con el fundamento que le
dará la continuidad necesaria para que la lectura de este fascículo le
resulte más útil.
Le recuerdo que el apóstol Juan es el autor de este
Evangelio. Él manifestó claramente su propósito para escribirlo:
“Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus
discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se
han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y
para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (20:30,31).
2. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
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Capítulo 1
Tres hechos sobre el pecado y la salvación
(8:1-36)
En el séptimo capítulo del Evangelio de Juan leemos que,
cuando Jesús enseñaba, era el más grande Maestro del mundo; y,
cuando predicaba, era el más grande Predicador del mundo. ¡Cómo
me hubiera gustado escuchar ese gran sermón que Él predicó y que
se nos presenta en forma muy abreviada en este capítulo (7:37-39)!
Como era de esperarse, su gran predicación provocaba respuestas
diversas.
Después de los hechos que se relatan en el capítulo 7,
leemos que todos se fueron a sus casas, pero Jesús fue al monte de
los Olivos, como acostumbraba hacer. Cuando los demás se iban a
casa, Él buscaba un lugar solitario para orar. Después, leemos que,
al amanecer, Él está en el atrio del templo y se sienta a enseñarles a
las muchas personas que se han reunido a su alrededor. El hecho de
que los rabíes judíos se sentaran para enseñar era una señal de su
autoridad.
Entonces, los maestros de la ley y los fariseos trajeron a una
mujer que había sido atrapada en el acto de adulterio. La
avergonzaron exponiéndola delante de todo el grupo y le
preguntaron a Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el
acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a
tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?”.
Esa pregunta era una trampa. Ellos creían que Jesús iba a
decir algo opuesto a lo que había establecido Moisés, y querían
desacreditarlo. Me parece interesante que creyeran que Jesús iba a
decir algo diferente de lo que había dicho Moisés. Seguramente, en
sus enseñanzas y en su trato con las personas, se veía claramente
que Él era misericordioso, y que su amor era incondicional. Y no
sabían cómo Él podía ser fiel a su práctica de pasar la ley de Dios
por el prisma del amor de Dios antes de aplicarla a las vidas de las
personas —aun de los pecadores— y, al mismo tiempo, seguir
siendo fiel a la letra de la ley de Moisés.
Jesús se inclinó y comenzó a escribir en la tierra con el
dedo. Cuando ellos repitieron su pregunta, finalmente, se irguió y
les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en
arrojar la piedra contra ella”. Después, se inclinó nuevamente y
continuó escribiendo en la tierra.
En respuesta a su pregunta, quienes habían recomendado
que la mujer fuera condenada y ejecutada comenzaron a retirarse,
de a uno por vez, los más ancianos primero, hasta que solo
quedaron Jesús y la mujer, que seguía parada allí. Entonces, Jesús
se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te
acusaban? ¿Ninguno te condenó?”. Ella dijo: “Ninguno, Señor”.
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El sutil significado subyacente en estas palabras es que
ningún hombre la condenaba; pero Jesús es más que un hombre.
Según la pregunta con que Jesús respondió la pregunta de los
líderes religiosos, el único hombre que tenía derecho a arrojar la
primera piedra ese día era Jesús. Eso hace que sus palabras hacia la
mujer sean las más hermosas que haya escuchado jamás esta
pecadora: “Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no
peques más”.
En el Evangelio de Juan podemos observar que una de las
formas de enseñar de Jesús es lo que podríamos llamar “el acto
simbólico”. A los profetas les agradaba enseñar por medio de actos
simbólicos. Jeremías fue el máximo representante de este estilo de
predicación, y Ezequiel fue llamado “el profeta de la pantomima”,
porque dramatizaba sus sermones.
Cierta vez, Jeremías llevó una gran vasija al templo, que
estaba lleno de gente, y lo estrelló contra el suelo. La vasija se hizo
pedazos. Entonces, Jeremías predicó un tremendo sermón en el
cual, básicamente, dijo: “¡Esto es lo que Dios hará con esta nación,
si ustedes no se arrepienten de sus pecados; y usará a los babilonios
para hacerlo!”. ¡Podemos estar seguros de que Jeremías captó la
atención de todos los que escucharon su sermón aun antes de
comenzar a predicarlo! Muchos profetas, como Jeremías y
Ezequiel, predicaban por medio de actos simbólicos.
En el mismo espíritu que los profetas, podemos observar
cuántos grandes discursos de Jesús que están registrados en este
Evangelio comienzan con un acto simbólico de su parte. Todo el
capítulo 2 podría ser considerado un acto simbólico. En el capítulo
3, su dogmática declaración es precedida por su diálogo con
Nicodemo. En el capítulo 4, un acto simbólico precede a la
afirmación de Cristo de que Él es el Agua Viva que puede saciar
nuestra sed y convertirse en una fuente de la cual otros beban agua
viva. En el mismo capítulo, su gran enseñanza sobre la siembra y la
cosecha espiritual es precedida por un encuentro con una mujer
muy sedienta que descubrió al Agua Viva y se convirtió en una
fuente en la cual otros hicieron el mismo descubrimiento.
Después, Jesús precede su gran diálogo con la jerarquía
religiosa, por medio del cual enseña muchas cosas, con la sanidad
del hombre que estaba en el estanque de Betesda. En el capítulo 6,
alimenta a cinco mil familias hambrientas y, después, predica que
Él es el Pan de Vida.
El capítulo 8 comienza con otro acto simbólico: la palabra
de amor para esta mujer que es una pecadora. No hay dudas sobre
el hecho de que ella es una pecadora ni de que fue atrapada en el
acto de adulterio. Jesús, después del acto simbólico de este
encuentro, predicará un dinámico y elocuente sermón sobre el
pecado.
4. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
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Cuando Jesús respondió a la pregunta de los escribas y
fariseos con su profunda pregunta, es interesante que, desde el más
anciano hasta el más joven, según dice una traducción: “sintieron la
convicción de pecado de sus conciencias y se fueron, uno por uno,
sin arrojar ninguna piedra, hasta que solo Jesús y la mujer quedaron
allí”.
Ha habido muchas especulaciones sobre lo que Jesús
escribía en la tierra mientras, aparentemente, ignoraba a los
acusadores. Leí a un comentarista puritano que sugería que quizá
estaba escribiendo los nombres de los hombres presentes allí que
habían tenido relaciones sexuales con esa mujer. Aunque esto es
pura especulación, y es leer en el texto algo que el texto no dice
explícitamente, nos causa curiosidad saber qué habrá escrito el
Señor en la tierra.
Algunos dicen que escribió los mandamientos que los
hombres presentes sabían que habían quebrantado. El hecho de que
Jesús era Dios y conocía los corazones de los hombres da lugar a un
sinnúmero de especulaciones. Quizá simplemente se puso a escribir
en la tierra para indicar que los ignoraba. Lo fundamental de este
episodio es la actitud de Jesús con respecto al pecado y la forma en
que se relacionó con una mujer culpable de pecado.
Una de las maneras en que revelamos la opinión que
tenemos de nosotros mismos es cómo nos comparamos con los
demás. Cuando estos líderes religiosos acusaron a la mujer de tener
pecado en su vida, Jesús preguntó, sabiamente: “¿Acaso ustedes no
tienen pecado? Si alguien no tiene pecado, que sea el primero en
arrojarle una piedra”. Los más ancianos se dieron cuenta antes que
los jóvenes de que eran pecadores. Si usted no cree ser un pecador,
podríamos preguntarle: “¿Cuántos años tiene?”. Quienes tengan
cincuenta años probablemente respondan más sinceramente a esta
pregunta que los que tienen veinte.
En el tercer capítulo de este Evangelio, se nos dice que
Jesús no vino al mundo a condenar al mundo, sino para que el
mundo sea salvo por Él (16-18). Jesús no se limitó a predicar esa
verdad, sino demostró en la práctica esa dimensión de su mensaje
del evangelio. Creo que los pecadores podían leerlo en sus ojos y en
su rostro cuando Él los miraba.
¿Por qué parece que los pecadores siempre amaban a Jesús
y les encantaba estar con Él? Cuando iba a los banquetes de los
publicanos y los pecadores, ellos no solo se sentían cómodos, sino,
según parece, les encantaba tenerlo allí. ¿Era porque Él se reía de
sus chistes subidos de tono, o porque aprobaba lo que hacían y
decían? ¡Jamás!
Estoy convencido de que era porque Él los amaba, y ellos
sabían que Él los amaba. Podían verlo en sus ojos. Lo leían en su
rostro. Lo notaban en la inflexión de su voz, que no los condenaba.
Él les decía y les demostraba que no los condenaba.
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Él también expresó amor por esta mujer cuando le dijo:
“Vete, y no peques más”. Uno de mis escritores preferidos escribió
que hay tres hechos relativos al pecado. Uno: El pecado tiene un
castigo. Dos: El pecado es un poder. Tres: El pecado tiene un
precio. Esos son los tres hechos relativos al pecado.
También escribió que hay tres hechos relativos a la
salvación. Uno: El castigo del pecado fue cancelado por la muerte
de Jesucristo. El primer hecho relativo al pecado fue anulado por el
primer hecho de la salvación, por lo que Jesús hizo cuando murió
en la cruz.
Dos: El segundo hecho relativo a la salvación es que el
Espíritu Santo es un Poder capaz de controlar el poder del pecado.
“Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1
Juan 4:4). Así expresa el mismo apóstol el segundo hecho relativo a
la salvación en la epístola que escribe para animar a los creyentes y
que se encuentra al final del Nuevo Testamento. Si usted ha creído;
si ha bebido un sorbo de esa Agua Viva, y el Espíritu Santo fluye de
usted como una fuente o como un río, puede estar seguro de que el
Espíritu Santo es, también, un Poder lo suficientemente grande
como para vencer al pecado en su vida. Ese es el segundo hecho de
la salvación: el pecado es un poder, pero el Espíritu Santo es Poder,
un Poder mayor que el del pecado.
El tercer hecho relativo al pecado es el más difícil de
superar por medio del milagro de la salvación. Lo que podríamos
llamar “la mancha” del pecado, o “el precio” del pecado, deja
muchas cicatrices irreparables. Pablo escribió que el pecado tiene
su paga, y describe esa paga con una palabra: muerte (Romanos
6:23). La metáfora de la muerte en este contexto significa las peores
consecuencias posibles.
Las consecuencias del pecado pueden ser horribles y,
muchas veces, son irreversibles. No podemos volver a su estado
original un huevo que fue revuelto, y muchas de las consecuencias
del pecado no pueden revertirse. Las peores consecuencias del
pecado pueden describirse como ‘cicatrices irreparables’. Por
ejemplo, si cometemos el pecado de asesinato y después acudimos a
Cristo para pedir perdón, el castigo futuro que merecemos por
nuestro pecado ya ha sido anulado en la cruz. Pero eso no le
devuelve la vida a nuestra víctima ni nos libera de la prisión y del
castigo que nuestra sociedad considera que merecemos.
Hay una hermosa palabra en la Biblia que representa la
forma en que Dios vence el tercer hecho del pecado con el tercer
hecho de la salvación. Se trata de la palabra “justificación”. Cuando
confiamos en Cristo para ser salvos y perdonados, no solo se nos
perdona o se nos indulta. Es como si nunca hubiéramos pecado.
Imagine que su vida es una cinta de video. Ahora, imagine
que, en el tribunal de Cristo, el Señor reproduce la “película” de su
vida. Antes de pasar la cinta, la corta donde comienza el pecado,
hasta donde termina. Él va cortando todas las partes donde hay
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pecado en esa cinta. Cuando reproduzca la cinta de su vida, o de la
mía, será como si nunca hubiéramos pecado.
En relación con esta hermosa palabra del evangelio,
“justificados”, la expresión “delante de Él” se encuentra más de
ciento cincuenta veces en el Nuevo Testamento. Delante de él, no
hay pecado. Aunque queden cicatrices en el nivel horizontal de las
relaciones humanas, a los ojos de Dios no hay cicatrices. Quizá
usted aprecie mejor el hecho de que esta es una excelente noticia si
le ofrezco una ilustración.
Imagine que está siendo juzgado por un delito del cual es
inocente. El juicio se desarrolla delante de un juez, en un salón
lleno de espectadores. Sin duda, usted querrá tener un abogado que
esté decidido a convencer a la gente que observa el juicio de que
usted es inocente, pero, si el juez no queda convencido, usted será
hallado culpable. Sin embargo, si los espectadores creen que usted
es culpable, pero el juez cree que es inocente, usted será dejado en
libertad. Lo importante aquí es si el juez cree que usted es culpable
o inocente.
En el capítulo 5, aprendimos que el Padre no juzgará a
nadie, sino ha encomendado todo juicio a su Hijo (5:22). Cuando
nos presentemos delante del Juez de toda la Tierra, esa dimensión
horizontal del juicio y la justificación de los hombres no tendrán
ninguna importancia. La única dimensión del juicio y la
justificación que tendrán valor será lo que Cristo piense sobre
nuestra culpa o nuestra inocencia. Esto hace que esas tres palabras
que aparecen tantas veces en el Nuevo Testamento sean una
excelente noticia. ¡El evangelio de justificación es que “delante de
Él” será como si nunca hubiéramos pecado!
Sin embargo, quedan cicatrices por pecados en nuestras
propias vidas y en el nivel horizontal en nuestras relaciones.
Cuando pecamos, no solo nos herimos a nosotros mismos, sino
también herimos a los que nos rodean. A esto se refería Martín
Lutero cuando dijo: “Los pecados, generalmente, son gemelos”.
Dado que, a menudo, pecamos con otra persona, dejamos cicatrices
en su vida, y no solo en la nuestra.
Como expresa Santiago, cuando salimos al mundo, es como
si vistiéramos una túnica blanca inmaculada, sin manchas. Cuando
pecamos, dejamos una mancha en nuestra túnica y, probablemente,
en la túnica de otra persona también. Seguimos manchando esa
túnica hasta que, cuando llegamos a Cristo, parece un delantal
como el que usan los pintores, lleno de manchas de pintura.
Pero cuando llegamos a Cristo, delante de Él, esa túnica es
inmaculada. A nivel horizontal, en lo que concierne a otras
personas, es muy, muy difícil, —algunas veces, imposible— borrar
esas manchas. A nivel horizontal, ni siquiera Dios puede resolver el
problema de las cicatrices, manchas o consecuencias irreversibles
del pecado. Por eso señalé que Jesús demostró un gran amor por
esta mujer cuando le dijo: “Vete, y no peques más”.
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Dado que hay cicatrices del pecado que son irreparables en
el nivel horizontal, cuando su hijo no camina con el Señor y sale al
mundo, lo que usted debe rogar es: “¡Oh, Dios, por favor, que no
haya cicatrices irreparables!”. Por eso la Biblia nos enseña una y
otra vez que no pequemos. Dios nos ama y desea protegernos de las
terribles consecuencias del pecado. ¡El pecado no tiene nada de
bueno! ¿Me permite repetirlo? No hay nada de bueno en el pecado.
Así que, no peque. “Vete, y no peques más”.
La buena noticia de los primeros dos hechos relativos a la
salvación es que el castigo del pecado fue quitado y el poder del
pecado puede ser vencido. Pero, a nivel horizontal, ese “precio” del
pecado puede ser muy caro. ¡"La paga del pecado es muerte”! Lo
que esto significa es que no hay nada, absolutamente nada de bueno
en las consecuencias del pecado.
La dinámica verdad que debemos descubrir en el acto
simbólico con el que comienza este capítulo es la actitud de Jesús
hacia una pecadora, la actitud de esa pecadora hacia Jesús, y la
actitud de Jesús hacia el pecado. Lo que este acto simbólico nos
enseña es una hermosa ilustración del evangelio que Jesús vino a
establecer y a proclamar a este mundo.
También tenemos la actitud de Jesús hacia estos acusadores
legalistas. La historia del encuentro de Jesús con esta pecadora
prepara el escenario para un magnífico sermón que Él predica sobre
el pecado y las consecuencias del pecado. En mi comentario sobre
el capítulo 7 (que se encuentra en el fascículo 24), señalé que Jesús
era un gran predicador. Veremos esto una vez más en el capítulo 8.
Dicen que, cuando uno lee la Biblia, si no busca nada, posiblemente
lo encuentre. Por lo tanto, quisiera encomendarle una tarea.
Quisiera decirle qué puede buscar en este octavo capítulo del
Evangelio de Juan.
Recuerde: aquí continúa el diálogo hostil de Jesús con los
líderes religiosos. Este diálogo está por llegar a su punto más
álgido. Y cuando llegue a ese punto, leeremos la buena noticia de
que algunos de estos líderes religiosos judíos se convirtieron. Aquí
tenemos un gran pasaje bíblico en el que leemos: “Hablando él
estas cosas, muchos creyeron en él. Dijo entonces Jesús a los judíos
que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra,
seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la
verdad os hará libres. Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y
jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?
“Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel
que hace pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la
casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo
os libertare, seréis verdaderamente libres” (8:30-36).
Como el poderoso mensaje que predicó el último día de la
fiesta, esta dinámica palabra de Jesús recibió respuestas totalmente
opuestas. Algunos creyeron, pero, al final del capítulo, leemos:
“Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se
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escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se
fue” (v. 59).
Aunque Jesús predica su sermón en el contexto de un
diálogo, cuando lea este capítulo, intente resumir la esencia de lo
que Él predica. Cuando lo haga, observe que, de hecho, lo que les
dice a estos escribas y fariseos es: “Yo sé de dónde vengo, y sé
adónde voy. Pero ustedes no saben de dónde vengo, dónde estoy ni
adónde voy, porque los domina la ignorancia. Ustedes vienen de la
ignorancia. ¡La ignorancia los domina y, si no creen en mí, morirán
en esa ignorancia!" (8:14, 19).
Después, básicamente, predica: “Ustedes vienen del pecado,
están bajo el dominio del pecado, y morirán en sus pecados, si no
creen en mí” (21-24). A lo que le siguen estas palabras: “Su padre
es el diablo. Ustedes vienen del diablo, están bajo el control del
diablo, y se irán al diablo si no creen en mí" (37-44). También
predica: “Yo soy de arriba, pero ustedes son de abajo”. En otras
palabras: “Ustedes vienen del infierno, están controlados por el
poder del infierno, y se irán al infierno si no creen en mí” (23, 24).
Esta es una paráfrasis resumida de la forma en que Juan
registra el sermón de Jesús. Trate de encontrar este mensaje en el
diálogo, en los versículos que siguen a la historia de la mujer
atrapada en el acto de adulterio. Rastree este diálogo desde donde
comienza, en el capítulo 5, hasta el capítulo 8, donde algunos
tomaron piedras para apedrearlo. Cuando parafraseamos y
resumimos lo que Él les dijo, realmente, a estos fariseos y maestros
de la ley, comprendemos por qué los que no creyeron tomaron
piedras para arrojárselas. Lo que dijo Jesús no eran palabras suaves,
sino una predicación potente, dinámica y dogmática.
¿Cómo cree usted que habrá sido escuchar predicar a Jesús?
No me sorprende que los líderes religiosos se enfurecieran al
escuchar lo que predicaba y hayan tomado piedras para arrojarle.
Tampoco me sorprende que muchos de estos judíos hayan creído
como consecuencia de este sermón. Jesús les dijo que
permanecieran en su Palabra para ser verdaderamente sus
discípulos (30-36).
Al estudiar este diálogo hostil en el capítulo 8, ¿ha tomado
una decisión por Cristo? Si ha estado reflexionando conmigo a lo
largo de estos primeros ocho capítulos del Evangelio de Juan,
quisiera plantearle una pregunta que es, más bien, un desafío. ¿Qué
cree usted, personalmente, sobre Jesús? Si ha estudiado todas las
afirmaciones de Cristo, especialmente en los capítulos 5, 6, 7 y 8,
me pregunto: ¿Le cree usted a Jesús cuando Él afirma estas cosas?
Jesús les dijo a los que creyeron que permanecieran en su
Palabra para llegar a ser, realmente, discípulos suyos (30-36). ¿Está
usted dispuesto a escuchar esas palabras de Jesús: “Si vosotros
permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis
discípulos"? ¿O, para ser sincero, tendría que apedrearlo para
quitarlo de su vida para siempre? Recuerde que Él, en realidad, solo
9. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
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le da estas opciones: Puede llegar a la conclusión de que era un
mentiroso; puede, con cierta condescendencia, pensar que era un
lunático, o puede decidir llamarlo su Señor y Salvador personal.
Ese es Jesús, esa es la fe y esa es la vida, en el octavo
capítulo de Juan.
Capítulo 2
Tres dimensiones de la fe
(8:30-36)
Cuando Jesús terminó de predicar este dinámico sermón,
que queda registrado en el octavo capítulo de este Evangelio, como
era de esperar, hubo una respuesta negativa y una respuesta
positiva. La respuesta positiva nos regala uno de los pasajes más
importantes del Nuevo Testamento. Cuando leemos que muchos de
estos líderes religiosos judíos creyeron, Juan nos dice que Jesús
dijo:
“Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si
vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis
discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Le
respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido
esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres? Jesús les
respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace
pecado [continuamente], esclavo es del pecado. Y el esclavo no
queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así
que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (8:31-36).
Jesús nunca llamó “cristiano” a nadie, ni le pidió que se
hiciera cristiano a nadie. El apóstol Pablo, el más grande misionero
que haya tenido jamás la Iglesia de Cristo, nunca llamó “cristiano”
a nadie, y nunca le pidió a nadie que se hiciera cristiano. La palabra
“cristiano” solo se encuentra tres veces en la Biblia. Fue un nombre
que el mundo incrédulo les dio a los seguidores de Cristo. Esa
palabra es utilizada por un cristiano solo una vez en la Biblia. Pedro
escribió: “Si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino
glorifique a Dios por ello" (1 Pedro 4:16). Es obvio que Dios, Jesús,
el Espíritu Santo y el apóstol Pablo no eligieron la palabra
“cristiano” para referirse a los auténticos seguidores de Jesús.
Como pastor, muchas veces he oído que me dicen: “Pastor,
no estoy seguro de ser cristiano”. Mi respuesta, generalmente, es:
“Bien, en realidad, la palabra que la Biblia usa para referirse a los
seguidores de Cristo no es ‘cristiano’. Si usamos las palabras que
utiliza el Nuevo Testamento, la cuestión se aclara. Jesús les decía a
las personas que creyeran y, cuando lo hacían, los llamaba
‘creyentes’. Usaba esta palabra para quienes creían con algo más
que con su mente. Cuando Jesús llamaba ‘creyente’ a alguien, se
refería a quien había confiado en Él con su corazón y con su
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voluntad. Para Jesús, los que creían le entregaban su vida. ¿Puedo
hacerle una pregunta? Si usted escuchara por casualidad que
estamos hablando de usted y que decimos que ‘no es creyente’, ¿se
ofendería?”
Generalmente, las personas saben si son creyentes o no, y la
mayoría responde que las ofendería ser consideradas no creyentes.
Entonces les hablo del nuevo nacimiento: lo que es, y cuáles son las
pruebas de que se ha producido. Cuando les pregunto si han nacido
de nuevo, muchas me dicen: “No, creo que no he nacido de nuevo”.
Entonces me concentro en una tercera dimensión de la fe y
les formulo esta pregunta: “¿Es usted discípulo de Jesucristo?”. Y,
generalmente, me responden: “¿Qué es un discípulo?”. Entonces,
mi respuesta es: “¡Ese es el problema!”. En esta gran instrucción de
Jesús a los que profesaban creer, descubrimos que la fe se presenta
en tres dimensiones. La primera dimensión es creer; creer de todas
las formas que Juan presenta lo que significa creer. Pero la decisión
de creer es solamente la primera dimensión de la fe en Cristo.
La segunda dimensión de la fe en Cristo es permanecer en la
Palabra de Jesús para ser verdaderamente sus discípulos. La palabra
“discípulo” es muy hermosa. Es muy similar a la palabra
“aprendiz”. Significa alguien que hace lo que está aprendiendo, y
aprende lo que está haciendo.
Donde yo vivo hay un gran astillero que tiene una escuela
para aprendices. Jóvenes hombres y mujeres aprenden en las aulas
durante dos semanas. Después, los llevan al astillero, donde,
durante otras dos semanas, aplican lo que han aprendido en las
aulas. Después de dos semanas más en el aula, pasan a dos semanas
en la práctica. Al cabo de cinco años se convierten en expertos en el
trabajo de planchas de metal, en el ensamble de tubos, o cualquier
otro oficio del que sean aprendices. Eso es, básicamente, a lo que
Jesús se refería cuando invitaba a las personas a seguirlo y, cuando
alguien lo hacía, lo llamaba su discípulo.
Según Jesús, la primera dimensión de la fe es creer. La
segunda es convertirse en un discípulo y seguirlo. Finalmente, Jesús
predijo una tercera dimensión de la fe. No dijo cuánto tiempo
debemos ser aprendices antes de entrar en esta tercera dimensión.
Simplemente la presentó diciendo: “Conoceréis la verdad, y la
verdad os hará libres”.
Cuando algunos le respondieron diciendo: “¿Qué quieres
decir con que seremos libres? ¡Nunca hemos sido esclavos!”, les
respondió: “Cualquiera que peca continuamente es un esclavo”.
Básicamente, les dijo que un esclavo no tiene autoridad para liberar
a otro esclavo. Pero un hijo sí tiene autoridad para dar libertad a un
esclavo. Cuando hubo establecido esa metáfora, dijo: “Si el Hijo os
libertare, seréis verdaderamente libres”.
Estoy convencido de que lo que Él quería decir era algo
como lo que dice un himno: “Más allá de la página sagrada, yo te
busco a ti, Señor. Mi espíritu te anhela, oh Palabra viva”. Jesús
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estaba diciendo: “Ven a mi Palabra. Tú crees en mí; entonces,
permanece en mi Palabra y serás verdaderamente mi discípulo.
Como discípulo, al permanecer en mi Palabra, un día, irás más allá
de la página sagrada y llegarás a conocerme por relación: me
conocerás como el Hijo que es la Verdad. Cuando te acerques
personalmente a mí de esa manera, yo te daré libertad”.
Cuando Jesús dijo: “Permanezcan en mi Palabra hasta que
conozcan la verdad”, no se refería simplemente a afirmaciones
intelectuales o teológicas. Se refería a llegar a conocer al que es la
Verdad por medio de una relación. Esta palabra, “conocer”, se
utiliza, en el Antiguo Testamento, con el sentido de una relación
íntima. Leemos que Adán conoció a su esposa, y ella concibió un
hijo. Esta palabra hebrea que se traduce como “conoció” significa
conocer a través de una relación.
En este pasaje, Jesús presenta la fe en tres dimensiones. La
fe comienza con la decisión y el compromiso de creer. Así
comenzamos el viaje de la fe. Pero ese es solo el principio. Los
chinos dicen que un viaje de mil kilómetros comienza con el primer
paso. Pero ¿qué viene después de ese primer paso? ¡El discipulado!
El tema del diálogo hostil, en este momento, es la cautividad. En
realidad, Jesús les dice a estos líderes religiosos: “Ustedes son
cautivos. Son cautivos de su ignorancia. Son cautivos del diablo.
Son cautivos del infierno. Son cautivos del pecado. Pero, cuando
vayan más allá de la página sagrada y me conozcan, conocerán la
Verdad que los librará de la ignorancia, del pecado, del infierno y
del diablo”.
Alguien escribió un pequeño poema que dice así:
Un oso hambriento
Un oso hambriento, con la pata atrapada
en una trampa asesina, se retorcía
dolorido y asustado junto al árbol
al que lo ataba la cadena,
lanzando aullidos espantosos.
Lo vio entonces un búho, que,
apoyado en una rama, más arriba,
gordo y libre, filosofaba:
“¿Por qué aúllas y te agitas tanto?
Lo que tú necesitas, mi buen oso,
es una buena dosis de dominio propio!".
Quien escribió ese breve poema hizo en él una elocuente
afirmación acerca de la vida. Lo que dice es que hay dos clases de
personas en este mundo: las que son libres, y las que no lo son.
Hoy, llamamos “adictas” a las personas que no son libres. Pueden
ser adictas a la cocaína. Pueden ser adictas a la heroína o a las
drogas duras. Pero una persona no solo puede ser adicta a las
drogas. También puede ser adicta a la lujuria. Puede ser adicta al
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pecado, de cualquier tamaño o forma. Puede ser adicta a la comida,
a su trabajo, o a cualquier cosa que haga compulsivamente. El
problema es que esa persona no es libre. Y ese patético oso
encadenado a un árbol es una buena representación de ese estado.
Según Jesús, la mayor adicción, la adicción mortal, que
constituye la raíz de todas las adicciones, es el pecado. Cuando dijo
que todo aquel que practica habitualmente el pecado no es libre, Él
fue directamente a la raíz de este problema de las personas que no
son libres.
Cuando el Señor nació, los ángeles anunciaron que su
nombre sería Jesús, porque Él iba a salvarnos de nuestros pecados
(Mateo 1:21). Observe que esta profecía no decía que Él iba a
sacrificar su vida para el perdón de nuestros pecados. La profecía
decía que Él nos iba a salvar de nuestros pecados. Cuando el
apóstol Juan dedicó el Libro del Apocalipsis a Jesús, describió al
Señor como “el testigo fiel, [...] que nos amó, y nos lavó de
nuestros pecados” (Apocalipsis 1:5).
El nombre “Jesús” significa ‘Salvador’, y la palabra “salvar”
significa ‘ser librado’. Si conocemos el significado de su nombre y
lo que los ángeles profetizaron sobre Él, es de esperar que Jesús nos
muestre cómo ser libres de nuestros pecados.
¿Es usted libre? ¿Está haciendo lo que quiere hacer, o lo que
debe hacer o necesita hacer? Los que creemos en Jesús y lo
seguimos ponemos mucho énfasis en la gloriosa realidad de que
nuestros pecados son perdonados porque Jesús vino. Esa es una
gloriosa verdad del evangelio. Pero los ángeles anunciaron que Él
debía llamarse Jesús, porque nos iba a librar de nuestros pecados.
No importa cuál sea su adicción; Jesús puede salvarlo de ella.
¡Confíe en Él como su Salvador ahora, y sea salvo de su adicción!
¿Qué siente usted por las personas que no son libres?
Cuando se da cuenta de que las personas que conoce no están
haciendo lo que desean hacer, sino lo que deben hacer, ¿qué siente?
¿Siente compasión cuando se encuentra con un alcohólico, un
drogadicto o alguien que está atrapado en la red asesina de los
estupefacientes? Cuando Jesús encontraba a personas que estaban
“cautivas”, no quería dejarlas tal como estaban (Lucas 13:10-16).
El poema que he citado refleja, lamentablemente, a millones
de personas de nuestro mundo actual, que son adictas al pecado en
la forma de una adicción a diferentes sustancias químicas. Ese oso
patético encadenado al árbol es una representación gráfica —y
trágica— de sus vidas. Lo triste es que el poema también representa
a muchos creyentes, que son libres, pero no sienten compasión
alguna por los que no son libres. Son como ese búho gordo y
cómodo que mira desde arriba al patético oso sin demostrarle
ninguna compasión.
Quien escribió el poema, quizá, estaba tratando de decirnos
que Jesucristo no era ningún “búho cómodo”. No miraba la
cautividad de las personas con indiferencia, sin involucrarse.
13. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
13
Cuando su vida se cruza con personas que no son libres, hoy, y el
Cristo resucitado vive en usted, ¿qué cree que Él siente por esas
personas adictas?
Uno de mis escritores favoritos estaba muy apenado por la
teología liberal que duda de casi todo acerca de Jesús, y escribió:
“Yo creo que Él [Cristo] es, mientras que ellos ni siquiera están
seguros de que fue; y, mientras ellos ni siquiera están seguros de
que haya hecho, yo sé que Él aún hace”. Otro autor agregó estas
palabras: “Dios es Quien dice que es, y puede hacer cualquier cosa
que dice que puede hacer. Usted es quien Dios dice que usted es, y
puede hacer cualquier cosa que Dios dice que puede hacer, porque
Él es, y Él está en usted”.
Creo que la verdad más dinámica del Nuevo Testamento es:
“Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27).
¿Qué significa esto? Cristo en ustedes. Primero, significa que Él
existe. Una conocida paráfrasis de este versículo dice: “Para que
puedan descubrir este gran secreto: ¡Cristo, en su corazón, es su
única esperanza!”.
¿Cree usted esto? ¿Cree que el mismo Cristo que estuvo en
un cuerpo durante treinta y tres años vive en el cuerpo de usted
hoy? ¿Cree, no solo en la encarnación que ocurrió, sino en la que
ocurre hoy? Yo sí lo creo, y creo que el Cristo que está en nuestros
corazones hoy siente lo mismo con respecto de los adictos que lo
que sentía cuando estaba aquí en su propio cuerpo. Al Cristo que
vive en usted y en mí hoy no le agrada encontrarse con personas
que no son libres y dejarlas así como están.
He tenido la experiencia de conocer a personas que no eran
libres y sentir que el Cristo que está en mí gritaba por ver a esas
personas liberadas de sus horribles ataduras. La mejor experiencia
que he tenido con grupos pequeños fue la del grupo que se reunió
semanalmente en mi casa durante cinco años: ocho hombres que se
estaban recuperando de la adicción al alcohol y las drogas. En ese
grupo vi a Cristo hacer libres, milagrosamente, a varias personas,
como lo hacía cuando estaba en la Tierra. Lo que vi suceder en ese
grupo es la aplicación, en su vida y en la mía, de lo que vemos
presentado en Juan 8, versículos 30 al 36.
¿Puedo hacerle una pregunta personal? Si usted me ha
acompañado a lo largo de este estudio versículo por versículo del
Evangelio de Juan, ¿qué piensa ahora de las respuestas a las tres
preguntas que he estado formulando? ¿Ha hallado bellas respuestas
a la pregunta sobre quién es Jesús? Aquí, en este capítulo 8 de Juan,
Él es el Hijo que hace libres a las personas porque no quiere que sus
discípulos sean como ese patético oso atrapado y atado por las
cadenas.
¿Ha descubierto respuestas para la pregunta sobre qué es la
fe? En este capítulo encontramos mi respuesta favorita para esa
pregunta. Nos dice que la fe viene en tres dimensiones. La primera
es creer. La segunda es que, porque creemos, permanecemos en su
14. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
14
Palabra y llegamos a ser verdaderamente sus discípulos. La tercera
dimensión de la fe es que permanezcamos en su Palabra hasta ir
más allá de la página sagrada y conozcamos por medio de una
relación a Aquel que es la Verdad hasta que Él nos libere.
En este octavo capítulo de Juan, ¿ha encontrado usted
respuestas a la tercera pregunta sobre qué es la vida? En una
palabra, esa respuesta es “libertad”. Me gusta esta descripción de la
fe, porque es mi testimonio. Es posible que el creyente experimente
todo al comienzo de su recorrido de fe. Quizá, en el mismo
momento en que cree, conozca al Hijo en forma real, a través de
una relación, y sea hecho libre. Pero a mí no me sucedió eso cuando
creí en Jesucristo. Creí, fui su discípulo durante trece años, y recién
entonces experimenté esa tercera dimensión de la fe. Cuando fui
liberado, fue algo tan real para mí como si hubiera salido de una
cárcel.
En la actualidad hay millones de personas que viven en la
cultura de lo “instantáneo”: hay café instantáneo, té instantáneo,
comidas instantáneas, información instantánea. Realmente, tenemos
“todo” instantáneo. Por lo tanto, queremos una espiritualidad
instantánea, también. Por lo que he visto, Dios puede hacer eso y,
algunas veces, lo hace. Pero también creo que no siempre nos da
todo al comienzo de nuestro recorrido de fe, cuando creemos. He
conocido a muchos creyentes que, como yo, pasaron muchos años
siguiendo al Señor antes de experimentar las realidades de una
relación con Él que los hizo libres. Estas tres dimensiones de la fe
demuestran la realidad de que la salvación no es solo un destino; es,
también, un viaje.
¿Ha creído usted, en el sentido de haberse convertido en un
aprendiz? ¿Cuánto tiempo hace que sigue a Cristo como aprendiz?
No es de extrañarse, si somos verdaderamente discípulos, que el
proceso de aprendizaje lleve un tiempo. Jesús no dijo cuánto tiempo
debíamos pasar como discípulos suyos antes que nos liberara.
Permanezca en su Palabra, y Él lo hará libre.
Capítulo 3
Ver para creer
(Juan 9:1-12)
En nuestro estudio versículo por versículo del Evangelio de
Juan, llegamos ahora al capítulo 9, donde leemos: “Al pasar Jesús,
vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus
discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que
haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus
padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Me es
necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día
dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Entre tanto que
15. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
15
estoy en el mundo, luz soy del mundo. Dicho esto, escupió en tierra,
e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, y le
dijo: Ve a lavarte en el estanque de Siloé (que traducido es,
Enviado). Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo. Entonces los
vecinos, y los que antes le habían visto que era ciego, decían: ¿No
es éste el que se sentaba y mendigaba? Unos decían: El es; y otros:
A él se parece. El decía: Yo soy. Y le dijeron: ¿Cómo te fueron
abiertos los ojos? Respondió él y dijo: Aquel hombre que se llama
Jesús hizo lodo, me untó los ojos, y me dijo: Ve al Siloé, y lávate; y
fui, y me lavé, y recibí la vista. Entonces le dijeron: ¿Dónde está él?
El dijo: No sé” (9:1-12).
Observe una vez más la enseñanza de Jesús por medio de un
acto simbólico. En el capítulo 5, Él sana al hombre que estaba junto
al estanque de Betesda y luego inicia un largo diálogo con los
líderes religiosos, entrelazado con varios discursos. En el capítulo
6, alimenta a cinco mil familias hambrientas, y el diálogo le da
oportunidad de presentarse como el Pan de Vida. En el capítulo 7,
la Fiesta de los Tabernáculos le brinda la metáfora simbólica para
su gran sermón sobre la invitación, por medio del cual llama a todos
los que están sedientos a acercarse para descubrir que Él es el Agua
Viva que puede saciar su sed y convertirlos en ríos de los cuales
otros puedan beber. El capítulo 8 comienza con un encuentro que
ilustra su dinámico sermón que lleva a la conversión de algunos de
esos líderes religiosos.
Este noveno capítulo también comienza con un acto
simbólico. Jesús sana a un hombre ciego; un hombre de cuarenta
años, que había nacido ciego. Este acto simbólico constituye la
metáfora que ilustra un discurso en el cual Jesús afirma que Él es la
luz del mundo. Como la sanidad registrada en el quinto capítulo,
esta sanidad y el discurso que ilustra reviven ese hostil diálogo con
los líderes religiosos. En este punto, ellos ya han determinado que
no pueden coexistir con Jesús, y han comenzado a tramar cómo
hacerlo morir.
Este capítulo también comienza con una pregunta muy
profunda. Cuando Jesús y sus discípulos se encuentran con el
hombre que es ciego de nacimiento, los discípulos le preguntan a
Jesús algo que estaba de acuerdo con la teología de su época. Le
preguntan: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya
nacido ciego?".
Los rabíes de la antigüedad creían que la enfermedad era
consecuencia del pecado. Según su teología, este hombre no
hubiera sido ciego si alguien no hubiera pecado. Los amigos que
fueron a “consolar” a Job concordaban en que la enfermedad y el
sufrimiento son consecuencias del pecado. No fue de gran consuelo
para Job que ellos sugirieran que toda su desgracia le había ocurrido
como consecuencia de su pecado. La trágica muerte de los diez
hijos de Job seguramente había sido consecuencia del pecado en sus
vidas, según estos “consoladores” amigos. La pregunta implica que
16. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
16
este hombre había nacido ciego porque Dios deseaba castigar a sus
padres por sus pecados, o que lo estaba castigando a él como
consecuencia de su propio pecado. La idea de que la ceguera del
hombre se debiera al pecado en su propia vida es más difícil de
comprender, ya que él había nacido ciego. Los rabíes creían que un
bebé podía pecar aun estando en el vientre de su madre, antes de
nacer. Tal vez sea esto lo que está implícito en esa pregunta. Hoy,
hay millones de personas que creen en la reencarnación. Creen que
las desgracias que sufrimos en esta vida son consecuencia de lo que
hicimos en una vida anterior. ¡Qué maravilloso es escuchar a Jesús
decir: “Ni él ni sus padres”!
Esto nos lleva a la pregunta: “Si la ceguera no es resultado
del pecado de este hombre ni del de sus padres, ¿por qué nació
ciego?”. Ya estamos preparados para esta sorprendente enseñanza
de Jesús: “Esto sucedió para que la obra de Dios pudiera
manifestarse en su vida”. Es una respuesta profunda y
extraordinaria para la pregunta de los discípulos.
Estoy en una silla de ruedas desde 1983, y he buscado en la
Biblia las respuestas de Dios a la pregunta: “¿Por qué existe el mal
y el sufrimiento, especialmente en las vidas de las personas
buenas?”. He descubierto treinta razones bíblicas por las que Dios
permite que su pueblo sufra. Jesús presenta aquí una de las mejores
explicaciones bíblicas para el sufrimiento en esta profunda
declaración: “Sucedió para que la obra de Dios se manifieste en su
vida”.
El fundamento de esta enseñanza es que el propósito de una
vida humana es manifestar la obra de Dios. Jesús nos demostró
cómo lo hacemos cuando oró, al final de su vida: “Yo te he
glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que
hiciese” (Juan 17:4).
Él nos dio otro ejemplo de cómo manifestamos las obras de
Dios en nuestra manera de vivir cuando, a continuación de la
enseñanza de sus ocho bienaventuranzas, presentó una vívida y
elocuente metáfora. Según Jesús, cuando nos convertimos en sus
discípulos, es como si fuéramos velas que han sido encendidas. Una
vez que ha encendido nuestra luz, Él siempre tiene un candelero en
el que ha de colocarnos. Después de esta metáfora, en el Sermón
del Monte, continúa con esta gran exhortación: “Así alumbre
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas
obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mateo
5:14-16).
En sus últimas horas con los apóstoles, Jesús les dijo: “No
me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he
puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca"
(Juan 15:16). Jesús quería decir que iba a colocar a los apóstoles
estratégicamente como velas en un candelero, para que pudieran dar
fruto.
17. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
17
Al final de ese versículo, Jesús enseña, básicamente:
“Cuando ustedes comprendan que han sido salvados para dar fruto,
Dios el Padre comenzará a responder sus oraciones”. El problema
es que la mayoría de nosotros llegamos a la salvación de la misma
manera que encaramos cualquier otra cosa en nuestra vida —con un
motivo egoísta—, y nos preguntamos: “¿Qué beneficio me
reportará esto?”. Nuestra motivación debería ser: “¿Qué beneficio
le reportará esto a Jesús? ¿Cómo glorificará esto a Dios?”, y no:
“¿Qué me reportará a mí esta experiencia de la salvación?”.
Aquí vemos una gran enseñanza, cuando Jesús declara que
la ceguera tenía como fin que las obras de Dios se manifestaran en
la vida de este hombre. La pregunta que más nos formulamos en la
vida es “¿Por qué?”. Cuando lleguemos al cielo, la palabra que más
usaremos será: “¡Aaahhh!”. Mientras vivimos en esta dimensión,
debemos buscar en las Escrituras las respuestas a nuestros “por
qué”. El Libro de Job enseña que estas cosas suceden por la
voluntad permisiva de Dios. Vienen de Satanás, pero solo por
medio del permiso de Dios. Cuando suceden cosas trágicas, como
la ceguera de este hombre, la gente se pregunta por qué. La forma
en que Jesús les respondió esa pregunta a sus apóstoles es mi
explicación favorita.
Según Isaías, cuando el Mesías llegue, una de sus cartas de
presentación será: “Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y
los oídos de los sordos se abrirán” (Isaías 35:5). El propósito de lo
que Juan escribe es darnos un registro de las señales milagrosas que
Jesús realizó, para convencernos de que Él es el Cristo (20:30, 31).
La sanidad de este hombre que era ciego de nacimiento es una de
esas pruebas milagrosas.
Después de decir que el propósito de la ceguera de este
hombre era que “las obras de Dios se manifiesten en él", Jesús
agrega esta tremenda afirmación: “Me es necesario hacer las obras
del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene,
cuando nadie puede trabajar. Entre tanto que estoy en el mundo, luz
soy del mundo".
Lo desafío nuevamente a observar cuán obsesionado estaba
Jesús con la obra de Dios. Jesús menciona la obra de Dios después
de su encuentro con la mujer junto al pozo. Estaba rebosando de
gozo porque había hecho la obra de Dios cuando esa mujer
encontró el Agua Viva. Fue entonces que afirmó: “Mi comida es
que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra”(4:34).
A lo largo de todo el Evangelio de Juan, encontraremos a
Jesús haciendo referencias a estas obras que el Padre deseaba que
hiciera. En el capítulo 5, dijo que eran una de las pruebas de que Él
era quien decía ser. He mencionado anteriormente que Jesús
glorificó a su Padre terminando las obras que Él le había dado para
hacer, y que, en la cruz, sus últimas palabras fueron: “Consumado
es. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Juan 17:4; 19:30;
Lucas 23:46).
18. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
18
Aquí, Jesús incluye a sus discípulos (es decir que nos
incluye a usted y a mí) al decir: “Mientras sea de día, tenemos que
llevar a cabo la obra del que me envió. Viene la noche cuando nadie
puede trabajar” (9:4, NVI). Lo que Jesús llama “noche” significa el
fin de nuestra vida terrenal. También podría significar que, cuando
pasamos por este mundo, tenemos oportunidades de hacer las obras
de Dios, y cada una tiene un plazo limitado para ser realizada.
Después de compartir estas verdades, leemos que escupió en
tierra, hizo barro con la saliva y la puso sobre los ojos del hombre.
Entonces, le dijo: “Ve a lavarte al estanque de Siloé”. Observe que
Jesús no siempre sana de la misma forma. He aquí otra gran
respuesta a la pregunta de qué es la fe. Leemos que “[El hombre]
Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo”.
Esta es una hermosa representación de la fe y otra respuesta
a la pregunta de qué es la fe. Si Jesús no hubiera hecho barro, lo
hubiera puesto sobre los ojos del hombre, le hubiera indicado lo que
tenía que hacer, y, sobre todo, si Jesús no hubiera sido el Gran
Médico que es, no habría habido sanidad. Pero él permitió que el
hombre participara en su propia sanidad. Y, para eso, el hombre
debía tener fe.
Cuando el agua se convirtió en vino, los siervos tuvieron la
fe necesaria para sacar el agua que habían puesto en esas enormes
vasijas de ochenta litros de capacidad y comenzar a servirlas como
vino. Los panes y los peces del niñito se multiplicaron cuando
pasaron de las manos de Jesús, por las manos de los discípulos, a
las manos de la multitud hambrienta. En esas ocasiones, los
apóstoles y los siervos en la boda participaron en el milagro.
Tuvieron que poner en práctica la fe; entonces, se realizó el
milagro. Jesús no siempre obra así, pero así realizó esos milagros y
la sanidad de este hombre ciego.
Así que el hombre fue y se lavó en el estanque de Siloé, y
volvió a su casa viendo. Inmediatamente vemos a este hombre en su
“candelero”. Sus vecinos fueron los primeros en ver su luz. Se
preguntaron: “¿Es este el mismo que se sentaba a mendigar?”.
Algunos dijeron: “Sí”. Otros dijeron: “No, solo se parece a él”. Pero
el hombre mismo dio testimonio y dijo: “Sí, soy yo”.
Aquí vemos una buena representación de lo que hemos
aprendido acerca de un testigo. Un testigo no es solo algo que
somos o la forma en que vivimos nuestra vida. Habrá momentos en
que, estando en nuestro “candelero”, deberemos dar testimonio
verbalmente —es decir, hacer brillar nuestra luz— y hablar del
milagro que nos ha sucedido. Las personas se sentirán atraídas por
lo que hayan visto que Dios hizo en nosotros. Cuando nos pidan
una explicación, se nos indica que debemos dar razón de la
esperanza que hay en nosotros (1 Pedro 3:15). Algo maravilloso le
había sucedido a ese hombre. Cuando la gente vio la prueba del
milagro, se maravilló por lo que había sucedido, cómo había
sucedido, y lo que eso podía significar para sus vidas.
19. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
19
Por eso, le preguntaron: “¿Cómo recibiste la vista?”. El
hombre respondió: “Ese Hombre al que llaman Jesús hizo barro y lo
puso en mis ojos. Después me dijo que fuera y me lavara. Fui, me
lavé, y ahora veo”. Y cuando le preguntaron: “¿Dónde está ese
Hombre?”, él les respondió: “No lo sé”.
Había muchas cosas de ese milagro que el hombre no
comprendía, pero sí sabía esto: antes, era ciego; y ahora, veía. Y
sabía lo que le había sucedido, y cómo había sucedido: “Yo era
ciego. Nací ciego, pero el hombre al que llaman Jesús hizo barro, lo
puso sobre mis ojos y me dijo que fuera a lavarme. Fui. Me lavé.
¡Ahora veo!”.
Una vez más vemos el énfasis en este concepto de la fe:
cuando hacemos, sabemos. En nuestro viaje de fe, no se trata de ver
para creer. Se trata de creer para ver. Tenemos esta respuesta de qué
es la fe gráficamente ilustrada aquí en la experiencia de este hombre
que nació ciego, pero ahora puede ver porque conoció a Jesús, le
creyó y lo obedeció.
La Luz del mundo
Cuando Jesús sanó al hombre junto al estanque, dije que se
trataba de una sanidad estratégica, ya que fue el disparador que dio
lugar al diálogo que Jesús deseaba iniciar con los líderes religiosos.
Jesús solía hacer las cosas de esa manera. Él alcanzó a la mujer de
Samaria porque, aunque solo pasaba por allí, quería ver a Samaria
alcanzada por esa mujer después que Él hubiera pasado. Pasaba por
Jericó cuando alcanzó a Zaqueo, quien, a su vez, alcanzó a Jericó
para Él, cuando Él ya había salido de allí.
Como he señalado, en la sanidad del hombre junto al
estanque, en el capítulo 5, esta sanidad se convirtió en un
disparador que reanudó el diálogo hostil con los líderes religiosos.
Después de la sanidad de este hombre ciego, Jesús pronunció su
discurso en el que afirmaba que era la Luz del mundo. Cerca del
final del capítulo, Juan nos dice que, a continuación de estas
palabras, Jesús presentó su aplicación: como Luz del mundo, Jesús
era una clase de luz muy especial. Era una luz que daba vista a
quienes eran ciegos y, al mismo tiempo, revelaba la ceguera de
quienes decían que podían ver.
Los fariseos estaban allí cerca y escucharon su discurso.
Ellos entendieron lo que Jesús afirmaba y lo aplicaron
correctamente. Por eso, le preguntaron: “¿Quieres decir que
nosotros somos ciegos?”. Jesús les respondió: “Si fueran ciegos, no
tendrían pecado. Pero ustedes dicen que ven. Por eso, su pecado
permanece”.
En un lugar de Estados Unidos, cierta vez, hubo una
explosión que hizo que se desplomara parte de una cueva en una
mina de carbón. Después de la explosión, unos treinta mineros
quedaron atrapados durante tres días en la mina hasta que los
rescatadores llegaron hasta donde estaban. Los mineros pasaron
20. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
20
esos tres días en total oscuridad. Cuando los rescatadores
finalmente llegaron hasta ellos, después de mucha alegría y mucha
celebración, uno de los mineros rescatados les preguntó: “¿Por qué
no trajeron luces?”. En realidad, los rescatadores habían llevado
muchas linternas y luces. La pregunta hizo que se acallara la
celebración, ya que todos se dieron cuenta de que la explosión que
había hecho desmoronarse la cueva lo había cegado, pero él no se
enteró de que estaba ciego hasta que llegó la luz.
En un contexto espiritual, esto es lo que Jesús les estaba
diciendo a esos líderes religiosos. Ellos eran espiritualmente ciegos,
pero pensaban que podían ver. Hasta se jactaban de su gran visión
espiritual. Por el contrario, este hombre al que Jesús sanó, que era
físicamente ciego y recibió la vista, era una imagen de las personas
que saben que no ven como deberían ver. Cuando Aquel que es la
Luz del mundo llega, ellos reciben la luz y son sanados de su
ceguera espiritual.
Cuando los líderes religiosos, muy ofendidos, preguntaron:
“¿Quieres decirnos que somos ciegos?”, Jesús, claramente, les dijo:
“Sí; eso es precisamente lo que les digo”.
El hombre que había sido sanado fue excomulgado de la
sinagoga. Cuando Jesús lo encontró y se dio a conocer, el hombre
creyó y confesó a Jesús como Señor. Como ya he señalado, este
capítulo y la historia de esta sanidad nos dan hermosas respuestas
para la pregunta sobre qué es la fe. El hombre cree, llama “Señor” a
Jesús y lo adora; debemos incluir estos tres pasos fundamentales de
la fe en la respuesta a esta pregunta.
Cuando vemos que Jesús le da seguridad a este hombre y
obtiene de él una confesión de fe y su adoración, al sanarlo,
también descubrimos maravillosas respuestas para la pregunta:
“¿Quién es Jesús?”. Observe cómo, al igual que la mujer que estaba
junto al pozo, este hombre comprende gradualmente quién es Jesús.
Al principio, no tiene la menor idea de quién es Él. Simplemente es
“aquel hombre que se llama Jesús”. Pero gradualmente va
comprendiendo Quién es Jesús, hasta que llega a confesarlo como
su Señor y lo adora.
El hombre que recibió la vista porque conoció a Jesús y las
aplicaciones que Jesús hace de esta historia son, también, respuestas
para la tercera pregunta que Juan repite a lo largo de su Evangelio:
“¿Qué es la vida?”. Quienes han vivido cuarenta años antes de
experimentar la salvación nos dirán que su experiencia de salvación
fue como si hubieran nacido ciegos. Después de ser espiritualmente
ciegos durante cuarenta años, encontraron la Luz del mundo. Él les
reveló su ceguera, sanó su ceguera, y, ahora, ellos ven por primera
vez en su vida. La vida es darnos cuenta de que hemos nacido
ciegos espiritualmente, pero, después de conocer a Jesús, podemos,
junto con este hombre, exclamar: “Hay muchas cosas que no sé,
pero algo sé: ¡yo era ciego, y ahora veo!”.
21. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
21
A medida que avanzamos por los capítulos del Evangelio de
Juan, ¿permitirá usted que la Vida, que es la Luz que alumbra a
todo hombre, revele su ceguera espiritual? ¿Querrá, entonces, andar
en la Luz que Él es, mientras Él le muestra cómo usted puede ser
parte del proceso de la fe que produce el milagro que Él quiere
hacer de su vida? Formúlese estas tres preguntas de Juan, y
contéstelas, en este capítulo de su profundo Evangelio.
Capítulo 4
Los llamados
(Juan 10:1-16)
Cuando el hombre ciego que recibió milagrosamente la vista
fue expulsado de la sinagoga, Jesús predicó un profundo y bello
sermón en el que claramente afirmaba ser el Buen Pastor que David
presenta en su inspirado Salmo 23. Antes de estudiar este sermón,
quisiera compartir con usted un principio de todo estudio bíblico.
Cuando los libros de la Biblia fueron escritos,
originalmente, no estaban divididos en capítulos. Los libros del
Nuevo Testamento fueron divididos en capítulos más de mil años
después de haber sido escritos, para ayudarnos a estudiarlos y hacer
referencia a pasajes específicos. Por lo tanto, cuando llegamos a la
división de un capítulo, siempre es bueno que nos preguntemos:
“¿Hay un cambio de tema o de contexto en este nuevo capítulo?
¿Hay algo en el capítulo que acabo de leer que me ayude a
comprender lo que voy a leer ahora?”.
Eso es lo que encontramos cuando leemos el capítulo 10 de
Juan. El hecho de que el hombre que Jesús sanó fuera expulsado de
la sinagoga nos enseña a comprender esta gran enseñanza de Jesús:
“De cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el
redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y
salteador. Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es.
A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas
llama por nombre, y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las
propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen
su voz. Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no
conocen la voz de los extraños” (10:1-5).
Jesús comienza esta enseñanza con las palabras “de cierto”.
En otras palabras, dice: “Lo que voy a decirles ahora es algo
especialmente verdadero e importante”. Después, utiliza una
inspirada metáfora, y leemos: “Pero ellos no entendieron qué era lo
que les decía" (10:6). Su metáfora hablaba de un redil. Es muy
importante que sepamos bien cómo se cuidaban las ovejas en esa
época para comprender qué era un redil.
Esta metáfora nos presenta uno de los muchos aspectos
fascinantes de la crianza de ovejas. Un redil era un área cercada en
un pueblo o una aldea, que se utilizaba para dejar a las ovejas
durante la noche. Por ejemplo: un pastor pasaba por una aldea o un
22. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
22
pueblo con sus ovejas. Mientras él pasaba la noche en una posada,
dejaba a sus ovejas en este redil comunitario.
Imaginemos que cinco o seis pastores diferentes dejan sus
ovejas en un mismo redil. Por la mañana, cuando los pastores van a
buscar a sus ovejas, cada uno simplemente llama a las que son de
él. Tiene una forma especial de llamarlas. Después, se va del redil.
Cuando el pastor llama a sus ovejas y se aleja, las ovejas, que
conocen su voz, lo siguen. No siguen a otro pastor ni a alguien que
trate de robarlas.
Ahora bien, Jesús utilizó esto como metáfora, y ellos no
comprendieron lo que les estaba diciendo. Estoy convencido de que
el redil, en esta metáfora de Jesús, es el judaísmo. Jesús declaró
que, así como el pastor va al redil, llama a sus ovejas, y las ovejas
conocen su voz y lo siguen, como el Buen Pastor, Él estaba
llamando a sus ovejas para que salieran del redil del judaísmo.
Debemos comprender que todos los apóstoles eran judíos,
así como todos los miembros de la iglesia que aparecen en los
primeros nueve capítulos del Libro de los Hechos. Jesús se refería,
obviamente, al hombre que Él había sanado. Estos líderes religiosos
judíos habían expulsado al hombre de la sinagoga porque él había
aceptado a Jesús como su Señor y lo había adorado. Por medio de
esta elocuente metáfora, Jesús les dice: “Ustedes no lo expulsaron
de la sinagoga; él me sigue porque es una de mis ovejas, y
reconoció mi voz”.
Jesús presenta otra afirmación sobre lo que Él es en este
décimo capítulo: “Yo soy la puerta de las ovejas”. En su metáfora
sobre el redil, Jesús es el Pastor que llama a sus ovejas para que
salgan del redil común, compartido. Pero cuando ellos no
comprenden esa figura, leemos: “Volvió, pues, Jesús a decirles”.
Ahora, intenta nuevamente explicarles qué le sucedió a ese hombre
que fue sanado y expulsado de la sinagoga. “De cierto, de cierto os
digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que antes de mí
vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas.
Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y
saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar y matar
y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan
en abundancia” (10:7-10).
Podemos encontrar muchas respuestas a la pregunta sobre
quién es Jesús, ya que Él declara en muchas ocasiones: “Yo soy. Yo
soy. Yo soy”. La profunda respuesta que encontramos aquí se nos
presenta cuando Jesús afirma ser el Buen Pastor del que escribió
David y, después, agrega esta metáfora: “Yo soy la puerta de las
ovejas”.
Un pastor viajó por Tierra Santa para estudiar la crianza de
las ovejas, porque estaba decidido a aprender el significado de las
muchas metáforas sobre ovejas que se encuentran en la Biblia,
como las que David utilizó en sus Salmos pastorales, y las que
ahora estamos estudiando. Una noche, vio la demostración de esta
23. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
23
metáfora de la puerta de las ovejas. Cierta vez, se impresionó al ver,
en el centro de una aldea grande, un gran redil en el que varios
rebaños de ovejas pasaban la noche. Un pastor tenía la
responsabilidad de cuidar a las ovejas durante la noche. El redil
estaba rodeado por un muro sólido, así que, cuando las ovejas
estaban dentro de él, estaban seguras.
En el lugar donde uno esperaría encontrar una puerta, había
un espacio de aproximadamente dos metros de ancho. El ministro,
pensando que las ovejas podrían escaparse por ese espacio abierto,
o que por él podrían entrar animales depredadores, le preguntó al
pastor: “¿Dónde está la puerta?”. El pastor se tendió a lo largo del
espacio abierto y dijo: “Yo soy la puerta. Ninguna oveja puede
entrar ni salir de este corral a menos que pase sobre mí, y ningún
depredador puede entrar sin despertarme”.
Descubrimos la primera aplicación personal que Jesús
deseaba darle a esta metáfora cuando dice: “El que por mí entrare,
será salvo...” Y también hay una aplicación adicional: “...y entrará,
y saldrá, y hallará pastos". Jesús declara, osadamente, ante los
líderes judíos, que Él está estableciendo otro redil. Está llamando a
los que compondrán ese nuevo redil a que salgan del redil del
judaísmo. En realidad, profética y alegóricamente, estaba
presentando un perfil de la Iglesia que declaró que iba a edificar.
Cuando leemos el Evangelio de Mateo, hasta llegar al
capítulo 16, Jesús está construyendo un reino. Cuando leemos el
capítulo 16 de ese primer Evangelio, escuchamos a Jesús declarar
que Él va a edificar su Iglesia, y que ni todos los poderes del
infierno podrán evitar que lo haga. La palabra “iglesia” significa,
literalmente, “los llamados afuera”. En esta profunda y bella
metáfora, Jesús nos da una maravillosa descripción de la Iglesia.
Esta es, en realidad, una metáfora doble: cuando Él afirma
que es la puerta por la que deben pasar las ovejas para ser salvas, la
palabra “salvo” significa, literalmente, estar a salvo, seguro. Pero la
aplicación que Jesús desea darle es que solo a través de Él podemos
ser salvos (Hechos 4:12). Jesús dice esto mismo más adelante en
este Evangelio, cuando afirma, dogmáticamente, que Él es el
camino hacia Dios, y que no hay otro camino para llegar a su Padre
Dios (Juan 14:6).
La segunda parte de esta metáfora, que muestra a las ovejas
que entran y salen del redil, y hallan pastos verdes, describe,
proféticamente, el plan de Cristo de colocar a quienes son salvos en
el redil de la Iglesia. Al salir y entrar en la comunidad espiritual de
sus congregaciones, encontrarán todo lo que necesitan para vivir
para Cristo y servirlo (Efesios 4:12).
Dios nos dice que no es bueno que un ser humano esté solo,
y, por eso, coloca a los solitarios en familias (Génesis 2:18).
Cuando las ovejas perdidas hallan la puerta de la salvación, el Buen
Pastor es, también, la Puerta de entrada al redil, que coloca a esas
ovejas salvadas en familias.
24. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
24
¿Ha observado usted este tema en la Biblia? Podríamos
llamarlo: “Las idas y venidas del pueblo de Dios”. Los que más
trabajan para Dios son, primero, grandes adoradores de Dios antes
de trabajar para Él. Quienes salen a trabajar para Dios, primero,
experimentan lo que es llegar a Él. Tienen una llegada con
propósito antes de poder tener una salida fructífera.
Cuando estudie biografías en la Biblia, busque las
experiencias de las personas que “llegan” a Dios, que, muchas
veces, preceden a sus “salidas”. Por ejemplo, Moisés llegó durante
ochenta años antes de tener cuarenta años de fructífera salida. Estoy
convencido de que nuestra salida es, muchas veces, infructuosa y
vacía de significado, porque, simplemente, salimos sin llegar a Dios
primero. Esta es una bella metáfora: “Entrará, y saldrá, y hallará
pastos”. Dios bendice nuestra entrada y, luego, nuestra salida.
Observe las muchas invitaciones de Jesús que nos instan a
acercarnos a Él. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis
descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi
carga" (Mateo 11:28-30). "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba"
(Juan 7:37). En el relato del evangelio, leemos que, cuando las
personas responden a estas invitaciones y llegan con propósito, su
sed es saciada, su hambre es satisfecha, y encuentran descanso para
sus almas.
Finalmente, siempre escuchan la Gran Comisión. “Ahora,
ve. Ahora que has venido con propósito, ahora que has bebido del
Agua Viva, haz que esta agua viva se convierta, en ti, en una fuente
de la que beban otros. Que la saciedad de tu sed se convierta en ríos
de agua viva que fluyan de ti para los demás”. En otras palabras,
usted ha llegado con propósito. Ahora, salga con propósito. “Entra,
halla pastos y, después, ve”.
Muchos creyentes han hallado gran consuelo en la promesa
de este Buen Pastor de que Él va delante de ellos cuando llama a
sus ovejas, y ellas lo siguen. Hay momentos en nuestra vida en que
nuestro Buen Pastor desea hacer una cosa nueva (Isaías 43:19).
Entonces, nos llama a salir y seguirlo a ese nuevo capítulo que
desea escribir en nuestro diario de viaje de la fe. Él nos ama tanto
que, algunas veces, su llamado no es solo una voz que nos llama a
esa nueva dimensión de fe y servicio; algunas veces, en su amorosa
providencia, Él nos presenta situaciones o personas que nos
empujan desde atrás.
Cuando Él tiene un nuevo lugar escrito para nosotros en el
rollo de su voluntad, hay tres cosas que debe realizar en nuestra
vida. Primero, debe sacarnos del lugar anterior. Dado que todos
nosotros tendemos a buscar seguridad, no queremos dejar la
seguridad del viejo lugar. Por eso, Él debe agregar, a la voz que tira
de nosotros desde adelante, algo que nos sacuda y nos empuje fuera
del lugar viejo.
25. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
25
Durante el tiempo de transición entre lo viejo y la cosa
nueva a la que Él nos está llamando, su segunda obra es
mantenernos en movimiento para poder tirar de nosotros durante la
transición. Su tercera obra es ajustarnos para que encajemos en ese
nuevo lugar que tiene para nosotros, y en esa cosa nueva que quiere
hacer en nosotros, por nosotros, y a través de nosotros.
Todo este proceso está ilustrado en el Antiguo Testamento,
cuando Dios deseaba sacar a los hijos de Israel de Egipto para
llevarlos a la Tierra Prometida, Canaán. “Y nos sacó de allá, para
traernos y darnos la tierra que juró a nuestros padres"
(Deuteronomio 6:23).
La voz de Dios, que los guiaba a esa cosa nueva y ese lugar
nuevo, se demostró en forma dramática por medio de la nube
durante el día y la columna de fuego durante la noche, que guiaron
al pueblo por el desierto de su incredulidad hasta entrar en la Tierra
Prometida. Cuando estaban frente al Mar Rojo, el ejército egipcio
que avanzaba contra ellos en medio de una nube de polvo sin duda
fue el empujón providencial que los hizo salir de lo viejo para que
pudieran llegar al nuevo lugar que Dios deseaba para ellos. Esta es
la versión del Antiguo Testamento de la misma verdad que Jesús
enseña por medio de esta profunda metáfora.
Hay otra aplicación devocional de esta metáfora. Cuando
escuchamos a Jesús decir que Él es la Puerta de las ovejas, si
sabemos que Él es nuestro Pastor, ningún “depredador” (problema)
podrá entrar a nuestra vida a menos que pase, primero, sobre el
cuerpo de nuestro Pastor. Esto, sin duda, debería ser un gran
consuelo para tantos devotos creyentes que sufren problemas de
enfermedad y discapacidad. Personalmente, al estar, hoy, inválido y
postrado en una cama, yo encuentro gran consuelo en esta
aplicación.
Como vemos en el Libro de Job, estos problemas quizá no
vengan directamente del Señor, pero no pueden alcanzarnos a
menos que nos lleguen por su voluntad permisiva. Satanás tuvo que
pedir permiso al Señor antes de afligir a Job, y creo que tiene
permiso de nuestro Pastor para afligirnos a nosotros. Ningún
predador, ningún problema puede llegar a usted o a mí, a menos
que, primero, pase por Él.
Hay, todavía, una aplicación más de esta profunda metáfora,
cuando Jesús realiza esta solemne declaración ante los líderes
religiosos judíos: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y
destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en
abundancia". ¿Qué quiere decir Jesús cuando manifiesta que todos
los que han venido antes que Él eran ladrones y salteadores? (vv.
1,2). ¿O cuando dice: “El que no entra por la puerta en el redil de
las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador”?
¿Qué quiere decir más adelante en este pasaje, cuando habla del
“asalariado”?
26. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
26
Recuerde: cuando limpió el templo, Jesús dijo: “Escrito
está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis
hecho cueva de ladrones" (Mateo 21:13; Marcos 11:17). Cuando los
romanos conquistaron Jerusalén, cuarenta años después que Jesús
pronunciara estas palabras, hallaron el equivalente de más de cinco
millones de dólares en la caja fuerte del templo. La forma en que
los líderes religiosos explotaban a los peregrinos religiosos era un
negocio corrupto y muy productivo que sin duda les amerita la
calificación de ladrones y salteadores.
También los llama “asalariados”. Con esto, quiere decir que,
a ellos, las ovejas no les importan en lo más mínimo. Son simples
asalariados. Recuerde esto al leer la metáfora con algunos cambios
hechos por Jesús en los siguientes versículos: “Yo soy el buen
pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el asalariado, y
que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al
lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las
dispersa. Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le
importan las ovejas” (10:11-13).
Esta era una grave condena para esos líderes religiosos
judíos. Ellos eran los ladrones y salteadores, y los asalariados a los
que Jesús se refiere en esas palabras. Eran parte del sistema
religioso corrupto de explotación que los hacía ricos. Es obvio que
no les importaba nada de ese hombre que había estado paralítico
durante treinta y ocho años, junto al estanque de Betesda. No les
importaba nada de él, y no estaban precisamente felices de que
hubiera sido sanado. De la misma forma, tampoco tenían
compasión por este hombre ciego, y también parece que no les
agradó en lo más mínimo el milagro de que él, ahora, pudiera ver.
¿Cómo podían estar tan endurecidos y no tener la menor
compasión por estas personas patéticas que Jesús amaba tanto? La
explicación podría estar en este punto. Ellos no eran pastores. Eran
asalariados, es decir, religiosos profesionales, que trabajaban por un
salario, y por los beneficios y prestigios que su profesión implicaba.
Y eran ladrones y salteadores. Eran lo que podríamos llamar
“estafadores religiosos”, timadores. Ganaban millones de dólares
explotando a los peregrinos religiosos durante los días santos, y al
pueblo de Dios, con regularidad.
Más adelante, en este Evangelio, Jesús indica a Pedro que
demuestre que ama a su Señor y Salvador pastoreando y
alimentando a las ovejas que Él ama. A estos líderes religiosos no
les importaba nada de las ovejas. Aunque, como Pedro, tenían el
mandamiento, y decían que se les había confiado la responsabilidad
de alimentar y pastorear esas ovejas, ganaban millones de dólares
para sí mismos esquilmándolas.
Pero, en contraste directo con ellos, Jesús afirma todas estas
cosas sobre sí mismo. “Yo soy el buen pastor” (lo afirma dos
veces). “Y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el
27. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
27
Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las
ovejas".
Como en el capítulo 5, Jesús, de hecho, está diciendo: “El
Padre y yo tenemos una relación. Yo conozco al Padre, y el Padre
me conoce a mí. Yo llamo a mis ovejas, como a esa mujer junto al
pozo, a Nicodemo, al hombre que estaba junto al estanque de
Betesda, y a este hombre ciego que recibió la vista”. Se refiere a
estas personas cuando dice: “Yo conozco a mis ovejas, y ellas me
conocen a mí. Ellas escuchan mi voz y la conocen. No oirán ni
seguirán a un ladrón o a un extraño. Pero conocen mi voz, y me
siguen a mí”.
En el contexto de estas profundas metáforas sobre las
ovejas, Jesús afirma, además: “También tengo otras ovejas que no
son de este redil". He oído aplicar este versículo de muchas
maneras. En una iglesia cuya membresía es de una única raza, he
oído que lo citaban para reconocer el hecho de que hay personas de
otras razas que son creyentes. También escuché a personas de una
tendencia teológica reconocer, con ciertas reservas, esta misma
realidad, citando este versículo: hay personas que no creen como
creen ellas, pero también son parte del redil.
La interpretación y la aplicación que Jesús quería dar a estas
palabras se demuestran en el Libro de los Hechos. En ese inspirado
libro histórico del Nuevo Testamento, hasta que llegamos al
capítulo 10, todos los creyentes que componen la Iglesia son judíos.
El glorioso milagro de que la Iglesia que Él va a edificar incluirá a
los gentiles es la interpretación y la aplicación principal de lo que
Jesús quiere decir cuando sostiene: “También tengo otras ovejas
que no son de este redil”. La interpretación y la principal aplicación
de este versículo son que personas que no son judías formarán parte
de este nuevo rebaño. El Señor le dio a Pedro una revelación
sobrenatural y la repitió tres veces, para convencerlo de que la
Iglesia debe incluir a los gentiles (Hechos 10).
Un evangelista que es judío mesiánico, dinámico y potente
predicador, habló ante varios cientos de seminaristas. Cuando
muchos lo felicitábamos después de su excelente sermón, uno de
los estudiantes más avanzados le dijo: “Usted es el primer judío
cristiano que conozco”. El predicador judío se volvió hacia él y le
preguntó: “¿Es que no ha oído hablar de los doce apóstoles?”.
Solemos olvidar que los doce apóstoles eran judíos.
El evangelio predicado por el Cristo vivo y resucitado, y sus
seguidores, es llamado una revelación hebreo-cristiana de la verdad
por dos razones. Primera: Todo lo que creemos, como seguidores
de Cristo, está basado estrictamente en las Escrituras, que son,
primero, el Antiguo Testamento judío, y, después, el Nuevo
Testamento, que dice que Jesús vino y lo que eso debería significar
para los que creen en Él. Segunda: La Iglesia de Jesucristo es judía
hasta que se convierte en un redil de ovejas salvadas, que escuchan
y conocen la voz de Cristo, que los llama a salir del judaísmo para
28. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
28
seguirlo a Él.
En resumen:
Para resumir estos primeros dieciséis versículos de Juan,
capítulo 10: ¿Quién es Jesús? En este capítulo, Él es la Puerta que
lleva al redil, y Él es la única puerta por la cual las ovejas pueden
entrar a ese redil para hallar la salvación. Las ovejas, entonces,
tendrán continuamente una entrada con propósito y una salida
fructífera por esa puerta. Ese es Jesús en este gran capítulo.
¿Y qué es la vida en este capítulo? La vida eterna es ser una
de sus ovejas. Es la salvación que se halla al entrar al redil por la
puerta que Él es, y ser mantenido seguro y a salvo. La vida es estar
continuamente entrando y hallando pastos. Nuestras necesidades
son satisfechas cuando entramos, porque Él vino para que tengamos
vida, y vida en abundancia. La vida es, entonces, hallar, en ese redil
de la comunidad espiritual de la Iglesia, todo lo que necesitamos
para vivir por Cristo, servir a nuestro Señor y glorificar a Dios.
¿Y qué es la fe? Fe es la convicción de que el Cristo vivo y
resucitado es la Puerta que lleva a la salvación y a las bendiciones
del redil. Fe es creer que Él es la única puerta por la que debemos
pasar para ser salvos y entrar en la vida eterna. Por lo tanto, fe es
negarnos a seguir la voz de los extraños, ladrones y salteadores.
Fe es, también, escuchar su voz y asumir los compromisos
necesarios para seguirlo. Fe es la decisión de hacer un cambio,
sabiendo que cuando Él llama a sus ovejas a salir, siempre va
delante de ellas, y que confirmará ese milagro mientras lo
seguimos. En otras palabras, la fe es la guía de Dios y la confiada
convicción que tiene el valor de seguir esa guía de Dios.
Ese es Jesús, eso es la fe, y eso es la vida, en los primeros
dieciséis versículos de Juan, capítulo 10.
Capítulo 5
Ovejas seguras
(Juan 10:17-42)
“Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías
me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y
pongo mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no
son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y
habrá un rebaño, y un pastor. Por eso me ama el Padre, porque yo
pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que
yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder
para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (14-
18).
Ahora, Jesús describe, obviamente, su obra más importante.
Ministra públicamente durante tres años, y ya está en Jerusalén, que
29. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
29
será el escenario de la obra más importante que Él haga en este
mundo.
Como he señalado en mi enfoque de este Evangelio, hay
veintiún capítulos en el Evangelio de Juan. Aproximadamente la
mitad de ellos nos hablan de los primeros treinta y tres años de la
vida de Jesús, pero no dicen absolutamente nada de su nacimiento
ni de sus primeros treinta años de vida. En realidad, solo registran
los últimos tres años de su vida. Para cuando llegamos al capítulo
12, Jesús ya ha vivido treinta y tres años, incluyendo los tres años
de ministerio público. Todos los demás capítulos, donde se
encuentra la mitad del contenido de este Evangelio, se refieren a la
última semana de su vida.
Entre los cuatro Evangelios, hay ochenta y nueve capítulos.
Solo cuatro de ellos hablan del nacimiento de Jesús y sus primeros
treinta años de vida. Ochenta y cinco capítulos se dedican a los
últimos tres años, y veintisiete, a la última semana de su vida. ¿Por
qué es tan importante esta última semana? El relato escrito de la
última semana de la vida más importante que jamás se haya vivido
ocupa la mitad de la biografía de Jesús, porque esos capítulos y
versículos registran el milagro de que Él murió y resucitó para
salvarnos. Su muerte y su resurrección ocurrieron para que fueran
perdonados los pecados de todo el mundo, en general; y los míos y
los suyos, en particular.
Como seguidores de Cristo, tenemos la comisión de
predicar el evangelio a todo el mundo. Al final de los cuatro
Evangelios y al comienzo del Libro de los Hechos, se nos dice que
debemos hacer discípulos para Cristo en toda nación del mundo
predicando el evangelio. Si tomamos en serio la Gran Comisión,
debemos comenzar por darnos cuenta de que antes de intentar
transmitir el evangelio, debemos saber precisamente qué es ese
evangelio.
En su primera carta a los corintios, Pablo da una clara
definición de esta palabra: “evangelio”. Me temo que sería algo
embarazoso si un pastor de una iglesia común le diera papel y lápiz
a su congregación y le pidiera que respondiera a esta pregunta:
“¿En qué consiste este evangelio que se nos envía a predicar al
mundo? Cite algunos versículos bíblicos en apoyo de su respuesta”.
En los primeros cuatro versículos del capítulo 15 de 1
Corintios, Pablo nos dice cuál debería ser la respuesta a la pregunta
del pastor. Al terminar su carta a los corintios, básicamente, Pablo
les dice: “Ahora quiero recordarles en qué consiste el evangelio que
les prediqué cuando llegué a Corinto. Esto es lo que les prediqué.
Esto es lo que ustedes creyeron. Esto es lo que los salvó. Y este es
el fundamento en que ustedes se basan. Si creen alguna otra cosa, o
se basan en otro fundamento, están perdidos. Este es el evangelio:
Jesucristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras.
Jesucristo resucitó de entre los muertos, según las Escrituras”.
30. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
30
Específica, explícita, precisa y simplemente, este es el
evangelio que debemos proclamar a todo el mundo. Cuando
comprendemos claramente lo que es el evangelio, comprendemos la
importancia de la última semana de la vida de Jesús. También
entendemos, entonces, lo que Jesús nos presenta en estos
versículos, cuando dice: “Por eso me ama el Padre, porque yo
pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que
yo de mí mismo la pongo".
Me resulta curioso observar a lo largo de este Evangelio que
Jesús nunca afirma hacer nada por sí mismo. Según Jesús, Él nunca
hace nada. El Padre hace todo, en Él y a través de Él. El Padre es el
Origen, el Poder y el Propósito de cada palabra que Él habla y de
cada obra que hace. El Padre es, literalmente, quien hace todo lo
que Jesús hace.
Aquí tenemos la excepción a este concepto. Esta es la única
vez que Jesús dice que Él va a hacer algo. Dice: “El Padre me ama
porque yo entrego mi vida, para después volver a tomarla. Yo tengo
el poder, o la autoridad, para ponerla, y la autoridad, es decir, el
poder, para volverla a tomar”. Después dice: “Este mandamiento
recibí de mi Padre”. Así que, en realidad, aquí tampoco dice hacer
algo aparte del Padre. Al principio, parece que sí. Él tiene un
mandamiento del Padre, y tiene autoridad del Padre para morir y
para resucitar de los muertos.
Más adelante, en este capítulo, nos dirá que Él y su Padre
son uno (v. 30). Lo que quiere decir es que todo lo que Él es, todo
lo que dice y todo lo que hace, surge o, simplemente, es una
expresión de su unidad con el Padre. Y esto puede ser algo
emocionante para nosotros cuando reflexionamos sobre qué es la fe.
Cuando Jesús enseñó a sus apóstoles en el discurso del
aposento alto, básicamente, les dijo que, después de su muerte y su
resurrección, ellos podrían ser con Él, como Él es con el Padre
(14:20-24). ¡Qué maravilloso desafío es comprender que podemos
ser uno con Cristo, con el Cristo resucitado, que es hoy, como lo
fue ayer, uno con el Padre!
En el contexto de esta enseñanza, Jesús les dio una promesa
extraordinaria a los apóstoles. Les dijo que, si eran uno con el
Espíritu Santo, así como Él, entonces, era uno con el Padre, ellos
harían obras mayores que las que había hecho Él. Seguramente se
refería a que sus obras serían mayores en cantidad, porque habría
muchas más. Su extraordinaria enseñanza, que estudiaremos con
mayor profundidad cuando analicemos esos capítulos juntos, es que
la Palabra de Dios fue hablada, y la obra de Dios fue hecha en la
Tierra a través de Él, porque Él era uno con el Padre. Si ellos eran
uno con el Espíritu Santo, la Palabra y la obra de su Señor y
Salvador iba a ser hablada y realizada en la Tierra a través de ellos.
En este pasaje, Jesús está hablando de su muerte y su
resurrección. ¿Recuerda esa dogmática afirmación que Jesús le hizo
31. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
31
a Nicodemo cuando declaró que debía morir en la cruz porque su
muerte en la cruz era la única salvación provista por Dios, y Él era
el único Salvador provisto por Dios? En este pasaje, Jesús se basa
en aquella declaración, cuando, dice, en esencia: “Ahora bien,
cuando esto suceda, no crean que yo fui crucificado simplemente de
la misma manera que fueron llevados a la fuerza y crucificados
otros, porque se oponían a Roma. Ningún hombre puede quitarme
la vida. Yo voy a entregarla por un acto de mi voluntad, y la prueba
de ello es que voy a tomarla nuevamente por otro acto de mi
voluntad”.
No debe sorprendernos leer: “Volvió a haber disensión entre
los judíos por estas palabras. Muchos de ellos decían: Demonio
tiene, y está fuera de sí; ¿por qué le oís? Decían otros: Estas
palabras no son de endemoniado. ¿Puede acaso el demonio abrir los
ojos de los ciegos?” (10:19-21).
Aquí hay un cambio de tema. En el versículo 22, comienza
una nueva sección. Han pasado meses antes de que suceda lo que
aquí se relata: “Celebrábase en Jerusalén la fiesta de la dedicación
[también conocida como Jánuca]. Era invierno, y Jesús andaba en el
templo por el pórtico de Salomón. Y le rodearon los judíos y le
dijeron: ¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo [o
el Mesías], dínoslo abiertamente. Jesús les respondió: Os lo he
dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre,
ellas dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis, porque no sois
de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las
conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán
jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio,
es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi
Padre. Yo y el Padre uno somos” (25-30).
“Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para
apedrearle. Jesús les respondió: Muchas buenas obras os he
mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis? Le
respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te
apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te
haces Dios” (10:31-33).
¿Quién es Jesús en el Evangelio de Juan? No olvide notar
lo siguiente, mientras lee este Evangelio: En muchos pasajes, se ve
claramente que Él es el Mesías. En muchos otros pasajes, como en
este, es obvio que Él es Dios. No es simplemente un hombre
piadoso, ni el Hijo de Dios. Él es Dios. Es parte de la Divinidad. Él
es el Hijo, Dios es el Padre, y juntos se presentan, con el Espíritu
Santo, como la Trinidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los tres
son Dios.
A lo largo de toda la Biblia encontramos a este Dios trino.
Por ejemplo, en el primer capítulo de la Biblia, las palabras
referidas a Dios están en plural. Leemos: “Hagamos al hombre a
nuestra imagen”. Si leemos con atención el relato de la creación,
veremos que se hace referencia a la presencia del Padre y del
32. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
32
Espíritu en el milagro de la creación, ya que las palabras que se
refieren a Dios están en plural: “Hagamos”, “nuestra”, etc. Se nos
dice que el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas durante el
proceso. En la magnífica oración que nuestro Señor dirige al Padre
en este Evangelio, dice: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado
tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese"
(17:5). Por lo tanto, sabemos que el Hijo estaba presente con el
Padre y el Espíritu cuando el mundo fue creado.
Esta parte del diálogo se retoma cuando ellos le preguntan:
“¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo
abiertamente”. Él, entonces, les señala que ya les ha respondido
claramente su pregunta, pero ellos no le creyeron.
Al final del capítulo 8, no había ninguna duda en las mentes
de los líderes religiosos de que Jesús afirmaba ser Dios. Trataron de
apedrearlo por blasfemia, porque comprendieron claramente lo que
Él afirmaba. En este pasaje encontramos la misma respuesta ante la
afirmación de Cristo: “Entonces los judíos volvieron a tomar
piedras para apedrearle". Juan escribe “volvieron” porque ellos ya
lo habían hecho al final del capítulo 8, cuando Jesús afirmó eso
mismo.
A lo largo del Evangelio de Juan, se repite el énfasis en el
tema de la providencia de Dios. En el capítulo 6, Juan presenta el
ministerio del Señor en el contexto de la providencia de Dios:
Todos los que el Padre le dé vendrán a Él, y, a menos que el Padre
los traiga, es imposible que ellos se acerquen a Él. Cuando el Padre
los atrae, y ellos vienen, Él no los echa fuera (6:37-47).
Cuando ellos le preguntan sobre su obra, de hecho, Él
responde: “Esto es lo que hago todo el día: Simplemente ando por
este mundo y, mientras tanto, declaro estas palabras, que son
Espíritu y son vida. Cuando yo hablo estas palabras, quienes son
mis ovejas, que me han sido dadas, son atraídas hacia mí por el
Padre y el Espíritu. Ellas escuchan mi voz y vienen. Y cuando
vienen, yo nunca las rechazo”.
En el capítulo 5, Jesús dice: “A ustedes no les faltan pruebas
para creer en mí. No creen en mí porque no quieren hacerlo”. Aquí,
en el capítulo 10, Él da otra razón por la que no creen, cuando dice:
“Ustedes no creen porque no son mis ovejas. Mis ovejas me
escuchan. Yo las conozco, y ellas me conocen a mí. Yo les doy vida
eterna. Ellas no perecerán jamás”. Esas son las características de
sus ovejas. Jesús dice a los líderes: “Ustedes no creen en mí porque
no son de mis ovejas”.
Cuando Jesús les da vida eterna a sus ovejas, ellas no
perecen jamás. Una vez que son salvas, ¿pueden perder su
salvación? Vea esta paráfrasis de la respuesta de Jesús a esa
pregunta: “Si ustedes son realmente mis ovejas, es porque el Padre
las ha atraído hacia mí y las ha entregado a mí. El Padre es la razón
por la que ustedes vienen, el poder que hay detrás de su venida; y el
propósito de que ustedes vengan a mí para ser salvos es la gloria del
33. Fascículo N.º 26: El Evangelio de Juan, versículo por versículo (tercera parte)
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Padre” (28-30). Eso es lo que realmente sucede cuando creemos y
somos salvos.
Después de esta bella metáfora, Jesús presenta su gran
interpretación y aplicación: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las
conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán
jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio,
es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi
Padre. Yo y el Padre uno somos” (27-30). Cuando realmente
comprendemos la salvación, nos damos cuenta de que nuestra
salvación no consiste en que nosotros nos aferremos a Cristo, sino
que Él nos aferra a nosotros.
Cuando nuestros hijos eran pequeños, vivíamos en una
ciudad balnearia, y yo los llevaba a la playa con frecuencia. Uno de
nuestros hijos varones era pequeño, y, cuando caminábamos por la
orilla, las olas llegaban a la playa con mucha fuerza. Yo quería
tomarlo de la mano, pero mi hijo insistía en que él me quería tomar
de la mano a mí. Así que le permití hacerlo. La primera ola lo
volteó. Cuando salió del agua, tosiendo y escupiendo agua salada,
extendió su bracito y me dijo: “¡Ahora tómame tú de la mano,
papá!”.
Mi pequeño hijo pronto descubrió que era mucho mejor que
su padre le tomara a él la mano, y no, que él tomara la mano de su
padre. Jesús enseña, aquí, que la salvación y la seguridad de nuestra
salvación no consisten en que nos aferremos a nuestro Pastor. La
buena noticia es que Él nos aferra a nosotros.
Jesús presenta otra metáfora de ovejas en estos versículos.
Dice que sus ovejas están en su mano. Piense en esa mano abierta,
con una oveja, que nos representa a usted y a mí, apoyada sobre su
palma. Ahora, escuche su promesa de que nadie puede arrebatar esa
oveja de la mano de Jesús.
Mientras se le ocurre que, también, la oveja podría ejercer
su libertad de elección y tomar, deliberadamente, la decisión de
saltar de esa mano, escuche cuando Jesús dice que la mano del
Padre desciende sobre la de su Hijo, y las dos manos forman un
hueco, con la oveja bien segura adentro. Ahora tiene la perspectiva
total de la metáfora, cuando Jesús dice: “Mi Padre que me las dio,
es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi
Padre" (29).
Somos seres capaces de elegir, y hay algunos “hijos
pródigos”. Pero los hijos pródigos no se quedan en la pocilga, con
los cerdos, toda su vida. Cuando el hijo no regresa de la pocilga, la
conclusión es que, en realidad, nunca fue un hijo. Pero, si usted es
un hijo pródigo, o si tiene un hijo pródigo, es un gran consuelo
saber que los hijos pródigos regresan. Nunca es demasiado tarde
para volver en sí y, como el hijo pródigo, darse cuenta de que su
lugar no es esa pocilga del mundo. Y nunca deje de orar por el