1. MAS ALLA DE MI TIERRA
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"que el hombre le ayude al hombre"
Bertolt Brecht
La pequeña comunidad de cinco miembros llegó a la pensión de doña Corina.
Doña Corina era viuda, opaca y tenía sesenta años (decían los vecinos). El
hospedaje estaba frente a una plaza y rodeado de un barrio hambriento,
quebrantado.
Algunas sombras corrían de la garúa por calles desmanteladas (¿era
primavera...? No recuerdo).
Los acomodaron en dos habitaciones decorosamente ocres. A don Luis con su
mujer. Gustavo dormiría con sus padres.
Más que dos familias parecían miserias emparentadas.
Don Luis, pequeño y delgado, tendría cincuenta años, indiscernibles, a causa
de un defecto físico. Caminaba con dificultad, algo jorobado y apenas podía
levantar y girar la cabeza. Inteligente, con vivo sentido del humor , muchas
veces dejaba aparecer su fondo trágico. Hojeando recuerdos, veía que el
tiempo los había ennegrecido.
Gustavo, penetrante niño de ocho años, le fascinaba ese hombre raro.
Alegrías primarias y horas sosegadas dejaron fluir los días y las noches de
comida escasa. No porque la enjuta doña Corina fuese avara, sino porque los
alimentos estaban de acuerdo con la paga que recibía. Terminaba la cena y
con la dueña de la pensión acostada, don Luis decía:
-Nde Ernesto, jaba ja calafateá.
Y con severa dignidad, cuatro adultos y un mita-í caminaban
disimuladamente hasta la plaza. Allí, sentados en un banco, casi como si
cometieran de delito, abrían el bulto que contenía el salame y el pan.
Gustavo, ante esa visión golosa, se relamía taponando agujeros por donde se
colaba el hambre.
Un sentimiento de complicidad, inocente, los hacía felices rezongando quejas.
La escuela se llama Sarmiento. ¿Quién será Sarmiento? No sé por qué me
hace pensar en la parralera de mi casa de la calle México y Segunda
Proyectada. Allá.... iba a la escuela General Díaz, con mis primos y vecinos.
Las calles del Barrio Obrero tenían zanjones, cavados por lluvias, furiosas, y
arenales que nos dejaban mugrientos, después del revolcón, al salir de clase.
2. Aquí..., nadie sabe la historia del héroe de Curupayty ni de sus trincheras
embarradas.
Nadie.
-Gustavo Medina, ¿por qué vives en esta ciudad? - se interesa la maestra de
ojo alerta.
-Porque soy exiliado político- contestó.
-Señorita Susana, ¿qué quiere decir exiliado político?- pregunta un chico,
detrás de mí.
-Que Gustavo les cuente- dice, bajando la cabeza.
Resueltamente me pongo de pie y explico:
-Soy exiliado político porque me echaron de mi casa y de mi escuela. Porque
me separaron de mis primos y mis amigos. Los dulces que cocinaba mi abuela
ya no los puedo comer. Aquí, no hay arenales ni calles desfondadas -. Mientras
cuento, la rabia muerde mis labios.
-¿No estás contento?- averigua una voz triste y sentada.
-Donde estén mis padres, estoy bien- digo sordamente.
-¿Qué hace tu papá?
-Mi papá es periodista, político, contador de historias e inventor de hombres.
A los dos nos gustan los ancianos y los perros. Nos gustan los secretos.
Hubo silencio. El silencio protestó.
Doña Cora, la dueña del caserón con puertas que crujen, no cocina los
domingos. Gustavo y su vianda caminan... Calles caritativas los reciben con
una fiesta azul de jacarandáes.
Llegan al bar y un hombre flaco pregunta:
-¿Qué vas a llevar?
-So'ó apuá para cuatro.
-¿Quéeeee?
-So'ó apuá- repite el muchachito, deshaciendo inseguridades.
-No hay- dice desdeñosamente, con rostro grosero, el hombre flaco.
...Media hora más tarde, Gustavo y su vianda están de vuelta.
-Quiero albóndigas para cuatro- pide, con tono derrotado.
Regresa al hospedaje con albóndigas y lágrimas. Lágrimas recogidas en la
manga de su camiseta.
A media siesta, padre e hijo, ligados, madurando leyendas, llegan hasta el
río. El chico se recuesta en el césped afelpado. El hombre, mira la otra orilla.
Mira más allá de la otra orilla. Ve luz dura, sin filtros; formas crudas,
realidad descarnada. Ve... (¿cuánto más ve Ernesto?).
3. Y aparece el barco, gloriosamente blanco y triunfante sobre el río. El río se
achica, encerrado en los brazos de un paréntesis.
-Papá, ¿qué significan las emes grandes y negras pintadas en las chimeneas?
-Es la eme de los Medina. Son todos nuestros. Cualquier día volveremos en
uno de ellos; tendrás un camarote brillante con olor de pintura. Cenaremos
ensaladas, pavo relleno y una gran copa de helado.
-¿De chocolate?
-De vainilla y chocolate.
Marineros y pasajeros saludan con las manos levantadas. Gustavo contesta.
Es el dueño.
La tarde sonríe.
¿A quién le cabe duda de que ese niño es el dueño de todos los barcos y
remolcadores con M?
Con el tiempo, Gustavo perdió el recuerdo de la casa donde había nacido.
Ignoraba que muebles, libros y su bicicleta ya no estaban. La necesidad se los
habían llevado, como un día se lo llevó a él mismo. No sentía dolor por ese
vacío. Sólo se aman las cosas con las cuales se vive. Lo mismo le ocurría con
los rostros de quienes fueron sus amigos. Tan vivos al principio, fueron
convirtiéndose en imágenes y después solamente en una descabellada
nostalgia, como de algo que nunca tuvo. No sabía... (¿quién puede sospechar
cuánto sabía Gustavo?).
Recibimos noticias. Allá, cambiaron de gobernantes. Partimos de aquí.
Al llegar, veo el puerto recortado de contra luz y me siento un peregrino
asombrado. Bajamos del barco blanco que tiene todavía las emes en sus
chimeneas. Son emes de la compañía Mihanovich.
Mis primos están convertidos en adolescentes, dinámicos, conmovidos.
(¿Serán mis primos?) Me abrazan. (¿Los conozco?) Saludo con alegría
disfrazada.
Hay un hervidero de novedades; el clima es denso, los diálogos prolijos. La
realidad me resulta áspera.
Durante el almuerzo alborotado, vichean los trece años que cumplí.
Sirven de postre dulce de guayaba. Quisiera dulce de membrillo, pienso,
agitado por recuerdos.
-Gustavo, ¿qué ocurre? Estás cambiado, hablas diferente -pregunta una
anciana sorprendida.
Morosamente contesto:
-Abuela, soy un exiliado.
4. (....¿será mi abuela?)
Alguien toca una guarania, me suena a zamba.
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De: Hacia el confín
(Asunción: Editorial Litocolor, 1986)
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TIEMPO INEDITO
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"Yo he sido feliz, aunque en un sueño".
Edgar A. Poe
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Sientes que el aburrimiento te envuelve y te tritura, como una serpiente,
mientras ellos dan clase de literatura y analizan textos. ¿Qué textos?, si el
único justificativo de la vida está en ella misma, simplemente en que sea
vivida. No leída. Observas el interés de tus amigos sumidos en no sabés qué y
miras el reloj. Son las 18 y 20 horas de una tarde esquiva y denunciadora.
Pretendes entretenerte con las llamas del hogar y tomando tu hipnotizado
bolígrafo, escribes en un cuaderno de notas...
Al principio tú y yo teníamos una sola y una misma palabra; era la que
empleábamos los dos. Nuestro perdido bien es hoy un desvanecido final que
aún pretende vivir y quizás reaparezca, por un instante, con la luminosidad y
la sabiduría de la diosa. Ea. Presiento, sin embargo, que dos veces no
tocaremos aquella voz de fuego porque alteramos algún secreto orden y en
un infierno de lenguas mudas lo convertimos. ¿Estaremos inexorablemente
aprisionados por las mallas del tiempo? ¿Tendremos ya nunca la palabra
vieja para hacer con ella una nueva? Si así fuese habríamos dejado de ser...
El profesor te dice: ¿Quieres leernos lo que has escrito? Levantas la vista y la
vuelves a bajar. En blanco está la hoja. Haces un bollo del papel y las llamas
de la chimenea lo consumen con avidez. ¡Un largo espacio ha girado! Son
exactamente las 18 y 20 horas de una esquiva y traicionera tarde.
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De: De polvo y de viento