1. El anciano y el inmigrante
El timbre de la puerta sonó solo una vez, casi se diría que tímidamente. Dentro se
oyeron unos pasos lentos y que se adivinaban costosos, como si el dueño de
aquellas piernas llevara toda una eternidad caminando.
La puerta se abrió lentamente y por ella apareció la figura de un hombre anciano
apoyado en un andador de metal, su rostro figuraba una imagen seria, casi de
enfado.
- ¿Qué quieres? – dijo al que llamaba.
El hombre negro, vestido con una ropa usada que a todas luces se veía que le
quedaba pequeña, con una barba de varios días, un pelo rizado que se veía
desaliñado, que dejaba adivinar que como techo tenia las estrellas de la noche, se
decidió a hablar - ¿ podría ayudarme con unas monedas?, no tengo para comer y
tampoco donde dormir.
El anciano lo miró y le dijo: ¿Acaso no vas al albergue, no te dan ropa y comida
allí?, ¿acaso no les dan alojamiento y les buscan trabajo?
El hombre negro contestó con unas palabras en un mal castellano - No tengo
papeles, y en el albergue solo nos admiten tres días, suelo comer en los comedores
de los franciscanos, pero no siempre encuentro sitio, somos muchos.
El anciano soltó una mano del andador y la dirigió a su bolsillo en busca de una
moneda, pero, no, seguro que estaba en el otro, buscó en el otro bolsillo, pero el
intento le resultó mal, suelto del andador, poco tiempo se mantenía en pie y
estuvo a punto de caer si no hubiera sido por el rápido reflejo de aquel inmigrante
negro. El anciano se recuperó y con sus fríos ojos miró al africano y con una mueca
le invito a seguirle.
2. Una vez en la cocina le dijo que se sentara y se dirigió al fogón. Con suma
habilidad para su estado, tomo una cazuela y la llevó a la mesa, de la alacena,
sacó otro plato. Y del fogón trajo un segundo recipiente con unas sardinas fritas, se
acercó a la mesa y después de sentarse, repartió la caliente sopa de ajo entre los
dos platos e invitó al africano a cenar con él.
Mientras cenaban, el anciano le contó al negro, como el después de la guerra,
había emigrado a Alemania en busca de sustento para él y su familia, siempre con
la esperanza de que en tres o cuatro años, pudieran regresar a la patria, pero el
tiempo se había alargado y solo fue posible pasada la treintena de años trabajando
en Alemania.
Ahora sus hijos se habían quedado allí, y el y su difunta esposa habían regresado,
le habló de su soledad y de sus experiencias. El hombre le escuchaba atento.
Cuando se interesó un poco más por la vida de su invitado, este le habló de
pobres aldeas, en las que conseguir el pan de cada día es toda una odisea y no
digamos el agua potable, de la tiranía de unos poderosos protegidos por los
intereses de empresas y gobiernos extranjeros, de su largo caminar por los
desiertos africanos, hasta llegar a la costa, de su travesía en una barcaza, de la
angustia, del peligro de zozobrar, del salto a tierra y huir rápidamente, de viajar
camuflado en la caja de un camión hasta esa ciudad y… De tantas cosas. En busca
de una utopía europea que no existía. La falta de unos papeles, le tenían
durmiendo bajo un puente, pasando hambre y frío. Pero también le preguntó si
veía a sus hijos de vez en cuando, si se preocupaban de él, si sabían de su soledad.
En mi tierra, le dijo el hombre negro, al anciano no le falta respeto ni el calor de su
familia, él está por encima, es el líder de la familia, no se permite que sufra el frío
de la soledad, y eso lo echo de menos en estas tierras.
3. Sin apenas darse cuenta la noche había avanzado, el anciano tuvo una idea - mira -
le propuso- yo te doy alojamiento y ayuda, con alojamiento conocido, te será más
fácil encontrar trabajo y conseguir papeles y tú, tú a cambio, me proporcionas
cuidados y compañía. Esta noche me he dado cuenta y recordado aquellos años en
los que yo también dormía en un país de lengua y costumbres extrañas para mí y
de mis noches bajo un puente o unos cartones y…..y… de mi soledad actual, ¿qué
opinas? No tengo mucho pero hasta que encuentres trabajo, lo podemos compartir
a cambio de tu compañía y tus cuidados.
El Hombre negro, asintió con un leve movimiento de cabeza y tomando al anciano
en sus fuertes brazos, le condujo a su cama para ayudarle a costar. El anciano y el
inmigrante ya no estarían solos, se tenían uno al otro en una simbiosis de
necesidad y solidaridad humana.