1. No existen pruebas convincentes de que se haya usado este tipo de artefactos en esa
época. Además según investigaciones históricas es poco probable que se hayan usado con
el fin de proteger la virginidad de la esposa, a causa de:
1) Por razones ergonómicas, el empleo de estos aparatos (Metálicos, pesados,
antihigiénicos e impedimento para buen caminar o sentarse correctamente) habría
terminado dañando los genitales femeninos. Con el pasar del tiempo aparecerían terribles
heridas en la epidermis con infecciones vaginales o anales que, en las condiciones de salud
de aquel entonces, se agravarían hasta provocar septicemias y con ello la muerte. En
efecto, de haberse utilizado este artilugio durante las Cruzadas, se hubiera encontrado en
abundancia colocado en los esqueletos de las numerosas mujeres que sin duda fallecieron
antes que el esposo hubiera regresado para quitárselo. Solo hay que imaginar cuantos
maridos nunca volvieron y cuantas mujeres pudieron morir de infección. Pedro Voltes afirma
que únicamente se encontró, en una excavación en Austria en 1889, una tumba con un
esqueleto que llevaba puesto dicho cinturón.
2) Sería un artilugio caro, difícil de conseguir y ante todo, imposible de abrir y cerrar, dado el
tamaño de las cerraduras y llaves que entonces se utilizaban.
3) De haber sido habitual el uso del cinturón de castidad, no cabe duda de que existiría
literatura al respecto, tanto histórica de cronistas o historiadores que lo mencionaran, como
obras jocosas, de humoristas que hubieran escrito chistes y chanzas a propósito de tan
controvertido aparato. No se encuentra ninguna alusión a los mismos en la sátira erótica de
Bocaccio, Bardello o incluso de Rabelais, que trataron la sexualidad de la gente común, los
celos y las artimañas para engañar a cónyuges y a amantes.
Referencia
Martos Rubio, Ana. Un freno para la concupiscencia. En su: Historia medieval del sexo y del
erotismo - La desconocida historia de la querella del esperma femenino y otros pleitos.
Madrid, Ediciones Nowtilus, 2008.