Daniel fue llevado a Babilonia junto a otros jóvenes israelitas para servir al rey. Aunque se le ofreció la comida del rey, Daniel se negó para no contaminarse. Más tarde, sus habilidades administrativas llamaron la atención del rey, pero otros funcionarios conspiraron contra él y lograron que el rey prohibiera orar a otros dioses. Aun así, Daniel continuó orando a Dios y fue arrojado a la fosa de los leones, pero Dios lo protegió milagrosamente.