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LA
   RELIQUIA


             DÍA UNO
El viaje ; Celine Lavoie ; La reliquia ;
El baile de la muerte ; El perro tuerto ;
            Una noche muy larga




                           Una aventura de La llamada de Cthulhu
                 dirigida por robroy en los foros de PlataformaRol
EL REPARTO
Guardián de los arcanos ........................... robroy

Dirk Schmidt ................................…..….... Thorontir

William Thorndick ....................…............. SirAlexander

Bryan West ..............................….............Telcar

Mina Adams ..........................…………....... Figaro

Matilda Schilling .....................…………....... ANA_




                                            ÍNDICE
Pág. 3 ………………………………………………… CAPÍTULO 1 – El viaje

Pág. 18 .................................................. CAPÍTULO 2 – Celine Lavoie

Pág. 32 .................................................. CAPÍTULO 3 – La reliquia

Pág. 46 .................................................. CAPÍTULO 4 – El baile de la muerte

Pág. 56 .................................................. CAPÍTULO 5 – El perro tuerto

Pág. 65 .................................................. CAPÍTULO 6 – Una noche muy larga

Pág. 71 .................................................. Apéndice 1: Los personajes

Pág. 81 .................................................. Apéndice 2: Dramatis personae
CAPÍTULO 1 - El Viaje
Nueva York - Estación de ferrocarril
19 de agosto de 1923 - 6:39 am

Dirk Schmidt consultó el reloj de la estación. Había llegado pronto, pero la situación lo
merecía. La vida de un hombre podía cambiar de la noche a la mañana y la suya pareció
empezar a hacerlo la tarde noche anterior.

Una llamada a su despacho acabó significando un nuevo caso en su haber. Pero no uno de
esos casos de pacotilla que acostumbraba a investigar, sino algo gordo, a juzgar por el
precio ofertado. Pese a no explicarle bien en qué consistía, aceptó casi de inmediato. Y es
que 20 dólares por adelantado y todos los gastos pagados, incluyendo el viaje a Montreal,
era algo que no podía rechazar. Iba a ser una semana de trabajo que podría reportarle cien
pavos más si tenía éxito.

Ciento veinte dólares americanos en una semana, era una cifra más que considerable y el
hecho de que estaría acompañado en todo momento por sus clientes, era un detalle
insignificante, dadas las circunstancias.

Dirk volvió a mirar el reloj con impaciencia. El minutero apenas había avanzado desde la
última vez. Un empleado de la estación recorrió el andén anunciando que el tren con destino
a Montreal partiría en veinte minutos.

Dirk: ¡Eh! Vaya con cuidado, señorita - dijo tras recibir un empujón de una elegante joven
cargada con varias bolsas y maletas.

Mina: Lo siento. - replicó ésta sin girarse ni detener su marcha.


Mina Adams subió al tren, no sin esfuerzo. La escena se repetía de nuevo. No hacía ni dos
meses que había abandonado Chicago, rumbo a Boston, huyendo de su vida anterior. Pero
su antiguo novio no podía permitirlo y envió a varios de sus hombres a buscarla, a cualquier
precio. Mina no supo cómo descubrieron su paradero en Boston, pero lo hicieron en pocas
semanas.

Por fortuna, se dio cuenta y logró huir de la ciudad, probando suerte en Nueva York. Creyó,
erróneamente, que una urbe más grande evitaría que dieran con ella. Nada más lejos de la
realidad. Mientras Mina se esforzaba por conseguir pruebas en pequeños locales, una pareja
de matones hacía indagaciones, hasta que sucedió lo inevitable. La joven cantante
abandonaba un club de jazz en Queens, cuando descubrió un inconfundible Studebaker con
matrícula de Chicago aparcado fuera.

Ahora, pocas horas después, pulía buena parte de sus ya escasos ahorros en un billete de
ida a Montreal. Su última oportunidad era huir del país y, por lo que había escuchado, esa
ciudad canadiense parecía un buen destino para intentar recomponer su vida.

Era la primera ocupante de su compartimento y escogió el asiento más apartado de la
ventana. Un revisor anunciaba que faltaban quince minutos para partir...
Bryan West y William Thorndick llegaron al andén número 1 doce minutos antes de las siete.
Allí, pronto adivinaron quién era Dirk Schmidt, el detective que habían contratado siguiendo
las indicaciones de su amigo Philip McBride.

Aprovechando el verano y una época sin demasiada inspiración para escribir algo
medianamente decente, Bryan se esforzó en contactar con sus amigos. Y resultó que no
eran tantos como creía. Había pasado mucho tiempo, demasiado, y las cosas habían
cambiado. Sin embargo, el destino le tenía guardado un par de sorpresas, y ambas llegaron
casi al mismo tiempo. Por una parte, Philip, un estudioso de las civilizaciones antiguas y
amante de las culturas del lejano oriente, le escribió una carta pidiéndole ayuda.

Philip era un arqueólogo y aventurero al que conoció en el sudeste asiático y ahora, años
después, solicitaba su ayuda. La segunda sorpresa fue recibir una llamada, esta vez de
Matilda Schilling, una amiga alemana a la que conoció en Francia al terminar la Gran Guerra.
Se encontraba en Búfalo y parecía desesperada. Necesitaba que fuese a recogerla o no sabía
qué podía ser de ella. No dejaba de ser curioso que, en lugar de contactar él con alguien
como era su deseo, no una, sino dos personas, solicitasen su ayuda con urgencia.

       Queridos amigos

       Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, demasiado diría yo. He
       podido seguir de cerca vuestro trabajo, aunque discretamente, debo añadir.
       Seguramente habré pasado desapercibido para vosotros. Me he convertido en
       sacerdote de la Iglesia Católica. Si, ahora soy el Padre Philip. Sé que esto os habrá
       sorprendido y admito la afluencia de mis pecados, pero ya he sido perdonado.

       Os escribo porque necesito vuestras habilidades aquí, en Montreal. Espero que
       tengáis algo de tiempo libre y podáis pasar unos días en nuestra bella ciudad, una
       semana a lo sumo. Lo he arreglado todo para que os hospedéis en la parroquia de
       San Cutis. Incluyo billetes de tren y algo de dinero.

       El asunto sobre el que os escribo es confidencial y no me atrevo a indicaroslo aquí.
       No obstante, os anticipo que resulta de gran valor para la Iglesia y el Cristianismo.
       ¿Acaso necesito añadir que el éxito de esta empresa podría acarrear fama mundial a
       sus participantes? Una nueva novela, un best-seller para Bryan y una beca de
       investigación para nuestro joven...

       Cualquier ayuda será bien recibida. Tal vez un detective privado o cualquier amigo
       que consideréis será bienvenido a San Cutis. Os espero.

       Atentamente

       Philip

Siguiendo el consejo del ahora Padre Philip, se puso en contacto con William Thorndick, un
joven profesor universitario con el que coincidió en un par de ocasiones comiendo con su
amigo común. William tuvo buenos maestros en Miskatonic, pero Philip McBride se llevaba la
palma. Se convirtió en su mentor y de él aprendió más que de nadie en el mundo. Ahora le
pedía ayuda y no podía rechazarla, más bien todo lo contrario. La carta no daba muchas
pistas acerca de lo que debían hacer, sólo que tenía relación con el Cristianismo.
Junto a la carta, había algo de dinero en efectivo y cuatro billetes de tren de Nueva York a
Montreal. Ellos dos, el detective y Matilda, a la que recogerían en la estación de Búfalo,
gastarían los cuatro billetes.

William: ¿El señor Schmidt?

Dirk: Si, ustedes deben ser los señores Thorndick y West. Buenos días caballeros.

Dirk se esforzó en parecer el hombre que buscaban esos tipos. Lo que él no sabía es que no
era sencillo encontrar un buen detective en agosto, dispuesto a viajar a Canadá por ese
dinero. Dirk Schmidt fue la última opción que encontraron. Bryan le tendió uno de los billetes
que el detective se apresuró a abrir, descubriendo en su interior dos billetes de diez dólares.

Sin perder un minuto y hechas las presentaciones, los tres hombres subieron al tren y
buscaron su compartimento. Allí había ya dos pasajeros más. Una mujer de unos sesenta
que dejó de leer The Times para saludar con educación a los recién llegados y una joven
muy atractiva que ocultaba medio rostro bajo su sombrero, y que también saludó a los
presentes.


El trayecto de Nueva York a Montreal era una de las rutas más lujosas y populares del
Ferrocarril Pacífico Canadiense. El viaje, de once horas de duración, recorría Búfalo, las
Cataratas del Niágara y Toronto, además de otras paradas menores. La compañía
ferroviaria, el Pacífico Canadiense, era famosa por su servicio y la comodidad de sus
vagones, y se jactaba de poseer el mejor ferrocarril de todo el continente americano.

quot;¡Pasajeros al tren!quot;

A las siete en punto de la mañana, el tren número 2212, el Gran Continental, una línea
lujosa y bien equipada propulsada por una potente locomotora de vapor, iniciaba la marcha.

Los vagones estaban revestidos de alfombras, tapicería de lujosa calidad decoraba los
asientos y paneles pulidos de madera de nogal cubrían las paredes de los distintos
compartimentos. El Gran Continental poseía un elaborado vagón - salón y un suntuoso coche
restaurante adornado con cortinas de damasco, espejos de cristal tallado, porcelana china y
cubertería de plata.

En unos de los vagones centrales, tres hombres, una mujer anciana y una joven
compartirían estancia durante el viaje.

(...)

Búfalo - Estación de ferrocarril
9:13 am

Matilda Schilling esperaba impaciente la llegada del tren. Bryan le había asegurado que
pasaría a recogerla esa mañana. Matilda estaba desesperada por salir de allí, necesitaba
amparo y, sobre todo, ansiaba ver alguna cara conocida.

La alternativa que su viejo amigo Bryan le había brindado, se le antojaba interesante,
aunque no era precisamente lo que ella hubiera esperado. Pasar una semana en Montreal y
conocer gente nueva podía ser lo que necesitaba para no sentirse tan perdida.
El sonido de la campana que anunciaba la llegada de un tren, le sacó de sus pensamientos.
Por fin llegaba el momento de tomar las riendas de su vida. Sólo unos minutos más. El Gran
Continental asomó tras una curva y poco a poco fue reduciendo su velocidad hasta
detenerse. Nuevos pasajeros subieron al tren, otros terminaban allí su viaje y Bryan West
descendió en busca de Matilda.

Ella sintió un tremendo alivio al verle y no pudo evitar darle un afectuoso abrazo.

Matilda: Gracias por venir, Bryan. Muchas gracias.

Bryan: Qué gusto volver a verte, no has cambiado nada...

El escritor le entregó el billete y recogió el escaso equipaje de Matilda, para después subir
juntos al tren. De regreso a su vagón se encargó de hacer las pertinentes presentaciones y
pronto la locomotora inició nuevamente la marcha.

(...)

El tren alcanzó una de sus etapas más interesantes, desde el punto de vista del viajero. Se
trataba de las famosas cataratas del Niágara. Poco después entraban en territorio
canadiense y se notó, sobremanera, en el coche restaurante. Nada más cruzar la frontera,
se comenzaron a servir bebidas alcohólicas y buena parte del pasaje comenzó a visitar ese
vagón.

Cumplieron en todo momento el horario previsto. Como siempre, el Pacífico Canadiense era
puntual y en pocas horas estarían en Montreal.


En algún lugar entre Toronto y Montreal
15:55 pm

L as sombras del atardecer se alargaban en el exterior y el tren redujo su velocidad en
preparación para un cambio de vía. En ese instante, entre el característico traqueteo del
ferrocarril, se escuchó un fuerte estallido, el sonido de un disparo realizado con un pequeño
revólver. En el vagón contiguo, al grito de una mujer le siguió los alaridos del resto de
viajeros.

Dirk fue el primero en reaccionar, asomándose al pasillo de su vagón, descubriendo que el
acceso al siguiente vagón, el restaurante, estaba bloqueado por un hombre alto y barbudo
que intentaba salir del tren aprovechando que se detenía. Vestía un uniforme de maquinista.

Hombre: ¡Laisse-moi passer! ¡Laisse-moi passer! ¡Déjenme pasar!

El extraño personaje llevaba un arma en una mano, mientras que con la otra aferraba con
fuerza la cintura de una joven a la que arrastraba hacia la salida.




                                        **********
WILLIAM

Nueva York
19 de agosto de 1923 - 5:00 am

Solía levantarse temprano, había adquirido ese hábito en el desierto, allí el sol no perdonaba
a quien se quedaba unos minutos de más en el catre. Si bien Nueva York no era Babil, la
costumbre y la excitación que le provocaba el viaje habían podido más que su cansancio.

Mientras se afeitaba en el lavatorio del cuarto de hotel en el que se hospedaba, pensaba en
la buena fortuna que lo había acompañado hasta ahora. A los 24 años era un arqueólogo
reconocido, al menos en el pequeño mundo del oficio. Había explorado los pasillos del
palacio de Hammurabbi, había tenido en sus manos retazos del pasado de la raza humana, y
ahora era profesor en la Universidad que le había permitido salir al mundo. Pero lo más
importante es que aquél a quien tanto admiraba, a quien debía sus mejores logros, se
acordaba de él y estimaba su labor lo suficiente como para invitarlo a colaborar en un
proyecto que, según sus propias palabras, resulta de gran valor para la Iglesia y el
Cristianismo.

Una vez afeitado revisó su equipaje, no era mucho, unas mudas de ropa, algunos libros, y
un presente para su mentor. Suponía que la vieja Biblia de su abuelo, un aficionado de la
arqueología, así como un antiguo crucifijo de madera que había pertenecido a su madre,
serían bien recibidos por el ahora Padre Phillip. Todo estaba listo, ahora solo restaba llegar a
la estación, pero aún era temprano.

Arregló la habitación, asegurándose de no dejar nada olvidado y luego salió. Al pasar por la
habitación de West le tocó a puerta. - Bryan, te espero en el comedor, el taxi pasa a
buscarnos en 45 minutos- Sin esperar respuesta se dirigió hacia la planta baja, una vez en el
comedor se sentó en una mesa a la vista de la puerta.

No conocía mucho a Bryan West, habían coincidido un par de veces en alguna cena con
McBride. Sabía que era escritor y que en su momento había tenido algún éxito con su obra,
pero jamás había leído uno de sus libros. Ahora hacía unos días había recibido la carta de
Philip y apenas ayer por la mañana había llegado a Nueva York, West había estado distante
parecía preocupado por algo más. La velocidad a la que se movían las cosas en esa ciudad
lo había dejado pasmado, en una tarde habían contratado un detective, un tal Schmidt, para
que los acompañara a Montreal, West había arreglado todo para que una amiga lo esperara
en Búfalo, y antes de que se diera cuenta era de noche y estaban cenando en el hotel.
Prácticamente no habían tenido tiempo de hablar de Philip.

Cuando estaba acabando su desayuno West finalmente hizo su aparición, un café y unos
croissants mas tarde estaban en el taxi camino a la estación.

Nueva York, Tren 2212, Gran Continental, Camarote 71
19 de agosto de 1923 - 6:55 am

Una vez se hubieron sentado en el camarote, y habiendo respondido el saludo a la señora
del periódico y dedicarle una sonrisa a la atractiva señorita, William sacó la carta en cuestión
y se la alcanzó a Dirk.
- Señor Schmidt, quisiera que le echara un vistazo a esta carta, es la que ha iniciado este
viaje y quizá sería bueno que la lea. Supongo que nuestras preguntas serán respondidas
cuando lleguemos a destino.

(...)

Buffalo
19 de agosto de 1923 - 9:20 am

Durante el trayecto William había repartido su atención entre un tratado sobre la
arquitectura de la Iglesia Católica y el rostro de la bella joven que tenía enfrente. De más
está decir que el puente de su nariz y el arco de sus cejas le resultaba infinitamente más
interesante que el período gótico y sus sobrecargadas gárgolas.

Cuando llegaron a Buffalo, West bajó al andén y unos minutos mas tarde subía acompañado
de su amiga. William le ofreció la mano y una amplia sonrisa.- Un placer señorita Schilling,
soy William Thorndick, tengo entendido que nos acompañará a Montreal, bienvenida a
expreso del misterio.

(...)

En algún lugar entre Toronto y Montreal
15:55 pm

La mañana había pasado rápida, entre el libro, la cara angelical enfrente suyo y alguna
ocasional conversación con sus compañeros de aventura, las horas habían volado.
Finalmente había almorzado sólo, había declinado la invitación de sus compañeros pensando
en invitar a la señorita del sombrero alado, pero su timidez le había ganado a último
momento. Para cuando llegó al vagón comedor sus compañeros estaban comiendo, así es
que se sentó en una mesa sólo y aprovechó para dejar vagar su mente. Estaba seguro que
fuera lo que fuese lo que los llevaba a Montreal, tenía que ver con algún hallazgo de su
mentor.

Finalmente había vuelto al camarote y el traqueteo del tren, combinado con el almuerzo mas
bien pesado, contribuyeron a que se durmiese. Un potente estallido y los gritos de los
pasajeros lo despertaron, en ese momento Dirk salía por la puerta del camarote.

William no estaba acostumbrado a la acción y sabía que sería mas un estorbo que otra cosa
para el detective, además jamás había disparado un arma. Pronto Bryan también se asomó,
y parecía tener una pistola en la mano y exhortaba a quien fuera a que dejase a la mujer. El
joven profesor hizo lo único que se le ocurrió, miro a las mujeres y esbozando su sonrisa
más tranquilizadora dijo:

- Ustedes no se preocupen, seguramente mis compañeros controlarán todo en unos
momentos.




                                      **********
DIRK

Nueva York - Estación de ferrocarril
19 de agosto de 1923 - 6:39 am

Dirk Schmidt divagaba sobre los posibles usos que dar a ese dinero, cuando alguien lo
empujó por detrás.

Dirk: ¡Eh! Vaya con cuidado, señorita - dijo tras recibir un empujón de una elegante joven
cargada con varias bolsas y maletas.

Mina: Lo siento. - replicó ésta sin girarse ni detener su marcha.

Ignoró a la joven, y siguió pensando en sus asuntos. Ciento veinte dólares, constantes y
sonantes… ¿Sería el final de la mala racha? Con un cliente así de vez en cuando, solucionaría
fácilmente sus problemas, de modo que lo esencial era resolver el caso a plena satisfacción
del cliente. Quizá así este recomendase a cualquiera de sus conocidos el acudir a Dirk en
caso de necesidad. El cómo habían llegado hasta él era secundario. Ni por un instante
admitió ante si mismo que aquello era ilógico. Su orgullo le hacía asumir que el cliente debía
haber oído hablar de él.

En cualquier caso, se había propuesto firmemente acudir completamente sobrio a aquel tren,
y lo había cumplido. Era una lástima, pues aun le quedaba tiempo hasta la partida del tren,
y podría haberlo matado perfectamente con un par de tragos. Pero ya habría tiempo para
eso más adelante. Echó a andar hacia el vagón, con su peculiar forma de caminar. Dudó un
instante si tratar de disimular ese gesto ante sus clientes, pero lo desechó. No tenía sentido,
principalmente porque a un detective no se le contrataba por andar de un modo vistoso. Se
le contrataba porque resolvía misterios. De modo que continuo su paseo, despacio, primero
el paso corto, veloz, con la pierna derecha, y luego el paso más largo, más tranquilo, con la
izquierda. Le dolía la vieja herida, y, paradójicamente, caminar aliviaba un tanto ese dolor.
Aunque no del mismo modo en que lo hacia la botella. Llevaba, como precaución, una
petaca guardada en su equipaje. Pero no esperaba necesitarla: en caso de querer
desesperadamente un trago, podía acudir libremente a cualquier lugar en Montreal. No
había ley seca allí, afortunadamente. Aun quedaba algo de cordura en este mundo…

Pasados algunos minutos, llegaron sus clientes, dos hombres – uno mayor, otro más joven –
que acudieron a él casi sin vacilación. Bien, su descripción no debía cuadrar con mucha
gente, así que era normal que lo hubiesen identificado tan rápido. Se pasó la diestra por la
cabeza, acariciándose el pelo, y trató de parecer amable. Estrechó la mano de aquellos
hombres, y sintió un tremendo alivio al recibir, junto al billete, los veinte dólares. Aun había
temido alguna treta, o, sencillamente, que no se le pagase lo prometido, pero finalmente
parecía estar todo en regla.

Subió al tren con sus clientes, y, tras acomodarse en su camarote, se fijó en la compañía.
Una mujer mayor, y otra más joven, que, pese a tapar en parte su rostro, le era familiar.
Aquello no le gustaba, una cara familiar en aquel tren…. ¿Quién podría ser? ¿Alguien de
Salem? ¿O quizá…? Estuvo a punto de echarse a reír. No era si no la joven que había
tropezado con él en el anden, minutos antes. Aquello le sirvió para comprobar lo nervioso
que se encontraba. Si tan sólo pudiese echar un trago…
William: Señor Schmidt, quisiera que le echara un vistazo a esta carta, es la que ha iniciado
este viaje y quizá sería bueno que la lea. Supongo que nuestras preguntas serán
respondidas cuando lleguemos a destino.

Dirk le pegó un vistazo rápido a la carta. No le interesaban los detalles, de momento, sólo la
idea general. Una vez leída, la leyó de nuevo, esta vez ya atento a cualquier cosa que
pudiese considerar relevante.

Dirk: Una novela, una beca… imagino, pues, sus ocupaciones, caballeros. Pero de poco más
me sirve esta carta. Bien podría ser muy importante, bien una nimiedad exagerada por su
amigo, pero lo cierto es que de poco me sirve. Cuando lleguemos a nuestro destino, y una
vez se nos exponga la situación – Se me exponga, estuvo a punto de decir Dirk – ya
veremos como pinta el asunto. De momento, disfrutemos del viaje, no tiene sentido
rompernos la cabeza pensando en ello, cuando se nos revelará tan pronto encontremos a su
amigo…

Miró por un instante a la joven. Seguro que una conversación con ella resultaba más
interesante. Pero no era un viaje de placer. Aun así, el viaje podría hacerse muy largo. No es
que a Dirk le molestase el silencio – De echo, lo prefería, en situaciones como aquella – pero
si tenia que pasar unos días en compañía de aquellos hombres, mejor tener una relación lo
más cordial posible, siempre teniendo en cuenta las circunstancias. Quizá en algún instante
pudiese comenzar una conversación con ella. De no haber tenido a sus clientes allí, muy
probablemente se habría interesado por su estado civil, y por su alojamiento en Montreal, si
es que allí se dirigía. En parte para escandalizar a la mujer sentada junto a la joven, pero en
parte por auténtico interés. El tiempo, en compañía, pasaba más rápido. Y si bien la bebida
era un buen método para gastar su dinero, gastarlo en una mujer era más placentero a
corto plazo. Pero tenía una misión, y debía prepararse para ello. Quería saber más del tal
Philip.

Dirk: Lo que si podría ser útil, señores, es que me hablasen de su amigo común. Así podría
comprenderlo mejor cuando arribásemos a destino. Las mismas palabras, dichas por
hombres distintos, pueden tener significados contrarios. Por eso es esencial saber con quien
se habla…

(…)

Cuando subió la amiga del señor West, y este la presentó, Dirk se limitó a saludarla
inclinando levemente la cabeza, mientras se acariciaba el pelo. Aquel gesto se había
convertido en una manía cada vez que conocía a alguien, y aquella vez no fue una
excepción. Estaba a punto de preguntarle por algo banal, para intentar matar el tiempo,
cuando el joven Thorndick dijo algo que hizo que un escalofrío recorriese su espalda. “El
expreso del misterio”. No le gustaban aquel tipo de bromas. Ojalá llegasen pronto a
Montreal, y sin ningún percance… De modo que se limitó a cumplir con lo que se esperaba
de cualquier hombre educado.

Dirk: Es un placer disfrutar de su compañía, señorita Schilling.

(…)

Dirk guardaba silencio. Tras el almuerzo, se había olvidado de intentar conversar.
Reflexionaba sobre lo poco que sabía, y esperaba impaciente la llegada a Montreal. No
estaba disfrutando del viaje, y era una lástima, pero nada podía hacer. Era, por así decirlo,
una deformación profesional: si tenia algo de lo que ocuparse, le costaba dejarlo de lado y
entretenerse en trivialidades. Aun así, no era el único, pues la conversación había decaído
poco a poco y ahora cada cual estaba a lo suyo. Fue entonces cuando se escuchó la
detonación. ¡Un disparo! Allí en el tren… maldición…

Se levantó, y se asomó al pasillo.

Hombre: ¡Laisse-moi passer! ¡Laisse-moi passer! ¡Déjenme pasar!

Era un hombre corpulento el que vociferaba, con una barba proporcional a su tamaño.
Vestía de maquinista, y aquello lo desconcertó. ¿Qué demonios hacía el maquinista? Llevaba
con él, a modo de rehén, a una joven, agarrada por la cintura.

Dirk, que aun recordaba mucho del francés aprendido tras la guerra, decidió que algo tenía
que hacer. Aquel tipo estaba secuestrando a la muchacha delante de todos…

Dirk: Arrêtez-vous! ¡Deténgase!

Aquel tipo iba armado, y ya había disparado, pero no era lo mismo enfrentarse a pasajeros
sorprendidos, que a otro hombre armado. Dirk rebuscó en su pantalón, en el cinto, donde
solía colocar su pistola, ocultándola después con la chaqueta. Pero no había considerado la
posibilidad de un problema en el tren, y no estaba allí. Mala cosa… Pero no podía dejar que
aquel tipo se saliera con la suya, sin duda eso no agradaría a sus clientes, y, con lo bien que
le pagaban… mejor tenerlos contentos. En instantes, intentó recordar donde estaba la
pistola. No recordaba haberla metido en la maleta, y… ¡La gabardina! La llevaba en el brazo,
doblada, porque no cabía en su única maltea. Y la pistola la había ocultado entre los
pliegues de la gabardina. Saltó hacia el camarote, rebuscó en el compartimento superior
donde había dejado la gabardina, y sacó la pistola. Esperaba no haberle dado tiempo a
escapar a ese hombre. Si seguía allí, tendría que enfrentarse a su viejo revólver… Dirk no
tenía puntería, pero aquel hombre no lo sabía. Y no era una de esas pistolas sutiles, era casi
un cañonazo, así que tampoco importaba acertar exactamente donde se deseaba…




                                        **********




BRYAN WEST

Bryan, Bryan... muchacho, tú que pensabas que el aburrimiento sería lo que iba a terminar
con tu renqueante inspiración. Mas solitario que un coyote, así me veía pasar este año
aciago y sin embargo…aquí estoy, acompañando al joven William, ese cerebro privilegiado
que ridiculizó con su imberbe aplicación a más de uno en la facultad, o eso se decía. Pocas
veces crucé palabras con él, pues yo apenas pisaba las aulas al no suponer para mí gran
cosa la universidad, apenas un refugio para evitar escocerme día tras día en el negocio y
dedicarme a filosofar y beber en la cantina. Pero Thorndick parecía (y parece) un muchacho
amable y tranquilo, aunque un poco en su mundo, como cualquier erudito o aprendiz de tal
que se precie. Recuerdo especialmente alguna tranquila velada compartida con el Señor
McBride, aunque mi nexo con éste último se vio reforzado años después. El aguacero
monzónico nos empapaba a ambos cuando coincidimos en aquel pueblucho de Vietnam, en
una de esas aparentemente imposibles casualidades de la vida. Quién te iba a decir que te
llegaría esa carta llena de incógnitas, Bryan... muchacho.

La llamada de Matilda me alegró el día, pero su tono desvaído me provocó una cierta
ansiedad. Desde que la conocí en Francia, en oscuros tiempos de postguerra, siempre la
había visto como una princesa desesperada y un poco descarriada. Una muchacha que
merecía mejor suerte y necesitaba una amistad de verdad, y no simplemente un compañero
de juegos. La carta fue el pretexto, un paseo por Montreal para respirar el aire fresco
canadiense.

Contratar al detective no fue difícil, aunque a todas luces se veía que el hombre tenía un
punto de excentricidad, o tal vez esa no era la palabra...extraño, curioso, decididamente
atormentado. Pero parece despierto y eso es lo que cuenta, un profesional probablemente
competente a pesar de su cojera. Con todo, tardaré un poco en fiarme de él...no deambulé
varios años por sórdidos ambientes indochinos para mostrarme cándido precisamente ahora.

Tras el desayuno y el trayecto en taxi, la visión del tren me aligeró los ánimos y porté mi
ligero equipaje pensando en que estaría bien comprarme algo de ropa extra en Montreal.
Asentí en conformidad cuando William le tendió la carta a nuestro amigo el detective y me
dispuse a pasar una jornada tranquila en aquel vagón casi acogedor. Apenas tuve tiempo de
hacerle una última llamada a mi hermano James. Estaba hundido, aún sin recuperarse de la
pérdida de nuestro padre. Sentí un nudo en la garganta cuando, sin ganas, me deseó buen
viaje y un pronto regreso. Más tarde, el tirón de la locomotora me hizo regresar al presente.

- ¿Un cigarrillo, Señor Schmidt?

Repetí el gesto con William, aunque estaba seguro de que éste no fumaba. Por fin rumbo a
Buffalo, era cuestión de intentar congeniar o, al menos, alcanzar un cierto grado de
camaradería. No tenía anhelo en pasarme una temporada en tierras de estirados
canadienses con un par de compañeros de andanzas demasiado severos, o en exceso parcos
en palabras. ¡Un poco de diversión estaría bien, por todos los demonios!

- Por cierto... llámenme Bryan.

El encuentro con Matilda en la estación fue entrañable. No presté atención a posibles
reacciones entre los otros dos compañeros, pero se los presenté a ella pintándoselos lo
mejor posible. No dudaba de que William le caería bien... Dirk Schmidt tal vez fuese otro
cantar. Demasiado seco, tal vez, aunque a mí no me molestaba tal cosa si demostraba
oficio.

- Estás radiante... aún más que la última vez que te ví, que me ahorquen si miento
- le dije sonriente y sincero a la mujer tras el abrazo inicial. - Tenemos cosas de que
hablar en el tren. Si te aburres estos días acuérdate de darme un puntapié, o
ponme en una caja y empaquétame de vuelta a Europa.

- La Señorita Matilda Schilling, una buena amiga. Los Señores Dirk Schmidt y
William Thorndick... eficiente sabueso y estudioso erudito respectivamente.

El viaje resultó realmente agradable, con la espectacular naturaleza por la ventanilla y el
bullicioso pasaje en el interior. Aproveché para tomarme una copa con Dirk y Matilda,
ansioso como nunca por remojar el gaznate. También le relaté al investigador detalles varios
que recordaba sobre Phillip McBride, aunque temía no ser de mucha ayuda. Además, en
algún momento del trayecto no pude evitar sentirme fascinado por aquella compañera de
compartimento, la muchacha guapa a la que William no dejaba de lanzar discretas miradas.
Sonreí para mis adentros, recordando mis años mozos, cuando habría boqueado como un
pez al contemplar una belleza semejante.

..............

Ya estábamos cerca de destino, algo que casi lamentaba. Entonces ese grito y lo que parecía
un disparo. ¡Sí, un disparo en el tren! Instintivamente me llevé la mano a la automática
oculta en mi chaqueta y me levanté presto y protector hacia Matilda.

- ¿Qué carajo...? - espeté, olvidando mis modales. Pero el detective demostró su instinto y
ya se asomaba con cautela. Traté de ver algo por encima de él y lamenté haberlo hecho.
Aquel tipo pesado no auguraba nada bueno, pero por mi padre que no se podía dejar que se
saliese con la suya pues las apariencias le acusaban, con aquella dama atenazada.

Dirk se abalanzó hacia su gabardina, tal vez buscaba un arma. Eso me dejó por unos
instantes en un incómodo primer plano, pero no había tiempo que perder, ya me temblarían
las piernas más tarde. Desenfundé con soltura mi automática y apunté con cuidado... era un
aceptable tirador, pero recé por no tener que demostrarlo.

- Suelte a la dama, señor. Por favor - le dije al desconocido vestido de maquinista, en un
francés que distaba de ser perfecto. Intenté que mi voz sonase firme. Daba por hecho que el
detective me cubriría de un momento a otro.




                                       **********




MINA ADAMS

Otra vez la maleta de imitación color verde, el abrigo de paño, el sombrero… y la huida. Por
Dios, ¿hasta cuando?

Las lágrimas se habían instalado firmes en la vida de Mina y nada anunciaba que fueran a
desaparecer así como así. Él no se daría fácilmente por vencido, no admitiría la derrota y la
pérdida de la mujer que más le amaría a lo largo de su vida.

Otro país. Quizá la vecina Canadá pudiera ser la solución. Estados Unidos se estaba
quedando pequeño para la pequeña Mina. Primero Kansas, luego Chicago, Boston y ahora
Nueva York. Ójala Montreal la tratase mejor que su patria americana.

Nueva York, Tren 2212, Gran Continental, Camarote 71
19 de agosto de 1923 - 6:55 am
Esa mañana Mina abandonó a todo correr la pensión donde vivía y sin mirar atrás se dirigió
rápidamente a la estación. Temía que al volver cada esquina se iba a encontrar con el
maldito coche de su perseguidor. Tanto corrió que, ya desesperada, tropezó con una docena
bien nutrida de personas a lo largo de su carrera. Por último un tipo marcadamente feo y
con malas pulgas que aguardaba al pie del tren la increpó maleducadamente y sin ningún
tipo de consideración.

Cuando llegó al camarote 71, asiento C, mientras recuperaba la respiración pudo conocer a
su primera acompañante; una señora un poco entrada en años, pero que sin duda guardaba
parte de la belleza que la acompañó en su juventud y con una dulzura y una amabilidad
maravillosa.

Señora: ¡Vaya… muchacha! Viéndote como corres se diría que huyes del mismo diablo.
Ten… sécate el sudor de ese bonito rostro. Aún quedan unos minutos para que arranque el
tren. Tranquila, que ya no lo pierdes.

Mina: Es usted muy amable.

A los pocos minutos subió el resto del pasaje al camarote y en el andén se escucharon las
voces del revisor para anunciar la inminente salida.

Al parecer, en el camarote, además de Mina y la amable señora mayor, viajaban tres
hombres que iban juntos. Un par de tipos bastante corrientes… uno de ellos ciertamente
atractivo, y los acompañaba… vaya por Dios, el señor feo del andén. También es mala
suerte.

El tren arrancó cuando los tres tipos intercambiaban unas palabras casi de cortesía o
presentación. Parecía ser que, si bien viajaban juntos, no eran muy conocidos entre sí.

Bryan: ¿Un cigarrillo, Señor Schmidt? Por cierto... llámenme Bryan.

Mina: Encantada Bryan. Mi nombre es Mina, y si no le importa yo sí tomaría uno de sus
cigarros. Gracias.

La intervención de la chica dejó un silencio espeso en el vagón interrumpido en estrépito por
el silbato del tren que arrancaba sin demora.

Buffalo
19 de agosto de 1923 - 9:20 am

A pesar de que las primeras horas de viaje transcurrían con total tranquilidad, obviando las
descaradas miradas del tipo feo del asiento de enfrente, Mina sentía una presión aguda en el
pecho que le impedía respirar con normalidad. Se agitaba en su asiento intranquila una y
otra vez y ningún entretenimiento parecía distraer o calmar sus nervios. Imaginaba que en
el momento menos esperado aparecería alguno de los socios de su novio para arrastrarla de
nuevo a Chicago y regresar de manera irremisible a su antigua y odiada vida.

Tanto era que, tras la llegada a Buffalo, dio un respingo en su asiento cuando se abrió la
puerta del camarote para dejar paso a la última de las ocupantes del mismo. Una chica con
rasgos exóticos, probablemente europea que, al parecer era una antigua conocida del tipo
de los cigarrillos se sentó al otro lado de la anciana educada que, como no, le dio los buenos
días con la sonrisa de rigor.

El susto de la pequeña Mina no pasó desapercibido para ninguno de sus acompañantes que,
de nuevo, callaron en un absurdo silencio mientras se miraban entre sí. Así, con un fuerte
suspiro, mitad de alivio mitad de hastío, se levantó y se dirigió al pasillo. Era buen momento
para… estirar las piernas.


En algún lugar entre Toronto y Montreal
15:55 pm

Ya en territorio Canadiense pudo relajarse un poco. Realmente Mina Adams tenía verdadera
fe en que Canadá la acogiera y la ocultara de su ferviente perseguidor para siempre. Llegó a
considerar la posibilidad de tomar un trago libre de prohibiciones para celebrar su nueva
vida pero se reconoció a sí misma que no era un buen modo de comenzar su nueva
andadura.

Mientras se encontraba de nuevo sentada en su asiento del camarote 71, algo la volvió a
sobresaltar. El ruido de una pistola al disparar no era un sonido desconocido para Mina. Por
desgracia no era la primera vez que lo escuchaba y su sorpresa fue consecuente, hasta el
punto de dejar escapar un grito ahogado de angustia. Ya está, era tarde… todo había sido
una quimera, la habían descubierto. En apenas una hora estaría de nuevo subida a ese
maldito Studebaker camino de la maldita ciudad de los vientos.

El alivio llegó cuando salió por fin al pasillo y vio al tipo que blandía el arma ante los demás
mientras exclamaba algo en francés. Ante la confusión de Mina, se volvió el más atractivo de
los tres hombres con los que viajaba y le espetó en un tono falsamente conciliador:

Tipo atractivo: Ustedes no se preocupen, seguramente mis compañeros controlarán todo
en unos momentos.

Vaya…- pensó Mina -, resulta que el más guapo es también el más cobarde. Mina no estaba
muy a buenas con los hombres desde largo tiempo atrás y la situación que ahora se vivía en
el vagón no hacía sino reafirmar su opinión respecto del sexo contrario.




                                        **********




MATILDA

Esto se pone emocionante; estoy nerviosa e impaciente. Me marcho a Montreal del brazo de
un buen amigo. Acaba de llamar Bryan. No tenía la menor duda de que lo haría, pero no
sabía si había captado con precisión la dura situación en que me hallo. Parece que sí. Que a
pesar de la parquedad que me caracteriza cuando ando en apuros, mi amigo ha sabido leer
en mi voz la angustia, sin preguntar si quiera qué coño busco o de qué huyo. Lo más curioso
es que ni yo misma habría sabido responder a eso. Me encontraba perdida. Eso es todo. El
caso es que apenas me quedan unos cuantos dólares en el bolso, después de haber pagado
el motel, el taxi y un pringoso sándwich de manteca de cacao que me sirvió de desayuno de
camino a la estación. Estoy segura de que no hay otra persona en el mundo que se hubiera
hecho cargo de mi situación sin hacer preguntas o pedir algo a cambio.

He llegado a la estación hace apenas diez minutos. Aún me ha dado tiempo para perfilar mis
labios, retocarme los cabellos, perfumar mi cuello y empolvarme la nariz en el lavabo, antes
de escuchar el silbido del tren. Una cosa es estar desahuciada y otra muy distinta parecerlo.

El tren llegó puntual a las 9:15. Enseguida reconocí el brillante rostro de mi amigo entre la
opaca multitud. Bryan no es un hombre guapo, pero tiene luz propia. No me eché a llorar
porque no es mi estilo, pero se me erizó el vello de todo el cuerpo al fundirme con él en
aquella franca bienvenida. Sentí, por primera vez el abrazo fuerte y cálido, tierno y firme de
un hermano. Bálsamo para el dolor mudo que tengo aún ahí clavado.

Tragué saliva y traté de parecer jovial y desenfadada, como él seguro me recordaba,
mientras subíamos al vagón agarrados de la mano y presto me acompañaba hasta nuestro
compartimento. Viajaban con él dos tipos. Un caballero joven bastante apuesto que me fue
presentado como Mr. Thorndick, y otro bien distinto; larguirucho, sórdido y desgarbado.
Reconocí en su rostro esquivo y su mirada oblicua la culpa del alcohol y del fracaso. Su
nombre no se me quedó grabado. Intercambiamos unas cuantas frases de cortesía, mientras
Bryan dejaba mi bolsa de mano en el portaequipajes.

Luego salimos ambos al pasillo a charlar un rato mientras fumábamos mi último par de
pitillos. Me contó excitado como un niño el objeto de nuestro viaje, la sarta de casualidades
que había unido al peculiar grupo y la emoción que le producía poder compartir esto
conmigo. Me habló después con tristeza de su padre muerto y de su hermano hundido, que
había quedado solo a cargo del negocio, y de un año aciago que prometía sino llega a ser
por el cambio inesperado de rumbo, llevarle sin remedio y definitivamente a dique seco.

Él tuvo la lúcida elegancia de no preguntarme nada. Estaba al tanto de los dramáticos
acontecimientos que me trajeron a este lado del mar hace más de año y medio por nuestra
escasa, pero ininterrumpida comunicación epistolar y eso por ahora era más que suficiente.
Solo dijo poniéndose algo solemne y elevando mi barbilla con su dedo índice: aquí me
tienes, Matilda, para lo que necesites, clavando sus pupilas en las mías para más énfasis.
Luego añadió tras un breve carraspeo y un cambio súbito de tono. Vamos a divertirnos...,
¿eh?. Antes de dirigirnos a nuestros asientos, nos tomamos una copa en el coche bar con el
extraño tipo desgarbado y brindando “por los nuevos tiempos” me extendió la carta del
Padre Phillip para que le echara un ojo.

En el tren hubo tiempo para todo. En nuestro coche viajaban otras personas. Dos mujeres
más compartían espacio con nosotros. Una era una señora al parecer británica, avanzada en
años y de rostro afable. Tenía apoyado en su regazo un periódico inglés del mes pasado que
sujetaba lábilmente con la mano. Se le veía hacer verdaderos esfuerzos por mantener
erguida su cabeza y abiertos los ojos, que una y otra vez y al ritmo del traqueteo volvían a
inclinarse hacia delante la una, entrecerrándose los otros. Me recordaba a un pájaro frágil y
extraño, pendido de la rama de un árbol, mientras entraba inevitablemente en un feliz
letargo. Una mueca parecida a una sonrisa completaba el cuadro.
La muchacha que había al lado también debió darse cuenta, porque vi como rauda improvisó
una pequeña almohada con su manta y la colocó junto al hombro de la vieja dama. Tan
tierno y solícito me pareció el gesto que no pude evitar a partir de ahí y tras cruzar ambas
una rápida sonrisa de complicidad, espiar a mi compañera con el rabillo del ojo mientras
hojeaba el Vogue que había sustraído del hall de la estación. Era divertido porque mientras
ella miraba aparentemente el paisaje yo sabía que también ella, curiosa, observaba mi
reflejo en la ventana.

Era una chica muy bella. Una belleza obvia, casi perfecta. Pero su mirada cansada delataba
una gran tristeza. Puestos a adivinar yo juraría que se trataba de una esposa o novia
traicionada. Aunque muy bien retocada, aún se notaba en el gesto contraído de su cara el
río de lágrimas que antes de subir al tren habían sido derramadas. Al igual que yo, parecía
con el viaje estar huyendo de una sórdida existencia. A diferencia de mí, ella parecía viajar
sola. Como si me hubiera estado leyendo el pensamiento se giró de golpe y me ofreció un
cigarro. Por supuesto no me negué y la acompañé al pasillo, al mismo rincón de antes, junto
a la única ventanilla que estaba medio abierta. Allí nos presentamos y charlamos
desenfadadamente un rato de cosas vanas. Algo teníamos seguro en común. El jazz que ella
y mi padre cantaran. Habíamos tomado contacto y ella pareció aliviada, como si la compañía
femenina le supusiera un ligero alivio en aquel pequeño espacio rodeada de extraños.

Cuando volvimos a la cabina mi buen amigo charlaba animadamente con el Sr. Thorndick y
con el Sr. Schmidt (que así se llamaba el feo detective), - William y Dirk a partir de ahora- y
yo me acurruqué apretada contra mi manta en el asiento, dispuesta a echar una cabezada,
ya que en los últimos días los malos presentimientos y la angustia me habían robado el
sueño y ahora me sentía por fin, confiada, feliz y relajada. Debieron pasar unas horas. Me
sacó del profundo sueño el sonido inesperado de un disparo. Gritos, carreras y forcejeos. Al
abrir los ojos me encontré sola con William, Mina y la anciana. Mina salió del compartimento
con el pánico aún grabado en su cara mientras William intentó tranquilizarnos. Salí tras ella y
allí estaba Bryan, intrépido, con un arma en la mano enfrentándose a un tipo horrible
vestido de uniforme que tenía a una mujer del brazo agarrada. El tren frenó de golpe en
medio de un tremendo estruendo. Todos perdimos el equilibrio cayendo hacia delante.




                                        **********
CAPÍTULO 2 – Celine Lavoie
El extraño personaje llevaba un arma en una mano, mientras que con la otra aferraba con
fuerza la cintura de una joven a la que arrastraba hacia la salida.

Dirk: Arrêtez-vous! ¡Deténgase!

El detective fue el primero en salir, pero pronto comprobó que no llevaba su revólver
encima. Seguramente lo había olvidado en algún bolsillo de su gabardina. Bryan, tras unos
segundos de duda, desenfundó su arma, rezando por no tener que usarla, y apuntó al
corpulento individuo.

Bryan: Suelte a la dama, señor. Por favor.

El falso maquinista se encontró ante una encrucijada. No esperaba que nadie le plantara
cara yendo armado y miró, con una mezcla de sorpresa y recelo, al hombre que le estaba
apuntando. Cuando apareció Dirk, igualmente armado, tiró con fuerza de la chica que tenía
agarrada, y que parecía semi-inconsciente, usando su cuerpo como escudo humano. De
inmediato, abrió fuego por segunda vez. Un disparo al techo del vagón, seguido de una
advertencia.

Hombre: Vuelvan a su compartimento, o la mato.


La curiosidad fue más fuerte que el instinto de supervivencia e, ignorando las palabras de
William, Mina primero y Matilda después, se asomaron al pasillo para comprobar qué es lo
que allí sucedía.

Algún miembro del personal del tren activó el freno de emergencia, provocando el
desequilibrio de todos los viajeros. Sin embargo, aquel hombre pareció no inmutarse
demasiado y logró mantenerse en pie, con algún que otro problema.

Aprovechando ese momento, la joven que tenía retenida, le propinó un codazo en las
costillas y consiguió liberarse. Con su presa fuera de alcance y dos hombres armados que se
recuperaban de los efectos del frenazo, el falso maquinista abandonó el tren saltando a
través de una ventana. Había algo extraño en su forma de moverse y al atravesar la
ventana, pareció transformarse, por un momento, en una mancha negra. Trozos de cristal
volaron por doquier y en su huida, se llevó gran parte del marco metálico de la ventana,
dejando un considerable agujero en el costado del vagón, por el que entraba bufando un
viento helado.

Bryan se acercó corriendo hacia la joven, al tiempo que Dirk se asomaba por el tremendo
boquete, viendo al hombre avanzar con torpeza hacia la espesura de los árboles. La mujer
que había capturado, se encontraba en el suelo, aparentemente mareada y muy asustada,
en perfecto estado, salvo por pequeños desgarrones en su vestido. Matilda, Mina y, por
último, William se acercaron con curiosidad. Había algo que les era familiar en ella y de
hecho, Mina creía conocerla bien. Era una joven morena de pelo corto, con un sencillo
vestido de viaje de color crema. Una suave capa de lápiz carmesí resaltaba sus labios y
acentuaba su bello rostro. Bryan le ayudó a levantarse.
A todo esto, un revisor apareció a través del coche restaurante y se acercó a la escena
apresuradamente.

Revisor: ¿Se encuentra bien, Mademoiuselle Lavoie? No sabe cuánto lamento lo ocurrido.
Le aseguro que el Ferrocarril Pacífico Canadiense hará todo lo posible para capturar a su
asaltante. El tren no sufrirá retrasos.

La joven se alisó el pelo e inclinó la cabeza hacia el revisor.

Celine: Estoy bien, gracias a estas personas. – Se giró entonces hacia los investigadores –
Mi nombre es Celine Lavoie, estoy en deuda con ustedes. Sólo espero que no estén heridos.
– De nuevo se volvió hacia el revisor – Mi padre pagará los desperfectos si el incidente se
mantiene en secreto. Ya sabe, odia este tipo de fama.

El nombre de Celine Lavoie no era ajeno a ninguno de los presentes. Se trataba de una
modelo y actriz de reconocida fama mundial que a menudo trabajaba en Broadway. Su
padre, Jean-Claude, era un rico empresario canadiense.

Celine: No deberían permanecer aquí mientras los empleados limpian esto. Estaría
encantada si me acompañan a mi vagón privado y me dejan invitarles a una copa – la joven
se colgó del brazo de Dirk y de Bryan – Ahora ustedes me protegerán. Ustedes y sus
compañeros.


Vagón privado de Celine Lavoie
16:20 pm

El vagón de la señorita Lavoie estaba finamente decorado en el estilo Art Decó. Una
asistenta de mediana edad les ofreció whisky, jerez o algún cocktail. El mueble bar contenía
una selecta muestra de botellas de licor, todas con la característica etiqueta carmesí McT, de
la marca McTanish, además de varias botellas de excelente vino francés. Mientras, su
doncella personal preparaba los asientos pertinentes.

Celine Lavoie se mostró muy relajada, amigable, atrayente y sumamente abierta. Cuando
todos tuvieron servidas sus bebidas, hizo un brindis en su honor y se sentó con muchas
ganas de entablar amistad. Dirk fue el primero en romper el hielo y comenzó a hacerle
preguntas.

Dirk: ¿Quién era ese tipo, señorita Lavoie? ¿Le había visto antes?

Celine: No sé quién era, pero confieso que ha sido el tercer intento de secuestro que sufro,
todos ellos recientemente. Verán, yo creo que es por mi padre, ya saben, para pedirle dinero
o algo peor. Su negocio prospera y hay poderosos sindicatos de comerciantes americanos
que le tienen echado el ojo.

Dirk: Ya veo. Si me permite otra pregunta, ¿cuál es el motivo de su viaje a Montreal? ¿No
tiene representaciones en Nueva York en estas fechas?

Bryan miró de reojo a Dirk, y no fue el único en hacerlo. Daba la sensación de que estaba
interrogando a la joven, cuando, realmente, eran sus invitados. El comportamiento del
detective no era, desde luego, el esperado en tales circunstancias. Sin embargo, Celine no
tuvo reparos en contestar.
Celine: Por fortuna, tengo mucho trabajo en Broadway – dijo con una leve sonrisa – pero
mi abuelo murió hace poco y regreso para acudir al funeral. Pero basta de hablar tanto de
mí. Supongo que todos ustedes ya me conocen y ahora quisiera saber quiénes son, a qué se
dedican... esas cosas. Aún queda más de una hora de viaje y estaba algo aburrida.

La bella actriz se acomodó en su sofá a la espera de las respuestas mientras mojaba sus
labios en su cocktail.

(...)


Muy cerca de Montreal
17:44 pm

Un revisor anunció la llegada a la estación Viger de Montreal en quince minutos. Pese al
incidente, el tren no había sufrido retrasos y llegarían puntuales a su destino.

Celine: Caballeros, señoritas. Sería un placer para mí enseñarles la ciudad esta noche,
cuando se hayan instalado. Si les parece, enviaré a alguien a recogerles. ¿Qué les parece a
eso de las nueve? No pueden negarse, es lo menos que puedo hacer después de su ayuda.




                                        **********




WILLIAM

La mirada de desprecio de Mina había calado hondo en el alma del joven William.
Racionalmente él sabía que no había nada que pudiera hacer, sabía que no era un cobarde...
a menos que la prudencia fuera cobardía. Jamás en su vida había estado en una situación
como aquella, la única pelea en la que había estado había sido cuando niño, y aquí encima
había armas implicadas y la seria posibilidad de que alguien muriera.

Como fuera él sabía que Mina lo consideraba un cobarde, y eso en el mejor de los casos.
Definitivamente estaba fuera de su ambiente, había sido un iluso, como podía pensar que
una mujer como Mina podía siquiera prestarle atención. Para colmo de males, los únicos que
no habían salido al pasillo habían sido la mujer mayor y él.

Después del frenazo del tren, William se decidió a salir. Claro que para ese momento ya todo
había pasado y la joven había logrado liberarse por sus propios medios y sus compañeros
había ahuyentado al maleante. Como si faltase algo más para terminar de derribar el poco
amor propio que sentía el joven profesor en ese momento, la joven Celine estaba mostrando
mas aplomo y sangre fría que él.

En el vagón de la señorita Lavoie, William aceptó el primer trago con alcohol de su vida, ni si
quiera en el campamento en Babil había tomado. Pero ahora se sentía fuera de lugar, la
joven Celine estaba siendo muy amable, y los trataba como héroes, pero él no merecía tal
honor.

Para cuando la joven preguntó por ellos, William ya había terminado su segundo Whisky, no
le gustaba el sabor y no entendía que era lo que le veían los demás. Si bien no estaba
borracho, se sentía mas ligero, y un poco tonto. Lo que no sabía era que el alcohol lo había
afectado más de lo que creía.

- Puess bien, yo sólo soy un simple professor de universidad. Mis especialidades son la
arqueología y la antropología, de hecho he presentado mi tessis sobre el hallazgo de
Babilonia por Taylor, lo cual me ssirvió para estar un año en la excavación del sitio. - William
deja su copa sobre la mesa, durante su discurso estuvo balanceándose peligrosamente en su
mano derecha - Pero veo que los aburro, ssepan disculpar. Sólo soy eso, sí, un simple
proffesor- Sus ultimas palabras son apenas un murmullo, apenas inteligibles, como si el
alcohol estuviera sacando de su boca los pensamientos que pasan por su mente. Finalmente
se sienta en un sillón y unos veinte minutos más tarde está durmiendo.

Cuando el revisor anunció el pronto arribo del tren a Montreal, a William aún le dolía la
cabeza. No recordaba mucho de la última hora, sólo sabía que en algún momento se había
quedado dormido y sospechaba que se las había arreglado para quedar aún más en ridículo
ante todos. Evidentemente jamás podría aspirar a estar con una mujer como las tres que
estaban allí, seguramente Marie lo había elegido a él por ser el más joven de la expedición.

La invitación de Celine lo tomó desprevenido, pero luego cayó en la cuenta que los invitaba
a todos y el formaba parte del paquete. Aún así sacó fuerzas para ser cortés.

- Por mi parte estaré encantado de acompañarla, siempre y cuando alguien cuide que no me
acerque a otro trago con alcohol. - Le dedicó una de sus sonrisas más encantadoras y se fue
con su dolor de cabeza a cuestas a buscar su maleta.




                                        **********




MATILDA

Yo soy Matilda Schilling... de Stuttgart, Alemania. No tenía el honor pues, hasta ahora, de
conocerla... Ni a Ud, ni por supuesto, a su respetabilísimo padre. No obstante, me quito el
sombrero...
Si una bella dama, actriz famosa y rica heredera, como recién he sabido, ha sido además
objeto de tres secuestros frustrados en los últimos tiempos... y tal y como han visto mis ojos
se acaba de desembarazar, Sta. Lavoie, del tercero de los secuestradores, que era además,
una especie de monstruo de feria, uniformado y barbudo, que ha salido disparado por la
ventana del tren, directo al vacío, horadando el marco metálico... me dice, después de todo
ello, que se aburre... repito,... chapeau.
Pero no seré yo, Sta. Celine, la que la entretenga.
**********



... continuación...

El gesto de Celine Lavoie se tornó serio cuando escuchó las palabras de Matilda. Clavó sus
profundos ojos verdes en los de la mujer alemana y, durante unos eternos segundos, se hizo
el silencio en el vagón. Sin embargo, no tardó en volver a sonreír.

Celine: Ya lo ha hecho, señorita Schilling. - dijo dedicándole una nueva sonrisa - Reconozco
que no estoy acostumbrada a que nadie me hable así, pero me encanta la gente que dice lo
que piensa sin tener en cuenta las posibles consecuencias. Es cierto, como bien ha
recalcado, que he pasado por momentos difíciles, pero mi carácter me impide desanimarme.
El viaje desde Nueva York dura once horas, y eso es mucho tiempo para alguien que, como
yo, viaja sola. Querida, sólo puedo decir que la envidio. Usted viaja en buena compañía y mi
única intención era olvidar el incidente y pasar lo que queda de viaje lo más agradable
posible.




                                       **********



DIRK

Dirk sólo esperaba no haber quedado como un completo imbécil con el asunto del arma. El
señor West había sido más práctico. Aunque... que uno de sus clientes fuese armado
implicaba que, posiblemente, el asunto a tratar seria complicado, y muy probablemente
peligroso. Bueno, así podría lucirse, y dejar en sus clientes una mejor impresión que la de
este día.

De hecho, aun no podía decirse que su papel hubiese comenzado, pues el viaje en principio
había de ser tranquilo, y sin embargo ya tenia ante él algo que lo inquietaba. No dijo nada a
los demás, pues no tenía sentido preocuparlos, especialmente a la señorita Lavoie. Pero él si
estaba preocupado. Cuando el agresor saltó, había arrastrado con él parte del marco
metálico. Aquello era espantoso: ningún hombre en su sano juicio huiría tranquilamente
después de algo así. Principalmente porque casi ningún hombre arrastraría consigo ese
marco, si no que se llevaría la peor parte del choque, pero aun alguien corpulento y fornido,
en el supuesto de ser capaz de romper el marco de ese modo, debería perder el resuello con
el dolor, y detenerse al menos un instante. Y, sin embargo, el agresor no había modificado la
marcha de su huida en absoluto. Como si aquello, en lugar de un marco metálico, hubiese
sido una hoja de papel.

quot;Maldita sea. Necesito un buen trago. Y ahora puedo pedirlo tranquilamente, sin tener que
conformarme con la bazofia habitual. Y sin embargo no debo tomarlo, y no voy a hacerlo.
Oh, señor, ¿Por que me atormentas de este modo?quot;
De todos modos, dejó a un lado todos sus pensamientos cuando la joven se colgó de él y de
Bryan. Una chica como aquella, preciosa, famosa, y no parecía molestarle en absoluto su
aspecto.

quot;Incluso a mí me molesta. Cada mañana, cuando me miro al espejo, desearía poder tener
cualquier otro rostro. Pero ella parece no haber visto mi rostro. Debe ser una grandísima
actriz. Tendré que ir alguna vez a verla.quot;

Ya en el vagón de la señorita Lavoie, Dirk se sirvió una coca-cola. Esa bebida nunca le había
gustado, pero... tanto alcohol allí le estaba trastornando. Debería fijarse en sus ojos verdes,
pero las botellas, misteriosamente, le atraían más. Escuchaba ya sus cantos de sirena,
cuando la señorita Lavoie hizo el brindis. Ansioso por evitar quedar en ridículo ante sus
empleadores, empezó a interrogar a la señorita. No sólo pretendía distraer de si la atención,
también comprobar si aquello que parecía ser un inmenso coraje en la joven era tal, o sólo
apariencia. Después de todo, actuaba en Broadway. Su interrogatorio iba intercalándose con
comentarios de los demás. Vio al joven William perder la compostura levemente, sin duda
por el alcohol, y también escuchó a la señorita Schilling hablar de si misma. Todo útil, sin
duda, pues tendría que compartir unos días con aquella gente, pero ahora su interés estaba
en Lavoie. Ignorando las miradas del resto, siguió al ataque.

Dirk: Verá, señorita Lavoie. Yo soy investigador privado. Creo que no se lo dije, y podría
tomar a mal tantas preguntas, pero es que soy tal cosa por mi curiosidad. No sabría ser otra
cosa. Si quiere que pare, dígalo y no la molestaré más, pero quizá podría ayudarla, quien
sabe... Podría, por ejemplo, contarnos como fueron los otros intentos de secuestrarla, si no
es un problema para usted recordarlo. Sin duda agradeceremos un relato emocionante para
pasar parte del viaje, y yo podría tener alguna idea.

(...)

Ya casi en Montreal, Dirk se golpeó la frente de pronto cuando Lavoie hizo su ofrecimiento.

Dirk: Estúpido de mí. Lo siento, señorita Lavoie, pero a veces omito las formalidades. En
este caso, ni siquiera me he presentado formalmente. Soy Dirk Schmidt. Ya le dije que soy
investigador privado, creo. No veo que más podría añadir, que pueda resultar interesante,
salvo que mi familia, pese a haber estado en este continente en las últimas generaciones,
proviene de la tierra de la señorita Schilling. No de Stuttgart, sino de Köln. Bueno, sé que no
digo mucho - En su boca se formó una sonrisa. Si su rostro resultaba desagradable, aquella
mueca no le iba a la zaga - pero soy hombre parco en palabras. Una vez presentado, he de
decirle que si de mí depende, estaré encantado de ver la ciudad bajo su guía. Aunque no
depende de mí, claro.




                                        **********



MINA

Desde que la joven abandonara Kansas, cargada de sueños e ilusiones, de proyectos y
fantasías, jamás había tenido, en su largo deambular por la piel de la querida América, una
quot;huidaquot; tan bizarra. Aquellos personajes que compartían con ella el camarote eran de lo más
pintoresco... el detective feo, el joven y asustadizo profesor... Bryan, el de los cigarrillos y
aquel espectacular arrojo que mostró frente al secuestrador y la hermosa teutona... igual de
destrozada que ella misma, con un proporción semejante de esperanza, dolor y ansia de paz
que la recordaban a ella misma. Bizarro, agradable, sorprendente, abrumador... aquel viaje
estaba siendo toda una experiencia difícil de igualar.

Y cuando parecía que nada podría superar el listón, resulta que la joven rescatada no es ni
más ni menos que la Señorita Lavoie, una de las artistas más admiradas de la pequeña Mina.
Sentía verdadera admiración por ella. En realidad, si no fuera por el bagaje de los últimos
años de su vida, la huida de su novio y de su quot;vida adoradaquot; en Chicago, el salto de ciudad
en ciudad constante y, al fin y al cabo todo lo que la había madurado y endurecido, se
comportaría ahora como una fan enloquecida al conocer a uno de sus ídolos.

Ya en el vagón privado de la estrella era como vivir dentro de un sueño. Si bien el tren
entero era bastante lujoso (demasiado incluso, para la economía de la joven) el interior del
vagón de la Señorita Lavoie era verdaderamente precioso. Mina estaba emocionada y, ahora
sí, decidió tomar un Tom Collins con un poco de hielo mientras compartía aquel momento
con sus recién conocidos acompañantes; el graciosísimo William, descubriendo los efluvios
del alcohol; el insidioso detective Dirk; Matilda, con quien sentía compartir una extraña
simbiosis; Bryan, quien iba atesorando a medida que avanzaba el trayecto un extraño
atractivo y por fin la preciosa Señorita Lavoie... sin palabras.

Uno tras otro fueron presentándose y por fin le tocó el turno a Mina que, acabando de dar
un corto sorbo a su cocktail, respiró profundo y dijo con una voz de terciopelo:

quot;Bueno, mi nombre es Mina... Mina Adams y soy de Kansas. Salí de allí hace casi
cinco años desde los cuales he vivido en Chicago la mayor parte del tiempo. Eso
sí, los últimos meses he deambulado un poco por Boston y Nueva York y ahora
voy a probar suerte en Montreal. Digo probar suerte porque soy cantante aunque,
decir esto delante de la Señorita Lavoie me da bastante vergüenza, la verdad. Lo
cierto es que en cada ciudad donde he vivido he conseguido trabajar en varios
lugares de más o menos postín pero, al margen del trabajo, lo que busco es
tranquilidad. Perdonar por mis continuos sobresaltos y cambios de humor
durante el trayecto, pero... digamos que he pasado por una mala época y mi viaje
está motivado por un intento de cambio de vida.quot;

Dicho esto respiró todo lo hondo que pudo y sentenció, dando por terminada su
intervención:

quot;Bryan... ¿me daría otro de sus cigarrillos? Creo que los míos se quedaron en
Américaquot;




                                        **********
BRYAN WEST

Comenzaba a bajar la pistola y a retirarme hacia el compartimento, cuando el frenazo me
obligó a sujetarme con fuerza, casi acabando estampado contra la pared de enfrente. Me
había asustado la amenaza del hombre y su disparo de aviso, parecía evidentemente
dispuesto a todo y temía por la vida de la mujer. Aún trataba de recobrarme cuando el
supuesto inerte rehén se revolvió y se deshizo momentáneamente del sorprendido
maquinista.

Aunque si aquel era un simple maquinista enloquecido, tal vez yo fuese Robin de los
bosques. La feroz huida del hombre me dejó con la boca abierta, en una perfecta parodia de
tipo descolocado que juega a los cowboys o a ser intrépido cual bandolero justiciero. La
ventana no había sido obstáculo, y yo sentí apremiante necesidad por centrar mi atención en
la dama liberada. No quería volver a encontrarme con aquel tipo en mi vida.

- Señorita, ¿se encuentra usted bien? - La conocía, seguro que la conocía. Una artista
de fama, o qué... Volví la mirada hacia mis acompañantes, especialmente hacia Matilda,
aparentemente serena a pesar del bullicio. William parecía turbado junto a la joven belleza
que conocimos en el vagón, mientras Dirk espiaba la fuga a través de la ventana destrozada.

Tras ocultar casi vergonzosamente la pistola en la funda disimulada de la chaqueta, ayudo a
la dama a incorporarse y trato de recuperar la compostura. Me aliso la chaqueta y combato
contra ese ligero temblor de piernas. Le guiño un ojo a Matilda y escucho que alguien
menciona el nombre...Celine Lavoie. La mujer se rehace con una rapidez pasmosa y me
coge del brazo. Me rasco la cabeza confundido, pero pronto me recupero y me dejo llevar
por los acontecimientos.

- Creo que su nombre es conocido por todos nosotros - sugiero más tarde con una
poco frecuente aunque leve timidez. Me tenía a mí mismo por alguien curtido en estas lides,
pero... - Bryan West, modesto pretendiente a un puesto en el mundo de la
literatura de evasión. A su servicio señora - culmino, tomándole la mano que me
ofrece delicadamente.

La inesperada velada en el vagón Villa-Lavoie resultó ser cálida y llena de misterio a un
tiempo. Varias hermosas damas reunidas con tres tipos la mar de dispares a su alrededor,
como polillas que rondan deliciosas bombillas. Dirk Schmidt, por quién empezaba a sentir
algún tipo de aprecio inexplicable, se afanaba en mostrarse diligente y profesional, aunque
en ocasiones podría jurar que cierto tormento interior le corroía las entrañas. El joven
William se dejó llevar y perdió los papeles, algo le preocupaba, no alcanzaba a ver si el
motivo tenía que ver con nuestra supuesta misión o con lo acontecido en el vagón. Matilda,
como buena representante del talante germano, no dudó en enfrentar su clara mirada y sus
argumentos a la celebérrima Celine. Saltó una tenue chispa en el breve enfrentamiento, pero
el vagón permaneció a salvo...por el momento.

- ¿Eh, cómo...? - la muchacha, Mina, me cogió con la guardia baja, ensimismado. Raudo le
alcancé un cigarrillo y se lo encendí gustoso. ¡Qué curiosidad, la presencia de aquella
muchacha en el vagón!. Pero era evidente que había aprovechado una oportunidad nada
desdeñable.

En un aparte con nuestro detective, susurro sin pretender ningún tipo de secretismo.
- Señor Schmidt, menuda situación ¿no cree?. Aquí estamos, en la guarida de una
celebridad rodeados de hermosuras. Nuestro compañero William ya se ha dado
cuenta *sonrío* y por ello se da a la bebida. Espero que a usted no le turbe la
presencia de mi amiga Matilda, es todo un carácter y apuesto que harán buenas
migas. Siguiendo con las apuestas, irían cien dólares a que esa bala de cañón que
salió por la ventana en el incidente no se trataba de un maquinista de los que
abundan en las líneas férreas norteamericanas... tal vez en Canadá sea distinto.

La invitación de Celine no me tomó por sorpresa. Tal vez Dios realmente existiese, y nos
regaba con sus dádivas, como si fuésemos retoños en un macetero.

- Me siento honrado señorita Lavoie. Si los demás consienten, la tomaremos como
anfitriona temporal si no cambia de opinión. Nos alojaremos en la parroquia de
San Cutis, cortesía de un amigo común. Si puede enviar a alguien allí a
recogernos, estaremos doblemente agradecidos.

Me siento casi feliz por primera vez en meses. Un poco de acción para sacudirse las
telarañas, nuevos argumentos en ciernes para una futura novela, la seguridad de que no voy
a decepcionar a mi vieja amiga europea, la perspectiva de asuntos intrigantes que harán
regresar al deprimido Thorndick de su limbo temporal, un nuevo y bonito rostro a nuestra
vera, celebridades manifiestas... y el recuerdo empañado de una negra mancha atravesando
la ventana del vagón de pasajeros.




                                       **********




DIRK (Respondiendo a Bryan)

Dirk: No, no me turba en absoluto. Como todo hombre, disfruto de la belleza de las
mujeres, aunque suelo ser yo quien las turbo a ellas. Aunque, claro está, no por mi apostura
precisamente. Pero me siento a gusto, viendo que no parece ser el caso. En cuanto a ese
hombre, o más bien a esa mula, diría más bien que no es un hombre de los que abundan en
ninguna parte. Una mala bestia, eso es lo que era. Por fortuna. - Añadió lo último sonriendo.
De nuevo aquella mueca. En cuanto se dio cuenta de ello, la eliminó de su rostro y completó
su razonamiento. - Digo por fortuna, y no estoy loco. Un hombre menor, físicamente, pero
con algo más de entendimiento probablemente habría tenido más éxito. Es una de las
razones por las que le pregunté, señorita Lavoie, sobre los otros intentos. Si fueron de este
estilo, puede estar tranquila, rara vez tendrán éxito. Aunque sean del tipo que sean, puede
confiar en que ninguno llegará a buen puerto mientras estemos con usted, pues creo no
equivocarme si menciono que los aquí presentes somos del tipo que le describía: no tan
fuertes, probablemente, pero más ágiles de pensamiento. Siempre que el alcohol no nos
nuble el entendimiento. - Guiñó un ojo, al aludir al joven William. Ese tipo de chanzas
siempre solían aliviar la tensión. Y, por otra parte, acabar sus razonamientos aludiendo a
algo o a alguien ayudaba a fijar la atención de sus interlocutores en ello, dejando que los
argumentos expuestos por Dirk penetrasen en su subconsciente.
**********




MATILDA

Era obvio que no quería convertir aquel curioso encuentro en una escenita de celos ni nada
que se le pareciera, por lo que me abstuve de replicar a Dña. Famosa, cuando con dulce
sonrisa me clavó su gélido aguijón, en presencia de mis acompañantes. No obstante, se me
revolvía el estómago al pensar que aquella niña mimada de la mafia canadiense y de los
teatros neoyorquinos, - como mi amigo Bryan me hizo saber entre susurros en el trayecto
hacia el camarote privado que ahora ocupábamos -, pretendiera utilizarnos como pasajero
entretenimiento, en el largo camino de regreso a casa de los papás. Me ardían las mejillas al
observar en el rostro de todos cierto grado de traslúcida idiotez. Se sentían a ojos vista
privilegiados y únicos, tocados por mano divina, al ocupar los confortables asientos
aterciopelados de aquella suite ambulante, rodeados de aromas afrutados y saboreando el
fino caldo emanado de las destilerías del honorabilísimo padre... Embelesados cada uno a su
manera por lo que seguro les pareciera “el feliz acontecimiento”.

Ya puestos a no participar activamente en la fiesta, para no aguársela a nadie, me dediqué a
uno de mis pasatiempos favoritos, por supuesto en silencio; a hacer una disertación
especulativa acerca de la motivación humana, en este caso de los aquí presentes. Intenté
pasar el rato a la zaga de un gesto, una mirada furtiva, una palabra dicha u omitida
oportunamente... ojo avizor de cualquier detalle que delatara miedo, expectativa o deseo,
inquietud, angustia o complejo... Y allí había repertorio conductual suficiente para pasar un
buen rato observando. Así entretuve mi mirada por el pequeño y lujoso escenario, mientras
cada cual a su manera intervenía en la obra, interpretando el papel que él mismo se había
asignado, para diversión de la Sta. Lavoie. Solo una vez intervine para no parecer totalmente
ausente (no quería darle ese gusto a la anfitriona). Cuando Mina pidió a Bryan un pitillo,
rebusqué en mi bolso para extenderle su paquete de cigarrillos que por descuido me había
agenciado unas horas antes, cuando fumamos ambas en el pasillo. Por supuesto Celine de
nuevo eclipsó mi gesto. Con solícita amabilidad acercó una caja negra tallada en ébano y la
abrió. Dejó la caja repleta de cigarrillos sobre la mesa, a disposición de sus invitados.

El papel de Bryan estaba claro. Era el chico de la película. El salvador protagonista de la gran
dama. Pero por conocerlo como lo conocía era el que menos me preocupaba. A pesar de su
excelente representación, su entusiasmo no era fruto de inocente y simple embeleso. No se
dejaba deslumbrar tan fácil ante cualquier fogonazo. Había otros motivos. Al fin y al cabo,
como buen vividor y aventurero, jamás hubiera desperdiciado una primicia como aquella,
nutriente de sus futuros recuerdos; material necesario para alguna de sus novelas, tal vez la
definitiva, la que por fin le perpetuara como célebre novelista. Su carácter, de por sí,
tampoco era proclive a desaprovechar, de buenas a primeras, un buen momento que sirviera
para romper el guión preestablecido, para robar unos minutos o unas cuantas horas a la
rutina o la desidia. Y aquel era un momento estelar, de esos que verdaderamente jamás
aparecen cuando los buscas. Bryan amaba por encima de todo las sorpresas. Para colmo
adivinaba un tercer motivo, que lo mantenía excitado, expectante y risueño como un
chiquillo. Yo estaba segura de que con el reciente altercado, no había olvidado ni por un
segundo, la misión que nos había unido y nos traía a este lado de la frontera. Su amigo
Phillip parecía estar en verdaderos apuros. Tal vez Bryan pensaba que la compañía o la
amistad de una celebridad como Celine pudiera sernos de utilidad en los días venideros.

Aproveché que Celine salió unos minutos a hablar con alguien de la Compañía Ferroviaria,
para comentarle a mi amigo mientras se servía más hielo, con una sonrisa y un gran guiño:
en cuanto lleguemos a Montreal nos vamos de compras. Tu atuendo no es el más apropiado
para pasear en compañía tan distinguida. Me devolvió la sonrisa abierta sin ningún recelo.

En cuanto a Mademoiselle Lavoie, también hice unas cuantas conjeturas, pero no quise
precipitarme e insinuar mis malos pensamientos a mi amigo, aunque por un instante una
sombra de miedo me había sobrecogido. Para espantar el azoramiento, decidí participar de
nuevo en la conversación del grupo. ¿Alguien sabe que ha sido de la anciana que viajaba en
nuestro compartimento?, pregunté.




                                        **********




... continuación...

La señorita Lavoie parecía sentirse muy a gusto con la compañía y escuchó con suma
atención todas las intervenciones. Sin embargo, cuando Dirk insistió en preguntar acerca de
los secuestros, Celine le miró con cierto disgusto, pero sin perder la sonrisa.

Celine: Como ya le he dicho, preferiría hablar de otros temas más mundanos. No obstante,
como veo que tiene mucho interés en el asunto, le complaceré. Después de todo, ustedes
me han ayudado... Los otros intentos de secuestro fueron en Nueva York, hará cosa de un
mes, más o menos. Fueron casi consecutivos. En el primero, alguien se coló en mi camerino.
Cuando terminó la función, me dirigí allí, pero afortunadamente, llevaba guardaespaldas y el
tipo huyó al verle. No pude verle bien, pero era bastante corpulento, como... Bueno, ya
sabe. El segundo intento fue dos días después. Me asaltaron por la calle, dos individuos con
mal aspecto y sucios. Mi guardaespaldas no andaba lejos, pero le dispararon. Casi no lo
cuenta el pobre. Volvió a salvarme, aunque casi pierde la vida. La policía está al corriente y
todo terminó ahí... hasta esta tarde. Ahora, si no tiene inconveniente, preferiría olvidar esto
y disfrutar de la compañía.

Dirk se limitó a asentir y se hizo un breve silencio. Mina fue la encargada de romperlo y se
presentó formalmente al resto del grupo. La joven cantante de Kansas era todo un misterio
para sus propios compañeros de viaje, pero resultó ser un personaje de lo más interesante.

Celine: ¿Cantante de jazz? No prometo nada, pero tal vez pueda conseguir una prueba para
usted, señorita Adams. Si le parece, esta noche hablaremos más de este asunto, aunque...
me da la sensación de que ustedes no se conocían. ¿Tiene dónde alojarse, Mina? Espero que
no le importe que le llame Mina.
**********




WILLIAM

William sonrió estúpidamente, sus ojos brillantes demostraban que evidentemente el alcohol
ya se le había terminado de subir a la cabeza.

- Ssólo conocemos a la señorita Mina de vissta, y es rrealmente un placer. De todoss modos
supongo que el Padre Philip tendrá lugar en Ssan Curtiss para un peregrino máss.

William tomo aliento para seguir hablando, esa bocanada de aire completó la obra del
alcohol y se le pusieron los ojos en blanco. Fue una suerte que estuviera en el sillón y que
no tuviera su bebida en las manos ya que cayó sobre el mismo largo como era y su cabeza
golpeó ligeramente la madera del antebrazo antes de caer sobre un almohadón.




                                       **********




MINA ADAMS

La pequeña Mina respiró hondamente. La mismísima Celine Lavoie la invitaba a pasear por la
ciudad de Montreal, le hablaba sobre su futuro inmediato en la nueva ciudad y le hablaba de
una posibilidad de prueba para cantar en... ¿quién sabe? Quizá algún club elegante o con
algo de suerte un pequeño teatro de la ciudad. Los sueños de Mina volaban a pesar del
pesado lastre que arrastraba atado a los pies. Ojalá su voz fuera la de antaño y pudiera
arrancar con Summertime o Everything goes... tendría el trabajo asegurado. Pero cantar
delante de Celine Lavoie era demasiado incluso para ser simplemente imaginado. Con miedo
en la voz consiguió articular palabra... humilde y con la boca pequeña.

quot;De momento, señorita Lavoie... me conformaría con un trabajo de camarera para
pagar la habitación. Al respecto me han dicho que cerca de la estación hay
pensiones más o menos decentes que no llegan a ser prohibitivas para una chica
como yo. Le agradezco muchísimo la atención y la invitación aunque, por diversas
circunstancias, si bien estaré encantada de aceptar la posibilidad de un trabajo,
creo que lo más apropiado es que dedique el resto de lo que queda de día en
buscar alojamiento, con lo que, no se donde pararé a la hora de la cena.quot;

Lejos de tratar de dar pena, Mina hablaba con un aplomo y una seguridad de hierro. La
humildad de la muchacha de Kansas que viaja a quot;la gran ciudadquot; afloraba en cada una de
sus palabras y, cenar con Celine Lavoie parecía demasiado para alguien de su ralea. Por
supuesto en su interior deseaba con toda su alma que la invitación se formalizara y poder
compartir mesa y velada con la estrella... incluso su mente volaba rauda por el interior de su
maleta en busca del traje elegante negro y el collar de estrass con adornos de plumas.
Estaría radiante... casi a la altura de su querida anfitriona. Si sus acompañantes se
apiadaban de ella la noche prometía ser el inicio perfecto de la nueva y mejor vida de Mina
Adams.




                                        **********




MATILDA

- Mina... ¿Tendrías la amabilidad de acompañarme al lavabo? Necesito corrector de ojeras y
me temo que lo olvidé en Buffalo.

- Por supuesto, Matilda, será un placer. De paso me retocaré yo también. ¿Sta. Lavoie?

- Sí, por supuesto, la puerta que queda al fondo.

Las dos damas fueron guiadas por la doncella que dio las luces a su paso. Mina excitada por
la posibilidad que tanto anhelaba. Matilda con ganas de fumarse un cigarro en un ambiente
más tranquilo. Mientras la una sacaba los pitillos y el corrector, la otra se acicalaba el pelo
frente al espejo.

- Mina. Voy a serte sincera. Espero no molestarte con el tuteo. Este no es mi ambiente.
Acabo de recobrar a un amigo largamente perdido. Estaría más sola que la una sino fuera
por Bryan que se brindó a rescatarme del antro donde me hallara. Temo que tu situación no
es mucho mejor que la mía... ¿Me equivoco?

- No, Matilda, no te equivocas y tutéame, por supuesto. No puedo volver a Kansas ni a
ninguna otra parte de Estados Unidos y no tengo donde caerme muerta ni un solo dólar en
el bolsillo.

- Ven con nosotros. Bryan necesita gente. Su amigo nos reclutó para algún asunto que aún
desconozco. Algo que ver con curas, parroquias y cosas de esas...Pagarán lo gastos y tal vez
nos saquemos todos un sobresueldo...Además creo que a Bryan no le disgustas...Eso salta a
la vista.

- ¿De veras crees que pinto algo en vuestros planes? ¿De veras crees que puedo sumarme al
grupo?

- Hablaré con Bryan en la estación, mientras nos entregan el equipaje, pero confía en mí. Yo
lo arreglo todo.




                                               **********
MINA ADAMS

quot;Oh... Matilda, ¿de veras crees que pinto algo en vuestros planes? ¿De veras
crees que puedo sumarme al grupo? No te voy a engañar... esto de la religión me
queda bastante lejos. De hecho lo último que recuerdo relacionado con una
iglesia es cuando me escogieron como solista de la parroquia de mi pueblo. En
cualquier caso, me va a venir bastante bien un trabajo rápido de aclimatamiento.
Esto de Montreal aún me parece una verdadera locura... te reirás de mí pero ni
siquiera sé francés. Si tu crees que lo puedes arreglar te esteré muy agradecida.
Estoy encantada de haberte conocido Matilda... aunque haya sido por casualidad.
Y tu amigo Bryan... bueno, él también parece un encanto. ¿Regresamos?quot;

Matilda era una mujer firme y con un carácter bien definido. Representaba a la perfección el
tipo de mujer europea por excelencia. Mina la miraba en la intimidad del cuarto de baño y
sentía cierto estupor a medio camino entre la admiración infantil y la sencilla complicidad
que se producía entre las dos mujeres que se hallaban, sin saber como, en aquel fastuoso
vagón de tren, dirección a una ciudad completamente desconocida y en unas circunstancias
personales muy parejas. Se sonrieron tímidamente y salieron despacio del cuarto de baño
hacia el salón.




                                      **********
CAPÍTULO 3 – La reliquia
Estación Viger, Montreal
17:58 pm

Estaba anocheciendo cuando el Gran Continental cruzaba las bulliciosas calles de Montreal y
se detenía en la estación Viger, al sudeste de la ciudad. Los pasajeros fueron conducidos
desde el tren hasta la aduana, que no era más que una mera formalidad.

El grupo de investigadores fue abordado por un hombre alto y delgado de mediana edad,
que les preguntó si eran los invitados del padre Philip. Era el conductor de un coche de
caballos que les iba a llevar hasta la cercana Iglesia de San Cutis. Desde la misma estación,
era claramente visible el cambio. La arquitectura de Montreal, su gente e incluso su
ambiente, gozaban de un matiz europeo. Era como si el tren hubiera cruzado el Atlántico y
estuvieran ahora en algún lugar del viejo continente.

Celine: Excitante, ¿verdad? - preguntó a sus espaldas - Les presento a mi tío, Jacques, y no
se olviden que esta noche iré a recogerles a la iglesia de San Cutis.

Le acompañaba un hombre muy corpulento y orondo, con un grueso abrigo impropio para la
época. Sudaba mucho y continuamente se pasaba un pañuelo por su brillante y despejada
frente.

Jacques: Encantado de conocerles. Mi sobrina me ha contado lo sucedido, muchas gracias
por su ayuda.

Tras los saludos y la despedida de Celine, el cochero escoltó a los investigadores a su
carruaje, mientras que Celine y su tío, se dirigían a una limusina. El carro abandonó la calle
adoquinada de la estación, pasando junto al Hotel Viger y dirigió el coche hacia el río San
Lorenzo.


Iglesia del Sagrado Corazón de San Cutis
18:12 pm

El aire era cálido y veraniego, pese a que ya había anochecido. El breve trayecto por el
casco antiguo de Montreal, les condujo hasta la iglesia de San Cutis, desde cuyas escaleras,
el Padre McBride les dio la bienvenida agitando su brazo y con una sonrisa de oreja a oreja.
Bryan fue el primero en acudir a su encuentro y se aseguró de que William le siguiera de
cerca.

McBride había disfrutado de una vida de educación y aventura, para acabar siendo sacerdote
parroquiano. Su pelo blanco no era familiar para sus amigos, pero conservaba sus fuertes
manos y su perspicaz rostro.

Padre Philip: ¡Bryan, viejo amigo! Sabía que podía confiar en ti – dijo mientras le
estrechaba con firmeza la mano y le daba unas palmadas en el hombro - ¡Qué diablos!,
dame un abrazo. Me alegro de verte, Bryan... Y aquí está el joven William, pero, ¿qué te ha
pasado, chico? No me digas que te has mareado en el tren... jajaja. Es estupendo que
hayáis venido los dos, y por lo que veo traéis compañía. ¡Estupendo! Permitan que me
presente, soy el Padre Philip McBride, supongo que ya les habrán hablado de mí. Les
agradezco que hayan venido y les aseguro que su estancia aquí merecerá la pena.
El grupo se presentó cortésmente al tiempo que el cochero terminaba de bajar el equipaje.

Padre Philip: Vengan, les llevaré a sus habitaciones. Sugiero que cenemos, la señora
D´Anjou ha preparado una cena estupenda y se enfadará si se enfría. Ya habrá tiempo de
hablar mientras comemos. Pediré a Madame D´Anjou que prepare un café cargado para
William...

De camino a las habitaciones, en el primer piso, McBride les explicó que la iglesia era un
seminario remodelado. Se habían mantenido los cimientos originales y una de las torres del
seminario, reconstruyéndose el techo y las estancias interiores. Los dormitorios eran
sencillos, pero tenían todas las comodidades necesarias, aunque habían de compartir un
baño.


La cena se sirvió en una estancia íntima. La comida, abundante y muy sabrosa, había sido
preparada y servida por Madame Denise D´Anjou, ama de llaves de San Cutis. Era una
robusta mujer de corta estatura y nariz prominente, que se movía muy despacio, pero nunca
dejaba de hacerlo. Llevaba un vestido negro y un delantal de algodón bordado con rosas
rojas.

Padre Philip: He pasado los últimos años al servicio de la Iglesia y considero que es lo más
importante que he hecho nunca. Sólo espero que disculpéis mi larga desaparición, pero creo
que lo que tengo que ofrecer esta noche, compensará mi larga ausencia. Eso también va por
ustedes, si Bryan y William les han escogido, seguro que son las personas adecuadas. Si me
permiten, a partir de ahora les consideraré amigos míos. Ya saben, los amigos de mis
amigos... – dejó la frase a medias sonriendo pícaramente.

La cena transcurrió con un ambiente distendido. El carácter del padre Philip, muy afable hizo
que nadie se sintiera extraño en la mesa. Pero había llegado el momento de sacar el tema.
Dirk estaba impaciente, pero esta vez dejó que fueran otros los que hablaran y fue Bryan
quien tomó la palabra.

Bryan: La carta estaba escrita en un tono muy misterioso. Lo hemos estado comentando, y
la única conclusión a la que hemos llegado es que estamos ansiosos por saber de qué se
trata.

Madame D´Anjou sirvió el postre, una deliciosa tarta de manzana. El padre Philip sonrió y
asintió. Había llegado el momento de explicarse.

Padre Philip: ¿Por dónde empezar? A ver... Trabajar en la nueva iglesia implicó excavar
parte del viejo sótano del seminario. Allí, los trabajadores descubrieron una pequeña tumba
que contenía un cadáver preservado, o tal vez debería decir momificado.
Sorprendentemente, - dijo entre susurros – su corazón estaba intacto. Creo que el corazón y
el cuerpo pertenecen al mismísimo San Cutis. En la tumba donde se encontraba, estaba
grabado en la piedra, Jaime de Andrés. Ese era el nombre que San Cutis llevaba en el
orfanato donde se crió.

El padre Philip estaba entusiasmado. Su tono de voz era eufórico y podía sentirse su
felicidad a simple vista.
Padre Philip: El motivo de mi carta es que esperaba que vosotros... ustedes, encontraran
las evidencias necesarias de que el corazón es una verdadera reliquia y que pertenece al
santo. Luego informaré a la diócesis del hallazgo, pero no antes, no quiero quedar en
ridículo nada más estrenar parroquia. Deseaba volver a ver a mis amigos y qué mejor que
gente de confianza para realizar tan noble investigación, con la ayuda de Dios.

Dirk no pudo evitar soltar un leve bufido, aunque en realidad no podía quejarse. La paga era
buena y siempre era mejor algo poco peligroso. Nadie pareció darse cuenta de su gesto y
permaneció atento a lo que se dijera. Para William, en cambio, la investigación se le antojó
interesante. Era una oportunidad única para su carrera y si, realmente era la reliquia de un
santo, su nombre aparecería en los tratados de arqueología.

Padre Philip: Tanto el cuerpo como el resto de cosas están ahora arriba. La reliquia está en
una caja fuerte, el cuerpo preservado lo hemos guardado en el congelador, aunque Madame
D´Anjou no lo aprueba. En el sótano queda, únicamente, la tumba abierta de San Cutis. –
McBride consultó su reloj, sin perder en ningún momento su estado de euforia – Tengo una
reunión muy importante esta noche, pero si les parece Madame D´Anjou les enseñará el
cuerpo y la tumba. Pero antes de irme me encantaría mostrarles el corazón, si son tan
amables...


La caja fuerte se encontraba en una pequeña sala del piso superior. Era de acero, pintada
de color verde y debía pesar más de 300 kilos. Sus bisagras estaban en el interior de la
puerta, que poseía dos diales y una manilla de cierre.

McBride hizo girar los diales y tiró de la manilla. La puerta se abrió lentamente y, de modo
rimbombante, el padre Philip sacó una pequeña caja de plata algo deslustrada. Todos fijaron
su atención en ella, cuando el sacerdote se dispuso a abrirla, dejando expuesto un corazón
humano COR (0/1d2) Sus grandes venas y arterias habían sido limpiamente cerradas.
Tenía un aspecto esponjoso, no tan firme como un músculo sano, pero sin señal alguna de
decoloración o putrefacción. No contenía sangre fresca, pero si algunas postillas de sangre
seca.

Algo desconcertaba a Bryan y a William. Philip McBride, a quien creían conocer bien, se
mostraba jubiloso, rozando incluso un grado casi inhumano de emoción, impropio de él.
Nunca habían visto así a su amigo.

Una vez visto el corazón, el padre Philip depositó de nuevo la reliquia en el estante superior
de la caja fuerte y, a continuación, extrajo un pequeño libro de su interior, escrito en papel
de octavo.

El cuero desecado que lo cubría, estaba parcialmente resquebrajado. En la cubierta, un
círculo dorado, una especia de rueda estampada, contenía varios símbolos en un idioma
desconocido para los investigadores. Pese a su antigüedad, los hilos de la encuadernación y
sus varios cientos de páginas interiores estaban intactas, aunque ligeramente moteadas. Sus
hojas, sin numerar, habían sido escritas por una mano arcaica.

Padre Philip: Fue encontrado en las manos del cadáver. Parece un diario, está escrito con
letras mayúsculas y yo diría que data de finales de la Edad Media. Pero lo más curioso es
que no está escrito en germánico, ni latín, ni celta. Su estilo es claramente británico, pero es
copto antiguo. ¿No es maravilloso? – dijo exultante - ¿Veis este símbolo? – añadió,
señalando la cubierta – Es igual que otro tallado en la piedra de su tumba. Esta noche
mostraré el libro al señor Lowell, un amigo y coleccionista de libros antiguos. Su
conocimiento de copto es excelente.

De nuevo consultó su reloj de bolsillo. Parecía un poco impaciente.

Padre Philip: Lo lamento, pero no quiero hacer esperar al señor Lowell. Mañana podrán ver
el libro con más detenimiento, si así lo desean. La señora D´Anjou les ayudará en lo que
precisen. Ah, Bryan, amigo mío, toma – el sacerdote le alcanzó un pequeño trozo de papel –
es la combinación de la caja fuerte. Buenas noches a todos, mañana tendremos tiempo para
hablar más pausadamente.

-------------

(...)

En el Gran Continental...

Revisor: ¡Señora! Despierte, señora. El trayecto ha terminado.

La anciana británica se despertó sobresaltada y miró, al revisor primero, y a su alrededor
después. No había nadie con ella en el compartimento y a través de la ventana pudo ver que
ya había anochecido. Ajena al disparo y a todo lo acontecido, se había quedado
profundamente dormida.

Dama inglesa: ¿Ya estamos en Toronto?

Revisor: ¿Toronto? No señora, dejamos atrás Toronto hace horas. Estamos en Montreal...




                                               **********




WILLIAM

Estación Viger, Montreal
17:58 pm

El aire fresco de la tarde despejó un poco más a William, ya casi se sentía perfecto de no ser
por un dolor sordo en el costado de su cabeza, donde se había golpeado, aunque aún no
sabía como.

Una vez en el anden se acercó a Mina.

- Disculpe usted señorita Adams, tengo entendido que no tiene donde hospedarse, y no sé si
alguno de mis compañeros se lo habrá ofrecido, pero creo que podrá alojarse con nosotros
en San Cutis, si asé lo desea claro está.
Salir de la estación fue todo un espectáculo. En cierta forma Montreal le hizo recordar a
París, pero más limpia, con algo de eficiencia inglesa.

Su mirada se perdió por un momento en el paisaje, y de no ser porque sabía que había
tomado de más, hubiese jurado que vio desaparecer un pájaro en el aire.

William extendió la mano al señor Jacques - Un placer señor Lavoie, el mérito es de los
señores West y Schmidt, ellos son los héroes esta tarde. - Luego se giró hacia Celine - La
estaremos esperando, no todas las noches uno tiene el placer de recorrer una ciudad en tan
glamurosa compañía.

Iglesia del Sagrado Corazón de San Cutis

Había sido toda una sorpresa enterarse de que su mentor era ahora un cura párroco, pero
más aún lo fue verlo con el pelo blanco y de un humor tan jovial. Cuando McBride sacó a
colación el mareo de William, este no pudo evitar sentirse como cuando estaba en la
universidad. Se puso ligeramente colorado y bajó los ojos, como si estuviera recibiendo una
reprimenda.

- Ya aprendí la lección Profesor McBride, no más alcohol para mí. Gracias por el café. - una
sonrisa cruzó por sus labios - Por cierto, aún nos debe esa clase práctica sobre la
preparación de la cerveza en el Antiguo Egipto, y aquí no hay ley seca.

Una vez que hubo dejado las cosas en su cuarto y apurado el café, William se aseó en el
baño compartido y bajó al comedor. Se había cambiado las ropas de viaje por un traje negro
de corte ingles, a medio camino entre el smoking y el traje de calle, un atuendo adecuado
para la noche en la ciudad, y también para compartir una cena con amigos. Antes de
sentarse, William entregó su presente a Philip McBride.

- Este es un presente de parte mía y de mi padre, ambos coincidimos en que éstos objetos
estarían en mejores manos en las tuyas que en las mías.

La cena había sido una delicia, tanto a nivel corporal como mental y espiritual. Philip era un
excelente anfitrión, la señora D'Anjou cocinaba como los dioses, y sus compañeros eran
sencillamente fascinantes.

Cuando Bryan sacó a colación el tema de la carta William prestó especial atención a las
palabras de Philip. Lo que éste les contó acerca de la reliquia, la momia y las excavaciones
casi le quitan el aliento, y el hecho de que Philip hubiera pensado en él para ayudarlo le
puso la piel de gallina.

Cuando subieron a la sala con la caja fuerte y Philip abrió la caja de plata, William no pudo
evitar dar un respingo. Casi podía ver latir el corazón, claro que era solo una ilusión óptica,
seguramente provocada por la sorpresa. El corazón se encontraba demasiado bien
conservado, y si no había sido un milagro lo que lo había producido, no quería pensar en las
posibilidades. Él jamás había sido muy religioso, pero su madre y abuelo sí, y había leído la
el antiguo y nuevo testamento. Por otra parte había estudiado teología en la universidad
como parte de su formación, y si bien su mente racional se resistía a aceptar los milagros, su
alma deseaba que fueran ciertos.

Lo que realmente preocupó a William fue el estado de ánimo de Philip, casi artificial y no
muy propio de él. Cuando sacó el libro y contó lo que sabía de él, Thorndick temió por un
momento que McBride sufriese un infarto. El libro en sí le interesó mucho, y la posibilidad de
estudiar la momia, y sobre todo la tumba, lo tenían sobre ascuas. Pero había prometido a la
señorita Lavoie que iría a recorrer Montreal, y por otra parte no creía que la mejor manera
de terminar la noche de ese día tan agitado fuera en compañía de un cadáver y su lugar de
entierro.

Cuando Philip se retiró le deseó buenas noches y luego se dirigió a sus compañeros.

- No sé ustedes, pero yo preferiría iniciar las pesquisas mañana por la mañana, después de
todo en unos minutos la señorita Lavoie nos pasará a buscar para conocer Montreal, y no
soy hombre que guste de romper su palabra dada.




                                               **********




MINA ADAMS

Estación Viger, Montreal
17:58 pm

La llegada a Montreal supuso algo mágico para la joven de Kansas. Docenas de veces en
prácticamente todas sus vidas pasadas; como cantante de Cabaret en Chicago, como niña
de pueblo, como mujer maltratada... su mente había volado cientos de veces a la vieja
Europa y había soñado con pisar las calles del Londres victoriano, del bohemio París o del
espectacular Berlín... de hecho, era más que probable que la procedencia europea de
Matilda, su nueva amiga, fuera uno de los motivos de su admiración y cariño creciente hacia
ella. Y ahora, en otro modo, tocada por la varita mágica de la casualidad, estaba allí. Los
edificios de en rededor de la estación parecían sacados de un cuadro del barrio de
Montmartre, llenos de vida e impregnados de ese humo especial que siempre circundaba las
estaciones y que, en ocasiones pasadas, ahora no, albergaban a Mina tristes momentos y
funestos presagios.

La limusina de la señorita Lavoie era impresionante aunque el romanticismo del coche de
caballos la sedujo sobremanera. Se sentía excitada como una colegiala... casi se podría decir
que su rostro recuperaba la lucidez y el color de una muchacha de su edad.

Deseaba que el tiempo volase para volver a reencontrarse con Celine, aunque, el hecho de
tener una cama y un trabajo asegurados eran regalos caídos del cielo.

Iglesia del Sagrado Corazón de San Cutis
18:12 pm

Mina nunca fue muy devota y no le gustaban demasiado las iglesias. Pero el párroco de San
Cutis, el amigo de Bryan y William era un tipo realmente afable y de trato cálido... hasta el
punto de que costaba creer en ocasiones que realmente fuera un cura. Mina tenía la imagen
clara en la memoria del padre August, el párroco de la Iglesia de su pueblo con sus adustas
cejas pobladas que en ocasiones le hacían tener el aspecto de estar impartiendo la tediosa y
DíA Uno
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DíA Uno

  • 1. LA RELIQUIA DÍA UNO El viaje ; Celine Lavoie ; La reliquia ; El baile de la muerte ; El perro tuerto ; Una noche muy larga Una aventura de La llamada de Cthulhu dirigida por robroy en los foros de PlataformaRol
  • 2. EL REPARTO Guardián de los arcanos ........................... robroy Dirk Schmidt ................................…..….... Thorontir William Thorndick ....................…............. SirAlexander Bryan West ..............................….............Telcar Mina Adams ..........................…………....... Figaro Matilda Schilling .....................…………....... ANA_ ÍNDICE Pág. 3 ………………………………………………… CAPÍTULO 1 – El viaje Pág. 18 .................................................. CAPÍTULO 2 – Celine Lavoie Pág. 32 .................................................. CAPÍTULO 3 – La reliquia Pág. 46 .................................................. CAPÍTULO 4 – El baile de la muerte Pág. 56 .................................................. CAPÍTULO 5 – El perro tuerto Pág. 65 .................................................. CAPÍTULO 6 – Una noche muy larga Pág. 71 .................................................. Apéndice 1: Los personajes Pág. 81 .................................................. Apéndice 2: Dramatis personae
  • 3. CAPÍTULO 1 - El Viaje Nueva York - Estación de ferrocarril 19 de agosto de 1923 - 6:39 am Dirk Schmidt consultó el reloj de la estación. Había llegado pronto, pero la situación lo merecía. La vida de un hombre podía cambiar de la noche a la mañana y la suya pareció empezar a hacerlo la tarde noche anterior. Una llamada a su despacho acabó significando un nuevo caso en su haber. Pero no uno de esos casos de pacotilla que acostumbraba a investigar, sino algo gordo, a juzgar por el precio ofertado. Pese a no explicarle bien en qué consistía, aceptó casi de inmediato. Y es que 20 dólares por adelantado y todos los gastos pagados, incluyendo el viaje a Montreal, era algo que no podía rechazar. Iba a ser una semana de trabajo que podría reportarle cien pavos más si tenía éxito. Ciento veinte dólares americanos en una semana, era una cifra más que considerable y el hecho de que estaría acompañado en todo momento por sus clientes, era un detalle insignificante, dadas las circunstancias. Dirk volvió a mirar el reloj con impaciencia. El minutero apenas había avanzado desde la última vez. Un empleado de la estación recorrió el andén anunciando que el tren con destino a Montreal partiría en veinte minutos. Dirk: ¡Eh! Vaya con cuidado, señorita - dijo tras recibir un empujón de una elegante joven cargada con varias bolsas y maletas. Mina: Lo siento. - replicó ésta sin girarse ni detener su marcha. Mina Adams subió al tren, no sin esfuerzo. La escena se repetía de nuevo. No hacía ni dos meses que había abandonado Chicago, rumbo a Boston, huyendo de su vida anterior. Pero su antiguo novio no podía permitirlo y envió a varios de sus hombres a buscarla, a cualquier precio. Mina no supo cómo descubrieron su paradero en Boston, pero lo hicieron en pocas semanas. Por fortuna, se dio cuenta y logró huir de la ciudad, probando suerte en Nueva York. Creyó, erróneamente, que una urbe más grande evitaría que dieran con ella. Nada más lejos de la realidad. Mientras Mina se esforzaba por conseguir pruebas en pequeños locales, una pareja de matones hacía indagaciones, hasta que sucedió lo inevitable. La joven cantante abandonaba un club de jazz en Queens, cuando descubrió un inconfundible Studebaker con matrícula de Chicago aparcado fuera. Ahora, pocas horas después, pulía buena parte de sus ya escasos ahorros en un billete de ida a Montreal. Su última oportunidad era huir del país y, por lo que había escuchado, esa ciudad canadiense parecía un buen destino para intentar recomponer su vida. Era la primera ocupante de su compartimento y escogió el asiento más apartado de la ventana. Un revisor anunciaba que faltaban quince minutos para partir...
  • 4. Bryan West y William Thorndick llegaron al andén número 1 doce minutos antes de las siete. Allí, pronto adivinaron quién era Dirk Schmidt, el detective que habían contratado siguiendo las indicaciones de su amigo Philip McBride. Aprovechando el verano y una época sin demasiada inspiración para escribir algo medianamente decente, Bryan se esforzó en contactar con sus amigos. Y resultó que no eran tantos como creía. Había pasado mucho tiempo, demasiado, y las cosas habían cambiado. Sin embargo, el destino le tenía guardado un par de sorpresas, y ambas llegaron casi al mismo tiempo. Por una parte, Philip, un estudioso de las civilizaciones antiguas y amante de las culturas del lejano oriente, le escribió una carta pidiéndole ayuda. Philip era un arqueólogo y aventurero al que conoció en el sudeste asiático y ahora, años después, solicitaba su ayuda. La segunda sorpresa fue recibir una llamada, esta vez de Matilda Schilling, una amiga alemana a la que conoció en Francia al terminar la Gran Guerra. Se encontraba en Búfalo y parecía desesperada. Necesitaba que fuese a recogerla o no sabía qué podía ser de ella. No dejaba de ser curioso que, en lugar de contactar él con alguien como era su deseo, no una, sino dos personas, solicitasen su ayuda con urgencia. Queridos amigos Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, demasiado diría yo. He podido seguir de cerca vuestro trabajo, aunque discretamente, debo añadir. Seguramente habré pasado desapercibido para vosotros. Me he convertido en sacerdote de la Iglesia Católica. Si, ahora soy el Padre Philip. Sé que esto os habrá sorprendido y admito la afluencia de mis pecados, pero ya he sido perdonado. Os escribo porque necesito vuestras habilidades aquí, en Montreal. Espero que tengáis algo de tiempo libre y podáis pasar unos días en nuestra bella ciudad, una semana a lo sumo. Lo he arreglado todo para que os hospedéis en la parroquia de San Cutis. Incluyo billetes de tren y algo de dinero. El asunto sobre el que os escribo es confidencial y no me atrevo a indicaroslo aquí. No obstante, os anticipo que resulta de gran valor para la Iglesia y el Cristianismo. ¿Acaso necesito añadir que el éxito de esta empresa podría acarrear fama mundial a sus participantes? Una nueva novela, un best-seller para Bryan y una beca de investigación para nuestro joven... Cualquier ayuda será bien recibida. Tal vez un detective privado o cualquier amigo que consideréis será bienvenido a San Cutis. Os espero. Atentamente Philip Siguiendo el consejo del ahora Padre Philip, se puso en contacto con William Thorndick, un joven profesor universitario con el que coincidió en un par de ocasiones comiendo con su amigo común. William tuvo buenos maestros en Miskatonic, pero Philip McBride se llevaba la palma. Se convirtió en su mentor y de él aprendió más que de nadie en el mundo. Ahora le pedía ayuda y no podía rechazarla, más bien todo lo contrario. La carta no daba muchas pistas acerca de lo que debían hacer, sólo que tenía relación con el Cristianismo.
  • 5. Junto a la carta, había algo de dinero en efectivo y cuatro billetes de tren de Nueva York a Montreal. Ellos dos, el detective y Matilda, a la que recogerían en la estación de Búfalo, gastarían los cuatro billetes. William: ¿El señor Schmidt? Dirk: Si, ustedes deben ser los señores Thorndick y West. Buenos días caballeros. Dirk se esforzó en parecer el hombre que buscaban esos tipos. Lo que él no sabía es que no era sencillo encontrar un buen detective en agosto, dispuesto a viajar a Canadá por ese dinero. Dirk Schmidt fue la última opción que encontraron. Bryan le tendió uno de los billetes que el detective se apresuró a abrir, descubriendo en su interior dos billetes de diez dólares. Sin perder un minuto y hechas las presentaciones, los tres hombres subieron al tren y buscaron su compartimento. Allí había ya dos pasajeros más. Una mujer de unos sesenta que dejó de leer The Times para saludar con educación a los recién llegados y una joven muy atractiva que ocultaba medio rostro bajo su sombrero, y que también saludó a los presentes. El trayecto de Nueva York a Montreal era una de las rutas más lujosas y populares del Ferrocarril Pacífico Canadiense. El viaje, de once horas de duración, recorría Búfalo, las Cataratas del Niágara y Toronto, además de otras paradas menores. La compañía ferroviaria, el Pacífico Canadiense, era famosa por su servicio y la comodidad de sus vagones, y se jactaba de poseer el mejor ferrocarril de todo el continente americano. quot;¡Pasajeros al tren!quot; A las siete en punto de la mañana, el tren número 2212, el Gran Continental, una línea lujosa y bien equipada propulsada por una potente locomotora de vapor, iniciaba la marcha. Los vagones estaban revestidos de alfombras, tapicería de lujosa calidad decoraba los asientos y paneles pulidos de madera de nogal cubrían las paredes de los distintos compartimentos. El Gran Continental poseía un elaborado vagón - salón y un suntuoso coche restaurante adornado con cortinas de damasco, espejos de cristal tallado, porcelana china y cubertería de plata. En unos de los vagones centrales, tres hombres, una mujer anciana y una joven compartirían estancia durante el viaje. (...) Búfalo - Estación de ferrocarril 9:13 am Matilda Schilling esperaba impaciente la llegada del tren. Bryan le había asegurado que pasaría a recogerla esa mañana. Matilda estaba desesperada por salir de allí, necesitaba amparo y, sobre todo, ansiaba ver alguna cara conocida. La alternativa que su viejo amigo Bryan le había brindado, se le antojaba interesante, aunque no era precisamente lo que ella hubiera esperado. Pasar una semana en Montreal y conocer gente nueva podía ser lo que necesitaba para no sentirse tan perdida.
  • 6. El sonido de la campana que anunciaba la llegada de un tren, le sacó de sus pensamientos. Por fin llegaba el momento de tomar las riendas de su vida. Sólo unos minutos más. El Gran Continental asomó tras una curva y poco a poco fue reduciendo su velocidad hasta detenerse. Nuevos pasajeros subieron al tren, otros terminaban allí su viaje y Bryan West descendió en busca de Matilda. Ella sintió un tremendo alivio al verle y no pudo evitar darle un afectuoso abrazo. Matilda: Gracias por venir, Bryan. Muchas gracias. Bryan: Qué gusto volver a verte, no has cambiado nada... El escritor le entregó el billete y recogió el escaso equipaje de Matilda, para después subir juntos al tren. De regreso a su vagón se encargó de hacer las pertinentes presentaciones y pronto la locomotora inició nuevamente la marcha. (...) El tren alcanzó una de sus etapas más interesantes, desde el punto de vista del viajero. Se trataba de las famosas cataratas del Niágara. Poco después entraban en territorio canadiense y se notó, sobremanera, en el coche restaurante. Nada más cruzar la frontera, se comenzaron a servir bebidas alcohólicas y buena parte del pasaje comenzó a visitar ese vagón. Cumplieron en todo momento el horario previsto. Como siempre, el Pacífico Canadiense era puntual y en pocas horas estarían en Montreal. En algún lugar entre Toronto y Montreal 15:55 pm L as sombras del atardecer se alargaban en el exterior y el tren redujo su velocidad en preparación para un cambio de vía. En ese instante, entre el característico traqueteo del ferrocarril, se escuchó un fuerte estallido, el sonido de un disparo realizado con un pequeño revólver. En el vagón contiguo, al grito de una mujer le siguió los alaridos del resto de viajeros. Dirk fue el primero en reaccionar, asomándose al pasillo de su vagón, descubriendo que el acceso al siguiente vagón, el restaurante, estaba bloqueado por un hombre alto y barbudo que intentaba salir del tren aprovechando que se detenía. Vestía un uniforme de maquinista. Hombre: ¡Laisse-moi passer! ¡Laisse-moi passer! ¡Déjenme pasar! El extraño personaje llevaba un arma en una mano, mientras que con la otra aferraba con fuerza la cintura de una joven a la que arrastraba hacia la salida. **********
  • 7. WILLIAM Nueva York 19 de agosto de 1923 - 5:00 am Solía levantarse temprano, había adquirido ese hábito en el desierto, allí el sol no perdonaba a quien se quedaba unos minutos de más en el catre. Si bien Nueva York no era Babil, la costumbre y la excitación que le provocaba el viaje habían podido más que su cansancio. Mientras se afeitaba en el lavatorio del cuarto de hotel en el que se hospedaba, pensaba en la buena fortuna que lo había acompañado hasta ahora. A los 24 años era un arqueólogo reconocido, al menos en el pequeño mundo del oficio. Había explorado los pasillos del palacio de Hammurabbi, había tenido en sus manos retazos del pasado de la raza humana, y ahora era profesor en la Universidad que le había permitido salir al mundo. Pero lo más importante es que aquél a quien tanto admiraba, a quien debía sus mejores logros, se acordaba de él y estimaba su labor lo suficiente como para invitarlo a colaborar en un proyecto que, según sus propias palabras, resulta de gran valor para la Iglesia y el Cristianismo. Una vez afeitado revisó su equipaje, no era mucho, unas mudas de ropa, algunos libros, y un presente para su mentor. Suponía que la vieja Biblia de su abuelo, un aficionado de la arqueología, así como un antiguo crucifijo de madera que había pertenecido a su madre, serían bien recibidos por el ahora Padre Phillip. Todo estaba listo, ahora solo restaba llegar a la estación, pero aún era temprano. Arregló la habitación, asegurándose de no dejar nada olvidado y luego salió. Al pasar por la habitación de West le tocó a puerta. - Bryan, te espero en el comedor, el taxi pasa a buscarnos en 45 minutos- Sin esperar respuesta se dirigió hacia la planta baja, una vez en el comedor se sentó en una mesa a la vista de la puerta. No conocía mucho a Bryan West, habían coincidido un par de veces en alguna cena con McBride. Sabía que era escritor y que en su momento había tenido algún éxito con su obra, pero jamás había leído uno de sus libros. Ahora hacía unos días había recibido la carta de Philip y apenas ayer por la mañana había llegado a Nueva York, West había estado distante parecía preocupado por algo más. La velocidad a la que se movían las cosas en esa ciudad lo había dejado pasmado, en una tarde habían contratado un detective, un tal Schmidt, para que los acompañara a Montreal, West había arreglado todo para que una amiga lo esperara en Búfalo, y antes de que se diera cuenta era de noche y estaban cenando en el hotel. Prácticamente no habían tenido tiempo de hablar de Philip. Cuando estaba acabando su desayuno West finalmente hizo su aparición, un café y unos croissants mas tarde estaban en el taxi camino a la estación. Nueva York, Tren 2212, Gran Continental, Camarote 71 19 de agosto de 1923 - 6:55 am Una vez se hubieron sentado en el camarote, y habiendo respondido el saludo a la señora del periódico y dedicarle una sonrisa a la atractiva señorita, William sacó la carta en cuestión y se la alcanzó a Dirk.
  • 8. - Señor Schmidt, quisiera que le echara un vistazo a esta carta, es la que ha iniciado este viaje y quizá sería bueno que la lea. Supongo que nuestras preguntas serán respondidas cuando lleguemos a destino. (...) Buffalo 19 de agosto de 1923 - 9:20 am Durante el trayecto William había repartido su atención entre un tratado sobre la arquitectura de la Iglesia Católica y el rostro de la bella joven que tenía enfrente. De más está decir que el puente de su nariz y el arco de sus cejas le resultaba infinitamente más interesante que el período gótico y sus sobrecargadas gárgolas. Cuando llegaron a Buffalo, West bajó al andén y unos minutos mas tarde subía acompañado de su amiga. William le ofreció la mano y una amplia sonrisa.- Un placer señorita Schilling, soy William Thorndick, tengo entendido que nos acompañará a Montreal, bienvenida a expreso del misterio. (...) En algún lugar entre Toronto y Montreal 15:55 pm La mañana había pasado rápida, entre el libro, la cara angelical enfrente suyo y alguna ocasional conversación con sus compañeros de aventura, las horas habían volado. Finalmente había almorzado sólo, había declinado la invitación de sus compañeros pensando en invitar a la señorita del sombrero alado, pero su timidez le había ganado a último momento. Para cuando llegó al vagón comedor sus compañeros estaban comiendo, así es que se sentó en una mesa sólo y aprovechó para dejar vagar su mente. Estaba seguro que fuera lo que fuese lo que los llevaba a Montreal, tenía que ver con algún hallazgo de su mentor. Finalmente había vuelto al camarote y el traqueteo del tren, combinado con el almuerzo mas bien pesado, contribuyeron a que se durmiese. Un potente estallido y los gritos de los pasajeros lo despertaron, en ese momento Dirk salía por la puerta del camarote. William no estaba acostumbrado a la acción y sabía que sería mas un estorbo que otra cosa para el detective, además jamás había disparado un arma. Pronto Bryan también se asomó, y parecía tener una pistola en la mano y exhortaba a quien fuera a que dejase a la mujer. El joven profesor hizo lo único que se le ocurrió, miro a las mujeres y esbozando su sonrisa más tranquilizadora dijo: - Ustedes no se preocupen, seguramente mis compañeros controlarán todo en unos momentos. **********
  • 9. DIRK Nueva York - Estación de ferrocarril 19 de agosto de 1923 - 6:39 am Dirk Schmidt divagaba sobre los posibles usos que dar a ese dinero, cuando alguien lo empujó por detrás. Dirk: ¡Eh! Vaya con cuidado, señorita - dijo tras recibir un empujón de una elegante joven cargada con varias bolsas y maletas. Mina: Lo siento. - replicó ésta sin girarse ni detener su marcha. Ignoró a la joven, y siguió pensando en sus asuntos. Ciento veinte dólares, constantes y sonantes… ¿Sería el final de la mala racha? Con un cliente así de vez en cuando, solucionaría fácilmente sus problemas, de modo que lo esencial era resolver el caso a plena satisfacción del cliente. Quizá así este recomendase a cualquiera de sus conocidos el acudir a Dirk en caso de necesidad. El cómo habían llegado hasta él era secundario. Ni por un instante admitió ante si mismo que aquello era ilógico. Su orgullo le hacía asumir que el cliente debía haber oído hablar de él. En cualquier caso, se había propuesto firmemente acudir completamente sobrio a aquel tren, y lo había cumplido. Era una lástima, pues aun le quedaba tiempo hasta la partida del tren, y podría haberlo matado perfectamente con un par de tragos. Pero ya habría tiempo para eso más adelante. Echó a andar hacia el vagón, con su peculiar forma de caminar. Dudó un instante si tratar de disimular ese gesto ante sus clientes, pero lo desechó. No tenía sentido, principalmente porque a un detective no se le contrataba por andar de un modo vistoso. Se le contrataba porque resolvía misterios. De modo que continuo su paseo, despacio, primero el paso corto, veloz, con la pierna derecha, y luego el paso más largo, más tranquilo, con la izquierda. Le dolía la vieja herida, y, paradójicamente, caminar aliviaba un tanto ese dolor. Aunque no del mismo modo en que lo hacia la botella. Llevaba, como precaución, una petaca guardada en su equipaje. Pero no esperaba necesitarla: en caso de querer desesperadamente un trago, podía acudir libremente a cualquier lugar en Montreal. No había ley seca allí, afortunadamente. Aun quedaba algo de cordura en este mundo… Pasados algunos minutos, llegaron sus clientes, dos hombres – uno mayor, otro más joven – que acudieron a él casi sin vacilación. Bien, su descripción no debía cuadrar con mucha gente, así que era normal que lo hubiesen identificado tan rápido. Se pasó la diestra por la cabeza, acariciándose el pelo, y trató de parecer amable. Estrechó la mano de aquellos hombres, y sintió un tremendo alivio al recibir, junto al billete, los veinte dólares. Aun había temido alguna treta, o, sencillamente, que no se le pagase lo prometido, pero finalmente parecía estar todo en regla. Subió al tren con sus clientes, y, tras acomodarse en su camarote, se fijó en la compañía. Una mujer mayor, y otra más joven, que, pese a tapar en parte su rostro, le era familiar. Aquello no le gustaba, una cara familiar en aquel tren…. ¿Quién podría ser? ¿Alguien de Salem? ¿O quizá…? Estuvo a punto de echarse a reír. No era si no la joven que había tropezado con él en el anden, minutos antes. Aquello le sirvió para comprobar lo nervioso que se encontraba. Si tan sólo pudiese echar un trago…
  • 10. William: Señor Schmidt, quisiera que le echara un vistazo a esta carta, es la que ha iniciado este viaje y quizá sería bueno que la lea. Supongo que nuestras preguntas serán respondidas cuando lleguemos a destino. Dirk le pegó un vistazo rápido a la carta. No le interesaban los detalles, de momento, sólo la idea general. Una vez leída, la leyó de nuevo, esta vez ya atento a cualquier cosa que pudiese considerar relevante. Dirk: Una novela, una beca… imagino, pues, sus ocupaciones, caballeros. Pero de poco más me sirve esta carta. Bien podría ser muy importante, bien una nimiedad exagerada por su amigo, pero lo cierto es que de poco me sirve. Cuando lleguemos a nuestro destino, y una vez se nos exponga la situación – Se me exponga, estuvo a punto de decir Dirk – ya veremos como pinta el asunto. De momento, disfrutemos del viaje, no tiene sentido rompernos la cabeza pensando en ello, cuando se nos revelará tan pronto encontremos a su amigo… Miró por un instante a la joven. Seguro que una conversación con ella resultaba más interesante. Pero no era un viaje de placer. Aun así, el viaje podría hacerse muy largo. No es que a Dirk le molestase el silencio – De echo, lo prefería, en situaciones como aquella – pero si tenia que pasar unos días en compañía de aquellos hombres, mejor tener una relación lo más cordial posible, siempre teniendo en cuenta las circunstancias. Quizá en algún instante pudiese comenzar una conversación con ella. De no haber tenido a sus clientes allí, muy probablemente se habría interesado por su estado civil, y por su alojamiento en Montreal, si es que allí se dirigía. En parte para escandalizar a la mujer sentada junto a la joven, pero en parte por auténtico interés. El tiempo, en compañía, pasaba más rápido. Y si bien la bebida era un buen método para gastar su dinero, gastarlo en una mujer era más placentero a corto plazo. Pero tenía una misión, y debía prepararse para ello. Quería saber más del tal Philip. Dirk: Lo que si podría ser útil, señores, es que me hablasen de su amigo común. Así podría comprenderlo mejor cuando arribásemos a destino. Las mismas palabras, dichas por hombres distintos, pueden tener significados contrarios. Por eso es esencial saber con quien se habla… (…) Cuando subió la amiga del señor West, y este la presentó, Dirk se limitó a saludarla inclinando levemente la cabeza, mientras se acariciaba el pelo. Aquel gesto se había convertido en una manía cada vez que conocía a alguien, y aquella vez no fue una excepción. Estaba a punto de preguntarle por algo banal, para intentar matar el tiempo, cuando el joven Thorndick dijo algo que hizo que un escalofrío recorriese su espalda. “El expreso del misterio”. No le gustaban aquel tipo de bromas. Ojalá llegasen pronto a Montreal, y sin ningún percance… De modo que se limitó a cumplir con lo que se esperaba de cualquier hombre educado. Dirk: Es un placer disfrutar de su compañía, señorita Schilling. (…) Dirk guardaba silencio. Tras el almuerzo, se había olvidado de intentar conversar. Reflexionaba sobre lo poco que sabía, y esperaba impaciente la llegada a Montreal. No estaba disfrutando del viaje, y era una lástima, pero nada podía hacer. Era, por así decirlo,
  • 11. una deformación profesional: si tenia algo de lo que ocuparse, le costaba dejarlo de lado y entretenerse en trivialidades. Aun así, no era el único, pues la conversación había decaído poco a poco y ahora cada cual estaba a lo suyo. Fue entonces cuando se escuchó la detonación. ¡Un disparo! Allí en el tren… maldición… Se levantó, y se asomó al pasillo. Hombre: ¡Laisse-moi passer! ¡Laisse-moi passer! ¡Déjenme pasar! Era un hombre corpulento el que vociferaba, con una barba proporcional a su tamaño. Vestía de maquinista, y aquello lo desconcertó. ¿Qué demonios hacía el maquinista? Llevaba con él, a modo de rehén, a una joven, agarrada por la cintura. Dirk, que aun recordaba mucho del francés aprendido tras la guerra, decidió que algo tenía que hacer. Aquel tipo estaba secuestrando a la muchacha delante de todos… Dirk: Arrêtez-vous! ¡Deténgase! Aquel tipo iba armado, y ya había disparado, pero no era lo mismo enfrentarse a pasajeros sorprendidos, que a otro hombre armado. Dirk rebuscó en su pantalón, en el cinto, donde solía colocar su pistola, ocultándola después con la chaqueta. Pero no había considerado la posibilidad de un problema en el tren, y no estaba allí. Mala cosa… Pero no podía dejar que aquel tipo se saliera con la suya, sin duda eso no agradaría a sus clientes, y, con lo bien que le pagaban… mejor tenerlos contentos. En instantes, intentó recordar donde estaba la pistola. No recordaba haberla metido en la maleta, y… ¡La gabardina! La llevaba en el brazo, doblada, porque no cabía en su única maltea. Y la pistola la había ocultado entre los pliegues de la gabardina. Saltó hacia el camarote, rebuscó en el compartimento superior donde había dejado la gabardina, y sacó la pistola. Esperaba no haberle dado tiempo a escapar a ese hombre. Si seguía allí, tendría que enfrentarse a su viejo revólver… Dirk no tenía puntería, pero aquel hombre no lo sabía. Y no era una de esas pistolas sutiles, era casi un cañonazo, así que tampoco importaba acertar exactamente donde se deseaba… ********** BRYAN WEST Bryan, Bryan... muchacho, tú que pensabas que el aburrimiento sería lo que iba a terminar con tu renqueante inspiración. Mas solitario que un coyote, así me veía pasar este año aciago y sin embargo…aquí estoy, acompañando al joven William, ese cerebro privilegiado que ridiculizó con su imberbe aplicación a más de uno en la facultad, o eso se decía. Pocas veces crucé palabras con él, pues yo apenas pisaba las aulas al no suponer para mí gran cosa la universidad, apenas un refugio para evitar escocerme día tras día en el negocio y dedicarme a filosofar y beber en la cantina. Pero Thorndick parecía (y parece) un muchacho amable y tranquilo, aunque un poco en su mundo, como cualquier erudito o aprendiz de tal que se precie. Recuerdo especialmente alguna tranquila velada compartida con el Señor
  • 12. McBride, aunque mi nexo con éste último se vio reforzado años después. El aguacero monzónico nos empapaba a ambos cuando coincidimos en aquel pueblucho de Vietnam, en una de esas aparentemente imposibles casualidades de la vida. Quién te iba a decir que te llegaría esa carta llena de incógnitas, Bryan... muchacho. La llamada de Matilda me alegró el día, pero su tono desvaído me provocó una cierta ansiedad. Desde que la conocí en Francia, en oscuros tiempos de postguerra, siempre la había visto como una princesa desesperada y un poco descarriada. Una muchacha que merecía mejor suerte y necesitaba una amistad de verdad, y no simplemente un compañero de juegos. La carta fue el pretexto, un paseo por Montreal para respirar el aire fresco canadiense. Contratar al detective no fue difícil, aunque a todas luces se veía que el hombre tenía un punto de excentricidad, o tal vez esa no era la palabra...extraño, curioso, decididamente atormentado. Pero parece despierto y eso es lo que cuenta, un profesional probablemente competente a pesar de su cojera. Con todo, tardaré un poco en fiarme de él...no deambulé varios años por sórdidos ambientes indochinos para mostrarme cándido precisamente ahora. Tras el desayuno y el trayecto en taxi, la visión del tren me aligeró los ánimos y porté mi ligero equipaje pensando en que estaría bien comprarme algo de ropa extra en Montreal. Asentí en conformidad cuando William le tendió la carta a nuestro amigo el detective y me dispuse a pasar una jornada tranquila en aquel vagón casi acogedor. Apenas tuve tiempo de hacerle una última llamada a mi hermano James. Estaba hundido, aún sin recuperarse de la pérdida de nuestro padre. Sentí un nudo en la garganta cuando, sin ganas, me deseó buen viaje y un pronto regreso. Más tarde, el tirón de la locomotora me hizo regresar al presente. - ¿Un cigarrillo, Señor Schmidt? Repetí el gesto con William, aunque estaba seguro de que éste no fumaba. Por fin rumbo a Buffalo, era cuestión de intentar congeniar o, al menos, alcanzar un cierto grado de camaradería. No tenía anhelo en pasarme una temporada en tierras de estirados canadienses con un par de compañeros de andanzas demasiado severos, o en exceso parcos en palabras. ¡Un poco de diversión estaría bien, por todos los demonios! - Por cierto... llámenme Bryan. El encuentro con Matilda en la estación fue entrañable. No presté atención a posibles reacciones entre los otros dos compañeros, pero se los presenté a ella pintándoselos lo mejor posible. No dudaba de que William le caería bien... Dirk Schmidt tal vez fuese otro cantar. Demasiado seco, tal vez, aunque a mí no me molestaba tal cosa si demostraba oficio. - Estás radiante... aún más que la última vez que te ví, que me ahorquen si miento - le dije sonriente y sincero a la mujer tras el abrazo inicial. - Tenemos cosas de que hablar en el tren. Si te aburres estos días acuérdate de darme un puntapié, o ponme en una caja y empaquétame de vuelta a Europa. - La Señorita Matilda Schilling, una buena amiga. Los Señores Dirk Schmidt y William Thorndick... eficiente sabueso y estudioso erudito respectivamente. El viaje resultó realmente agradable, con la espectacular naturaleza por la ventanilla y el bullicioso pasaje en el interior. Aproveché para tomarme una copa con Dirk y Matilda,
  • 13. ansioso como nunca por remojar el gaznate. También le relaté al investigador detalles varios que recordaba sobre Phillip McBride, aunque temía no ser de mucha ayuda. Además, en algún momento del trayecto no pude evitar sentirme fascinado por aquella compañera de compartimento, la muchacha guapa a la que William no dejaba de lanzar discretas miradas. Sonreí para mis adentros, recordando mis años mozos, cuando habría boqueado como un pez al contemplar una belleza semejante. .............. Ya estábamos cerca de destino, algo que casi lamentaba. Entonces ese grito y lo que parecía un disparo. ¡Sí, un disparo en el tren! Instintivamente me llevé la mano a la automática oculta en mi chaqueta y me levanté presto y protector hacia Matilda. - ¿Qué carajo...? - espeté, olvidando mis modales. Pero el detective demostró su instinto y ya se asomaba con cautela. Traté de ver algo por encima de él y lamenté haberlo hecho. Aquel tipo pesado no auguraba nada bueno, pero por mi padre que no se podía dejar que se saliese con la suya pues las apariencias le acusaban, con aquella dama atenazada. Dirk se abalanzó hacia su gabardina, tal vez buscaba un arma. Eso me dejó por unos instantes en un incómodo primer plano, pero no había tiempo que perder, ya me temblarían las piernas más tarde. Desenfundé con soltura mi automática y apunté con cuidado... era un aceptable tirador, pero recé por no tener que demostrarlo. - Suelte a la dama, señor. Por favor - le dije al desconocido vestido de maquinista, en un francés que distaba de ser perfecto. Intenté que mi voz sonase firme. Daba por hecho que el detective me cubriría de un momento a otro. ********** MINA ADAMS Otra vez la maleta de imitación color verde, el abrigo de paño, el sombrero… y la huida. Por Dios, ¿hasta cuando? Las lágrimas se habían instalado firmes en la vida de Mina y nada anunciaba que fueran a desaparecer así como así. Él no se daría fácilmente por vencido, no admitiría la derrota y la pérdida de la mujer que más le amaría a lo largo de su vida. Otro país. Quizá la vecina Canadá pudiera ser la solución. Estados Unidos se estaba quedando pequeño para la pequeña Mina. Primero Kansas, luego Chicago, Boston y ahora Nueva York. Ójala Montreal la tratase mejor que su patria americana. Nueva York, Tren 2212, Gran Continental, Camarote 71 19 de agosto de 1923 - 6:55 am
  • 14. Esa mañana Mina abandonó a todo correr la pensión donde vivía y sin mirar atrás se dirigió rápidamente a la estación. Temía que al volver cada esquina se iba a encontrar con el maldito coche de su perseguidor. Tanto corrió que, ya desesperada, tropezó con una docena bien nutrida de personas a lo largo de su carrera. Por último un tipo marcadamente feo y con malas pulgas que aguardaba al pie del tren la increpó maleducadamente y sin ningún tipo de consideración. Cuando llegó al camarote 71, asiento C, mientras recuperaba la respiración pudo conocer a su primera acompañante; una señora un poco entrada en años, pero que sin duda guardaba parte de la belleza que la acompañó en su juventud y con una dulzura y una amabilidad maravillosa. Señora: ¡Vaya… muchacha! Viéndote como corres se diría que huyes del mismo diablo. Ten… sécate el sudor de ese bonito rostro. Aún quedan unos minutos para que arranque el tren. Tranquila, que ya no lo pierdes. Mina: Es usted muy amable. A los pocos minutos subió el resto del pasaje al camarote y en el andén se escucharon las voces del revisor para anunciar la inminente salida. Al parecer, en el camarote, además de Mina y la amable señora mayor, viajaban tres hombres que iban juntos. Un par de tipos bastante corrientes… uno de ellos ciertamente atractivo, y los acompañaba… vaya por Dios, el señor feo del andén. También es mala suerte. El tren arrancó cuando los tres tipos intercambiaban unas palabras casi de cortesía o presentación. Parecía ser que, si bien viajaban juntos, no eran muy conocidos entre sí. Bryan: ¿Un cigarrillo, Señor Schmidt? Por cierto... llámenme Bryan. Mina: Encantada Bryan. Mi nombre es Mina, y si no le importa yo sí tomaría uno de sus cigarros. Gracias. La intervención de la chica dejó un silencio espeso en el vagón interrumpido en estrépito por el silbato del tren que arrancaba sin demora. Buffalo 19 de agosto de 1923 - 9:20 am A pesar de que las primeras horas de viaje transcurrían con total tranquilidad, obviando las descaradas miradas del tipo feo del asiento de enfrente, Mina sentía una presión aguda en el pecho que le impedía respirar con normalidad. Se agitaba en su asiento intranquila una y otra vez y ningún entretenimiento parecía distraer o calmar sus nervios. Imaginaba que en el momento menos esperado aparecería alguno de los socios de su novio para arrastrarla de nuevo a Chicago y regresar de manera irremisible a su antigua y odiada vida. Tanto era que, tras la llegada a Buffalo, dio un respingo en su asiento cuando se abrió la puerta del camarote para dejar paso a la última de las ocupantes del mismo. Una chica con rasgos exóticos, probablemente europea que, al parecer era una antigua conocida del tipo
  • 15. de los cigarrillos se sentó al otro lado de la anciana educada que, como no, le dio los buenos días con la sonrisa de rigor. El susto de la pequeña Mina no pasó desapercibido para ninguno de sus acompañantes que, de nuevo, callaron en un absurdo silencio mientras se miraban entre sí. Así, con un fuerte suspiro, mitad de alivio mitad de hastío, se levantó y se dirigió al pasillo. Era buen momento para… estirar las piernas. En algún lugar entre Toronto y Montreal 15:55 pm Ya en territorio Canadiense pudo relajarse un poco. Realmente Mina Adams tenía verdadera fe en que Canadá la acogiera y la ocultara de su ferviente perseguidor para siempre. Llegó a considerar la posibilidad de tomar un trago libre de prohibiciones para celebrar su nueva vida pero se reconoció a sí misma que no era un buen modo de comenzar su nueva andadura. Mientras se encontraba de nuevo sentada en su asiento del camarote 71, algo la volvió a sobresaltar. El ruido de una pistola al disparar no era un sonido desconocido para Mina. Por desgracia no era la primera vez que lo escuchaba y su sorpresa fue consecuente, hasta el punto de dejar escapar un grito ahogado de angustia. Ya está, era tarde… todo había sido una quimera, la habían descubierto. En apenas una hora estaría de nuevo subida a ese maldito Studebaker camino de la maldita ciudad de los vientos. El alivio llegó cuando salió por fin al pasillo y vio al tipo que blandía el arma ante los demás mientras exclamaba algo en francés. Ante la confusión de Mina, se volvió el más atractivo de los tres hombres con los que viajaba y le espetó en un tono falsamente conciliador: Tipo atractivo: Ustedes no se preocupen, seguramente mis compañeros controlarán todo en unos momentos. Vaya…- pensó Mina -, resulta que el más guapo es también el más cobarde. Mina no estaba muy a buenas con los hombres desde largo tiempo atrás y la situación que ahora se vivía en el vagón no hacía sino reafirmar su opinión respecto del sexo contrario. ********** MATILDA Esto se pone emocionante; estoy nerviosa e impaciente. Me marcho a Montreal del brazo de un buen amigo. Acaba de llamar Bryan. No tenía la menor duda de que lo haría, pero no sabía si había captado con precisión la dura situación en que me hallo. Parece que sí. Que a pesar de la parquedad que me caracteriza cuando ando en apuros, mi amigo ha sabido leer en mi voz la angustia, sin preguntar si quiera qué coño busco o de qué huyo. Lo más curioso
  • 16. es que ni yo misma habría sabido responder a eso. Me encontraba perdida. Eso es todo. El caso es que apenas me quedan unos cuantos dólares en el bolso, después de haber pagado el motel, el taxi y un pringoso sándwich de manteca de cacao que me sirvió de desayuno de camino a la estación. Estoy segura de que no hay otra persona en el mundo que se hubiera hecho cargo de mi situación sin hacer preguntas o pedir algo a cambio. He llegado a la estación hace apenas diez minutos. Aún me ha dado tiempo para perfilar mis labios, retocarme los cabellos, perfumar mi cuello y empolvarme la nariz en el lavabo, antes de escuchar el silbido del tren. Una cosa es estar desahuciada y otra muy distinta parecerlo. El tren llegó puntual a las 9:15. Enseguida reconocí el brillante rostro de mi amigo entre la opaca multitud. Bryan no es un hombre guapo, pero tiene luz propia. No me eché a llorar porque no es mi estilo, pero se me erizó el vello de todo el cuerpo al fundirme con él en aquella franca bienvenida. Sentí, por primera vez el abrazo fuerte y cálido, tierno y firme de un hermano. Bálsamo para el dolor mudo que tengo aún ahí clavado. Tragué saliva y traté de parecer jovial y desenfadada, como él seguro me recordaba, mientras subíamos al vagón agarrados de la mano y presto me acompañaba hasta nuestro compartimento. Viajaban con él dos tipos. Un caballero joven bastante apuesto que me fue presentado como Mr. Thorndick, y otro bien distinto; larguirucho, sórdido y desgarbado. Reconocí en su rostro esquivo y su mirada oblicua la culpa del alcohol y del fracaso. Su nombre no se me quedó grabado. Intercambiamos unas cuantas frases de cortesía, mientras Bryan dejaba mi bolsa de mano en el portaequipajes. Luego salimos ambos al pasillo a charlar un rato mientras fumábamos mi último par de pitillos. Me contó excitado como un niño el objeto de nuestro viaje, la sarta de casualidades que había unido al peculiar grupo y la emoción que le producía poder compartir esto conmigo. Me habló después con tristeza de su padre muerto y de su hermano hundido, que había quedado solo a cargo del negocio, y de un año aciago que prometía sino llega a ser por el cambio inesperado de rumbo, llevarle sin remedio y definitivamente a dique seco. Él tuvo la lúcida elegancia de no preguntarme nada. Estaba al tanto de los dramáticos acontecimientos que me trajeron a este lado del mar hace más de año y medio por nuestra escasa, pero ininterrumpida comunicación epistolar y eso por ahora era más que suficiente. Solo dijo poniéndose algo solemne y elevando mi barbilla con su dedo índice: aquí me tienes, Matilda, para lo que necesites, clavando sus pupilas en las mías para más énfasis. Luego añadió tras un breve carraspeo y un cambio súbito de tono. Vamos a divertirnos..., ¿eh?. Antes de dirigirnos a nuestros asientos, nos tomamos una copa en el coche bar con el extraño tipo desgarbado y brindando “por los nuevos tiempos” me extendió la carta del Padre Phillip para que le echara un ojo. En el tren hubo tiempo para todo. En nuestro coche viajaban otras personas. Dos mujeres más compartían espacio con nosotros. Una era una señora al parecer británica, avanzada en años y de rostro afable. Tenía apoyado en su regazo un periódico inglés del mes pasado que sujetaba lábilmente con la mano. Se le veía hacer verdaderos esfuerzos por mantener erguida su cabeza y abiertos los ojos, que una y otra vez y al ritmo del traqueteo volvían a inclinarse hacia delante la una, entrecerrándose los otros. Me recordaba a un pájaro frágil y extraño, pendido de la rama de un árbol, mientras entraba inevitablemente en un feliz letargo. Una mueca parecida a una sonrisa completaba el cuadro. La muchacha que había al lado también debió darse cuenta, porque vi como rauda improvisó una pequeña almohada con su manta y la colocó junto al hombro de la vieja dama. Tan tierno y solícito me pareció el gesto que no pude evitar a partir de ahí y tras cruzar ambas
  • 17. una rápida sonrisa de complicidad, espiar a mi compañera con el rabillo del ojo mientras hojeaba el Vogue que había sustraído del hall de la estación. Era divertido porque mientras ella miraba aparentemente el paisaje yo sabía que también ella, curiosa, observaba mi reflejo en la ventana. Era una chica muy bella. Una belleza obvia, casi perfecta. Pero su mirada cansada delataba una gran tristeza. Puestos a adivinar yo juraría que se trataba de una esposa o novia traicionada. Aunque muy bien retocada, aún se notaba en el gesto contraído de su cara el río de lágrimas que antes de subir al tren habían sido derramadas. Al igual que yo, parecía con el viaje estar huyendo de una sórdida existencia. A diferencia de mí, ella parecía viajar sola. Como si me hubiera estado leyendo el pensamiento se giró de golpe y me ofreció un cigarro. Por supuesto no me negué y la acompañé al pasillo, al mismo rincón de antes, junto a la única ventanilla que estaba medio abierta. Allí nos presentamos y charlamos desenfadadamente un rato de cosas vanas. Algo teníamos seguro en común. El jazz que ella y mi padre cantaran. Habíamos tomado contacto y ella pareció aliviada, como si la compañía femenina le supusiera un ligero alivio en aquel pequeño espacio rodeada de extraños. Cuando volvimos a la cabina mi buen amigo charlaba animadamente con el Sr. Thorndick y con el Sr. Schmidt (que así se llamaba el feo detective), - William y Dirk a partir de ahora- y yo me acurruqué apretada contra mi manta en el asiento, dispuesta a echar una cabezada, ya que en los últimos días los malos presentimientos y la angustia me habían robado el sueño y ahora me sentía por fin, confiada, feliz y relajada. Debieron pasar unas horas. Me sacó del profundo sueño el sonido inesperado de un disparo. Gritos, carreras y forcejeos. Al abrir los ojos me encontré sola con William, Mina y la anciana. Mina salió del compartimento con el pánico aún grabado en su cara mientras William intentó tranquilizarnos. Salí tras ella y allí estaba Bryan, intrépido, con un arma en la mano enfrentándose a un tipo horrible vestido de uniforme que tenía a una mujer del brazo agarrada. El tren frenó de golpe en medio de un tremendo estruendo. Todos perdimos el equilibrio cayendo hacia delante. **********
  • 18. CAPÍTULO 2 – Celine Lavoie El extraño personaje llevaba un arma en una mano, mientras que con la otra aferraba con fuerza la cintura de una joven a la que arrastraba hacia la salida. Dirk: Arrêtez-vous! ¡Deténgase! El detective fue el primero en salir, pero pronto comprobó que no llevaba su revólver encima. Seguramente lo había olvidado en algún bolsillo de su gabardina. Bryan, tras unos segundos de duda, desenfundó su arma, rezando por no tener que usarla, y apuntó al corpulento individuo. Bryan: Suelte a la dama, señor. Por favor. El falso maquinista se encontró ante una encrucijada. No esperaba que nadie le plantara cara yendo armado y miró, con una mezcla de sorpresa y recelo, al hombre que le estaba apuntando. Cuando apareció Dirk, igualmente armado, tiró con fuerza de la chica que tenía agarrada, y que parecía semi-inconsciente, usando su cuerpo como escudo humano. De inmediato, abrió fuego por segunda vez. Un disparo al techo del vagón, seguido de una advertencia. Hombre: Vuelvan a su compartimento, o la mato. La curiosidad fue más fuerte que el instinto de supervivencia e, ignorando las palabras de William, Mina primero y Matilda después, se asomaron al pasillo para comprobar qué es lo que allí sucedía. Algún miembro del personal del tren activó el freno de emergencia, provocando el desequilibrio de todos los viajeros. Sin embargo, aquel hombre pareció no inmutarse demasiado y logró mantenerse en pie, con algún que otro problema. Aprovechando ese momento, la joven que tenía retenida, le propinó un codazo en las costillas y consiguió liberarse. Con su presa fuera de alcance y dos hombres armados que se recuperaban de los efectos del frenazo, el falso maquinista abandonó el tren saltando a través de una ventana. Había algo extraño en su forma de moverse y al atravesar la ventana, pareció transformarse, por un momento, en una mancha negra. Trozos de cristal volaron por doquier y en su huida, se llevó gran parte del marco metálico de la ventana, dejando un considerable agujero en el costado del vagón, por el que entraba bufando un viento helado. Bryan se acercó corriendo hacia la joven, al tiempo que Dirk se asomaba por el tremendo boquete, viendo al hombre avanzar con torpeza hacia la espesura de los árboles. La mujer que había capturado, se encontraba en el suelo, aparentemente mareada y muy asustada, en perfecto estado, salvo por pequeños desgarrones en su vestido. Matilda, Mina y, por último, William se acercaron con curiosidad. Había algo que les era familiar en ella y de hecho, Mina creía conocerla bien. Era una joven morena de pelo corto, con un sencillo vestido de viaje de color crema. Una suave capa de lápiz carmesí resaltaba sus labios y acentuaba su bello rostro. Bryan le ayudó a levantarse.
  • 19. A todo esto, un revisor apareció a través del coche restaurante y se acercó a la escena apresuradamente. Revisor: ¿Se encuentra bien, Mademoiuselle Lavoie? No sabe cuánto lamento lo ocurrido. Le aseguro que el Ferrocarril Pacífico Canadiense hará todo lo posible para capturar a su asaltante. El tren no sufrirá retrasos. La joven se alisó el pelo e inclinó la cabeza hacia el revisor. Celine: Estoy bien, gracias a estas personas. – Se giró entonces hacia los investigadores – Mi nombre es Celine Lavoie, estoy en deuda con ustedes. Sólo espero que no estén heridos. – De nuevo se volvió hacia el revisor – Mi padre pagará los desperfectos si el incidente se mantiene en secreto. Ya sabe, odia este tipo de fama. El nombre de Celine Lavoie no era ajeno a ninguno de los presentes. Se trataba de una modelo y actriz de reconocida fama mundial que a menudo trabajaba en Broadway. Su padre, Jean-Claude, era un rico empresario canadiense. Celine: No deberían permanecer aquí mientras los empleados limpian esto. Estaría encantada si me acompañan a mi vagón privado y me dejan invitarles a una copa – la joven se colgó del brazo de Dirk y de Bryan – Ahora ustedes me protegerán. Ustedes y sus compañeros. Vagón privado de Celine Lavoie 16:20 pm El vagón de la señorita Lavoie estaba finamente decorado en el estilo Art Decó. Una asistenta de mediana edad les ofreció whisky, jerez o algún cocktail. El mueble bar contenía una selecta muestra de botellas de licor, todas con la característica etiqueta carmesí McT, de la marca McTanish, además de varias botellas de excelente vino francés. Mientras, su doncella personal preparaba los asientos pertinentes. Celine Lavoie se mostró muy relajada, amigable, atrayente y sumamente abierta. Cuando todos tuvieron servidas sus bebidas, hizo un brindis en su honor y se sentó con muchas ganas de entablar amistad. Dirk fue el primero en romper el hielo y comenzó a hacerle preguntas. Dirk: ¿Quién era ese tipo, señorita Lavoie? ¿Le había visto antes? Celine: No sé quién era, pero confieso que ha sido el tercer intento de secuestro que sufro, todos ellos recientemente. Verán, yo creo que es por mi padre, ya saben, para pedirle dinero o algo peor. Su negocio prospera y hay poderosos sindicatos de comerciantes americanos que le tienen echado el ojo. Dirk: Ya veo. Si me permite otra pregunta, ¿cuál es el motivo de su viaje a Montreal? ¿No tiene representaciones en Nueva York en estas fechas? Bryan miró de reojo a Dirk, y no fue el único en hacerlo. Daba la sensación de que estaba interrogando a la joven, cuando, realmente, eran sus invitados. El comportamiento del detective no era, desde luego, el esperado en tales circunstancias. Sin embargo, Celine no tuvo reparos en contestar.
  • 20. Celine: Por fortuna, tengo mucho trabajo en Broadway – dijo con una leve sonrisa – pero mi abuelo murió hace poco y regreso para acudir al funeral. Pero basta de hablar tanto de mí. Supongo que todos ustedes ya me conocen y ahora quisiera saber quiénes son, a qué se dedican... esas cosas. Aún queda más de una hora de viaje y estaba algo aburrida. La bella actriz se acomodó en su sofá a la espera de las respuestas mientras mojaba sus labios en su cocktail. (...) Muy cerca de Montreal 17:44 pm Un revisor anunció la llegada a la estación Viger de Montreal en quince minutos. Pese al incidente, el tren no había sufrido retrasos y llegarían puntuales a su destino. Celine: Caballeros, señoritas. Sería un placer para mí enseñarles la ciudad esta noche, cuando se hayan instalado. Si les parece, enviaré a alguien a recogerles. ¿Qué les parece a eso de las nueve? No pueden negarse, es lo menos que puedo hacer después de su ayuda. ********** WILLIAM La mirada de desprecio de Mina había calado hondo en el alma del joven William. Racionalmente él sabía que no había nada que pudiera hacer, sabía que no era un cobarde... a menos que la prudencia fuera cobardía. Jamás en su vida había estado en una situación como aquella, la única pelea en la que había estado había sido cuando niño, y aquí encima había armas implicadas y la seria posibilidad de que alguien muriera. Como fuera él sabía que Mina lo consideraba un cobarde, y eso en el mejor de los casos. Definitivamente estaba fuera de su ambiente, había sido un iluso, como podía pensar que una mujer como Mina podía siquiera prestarle atención. Para colmo de males, los únicos que no habían salido al pasillo habían sido la mujer mayor y él. Después del frenazo del tren, William se decidió a salir. Claro que para ese momento ya todo había pasado y la joven había logrado liberarse por sus propios medios y sus compañeros había ahuyentado al maleante. Como si faltase algo más para terminar de derribar el poco amor propio que sentía el joven profesor en ese momento, la joven Celine estaba mostrando mas aplomo y sangre fría que él. En el vagón de la señorita Lavoie, William aceptó el primer trago con alcohol de su vida, ni si quiera en el campamento en Babil había tomado. Pero ahora se sentía fuera de lugar, la
  • 21. joven Celine estaba siendo muy amable, y los trataba como héroes, pero él no merecía tal honor. Para cuando la joven preguntó por ellos, William ya había terminado su segundo Whisky, no le gustaba el sabor y no entendía que era lo que le veían los demás. Si bien no estaba borracho, se sentía mas ligero, y un poco tonto. Lo que no sabía era que el alcohol lo había afectado más de lo que creía. - Puess bien, yo sólo soy un simple professor de universidad. Mis especialidades son la arqueología y la antropología, de hecho he presentado mi tessis sobre el hallazgo de Babilonia por Taylor, lo cual me ssirvió para estar un año en la excavación del sitio. - William deja su copa sobre la mesa, durante su discurso estuvo balanceándose peligrosamente en su mano derecha - Pero veo que los aburro, ssepan disculpar. Sólo soy eso, sí, un simple proffesor- Sus ultimas palabras son apenas un murmullo, apenas inteligibles, como si el alcohol estuviera sacando de su boca los pensamientos que pasan por su mente. Finalmente se sienta en un sillón y unos veinte minutos más tarde está durmiendo. Cuando el revisor anunció el pronto arribo del tren a Montreal, a William aún le dolía la cabeza. No recordaba mucho de la última hora, sólo sabía que en algún momento se había quedado dormido y sospechaba que se las había arreglado para quedar aún más en ridículo ante todos. Evidentemente jamás podría aspirar a estar con una mujer como las tres que estaban allí, seguramente Marie lo había elegido a él por ser el más joven de la expedición. La invitación de Celine lo tomó desprevenido, pero luego cayó en la cuenta que los invitaba a todos y el formaba parte del paquete. Aún así sacó fuerzas para ser cortés. - Por mi parte estaré encantado de acompañarla, siempre y cuando alguien cuide que no me acerque a otro trago con alcohol. - Le dedicó una de sus sonrisas más encantadoras y se fue con su dolor de cabeza a cuestas a buscar su maleta. ********** MATILDA Yo soy Matilda Schilling... de Stuttgart, Alemania. No tenía el honor pues, hasta ahora, de conocerla... Ni a Ud, ni por supuesto, a su respetabilísimo padre. No obstante, me quito el sombrero... Si una bella dama, actriz famosa y rica heredera, como recién he sabido, ha sido además objeto de tres secuestros frustrados en los últimos tiempos... y tal y como han visto mis ojos se acaba de desembarazar, Sta. Lavoie, del tercero de los secuestradores, que era además, una especie de monstruo de feria, uniformado y barbudo, que ha salido disparado por la ventana del tren, directo al vacío, horadando el marco metálico... me dice, después de todo ello, que se aburre... repito,... chapeau. Pero no seré yo, Sta. Celine, la que la entretenga.
  • 22. ********** ... continuación... El gesto de Celine Lavoie se tornó serio cuando escuchó las palabras de Matilda. Clavó sus profundos ojos verdes en los de la mujer alemana y, durante unos eternos segundos, se hizo el silencio en el vagón. Sin embargo, no tardó en volver a sonreír. Celine: Ya lo ha hecho, señorita Schilling. - dijo dedicándole una nueva sonrisa - Reconozco que no estoy acostumbrada a que nadie me hable así, pero me encanta la gente que dice lo que piensa sin tener en cuenta las posibles consecuencias. Es cierto, como bien ha recalcado, que he pasado por momentos difíciles, pero mi carácter me impide desanimarme. El viaje desde Nueva York dura once horas, y eso es mucho tiempo para alguien que, como yo, viaja sola. Querida, sólo puedo decir que la envidio. Usted viaja en buena compañía y mi única intención era olvidar el incidente y pasar lo que queda de viaje lo más agradable posible. ********** DIRK Dirk sólo esperaba no haber quedado como un completo imbécil con el asunto del arma. El señor West había sido más práctico. Aunque... que uno de sus clientes fuese armado implicaba que, posiblemente, el asunto a tratar seria complicado, y muy probablemente peligroso. Bueno, así podría lucirse, y dejar en sus clientes una mejor impresión que la de este día. De hecho, aun no podía decirse que su papel hubiese comenzado, pues el viaje en principio había de ser tranquilo, y sin embargo ya tenia ante él algo que lo inquietaba. No dijo nada a los demás, pues no tenía sentido preocuparlos, especialmente a la señorita Lavoie. Pero él si estaba preocupado. Cuando el agresor saltó, había arrastrado con él parte del marco metálico. Aquello era espantoso: ningún hombre en su sano juicio huiría tranquilamente después de algo así. Principalmente porque casi ningún hombre arrastraría consigo ese marco, si no que se llevaría la peor parte del choque, pero aun alguien corpulento y fornido, en el supuesto de ser capaz de romper el marco de ese modo, debería perder el resuello con el dolor, y detenerse al menos un instante. Y, sin embargo, el agresor no había modificado la marcha de su huida en absoluto. Como si aquello, en lugar de un marco metálico, hubiese sido una hoja de papel. quot;Maldita sea. Necesito un buen trago. Y ahora puedo pedirlo tranquilamente, sin tener que conformarme con la bazofia habitual. Y sin embargo no debo tomarlo, y no voy a hacerlo. Oh, señor, ¿Por que me atormentas de este modo?quot;
  • 23. De todos modos, dejó a un lado todos sus pensamientos cuando la joven se colgó de él y de Bryan. Una chica como aquella, preciosa, famosa, y no parecía molestarle en absoluto su aspecto. quot;Incluso a mí me molesta. Cada mañana, cuando me miro al espejo, desearía poder tener cualquier otro rostro. Pero ella parece no haber visto mi rostro. Debe ser una grandísima actriz. Tendré que ir alguna vez a verla.quot; Ya en el vagón de la señorita Lavoie, Dirk se sirvió una coca-cola. Esa bebida nunca le había gustado, pero... tanto alcohol allí le estaba trastornando. Debería fijarse en sus ojos verdes, pero las botellas, misteriosamente, le atraían más. Escuchaba ya sus cantos de sirena, cuando la señorita Lavoie hizo el brindis. Ansioso por evitar quedar en ridículo ante sus empleadores, empezó a interrogar a la señorita. No sólo pretendía distraer de si la atención, también comprobar si aquello que parecía ser un inmenso coraje en la joven era tal, o sólo apariencia. Después de todo, actuaba en Broadway. Su interrogatorio iba intercalándose con comentarios de los demás. Vio al joven William perder la compostura levemente, sin duda por el alcohol, y también escuchó a la señorita Schilling hablar de si misma. Todo útil, sin duda, pues tendría que compartir unos días con aquella gente, pero ahora su interés estaba en Lavoie. Ignorando las miradas del resto, siguió al ataque. Dirk: Verá, señorita Lavoie. Yo soy investigador privado. Creo que no se lo dije, y podría tomar a mal tantas preguntas, pero es que soy tal cosa por mi curiosidad. No sabría ser otra cosa. Si quiere que pare, dígalo y no la molestaré más, pero quizá podría ayudarla, quien sabe... Podría, por ejemplo, contarnos como fueron los otros intentos de secuestrarla, si no es un problema para usted recordarlo. Sin duda agradeceremos un relato emocionante para pasar parte del viaje, y yo podría tener alguna idea. (...) Ya casi en Montreal, Dirk se golpeó la frente de pronto cuando Lavoie hizo su ofrecimiento. Dirk: Estúpido de mí. Lo siento, señorita Lavoie, pero a veces omito las formalidades. En este caso, ni siquiera me he presentado formalmente. Soy Dirk Schmidt. Ya le dije que soy investigador privado, creo. No veo que más podría añadir, que pueda resultar interesante, salvo que mi familia, pese a haber estado en este continente en las últimas generaciones, proviene de la tierra de la señorita Schilling. No de Stuttgart, sino de Köln. Bueno, sé que no digo mucho - En su boca se formó una sonrisa. Si su rostro resultaba desagradable, aquella mueca no le iba a la zaga - pero soy hombre parco en palabras. Una vez presentado, he de decirle que si de mí depende, estaré encantado de ver la ciudad bajo su guía. Aunque no depende de mí, claro. ********** MINA Desde que la joven abandonara Kansas, cargada de sueños e ilusiones, de proyectos y fantasías, jamás había tenido, en su largo deambular por la piel de la querida América, una
  • 24. quot;huidaquot; tan bizarra. Aquellos personajes que compartían con ella el camarote eran de lo más pintoresco... el detective feo, el joven y asustadizo profesor... Bryan, el de los cigarrillos y aquel espectacular arrojo que mostró frente al secuestrador y la hermosa teutona... igual de destrozada que ella misma, con un proporción semejante de esperanza, dolor y ansia de paz que la recordaban a ella misma. Bizarro, agradable, sorprendente, abrumador... aquel viaje estaba siendo toda una experiencia difícil de igualar. Y cuando parecía que nada podría superar el listón, resulta que la joven rescatada no es ni más ni menos que la Señorita Lavoie, una de las artistas más admiradas de la pequeña Mina. Sentía verdadera admiración por ella. En realidad, si no fuera por el bagaje de los últimos años de su vida, la huida de su novio y de su quot;vida adoradaquot; en Chicago, el salto de ciudad en ciudad constante y, al fin y al cabo todo lo que la había madurado y endurecido, se comportaría ahora como una fan enloquecida al conocer a uno de sus ídolos. Ya en el vagón privado de la estrella era como vivir dentro de un sueño. Si bien el tren entero era bastante lujoso (demasiado incluso, para la economía de la joven) el interior del vagón de la Señorita Lavoie era verdaderamente precioso. Mina estaba emocionada y, ahora sí, decidió tomar un Tom Collins con un poco de hielo mientras compartía aquel momento con sus recién conocidos acompañantes; el graciosísimo William, descubriendo los efluvios del alcohol; el insidioso detective Dirk; Matilda, con quien sentía compartir una extraña simbiosis; Bryan, quien iba atesorando a medida que avanzaba el trayecto un extraño atractivo y por fin la preciosa Señorita Lavoie... sin palabras. Uno tras otro fueron presentándose y por fin le tocó el turno a Mina que, acabando de dar un corto sorbo a su cocktail, respiró profundo y dijo con una voz de terciopelo: quot;Bueno, mi nombre es Mina... Mina Adams y soy de Kansas. Salí de allí hace casi cinco años desde los cuales he vivido en Chicago la mayor parte del tiempo. Eso sí, los últimos meses he deambulado un poco por Boston y Nueva York y ahora voy a probar suerte en Montreal. Digo probar suerte porque soy cantante aunque, decir esto delante de la Señorita Lavoie me da bastante vergüenza, la verdad. Lo cierto es que en cada ciudad donde he vivido he conseguido trabajar en varios lugares de más o menos postín pero, al margen del trabajo, lo que busco es tranquilidad. Perdonar por mis continuos sobresaltos y cambios de humor durante el trayecto, pero... digamos que he pasado por una mala época y mi viaje está motivado por un intento de cambio de vida.quot; Dicho esto respiró todo lo hondo que pudo y sentenció, dando por terminada su intervención: quot;Bryan... ¿me daría otro de sus cigarrillos? Creo que los míos se quedaron en Américaquot; **********
  • 25. BRYAN WEST Comenzaba a bajar la pistola y a retirarme hacia el compartimento, cuando el frenazo me obligó a sujetarme con fuerza, casi acabando estampado contra la pared de enfrente. Me había asustado la amenaza del hombre y su disparo de aviso, parecía evidentemente dispuesto a todo y temía por la vida de la mujer. Aún trataba de recobrarme cuando el supuesto inerte rehén se revolvió y se deshizo momentáneamente del sorprendido maquinista. Aunque si aquel era un simple maquinista enloquecido, tal vez yo fuese Robin de los bosques. La feroz huida del hombre me dejó con la boca abierta, en una perfecta parodia de tipo descolocado que juega a los cowboys o a ser intrépido cual bandolero justiciero. La ventana no había sido obstáculo, y yo sentí apremiante necesidad por centrar mi atención en la dama liberada. No quería volver a encontrarme con aquel tipo en mi vida. - Señorita, ¿se encuentra usted bien? - La conocía, seguro que la conocía. Una artista de fama, o qué... Volví la mirada hacia mis acompañantes, especialmente hacia Matilda, aparentemente serena a pesar del bullicio. William parecía turbado junto a la joven belleza que conocimos en el vagón, mientras Dirk espiaba la fuga a través de la ventana destrozada. Tras ocultar casi vergonzosamente la pistola en la funda disimulada de la chaqueta, ayudo a la dama a incorporarse y trato de recuperar la compostura. Me aliso la chaqueta y combato contra ese ligero temblor de piernas. Le guiño un ojo a Matilda y escucho que alguien menciona el nombre...Celine Lavoie. La mujer se rehace con una rapidez pasmosa y me coge del brazo. Me rasco la cabeza confundido, pero pronto me recupero y me dejo llevar por los acontecimientos. - Creo que su nombre es conocido por todos nosotros - sugiero más tarde con una poco frecuente aunque leve timidez. Me tenía a mí mismo por alguien curtido en estas lides, pero... - Bryan West, modesto pretendiente a un puesto en el mundo de la literatura de evasión. A su servicio señora - culmino, tomándole la mano que me ofrece delicadamente. La inesperada velada en el vagón Villa-Lavoie resultó ser cálida y llena de misterio a un tiempo. Varias hermosas damas reunidas con tres tipos la mar de dispares a su alrededor, como polillas que rondan deliciosas bombillas. Dirk Schmidt, por quién empezaba a sentir algún tipo de aprecio inexplicable, se afanaba en mostrarse diligente y profesional, aunque en ocasiones podría jurar que cierto tormento interior le corroía las entrañas. El joven William se dejó llevar y perdió los papeles, algo le preocupaba, no alcanzaba a ver si el motivo tenía que ver con nuestra supuesta misión o con lo acontecido en el vagón. Matilda, como buena representante del talante germano, no dudó en enfrentar su clara mirada y sus argumentos a la celebérrima Celine. Saltó una tenue chispa en el breve enfrentamiento, pero el vagón permaneció a salvo...por el momento. - ¿Eh, cómo...? - la muchacha, Mina, me cogió con la guardia baja, ensimismado. Raudo le alcancé un cigarrillo y se lo encendí gustoso. ¡Qué curiosidad, la presencia de aquella muchacha en el vagón!. Pero era evidente que había aprovechado una oportunidad nada desdeñable. En un aparte con nuestro detective, susurro sin pretender ningún tipo de secretismo.
  • 26. - Señor Schmidt, menuda situación ¿no cree?. Aquí estamos, en la guarida de una celebridad rodeados de hermosuras. Nuestro compañero William ya se ha dado cuenta *sonrío* y por ello se da a la bebida. Espero que a usted no le turbe la presencia de mi amiga Matilda, es todo un carácter y apuesto que harán buenas migas. Siguiendo con las apuestas, irían cien dólares a que esa bala de cañón que salió por la ventana en el incidente no se trataba de un maquinista de los que abundan en las líneas férreas norteamericanas... tal vez en Canadá sea distinto. La invitación de Celine no me tomó por sorpresa. Tal vez Dios realmente existiese, y nos regaba con sus dádivas, como si fuésemos retoños en un macetero. - Me siento honrado señorita Lavoie. Si los demás consienten, la tomaremos como anfitriona temporal si no cambia de opinión. Nos alojaremos en la parroquia de San Cutis, cortesía de un amigo común. Si puede enviar a alguien allí a recogernos, estaremos doblemente agradecidos. Me siento casi feliz por primera vez en meses. Un poco de acción para sacudirse las telarañas, nuevos argumentos en ciernes para una futura novela, la seguridad de que no voy a decepcionar a mi vieja amiga europea, la perspectiva de asuntos intrigantes que harán regresar al deprimido Thorndick de su limbo temporal, un nuevo y bonito rostro a nuestra vera, celebridades manifiestas... y el recuerdo empañado de una negra mancha atravesando la ventana del vagón de pasajeros. ********** DIRK (Respondiendo a Bryan) Dirk: No, no me turba en absoluto. Como todo hombre, disfruto de la belleza de las mujeres, aunque suelo ser yo quien las turbo a ellas. Aunque, claro está, no por mi apostura precisamente. Pero me siento a gusto, viendo que no parece ser el caso. En cuanto a ese hombre, o más bien a esa mula, diría más bien que no es un hombre de los que abundan en ninguna parte. Una mala bestia, eso es lo que era. Por fortuna. - Añadió lo último sonriendo. De nuevo aquella mueca. En cuanto se dio cuenta de ello, la eliminó de su rostro y completó su razonamiento. - Digo por fortuna, y no estoy loco. Un hombre menor, físicamente, pero con algo más de entendimiento probablemente habría tenido más éxito. Es una de las razones por las que le pregunté, señorita Lavoie, sobre los otros intentos. Si fueron de este estilo, puede estar tranquila, rara vez tendrán éxito. Aunque sean del tipo que sean, puede confiar en que ninguno llegará a buen puerto mientras estemos con usted, pues creo no equivocarme si menciono que los aquí presentes somos del tipo que le describía: no tan fuertes, probablemente, pero más ágiles de pensamiento. Siempre que el alcohol no nos nuble el entendimiento. - Guiñó un ojo, al aludir al joven William. Ese tipo de chanzas siempre solían aliviar la tensión. Y, por otra parte, acabar sus razonamientos aludiendo a algo o a alguien ayudaba a fijar la atención de sus interlocutores en ello, dejando que los argumentos expuestos por Dirk penetrasen en su subconsciente.
  • 27. ********** MATILDA Era obvio que no quería convertir aquel curioso encuentro en una escenita de celos ni nada que se le pareciera, por lo que me abstuve de replicar a Dña. Famosa, cuando con dulce sonrisa me clavó su gélido aguijón, en presencia de mis acompañantes. No obstante, se me revolvía el estómago al pensar que aquella niña mimada de la mafia canadiense y de los teatros neoyorquinos, - como mi amigo Bryan me hizo saber entre susurros en el trayecto hacia el camarote privado que ahora ocupábamos -, pretendiera utilizarnos como pasajero entretenimiento, en el largo camino de regreso a casa de los papás. Me ardían las mejillas al observar en el rostro de todos cierto grado de traslúcida idiotez. Se sentían a ojos vista privilegiados y únicos, tocados por mano divina, al ocupar los confortables asientos aterciopelados de aquella suite ambulante, rodeados de aromas afrutados y saboreando el fino caldo emanado de las destilerías del honorabilísimo padre... Embelesados cada uno a su manera por lo que seguro les pareciera “el feliz acontecimiento”. Ya puestos a no participar activamente en la fiesta, para no aguársela a nadie, me dediqué a uno de mis pasatiempos favoritos, por supuesto en silencio; a hacer una disertación especulativa acerca de la motivación humana, en este caso de los aquí presentes. Intenté pasar el rato a la zaga de un gesto, una mirada furtiva, una palabra dicha u omitida oportunamente... ojo avizor de cualquier detalle que delatara miedo, expectativa o deseo, inquietud, angustia o complejo... Y allí había repertorio conductual suficiente para pasar un buen rato observando. Así entretuve mi mirada por el pequeño y lujoso escenario, mientras cada cual a su manera intervenía en la obra, interpretando el papel que él mismo se había asignado, para diversión de la Sta. Lavoie. Solo una vez intervine para no parecer totalmente ausente (no quería darle ese gusto a la anfitriona). Cuando Mina pidió a Bryan un pitillo, rebusqué en mi bolso para extenderle su paquete de cigarrillos que por descuido me había agenciado unas horas antes, cuando fumamos ambas en el pasillo. Por supuesto Celine de nuevo eclipsó mi gesto. Con solícita amabilidad acercó una caja negra tallada en ébano y la abrió. Dejó la caja repleta de cigarrillos sobre la mesa, a disposición de sus invitados. El papel de Bryan estaba claro. Era el chico de la película. El salvador protagonista de la gran dama. Pero por conocerlo como lo conocía era el que menos me preocupaba. A pesar de su excelente representación, su entusiasmo no era fruto de inocente y simple embeleso. No se dejaba deslumbrar tan fácil ante cualquier fogonazo. Había otros motivos. Al fin y al cabo, como buen vividor y aventurero, jamás hubiera desperdiciado una primicia como aquella, nutriente de sus futuros recuerdos; material necesario para alguna de sus novelas, tal vez la definitiva, la que por fin le perpetuara como célebre novelista. Su carácter, de por sí, tampoco era proclive a desaprovechar, de buenas a primeras, un buen momento que sirviera para romper el guión preestablecido, para robar unos minutos o unas cuantas horas a la rutina o la desidia. Y aquel era un momento estelar, de esos que verdaderamente jamás aparecen cuando los buscas. Bryan amaba por encima de todo las sorpresas. Para colmo adivinaba un tercer motivo, que lo mantenía excitado, expectante y risueño como un chiquillo. Yo estaba segura de que con el reciente altercado, no había olvidado ni por un segundo, la misión que nos había unido y nos traía a este lado de la frontera. Su amigo
  • 28. Phillip parecía estar en verdaderos apuros. Tal vez Bryan pensaba que la compañía o la amistad de una celebridad como Celine pudiera sernos de utilidad en los días venideros. Aproveché que Celine salió unos minutos a hablar con alguien de la Compañía Ferroviaria, para comentarle a mi amigo mientras se servía más hielo, con una sonrisa y un gran guiño: en cuanto lleguemos a Montreal nos vamos de compras. Tu atuendo no es el más apropiado para pasear en compañía tan distinguida. Me devolvió la sonrisa abierta sin ningún recelo. En cuanto a Mademoiselle Lavoie, también hice unas cuantas conjeturas, pero no quise precipitarme e insinuar mis malos pensamientos a mi amigo, aunque por un instante una sombra de miedo me había sobrecogido. Para espantar el azoramiento, decidí participar de nuevo en la conversación del grupo. ¿Alguien sabe que ha sido de la anciana que viajaba en nuestro compartimento?, pregunté. ********** ... continuación... La señorita Lavoie parecía sentirse muy a gusto con la compañía y escuchó con suma atención todas las intervenciones. Sin embargo, cuando Dirk insistió en preguntar acerca de los secuestros, Celine le miró con cierto disgusto, pero sin perder la sonrisa. Celine: Como ya le he dicho, preferiría hablar de otros temas más mundanos. No obstante, como veo que tiene mucho interés en el asunto, le complaceré. Después de todo, ustedes me han ayudado... Los otros intentos de secuestro fueron en Nueva York, hará cosa de un mes, más o menos. Fueron casi consecutivos. En el primero, alguien se coló en mi camerino. Cuando terminó la función, me dirigí allí, pero afortunadamente, llevaba guardaespaldas y el tipo huyó al verle. No pude verle bien, pero era bastante corpulento, como... Bueno, ya sabe. El segundo intento fue dos días después. Me asaltaron por la calle, dos individuos con mal aspecto y sucios. Mi guardaespaldas no andaba lejos, pero le dispararon. Casi no lo cuenta el pobre. Volvió a salvarme, aunque casi pierde la vida. La policía está al corriente y todo terminó ahí... hasta esta tarde. Ahora, si no tiene inconveniente, preferiría olvidar esto y disfrutar de la compañía. Dirk se limitó a asentir y se hizo un breve silencio. Mina fue la encargada de romperlo y se presentó formalmente al resto del grupo. La joven cantante de Kansas era todo un misterio para sus propios compañeros de viaje, pero resultó ser un personaje de lo más interesante. Celine: ¿Cantante de jazz? No prometo nada, pero tal vez pueda conseguir una prueba para usted, señorita Adams. Si le parece, esta noche hablaremos más de este asunto, aunque... me da la sensación de que ustedes no se conocían. ¿Tiene dónde alojarse, Mina? Espero que no le importe que le llame Mina.
  • 29. ********** WILLIAM William sonrió estúpidamente, sus ojos brillantes demostraban que evidentemente el alcohol ya se le había terminado de subir a la cabeza. - Ssólo conocemos a la señorita Mina de vissta, y es rrealmente un placer. De todoss modos supongo que el Padre Philip tendrá lugar en Ssan Curtiss para un peregrino máss. William tomo aliento para seguir hablando, esa bocanada de aire completó la obra del alcohol y se le pusieron los ojos en blanco. Fue una suerte que estuviera en el sillón y que no tuviera su bebida en las manos ya que cayó sobre el mismo largo como era y su cabeza golpeó ligeramente la madera del antebrazo antes de caer sobre un almohadón. ********** MINA ADAMS La pequeña Mina respiró hondamente. La mismísima Celine Lavoie la invitaba a pasear por la ciudad de Montreal, le hablaba sobre su futuro inmediato en la nueva ciudad y le hablaba de una posibilidad de prueba para cantar en... ¿quién sabe? Quizá algún club elegante o con algo de suerte un pequeño teatro de la ciudad. Los sueños de Mina volaban a pesar del pesado lastre que arrastraba atado a los pies. Ojalá su voz fuera la de antaño y pudiera arrancar con Summertime o Everything goes... tendría el trabajo asegurado. Pero cantar delante de Celine Lavoie era demasiado incluso para ser simplemente imaginado. Con miedo en la voz consiguió articular palabra... humilde y con la boca pequeña. quot;De momento, señorita Lavoie... me conformaría con un trabajo de camarera para pagar la habitación. Al respecto me han dicho que cerca de la estación hay pensiones más o menos decentes que no llegan a ser prohibitivas para una chica como yo. Le agradezco muchísimo la atención y la invitación aunque, por diversas circunstancias, si bien estaré encantada de aceptar la posibilidad de un trabajo, creo que lo más apropiado es que dedique el resto de lo que queda de día en buscar alojamiento, con lo que, no se donde pararé a la hora de la cena.quot; Lejos de tratar de dar pena, Mina hablaba con un aplomo y una seguridad de hierro. La humildad de la muchacha de Kansas que viaja a quot;la gran ciudadquot; afloraba en cada una de sus palabras y, cenar con Celine Lavoie parecía demasiado para alguien de su ralea. Por supuesto en su interior deseaba con toda su alma que la invitación se formalizara y poder compartir mesa y velada con la estrella... incluso su mente volaba rauda por el interior de su maleta en busca del traje elegante negro y el collar de estrass con adornos de plumas.
  • 30. Estaría radiante... casi a la altura de su querida anfitriona. Si sus acompañantes se apiadaban de ella la noche prometía ser el inicio perfecto de la nueva y mejor vida de Mina Adams. ********** MATILDA - Mina... ¿Tendrías la amabilidad de acompañarme al lavabo? Necesito corrector de ojeras y me temo que lo olvidé en Buffalo. - Por supuesto, Matilda, será un placer. De paso me retocaré yo también. ¿Sta. Lavoie? - Sí, por supuesto, la puerta que queda al fondo. Las dos damas fueron guiadas por la doncella que dio las luces a su paso. Mina excitada por la posibilidad que tanto anhelaba. Matilda con ganas de fumarse un cigarro en un ambiente más tranquilo. Mientras la una sacaba los pitillos y el corrector, la otra se acicalaba el pelo frente al espejo. - Mina. Voy a serte sincera. Espero no molestarte con el tuteo. Este no es mi ambiente. Acabo de recobrar a un amigo largamente perdido. Estaría más sola que la una sino fuera por Bryan que se brindó a rescatarme del antro donde me hallara. Temo que tu situación no es mucho mejor que la mía... ¿Me equivoco? - No, Matilda, no te equivocas y tutéame, por supuesto. No puedo volver a Kansas ni a ninguna otra parte de Estados Unidos y no tengo donde caerme muerta ni un solo dólar en el bolsillo. - Ven con nosotros. Bryan necesita gente. Su amigo nos reclutó para algún asunto que aún desconozco. Algo que ver con curas, parroquias y cosas de esas...Pagarán lo gastos y tal vez nos saquemos todos un sobresueldo...Además creo que a Bryan no le disgustas...Eso salta a la vista. - ¿De veras crees que pinto algo en vuestros planes? ¿De veras crees que puedo sumarme al grupo? - Hablaré con Bryan en la estación, mientras nos entregan el equipaje, pero confía en mí. Yo lo arreglo todo. **********
  • 31. MINA ADAMS quot;Oh... Matilda, ¿de veras crees que pinto algo en vuestros planes? ¿De veras crees que puedo sumarme al grupo? No te voy a engañar... esto de la religión me queda bastante lejos. De hecho lo último que recuerdo relacionado con una iglesia es cuando me escogieron como solista de la parroquia de mi pueblo. En cualquier caso, me va a venir bastante bien un trabajo rápido de aclimatamiento. Esto de Montreal aún me parece una verdadera locura... te reirás de mí pero ni siquiera sé francés. Si tu crees que lo puedes arreglar te esteré muy agradecida. Estoy encantada de haberte conocido Matilda... aunque haya sido por casualidad. Y tu amigo Bryan... bueno, él también parece un encanto. ¿Regresamos?quot; Matilda era una mujer firme y con un carácter bien definido. Representaba a la perfección el tipo de mujer europea por excelencia. Mina la miraba en la intimidad del cuarto de baño y sentía cierto estupor a medio camino entre la admiración infantil y la sencilla complicidad que se producía entre las dos mujeres que se hallaban, sin saber como, en aquel fastuoso vagón de tren, dirección a una ciudad completamente desconocida y en unas circunstancias personales muy parejas. Se sonrieron tímidamente y salieron despacio del cuarto de baño hacia el salón. **********
  • 32. CAPÍTULO 3 – La reliquia Estación Viger, Montreal 17:58 pm Estaba anocheciendo cuando el Gran Continental cruzaba las bulliciosas calles de Montreal y se detenía en la estación Viger, al sudeste de la ciudad. Los pasajeros fueron conducidos desde el tren hasta la aduana, que no era más que una mera formalidad. El grupo de investigadores fue abordado por un hombre alto y delgado de mediana edad, que les preguntó si eran los invitados del padre Philip. Era el conductor de un coche de caballos que les iba a llevar hasta la cercana Iglesia de San Cutis. Desde la misma estación, era claramente visible el cambio. La arquitectura de Montreal, su gente e incluso su ambiente, gozaban de un matiz europeo. Era como si el tren hubiera cruzado el Atlántico y estuvieran ahora en algún lugar del viejo continente. Celine: Excitante, ¿verdad? - preguntó a sus espaldas - Les presento a mi tío, Jacques, y no se olviden que esta noche iré a recogerles a la iglesia de San Cutis. Le acompañaba un hombre muy corpulento y orondo, con un grueso abrigo impropio para la época. Sudaba mucho y continuamente se pasaba un pañuelo por su brillante y despejada frente. Jacques: Encantado de conocerles. Mi sobrina me ha contado lo sucedido, muchas gracias por su ayuda. Tras los saludos y la despedida de Celine, el cochero escoltó a los investigadores a su carruaje, mientras que Celine y su tío, se dirigían a una limusina. El carro abandonó la calle adoquinada de la estación, pasando junto al Hotel Viger y dirigió el coche hacia el río San Lorenzo. Iglesia del Sagrado Corazón de San Cutis 18:12 pm El aire era cálido y veraniego, pese a que ya había anochecido. El breve trayecto por el casco antiguo de Montreal, les condujo hasta la iglesia de San Cutis, desde cuyas escaleras, el Padre McBride les dio la bienvenida agitando su brazo y con una sonrisa de oreja a oreja. Bryan fue el primero en acudir a su encuentro y se aseguró de que William le siguiera de cerca. McBride había disfrutado de una vida de educación y aventura, para acabar siendo sacerdote parroquiano. Su pelo blanco no era familiar para sus amigos, pero conservaba sus fuertes manos y su perspicaz rostro. Padre Philip: ¡Bryan, viejo amigo! Sabía que podía confiar en ti – dijo mientras le estrechaba con firmeza la mano y le daba unas palmadas en el hombro - ¡Qué diablos!, dame un abrazo. Me alegro de verte, Bryan... Y aquí está el joven William, pero, ¿qué te ha pasado, chico? No me digas que te has mareado en el tren... jajaja. Es estupendo que hayáis venido los dos, y por lo que veo traéis compañía. ¡Estupendo! Permitan que me presente, soy el Padre Philip McBride, supongo que ya les habrán hablado de mí. Les agradezco que hayan venido y les aseguro que su estancia aquí merecerá la pena.
  • 33. El grupo se presentó cortésmente al tiempo que el cochero terminaba de bajar el equipaje. Padre Philip: Vengan, les llevaré a sus habitaciones. Sugiero que cenemos, la señora D´Anjou ha preparado una cena estupenda y se enfadará si se enfría. Ya habrá tiempo de hablar mientras comemos. Pediré a Madame D´Anjou que prepare un café cargado para William... De camino a las habitaciones, en el primer piso, McBride les explicó que la iglesia era un seminario remodelado. Se habían mantenido los cimientos originales y una de las torres del seminario, reconstruyéndose el techo y las estancias interiores. Los dormitorios eran sencillos, pero tenían todas las comodidades necesarias, aunque habían de compartir un baño. La cena se sirvió en una estancia íntima. La comida, abundante y muy sabrosa, había sido preparada y servida por Madame Denise D´Anjou, ama de llaves de San Cutis. Era una robusta mujer de corta estatura y nariz prominente, que se movía muy despacio, pero nunca dejaba de hacerlo. Llevaba un vestido negro y un delantal de algodón bordado con rosas rojas. Padre Philip: He pasado los últimos años al servicio de la Iglesia y considero que es lo más importante que he hecho nunca. Sólo espero que disculpéis mi larga desaparición, pero creo que lo que tengo que ofrecer esta noche, compensará mi larga ausencia. Eso también va por ustedes, si Bryan y William les han escogido, seguro que son las personas adecuadas. Si me permiten, a partir de ahora les consideraré amigos míos. Ya saben, los amigos de mis amigos... – dejó la frase a medias sonriendo pícaramente. La cena transcurrió con un ambiente distendido. El carácter del padre Philip, muy afable hizo que nadie se sintiera extraño en la mesa. Pero había llegado el momento de sacar el tema. Dirk estaba impaciente, pero esta vez dejó que fueran otros los que hablaran y fue Bryan quien tomó la palabra. Bryan: La carta estaba escrita en un tono muy misterioso. Lo hemos estado comentando, y la única conclusión a la que hemos llegado es que estamos ansiosos por saber de qué se trata. Madame D´Anjou sirvió el postre, una deliciosa tarta de manzana. El padre Philip sonrió y asintió. Había llegado el momento de explicarse. Padre Philip: ¿Por dónde empezar? A ver... Trabajar en la nueva iglesia implicó excavar parte del viejo sótano del seminario. Allí, los trabajadores descubrieron una pequeña tumba que contenía un cadáver preservado, o tal vez debería decir momificado. Sorprendentemente, - dijo entre susurros – su corazón estaba intacto. Creo que el corazón y el cuerpo pertenecen al mismísimo San Cutis. En la tumba donde se encontraba, estaba grabado en la piedra, Jaime de Andrés. Ese era el nombre que San Cutis llevaba en el orfanato donde se crió. El padre Philip estaba entusiasmado. Su tono de voz era eufórico y podía sentirse su felicidad a simple vista.
  • 34. Padre Philip: El motivo de mi carta es que esperaba que vosotros... ustedes, encontraran las evidencias necesarias de que el corazón es una verdadera reliquia y que pertenece al santo. Luego informaré a la diócesis del hallazgo, pero no antes, no quiero quedar en ridículo nada más estrenar parroquia. Deseaba volver a ver a mis amigos y qué mejor que gente de confianza para realizar tan noble investigación, con la ayuda de Dios. Dirk no pudo evitar soltar un leve bufido, aunque en realidad no podía quejarse. La paga era buena y siempre era mejor algo poco peligroso. Nadie pareció darse cuenta de su gesto y permaneció atento a lo que se dijera. Para William, en cambio, la investigación se le antojó interesante. Era una oportunidad única para su carrera y si, realmente era la reliquia de un santo, su nombre aparecería en los tratados de arqueología. Padre Philip: Tanto el cuerpo como el resto de cosas están ahora arriba. La reliquia está en una caja fuerte, el cuerpo preservado lo hemos guardado en el congelador, aunque Madame D´Anjou no lo aprueba. En el sótano queda, únicamente, la tumba abierta de San Cutis. – McBride consultó su reloj, sin perder en ningún momento su estado de euforia – Tengo una reunión muy importante esta noche, pero si les parece Madame D´Anjou les enseñará el cuerpo y la tumba. Pero antes de irme me encantaría mostrarles el corazón, si son tan amables... La caja fuerte se encontraba en una pequeña sala del piso superior. Era de acero, pintada de color verde y debía pesar más de 300 kilos. Sus bisagras estaban en el interior de la puerta, que poseía dos diales y una manilla de cierre. McBride hizo girar los diales y tiró de la manilla. La puerta se abrió lentamente y, de modo rimbombante, el padre Philip sacó una pequeña caja de plata algo deslustrada. Todos fijaron su atención en ella, cuando el sacerdote se dispuso a abrirla, dejando expuesto un corazón humano COR (0/1d2) Sus grandes venas y arterias habían sido limpiamente cerradas. Tenía un aspecto esponjoso, no tan firme como un músculo sano, pero sin señal alguna de decoloración o putrefacción. No contenía sangre fresca, pero si algunas postillas de sangre seca. Algo desconcertaba a Bryan y a William. Philip McBride, a quien creían conocer bien, se mostraba jubiloso, rozando incluso un grado casi inhumano de emoción, impropio de él. Nunca habían visto así a su amigo. Una vez visto el corazón, el padre Philip depositó de nuevo la reliquia en el estante superior de la caja fuerte y, a continuación, extrajo un pequeño libro de su interior, escrito en papel de octavo. El cuero desecado que lo cubría, estaba parcialmente resquebrajado. En la cubierta, un círculo dorado, una especia de rueda estampada, contenía varios símbolos en un idioma desconocido para los investigadores. Pese a su antigüedad, los hilos de la encuadernación y sus varios cientos de páginas interiores estaban intactas, aunque ligeramente moteadas. Sus hojas, sin numerar, habían sido escritas por una mano arcaica. Padre Philip: Fue encontrado en las manos del cadáver. Parece un diario, está escrito con letras mayúsculas y yo diría que data de finales de la Edad Media. Pero lo más curioso es que no está escrito en germánico, ni latín, ni celta. Su estilo es claramente británico, pero es copto antiguo. ¿No es maravilloso? – dijo exultante - ¿Veis este símbolo? – añadió, señalando la cubierta – Es igual que otro tallado en la piedra de su tumba. Esta noche
  • 35. mostraré el libro al señor Lowell, un amigo y coleccionista de libros antiguos. Su conocimiento de copto es excelente. De nuevo consultó su reloj de bolsillo. Parecía un poco impaciente. Padre Philip: Lo lamento, pero no quiero hacer esperar al señor Lowell. Mañana podrán ver el libro con más detenimiento, si así lo desean. La señora D´Anjou les ayudará en lo que precisen. Ah, Bryan, amigo mío, toma – el sacerdote le alcanzó un pequeño trozo de papel – es la combinación de la caja fuerte. Buenas noches a todos, mañana tendremos tiempo para hablar más pausadamente. ------------- (...) En el Gran Continental... Revisor: ¡Señora! Despierte, señora. El trayecto ha terminado. La anciana británica se despertó sobresaltada y miró, al revisor primero, y a su alrededor después. No había nadie con ella en el compartimento y a través de la ventana pudo ver que ya había anochecido. Ajena al disparo y a todo lo acontecido, se había quedado profundamente dormida. Dama inglesa: ¿Ya estamos en Toronto? Revisor: ¿Toronto? No señora, dejamos atrás Toronto hace horas. Estamos en Montreal... ********** WILLIAM Estación Viger, Montreal 17:58 pm El aire fresco de la tarde despejó un poco más a William, ya casi se sentía perfecto de no ser por un dolor sordo en el costado de su cabeza, donde se había golpeado, aunque aún no sabía como. Una vez en el anden se acercó a Mina. - Disculpe usted señorita Adams, tengo entendido que no tiene donde hospedarse, y no sé si alguno de mis compañeros se lo habrá ofrecido, pero creo que podrá alojarse con nosotros en San Cutis, si asé lo desea claro está.
  • 36. Salir de la estación fue todo un espectáculo. En cierta forma Montreal le hizo recordar a París, pero más limpia, con algo de eficiencia inglesa. Su mirada se perdió por un momento en el paisaje, y de no ser porque sabía que había tomado de más, hubiese jurado que vio desaparecer un pájaro en el aire. William extendió la mano al señor Jacques - Un placer señor Lavoie, el mérito es de los señores West y Schmidt, ellos son los héroes esta tarde. - Luego se giró hacia Celine - La estaremos esperando, no todas las noches uno tiene el placer de recorrer una ciudad en tan glamurosa compañía. Iglesia del Sagrado Corazón de San Cutis Había sido toda una sorpresa enterarse de que su mentor era ahora un cura párroco, pero más aún lo fue verlo con el pelo blanco y de un humor tan jovial. Cuando McBride sacó a colación el mareo de William, este no pudo evitar sentirse como cuando estaba en la universidad. Se puso ligeramente colorado y bajó los ojos, como si estuviera recibiendo una reprimenda. - Ya aprendí la lección Profesor McBride, no más alcohol para mí. Gracias por el café. - una sonrisa cruzó por sus labios - Por cierto, aún nos debe esa clase práctica sobre la preparación de la cerveza en el Antiguo Egipto, y aquí no hay ley seca. Una vez que hubo dejado las cosas en su cuarto y apurado el café, William se aseó en el baño compartido y bajó al comedor. Se había cambiado las ropas de viaje por un traje negro de corte ingles, a medio camino entre el smoking y el traje de calle, un atuendo adecuado para la noche en la ciudad, y también para compartir una cena con amigos. Antes de sentarse, William entregó su presente a Philip McBride. - Este es un presente de parte mía y de mi padre, ambos coincidimos en que éstos objetos estarían en mejores manos en las tuyas que en las mías. La cena había sido una delicia, tanto a nivel corporal como mental y espiritual. Philip era un excelente anfitrión, la señora D'Anjou cocinaba como los dioses, y sus compañeros eran sencillamente fascinantes. Cuando Bryan sacó a colación el tema de la carta William prestó especial atención a las palabras de Philip. Lo que éste les contó acerca de la reliquia, la momia y las excavaciones casi le quitan el aliento, y el hecho de que Philip hubiera pensado en él para ayudarlo le puso la piel de gallina. Cuando subieron a la sala con la caja fuerte y Philip abrió la caja de plata, William no pudo evitar dar un respingo. Casi podía ver latir el corazón, claro que era solo una ilusión óptica, seguramente provocada por la sorpresa. El corazón se encontraba demasiado bien conservado, y si no había sido un milagro lo que lo había producido, no quería pensar en las posibilidades. Él jamás había sido muy religioso, pero su madre y abuelo sí, y había leído la el antiguo y nuevo testamento. Por otra parte había estudiado teología en la universidad como parte de su formación, y si bien su mente racional se resistía a aceptar los milagros, su alma deseaba que fueran ciertos. Lo que realmente preocupó a William fue el estado de ánimo de Philip, casi artificial y no muy propio de él. Cuando sacó el libro y contó lo que sabía de él, Thorndick temió por un
  • 37. momento que McBride sufriese un infarto. El libro en sí le interesó mucho, y la posibilidad de estudiar la momia, y sobre todo la tumba, lo tenían sobre ascuas. Pero había prometido a la señorita Lavoie que iría a recorrer Montreal, y por otra parte no creía que la mejor manera de terminar la noche de ese día tan agitado fuera en compañía de un cadáver y su lugar de entierro. Cuando Philip se retiró le deseó buenas noches y luego se dirigió a sus compañeros. - No sé ustedes, pero yo preferiría iniciar las pesquisas mañana por la mañana, después de todo en unos minutos la señorita Lavoie nos pasará a buscar para conocer Montreal, y no soy hombre que guste de romper su palabra dada. ********** MINA ADAMS Estación Viger, Montreal 17:58 pm La llegada a Montreal supuso algo mágico para la joven de Kansas. Docenas de veces en prácticamente todas sus vidas pasadas; como cantante de Cabaret en Chicago, como niña de pueblo, como mujer maltratada... su mente había volado cientos de veces a la vieja Europa y había soñado con pisar las calles del Londres victoriano, del bohemio París o del espectacular Berlín... de hecho, era más que probable que la procedencia europea de Matilda, su nueva amiga, fuera uno de los motivos de su admiración y cariño creciente hacia ella. Y ahora, en otro modo, tocada por la varita mágica de la casualidad, estaba allí. Los edificios de en rededor de la estación parecían sacados de un cuadro del barrio de Montmartre, llenos de vida e impregnados de ese humo especial que siempre circundaba las estaciones y que, en ocasiones pasadas, ahora no, albergaban a Mina tristes momentos y funestos presagios. La limusina de la señorita Lavoie era impresionante aunque el romanticismo del coche de caballos la sedujo sobremanera. Se sentía excitada como una colegiala... casi se podría decir que su rostro recuperaba la lucidez y el color de una muchacha de su edad. Deseaba que el tiempo volase para volver a reencontrarse con Celine, aunque, el hecho de tener una cama y un trabajo asegurados eran regalos caídos del cielo. Iglesia del Sagrado Corazón de San Cutis 18:12 pm Mina nunca fue muy devota y no le gustaban demasiado las iglesias. Pero el párroco de San Cutis, el amigo de Bryan y William era un tipo realmente afable y de trato cálido... hasta el punto de que costaba creer en ocasiones que realmente fuera un cura. Mina tenía la imagen clara en la memoria del padre August, el párroco de la Iglesia de su pueblo con sus adustas cejas pobladas que en ocasiones le hacían tener el aspecto de estar impartiendo la tediosa y