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  “Lo malo es que no podía acordarme de ninguna habitación ni de ninguna casa como me había dicho Stradlater. Pero como de todas formas no me gusta escribir sobre cuartos ni edificios ni nada de eso, lo que hice fue describir el guante de béisbol de mi hermano Allie, que era un tema estupendo para una redacción.”
—Oiga, Howitz —le dije—. ¿Pasa usted mucho junto al lago de Central Park? —¿Qué? —El lago, ya sabe. Ese lago pequeño que hay cerca de Central South Park. Donde están los patos. Ya sabe. —Sí. ¿Qué pasa con ese lago? —¿Se acuerda de esos patos que hay siempre nadando allí? Sobre todo en la primavera. ¿Sabe usted por casualidad adonde van en invierno? —Adonde va, ¿quién? —Los patos. ¿Lo sabe usted por casualidad? ¿Viene alguien a llevárselos a alguna parte en un camión, o se van ellos por su cuenta al sur, o qué hacen? El tal Howitz volvió la cabeza en redondo para mirarme. Tenía muy poca paciencia, pero no era mala persona.
“No hago más que entrar en el ascensor, y el ascensorista va y me pregunta: —¿Le interesa pasar un buen rato, jefe? ¿O es demasiado tarde para usted? —¿A qué se refiere? —le dije. No sabía adonde iba a ir a parar. —¿Le interesa, o no? —¿A quién? ¿A mí? —reconozco que fue una respuesta bastante estúpida, pero es que da vergüenza que un tío le pregunte a uno a bocajarro una cosa así. —¿Cuántos años tiene, jefe? —dijo el ascensorista. —¿Por qué? —le dije—. Veintidós. —Entonces, ¿qué dice? ¿Le interesa? Cinco dólares por un polvo y quince por toda la noche —dijo mirando su reloj de pulsera—. Hasta el mediodía. Cinco dólares por un polvo, quince toda la noche. —Bueno —le dije. Iba en contra de mis principios, pero me sentía tan deprimido que no lo pensé. Eso es lo malo de estar tan deprimido. Que no puede uno ni pensar. —Bueno, ¿qué? ¿Un polvo o hasta el mediodía? Tiene que decidirlo ahora. —Un polvo. —De acuerdo. ¿Cuál es el número de su habitación? Miré la placa roja que colgaba de la llave. —Mil doscientos veintidós —le dije. Empezaba a arrepentirme de haberle dicho que sí, pero ya era tarde para volverse atrás.”
   “De pronto empecé a notar una sensación rara. Iba todo demasiado rápido. Supongo que cuando una mujer se pone de pie y empieza a desnudarse, uno tiene que sentirse de golpe de lo más cachondo. Pues yo no. Lo que sentí fue una depresión horrible.”
“ “Lo primero que hice al llegar a la Estación de Pennsylvania fue meterme en una cabina telefónica. Tenía ganas de llamar a alguien. Dejé las maletas a la puerta para poder vigilarlas y entré, pero tan pronto como estuve dentro no supe a quién llamar.”
  “Al salir del hotel cogí un taxi, aunque no tenía ni la más remota idea de adonde ir.”
“Me quedé sentado en la barra emborrachándome y esperando a ver si salían Tina y Janine a hacer sus tontadas, pero ya no trabajaban allí.”
“Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adonde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.”
   “Cuando volví, Phoebe se había quitado la almohada de la cabeza —sabía que al final lo haría—, pero, aunque ahora estaba echada boca arriba, todavía se negaba a mirarme. Cuando me acerqué y me senté en su cama volvió la cara hacia el otro lado. Me hacía el vacío total. Como el equipo de esgrima de Pencey cuando se me olvidaron los floretes en el metro.”
“No debí dormir mucho, porque eran como las días cuando me desperté. En cuanto me fume un cigarrillo sentí hambre.”
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  • 3.
  • 4. —Oiga, Howitz —le dije—. ¿Pasa usted mucho junto al lago de Central Park? —¿Qué? —El lago, ya sabe. Ese lago pequeño que hay cerca de Central South Park. Donde están los patos. Ya sabe. —Sí. ¿Qué pasa con ese lago? —¿Se acuerda de esos patos que hay siempre nadando allí? Sobre todo en la primavera. ¿Sabe usted por casualidad adonde van en invierno? —Adonde va, ¿quién? —Los patos. ¿Lo sabe usted por casualidad? ¿Viene alguien a llevárselos a alguna parte en un camión, o se van ellos por su cuenta al sur, o qué hacen? El tal Howitz volvió la cabeza en redondo para mirarme. Tenía muy poca paciencia, pero no era mala persona.
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  • 6. “No hago más que entrar en el ascensor, y el ascensorista va y me pregunta: —¿Le interesa pasar un buen rato, jefe? ¿O es demasiado tarde para usted? —¿A qué se refiere? —le dije. No sabía adonde iba a ir a parar. —¿Le interesa, o no? —¿A quién? ¿A mí? —reconozco que fue una respuesta bastante estúpida, pero es que da vergüenza que un tío le pregunte a uno a bocajarro una cosa así. —¿Cuántos años tiene, jefe? —dijo el ascensorista. —¿Por qué? —le dije—. Veintidós. —Entonces, ¿qué dice? ¿Le interesa? Cinco dólares por un polvo y quince por toda la noche —dijo mirando su reloj de pulsera—. Hasta el mediodía. Cinco dólares por un polvo, quince toda la noche. —Bueno —le dije. Iba en contra de mis principios, pero me sentía tan deprimido que no lo pensé. Eso es lo malo de estar tan deprimido. Que no puede uno ni pensar. —Bueno, ¿qué? ¿Un polvo o hasta el mediodía? Tiene que decidirlo ahora. —Un polvo. —De acuerdo. ¿Cuál es el número de su habitación? Miré la placa roja que colgaba de la llave. —Mil doscientos veintidós —le dije. Empezaba a arrepentirme de haberle dicho que sí, pero ya era tarde para volverse atrás.”
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  • 8. “De pronto empecé a notar una sensación rara. Iba todo demasiado rápido. Supongo que cuando una mujer se pone de pie y empieza a desnudarse, uno tiene que sentirse de golpe de lo más cachondo. Pues yo no. Lo que sentí fue una depresión horrible.”
  • 9.
  • 10. “ “Lo primero que hice al llegar a la Estación de Pennsylvania fue meterme en una cabina telefónica. Tenía ganas de llamar a alguien. Dejé las maletas a la puerta para poder vigilarlas y entré, pero tan pronto como estuve dentro no supe a quién llamar.”
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  • 12. “Al salir del hotel cogí un taxi, aunque no tenía ni la más remota idea de adonde ir.”
  • 13.
  • 14. “Me quedé sentado en la barra emborrachándome y esperando a ver si salían Tina y Janine a hacer sus tontadas, pero ya no trabajaban allí.”
  • 15.
  • 16. “Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adonde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.”
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  • 18. “Cuando volví, Phoebe se había quitado la almohada de la cabeza —sabía que al final lo haría—, pero, aunque ahora estaba echada boca arriba, todavía se negaba a mirarme. Cuando me acerqué y me senté en su cama volvió la cara hacia el otro lado. Me hacía el vacío total. Como el equipo de esgrima de Pencey cuando se me olvidaron los floretes en el metro.”
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  • 20. “No debí dormir mucho, porque eran como las días cuando me desperté. En cuanto me fume un cigarrillo sentí hambre.”
  • 21. El guardián entre el centeno