1. EL FIN DEL MUNDO
A LA CASA VINIMOS LOS CUATRO. Pero ahora sólo estoy yo y, para ser sincero, no sé por
cuánto tiempo más. Si no fuera por la sangre en mi puño creería que he alucinado todo.
Mi madre me dijo desde muy chico que yo era especial, que tenía mucha imaginación.
Efectivamente de pequeño me ocurrieron hechos extraños a los que luego, de adulto, les resté
importancia. El primero que recuerdo fue el del caballito. Me gustaba jugar con mi hermano
a los indios, íbamos correteándonos por la casa con nuestros arcos hechos con ramitas. Mi
hermano corría más rápido; soy el menor. Recuerdo que un día, en medio de una corrida, me
imaginé que sentado encima de algún animal que corriera rápido tal vez podría alcanzarlo; y
en ese justo momento encontré frente a mí un caballito de madera que hasta ese momento no
sabía que existía. No sólo no sabía de la existencia de ese caballito de madera, sino que no
estaba seguro de haber visto ni oído hablar jamás de un animal llamado caballo, ni siquiera
en las películas; era como haber imaginado el animal y que el caballo de pronto existiera
desde siempre. Luego me ocurrió lo mismo con otras cosas; siempre de niño, y de la misma
forma; como si mi mente tuviera la capacidad, por sí misma, de crear objetos y seres, de hacer
que de pronto existieran. De grande estas cosas dejaron de pasarme, y nunca volví a darles
mayor importancia a aquellas ideas y recuerdos insólitos.
Sin embargo, hace algunos meses empecé a percibir nuevamente cosas extrañas. Pero esta
vez es diferente de la capacidad creadora que tenía de niño; ahora, por el contrario, siento
como si eliminara cosas, como si las borrara de la faz de la tierra, y no sólo cosas. Tengo una
idea, por ejemplo, que resulta realmente extraña; se lo comenté a Michelle que me miró como
diciendo estás loco. Siento como si antes hubiese habido montañas en nuestra ciudad, a pesar
de que la ciudad está en medio de una enorme llanura, tengo el extraño recuerdo de que había
montañas. Recuerdo haber salido incluso a escalar algunos cerros con Adrián; pero supongo
que no existió jamás nada de eso. Sólo llanura. También me sucede algo similar con cosas
más domésticas; tengo el recuerdo de que había un gigantesco árbol en el jardín de mi casa;
pero sin embargo no hay ningún tronco viejo, no hay raíces secas… no hubo nunca un árbol
allí. Recuerdo también (más extraño aún) haber hablado largamente con algunos vecinos que
tampoco existen; incluso tengo la idea de haber sido muy amigo de alguien que vivía a unas
cuadras de mi casa, en una parte del barrio por donde creo que me gustaba caminar y que
tampoco existe; ni mi amigo, ni esa parte del barrio. Todo eso está sin embargo en mi
memoria como los recuerdos de un sueño, y, aunque sé en realidad que nada de eso existe,
siento que yo lo imaginaba y existía, y que ahora lo dejé de imaginar y dejó de existir. Estrés,
me dijo el médico; estrés, me dijo Michelle; ¿siendo tan joven?, sí, siendo tan joven.
Necesitas descanso. Por eso decidimos venir a pasar una semana a la quinta; los cuatro, de
eso estoy seguro: Adrián, Lupita, Michelle y yo. Entre Michelle y yo no pasa todavía nada
serio, porque Adrián y Lupita ya hace tiempo que. Pero Michelle es (o era) mucho más
reservada, mucho más tímida, mucho más delicada que Lupita, en todo sentido, y más
2. hermosa. También pensé que la semana de vacaciones podía servir para eso; para Michelle y
yo. Pero parece haberse transformado todo en una gran tragedia; y la sangre en mi mano.
Primero fue Lupita. Estábamos por almorzar, Michelle había preparado un pollo con
verduras grilladas (delicioso, Michelle). Yo estaba colocando los platos en la mesa y Adrián
y Lupita fumaban en la galería; eso creí, creí que fumaban, los dos; Adrián y Lupita, pero
viene Adrián y me pregunta ¿por qué pusiste cuatro platos? Cómo, le digo, para nosotros.
¿Nosotros quiénes? Me dice. Nosotros, vos, Michelle, Lupita y yo. Me lanzó una mirada
terrible; más que lanzarla, la disparó, la clavó fulminante como un bisturí sobre mí,
hundiéndola hasta el hueso. Sin decir nada agarró uno de los platos y lo estrelló contra la
pared. Me quedé un momento perplejo; sin duda habían discutido, y fuerte. Preferí quedarme
callado. Di un rodeo a la mesa para levantar los restos del plato, pero… (allí me quedé
definitivamente sin palabras)… el plato estrellado contra la pared… No había vidrios en el
suelo, no había plato roto, no había nada… Miré con mi mejor cara de estúpido a Adrián que
ahora sonreía; con una sonrisa vacía, autómata.
Durante el almuerzo prácticamente no hablé; por supuesto que Lupita no vino. Yo miraba
a Michelle tratando de decirle con la mirada andá a ver cómo está Lupita, querés, no te quedes
ahí sentada. Pero ella nada, y también me sonreía, ¡ridículo!, como si no pasara nada, y
hablaba con Adrián, que esto y que aquello, que pan que pin. Y yo como un estúpido.
Durante toda la tarde traté de estar un momento a solas con Michelle, pero siempre
Adrián. Lupita seguía sin aparecer. En ese momento pensé que la pelea había sido más fuerte
de lo que creía. ¿Se habría ido? No, no había forma, el colectivo había pasado temprano a la
mañana y el pueblo más cercano estaba a quince kilómetros. Y Adrián y Michelle se miraban,
yo veía que se miraban, y en el cruce de miradas había algo que ellos sabían y yo no. Un
vocabulario preciso y exacto que yo no comprendía.
Decidí salir a buscarla; recorrí el huerto de frutales, el bosquecito de la barranca, el arroyo,
los alrededores de la quinta. Grité su nombre, la llamé varias veces, primero tímidamente
para que Adrián no escuchara, pero después a los gritos, sin importarme lo que pensara. Pero
no la encontré por ningún lado. Lupita no estaba.
Volví a la casa; la tarde ya empezaba a caer rojiza detrás de los cerros. Michelle y Adrián
conversaban risueñamente en la galería mientras mateaban.
Adrián, escuchame, ¿qué pasó con Lupita, dónde está?
Se rieron. Se miraron entre los dos y estallaron en cómplice carcajada. Qué carajos les
pasa, grité. Pero lo único que logré fue alimentar su carcajada. Entonces enfurecí; se me subió
el odio a la cabeza, y también los celos, horribles celos. Me fui arriba y me encerré en el
cuarto a triturar mi bronca con los dientes.
Estaba cansado, y a pesar del enojo terminé quedándome dormido. Me desperté a mitad
de la noche. Me levanté y fui hasta el cuarto de Michelle.
La miré, dormida, moviendo casi imperceptiblemente los labios, murmurando algo en algún
lugar que no era allí, hermosa en su sueño. Te acordás Michelle esa tarde en el parque, te
acordás que me tomaste del brazo y caminamos despacio sobre el otoño que susurraba
húmedo bajo nuestros pies. Te acordás el aroma Michelle, el aroma de aquella tarde y las
primeras gotas que mojaron tu piel blanca, de azúcar. Y corrimos riendo a refugiarnos debajo
de un árbol enorme, pero igual nos empapamos, y me miraste, y no me animé a darte un beso,
3. hermosa Michelle.
La sacudí suavemente. Abrió los ojos y puso su mano en mi rostro. Qué pasó con Lupita,
le pregunté. Quedate tranquilo Mariano, no pasa nada, mañana te cuento. Estoy seguro que
dijo eso, mañana te cuento. Pero no volví a verla. A Michelle, digo. Al levantarme por la
mañana fui a su cuarto; la cama estaba tendida y todo el cuarto ordenado. No estaba ni la
ropa, ni el bolso. Y había olor a encierro, como si nadie hubiera usado el cuarto en semanas.
Fui apurado al cuarto de Adrián y Lupita, golpeé y nadie respondió. Entré; la cama estaba
desecha y revuelta. Había una silla con un montón de ropa desordenada; la revisé y vi que
era toda ropa de Adrián. Después abrí el placar, adentro había también sólo ropa suya, no
había nada de Lupita. Bajé a la cocina mientras gritaba ¡Adrián!, ¡¿dónde están Michelle y
Lupita?! Pero Adrián no estaba en la cocina. Lo llamé por la casa, y no respondió. Salí y
comencé a recorrer la quinta llamando a gritos a Michelle y Adrián. Volví a ir a los frutales,
volví a buscar en la barranca, volví a bajar al arroyo. Pero no los encontré. Fui hasta los
portones de la quinta y salí al camino de tierra. Seguí gritando y hasta busqué sus huellas en
el suelo. Pero nada, no estaban. Volví para la casa y allí estaba finalmente Adrián, solo,
leyendo en el jardín con el mate al lado. Fui decidido y con voz firme le pregunté ¡¿dónde
están Michelle y Lupita?! Me miró por encima del libro y sencillamente respondió ¿quiénes?
Lo agarré del cuello ¡no te hagas el boludo, Adrián, decime qué carajo pasó con Michelle y
Lupita! Vi su cara de asustado. ¡Pará, Mariano, qué te pasa! Lo levanté del cuello y lo empujé
al suelo mientras él seguía gritando pará, estás loco. ¡Decime qué carajo hiciste con Michelle
y Lupita!, le gritaba… y le pegaba, le pegaba en la cara y sangraba ya por la boca.
En medio del forcejeo de pronto se soltó y salió corriendo hacia la casa. Lo seguí. Al abrir
la puerta de entrada sentí sus pasos subiendo la escalera. Subí detrás de él y escuché el
estampido de la puerta de su cuarto cerrándose. No sólo la oí; la vi, vi la puerta al cerrarse.
Me apuré antes de que pudiera cerrar la llave y me lancé con fuerza contra la puerta creyendo
que debería forcejear para entrar; pero no. Empujé con el hombro la puerta mientras bajaba
la manija; la puerta se abrió sin resistencia alguna y por el envión que traía caí al suelo. Me
tapé la cara suponiendo que vendría algún golpe de Adrián. Pero entonces me di cuenta de
que el cuarto estaba vacío; Adrián no estaba. Miré la ventana pensando que tal vez… pero
estaba cerrada y con la persiana baja. En ese momento me di cuenta de que el cuarto estaba
ordenado, y el horror fue completo cuando noté que no había ropa tirada, ni tampoco en el
placar, y el olor, el mismo olor a semanas de encierro. Pensé en los otros cuartos, tal vez la
puerta no había sido ésa y se había encerrado en otro cuarto, pero nada. Adrián no estaba,
había desaparecido también él. Me tomé la cabeza con desesperación, temblando. Entonces
me miré el puño. La sangre de Adrián estaba allí, roja, fresca, tibia.
Y es eso, la sangre, lo único que me hace pensar que no enloquecí, porque prueba que al
menos Adrián estaba acá conmigo. No sé qué ocurre. Me arranco los pelos y me golpeo la
frente con la palma de la mano pero no comprendo. Estábamos los cuatro, estoy seguro de
que vinimos los cuatro: Adrián, Lupita, Michelle y yo. He pensado en ir a la policía, el
Citroën todavía está allí afuera, pero no sé si será buena idea. Tengo marcas en los puños y
en el rostro. Soy un perfecto sospechoso… pero voy a hacerlo, con la verdad se triunfa.
Aunque me tratarán de loco… o no, más bien de asesino.
He pasado recién frente al espejo del pasillo y el reflejo que vi fue difuso y extraño. Me
4. acerqué para tratar de verme mejor pero me veía el rostro borroso. Limpié el espejo pero no
era el espejo porque ahora me miro las manos y también se ven borrosas. Puede ser que un
golpe en la cabeza durante la pelea me haya afectado la vista… Pero no es así, porque a los
objetos los veo bien, sólo me veo borroso a mí mismo. Empiezo también a sentir frío, tal vez
sea fiebre. Me senté un momento para tranquilizarme. He bajado ahora a la cocina a tomar
un vaso de agua. Pero sigo empeorando. Los dedos de mis manos parecen esfumarse desde
las puntas. De la mitad de la uña hacia arriba son… transparentes, sí, transparentes. Y toco
esa parte y siento como si tocara, no lo sé, polvo o espuma. Todo esto me trae de nuevo el
recuerdo ese que le contaba de chiquito a veces a mi mamá; ella se asustaba, se ponía muy
seria, me tomaba de los brazos y me decía no me vuelvas a contar eso otra vez que no me
gusta. Era también como el recuerdo de un sueño, un sueño lejano, viejo, pero siempre
presente. Era la sensación de haber estado desde antes, digo de haber existido antes; no me
refiero a haber tenido otra vida, sino de estar en el universo desde antes que todas las cosas,
de existir desde siempre, desde antes que el mundo.
He decidido irme de la casa para buscar ayuda pero no encuentro las llaves del auto. El
miedo y la desesperación no me ayudan tampoco a poder encontrarlas. He comenzado a sentir
un ruido permanente que flota en el ambiente, estático. Es como un murmullo, como el
murmullo muy lejano de una enorme multitud, y no sé por qué me da la idea de un murmullo
antiguo. Las llaves no están.
Mi horror aumenta. He querido revisar de nuevo en los bolsillos de los pantalones que
están tirados en mi cuarto pero ahora también los pantalones se ven borrosos y algunos han
desaparecido. Toda la ropa se ve borrosa, y las colchas y los colchones. Los
electrodomésticos se han esfumado todos. Los muebles también comienzan de a poco a verse
borrosos, las puertas, las camas. La casa entera pareciera querer vaciarse de todo su
contenido. El murmullo aumenta.
Toda la planta alta se iluminado con luz solar en forma repentina. La luz entró desde
arriba, a través del techo, que también ha desaparecido. Se ve el cielo límpido, claro y sin
nubes. Voy bajando la escalera, voy a abandonar la casa antes de que me devore en su
autodestrucción. Ya no queda nada, está completamente vacía; sin puertas, sin ventanas, sólo
la piedra. La piedra primigenia, antigua. Oigo ahora, entre el murmullo que inunda el aire,
como un fondo de trompetas o clarines, muy lejanos, casi inaudibles.
El auto ha desaparecido también. Me he alejado corriendo de la casa. El portón de la
quinta ya no está. El camino de tierra está desierto. Voy corriendo desesperado y me tapo los
oídos para no oír el murmullo en el aire que es cada vez más fuerte. Pero mis manos
translúcidas no detienen el sonido. Los árboles a lo lejos parecen desaparecer detrás de una
niebla blanca y brillante. Sigo corriendo pero la niebla se acerca cada vez más. Pienso en
correr hacia atrás para escapar pero detrás de mí la niebla también avanza. Me detengo
aterrorizado. El murmullo se hace potente y comienzo a distinguir como voces que cantan,
pero son voces diferentes de las que jamás oí. No puedo explicarlo pero no es con los oídos
que las escucho, es una sensación que percibo dentro de mí, como en el pecho.
Todo se hace blanco, y más y más brillante. Los árboles, las plantas, las piedras
desaparecen fundiéndose al blanco resplandor que devora todo y se expande hacia el azul del
cielo en todo el firmamento. Debajo de mis pies, que no siento porque ya no existen, el suelo
5. se desvanece en el fulgor de la nada, que es ya total. Ya no hay ningún elemento a mi
alrededor, ni sobre mí ni debajo de mí. La bruma brillante va invadiendo mi cuerpo, y a
medida que avanza dejo de sentir las partes que se esfuman. Mi torso ha desaparecido, mi
pecho, mi cuello. Ya no respiro pero sigo aquí. Pierdo el sentido de tacto en mi lengua, en
mis labios, veo desaparecer la prominencia de mi nariz y dejo de percibir la sensación de
tener ojos. La bruma blanca y brillante lo cubre todo, lo es todo.
Los clarines estridentes se aproximan, el potente murmullo se hace un bramido de
multitud. El tiempo parece también haber desaparecido, porque me doy cuenta, ahora en
forma clara y lúcida, de que estoy aquí flotando desde siempre, que esto es antiguo, que soy
antiguo. Ya no puedo seguir imaginando a Michelle, ni a Lupita, ni a Adrián… ni a los
hombres; dejo de imaginar, es el fin del mundo, regreso a Dios.