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CAICEDONIA
Un Centenario
CAICEDONIA
Un Centenario
Marco Aurelio Barrios Henao
Magister en Filosofía Latinoamericana, Univ. San Tomás Bogotá.
Estudios de especialización en Colonia Alemania.
Barrios Henao, Marco Aurelio
Caicedonia, Un Centenario/ Marco Aurelio Barrios Henao.-Caicedonia
Tipografía Atalaya, Caicedonia 2010
188 p. ; fot. ; 22 cm
ISBN: 978-958-44-6848-2
Marco Aurelio Barrios Henao
barriosmarco88@hotmail.com
Diseño y diagramación: Victoria Andrea Martínez Barrios
Fotografía: Jorge Díaz (portada), Uverney Antonio González y Rubén Darío García
Printed and made in Colombia / Impreso y hecho en Colombia por Tipografía Atalaya
Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente por ningún medio sin la
autorización del editor.
AGRADECIMIENTOS
En primer lugar, agradecer a todos los integrantes de la familia
Barrios Henao que, entre hermanos, cuñados, tíos, primos,
sobrinos, parientes cercanos, lejanos, conocidos, amigos y amigos
de los amigos, aportaron, corrigieron y complementaron la
información que hoy se entrega en este ejemplar. Fueron largas y
relajadas jornadas de tertulia donde espontáneamente se hizo
memoria de todas aquellas vivencias de muchacho, de adolescente,
la remembranza del primer amor, de la primera tusa, de los deberes
que se quedaron sin cumplir y de las promesas y propósitos que -
aún medio siglo después- siguen pendientes.
Agradezco a la Administración municipal por la acogida y el
Aval que le dio a este proyecto, a quienes contribuyeron con sus
aportes; igualmente a Octavio Castaño A. y al Dr. Fernando
Arbeláez S. por la valiosa colaboración con su extenso archivo
histórico privado.
A quienes con su aporte afectuoso y espontáneo de paisanos
me corrigieron con precisión un sinnúmero de detalles: María Inés
Jiménez D, Miguel Gualteros F, Fernando Baena D, Octavio
Osorio S, Lida Piedrahita O, Yolanda Piedrahita O, Félix Alberto
Villa R, Egerzayn Arenas O, Ligia Valencia L, Adriana Giraldo G,
Humberto Escobar R, Henry Espinal M, Gabriel Echeverry I.
A Victoria Andrea Martínez Barrios quien tomó la batuta en
la elaboración del diseño y a quienes profesionalmente estuvieron
a la altura de los mejores en la calidad fotográfica: Jorge Díaz,
Uverney Antonio González y Rubén Darío García.
A la tipografía Atalaya quien con su trabajo de edición cierra el
círculo de un producto 100% caicedonita.
Índice
Prefacio
Primera parte: Aquí entre nosotros
Los castigos, las pelas 15
El culebrero 21
Pachorqueta 25
Josébejuco 27
Vamos a misa 31
Mi sentido pésame 39
El Willys 43
Dinosaurios en Caicedonia 50
Israel Motato 60
Juntos y también revueltos 66
Un monumento a la empanada 72
Caicedonia, un nombre ya centenario 80
Segunda parte: Nosotros con el mundo
El agua se agota, pero aún estamos a tiempo 89
Amigos paralelos
Introducción 97
Primer recorrido: a lo ancho 100
Segundo recorrido: a lo largo 111
Conclusión 120
Anexos 125
CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2
Marco A. Barrios Henao
Prefacio
Año 2010 de nuestra era, una fecha convergente de
aniversarios. Una celebración local que conmemora del Centenario
de un municipio fundado el 3 de agosto de 1910, municipio al que
se le dio el nombre de Caicedonia. Igual motivo de celebración
regional para un departamento fundado el 16 de abril del mismo
año al que se le dio el nombre de Valle del Cauca, igual año de
creación de la Arquidiócesis de Cali —primera Jurisdicción
Eclesiástica del municipio de Caicedonia—. A nivel nacional y de
países vecinos, fecha que conmemora el bicentenario de
independencia. A nivel global es de destacar que La Organización
de las Naciones Unidas ha declarado el año 2010 como el Año
Internacional de la Diversidad Biológica. Una campaña que busca
sensibilizarnos en el cuidado y protección de la biodiversidad. De
hecho, el calentamiento global, es una amenaza de extinción que
involucra a la especie humana y a la biósfera en general y de costos
demenciales de no actuar con prontitud.
Todo aniversario es siempre motivo de celebración, más aún,
tratándose de un centenario. A lo anterior hay que sumar que toda
celebración va siempre acompañada de un presente. Estas páginas
son justamente eso, un presente a nosotros mismos que somos la
historia viva de aquellos colonos que, forzados por la pobreza,
forjaron el inicio de una historia que hoy cumple cien años. Eran
pobladores con incontables necesidades por satisfacer, con tantas
ilusiones como cabían en sus almas, con uno que otro coroto en su
haber y con una docena o más de hijos por alimentar. Machete en
mano para abrirse paso y azadón para sembrar futuro, fue la receta
de éxito que los alentó a crear caminos, a abrir trochas, a levantar
cercos, a sembrar arados y a recoger cosechas.
Entre todos, unos con otros, junto a los que seguían llegando,
hicieron minga a todo lo que fuera amenaza, limitación o
vergüenza. Fue así como vencieron a la fiebre amarilla, al
CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2
paludismo y, también, como a punta de escopeta y decisión,
espantaron o consumieron a los animales que aún se encontraban
en estado salvaje. A lomo de mula y con la mansedumbre del buey
levantaron fincas, haciendas, trapiches, calles y carreras,
levantaron casas, edificios modestos de bahareque, parques, plaza
de mercado, escuelas, colegios, iglesia, capillas, hospital, cárcel y
puestos de policía. Cuando llegó el momento de ordenar el puñado
de toldas y ranchos que ya eran municipio, adoptaron los únicos
recetarios de leyes y normas que había a la mano. Uno, herencia
del Derecho Romano para el orden civil y 10 mandamientos, más
el derecho canónico para los asuntos del orden espiritual. Igual
suerte de dominio y adoctrinamiento cultural ya se había hecho
presente en ciudades vecinas de la región, en diferentes regiones
del país y también en la mayoría de los países del continente.
Una vez llegaron y se establecieron, cultivaron para el
sustento diario; luego un poco más organizados o a medio
organizar, adoptaron vitaliciamente a una pepa de nombre café que
domesticaron a tal perfección que la convirtieron en industria
nacional; un quehacer urbano y rural con el cual hicieron sentir a
nivel nacional el pulso viviente de un grupo de hombres y mujeres
que se negaron a morir en la miseria en un paraíso que tenía todo
para ofrecerles. Cien años de continuos desafíos, de arduas
jornadas de aserradores, de jornadas eternas de arrieros con recuas
de mulas, de pellejos tostados por una implacable y húmeda
canícula tropical, de incontables injusticias sociales que recayeron
como siempre en los más débiles, de quienes perdieron sus tierras
a manos de una zozobra permanente llamada violencia y que
copaba todos los rincones del diario vivir, de los que escupían en
sus manos callosas para darle agarre a sus nuevos
emprendimientos, de los que iniciaban y reiniciaban todo lo que su
sentido común les dibujaba como progreso, de los que bendijeron
y de los que recibieron bendiciones en espera de retribuciones
celestiales, de los que celebraban a manos llenas en tiempos de
Marco A. Barrios Henao
bonanzas. Todo eso y mucho más hace parte de un andamiaje de
forjadores que se traduce hoy en una fuerza viva de 50 mil
habitantes, que seguirá el destino de todos los pueblos: ser y hacer
historia.
Este presente, estas páginas, son una invitación a la
reminiscencia de algunos pasajes que entre risa, enojo y sus
términos medios, de alguna manera, nos pellizcan y nos recuerdan
que nosotros mismos somos y seguimos haciendo historia. Una
evocación en el tiempo con relatos por contar, motivos de
reflexión, descripciones de sentimientos siempre para recordar,
momentos tristes para olvidar y superar -como los de la violencia-
y otros un tanto más amables para compartir y disfrutar.
Marco A. Barrios Henao
PRIMERA PARTE
AQUÍ ENTRE NOSOTROS
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CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2
Los castigos, las pelas
La fórmula de oro de la pedagogía empírica de nuestros
padres para con sus hijos era simple y llanamente la del castigo;
mejor dicho la del rejo o la de la correa. La ecuación para ellos
estaba resuelta: falta cometida, pela segura, y otra falta y otra pela,
y así sucesivamente hasta casi perder la cuenta. Ni ellos se
cansaban de castigarnos, ni nosotros de olvidar los castigos. No se
cansaban de cumplir su sagrado deber de formar y dar ejemplo a
sus hijos, ni nosotros de cumplir nuestro sagrado deber de seguir
siendo muchachos.
Así que cada vez que éramos desobedientes, o nos volábamos
de la escuela, o no hacíamos las tareas, o nos demorábamos
haciendo los mandaos, o nos agarrábamos a pescozones, o se
infringía cualquiera de las numerosas faltas de un listado sin fin,
sabíamos que cada falta tenía el precio fijo de un castigo, que se
purgaba a punta de correazos. El castigo, las pelas o los correazos
eran tan cotidianos como la misma arepa, la mazamorra, la
aguapanela, la aguamasa, la parva, la cosecha de guamas, la
chancarina o el minisiguí.
Era normal que cuando uno transitaba por cualquier calle del
pueblo, a cualquier hora del día o de la noche, desde cualquier casa,
salía el lamento de algún muchacho o muchacha que en la agonía
del castigo se le oía jurar a su papá y a su mamá que no lo volvería
a hacer. Juramento que duraba lo que duraba la pela. Así fue que
aprendimos a jurar en vano, porque en el brío de los años frescos
habíamos desarrollado el habilidoso arte de olvidar rápidamente los
castigos, y a lo último tan curados en estas lides que muchas veces
se cometía la falta a sabiendas del impajaritable castigo.
Los recursos para el castigo eran: nalgadas con la mano
cuando era un castigo de una falta piadosa, la correa o una mata de
verbena cuando era algo improvisado, y algo más institucional y
doloroso según el mérito de la falta era un pedazo de rejo
enroscado. Un rejo enroscado, a veces con dos y hasta más ramales
2
Marco A. Barrios Henao
en la punta, colgado en alguna pared de la casa, casi a manera de
exhibición, era el recordatorio de que uno tenía que manejarse bien.
Claro está que uno hacía lo que podía y caía en cuenta de que se
había manejado mal, cuando sentía el quemonazo en las patas;
término común con que se denominaban nuestras extremidades
inferiores. Y se repetía la historia porque volvíamos a jurar lo que
por enésima vez ya habíamos jurado y contrajurado.
Huir de un castigo, esconder el rejo o la correa, o levantar las
piernas para que el fuete se fuera de lleno al vacío o aguantar sin
llorar al estilo espartano era un desafío, una ofensa al orgullo de la
autoridad familiar que a la final la pagábamos nosotros mismos con
más llanto. Tal osadía de provocación produjo siempre un solo
efecto: más fuetazos, tanto en número como en intensidad.
Un cuadro para recordar es el de aquellos que convertían las
camas de sus casas en una frustrada pista de escape. Brincar de
cama en cama y de un lado pa´otro tampoco fue la mejor alternativa
de escapatoria, porque siempre en alguna esquina de la casa
terminaba la cacería. Y de ahí en adelante ya todos sabemos lo que
pasaba. Otros con la velocidad de un rayo creían encontrar refugio
debajo de la cama más ancha, pero papá y mamá de un zarpazo
levantaban colchón y tablas y ahí terminaba la fuga. La mesa del
comedor fue otro fallido recurso. Mientras papá o mamá se alistaba
para cumplir con su deber, el candidato a ser castigado ya había
elegido el lugar estratégico de la mesa y a su alrededor y de un lado
pa´otro uno perseguía y otro huía, y luego de vueltas y muchas más
vueltas el resultado finalmente era siempre el mismo: castigo
anunciado, no tenía escapatoria.
Al final de cada conmoción, el cuadro era el siguiente: en una
esquina, el adorado verdugo de turno que terminaba resoplando y
con la cara roja como un tomate y en la otra esquina una víctima
moquiando que le pedía a Dios que lo hiciera grande lo más pronto
posible. La casa por supuesto quedaba patasarriba, cual gallinero
recién asustado por chucha hambrienta. Y a eso le encimaban el
35
CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2
desplome inclemente de una atemorizante y apocalíptica letanía:
“volvélo a hacer y verás lo que te pasa”. Más o menos así era que
uno se imaginaba el juicio final.
Después de la tormenta llegaba la calma. A la mamá, al tío, a
la tía, al abuelo o a la abuela, le llegaba el turno de la consejería, el
momento del adoctrinamiento y de manera delicada y de todo
corazón nos decían: “mijo, manéjese bien para que no le peguen,
no se haga castigar”. Uno resignadamente miraba de reojo y sin
saber qué responder dejaba que el tiempo se encargara de curarnos.
Otros, simplemente convivieron con el castigo y
estoicamente lo aguantaron; otros, convirtieron este callejón sin
salida en un ejercicio terapéutico de aguante; otros, lo tomaron
como una especie de gimnasia para la vida; otros, tenían la
facilidad de convertir su piel en cuero en el momento justo; otros,
sin mucho llanto, esperaron olímpicamente a que la vida los hiciera
grandes y otros, más sensibles al dolor, se repetían hasta la saciedad
que “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”.
Muchas madres llevaban la correa en el cuello a forma de
advertencia y de recurso inmediato para resolver los asuntos del
orden de la casa. La variedad y abundancia de nombres con que se
denominaba el rejo, la correa, el enroscado, el fuete, el juete, la
pretina, el amarillo muestran la importancia de este medio de
formación para la época y de deformación según otras
apreciaciones académicas más cultas y más instruidas.
En el inventario final de cada historia personal quedó un saldo
a favor de los muchachos, porque con la astucia que tienen todos
los muchachos de todas las partes del mundo y con el desarrollado
y agudo sentido de la supervivencia nos las arreglábamos para
ocultar faltas que no llegaron jamás a la luz de los ojos, ni oídos de
nuestros adorados padres.
¡Quién lo creyera! Más de una vez nos la perdonaron. ¡Cosas
del Ángel de la Guarda!, dirían los más piadosos; ¡cosas de la vida!,
dirían otros con sentido más práctico que con aguda observación
4
Marco A. Barrios Henao
evidenciaban que la rutina de tanto castigo de tantos hijos también
producía fatiga en nuestros padres.
Los abuelos sufrían el martirio de esta práctica como si fuera
en sus propios pellejos. Cada vez que pudieron fueron nuestros
aliados, nuestros cómplices. Así, en vivo y en directo, los abuelos
se transportaban a décadas pasadas, y decían: “¡Qué muchachos!,
¿no?”. Lo decían desde la barrera, desde el sano reposo de haber
sido también padres y muchachos alguna vez; sin lugar a dudas
palabras nobles cuando miramos por el espejo retrovisor.
Cuando se pregunta a los cuarentones, cincuentones o
sesentones de hoy, si alguna vez fueron castigados por alguno de
sus padres, lo primero que asoma a sus rostros es una reluciente
sonrisa seguida de la expresión: “ Hmmm, a mí sí que me dieron
rejo”. Y una vez disparado el automático de los recuerdos,
seguidamente se viene la sarta de detalles de un universo
conceptual que evoca la travesura, la jugarreta, la picardía, la
sagacidad, la suspicacia, la cautela, el castigo, el sigilo, el
cómplice, el amigote, las tareas, los oficios, el mandao, el olvido,
el rejo, la correa, la verbena, el arrepentimiento etc., etc.
Cada uno hizo de las pelas, de los castigos una escuela de la
tortura que nosotros mismos padecimos, aguantamos, fuimos
superando y que al final, felizmente, sacamos de circulación, casi
hasta extinguirla. Fuimos víctimas de una práctica aunque,
espontánea y sabia, naturalmente nos negamos a continuar en
nuestros hijos. Esa práctica es hoy casi una pieza de museo.
Este método de crianza de los hijos por parte de los padres era
también tema corriente de conversación entre ellos mismos. Los
padres que se consideraban de avanzada, se enorgullecían de
castigar sólo en los pies porque en tiempos modernos, según ellos
mismos, eso de castigar a punta de garrote o con el cordón de la
plancha, como les tocó que ver a mucho de ellos, era considerado
un método brutal, de recuerdo lejano, practicado sólo en sociedades
bárbaras.
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CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2
Nuestros padres, al igual que nosotros, también hacían lo que
podían; armados de buena voluntad, de las fórmulas del catecismo
del Padre Astete, de las normas de urbanidad de Carreño, de
muchas fórmulas aprendidas en los sermones del púlpito, de la
limitada sabiduría de las consideraciones piadosas, de los consejos
de sus mismos padres –nuestros abuelos- pero sobretodo dotados
de un adiestrado y agudo sentido común, lo mismo que un inmenso
amor por sus hijos, se las inventaron para remediar la ausencia del
sicopedagogo, del sicólogo, del terapeuta de familia, y con esta
metodología rudimentaria estuvimos fuera de peligro del trauma
sicológico del suicidio, de la angustia existencial, del hastío de la
vida y muchos otros síntomas pandémicos de otras culturas, entre
comillas, más civilizadas.
Todos los padres castigaron a todos sus hijos por todas las
faltas que todos cometieron: al final en el cruce de cuenta de todos
los haberes, deberes y teneres, todos quedamos en paz. Con huellas,
pero sin heridas; felices y sin rencores, porque “al final, la vida
sigue igual, ¡eh!”, como dice la canción de Sandro.
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Marco A. Barrios Henao
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CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2
El Culebrero
“Señoooras y señooores, tengan ustedes muuy, pero muy
buenos días”, decía siempre el culebrero. Y continuaba: “Vengo
desde los lugares más lejanos y misteriosos de la selva amazónica;
de aquellos lugares donde aún la civilización no ha puesto su pie.
He sido enviado a ustedes por orden de mis ancestros. Soy el
emisario que trae para ustedes la única, la más y mejor de todas las
medicinas naturales que cura, que anima, que protege, que les da
amor y porvenir”.
Sin pausa, casi sin tomar aire, con la retahíla de un motivador
profesional y con un público atento y dispuesto a divertirse,
continúa la función:
“¡Ya casi saco la culebra! Pero por motivos de seguridad me
veo en la obligación de dar una esperita y mientras doy tiempo a la
culebra para que se desarrugue, para que se desenrosque, mejor
dicho, tiempo para que se adapte a los rigores del clima, a la mirada
de los curiosos, a los olores mortíferos de los que no se bañan, les
cuento que el ungüento traído directamente desde lo más profundo
de la selva virgen del Amazonas, los va a curar a ustedes de todos
los males que los aquejan, de aquellos que no los aquejan, pero que
los están matando en silencio, y también de los males que no tienen,
ni van a tener, porque después de muchas generaciones he recibido
la bendición, la fórmula secreta del Taita, que la semana pasada
cumplió ya 800 años, y que, según premoniciones, otros tantos en
igual número le quedan por cumplir. Así, pues, que mientras la
culebra se alista, paso a recoger una monedita que no empobrece ni
enriquece a nadie; también recibo billeticos de los pequeños, de los
medianos y de los grandes, monedas, anillos, cadenas y cualquier
cosa de valor, así sea una finca abandonada; también recibo tarjetas
de crédito”, dicen algunos más modernizados.
El día sábado era también el día del culebrero. El día del grito
“quieta, Margarita”, porque así se llamaban y aún se llaman todas
las culebras de todos los culebreros de Colombia. ¡Un patrimonio!
8
Marco A. Barrios Henao
Era también el día en que todos creíamos a medias que
íbamos a conocer el número de la suerte, el lugar exacto donde
cavar para encontrar el entierro o la guaca que nos anunciaban los
espíritus, las ánimas o los espantos, dónde comprar la lotería —
todavía no existía el chance—, la ubicación con pelo y señales del
hombre o la mujer de los sueños, la cura total y definitiva de todas
las dolencias que torturan el cuerpo y de aquellas que afligen el
alma.
Característico, inconfundible, típico, colorido, alegre,
dicharachero, ocurrente, locuaz, oportuno son apenas unos cuantos
de los innumerables calificativos con los que se puede describir al
personaje del culebrero. En sus presentaciones, siempre al aire
libre, los culebreros siempre llegaban acompañados de un cajón de
madera —el de Margarita—, unas maletas que retrataban al dueño
—porque “el viajero se le conoce por su maleta” — en ocasiones
en compañía de uno o dos menores; su vestimenta estaba hecha de
plumas de todos los colores, con colgandejos y chilindrines de toda
clase, con collares hechos de huesos, cuescos, macana, maderas
duras y blandas, garfios, ganzúas, con ropa y atuendos de los
colores del arco iris y los papagayos. Sus medicinas, igualmente
pintadas, teñidas y saborizadas con la magia del trópico. El surtido
de ungüentos y menjurjes en variedad de frascos, eran presentados
al público como únicos en su género. Bajo juramento de todos los
santos y seres del más allá los presentaba al público como el único
producto que existe que es capaz de solucionar todos los
problemas, teniendo en cuenta que todo es todo. Que por ser el
genérico más genérico de todos genéricos serviría para todos los
males posibles, males conocidos, desconocidos y los por conocer.
Según el hombre del misterio y de la selva, esta sustancia secreta y
poderosa “Sirve para los asuntos del amor, para dejar de fumar,
para dejar de amar y que lo dejen de amar cuando el amor se ha
vuelto un tormento. Sirve para curar la impotencia sexual o para
controlar el exceso de sexo, es decir, para ponerlo a punto, cuando
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CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2
a éste se le atrasa o se le adelanta la chispa: también sirve para
espantar hormigas y zancudos, para canalizar o distraer las buenas
y malas energías y también para blindarse de los malos olores de
aquellos que se bañan una vez al año o que nunca se bañan. Y lo
más novedoso de este producto jamás visto en el mercado: nos hace
desaparecer a fin de mes cuando llegan las otras culebras a cobrar”.
Mientras todos sonríen por la astucia y la gracia que despierta
el verbo improvisado, sin tiempo que perder continúa la función:
“Este remedio, genérico entre los genéricos, es el alivio bendito de
todas las cosas pendientes con el más allá y también con las
pendientes en el más acá, porque también sirve para la diarrea, las
lombrices, los parásitos, las niguas, los sabañones, los uñeros, las
hemorroides, el mal de ojo, el mal de ajo, y el mal de ají; en fin, no
hay mal que le aguante”.
Amontonados en círculo esperan todos que el emisario del
más allá nos diga dónde está el ser querido que se fue y que nunca
más volvió; si se perdió de camino cuando venía de regreso o si
todavía el poder de la telepatía no lo ha conectado diciéndole que
aún lo están esperando, o por el contrario si ya se dio cuenta que
por acá ya no lo esperan y que por prevención es mejor que ni se
aparezca.
El culebrero acepta el reto de darle respuesta a toda clase de
preguntas hechas por toda clase de personas que conforman la
comparsa de curiosos. Mientras hace un gesto de concentración,
pide permiso para una pausa y con sombrero en mano, empieza la
ronda para recoger la cuota voluntaria de los improvisados
espectadores, invocando a no menos de diez santos, santas, ángeles
mayores y menores que con toda seguridad ayudarían a estas almas
bondadosas. Una vez se inicia la ronda de la recolecta, el grosor del
improvisado círculo de espectadores empieza a desvanecerse, y
vuelve a su tamaño de antes, una vez ha terminado la ronda de la
recolecta.
10
Marco A. Barrios Henao
Las almas de todos los ilusos, entretenidos, distraídos o
curiosos, que por lo general era todo el pueblo, repartidos en turnos
o tandas de presentación que se iniciaba a eso de las ocho de la
mañana y terminaban a eso de las cuatro de la tarde, disfrutaban de
media hora de presentación. De ahí en adelante todo se repetía. La
historia, el cuento, el deseo, la pregunta, la respuesta, la evasiva, el
engaño de tanto repetirse desgastaba la paciencia de los
improvisados espectadores. Cuando se rayaba el disco y todo era
lo mismo de lo mismo, por arte de magia salían unos y llegaban
otros, porque media hora de lo mismo era suficiente y aún los más
ilusos finalmente se daban cuenta de que los habían estado
bananiando.
No solo la culebra era la distracción del evento; también pájaros y
perros a medio camino de ser amaestrados hacían parte del cortejo.
Cualquier disparate del culebrero, acierto o desacierto de sus
mascotas era también motivo de celebración. Como se trata de
celebrar, de estar alegre, se aplaude, se ríe y se da cualquier moneda
como respuesta merecida de retribución; pero sobretodo para que
el personaje, el culebrero, no olvide el camino y vuelva de visita,
porque al fin de cuentas estas improvisadas tertulias alimentan
nuestra naturaleza fiestera y porque la distracción junto con el dolor
y la alegría también ha sido parte de la esencia de la vida.
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CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2
Pachorqueta
María Oliva Pérez, Doña Oliva, conocida cariñosamente
como Pachorqueta, era la representación típica del sano jolgorio.
Las fiestas del pueblo siempre contaban con ella y su presencia era
augurio de buena y sana parranda. Con sus 1.80, su figura ligera,
su falda ancha y larga al tobillo es su estampa típica con la que aún
hoy la recordamos. Se le veía revolotear por todas partes. Uno se
la encontraba en los cafés, en las cantinas, rodeada de hombres que
hablaban de todo: de política, de negocios, de difuntos, que en
tiempos de la violencia eran bastantes y además tema obligado de
supervivencia. De todo opinaba con propiedad; a todo tenía una
respuesta y todos le prestaban atención. Jamás se le vio en
manifestaciones obscenas o amoríos públicos muy a pesar de que
ella nunca conoció en el pueblo rincón masculino que le fuese
restringido. Sin su presencia no había Doble a Limones, corrida de
toros, carreras en bicicleta alrededor del pueblo, procesiones,
inauguraciones, aglomeración de gente en el parque o en la plaza
de mercado, o donde fuera. También la iglesia y las procesiones
eran sitios para ella. No era para extrañarse verla empujando un
carro o un camión varado, transportando un herido al hospital,
cargando una ataúd en pleno entierro, dando agua a los ciclistas en
competencias municipales, quemando voladores en las fiestas
religiosas o reuniones políticas, montada en llevollevo o carretilla
dirigiendo un coroteo o simplemente con sus brazos en jarras a la
espera de cualquier evento que demandara su acción. Los hombres
mayores la trataban y contaban con que ella siempre estaría por ahí;
las mujeres, niños y jóvenes por su parte sabían que ella en
cualquier momento aparecía.
A temprana edad la desbordante vitalidad de su
temperamento la convirtió en madre de dos hijos y una hija. En la
retina de muchos quedó el desaforado escándalo público que hizo
al padre de uno de sus hijos cuando este ciudadano prestante, por
olvido, por distracción, por irle clavando el ojo a la vecina, por
12
Marco A. Barrios Henao
gallináceo o por lo que fuera, negara la paternidad de su hijo. El
desenfreno de su reclamo dejó en claro de una vez por todas que
Pachorqueta era una mujer, una mujer de armas tomar. Tenía su
temperamento y sin alborotadas muestras de valentía, todos la
respetaban y respetaban su forma típica de ser, tal como era. Los
muchachos nunca se atrevieron a hacer de ella motivo de burla o
cosa parecida, porque al final de cuentas “el mico sabe a qué palo
trepa”.
Olivia, la novia de Popeye, es más o menos, pero casi, casi,
Pachorqueta en caricatura. Todo el pueblo la toleraba, la observaba,
contaba siempre con irradiarse de su vigor, de su energía, de su
optimismo y de su alegría.
La palabra, el verbo Pachorquetiar, se quedó para siempre con
nosotros. ¡Ahí estás pachorquetiando!, dicen todavía algunas
madres a sus hijas cuando estas se alborotan, se olvidan o se
distraen de sus oficios. Sus hijas, una vez se dan por aludidas, se
fruncen y con una tímida sonrisa, confirman que han recibido el
mensaje.
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CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2
Josébejuco
El acompañamiento masivo y sin precedente en la historia del
pueblo fue la mayor muestra de cariño que se le dio a Josébejuco.
A su entierro asistieron personas de todos los estratos y también,
probablemente, de todas las calañas. Aún hoy es motivo de
sorpresa, no poderse uno explicar cómo un hombre tan sencillo, tan
humilde, alguien que vivió literalmente en la absoluta miseria, haya
tenido poder de convocar una multitud, precisamente en el
momento su sepelio.
Caminaba de medio lado, no porque tuviera tumbao.
Caminaba así porque en algún momento de su vida se le encogió
media parte de su humanidad. Su pierna y su mano del lado
izquierdo más cortas que las del lado derecho, lo limitaron a
caminar empinado de un lado por el resto de su vida. Una cabuya
que amarraba sus pantalones, un sombrero de felpa en forma de
pico, un poncho y un vestido ajado, muy ajado, fue su muda de
siempre. El color de su vestido fue siempre oscuro, siempre café
tirando a negro; nunca se conoció el color de sus zapatos, porque
toda la vida anduvo a pie limpio. Y así, a pie limpio, con harapos
que cubrían sus más de cien kilos de peso, fue el aspecto típico con
que todos cariñosamente lo recordamos.
Estaba dotado mentalmente para calcular la fecha calendario
con su correspondiente día de la semana, y ese talento, esa destreza
innata, esa capacidad especial, nos obligó a admirarlo sin más
comentarios. Sí, Josébejuco tenía la virtud de calcular fechas
futuras o pasadas, con tal destreza que hizo que todos sus paisanos
lo conocieran también con los nombres de El Hombre Calendario,
para unos, y de El Calendario Humano, para otros.
En el parque principal o en el de Las Palmas, en la plaza de
mercado o en cualquier parte del pueblo, desde la acera del frente,
uno de muchacho que andaba sin oficio le preguntaba a José, por
ejemplo, qué fecha sería el primer sábado —día del rosario de la
aurora— del próximo mes, y él con su vozarrón decía: el día tal, de
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Marco A. Barrios Henao
tal semana, estaremos a tanto. Y si se le preguntaba, por ejemplo,
sobre el día de la semana correspondiente al día 15 del mes
siguiente, también le respondía. Y lo más sorprendente: nunca
fallaba. A todo el mundo le caía en gracia tanto su nobleza como
su destreza y su paciencia. Calle tras calle, era el rosario de las
mismas preguntas y las mismas respuestas. Se le cambiaba un poco
la pregunta y él con la paciencia del santo Job ajustaba
acertadamente la respuesta. Luego se arrimaba a la gente o la gente
lo buscaba para darle lo del tinto. Así centavo a centavo fue como
corrió su vida: pobre, lenta, austera, tan pesada como su mismo
caminar.
Acostumbraba a dormir dentro de las bóvedas vacías del
cementerio y a más de uno, sobre todo a las señoras, les hizo pasar
su susto. Seguramente sus movimientos involuntarios del sueño,
sus gases, sus ronquidos amplificados por la acústica de las
bóvedas, eran confundidos con el retorno repentino de un alma en
pena. Y aunque él mismo con su vozarrón alertaba a las personas
para que no se asustaran, parece ser que su anuncio producía el
efecto contrario. Pasado el tiempo, unos y otros, medio aprendieron
a convivir con esa inhumana forma de vida. Ver salir de una bóveda
cercana los pies descalzos de José o su sombrero en punta, terminó
siendo una forma más del diario vivir de los duelos de rutina; no
así para los duelos que apenas se iniciaban en la práctica de las
flores y de las oraciones de sus recientes difuntos.
Hoy la ciencia reconoce docenas, centenares de personas en
el mundo con destrezas excepcionales para calcular y memorizar.
Unos las adquirieron por don natural, otros por accidentes o causas
aún desconocidas, y otros por práctica intensa durante años. Esta
misteriosa facultad de realizar cálculos complejos, o memorizar un
directorio telefónico completo de una ciudad de un millón de
habitantes o de calcular la raíz cuadrada de números de 12 cifras en
escasos treinta segundos, o jugar 40 partidas de ajedrez a ciegas, y
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muchos otros ejemplos excepcionales, siguen siendo un misterio
para la ciencia.
Lo que se quedó sin conocer fue el origen de la destreza de
José. Desconocemos si su talento fue producto de un accidente, don
natural, o si fue en años anteriores un académico o autodidacta
venido a menos por algún infortunio de su pasado. Todos sabíamos
que Josébejuco a lo largo de las calles, en compañía afectuosa de
todo el pueblo y al son de preguntas y respuestas, recordaba y
calculaba días de la semana y fecha de los meses que de antemano
se habían creado en los calendarios; pero lo que nadie sabía, hasta
el momento de su muerte, era que esta forma de convivencia había
echado raíces en el afecto popular y se había creado una
dependencia afectiva, comprobada en el multitudinario acto que lo
acompañó en su último adiós.
16
Marco A. Barrios Henao
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Vamos a misa
En las décadas del cincuenta, sesenta y parte del setenta a falta
de televisión, computador, discotecas y otras cosas en las que uno
pudiera ocupar el tiempo libre, las actividades de la iglesia
parroquial de Nuestra Señora La Virgen del Carmen copaban casi
todo el espacio para el esparcimiento, el crecimiento espiritual y lo
poco que hubiese de reflexión intelectual o científica. Era una
población en la que sus miembros, primero eran feligreses antes
que ciudadanos.
Los axiomas de la vida cotidiana nacían, crecían y se
multiplicaban en la práctica de una prédica en la que la
atemorizante vida del más allá todo lo determinaba. Sin más
referente espiritual, académico o intelectual que hiciera contrapeso,
la influencia de la iglesia fue excluyente, definitiva, homogénea y
a veces sesgada; una forma determinante de forjar criterios en una
población urgida de criterios de orientación normativa.
A manera de rayos X, la iglesia Católica —todavía hoy,
menos que antes— atravesaba todos los rincones del alma, del
espíritu, del cuerpo, de la sociedad, de la geografía local, regional,
nacional y de todo Latinoamérica en general.
Fuimos bautizados, confesados y perdonados por los excesos
del placer del cuerpo —de la carne— o de la negligencia del
espíritu. Aún hoy socialmente se cumple con el bautismo, la
confirmación, la primera comunión, el matrimonio, las honras
fúnebres, la comunión, la confesión, el rezo del rosario, de
innumerables novenas, los mil jesúses, la visita al Santísimo, la
asistencia a decenas de procesiones durante el año, etc.
Los actos religiosos con mayor asistencia han sido siempre
los de la Semana Santa. El rosario de la Aurora fue también una
práctica piadosa de multitud, celebrada por las calles del pueblo el
primer sábado de cada mes. Se iniciaba a las cinco de la mañana
con un lleno total de personas devotas que copaban de tres a cuatro
cuadras. La presencia de los abuelos, los mayores, jóvenes e
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Marco A. Barrios Henao
incluso niños era la señal de reverencia y solemnidad que este acto
inspiraba. Era propiamente una catarsis. El aire fresco de la
madrugada, la entonación colectiva del rezo al paso lento de la
reflexión, a la manera de mantra, y acompañada en sus intermedios
por el Ave María de Schubert y el Aleluya de Haendel, terminaban
nutriendo la parte noble del espíritu. El sonido gangoso y
distorsionado del megáfono, nunca le restó solemnidad a esta
práctica de congregación. Prácticas similares realizan hoy en día
grupos alternativos de la Nueva Era, que eligen el encanto del
amanecer para renovar sus creencias, para fortalecer sus espíritus y
también para vigorizar sus cuerpos.
En la décadas del cincuenta, sesenta y entrada la del setenta,
todos los días de todas las semanas de todos los años, se celebraban
misas a granel, con menor asistencia en semana, pero con lleno
total en cada una de las distintas celebraciones del día domingo o
festivo. La asistencia a misa en domingos y festivos era una
obligación moral a cumplir para los creyentes, un maquillaje de la
inversión del tiempo libre para los menos devotos, la única y
exclusiva práctica de crecimiento espiritual para los ateos y no
creyentes, y un valor agregado como la mejor disculpa para ver y
dejarse ver.
En los cincuenta, en semana, se iniciaba el día con la misa de
5, seguida de tres o cuatro misas más, una a continuación de la otra.
Una vez finalizada la celebración del primer acto litúrgico, se daba
paso a la jornada de peones, maestros de obra, albañiles, pintores
de brocha gorda y jornaleros. Ya en los sesenta la primera misa se
celebraba a las 5:30, y le seguían dos o tres más, y muy al final de
los 90, las misas del horario matutino en los días de la semana
desaparecieron por completo.
Las misas del domingo —entre seis, ocho o más— contaban
con lleno total y las limosnas se podían medir por poncheradas. El
recaudo de las limosnas se destinaba para el embellecimiento del
templo, una parte; otra, destinada a los menesteres de la diócesis y
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otra para gastos de funcionamiento local. La feligresía nunca supo,
ni tampoco mostró interés en conocer el monto de las colectas, ni
tampoco el valor de los desembolsos de los gastos de
mantenimiento, ni tampoco el valor y destino de los excedentes.
Los fieles nunca fueron infieles con sus obligaciones
religiosas y parroquiales. La gran mayoría pagaba religiosamente
sus diezmos y aún el más pobre —con su aporte proporcional—
buscaba estar a paz y salvo con los asuntos de Dios, así el curita
errara el sagrado destino del diezmo. Los fieles confiaron siempre
en la santidad del párroco; al fin y al cabo cualquier acto religioso
ha sido y es, aún hoy, cuestión de fe, incluyendo la parte humana y
frágil de sus ministros.
En el momento de la homilía —el sermón, como se le
conocía— por regla general, un sacerdote recolectaba las limosnas
por una nave, otro por la otra y dos más por el centro y en
momentos de apremio por exceso de bonanza, fieles con visos de
beatificación —que no dejaran deslizar los dedos en la ponchera—
, acudían a colaborar en la emergencia. El sacerdote durante la
homilía tenía la precaución de mirar de frente a sus feligreses y de
reojo a los encargados de la recolecta, de tal manera que la homilía
siempre diera tiempo suficiente a que los ministros encargados de
la labor sonaran frente a cada feligrés las monedas que unos y otros
ya habían depositado. Una estrategia que siempre arrastraba a los
indecisos y apuraba a los que querían evitarse la vergüenza.
Hoy los recaudos por conceptos de las limosnas son menores,
son tiempos de austeridad, más aún cuando el volumen de
feligreses de la comunidad se comparte con dos centros doctrinales
más —San Judas Tadeo y Santísima Trinidad—. A eso hay que
añadir que el desmejoramiento de la industria del café también ha
disminuido los ingresos generosos de otros tiempos.
La asistencia a la misa dominical y a la misa de los días
festivos era deber católico y obligación civil. Profesores y alumnos
de todos los centros docentes oficiales y privados de Caicedonia y
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Marco A. Barrios Henao
de todas las ciudades de Colombia estaban obligados a cumplir con
este precepto.
El día domingo en la mañana, en las instalaciones de cada
escuela o colegio, luego de la llamada a lista, todos en formación,
con banda de guerra y uniforme para la ocasión, cuidadosamente
preparado desde el día anterior, marchaban rumbo al templo y
luego de regreso una vez terminaba el oficio religioso. En el
camino de ida y de vuelta cada banda de guerra —hoy llamada
banda marcial— hacía lo suyo para lucirse. Mostraban sus
habilidades con los tambores, redoblantes, bombos, platillos,
triángulos, marimbas y cornetas —que nosotros llamábamos
trompetas— que con sus cinco notas de do, sol, do, mi, sol,
lograban interpretar un puñado escaso de melodías que con el
tiempo fueron las mismas de siempre, pero aceptadas, esperadas,
susurradas y disfrutadas por todos. También era el momento
oportuno para lucir el traje de gala de los integrantes de las distintas
bandas marciales.
Sin la pretensión de toques concertinos o sinfónicos, las
bandas de las distintas escuelas rompían la monotonía del pueblo;
era una manera más de recordar que ese día era domingo o festivo;
día para estar alegre, día del señor, día séptimo, día de merecido
descanso, día para renovarse física y espiritualmente tal como lo
mandan los preceptos de todas las religiones y todos los recetarios
de las terapias complementarias del mundo posmoderno.
Luego de los asuntos de la iglesia del domingo o festivo
religioso también quedaba tiempo para el teatro, los cafés, las
cantinas, las fuentes de soda, el chico de billar, la partida de tejo,
naipe o tute, el tejo, los partidos de fútbol en la cancha de la
Gerencia y años más tarde en el Estadio Municipal. Tiempo
también para tomar en alquiler una bicicleta por cuarto, media y
hasta por un par de horas, ir de pesca o paseo al río, ir de visita
donde familiares y amigos, lo mismo que tiempo para leer el
periódico sin afanes en el parque, leer las historias de El Fantasma,
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Tarzán, Dick Tracy, Benitín y Eneas, Pancho y Ramona, etc.,
también día para acudir al barbero, al peluquero, al sastre o a la
modista, ponerse el baúl, disfrutar de un tinto o un pintadito en el
café, ir de visita y reencontrarse con parientes y amigos, tiempo
pausado para saludar amigos y conocidos que hacía días no bajaban
por el pueblo. También tiempo de reposo para cualquier otra
eventualidad que demandara algo de tiempo libre.
El día domingo, en el horario de misa de las 8 de la mañana,
los jóvenes de las escuelas de varones permanecían de pie durante
toda la celebración. En el de las 7, la población femenina de las
distintas escuelas ocupaban las bancas del centro del templo, tanto
por cortesía como por consideración; ellas, más asiduas que los
varones en la hora de participar en el sacramento de la comunión,
asistían en ayunas a la celebración del sagrado misterio. Un acto
valeroso y de resistencia porque las misas del domingo duraban no
menos de una hora.
Durante la celebración eucarística la banda de guerra tenía sus
momentos de intervención. Sonaba el redoblante a la hora del
Evangelio y la banda en pleno —tambores, redoblantes, bombos,
platillos y cornetas— a la hora de la elevación para destacar el
momento más importante del acto litúrgico. Todos sabíamos que la
elevación era el momento más importante. De ahí en adelante, pare
de contar porque todo era en latín. Pero a los fieles nunca les
preocupó ser conscientes de entender la misa y a los ministros
tampoco les preocupaba saber qué tanto había entendido su rebaño.
Al fin y al cabo la fe sin explicar nada ha tenido siempre la
pretensión de dar sentido a todo. Cuando se empezó a celebrar la
misa en español, la actitud de lo religioso fue siempre la misma:
creer que se entendía algo y seguir sin entender el resto.
Una vez terminada la misa, se iniciaba el regreso en
formación. La comparsa era un despliegue y hervidero de juventud
en todas las direcciones del pueblo: al Colegio Bolivariano, a la
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Marco A. Barrios Henao
Normal de Señoritas, a la escuela Dámaso Zapata, a la José Eusebio
Caro, a la Escuela Valle, a la Gabriela Mistral y a la Santa Mónica.
Era también el retrato de la desigualdad social. Los que tenían
vestido completo, es decir, pantalón, saco, camisa blanca, corbatín
o corbata eran ubicados al frente de una formación en fila de cuatro
en fondo. Luego un segundo grupo formaba la fila de los que
solamente vestían pantalón negro y camisa blanca, y al final, en la
cola, los que iban a pie limpio o como podían.
La asistencia a la misa dominical, de carácter obligatorio, era
también una forma más de ocupar el tiempo libre, de sentirnos en
comunidad, en congregación, una forma de darle vida al pueblo y
a nosotros mismos. El tiempo corría lento y la asistencia a cumplir
con este precepto era también una forma lenta y desprevenida para
estar ocupado, de estar entretenido o de socializarnos.
Una vez llegaron las distracciones de las fuentes de soda,
discotecas y el consumo masivo de la TV, la iglesia empezó verse
con menos feligreses.
1969 fue el año en el que esta obligación –ir a misa en
formación— de carácter moral, civil y escolar perdió su vigencia.
La juventud empezó a dedicar su tiempo de ocio a otros hábitos de
esparcimiento. Las fuentes de soda, Castañuelas, Samaritana y
Bonanza se convirtieron en centros de reunión que polarizaban la
atención y presencia de la juventud. Era la ventana al mundo que
la misma gente joven había creado. Era el punto de reunión, de
exhibición, de intercambio de ideas, de información literaria y
científica, lo mismo que espacio para el chisme y el comentario.
Fue el tiempo de la música de la nueva ola, el Club del Clan, Los
Hispanos, Leo Dan, Palito Ortega, los Beatles y Rolling Stones,
entre otros. Tiempo de relativa renovación porque la liturgia se
celebraba en español, y el latín —con vigencia desde 1570—
desaparecía como lengua oficial del ritual católico. Igualmente, fue
el año en que el hombre puso el pie por primera vez en la luna,
además tiempo en el que el boom de la literatura latinoamericana
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ya era un concepto con vida propia en el grupo de los más asiduos
lectores, tiempo cuando el marxismo, con su apología mesiánica,
quería seducir a nuevos seguidores, tiempo en el que algunos,
vestidos con moda foránea y con olor a cannabis, nos mostraban
cómo los síntomas de la contracultura estaban ya incubados en el
seno mismo de la cultura industrializada, tiempo cuando la
minifalda, más allá de las insinuaciones normales que alebrestan a
la otra mitad de los mortales, también dejaba ver que las féminas
mismas habían tomado en sus manos el presente y el futuro de la
revolución femenina.
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Marco A. Barrios Henao
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Mi sentido pésame
El tutelaje de la iglesia católica como única guía espiritual ha
creado una huella visible en algunas prácticas y costumbres de la
población en general. La costumbre, por ejemplo, ha establecido
que cuando alguien fallece, los duelos reciben condolencias o
sentido pésame de sus conocidos, amigos cercanos y familia en
general. También ha sido costumbre rezar la novena a los difuntos,
asistir a las misas que los duelos mandan a celebrar y, por supuesto,
la presencia física de los más cercanos en el momento del funeral.
También ha sido costumbre —seguramente desde que llegó el
primer sacerdote al pueblo—, donar sufragios con días de
indulgencias, que varían el número de días y presentación según su
precio. Existen sufragios con indulgencias de 200 días, de 300, y
así sucesivamente; hay indulgencias de 10 años o más que,
sumados unos con otros, pueden llegar a uno o dos siglos, en
beneficio del alma del difunto, en caso de que su estadía sea todavía
la del Purgatorio.
Las indulgencias es una creación de la iglesia católica para
perdonar los pecados de sus fieles vivos y difuntos a cambio de
ciertas prácticas piadosas —entre estas las que se pagan en
efectivo—. Lutero por su parte atacó de raíz el principio de esta
práctica porque consideró que solo Dios puede justificar a los
pecadores. Pero cuando el papa León X institucionaliza las
donaciones económicas —indulgencias— para cubrir los saldos
rojos de la construcción de la Basílica de San Pedro, Lutero decide
romper con la iglesia Católica y funda el protestantismo. Combate
tanto las indulgencias por las almas en el Purgatorio (Tesis 8-29) al
igual que aquellas en favor de los vivos (tesis 30-8); al mismo
tiempo deja sin piso bíblico la idea misma del Purgatorio —lugar
donde los muertos en pecado venial purgan sus culpas antes de
acceder al Paraíso—. Según la doctrina protestante cada cristiano
se salva o se condena por sus propias acciones. Cada cristiano de
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Marco A. Barrios Henao
forma individual responde por sus actos. Nadie compra, ni nadie
vende descanso eterno o perdón en esta vida o en la otra.
La práctica de esta costumbre pone de manifiesto que nadie
le pone cuidado al contenido del sentido o contenido de lo que dice
un sufragio. La práctica de donar sufragios es un presente que da
relevancia al sentido solidario, religioso, místico, humano, porque
en la esencia humana la vida de cada hombre o mujer está marcada
por un norte místico, divino, trascendental o como quiera
llamársele.
El contenido de los sufragios con número determinado de días
de indulgencia, días de perdón para el alma que está en el más allá,
es un contenido que no lo cree ni el que lo compra, ni el que lo
recibe, ni el que lo vende, ni el que lo imprime, ni el cura del pueblo
que permite y acolita esta práctica. Es una práctica de pura
cosmética funeraria en el orden del sagrado respeto que tenemos
los vivos por nuestros difuntos. Una forma de resaltar en nosotros
mismos el misterio que encierra la muerte en nuestro propio
pellejo. Un evento que nos recalca el lado efímero de la existencia
humana y una forma inexorable de saber que nosotros mismos
estamos en la lista de espera de futuros difuntos.
La compra y venta de indulgencias con nombre propio o en
nombre de las ánimas del purgatorio fueron de libre venta en
papelerías, funerarias, en el atrio, o en cualquier puesto de venta de
artículos religiosos. Aún hoy los sufragios con indulgencias se
compran en las papelerías. Recuerdo muy bien que mis padres,
sobretodo mi madre, acostumbraba comprar indulgencias en
nombre de las ánimas del Purgatorio. Una forma de agradecimiento
por alguna merced terrenal recibida o en su defecto un avance, un
prepago, un adelanto para eventualidades futuras.
Los librepensadores y muchos clérigos católicos le dan la
razón a Lutero. Pero sea que Lutero tenga o no razón, lo cierto del
caso es que nuestro colectivo no solo piensa, sino que cree en las
ánimas del Purgatorio. Para los creyentes y devotos de las ánimas
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la discusión sobre su verdadera existencia está cancelada. Ellos lo
saben, no lo discuten, conviven con ellas y con regularidad reciben
sus beneficios, beneficios más allá del mero azar de las
probabilidades. Otros afirman verlas con frecuencia y una pequeña
multitud afirma una y otra vez que son ellas, las ánimas, las que
hacen las veces de despertador —funciones del inconsciente
colectivo para algunos académicos o función natural del reloj
biológico para otros—.
Creer o no creer, he ahí el dilema de la dimensión espiritual.
En cuestiones de fe, basta con creer para así no depender de
explicaciones. Esa ha sido la fórmula de éxito de las religiones y
en nuestro caso el de la iglesia católica. Un recurso del intelecto
para obviar conflictos de la razón, del afecto o de la existencia.
En este mundo de la cibernética, de la globalización, de los
librepensadores, de la estética como fuente de vida, de la paz
interior como la mejor medicina, del ejercicio de la solidaridad
como la forma más digna de convivencia, la discusión entre
religión y ciencia parece ser un ejercicio intelectual cada vez más
estéril. Ambas unen esfuerzos en la búsqueda de una sociedad más
digna, más justa y también más feliz.
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Marco A. Barrios Henao
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El Willys
Es costumbre asociar la máquina de vapor con la revolución
industrial, el martillo y la hoz con la revolución bolchevique, los
molinos de viento con la cultura europea en general, la espada y el
escudo con el imperio romano, y siguiendo la dinámica del símbolo
que representa a una cultura, el Willys bien podría ser
representativo de la cultura cafetera.
El jeep Willys, el Willys como se le conoce comúnmente, fue
producto de un diseño a pedido para la guerra. El ejército
americano durante la Segunda Guerra Mundial requería un
vehículo pequeño utilitario de cuatro ruedas, 4x4, robusto para todo
tipo de clima y misión, características aparentemente imposibles de
reunir en un mismo espacio; muchos tomaron como broma las
especificaciones del pedido. Este pedido, que reemplazaría la moto
de campaña, exigía que fuera liviano, fuerte y eficiente en todo tipo
de terreno, es decir, apto para todo tipo de travesía: caminos
destapados, montañas rocosas, desiertos y selvas pantanosas. Los
fabricantes finalmente cumplieron con el pedido y durante la
Segunda Guerra Mundial se produjeron más de 700.000 unidades.
Fue un vehículo que se utilizó en casi todos los cometidos de las
tareas militares y de la guerra. A partir de 1941 participó en todas
las campañas de la Segunda Guerra Mundial. Se le utilizó como
vehículo ametralladora, de arrastre de cañones, de reconocimiento,
como lanzacohetes, ambulancia, camioneta, taxi, portador de
municiones, para los tendidos de alambre de púa, como altar, como
carroza de exhibición en los momentos de victoria y también como
trinchera. El general George Catlett Marshall, jefe del Estado
Mayor del Ejército durante la Segunda Guerra Mundial y
Secretario de Estado norteamericano, describió al jeep como “la
mayor contribución de los Estados Unidos de América a las
operaciones de guerra modernas”.
Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, Estados
Unidos estaba inundado de esta mercancía que vendió a los países
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Marco A. Barrios Henao
del tercer mundo a precios muy económicos. Sin saber la suerte que
se corría y para fortuna de la región, Estados Unidos se deshizo de
un cañengo que a la población campesina de la región cafetera le
cayó como anillo al dedo. Conocido el éxito de la versión
Minguerra, los fabricantes se decidieron por una versión civil y
crearon el CJ (Civil Jeep), versión que adquirió domicilio
permanente en esta región, siendo el modelo 54(CJ-3B) el más
conocido entre nosotros.
El Willys y el café apalancaron el progreso de toda la
región del Viejo Caldas. Ambos foráneos, el uno llegado de Arabia
y el otro de Usa, han sido piezas fundamentales en la economía de
la región. Este todoterreno, a su vez económico y multifuncional
aún hoy sigue haciendo presencia en todas las prácticas agrícolas y
de transporte en las vías veredales de la comarca. Fueron los Willys
los que convirtieron en carretera las trochas trazadas por las mulas.
Se le carga con todo: con racimos de plátanos, o de banano, con
bultos de yuca, de café, de abono, con materiales de construcción,
o con cupos hasta de veinte y más pasajeros sin reparo por el estado
del tiempo o estado de la vía, porque de antemano se sabe que los
rigores de la trocha, carretera destapada, en mal estado o
empantanada son apenas el estado natural de su desempeño. Estos
vehículos hechos sin confort alguno, también han estado presente
en cometidos humanitarios. Improvisados como ambulancia, cama
o camilla de parto ratificado por decenas de nacimientos inducidos
a veces por la reciedumbre agreste de la topografía andina.
También usado para transporte de difuntos víctimas de la violencia
o de fallecimiento natural.
Fueron diseñados para aguantar el uso y el abuso. Parecen
inmunes al tiempo y el trajín no les hace mella. Mientras los Willys
han pasado ya por la décima reparación de motor, y otras tantas
veces por restauración de pintura, y remodelación del chasis, aún
les queda tiempo de servicio para dos o tres generaciones más de
usuarios. Sus primeros dueños, por el contrario, son hoy personas
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de muy avanzada edad o fallecidos en su mayoría. Al final de
cuentas nadie sabe cuánto tiempo puede durar un Willys.
Se ofrece, se compra y se vende un yipao de plátano, de yuca,
de banano, de naranja, de mandarina, de carbón, de arena, de
piedras, de ladrillos, de cemento o de cualquier cosa que merezca
ser transportada; se pregunta también por un yipao de trabajadores
en tiempo de cosecha, o se hace memoria de los yipaos de gente
que por más de medio siglo, colgados en forma de racimos, se les
ha visto enrutados en dirección de los cuatro puntos cardinales. “El
yipao”, esta agreste y práctica unidad de medida inventada por el
común y corriente, designa la relación de peso o volumen de la
capacidad de arrastre de estas mulitas mecánicas. A pesar del rigor
que requiere cualquier unidad métrica del mundo moderno, esta
improvisada unidad de medida, este provisional formalismo —el
yipao—, calculado a buen ojo de experto, validado y practicado en
la vida cotidiana, aún hoy conserva su vigencia.
Un yipao aparenta ser el colmo de la exageración; pero no lo
es. Es por el contario una representación digna que exalta la
eficiencia de lo simple, de lo elemental. Después de atiborrarlos al
tope con cualquier tipo de propósito, queda siempre espacio para
alguna improvisación. Siempre con el temor de que “eso, eso no va
caber” —como dice la canción del grupo Bandola—, temor
infundado, repetido y desmentido a la vez, porque la sabiduría
campesina curtida y jubilada en este arte de improvisar, siempre
encontrará en ellos un espacio de más. De hecho se da por sentado
que en un yipao cabe todo el menaje de una familia campesina:
enseres, matas, mascotas y miembros de la familia; incluye también
abuelos, tíos y parientes en casos excepcionales según lo amerite la
necesidad.
También aprovechado para el descanso y el esparcimiento.
Domingos y días festivos es normal ver un yipao familiar que va
de paseo al río. El yipao que va de paseo incluye a la familia,
amigos de la familia, a los invitados, a los que se pegan y a los que
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Marco A. Barrios Henao
llegaron al momento de la salida. Además de los veraneantes, el
yipao sale cargado con: neumático inflado —sin importar el
tamaño—, balón para los muchachos, pelota de letras y balones
grandes livianos para los más pequeños, olla grande —la más
grande, para el almuerzo—, un par de varas para hacer un intento
de pesca, carpa o su sustituto para el sol de mediodía y descansos
intermedios y por supuesto mucho revuelto para preparar el
sancocho. Sin que vaya a la vista, en algún lugar, están también el
machete, la peinilla, enseres de cocina, toallas, vestidos de baño,
repelentes, cualquier imitación de botiquín, cigarrillos, cerveza,
aguardiente, tambores, carrascas, maracas, guacharacas, dulzainas,
flautas, guitarras y de pronto también un acordeón, una tuba, una
trompeta, o un violín. Una vez los paseantes retiran la carpa,
aparece en pleno la magia del más económico y divertido
convertible que se conozca.
Por todo lo anterior, este todoenuno, ha despertado el apego
de todos sus usuarios. Sus encariñados dueños, usuarios y fuerzas
civiles de diferentes municipios de la región y del mundo le brindan
muestras de afecto con adornos y accesorios llamativos. En internet
existen decenas de direcciones de grupos en todo el mundo que en
torno al Willys han creado grupos de amigos que buscan
simplemente disfrutar su desempeño o de talleres que se ocupan
del mantenimiento.
En distintos municipios de la región cafetera -aunque también
los hay en otras regiones del país- sus fiestas de fundación, fiesta
patronales o comerciales acostumbran a incluir en sus
programaciones eventos que hagan alusión al jeep, al yip, al yipe,
al Willis, al Willies, al Willys, o como se le quiera llamar, porque
al fin de cuentas el nombre es lo de menos.
Del apego que estos extraordinarios vehículos despierta en
usuarios y propietarios se han derivado conceptos,
comportamientos y costumbres. El más reciente de todos es el
deporte del empujao (youtube, empujao-caicedonia), una
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competencia con su respectivo reglamento realizada en Caicedonia
en 1997. Con un equipo integrado de cinco participantes, con motor
apagado y todos empujando se trata de lograr el menor tiempo
posible en una distancia determinada; un desempeño que requiere
mucha condición física. Detrás de cada equipo, el grupo de amigos
entre cincuenta y cien personas o más en bicicleta, en moto o a pie
animan a su equipo que por lo general representa el barrio, la
comuna o la vereda.
Otra forma de distracción elevada a exhibición son los pique
y el trompo. Ambos desempeños requieren gran pericia del
conductor. El pique se realiza con una carga de 1800 kg de peso y
con rodamiento continuo en las dos llantas traseras. Se reconoce
como ganador a quien en línea recta logre el mayor recorrido. Otra
modalidad son los trompos que consiste en hacer girar en
circunferencia al jeep en el mismo sitio apoyado solamente en las
dos llantas traseras y con el mismo peso de 1800 kg. El ganador
será quien logre el mayor número de giros.
Municipios como Caicedonia y Montenegro han levantado ya
su monumento a este singular ejemplar. En el territorio cafetero,
los concursos y las vistosas exhibiciones del “mejor yipao” son
cada vez más comunes y las campañas de promoción turística no
tardaron en elegirlo como distintivo del folclor regional de la zona
cafetera. Las ciudades de Calarcá y Armenia son famosas
nacionalmente por destacar en sus fiestas el concurso del “mejor
yipao”. En febrero 7 del año de 2006, en la ciudad de Armenia, se
batió el record Guinness con la “caravana más larga de automóviles
de una misma marca” (Largest parade of jeep Willys) con un total
de más de 370 vehículos Willys CJ.
Las muestras de simpatía a este mítico jeep van más allá de
nuestro entorno regional. Hollywood le reservó su espacio en
películas tan famosas como Indiana Jones, Good Morning
Vietnam, MASH, Una mente brillante y El paciente inglés, entre
las más famosas; también la tv americana presentó al mundo la
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Marco A. Barrios Henao
serie Combate, un seriado con incontables capítulos de guerra y en
el que con frecuencia hacían presencia estos todoterreno —
Combate una serie de la tv americana vista en todo Colombia en el
único canal en blanco y negro que existía en ese entonces; finales
de la década de los 60—.
Existen registros gráficos de los días de la guerra, en los
cuales se puede ver a Churchill y Roosevelt montados en un Willys
pasando revista a las tropas. Neil Armstrong, el primer hombre en
caminar sobre la luna, en su desfile de bienvenida en Bogotá,
saludó desde un Willys a la multitud que lo ovacionaba. La cuota
femenina de los famosos estuvo a cargo de Marilyn Monroe quien
desde en un Willys saludó a los soldados del ejército americano
durante la guerra de Corea.
Yipao es la unidad de medida de peso o de volumen que
puede movilizar estos vehículos; también designa a los desfiles o
concursos de que son objeto. Yipero se llama a quien lo conduce
y Gente Jeepera son los amantes y gomosos del club jeep Willys
clásico de España, una organización con sede en Andalucía que
tiene como objetivo recuperar todos los Willys en mal o pésimo
estado y su lema es: NO LO ABANDONES, ÉL NUNCA TE
ABANDONÓ. En Bogotá, la empresa Original Willys, fundada
en 2005, es un taller especializado en mantenimiento, reparación,
restauración, remodelación y asesoría de todo lo concerniente con
el jeep Willys, tanto en su versión civil como militar. Este taller
también aporta su definición: COMPARTIMOS LA PASIÓN Y
EL CARIÑO POR ESTAS GRANDES MÁQUINAS QUE SON
ALGO MÁS QUE CARROS… SON WILLYS.
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CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2
36
Marco A. Barrios Henao
Dinosaurios en Caicedonia
Cuando mi hijo tenía eso de seis años y había visto ya varias
películas de dinosaurios, había disfrutado largas horas con
videojuegos del mismo tema y había coleccionado figuras y fotos
del Tiranosaurio Rex y otros tantos, me preguntó si aquí en Cali
habían habitado ejemplares de esta excepcional especie. Me tomó
por sorpresa y en verdad no recuerdo que le respondí.
Para variar, en uno de mis viajes familiares a Caicedonia, un
sobrino en la misma edad de mi hijo con el mismo consumo de
información y con la misma colección de fotos y caramelos de estos
fascinantes ovíparos, en compañía de mi hijo me hizo la misma
pregunta. Ambos notaron mi estado de incertidumbre y sin
anestesia y sin compasión, mi sobrino apuntalado en la
complicidad de mi hijo, contraatacó y familiarmente me preguntó:
¿Tío, no sabe o no habían? Me quedé frío; pero me salvó la
campana, porque el llamado de una de las tías a la hora del algo
con olor a ponqué de chocolate y a helado de vainilla hizo que de
momento estos enanos inquisidores se olvidaran del asunto.
La cuestión era que estaba frente a un imaginario inofensivo,
un acertijo entretenido, que me despertó curiosidad y que creí
valdría la pena dedicarle algo de mi tiempo libre.
Pensé que la respuesta, ante ausencia de evidencias científicas
locales, sería solamente cuestión de un ejercicio puramente teórico,
un ejercicio lógico, es decir, preguntas y respuestas ordenadas hasta
llegar a una conclusión que más o menos coincidiera con lo que la
gente normalmente dice que cree o que sabe.
En primer lugar había que aclarar que negar algo, no es lo
mismo que negar su existencia. Decir que no sé, si una cosa existe,
no es lo mismo decir que no existe. Para empezar había que tener
claro que ambos enunciados, bien sea que se les mire desde una
sana lógica o desde el mero sentido común, son enunciados del
todo diferentes.
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CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2
Cuando menos pensé, la manía de los dinos y de los saurios
ya me había poseído y el acertijo del triásico, jurásico y cretácico
empezaba a zumbarme en la cabeza. Le eché un vistazo de nuevo
al asunto y constaté una vez más que se trataba de una historia con
edad millonaria, más antigua que la misma historia sagrada y con
un peso pesado, pesado en centenares de toneladas. Y claro está
que responder a preguntas de vecinos que pudieron haber existido
alrededor de cien, doscientos o trescientos millones de años atrás,
es cosa seria, como dicen hoy en día los muchachos.
Decidí poner orden en mi cabeza.
Empecé por preguntarle a alguien que yo suponía que sabía
lo que yo no sabía. Para mi sorpresa, fallé. Mi amigo tampoco
sabía; ni se le había ocurrido pensar si por acá por estos lares de
Caicedonia alguna vez deambularon tales reptiles. Ambos de
manera desprevenida y con actitud casi olímpica, habíamos creído
siempre que este tema de la paleontología era propiedad intelectual
y exclusiva del primer mundo. Sin embargo mi amigo confesó
haber sido objeto de acoso por parte de sus hijos y sobrinos
respecto al tema.
Siendo mi amigo como es, un estudioso de academia, curioso
y sensible a todo lo que huela a ciencia, y a todo lo que le alimente
su saber, de una se interesó en el tema y nos dimos a la cacería
sáurica de conceptos, datos y cualquier tipo de información que nos
pudiera llevar a buen puerto. Sin saber qué tan seguro era el puerto
al que llegaríamos, inauguramos nuestro empeño con un
refrescante ¡salud!, con olor y sabor a cebada.
El resultado final de esta buena intención de búsqueda
intelectual quedó dividido en dos partes: una reflexión desatinada
que nos llevó a la creación de una malformación teórica y una
segunda parte, corrección de la primera, que esperará a ser
confirmada en tiempo futuro. La primera parte de este acertijo fue
un ejercicio puramente teórico, fruto de una conversación informal
iniciada en una de las bancas del parque central.
38
Marco A. Barrios Henao
Para responder la pregunta, del tema en cuestión, hicimos
memoria de algunos programas de Discovery, algo que habíamos
visto en la internet y alguna que otra cosa que habíamos leído en
periódicos, revistas y uno que otro libro que habíamos ojeado.
Así, atando cabos, fuimos juntando una cosa con otra y
encadenando argumentos: llegamos a la conclusión de que aquí en
nuestro vecindario, efectivamente deben existir fósiles gigantes de
dinosaurios.
Las consideraciones que tuvimos en cuenta fueron las
siguientes: primero, cuando aparecieron los dinosaurios, hace 300
millones de años, estaban todos los continentes juntos en uno solo
llamado Pangea, es decir, estaban todos los dinosaurios en un solo,
único y extenso territorio. Segundo: cuando Pangea inicia su
proceso de separación, quedaron dinosaurios esparcidos en cada
uno de los cincos continentes. Tercero: A la fecha se han hallado
fósiles en todos los continentes: África, Asia, Australia, Europa,
Norteamérica y Sudamérica, que es el que nos interesa.
Estos tres eventos corroborados por la paleontología, nos
daban pie para concluir que efectivamente, aquí también debieron
haber existido ejemplares de este grupo de criaturas. Para concluir
contundentemente, mi amigo elaboró una apreciación, por
supuesto teórica, que parecía ser el argumento definitivo. Dijo que
por la ley universal de los líquidos, llamada también ley de los
vasos comunicantes, sólo bastaba dar un vistazo a lo que teníamos
y llegaríamos a la conclusión correcta. Es decir que si en los
extremos de un fluido homogéneo, había positivos, se concluye que
en su centro tendría que existir lo mismo que en sus extremos. Y
como Colombia, concretamente Caicedonia, es más o menos
equidistante al lugar de los hallazgos, es decir, está más o menos a
mitad de camino entre Estados Unidos y Argentina, donde se han
hallado restos de dinosaurios, entonces aquí debía haber lo mismo
que en sus extremos. Así de sencillo.
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Las evidencias de los hallazgos en Norteamérica,
Centroamérica y Suramérica, eran las pistas convertidas en
premisas con las cuales nosotros habíamos armado la conclusión
de nuestro rompecabezas. Juntamos todas estas consideraciones
teóricas a una estructura lógica y planteamos la pregunta: ¿si los
hay en todas partes, por qué aquí no? Ya andábamos por la tercera
cerveza.
Ese fue el recorrido que hicimos para llegar a la conclusión
de que aquí en Caicedonia también existieron dinosaurios. “Una
conclusión contundente para una fecha soberbia: la celebración de
nuestro primer centenario”; dijo mi amigo y con inspirado acento,
remató: “¡salud!”.
Coincidimos en el hecho de que si nuestros arqueólogos,
paleontólogos y a la vez geólogos, llamados cariñosa y
profesionalmente guaqueros, aún no han encontrado a la fecha
ejemplar alguno, no valida para nada la negación de su existencia.
Es solo cuestión de tiempo, de encontrar el sitio que tiene que ser,
el sitio que está esperando a ser descubierto.
Consideramos también la posibilidad de que las fuerzas
colosales de los movimientos telúricos en la formación de nuestras
cordilleras hayan sepultado a estos descomunales lagartos a
profundidades de igual proporción. Ahí la solución sería la misma:
seguir insistiendo, ajustar la precisión del cateo y cavar tan
profundo como sea necesario.
Una cerveza más y ya habíamos decidido que la generación
de nuestros sobrinos y primos, que entre ambos suman como
quinientos, tendrían la obligación moral de ocuparse del tema y
quedaba de una vez establecido como tema central para el próximo
cincuentenario. Y también acordamos presentar al Concejo
Municipal un proyecto de ley para que con antelación se decretara
día cívico a la fecha del día del hallazgo del primer esqueleto
genuino. En el entusiasmo, mi amigo desafió toda posibilidad de
error: “No importa que a la fecha no hayamos desenterrado ni
40
Marco A. Barrios Henao
siquiera una pestaña de estas lagartijas gigantes”: “Ya llegará su
día para encontrarlas. No olvide que la teoría jalona la ciencia y
que el hallazgo o el experimento, lo único que hace es echarle la
bendición del bautizo”, cerró con broche de oro; sin dar tregua
añadió: “la humanidad primero fue teóricamente a la luna, el viaje
de ida y regreso, fue solo la comprobación de que la teoría era
correcta y que el desempeño técnico estuvo ajustado”. Todo
parecía andar sobre ruedas: todas las preguntas parecían tener su
respuesta correcta; todo encajaba.
Terminó la sesión porque mi amigo se desbordó de alegría:
se enlagunó. Le fluyeron deseos incontenibles de bailar y cantar en
la mitad de la calle a eso de las dos de la tarde. Quería celebrar su
discurso, su invento, su teoría. Le lidié la rasca, pagué la cuenta y
a media noche lo llevé a su casa.
Días después, pasada la rasca, ya en sano juicio, a mí me
quedó sonando el asunto éste y me preguntaba qué tan probable
era, en verdad, la existencia física de estos ejemplares que
andábamos buscando, y qué tan probable era que algún día, en
algún recodo de nuestra geografía municipal se diera tal hallazgo.
En mi estómago algo me decía que estábamos como despistados.
Coincidencialmente me llamó mi amigo y me dijo que nos
olvidáramos de todo lo dicho, porque a él ese cuento de los
guaqueros, de los hallazgos en todo el suelo americano, de los
vasos comunicante, del día cívico y demás cuentos de borrachos,
no era más que el engendro de un espantoso mamarracho, que había
que reconstruir totalmente.
Así que volvimos a la mesa de diseño y empezamos de cero.
De un solo tajo abandonamos nuestra fallida creación porque, por
cualquier lado que se le mirara, no tenía arreglo; así que borrón y
cuenta nueva fue la nueva consigna.
Sugirió mi amigo que nos contactáramos con alguien que él
conocía y de quien estaba seguro, que sí sabía lo que nosotros no
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sabíamos. Esta vez, ambos, menos efusivos escuchamos con
atención, con mucha atención.
El nuevo miembro de la cofradía, sí que sabía bastante del
tema; graduado de geofísico de la Universidad de Leipzig leyó las
conclusiones a las que habíamos llegado y de entrada descubrió que
habíamos hecho una casa en el aire; con una sola pregunta, nos
derrumbó todo el castillo; para finalizar, el especialista contrapuso
que el modelo de la ley de los vasos comunicantes no guarda
ninguna semejanza, ni proporción, ni sentido, ni validez en su
aplicación con la presencia de los dinosaurios en esta localidad.
Hasta se nos puso filósofo porque con la autoridad que manejaba
su discurso y el halo de sabiduría que contrastaba con nuestro
silencio absoluto, se colocó el mismo en un púlpito desde donde se
explanaba a sus anchas. Sabía que estábamos atentos a lo que
dijera; producía miedo y a la vez inspiraba reverencia.
Retomó la comparación de los vasos comunicantes y dijo que
eso era como tratar de medir la felicidad del primer beso con la
demostración matemática del teorema de Pitágoras o del teorema
del triángulo de Las Bermudas, añadió con sarcasmo. Como si
fuera poco, preguntó si nosotros éramos los padres de esa teoría.
Nuestro ruidoso y estruendoso NO, cantado en coro y con
expresión de extrema seriedad, sorpresa y nerviosismo nos dejó al
descubierto. Esa fue la sentencia final de nuestro desempeño;
acabábamos de descubrir que habíamos estado miando fuera del
tiesto.
Según nuestro amigo el especialista, el rompecabezas que
habíamos armado estaba incompleto porque habíamos omitido
algunos detalles. Primero, según los hallazgos de la ciencia de la
geología, de la paleontología, han demostrado en la historia de la
geología colombiana que cuando existió Pangea como tal, casi todo
el territorio de Colombia era mar, solo mar. Prueba de ello son las
minas de sal de Zipaquirá y otras del territorio nacional, minas que
se formaron una vez se evaporó el mar o se retiró de su lecho. En
42
Marco A. Barrios Henao
el ámbito local también se evidencia este hecho en el sabor salubre
de una de las quebradas de la vereda El Salado, sitio que fue una
vez centro de distribución de sal a poblaciones aborígenes de la
región.
Esa es también la razón por la cual se encuentran conchitas,
fósiles de invertebrados llamados nautilus, piedras con forma de
caracol que con frecuencia se encuentran a orilla de carretera, en
excavaciones de guacas o en construcción de cimientos a lo largo
de la superficie del Valle del Cauca y también del territorio de
Boyacá. Segundo, la cadena montañosa de Los Andes es
geológicamente joven, de formación reciente, es de hace apenas
25-30 millones de años; para ese entonces ya los dinosaurios
habían desaparecido todos por completo; tuve la tentación de
preguntar que, de pronto, los dinosaurios que volaban, hubiesen
podido haber llegado hasta acá; pero me quedé callado, porque en
boca cerrada no entra mosco. La segunda vez que cerré el pico fue
cuando me abstuve de preguntar si los hallazgos de Villa de Leyva
pudieran darnos alguna cercanía tanto física como teórica. Nuestro
especialista, que ya había tomado vuelo de sabio venerado, me leyó
el pensamiento y sin preguntársele, anticipó su comentario y aclaró
que los hallazgos en Villa de Leyva son restos de cronosaurios,
animales con aletas de vida marina, que no pertenecen al grupo de
los dinosaurios, porque ninguna especie de dinosaurio fue marina.
Además eran herbívoros por la estructura de sus dientes y de sus
patas en forma de tubo. Asimismo los hallazgos de colmillo
gigantes encontrados en el Valle del Cauca son colmillos de
Mamut, animales que se extinguieron hace apenas diez mil años.
Luego de haber desgranado argumento tras argumento con un
absoluto NO EXISTIERON, concluyó la presentación del
especialista y también nuestro deseo de seguir indagando. Así
terminó la segunda parte de este episodio. Como si el especialista
nos hubiera pasado una aplanadora por encima, dijo que si
seguimos escarbando en nuestro suelo cafetero, encontraremos
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guacas, entierros, esqueletos de perros, gatos, gallinas, caballos,
asnos, etc., y que cuando encontremos el esqueleto de una lagartija
lo tomemos como premio de consolación porque es todo lo que en
estas tierras nos queda del pasado sáurico.
Mi amigo, el geniecito, algo así como medio berraco, para
evitar futuras incursiones en el tema, decidió que se pregonara por
todo el pueblo durante tres días, negando de una vez por todas la
presencia pasada, presente y futura de tales exponentes, y que se
colocara en cada entrada intermunicipal del pueblo un aviso grande
que se viera y que dijera: “Caicedonia nunca fue tierra de
dinosaurios”.
Aunque mi amigo acostumbra a enlagunarse con cierta
facilidad, niega que el desatino del perifoneo y la desproporción
del aviso gigante hubiese sido idea suya y me la atribuyó a mí.
Como sea la versión verdadera, agradezco a mi amigo el
especialista que con información precisa nos sacó del atolladero y
a mi amigo genio, que me haya acompañado en esta aventura de
encontrar una respuesta a un tema que a pesar de la desaparición de
sus ejemplares físicos sigue fascinando a grandes y chicos de todos
los tiempos y lugares; un tema que por el aspecto fantástico y gran
tamaño de estos ejemplares ha cautivado la imaginación por
generaciones; un tema central en la cultura popular, plasmado en
exposiciones, parques temáticos, museos, obras de ficción,
documentales, publicidad, novelas, videojuegos, historietas y en
general en todo tipo de bibliografía. Un tema siempre cautivante y
recurrente a la imaginación humana en cualquier punto geográfico
del planeta.
Un tema, que en nuestro caso, buscaba dar respuesta a una
pregunta inocente de un sobrino que en un día común y corriente,
se le ocurrió también hacer una pregunta común y corriente: “¿tío,
en Caicedonia existieron dinosaurios?”
Al concluir la redacción de este episodio, “doy gracias a
Dios”, dijo mi amigo, “que al momento ningún pariente, cercano o
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Marco A. Barrios Henao
lejano, primo, sobrino, tío o cualquier ciudadano del común, se le
haya ocurrido a la fecha preguntarme por la existencia pasada,
presente o futura de los Ovnis, ni que alguien llegase con la
ocurrencia de querer saber el peso atómico de las ánimas del
purgatorio, o el número exacto de pixeles necesarios para
comprobar su existencia, ni mucho que llegase alguien con el
disparate de averiguar la dirección virtual del Muán, de la Patasola,
la Llorona o cualquier otro referente de nuestro imaginario
colectivo”. Una vez se terminó el sermón, dije, Amén.
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Marco A. Barrios Henao
Israel Motato
Una noche, por allá en 1976, a eso de las nueve, estaba yo
sentado en la esquina del parque de Las Palmas, diagonal a la
antigua cárcel, esperando una flota Magdalena en la que llegaba un
familiar. De pronto se me acerca un caballero con requinto en mano
y me dice: “hola, mijo”. Era Israel Motato. Fue un encuentro
afectuoso. Me preguntó por mi familia, por los estudios, y por todo
lo que uno pregunta en un encuentro ocasional de paisanos. Hacía
uso de su derecho de enterarse por todo lo de mi familia, porque
fue compinche de mi tío Reinel, con quien hizo música desde que
tuvieron uso de razón, compañero de crianza de todos los hermanos
y hermanas por parte de mi madre, lo mismo que conocido cercano
y de saludo cordial de todo el familión por parte de mi padre.
La sorpresa de mi vida me la llevé cuando una noche, después
de este encuentro ocasional en el parque de Las Palmas, en una
emisora local de Cali, sonó una melodía tan conocida como el
mismo Himno Nacional. Al final de la melodía, dijo el locutor: “del
compositor Israel Motato, Ocúltame esos ojos”. Convencido yo del
despiste del locutor, comenté el incidente en casa y para mi
sorpresa, ratificaron mi error. No salía del asombro al confirmar
que la pieza musical, reina del despecho, era fruto de la inspiración
de un tío amigo a quien conocía tanto como mis propios tíos y de
quien, además, había disfrutado tantas serenatas en casa. Yo ya
había cumplido veinticinco años para ese entonces; solo a esta edad
me di cuenta por cuanto tiempo había tenido esta evidencia debajo
de mi nariz. Esta vez convalidé una vez más que “sorpresas te da
la vida, la vida te da sorpresas”.
Israel Motato y Reinel Henao, un tío materno, fueron músicos
de vocación. Ambos virtuosos lectores de música a primera vista.
Un logro enorme porque por allá en los años cuarenta, sin
academias de música, uno no se explica cómo y bajo qué manto de
iluminación, estos paisanos nuestros, sin estudios de primaria,
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lograron dominar magistralmente el bello arte del lenguaje del
pentagrama.
Ambos nacidos y criados en Caicedonia del linaje más
humilde que uno se pueda imaginar. Ambos acosados por las
urgencias inaplazables de la supervivencia, tomaron rumbos
diferentes; se aferraron a lo que más amaban y lo que mejor sabían
hacer. Reinel, con su trompeta y su destreza empírica, se hizo
director de la banda de Caicedonia. Igualmente director de la banda
del batallón de Tuluá, lo mismo que de la banda de Corinto, y de la
de Candelaria cuando ésta era de reconocimiento nacional. Israel,
por su lado, pasó la mayor parte de su vida en Caicedonia. Se quedó
en el pueblo componiendo y tratando de sobrevivir.
El mismo Israel aseguraba que empezó a componer a los siete
años de edad. Contaba mi madre que mi abuela contaba, que con
frecuencia Israel, siendo aún adolescente, en sus momentos de
inspiración, de un sobresalto sorprendía a sus amigos en auxilio de
papel y lápiz, para exorcizar nudos que le apretaban la garganta.
Modo de ser que terminó siendo normal entre familiares y
allegados.
Así de sobresalto en sobresalto, armado de garabatos, nota a
nota con la virtud de un alquimista, las arrumaba todas en alguna
esquina del pentagrama, y desde allí agazapado, lograba sorprender
al Olimpo arañándole melodías, que a la final terminaban sonando,
tal como suena aún hoy, el eco de nuestros anhelos y de nuestras
ilusiones. Tal como suena el eco de la tusa, y del desamor.
Con la asistencia permanente de todas las musas, con la ayuda
de las ánimas del purgatorio en pleno, con una que otra manito de
las once mil vírgenes y algún sortilegio que mantuvo siempre en
secreto compuso música por costalados. Su producción demandará
una década de trabajo académico con lupa en mano para conocer
finalmente el valor del legado cultural, de este talentoso hombre
nacido, criado, aplaudido y recordado en la música del sentimiento.
48
Marco A. Barrios Henao
En el programa Serenata del canal regional de Antioquia, con
fecha de abril 4 de 2009, antes de iniciar la interpretación musical
de Ocúltame esos ojos, el locutor hizo referencia a las más de mil
composiciones, música y letra, de inspiración de Israel. Mil
composiciones, una cifra que se queda corta. En “Charlemos con
Manuel Tiberio” (http://capsula.blip.tv) en palabras del mismo
compositor, existen en su haber más de 10 mil composiciones, de
las cuales, aproximadamente, 1500 han sido grabadas en el
mercado mundial en voces de más de 1000 artistas diferentes de
todo el mundo hispano. En su propia voz quedaron grabados más
de 35 discos. Con 123 versiones y difundida mundialmente en la
voz de Antonio Tormo —a quien equivocadamente se le atribuye
su autoría—, Ocúltame esos ojos es la pieza más conocida de toda
la producción de Israel.
Su música, su talento, su inspiración, su dedicación se
convirtió también en legado familiar. Sus hijas, Eunires y Claudia
Motato con sus brillantes interpretaciones dejan ver cómo sus
biologías también fueron poseídas por la mágica forma musical de
sentir el mundo y de sentir la vida. Este dueto, con el nombre
artístico de las Colombianitas de gran calidad vocal en sus
interpretaciones, se puede disfrutar en YouTube, donde nutridos
comentarios de distintos países de habla hispana y sajona hacen
reconocimiento a la calidad artística de estas dos paisanas.
Israel y Reinel durante sus vidas hicieron música, sólo
música, porque a eso vinieron a este mundo y murieron pobres
porque toda la vida se la pasaron en eso, haciendo música, música
para pobres y despechados.
Un arte convertido en oficio y luego en profesión, para ese
entonces casi no remunerada. Reinel, por ejemplo, cuando ya era
director de la banda de Caicedonia, cuadraba el resto de su salario
con una lavandería que él mismo había improvisado y en la cual él
mismo era gerente, administrador, aplanchador y mensajero. Años
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más tarde comprendí el motivo de por qué mi madre me mantuvo
siempre tan cerca de la música, pero tan lejos de los músicos.
Pero gracias a mi tío y a su música, tuve la fortuna de estar
presente durante varios años en las corridas de toros, cuando estas
se celebraban en el espacio de la Plaza de mercado, lo que es hoy
la galería.
Allí en este espacio con motivo de las fiestas de aniversario
se improvisaba cada año unas graderías de dos pisos —algunas de
estas construcciones osadamente llegaron a tener tres pisos—. Al
principio uno podía creer que estos enormes andamiajes se
sostenían en pie de puro milagro, pero años más tarde se
comprendió el misterio gracias al descubrimiento de las
propiedades de un pasto gigante llamado guadua, un acero vegetal
prodigiosamente resistente.
Mi desempeño en la banda municipal en los eventos de la
tauromaquia del pueblo era sencillo. Mi obligación voluntaria e
interesada era el de cargar, cuidar y brillar la trompeta del director
de la banda, mi tío. De muchacho ese fue mi boleto de entrada por
varios años consecutivos a la así llamada Plaza de toros.
Todos los espectadores sabían cuando llegaba la banda de
músicos a la Plaza de toros. Todos la habían oído tocar en las calles
del pueblo anunciando que era tarde de toros. Luego de un pequeño
receso, los músicos a la voz de uno, dos y tres exhalaban en sus
instrumentos a todo pulmón el excitante encanto del pasadoble; así
se prendía el mecho, se iniciaba la fiesta y ¡OLÉ!
Se daba inicio a la fiesta brava. No tan brava porque por
aquellos años los toros regresaban vivos al encierro, después de que
el animalito quedaba extenuado y aburrido de tanto correr. No se
les mataba, no porque fuésemos ambientalmente adelantados o
porque fuésemos sensibles al dolor de estos indefensos, sino
porque los toros, por su peso, tamaño, bravura y ausencia total de
casta eran de por sí un peligro público. Todos en el ruedo
valientemente acordaban que era mejor dar paso al siguiente toro.
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Marco A. Barrios Henao
El público además los apoyaba, porque no había razón para tomar
riesgos innecesarios. Años más tarde cambiaron las exigencias del
mercadeo y la publicidad. Se obligó a los actores de la fiesta brava
a incluir en sus faenas el despiadado e inhumano sacrificio de estos
desventurados bovinos. Años más tarde despareció casi por
completo la práctica taurina. Todos las recuerdan, nadie las
pregunta, y ya casi desaparecieron de la programación de las fiestas
de aniversario.
Este par de músicos de vocación, maestro uno en la ejecución
de la trompeta, maestro el otro en el arte de la composición se
quedaron para siempre en nuestro recuerdo.
La obra musical de Israel de por sí desbordante en
abundancia, ha sido interpretada por reconocidos intérpretes entre
los cuales se incluyen artistas como Olimpo Cárdenas, Julio
Jaramillo y el Charrito Negro. Las Hermanitas Calle no solo
interpretaron sus creaciones, sino que también iniciaron su carrera
bajo su tutelaje.
Ocúltame esos ojos, la composición más conocida de Israel,
es la flor imperial en Colombia y en países vecinos en el género
musical del despecho. Un legado que le canta a la añoranza, al
desencanto, a la desilusión, a la desteñida esperanza de que un día
muy cercano vamos a ser felices para siempre, un género musical
que mima, consiente y maltrecha nuestro lado más vulnerable: el
del afecto. Una compañía incondicional para todo momento de
apremio y soledad sentimental. Un bálsamo que refresca el ahogo
de la tusa, del desamor, de la desolación, de la desazón, y de la
impotencia. Nos acompaña en el momento que se nos cierran las
puertas, cuando nos enamoramos en contravía, cuando nos
enamoramos de lo ajeno, de lo prohibido o a destiempo, cuando
nos toca el papel del amante despreciado o cuando amamos, sobre
todas las cosas, lo que el destino desde la eternidad nos tenía por
negado.
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Una vez que uno se entona, la música del despecho nos
consiente, nos distrae, nos engaña, nos persuade, nos envalentona
y también nos embellece el mundo. La música del despecho es una
música triste, muy triste; pero sin ella todo sería aún más triste.
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Marco A. Barrios Henao
Juntos y también revueltos
El día 24 de mayo de 2009 se llevó a cabo la más exitosa
improvisación que jamás se haya realizado en familia. Fue la
primera reunión de los hermanos Barrios Henao, en compañía de
sus primos, tíos, cuñados y sobrinos que forman el grupo familiar
descendiente de los apellidos Barrios Bonilla y Henao Ceballos.
Un evento que superó todas las expectativas, tanto en
asistencia como en espontaneidad, novedades y sorpresas. La
mayoría había confirmado la asistencia sin aun ser invitados y
venían con rumbo definido antes de señalárseles el sitio.
José Norberto Barrios Henao, el organizador, encontró en el
buzón de mensajes de su intuición un mensaje de texto firmado por
un colectivo que le decía que ya todos estaban llegando y que no
olvidara ningún detalle para que todo saliera bien. Mensaje
recibido, orden a cumplir, manos a la obra y de repente todos
estábamos celebrando.
Fue un monumento a la improvisación, porque en esto
nosotros los del trópico somos campeones. No menos de diez
intentos diseñados cuidadosamente en años anteriores habían
fracasado. Por cosas del destino ese día tenía que ser y así fue. El
clima hizo tregua; Fueron tres días de pleno sol, luego de dos meses
de cuajado invierno.
La finalidad del evento era la de pasarla bien, conocer familia
de lado y lado, recuperar rostros que se nos habían desvanecido en
la memoria, disfrutar la alegría de varias generaciones en un solo
día y en un mismo sitio, aventurarnos a imaginar el mañana de los
hijos de esos hijos que hoy atisban al futuro, recordar las
limitaciones de los abuelos cuando desde el Tolima y el Viejo
Caldas apostaron todo por conquistar este paraíso que los esperaba
con los brazos abiertos.
Conocimos a los pequeños, nos reconocimos los mayores,
hicimos reverencia a los más mayores y una rutina improvisada nos
llevó a disfrutar de un vigoroso día lleno de sorpresas y entusiasmo.
535
CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2
Al momento de la presentación de cada familia vimos que
habían unos pequeños por edad, otros también más pequeños que
antes porque los años no perdonan, otros exuberantes en tamaño
por algún gen loco o algún tetero biónico en el tiempo de lactancia,
otras divinas y encantadoras, primero porque Dios las hizo mujeres
y, segundo, porque son de la familia. Otros grandes por sus logros,
otros menos grandes pero con la esperanza de serlo alguna vez,
otros sacándole partido a la conformidad y otros disfrutando de su
comodidad porque simplemente nunca se les pasó por la cabeza
intentar ser más grandes de lo que han sido.
Las caras nuevas, hijos de los más jóvenes del linaje, fue la
sorpresa del día; además que era también objetivo tácito del evento.
A medida que uno a uno iba llegando con lo que tenía para mostrar,
uno a uno era asaltado por sorpresa al constatar la variedad de
nombres —algunos al límite de lo curioso—, combinación de
apellidos, profesiones, posgrados aquí y en el extranjero, oficios,
color de piel, estampas vaciadas de sus padres cuando estos tenían
sus edades, color y rasgos de ojos desaparecidos y reencontrados
en la tercera generación; toda una diversidad de historia, que la
mayoría estaba conociendo por primera vez.
Luego de los saludos, de repente la multitud que de nombre
era familia se hizo más familia. Los artistas, artistas de la casa,
brillaron por sus magistrales ejecuciones y fueron merecidamente
aplaudidos; otros, con ruidosos e inmerecidos aplausos, fueron
ovacionados y obligados a repetir sus desafinamientos y al final los
hicieron sentir como los que sí saben de verdad. Otros, entretenidos
en desatrasarse de los chismes viejos, recientes y otros en fragua,
manifestaron al final del show, que sí, que todos habían cantado
muy bonito.
Luego se desempolvaron los viejitos y el turno fue para el
inconfundible “Yo también tuve veinte años” y un corazón
vagabundo…, tema digerido según la suma de los calendarios de
cada uno de los presentes. Los que ya están del sexto piso pa’rriba
54
Marco A. Barrios Henao
se sintieron tocaditos y lo entonaron con algo o mucha añoranza.
Los que están por los cuarenta con menos o casi nada de nostalgia;
los que están en los 30 lo cantaron por inercia, porque alguna vez
lo habían oído por ahí y los que están por debajo del segundo piso
se aburrieron de lo lindo, y sin comentarios evidenciaron que el
asunto no era más que cuestión de generación.
A la hora del reggaetón, del rap, del hip hop, del tap, las mesas
quedaron habitadas por una población de mayores con cabezas lisas
y brillantes, cabelleras canosas, cuerpos desalineados, barrigas
fuera de control, gorditos a medio disimular, porque a la voz de
one, la población joven saltó al centro de la pista, se apoderó del
mundo y envueltos en un ruidoso pum, pum, que ellos llaman
música, se evidenció una vez más que la cosa simplemente era
cuestión de generación, mejor dicho, cuestión de edad.
Algunos que no pudieron llegar a la cita se lamentaron de
estar ausentes a la hora del almuerzo, el algo y la merienda, lo
mismo que ser blanquiados de la foto, que por esta vez sería de
tamaño familiar. Otros ausentes quedaron fulminados de la tusa
porque perdieron la única oportunidad en la que sin malicia,
juzgamiento o miramientos del colectivo podían aprovechar la
oportunidad para dar el apretón al primo o la prima que en tiempos
de pubertad y preadolescencia le había hecho zumbar las tripas más
de una vez. —Algo de validez hay que reconocerle a la sabiduría
popular cuando dice que “entre primos, más me arrimo”—. Otros
tuvieron la oportunidad de aprovechar el apretón y despavoridos
notaron como el tiempo se había encargado de borrar en unos y
otros los encantos que en otro tiempo habían sido motivo casi de
suicidio. Uno que otro todavía con carbones en lumbre, encendidos
una vez en lejanos abriles, supo aprovechar el momento sin que
nadie lo notara.
Mal contados se hicieron presentes unas 200 personas. 147
que arrojó el conteo físico; unos 20 volteando por la ciudad pero
ausentes a la hora de decir presente en el conteo. Más un pequeño
555
CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2
grupo que por obligaciones académicas o laborales nos mandaron
saludos desde el Japón, Venezuela, Alemania, Holanda, España,
Suiza, Usa y otras ciudades colombianas.
La globalización que ha convertido el mundo en un
vecindario cada vez más reducido, también dijo presente. Apellidos
extranjeros de alemanes, suizos, holandeses, escoceses se
mezclaron con los nuestros y ahora en familia los nuevos apellidos
son sonoramente diferentes: Barrios Büchel, Bruszies Arboleda,
Van den Berg Escobar, Yung Toro. Apellidos que llegaron para
quedarse entre nosotros y hacer historia, en la intención humana de
formar algún día una sola raza planetaria.
La mezcla futura de apellidos llegados de todo el orbe será
aún más voluminosa y también con variedad en el color de piel, de
ojos, de costumbres, de valores, de virtudes y también de defectos.
Dentro de pocos años tendremos en el directorio de
Caicedonia nombres tales como Suzuki Mejía, Álvarez Zarkosy ó
Zarkosy Yepes, Giraldo Gates o Gates Londoño, Obama Valencia
o Arboleda Obama. Eso por el lado de los occidentales y por el lado
del resto del mundo la combinación podría ser López Tongolele,
Emu Martínez, Eto Zapata, Toro Kawasaki, Marmolejo Suzuki,
Polanski Baena, Toyota Arbeláez etc., etc.
Eso en cuanto a los apellidos que nos llegan del otro lado,
porque de aquí para allá también vamos creando huella. En los
directorios telefónicos de grandes urbes como Berlín, Londres,
París, Tokio, Nueva York ya se registran apellidos como García,
Osorio, Arbeláez, Vargas, López, Gómez, Escobar, Cardona,
Arboleda, Vélez, Villa, Valencia, Barrios, Hernández, Henao,
Campillo, Buitrago, entre otros.
Al evento familiar asistieron los tíos Barrios Bonilla de la
línea paterna y los tíos Henao Ceballos por parte de la línea
materna. El núcleo familiar de los Barrios Bonilla fue de seis
hermanos quienes al combinar sus costumbres y sus apellidos,
también crearon nuevos apellidos tales como Barrios Henao, Vélez
Caicedonia, un centenario  con fotos primera parte
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  • 1.
  • 3.
  • 4. CAICEDONIA Un Centenario Marco Aurelio Barrios Henao Magister en Filosofía Latinoamericana, Univ. San Tomás Bogotá. Estudios de especialización en Colonia Alemania.
  • 5. Barrios Henao, Marco Aurelio Caicedonia, Un Centenario/ Marco Aurelio Barrios Henao.-Caicedonia Tipografía Atalaya, Caicedonia 2010 188 p. ; fot. ; 22 cm ISBN: 978-958-44-6848-2 Marco Aurelio Barrios Henao barriosmarco88@hotmail.com Diseño y diagramación: Victoria Andrea Martínez Barrios Fotografía: Jorge Díaz (portada), Uverney Antonio González y Rubén Darío García Printed and made in Colombia / Impreso y hecho en Colombia por Tipografía Atalaya Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente por ningún medio sin la autorización del editor.
  • 6. AGRADECIMIENTOS En primer lugar, agradecer a todos los integrantes de la familia Barrios Henao que, entre hermanos, cuñados, tíos, primos, sobrinos, parientes cercanos, lejanos, conocidos, amigos y amigos de los amigos, aportaron, corrigieron y complementaron la información que hoy se entrega en este ejemplar. Fueron largas y relajadas jornadas de tertulia donde espontáneamente se hizo memoria de todas aquellas vivencias de muchacho, de adolescente, la remembranza del primer amor, de la primera tusa, de los deberes que se quedaron sin cumplir y de las promesas y propósitos que - aún medio siglo después- siguen pendientes. Agradezco a la Administración municipal por la acogida y el Aval que le dio a este proyecto, a quienes contribuyeron con sus aportes; igualmente a Octavio Castaño A. y al Dr. Fernando Arbeláez S. por la valiosa colaboración con su extenso archivo histórico privado. A quienes con su aporte afectuoso y espontáneo de paisanos me corrigieron con precisión un sinnúmero de detalles: María Inés Jiménez D, Miguel Gualteros F, Fernando Baena D, Octavio Osorio S, Lida Piedrahita O, Yolanda Piedrahita O, Félix Alberto Villa R, Egerzayn Arenas O, Ligia Valencia L, Adriana Giraldo G, Humberto Escobar R, Henry Espinal M, Gabriel Echeverry I. A Victoria Andrea Martínez Barrios quien tomó la batuta en la elaboración del diseño y a quienes profesionalmente estuvieron a la altura de los mejores en la calidad fotográfica: Jorge Díaz, Uverney Antonio González y Rubén Darío García. A la tipografía Atalaya quien con su trabajo de edición cierra el círculo de un producto 100% caicedonita.
  • 7.
  • 8. Índice Prefacio Primera parte: Aquí entre nosotros Los castigos, las pelas 15 El culebrero 21 Pachorqueta 25 Josébejuco 27 Vamos a misa 31 Mi sentido pésame 39 El Willys 43 Dinosaurios en Caicedonia 50 Israel Motato 60 Juntos y también revueltos 66 Un monumento a la empanada 72 Caicedonia, un nombre ya centenario 80 Segunda parte: Nosotros con el mundo El agua se agota, pero aún estamos a tiempo 89 Amigos paralelos Introducción 97 Primer recorrido: a lo ancho 100 Segundo recorrido: a lo largo 111 Conclusión 120 Anexos 125
  • 9. CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2
  • 10. Marco A. Barrios Henao Prefacio Año 2010 de nuestra era, una fecha convergente de aniversarios. Una celebración local que conmemora del Centenario de un municipio fundado el 3 de agosto de 1910, municipio al que se le dio el nombre de Caicedonia. Igual motivo de celebración regional para un departamento fundado el 16 de abril del mismo año al que se le dio el nombre de Valle del Cauca, igual año de creación de la Arquidiócesis de Cali —primera Jurisdicción Eclesiástica del municipio de Caicedonia—. A nivel nacional y de países vecinos, fecha que conmemora el bicentenario de independencia. A nivel global es de destacar que La Organización de las Naciones Unidas ha declarado el año 2010 como el Año Internacional de la Diversidad Biológica. Una campaña que busca sensibilizarnos en el cuidado y protección de la biodiversidad. De hecho, el calentamiento global, es una amenaza de extinción que involucra a la especie humana y a la biósfera en general y de costos demenciales de no actuar con prontitud. Todo aniversario es siempre motivo de celebración, más aún, tratándose de un centenario. A lo anterior hay que sumar que toda celebración va siempre acompañada de un presente. Estas páginas son justamente eso, un presente a nosotros mismos que somos la historia viva de aquellos colonos que, forzados por la pobreza, forjaron el inicio de una historia que hoy cumple cien años. Eran pobladores con incontables necesidades por satisfacer, con tantas ilusiones como cabían en sus almas, con uno que otro coroto en su haber y con una docena o más de hijos por alimentar. Machete en mano para abrirse paso y azadón para sembrar futuro, fue la receta de éxito que los alentó a crear caminos, a abrir trochas, a levantar cercos, a sembrar arados y a recoger cosechas. Entre todos, unos con otros, junto a los que seguían llegando, hicieron minga a todo lo que fuera amenaza, limitación o vergüenza. Fue así como vencieron a la fiebre amarilla, al
  • 11. CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 paludismo y, también, como a punta de escopeta y decisión, espantaron o consumieron a los animales que aún se encontraban en estado salvaje. A lomo de mula y con la mansedumbre del buey levantaron fincas, haciendas, trapiches, calles y carreras, levantaron casas, edificios modestos de bahareque, parques, plaza de mercado, escuelas, colegios, iglesia, capillas, hospital, cárcel y puestos de policía. Cuando llegó el momento de ordenar el puñado de toldas y ranchos que ya eran municipio, adoptaron los únicos recetarios de leyes y normas que había a la mano. Uno, herencia del Derecho Romano para el orden civil y 10 mandamientos, más el derecho canónico para los asuntos del orden espiritual. Igual suerte de dominio y adoctrinamiento cultural ya se había hecho presente en ciudades vecinas de la región, en diferentes regiones del país y también en la mayoría de los países del continente. Una vez llegaron y se establecieron, cultivaron para el sustento diario; luego un poco más organizados o a medio organizar, adoptaron vitaliciamente a una pepa de nombre café que domesticaron a tal perfección que la convirtieron en industria nacional; un quehacer urbano y rural con el cual hicieron sentir a nivel nacional el pulso viviente de un grupo de hombres y mujeres que se negaron a morir en la miseria en un paraíso que tenía todo para ofrecerles. Cien años de continuos desafíos, de arduas jornadas de aserradores, de jornadas eternas de arrieros con recuas de mulas, de pellejos tostados por una implacable y húmeda canícula tropical, de incontables injusticias sociales que recayeron como siempre en los más débiles, de quienes perdieron sus tierras a manos de una zozobra permanente llamada violencia y que copaba todos los rincones del diario vivir, de los que escupían en sus manos callosas para darle agarre a sus nuevos emprendimientos, de los que iniciaban y reiniciaban todo lo que su sentido común les dibujaba como progreso, de los que bendijeron y de los que recibieron bendiciones en espera de retribuciones celestiales, de los que celebraban a manos llenas en tiempos de
  • 12. Marco A. Barrios Henao bonanzas. Todo eso y mucho más hace parte de un andamiaje de forjadores que se traduce hoy en una fuerza viva de 50 mil habitantes, que seguirá el destino de todos los pueblos: ser y hacer historia. Este presente, estas páginas, son una invitación a la reminiscencia de algunos pasajes que entre risa, enojo y sus términos medios, de alguna manera, nos pellizcan y nos recuerdan que nosotros mismos somos y seguimos haciendo historia. Una evocación en el tiempo con relatos por contar, motivos de reflexión, descripciones de sentimientos siempre para recordar, momentos tristes para olvidar y superar -como los de la violencia- y otros un tanto más amables para compartir y disfrutar.
  • 13.
  • 14. Marco A. Barrios Henao PRIMERA PARTE AQUÍ ENTRE NOSOTROS
  • 15.
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  • 17. 15 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 Los castigos, las pelas La fórmula de oro de la pedagogía empírica de nuestros padres para con sus hijos era simple y llanamente la del castigo; mejor dicho la del rejo o la de la correa. La ecuación para ellos estaba resuelta: falta cometida, pela segura, y otra falta y otra pela, y así sucesivamente hasta casi perder la cuenta. Ni ellos se cansaban de castigarnos, ni nosotros de olvidar los castigos. No se cansaban de cumplir su sagrado deber de formar y dar ejemplo a sus hijos, ni nosotros de cumplir nuestro sagrado deber de seguir siendo muchachos. Así que cada vez que éramos desobedientes, o nos volábamos de la escuela, o no hacíamos las tareas, o nos demorábamos haciendo los mandaos, o nos agarrábamos a pescozones, o se infringía cualquiera de las numerosas faltas de un listado sin fin, sabíamos que cada falta tenía el precio fijo de un castigo, que se purgaba a punta de correazos. El castigo, las pelas o los correazos eran tan cotidianos como la misma arepa, la mazamorra, la aguapanela, la aguamasa, la parva, la cosecha de guamas, la chancarina o el minisiguí. Era normal que cuando uno transitaba por cualquier calle del pueblo, a cualquier hora del día o de la noche, desde cualquier casa, salía el lamento de algún muchacho o muchacha que en la agonía del castigo se le oía jurar a su papá y a su mamá que no lo volvería a hacer. Juramento que duraba lo que duraba la pela. Así fue que aprendimos a jurar en vano, porque en el brío de los años frescos habíamos desarrollado el habilidoso arte de olvidar rápidamente los castigos, y a lo último tan curados en estas lides que muchas veces se cometía la falta a sabiendas del impajaritable castigo. Los recursos para el castigo eran: nalgadas con la mano cuando era un castigo de una falta piadosa, la correa o una mata de verbena cuando era algo improvisado, y algo más institucional y doloroso según el mérito de la falta era un pedazo de rejo enroscado. Un rejo enroscado, a veces con dos y hasta más ramales
  • 18. 2 Marco A. Barrios Henao en la punta, colgado en alguna pared de la casa, casi a manera de exhibición, era el recordatorio de que uno tenía que manejarse bien. Claro está que uno hacía lo que podía y caía en cuenta de que se había manejado mal, cuando sentía el quemonazo en las patas; término común con que se denominaban nuestras extremidades inferiores. Y se repetía la historia porque volvíamos a jurar lo que por enésima vez ya habíamos jurado y contrajurado. Huir de un castigo, esconder el rejo o la correa, o levantar las piernas para que el fuete se fuera de lleno al vacío o aguantar sin llorar al estilo espartano era un desafío, una ofensa al orgullo de la autoridad familiar que a la final la pagábamos nosotros mismos con más llanto. Tal osadía de provocación produjo siempre un solo efecto: más fuetazos, tanto en número como en intensidad. Un cuadro para recordar es el de aquellos que convertían las camas de sus casas en una frustrada pista de escape. Brincar de cama en cama y de un lado pa´otro tampoco fue la mejor alternativa de escapatoria, porque siempre en alguna esquina de la casa terminaba la cacería. Y de ahí en adelante ya todos sabemos lo que pasaba. Otros con la velocidad de un rayo creían encontrar refugio debajo de la cama más ancha, pero papá y mamá de un zarpazo levantaban colchón y tablas y ahí terminaba la fuga. La mesa del comedor fue otro fallido recurso. Mientras papá o mamá se alistaba para cumplir con su deber, el candidato a ser castigado ya había elegido el lugar estratégico de la mesa y a su alrededor y de un lado pa´otro uno perseguía y otro huía, y luego de vueltas y muchas más vueltas el resultado finalmente era siempre el mismo: castigo anunciado, no tenía escapatoria. Al final de cada conmoción, el cuadro era el siguiente: en una esquina, el adorado verdugo de turno que terminaba resoplando y con la cara roja como un tomate y en la otra esquina una víctima moquiando que le pedía a Dios que lo hiciera grande lo más pronto posible. La casa por supuesto quedaba patasarriba, cual gallinero recién asustado por chucha hambrienta. Y a eso le encimaban el
  • 19. 35 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 desplome inclemente de una atemorizante y apocalíptica letanía: “volvélo a hacer y verás lo que te pasa”. Más o menos así era que uno se imaginaba el juicio final. Después de la tormenta llegaba la calma. A la mamá, al tío, a la tía, al abuelo o a la abuela, le llegaba el turno de la consejería, el momento del adoctrinamiento y de manera delicada y de todo corazón nos decían: “mijo, manéjese bien para que no le peguen, no se haga castigar”. Uno resignadamente miraba de reojo y sin saber qué responder dejaba que el tiempo se encargara de curarnos. Otros, simplemente convivieron con el castigo y estoicamente lo aguantaron; otros, convirtieron este callejón sin salida en un ejercicio terapéutico de aguante; otros, lo tomaron como una especie de gimnasia para la vida; otros, tenían la facilidad de convertir su piel en cuero en el momento justo; otros, sin mucho llanto, esperaron olímpicamente a que la vida los hiciera grandes y otros, más sensibles al dolor, se repetían hasta la saciedad que “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”. Muchas madres llevaban la correa en el cuello a forma de advertencia y de recurso inmediato para resolver los asuntos del orden de la casa. La variedad y abundancia de nombres con que se denominaba el rejo, la correa, el enroscado, el fuete, el juete, la pretina, el amarillo muestran la importancia de este medio de formación para la época y de deformación según otras apreciaciones académicas más cultas y más instruidas. En el inventario final de cada historia personal quedó un saldo a favor de los muchachos, porque con la astucia que tienen todos los muchachos de todas las partes del mundo y con el desarrollado y agudo sentido de la supervivencia nos las arreglábamos para ocultar faltas que no llegaron jamás a la luz de los ojos, ni oídos de nuestros adorados padres. ¡Quién lo creyera! Más de una vez nos la perdonaron. ¡Cosas del Ángel de la Guarda!, dirían los más piadosos; ¡cosas de la vida!, dirían otros con sentido más práctico que con aguda observación
  • 20. 4 Marco A. Barrios Henao evidenciaban que la rutina de tanto castigo de tantos hijos también producía fatiga en nuestros padres. Los abuelos sufrían el martirio de esta práctica como si fuera en sus propios pellejos. Cada vez que pudieron fueron nuestros aliados, nuestros cómplices. Así, en vivo y en directo, los abuelos se transportaban a décadas pasadas, y decían: “¡Qué muchachos!, ¿no?”. Lo decían desde la barrera, desde el sano reposo de haber sido también padres y muchachos alguna vez; sin lugar a dudas palabras nobles cuando miramos por el espejo retrovisor. Cuando se pregunta a los cuarentones, cincuentones o sesentones de hoy, si alguna vez fueron castigados por alguno de sus padres, lo primero que asoma a sus rostros es una reluciente sonrisa seguida de la expresión: “ Hmmm, a mí sí que me dieron rejo”. Y una vez disparado el automático de los recuerdos, seguidamente se viene la sarta de detalles de un universo conceptual que evoca la travesura, la jugarreta, la picardía, la sagacidad, la suspicacia, la cautela, el castigo, el sigilo, el cómplice, el amigote, las tareas, los oficios, el mandao, el olvido, el rejo, la correa, la verbena, el arrepentimiento etc., etc. Cada uno hizo de las pelas, de los castigos una escuela de la tortura que nosotros mismos padecimos, aguantamos, fuimos superando y que al final, felizmente, sacamos de circulación, casi hasta extinguirla. Fuimos víctimas de una práctica aunque, espontánea y sabia, naturalmente nos negamos a continuar en nuestros hijos. Esa práctica es hoy casi una pieza de museo. Este método de crianza de los hijos por parte de los padres era también tema corriente de conversación entre ellos mismos. Los padres que se consideraban de avanzada, se enorgullecían de castigar sólo en los pies porque en tiempos modernos, según ellos mismos, eso de castigar a punta de garrote o con el cordón de la plancha, como les tocó que ver a mucho de ellos, era considerado un método brutal, de recuerdo lejano, practicado sólo en sociedades bárbaras.
  • 21. 55 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 Nuestros padres, al igual que nosotros, también hacían lo que podían; armados de buena voluntad, de las fórmulas del catecismo del Padre Astete, de las normas de urbanidad de Carreño, de muchas fórmulas aprendidas en los sermones del púlpito, de la limitada sabiduría de las consideraciones piadosas, de los consejos de sus mismos padres –nuestros abuelos- pero sobretodo dotados de un adiestrado y agudo sentido común, lo mismo que un inmenso amor por sus hijos, se las inventaron para remediar la ausencia del sicopedagogo, del sicólogo, del terapeuta de familia, y con esta metodología rudimentaria estuvimos fuera de peligro del trauma sicológico del suicidio, de la angustia existencial, del hastío de la vida y muchos otros síntomas pandémicos de otras culturas, entre comillas, más civilizadas. Todos los padres castigaron a todos sus hijos por todas las faltas que todos cometieron: al final en el cruce de cuenta de todos los haberes, deberes y teneres, todos quedamos en paz. Con huellas, pero sin heridas; felices y sin rencores, porque “al final, la vida sigue igual, ¡eh!”, como dice la canción de Sandro.
  • 23. 75 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 El Culebrero “Señoooras y señooores, tengan ustedes muuy, pero muy buenos días”, decía siempre el culebrero. Y continuaba: “Vengo desde los lugares más lejanos y misteriosos de la selva amazónica; de aquellos lugares donde aún la civilización no ha puesto su pie. He sido enviado a ustedes por orden de mis ancestros. Soy el emisario que trae para ustedes la única, la más y mejor de todas las medicinas naturales que cura, que anima, que protege, que les da amor y porvenir”. Sin pausa, casi sin tomar aire, con la retahíla de un motivador profesional y con un público atento y dispuesto a divertirse, continúa la función: “¡Ya casi saco la culebra! Pero por motivos de seguridad me veo en la obligación de dar una esperita y mientras doy tiempo a la culebra para que se desarrugue, para que se desenrosque, mejor dicho, tiempo para que se adapte a los rigores del clima, a la mirada de los curiosos, a los olores mortíferos de los que no se bañan, les cuento que el ungüento traído directamente desde lo más profundo de la selva virgen del Amazonas, los va a curar a ustedes de todos los males que los aquejan, de aquellos que no los aquejan, pero que los están matando en silencio, y también de los males que no tienen, ni van a tener, porque después de muchas generaciones he recibido la bendición, la fórmula secreta del Taita, que la semana pasada cumplió ya 800 años, y que, según premoniciones, otros tantos en igual número le quedan por cumplir. Así, pues, que mientras la culebra se alista, paso a recoger una monedita que no empobrece ni enriquece a nadie; también recibo billeticos de los pequeños, de los medianos y de los grandes, monedas, anillos, cadenas y cualquier cosa de valor, así sea una finca abandonada; también recibo tarjetas de crédito”, dicen algunos más modernizados. El día sábado era también el día del culebrero. El día del grito “quieta, Margarita”, porque así se llamaban y aún se llaman todas las culebras de todos los culebreros de Colombia. ¡Un patrimonio!
  • 24. 8 Marco A. Barrios Henao Era también el día en que todos creíamos a medias que íbamos a conocer el número de la suerte, el lugar exacto donde cavar para encontrar el entierro o la guaca que nos anunciaban los espíritus, las ánimas o los espantos, dónde comprar la lotería — todavía no existía el chance—, la ubicación con pelo y señales del hombre o la mujer de los sueños, la cura total y definitiva de todas las dolencias que torturan el cuerpo y de aquellas que afligen el alma. Característico, inconfundible, típico, colorido, alegre, dicharachero, ocurrente, locuaz, oportuno son apenas unos cuantos de los innumerables calificativos con los que se puede describir al personaje del culebrero. En sus presentaciones, siempre al aire libre, los culebreros siempre llegaban acompañados de un cajón de madera —el de Margarita—, unas maletas que retrataban al dueño —porque “el viajero se le conoce por su maleta” — en ocasiones en compañía de uno o dos menores; su vestimenta estaba hecha de plumas de todos los colores, con colgandejos y chilindrines de toda clase, con collares hechos de huesos, cuescos, macana, maderas duras y blandas, garfios, ganzúas, con ropa y atuendos de los colores del arco iris y los papagayos. Sus medicinas, igualmente pintadas, teñidas y saborizadas con la magia del trópico. El surtido de ungüentos y menjurjes en variedad de frascos, eran presentados al público como únicos en su género. Bajo juramento de todos los santos y seres del más allá los presentaba al público como el único producto que existe que es capaz de solucionar todos los problemas, teniendo en cuenta que todo es todo. Que por ser el genérico más genérico de todos genéricos serviría para todos los males posibles, males conocidos, desconocidos y los por conocer. Según el hombre del misterio y de la selva, esta sustancia secreta y poderosa “Sirve para los asuntos del amor, para dejar de fumar, para dejar de amar y que lo dejen de amar cuando el amor se ha vuelto un tormento. Sirve para curar la impotencia sexual o para controlar el exceso de sexo, es decir, para ponerlo a punto, cuando
  • 25. 95 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 a éste se le atrasa o se le adelanta la chispa: también sirve para espantar hormigas y zancudos, para canalizar o distraer las buenas y malas energías y también para blindarse de los malos olores de aquellos que se bañan una vez al año o que nunca se bañan. Y lo más novedoso de este producto jamás visto en el mercado: nos hace desaparecer a fin de mes cuando llegan las otras culebras a cobrar”. Mientras todos sonríen por la astucia y la gracia que despierta el verbo improvisado, sin tiempo que perder continúa la función: “Este remedio, genérico entre los genéricos, es el alivio bendito de todas las cosas pendientes con el más allá y también con las pendientes en el más acá, porque también sirve para la diarrea, las lombrices, los parásitos, las niguas, los sabañones, los uñeros, las hemorroides, el mal de ojo, el mal de ajo, y el mal de ají; en fin, no hay mal que le aguante”. Amontonados en círculo esperan todos que el emisario del más allá nos diga dónde está el ser querido que se fue y que nunca más volvió; si se perdió de camino cuando venía de regreso o si todavía el poder de la telepatía no lo ha conectado diciéndole que aún lo están esperando, o por el contrario si ya se dio cuenta que por acá ya no lo esperan y que por prevención es mejor que ni se aparezca. El culebrero acepta el reto de darle respuesta a toda clase de preguntas hechas por toda clase de personas que conforman la comparsa de curiosos. Mientras hace un gesto de concentración, pide permiso para una pausa y con sombrero en mano, empieza la ronda para recoger la cuota voluntaria de los improvisados espectadores, invocando a no menos de diez santos, santas, ángeles mayores y menores que con toda seguridad ayudarían a estas almas bondadosas. Una vez se inicia la ronda de la recolecta, el grosor del improvisado círculo de espectadores empieza a desvanecerse, y vuelve a su tamaño de antes, una vez ha terminado la ronda de la recolecta.
  • 26. 10 Marco A. Barrios Henao Las almas de todos los ilusos, entretenidos, distraídos o curiosos, que por lo general era todo el pueblo, repartidos en turnos o tandas de presentación que se iniciaba a eso de las ocho de la mañana y terminaban a eso de las cuatro de la tarde, disfrutaban de media hora de presentación. De ahí en adelante todo se repetía. La historia, el cuento, el deseo, la pregunta, la respuesta, la evasiva, el engaño de tanto repetirse desgastaba la paciencia de los improvisados espectadores. Cuando se rayaba el disco y todo era lo mismo de lo mismo, por arte de magia salían unos y llegaban otros, porque media hora de lo mismo era suficiente y aún los más ilusos finalmente se daban cuenta de que los habían estado bananiando. No solo la culebra era la distracción del evento; también pájaros y perros a medio camino de ser amaestrados hacían parte del cortejo. Cualquier disparate del culebrero, acierto o desacierto de sus mascotas era también motivo de celebración. Como se trata de celebrar, de estar alegre, se aplaude, se ríe y se da cualquier moneda como respuesta merecida de retribución; pero sobretodo para que el personaje, el culebrero, no olvide el camino y vuelva de visita, porque al fin de cuentas estas improvisadas tertulias alimentan nuestra naturaleza fiestera y porque la distracción junto con el dolor y la alegría también ha sido parte de la esencia de la vida.
  • 27. 115 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 Pachorqueta María Oliva Pérez, Doña Oliva, conocida cariñosamente como Pachorqueta, era la representación típica del sano jolgorio. Las fiestas del pueblo siempre contaban con ella y su presencia era augurio de buena y sana parranda. Con sus 1.80, su figura ligera, su falda ancha y larga al tobillo es su estampa típica con la que aún hoy la recordamos. Se le veía revolotear por todas partes. Uno se la encontraba en los cafés, en las cantinas, rodeada de hombres que hablaban de todo: de política, de negocios, de difuntos, que en tiempos de la violencia eran bastantes y además tema obligado de supervivencia. De todo opinaba con propiedad; a todo tenía una respuesta y todos le prestaban atención. Jamás se le vio en manifestaciones obscenas o amoríos públicos muy a pesar de que ella nunca conoció en el pueblo rincón masculino que le fuese restringido. Sin su presencia no había Doble a Limones, corrida de toros, carreras en bicicleta alrededor del pueblo, procesiones, inauguraciones, aglomeración de gente en el parque o en la plaza de mercado, o donde fuera. También la iglesia y las procesiones eran sitios para ella. No era para extrañarse verla empujando un carro o un camión varado, transportando un herido al hospital, cargando una ataúd en pleno entierro, dando agua a los ciclistas en competencias municipales, quemando voladores en las fiestas religiosas o reuniones políticas, montada en llevollevo o carretilla dirigiendo un coroteo o simplemente con sus brazos en jarras a la espera de cualquier evento que demandara su acción. Los hombres mayores la trataban y contaban con que ella siempre estaría por ahí; las mujeres, niños y jóvenes por su parte sabían que ella en cualquier momento aparecía. A temprana edad la desbordante vitalidad de su temperamento la convirtió en madre de dos hijos y una hija. En la retina de muchos quedó el desaforado escándalo público que hizo al padre de uno de sus hijos cuando este ciudadano prestante, por olvido, por distracción, por irle clavando el ojo a la vecina, por
  • 28. 12 Marco A. Barrios Henao gallináceo o por lo que fuera, negara la paternidad de su hijo. El desenfreno de su reclamo dejó en claro de una vez por todas que Pachorqueta era una mujer, una mujer de armas tomar. Tenía su temperamento y sin alborotadas muestras de valentía, todos la respetaban y respetaban su forma típica de ser, tal como era. Los muchachos nunca se atrevieron a hacer de ella motivo de burla o cosa parecida, porque al final de cuentas “el mico sabe a qué palo trepa”. Olivia, la novia de Popeye, es más o menos, pero casi, casi, Pachorqueta en caricatura. Todo el pueblo la toleraba, la observaba, contaba siempre con irradiarse de su vigor, de su energía, de su optimismo y de su alegría. La palabra, el verbo Pachorquetiar, se quedó para siempre con nosotros. ¡Ahí estás pachorquetiando!, dicen todavía algunas madres a sus hijas cuando estas se alborotan, se olvidan o se distraen de sus oficios. Sus hijas, una vez se dan por aludidas, se fruncen y con una tímida sonrisa, confirman que han recibido el mensaje.
  • 29. 135 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 Josébejuco El acompañamiento masivo y sin precedente en la historia del pueblo fue la mayor muestra de cariño que se le dio a Josébejuco. A su entierro asistieron personas de todos los estratos y también, probablemente, de todas las calañas. Aún hoy es motivo de sorpresa, no poderse uno explicar cómo un hombre tan sencillo, tan humilde, alguien que vivió literalmente en la absoluta miseria, haya tenido poder de convocar una multitud, precisamente en el momento su sepelio. Caminaba de medio lado, no porque tuviera tumbao. Caminaba así porque en algún momento de su vida se le encogió media parte de su humanidad. Su pierna y su mano del lado izquierdo más cortas que las del lado derecho, lo limitaron a caminar empinado de un lado por el resto de su vida. Una cabuya que amarraba sus pantalones, un sombrero de felpa en forma de pico, un poncho y un vestido ajado, muy ajado, fue su muda de siempre. El color de su vestido fue siempre oscuro, siempre café tirando a negro; nunca se conoció el color de sus zapatos, porque toda la vida anduvo a pie limpio. Y así, a pie limpio, con harapos que cubrían sus más de cien kilos de peso, fue el aspecto típico con que todos cariñosamente lo recordamos. Estaba dotado mentalmente para calcular la fecha calendario con su correspondiente día de la semana, y ese talento, esa destreza innata, esa capacidad especial, nos obligó a admirarlo sin más comentarios. Sí, Josébejuco tenía la virtud de calcular fechas futuras o pasadas, con tal destreza que hizo que todos sus paisanos lo conocieran también con los nombres de El Hombre Calendario, para unos, y de El Calendario Humano, para otros. En el parque principal o en el de Las Palmas, en la plaza de mercado o en cualquier parte del pueblo, desde la acera del frente, uno de muchacho que andaba sin oficio le preguntaba a José, por ejemplo, qué fecha sería el primer sábado —día del rosario de la aurora— del próximo mes, y él con su vozarrón decía: el día tal, de
  • 30. 14 Marco A. Barrios Henao tal semana, estaremos a tanto. Y si se le preguntaba, por ejemplo, sobre el día de la semana correspondiente al día 15 del mes siguiente, también le respondía. Y lo más sorprendente: nunca fallaba. A todo el mundo le caía en gracia tanto su nobleza como su destreza y su paciencia. Calle tras calle, era el rosario de las mismas preguntas y las mismas respuestas. Se le cambiaba un poco la pregunta y él con la paciencia del santo Job ajustaba acertadamente la respuesta. Luego se arrimaba a la gente o la gente lo buscaba para darle lo del tinto. Así centavo a centavo fue como corrió su vida: pobre, lenta, austera, tan pesada como su mismo caminar. Acostumbraba a dormir dentro de las bóvedas vacías del cementerio y a más de uno, sobre todo a las señoras, les hizo pasar su susto. Seguramente sus movimientos involuntarios del sueño, sus gases, sus ronquidos amplificados por la acústica de las bóvedas, eran confundidos con el retorno repentino de un alma en pena. Y aunque él mismo con su vozarrón alertaba a las personas para que no se asustaran, parece ser que su anuncio producía el efecto contrario. Pasado el tiempo, unos y otros, medio aprendieron a convivir con esa inhumana forma de vida. Ver salir de una bóveda cercana los pies descalzos de José o su sombrero en punta, terminó siendo una forma más del diario vivir de los duelos de rutina; no así para los duelos que apenas se iniciaban en la práctica de las flores y de las oraciones de sus recientes difuntos. Hoy la ciencia reconoce docenas, centenares de personas en el mundo con destrezas excepcionales para calcular y memorizar. Unos las adquirieron por don natural, otros por accidentes o causas aún desconocidas, y otros por práctica intensa durante años. Esta misteriosa facultad de realizar cálculos complejos, o memorizar un directorio telefónico completo de una ciudad de un millón de habitantes o de calcular la raíz cuadrada de números de 12 cifras en escasos treinta segundos, o jugar 40 partidas de ajedrez a ciegas, y
  • 31. 155 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 muchos otros ejemplos excepcionales, siguen siendo un misterio para la ciencia. Lo que se quedó sin conocer fue el origen de la destreza de José. Desconocemos si su talento fue producto de un accidente, don natural, o si fue en años anteriores un académico o autodidacta venido a menos por algún infortunio de su pasado. Todos sabíamos que Josébejuco a lo largo de las calles, en compañía afectuosa de todo el pueblo y al son de preguntas y respuestas, recordaba y calculaba días de la semana y fecha de los meses que de antemano se habían creado en los calendarios; pero lo que nadie sabía, hasta el momento de su muerte, era que esta forma de convivencia había echado raíces en el afecto popular y se había creado una dependencia afectiva, comprobada en el multitudinario acto que lo acompañó en su último adiós.
  • 33. 175 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 Vamos a misa En las décadas del cincuenta, sesenta y parte del setenta a falta de televisión, computador, discotecas y otras cosas en las que uno pudiera ocupar el tiempo libre, las actividades de la iglesia parroquial de Nuestra Señora La Virgen del Carmen copaban casi todo el espacio para el esparcimiento, el crecimiento espiritual y lo poco que hubiese de reflexión intelectual o científica. Era una población en la que sus miembros, primero eran feligreses antes que ciudadanos. Los axiomas de la vida cotidiana nacían, crecían y se multiplicaban en la práctica de una prédica en la que la atemorizante vida del más allá todo lo determinaba. Sin más referente espiritual, académico o intelectual que hiciera contrapeso, la influencia de la iglesia fue excluyente, definitiva, homogénea y a veces sesgada; una forma determinante de forjar criterios en una población urgida de criterios de orientación normativa. A manera de rayos X, la iglesia Católica —todavía hoy, menos que antes— atravesaba todos los rincones del alma, del espíritu, del cuerpo, de la sociedad, de la geografía local, regional, nacional y de todo Latinoamérica en general. Fuimos bautizados, confesados y perdonados por los excesos del placer del cuerpo —de la carne— o de la negligencia del espíritu. Aún hoy socialmente se cumple con el bautismo, la confirmación, la primera comunión, el matrimonio, las honras fúnebres, la comunión, la confesión, el rezo del rosario, de innumerables novenas, los mil jesúses, la visita al Santísimo, la asistencia a decenas de procesiones durante el año, etc. Los actos religiosos con mayor asistencia han sido siempre los de la Semana Santa. El rosario de la Aurora fue también una práctica piadosa de multitud, celebrada por las calles del pueblo el primer sábado de cada mes. Se iniciaba a las cinco de la mañana con un lleno total de personas devotas que copaban de tres a cuatro cuadras. La presencia de los abuelos, los mayores, jóvenes e
  • 34. 18 Marco A. Barrios Henao incluso niños era la señal de reverencia y solemnidad que este acto inspiraba. Era propiamente una catarsis. El aire fresco de la madrugada, la entonación colectiva del rezo al paso lento de la reflexión, a la manera de mantra, y acompañada en sus intermedios por el Ave María de Schubert y el Aleluya de Haendel, terminaban nutriendo la parte noble del espíritu. El sonido gangoso y distorsionado del megáfono, nunca le restó solemnidad a esta práctica de congregación. Prácticas similares realizan hoy en día grupos alternativos de la Nueva Era, que eligen el encanto del amanecer para renovar sus creencias, para fortalecer sus espíritus y también para vigorizar sus cuerpos. En la décadas del cincuenta, sesenta y entrada la del setenta, todos los días de todas las semanas de todos los años, se celebraban misas a granel, con menor asistencia en semana, pero con lleno total en cada una de las distintas celebraciones del día domingo o festivo. La asistencia a misa en domingos y festivos era una obligación moral a cumplir para los creyentes, un maquillaje de la inversión del tiempo libre para los menos devotos, la única y exclusiva práctica de crecimiento espiritual para los ateos y no creyentes, y un valor agregado como la mejor disculpa para ver y dejarse ver. En los cincuenta, en semana, se iniciaba el día con la misa de 5, seguida de tres o cuatro misas más, una a continuación de la otra. Una vez finalizada la celebración del primer acto litúrgico, se daba paso a la jornada de peones, maestros de obra, albañiles, pintores de brocha gorda y jornaleros. Ya en los sesenta la primera misa se celebraba a las 5:30, y le seguían dos o tres más, y muy al final de los 90, las misas del horario matutino en los días de la semana desaparecieron por completo. Las misas del domingo —entre seis, ocho o más— contaban con lleno total y las limosnas se podían medir por poncheradas. El recaudo de las limosnas se destinaba para el embellecimiento del templo, una parte; otra, destinada a los menesteres de la diócesis y
  • 35. 195 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 otra para gastos de funcionamiento local. La feligresía nunca supo, ni tampoco mostró interés en conocer el monto de las colectas, ni tampoco el valor de los desembolsos de los gastos de mantenimiento, ni tampoco el valor y destino de los excedentes. Los fieles nunca fueron infieles con sus obligaciones religiosas y parroquiales. La gran mayoría pagaba religiosamente sus diezmos y aún el más pobre —con su aporte proporcional— buscaba estar a paz y salvo con los asuntos de Dios, así el curita errara el sagrado destino del diezmo. Los fieles confiaron siempre en la santidad del párroco; al fin y al cabo cualquier acto religioso ha sido y es, aún hoy, cuestión de fe, incluyendo la parte humana y frágil de sus ministros. En el momento de la homilía —el sermón, como se le conocía— por regla general, un sacerdote recolectaba las limosnas por una nave, otro por la otra y dos más por el centro y en momentos de apremio por exceso de bonanza, fieles con visos de beatificación —que no dejaran deslizar los dedos en la ponchera— , acudían a colaborar en la emergencia. El sacerdote durante la homilía tenía la precaución de mirar de frente a sus feligreses y de reojo a los encargados de la recolecta, de tal manera que la homilía siempre diera tiempo suficiente a que los ministros encargados de la labor sonaran frente a cada feligrés las monedas que unos y otros ya habían depositado. Una estrategia que siempre arrastraba a los indecisos y apuraba a los que querían evitarse la vergüenza. Hoy los recaudos por conceptos de las limosnas son menores, son tiempos de austeridad, más aún cuando el volumen de feligreses de la comunidad se comparte con dos centros doctrinales más —San Judas Tadeo y Santísima Trinidad—. A eso hay que añadir que el desmejoramiento de la industria del café también ha disminuido los ingresos generosos de otros tiempos. La asistencia a la misa dominical y a la misa de los días festivos era deber católico y obligación civil. Profesores y alumnos de todos los centros docentes oficiales y privados de Caicedonia y
  • 36. 20 Marco A. Barrios Henao de todas las ciudades de Colombia estaban obligados a cumplir con este precepto. El día domingo en la mañana, en las instalaciones de cada escuela o colegio, luego de la llamada a lista, todos en formación, con banda de guerra y uniforme para la ocasión, cuidadosamente preparado desde el día anterior, marchaban rumbo al templo y luego de regreso una vez terminaba el oficio religioso. En el camino de ida y de vuelta cada banda de guerra —hoy llamada banda marcial— hacía lo suyo para lucirse. Mostraban sus habilidades con los tambores, redoblantes, bombos, platillos, triángulos, marimbas y cornetas —que nosotros llamábamos trompetas— que con sus cinco notas de do, sol, do, mi, sol, lograban interpretar un puñado escaso de melodías que con el tiempo fueron las mismas de siempre, pero aceptadas, esperadas, susurradas y disfrutadas por todos. También era el momento oportuno para lucir el traje de gala de los integrantes de las distintas bandas marciales. Sin la pretensión de toques concertinos o sinfónicos, las bandas de las distintas escuelas rompían la monotonía del pueblo; era una manera más de recordar que ese día era domingo o festivo; día para estar alegre, día del señor, día séptimo, día de merecido descanso, día para renovarse física y espiritualmente tal como lo mandan los preceptos de todas las religiones y todos los recetarios de las terapias complementarias del mundo posmoderno. Luego de los asuntos de la iglesia del domingo o festivo religioso también quedaba tiempo para el teatro, los cafés, las cantinas, las fuentes de soda, el chico de billar, la partida de tejo, naipe o tute, el tejo, los partidos de fútbol en la cancha de la Gerencia y años más tarde en el Estadio Municipal. Tiempo también para tomar en alquiler una bicicleta por cuarto, media y hasta por un par de horas, ir de pesca o paseo al río, ir de visita donde familiares y amigos, lo mismo que tiempo para leer el periódico sin afanes en el parque, leer las historias de El Fantasma,
  • 37. 215 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 Tarzán, Dick Tracy, Benitín y Eneas, Pancho y Ramona, etc., también día para acudir al barbero, al peluquero, al sastre o a la modista, ponerse el baúl, disfrutar de un tinto o un pintadito en el café, ir de visita y reencontrarse con parientes y amigos, tiempo pausado para saludar amigos y conocidos que hacía días no bajaban por el pueblo. También tiempo de reposo para cualquier otra eventualidad que demandara algo de tiempo libre. El día domingo, en el horario de misa de las 8 de la mañana, los jóvenes de las escuelas de varones permanecían de pie durante toda la celebración. En el de las 7, la población femenina de las distintas escuelas ocupaban las bancas del centro del templo, tanto por cortesía como por consideración; ellas, más asiduas que los varones en la hora de participar en el sacramento de la comunión, asistían en ayunas a la celebración del sagrado misterio. Un acto valeroso y de resistencia porque las misas del domingo duraban no menos de una hora. Durante la celebración eucarística la banda de guerra tenía sus momentos de intervención. Sonaba el redoblante a la hora del Evangelio y la banda en pleno —tambores, redoblantes, bombos, platillos y cornetas— a la hora de la elevación para destacar el momento más importante del acto litúrgico. Todos sabíamos que la elevación era el momento más importante. De ahí en adelante, pare de contar porque todo era en latín. Pero a los fieles nunca les preocupó ser conscientes de entender la misa y a los ministros tampoco les preocupaba saber qué tanto había entendido su rebaño. Al fin y al cabo la fe sin explicar nada ha tenido siempre la pretensión de dar sentido a todo. Cuando se empezó a celebrar la misa en español, la actitud de lo religioso fue siempre la misma: creer que se entendía algo y seguir sin entender el resto. Una vez terminada la misa, se iniciaba el regreso en formación. La comparsa era un despliegue y hervidero de juventud en todas las direcciones del pueblo: al Colegio Bolivariano, a la
  • 38. 22 Marco A. Barrios Henao Normal de Señoritas, a la escuela Dámaso Zapata, a la José Eusebio Caro, a la Escuela Valle, a la Gabriela Mistral y a la Santa Mónica. Era también el retrato de la desigualdad social. Los que tenían vestido completo, es decir, pantalón, saco, camisa blanca, corbatín o corbata eran ubicados al frente de una formación en fila de cuatro en fondo. Luego un segundo grupo formaba la fila de los que solamente vestían pantalón negro y camisa blanca, y al final, en la cola, los que iban a pie limpio o como podían. La asistencia a la misa dominical, de carácter obligatorio, era también una forma más de ocupar el tiempo libre, de sentirnos en comunidad, en congregación, una forma de darle vida al pueblo y a nosotros mismos. El tiempo corría lento y la asistencia a cumplir con este precepto era también una forma lenta y desprevenida para estar ocupado, de estar entretenido o de socializarnos. Una vez llegaron las distracciones de las fuentes de soda, discotecas y el consumo masivo de la TV, la iglesia empezó verse con menos feligreses. 1969 fue el año en el que esta obligación –ir a misa en formación— de carácter moral, civil y escolar perdió su vigencia. La juventud empezó a dedicar su tiempo de ocio a otros hábitos de esparcimiento. Las fuentes de soda, Castañuelas, Samaritana y Bonanza se convirtieron en centros de reunión que polarizaban la atención y presencia de la juventud. Era la ventana al mundo que la misma gente joven había creado. Era el punto de reunión, de exhibición, de intercambio de ideas, de información literaria y científica, lo mismo que espacio para el chisme y el comentario. Fue el tiempo de la música de la nueva ola, el Club del Clan, Los Hispanos, Leo Dan, Palito Ortega, los Beatles y Rolling Stones, entre otros. Tiempo de relativa renovación porque la liturgia se celebraba en español, y el latín —con vigencia desde 1570— desaparecía como lengua oficial del ritual católico. Igualmente, fue el año en que el hombre puso el pie por primera vez en la luna, además tiempo en el que el boom de la literatura latinoamericana
  • 39. 235 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 ya era un concepto con vida propia en el grupo de los más asiduos lectores, tiempo cuando el marxismo, con su apología mesiánica, quería seducir a nuevos seguidores, tiempo en el que algunos, vestidos con moda foránea y con olor a cannabis, nos mostraban cómo los síntomas de la contracultura estaban ya incubados en el seno mismo de la cultura industrializada, tiempo cuando la minifalda, más allá de las insinuaciones normales que alebrestan a la otra mitad de los mortales, también dejaba ver que las féminas mismas habían tomado en sus manos el presente y el futuro de la revolución femenina.
  • 41. 255 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 Mi sentido pésame El tutelaje de la iglesia católica como única guía espiritual ha creado una huella visible en algunas prácticas y costumbres de la población en general. La costumbre, por ejemplo, ha establecido que cuando alguien fallece, los duelos reciben condolencias o sentido pésame de sus conocidos, amigos cercanos y familia en general. También ha sido costumbre rezar la novena a los difuntos, asistir a las misas que los duelos mandan a celebrar y, por supuesto, la presencia física de los más cercanos en el momento del funeral. También ha sido costumbre —seguramente desde que llegó el primer sacerdote al pueblo—, donar sufragios con días de indulgencias, que varían el número de días y presentación según su precio. Existen sufragios con indulgencias de 200 días, de 300, y así sucesivamente; hay indulgencias de 10 años o más que, sumados unos con otros, pueden llegar a uno o dos siglos, en beneficio del alma del difunto, en caso de que su estadía sea todavía la del Purgatorio. Las indulgencias es una creación de la iglesia católica para perdonar los pecados de sus fieles vivos y difuntos a cambio de ciertas prácticas piadosas —entre estas las que se pagan en efectivo—. Lutero por su parte atacó de raíz el principio de esta práctica porque consideró que solo Dios puede justificar a los pecadores. Pero cuando el papa León X institucionaliza las donaciones económicas —indulgencias— para cubrir los saldos rojos de la construcción de la Basílica de San Pedro, Lutero decide romper con la iglesia Católica y funda el protestantismo. Combate tanto las indulgencias por las almas en el Purgatorio (Tesis 8-29) al igual que aquellas en favor de los vivos (tesis 30-8); al mismo tiempo deja sin piso bíblico la idea misma del Purgatorio —lugar donde los muertos en pecado venial purgan sus culpas antes de acceder al Paraíso—. Según la doctrina protestante cada cristiano se salva o se condena por sus propias acciones. Cada cristiano de
  • 42. 26 Marco A. Barrios Henao forma individual responde por sus actos. Nadie compra, ni nadie vende descanso eterno o perdón en esta vida o en la otra. La práctica de esta costumbre pone de manifiesto que nadie le pone cuidado al contenido del sentido o contenido de lo que dice un sufragio. La práctica de donar sufragios es un presente que da relevancia al sentido solidario, religioso, místico, humano, porque en la esencia humana la vida de cada hombre o mujer está marcada por un norte místico, divino, trascendental o como quiera llamársele. El contenido de los sufragios con número determinado de días de indulgencia, días de perdón para el alma que está en el más allá, es un contenido que no lo cree ni el que lo compra, ni el que lo recibe, ni el que lo vende, ni el que lo imprime, ni el cura del pueblo que permite y acolita esta práctica. Es una práctica de pura cosmética funeraria en el orden del sagrado respeto que tenemos los vivos por nuestros difuntos. Una forma de resaltar en nosotros mismos el misterio que encierra la muerte en nuestro propio pellejo. Un evento que nos recalca el lado efímero de la existencia humana y una forma inexorable de saber que nosotros mismos estamos en la lista de espera de futuros difuntos. La compra y venta de indulgencias con nombre propio o en nombre de las ánimas del purgatorio fueron de libre venta en papelerías, funerarias, en el atrio, o en cualquier puesto de venta de artículos religiosos. Aún hoy los sufragios con indulgencias se compran en las papelerías. Recuerdo muy bien que mis padres, sobretodo mi madre, acostumbraba comprar indulgencias en nombre de las ánimas del Purgatorio. Una forma de agradecimiento por alguna merced terrenal recibida o en su defecto un avance, un prepago, un adelanto para eventualidades futuras. Los librepensadores y muchos clérigos católicos le dan la razón a Lutero. Pero sea que Lutero tenga o no razón, lo cierto del caso es que nuestro colectivo no solo piensa, sino que cree en las ánimas del Purgatorio. Para los creyentes y devotos de las ánimas
  • 43. 275 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 la discusión sobre su verdadera existencia está cancelada. Ellos lo saben, no lo discuten, conviven con ellas y con regularidad reciben sus beneficios, beneficios más allá del mero azar de las probabilidades. Otros afirman verlas con frecuencia y una pequeña multitud afirma una y otra vez que son ellas, las ánimas, las que hacen las veces de despertador —funciones del inconsciente colectivo para algunos académicos o función natural del reloj biológico para otros—. Creer o no creer, he ahí el dilema de la dimensión espiritual. En cuestiones de fe, basta con creer para así no depender de explicaciones. Esa ha sido la fórmula de éxito de las religiones y en nuestro caso el de la iglesia católica. Un recurso del intelecto para obviar conflictos de la razón, del afecto o de la existencia. En este mundo de la cibernética, de la globalización, de los librepensadores, de la estética como fuente de vida, de la paz interior como la mejor medicina, del ejercicio de la solidaridad como la forma más digna de convivencia, la discusión entre religión y ciencia parece ser un ejercicio intelectual cada vez más estéril. Ambas unen esfuerzos en la búsqueda de una sociedad más digna, más justa y también más feliz.
  • 45. 295 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 El Willys Es costumbre asociar la máquina de vapor con la revolución industrial, el martillo y la hoz con la revolución bolchevique, los molinos de viento con la cultura europea en general, la espada y el escudo con el imperio romano, y siguiendo la dinámica del símbolo que representa a una cultura, el Willys bien podría ser representativo de la cultura cafetera. El jeep Willys, el Willys como se le conoce comúnmente, fue producto de un diseño a pedido para la guerra. El ejército americano durante la Segunda Guerra Mundial requería un vehículo pequeño utilitario de cuatro ruedas, 4x4, robusto para todo tipo de clima y misión, características aparentemente imposibles de reunir en un mismo espacio; muchos tomaron como broma las especificaciones del pedido. Este pedido, que reemplazaría la moto de campaña, exigía que fuera liviano, fuerte y eficiente en todo tipo de terreno, es decir, apto para todo tipo de travesía: caminos destapados, montañas rocosas, desiertos y selvas pantanosas. Los fabricantes finalmente cumplieron con el pedido y durante la Segunda Guerra Mundial se produjeron más de 700.000 unidades. Fue un vehículo que se utilizó en casi todos los cometidos de las tareas militares y de la guerra. A partir de 1941 participó en todas las campañas de la Segunda Guerra Mundial. Se le utilizó como vehículo ametralladora, de arrastre de cañones, de reconocimiento, como lanzacohetes, ambulancia, camioneta, taxi, portador de municiones, para los tendidos de alambre de púa, como altar, como carroza de exhibición en los momentos de victoria y también como trinchera. El general George Catlett Marshall, jefe del Estado Mayor del Ejército durante la Segunda Guerra Mundial y Secretario de Estado norteamericano, describió al jeep como “la mayor contribución de los Estados Unidos de América a las operaciones de guerra modernas”. Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos estaba inundado de esta mercancía que vendió a los países
  • 46. 30 Marco A. Barrios Henao del tercer mundo a precios muy económicos. Sin saber la suerte que se corría y para fortuna de la región, Estados Unidos se deshizo de un cañengo que a la población campesina de la región cafetera le cayó como anillo al dedo. Conocido el éxito de la versión Minguerra, los fabricantes se decidieron por una versión civil y crearon el CJ (Civil Jeep), versión que adquirió domicilio permanente en esta región, siendo el modelo 54(CJ-3B) el más conocido entre nosotros. El Willys y el café apalancaron el progreso de toda la región del Viejo Caldas. Ambos foráneos, el uno llegado de Arabia y el otro de Usa, han sido piezas fundamentales en la economía de la región. Este todoterreno, a su vez económico y multifuncional aún hoy sigue haciendo presencia en todas las prácticas agrícolas y de transporte en las vías veredales de la comarca. Fueron los Willys los que convirtieron en carretera las trochas trazadas por las mulas. Se le carga con todo: con racimos de plátanos, o de banano, con bultos de yuca, de café, de abono, con materiales de construcción, o con cupos hasta de veinte y más pasajeros sin reparo por el estado del tiempo o estado de la vía, porque de antemano se sabe que los rigores de la trocha, carretera destapada, en mal estado o empantanada son apenas el estado natural de su desempeño. Estos vehículos hechos sin confort alguno, también han estado presente en cometidos humanitarios. Improvisados como ambulancia, cama o camilla de parto ratificado por decenas de nacimientos inducidos a veces por la reciedumbre agreste de la topografía andina. También usado para transporte de difuntos víctimas de la violencia o de fallecimiento natural. Fueron diseñados para aguantar el uso y el abuso. Parecen inmunes al tiempo y el trajín no les hace mella. Mientras los Willys han pasado ya por la décima reparación de motor, y otras tantas veces por restauración de pintura, y remodelación del chasis, aún les queda tiempo de servicio para dos o tres generaciones más de usuarios. Sus primeros dueños, por el contrario, son hoy personas
  • 47. 315 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 de muy avanzada edad o fallecidos en su mayoría. Al final de cuentas nadie sabe cuánto tiempo puede durar un Willys. Se ofrece, se compra y se vende un yipao de plátano, de yuca, de banano, de naranja, de mandarina, de carbón, de arena, de piedras, de ladrillos, de cemento o de cualquier cosa que merezca ser transportada; se pregunta también por un yipao de trabajadores en tiempo de cosecha, o se hace memoria de los yipaos de gente que por más de medio siglo, colgados en forma de racimos, se les ha visto enrutados en dirección de los cuatro puntos cardinales. “El yipao”, esta agreste y práctica unidad de medida inventada por el común y corriente, designa la relación de peso o volumen de la capacidad de arrastre de estas mulitas mecánicas. A pesar del rigor que requiere cualquier unidad métrica del mundo moderno, esta improvisada unidad de medida, este provisional formalismo —el yipao—, calculado a buen ojo de experto, validado y practicado en la vida cotidiana, aún hoy conserva su vigencia. Un yipao aparenta ser el colmo de la exageración; pero no lo es. Es por el contario una representación digna que exalta la eficiencia de lo simple, de lo elemental. Después de atiborrarlos al tope con cualquier tipo de propósito, queda siempre espacio para alguna improvisación. Siempre con el temor de que “eso, eso no va caber” —como dice la canción del grupo Bandola—, temor infundado, repetido y desmentido a la vez, porque la sabiduría campesina curtida y jubilada en este arte de improvisar, siempre encontrará en ellos un espacio de más. De hecho se da por sentado que en un yipao cabe todo el menaje de una familia campesina: enseres, matas, mascotas y miembros de la familia; incluye también abuelos, tíos y parientes en casos excepcionales según lo amerite la necesidad. También aprovechado para el descanso y el esparcimiento. Domingos y días festivos es normal ver un yipao familiar que va de paseo al río. El yipao que va de paseo incluye a la familia, amigos de la familia, a los invitados, a los que se pegan y a los que
  • 48. 32 Marco A. Barrios Henao llegaron al momento de la salida. Además de los veraneantes, el yipao sale cargado con: neumático inflado —sin importar el tamaño—, balón para los muchachos, pelota de letras y balones grandes livianos para los más pequeños, olla grande —la más grande, para el almuerzo—, un par de varas para hacer un intento de pesca, carpa o su sustituto para el sol de mediodía y descansos intermedios y por supuesto mucho revuelto para preparar el sancocho. Sin que vaya a la vista, en algún lugar, están también el machete, la peinilla, enseres de cocina, toallas, vestidos de baño, repelentes, cualquier imitación de botiquín, cigarrillos, cerveza, aguardiente, tambores, carrascas, maracas, guacharacas, dulzainas, flautas, guitarras y de pronto también un acordeón, una tuba, una trompeta, o un violín. Una vez los paseantes retiran la carpa, aparece en pleno la magia del más económico y divertido convertible que se conozca. Por todo lo anterior, este todoenuno, ha despertado el apego de todos sus usuarios. Sus encariñados dueños, usuarios y fuerzas civiles de diferentes municipios de la región y del mundo le brindan muestras de afecto con adornos y accesorios llamativos. En internet existen decenas de direcciones de grupos en todo el mundo que en torno al Willys han creado grupos de amigos que buscan simplemente disfrutar su desempeño o de talleres que se ocupan del mantenimiento. En distintos municipios de la región cafetera -aunque también los hay en otras regiones del país- sus fiestas de fundación, fiesta patronales o comerciales acostumbran a incluir en sus programaciones eventos que hagan alusión al jeep, al yip, al yipe, al Willis, al Willies, al Willys, o como se le quiera llamar, porque al fin de cuentas el nombre es lo de menos. Del apego que estos extraordinarios vehículos despierta en usuarios y propietarios se han derivado conceptos, comportamientos y costumbres. El más reciente de todos es el deporte del empujao (youtube, empujao-caicedonia), una
  • 49. 335 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 competencia con su respectivo reglamento realizada en Caicedonia en 1997. Con un equipo integrado de cinco participantes, con motor apagado y todos empujando se trata de lograr el menor tiempo posible en una distancia determinada; un desempeño que requiere mucha condición física. Detrás de cada equipo, el grupo de amigos entre cincuenta y cien personas o más en bicicleta, en moto o a pie animan a su equipo que por lo general representa el barrio, la comuna o la vereda. Otra forma de distracción elevada a exhibición son los pique y el trompo. Ambos desempeños requieren gran pericia del conductor. El pique se realiza con una carga de 1800 kg de peso y con rodamiento continuo en las dos llantas traseras. Se reconoce como ganador a quien en línea recta logre el mayor recorrido. Otra modalidad son los trompos que consiste en hacer girar en circunferencia al jeep en el mismo sitio apoyado solamente en las dos llantas traseras y con el mismo peso de 1800 kg. El ganador será quien logre el mayor número de giros. Municipios como Caicedonia y Montenegro han levantado ya su monumento a este singular ejemplar. En el territorio cafetero, los concursos y las vistosas exhibiciones del “mejor yipao” son cada vez más comunes y las campañas de promoción turística no tardaron en elegirlo como distintivo del folclor regional de la zona cafetera. Las ciudades de Calarcá y Armenia son famosas nacionalmente por destacar en sus fiestas el concurso del “mejor yipao”. En febrero 7 del año de 2006, en la ciudad de Armenia, se batió el record Guinness con la “caravana más larga de automóviles de una misma marca” (Largest parade of jeep Willys) con un total de más de 370 vehículos Willys CJ. Las muestras de simpatía a este mítico jeep van más allá de nuestro entorno regional. Hollywood le reservó su espacio en películas tan famosas como Indiana Jones, Good Morning Vietnam, MASH, Una mente brillante y El paciente inglés, entre las más famosas; también la tv americana presentó al mundo la
  • 50. 34 Marco A. Barrios Henao serie Combate, un seriado con incontables capítulos de guerra y en el que con frecuencia hacían presencia estos todoterreno — Combate una serie de la tv americana vista en todo Colombia en el único canal en blanco y negro que existía en ese entonces; finales de la década de los 60—. Existen registros gráficos de los días de la guerra, en los cuales se puede ver a Churchill y Roosevelt montados en un Willys pasando revista a las tropas. Neil Armstrong, el primer hombre en caminar sobre la luna, en su desfile de bienvenida en Bogotá, saludó desde un Willys a la multitud que lo ovacionaba. La cuota femenina de los famosos estuvo a cargo de Marilyn Monroe quien desde en un Willys saludó a los soldados del ejército americano durante la guerra de Corea. Yipao es la unidad de medida de peso o de volumen que puede movilizar estos vehículos; también designa a los desfiles o concursos de que son objeto. Yipero se llama a quien lo conduce y Gente Jeepera son los amantes y gomosos del club jeep Willys clásico de España, una organización con sede en Andalucía que tiene como objetivo recuperar todos los Willys en mal o pésimo estado y su lema es: NO LO ABANDONES, ÉL NUNCA TE ABANDONÓ. En Bogotá, la empresa Original Willys, fundada en 2005, es un taller especializado en mantenimiento, reparación, restauración, remodelación y asesoría de todo lo concerniente con el jeep Willys, tanto en su versión civil como militar. Este taller también aporta su definición: COMPARTIMOS LA PASIÓN Y EL CARIÑO POR ESTAS GRANDES MÁQUINAS QUE SON ALGO MÁS QUE CARROS… SON WILLYS.
  • 51. 355 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2
  • 52. 36 Marco A. Barrios Henao Dinosaurios en Caicedonia Cuando mi hijo tenía eso de seis años y había visto ya varias películas de dinosaurios, había disfrutado largas horas con videojuegos del mismo tema y había coleccionado figuras y fotos del Tiranosaurio Rex y otros tantos, me preguntó si aquí en Cali habían habitado ejemplares de esta excepcional especie. Me tomó por sorpresa y en verdad no recuerdo que le respondí. Para variar, en uno de mis viajes familiares a Caicedonia, un sobrino en la misma edad de mi hijo con el mismo consumo de información y con la misma colección de fotos y caramelos de estos fascinantes ovíparos, en compañía de mi hijo me hizo la misma pregunta. Ambos notaron mi estado de incertidumbre y sin anestesia y sin compasión, mi sobrino apuntalado en la complicidad de mi hijo, contraatacó y familiarmente me preguntó: ¿Tío, no sabe o no habían? Me quedé frío; pero me salvó la campana, porque el llamado de una de las tías a la hora del algo con olor a ponqué de chocolate y a helado de vainilla hizo que de momento estos enanos inquisidores se olvidaran del asunto. La cuestión era que estaba frente a un imaginario inofensivo, un acertijo entretenido, que me despertó curiosidad y que creí valdría la pena dedicarle algo de mi tiempo libre. Pensé que la respuesta, ante ausencia de evidencias científicas locales, sería solamente cuestión de un ejercicio puramente teórico, un ejercicio lógico, es decir, preguntas y respuestas ordenadas hasta llegar a una conclusión que más o menos coincidiera con lo que la gente normalmente dice que cree o que sabe. En primer lugar había que aclarar que negar algo, no es lo mismo que negar su existencia. Decir que no sé, si una cosa existe, no es lo mismo decir que no existe. Para empezar había que tener claro que ambos enunciados, bien sea que se les mire desde una sana lógica o desde el mero sentido común, son enunciados del todo diferentes.
  • 53. 375 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 Cuando menos pensé, la manía de los dinos y de los saurios ya me había poseído y el acertijo del triásico, jurásico y cretácico empezaba a zumbarme en la cabeza. Le eché un vistazo de nuevo al asunto y constaté una vez más que se trataba de una historia con edad millonaria, más antigua que la misma historia sagrada y con un peso pesado, pesado en centenares de toneladas. Y claro está que responder a preguntas de vecinos que pudieron haber existido alrededor de cien, doscientos o trescientos millones de años atrás, es cosa seria, como dicen hoy en día los muchachos. Decidí poner orden en mi cabeza. Empecé por preguntarle a alguien que yo suponía que sabía lo que yo no sabía. Para mi sorpresa, fallé. Mi amigo tampoco sabía; ni se le había ocurrido pensar si por acá por estos lares de Caicedonia alguna vez deambularon tales reptiles. Ambos de manera desprevenida y con actitud casi olímpica, habíamos creído siempre que este tema de la paleontología era propiedad intelectual y exclusiva del primer mundo. Sin embargo mi amigo confesó haber sido objeto de acoso por parte de sus hijos y sobrinos respecto al tema. Siendo mi amigo como es, un estudioso de academia, curioso y sensible a todo lo que huela a ciencia, y a todo lo que le alimente su saber, de una se interesó en el tema y nos dimos a la cacería sáurica de conceptos, datos y cualquier tipo de información que nos pudiera llevar a buen puerto. Sin saber qué tan seguro era el puerto al que llegaríamos, inauguramos nuestro empeño con un refrescante ¡salud!, con olor y sabor a cebada. El resultado final de esta buena intención de búsqueda intelectual quedó dividido en dos partes: una reflexión desatinada que nos llevó a la creación de una malformación teórica y una segunda parte, corrección de la primera, que esperará a ser confirmada en tiempo futuro. La primera parte de este acertijo fue un ejercicio puramente teórico, fruto de una conversación informal iniciada en una de las bancas del parque central.
  • 54. 38 Marco A. Barrios Henao Para responder la pregunta, del tema en cuestión, hicimos memoria de algunos programas de Discovery, algo que habíamos visto en la internet y alguna que otra cosa que habíamos leído en periódicos, revistas y uno que otro libro que habíamos ojeado. Así, atando cabos, fuimos juntando una cosa con otra y encadenando argumentos: llegamos a la conclusión de que aquí en nuestro vecindario, efectivamente deben existir fósiles gigantes de dinosaurios. Las consideraciones que tuvimos en cuenta fueron las siguientes: primero, cuando aparecieron los dinosaurios, hace 300 millones de años, estaban todos los continentes juntos en uno solo llamado Pangea, es decir, estaban todos los dinosaurios en un solo, único y extenso territorio. Segundo: cuando Pangea inicia su proceso de separación, quedaron dinosaurios esparcidos en cada uno de los cincos continentes. Tercero: A la fecha se han hallado fósiles en todos los continentes: África, Asia, Australia, Europa, Norteamérica y Sudamérica, que es el que nos interesa. Estos tres eventos corroborados por la paleontología, nos daban pie para concluir que efectivamente, aquí también debieron haber existido ejemplares de este grupo de criaturas. Para concluir contundentemente, mi amigo elaboró una apreciación, por supuesto teórica, que parecía ser el argumento definitivo. Dijo que por la ley universal de los líquidos, llamada también ley de los vasos comunicantes, sólo bastaba dar un vistazo a lo que teníamos y llegaríamos a la conclusión correcta. Es decir que si en los extremos de un fluido homogéneo, había positivos, se concluye que en su centro tendría que existir lo mismo que en sus extremos. Y como Colombia, concretamente Caicedonia, es más o menos equidistante al lugar de los hallazgos, es decir, está más o menos a mitad de camino entre Estados Unidos y Argentina, donde se han hallado restos de dinosaurios, entonces aquí debía haber lo mismo que en sus extremos. Así de sencillo.
  • 55. 395 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 Las evidencias de los hallazgos en Norteamérica, Centroamérica y Suramérica, eran las pistas convertidas en premisas con las cuales nosotros habíamos armado la conclusión de nuestro rompecabezas. Juntamos todas estas consideraciones teóricas a una estructura lógica y planteamos la pregunta: ¿si los hay en todas partes, por qué aquí no? Ya andábamos por la tercera cerveza. Ese fue el recorrido que hicimos para llegar a la conclusión de que aquí en Caicedonia también existieron dinosaurios. “Una conclusión contundente para una fecha soberbia: la celebración de nuestro primer centenario”; dijo mi amigo y con inspirado acento, remató: “¡salud!”. Coincidimos en el hecho de que si nuestros arqueólogos, paleontólogos y a la vez geólogos, llamados cariñosa y profesionalmente guaqueros, aún no han encontrado a la fecha ejemplar alguno, no valida para nada la negación de su existencia. Es solo cuestión de tiempo, de encontrar el sitio que tiene que ser, el sitio que está esperando a ser descubierto. Consideramos también la posibilidad de que las fuerzas colosales de los movimientos telúricos en la formación de nuestras cordilleras hayan sepultado a estos descomunales lagartos a profundidades de igual proporción. Ahí la solución sería la misma: seguir insistiendo, ajustar la precisión del cateo y cavar tan profundo como sea necesario. Una cerveza más y ya habíamos decidido que la generación de nuestros sobrinos y primos, que entre ambos suman como quinientos, tendrían la obligación moral de ocuparse del tema y quedaba de una vez establecido como tema central para el próximo cincuentenario. Y también acordamos presentar al Concejo Municipal un proyecto de ley para que con antelación se decretara día cívico a la fecha del día del hallazgo del primer esqueleto genuino. En el entusiasmo, mi amigo desafió toda posibilidad de error: “No importa que a la fecha no hayamos desenterrado ni
  • 56. 40 Marco A. Barrios Henao siquiera una pestaña de estas lagartijas gigantes”: “Ya llegará su día para encontrarlas. No olvide que la teoría jalona la ciencia y que el hallazgo o el experimento, lo único que hace es echarle la bendición del bautizo”, cerró con broche de oro; sin dar tregua añadió: “la humanidad primero fue teóricamente a la luna, el viaje de ida y regreso, fue solo la comprobación de que la teoría era correcta y que el desempeño técnico estuvo ajustado”. Todo parecía andar sobre ruedas: todas las preguntas parecían tener su respuesta correcta; todo encajaba. Terminó la sesión porque mi amigo se desbordó de alegría: se enlagunó. Le fluyeron deseos incontenibles de bailar y cantar en la mitad de la calle a eso de las dos de la tarde. Quería celebrar su discurso, su invento, su teoría. Le lidié la rasca, pagué la cuenta y a media noche lo llevé a su casa. Días después, pasada la rasca, ya en sano juicio, a mí me quedó sonando el asunto éste y me preguntaba qué tan probable era, en verdad, la existencia física de estos ejemplares que andábamos buscando, y qué tan probable era que algún día, en algún recodo de nuestra geografía municipal se diera tal hallazgo. En mi estómago algo me decía que estábamos como despistados. Coincidencialmente me llamó mi amigo y me dijo que nos olvidáramos de todo lo dicho, porque a él ese cuento de los guaqueros, de los hallazgos en todo el suelo americano, de los vasos comunicante, del día cívico y demás cuentos de borrachos, no era más que el engendro de un espantoso mamarracho, que había que reconstruir totalmente. Así que volvimos a la mesa de diseño y empezamos de cero. De un solo tajo abandonamos nuestra fallida creación porque, por cualquier lado que se le mirara, no tenía arreglo; así que borrón y cuenta nueva fue la nueva consigna. Sugirió mi amigo que nos contactáramos con alguien que él conocía y de quien estaba seguro, que sí sabía lo que nosotros no
  • 57. 415 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 sabíamos. Esta vez, ambos, menos efusivos escuchamos con atención, con mucha atención. El nuevo miembro de la cofradía, sí que sabía bastante del tema; graduado de geofísico de la Universidad de Leipzig leyó las conclusiones a las que habíamos llegado y de entrada descubrió que habíamos hecho una casa en el aire; con una sola pregunta, nos derrumbó todo el castillo; para finalizar, el especialista contrapuso que el modelo de la ley de los vasos comunicantes no guarda ninguna semejanza, ni proporción, ni sentido, ni validez en su aplicación con la presencia de los dinosaurios en esta localidad. Hasta se nos puso filósofo porque con la autoridad que manejaba su discurso y el halo de sabiduría que contrastaba con nuestro silencio absoluto, se colocó el mismo en un púlpito desde donde se explanaba a sus anchas. Sabía que estábamos atentos a lo que dijera; producía miedo y a la vez inspiraba reverencia. Retomó la comparación de los vasos comunicantes y dijo que eso era como tratar de medir la felicidad del primer beso con la demostración matemática del teorema de Pitágoras o del teorema del triángulo de Las Bermudas, añadió con sarcasmo. Como si fuera poco, preguntó si nosotros éramos los padres de esa teoría. Nuestro ruidoso y estruendoso NO, cantado en coro y con expresión de extrema seriedad, sorpresa y nerviosismo nos dejó al descubierto. Esa fue la sentencia final de nuestro desempeño; acabábamos de descubrir que habíamos estado miando fuera del tiesto. Según nuestro amigo el especialista, el rompecabezas que habíamos armado estaba incompleto porque habíamos omitido algunos detalles. Primero, según los hallazgos de la ciencia de la geología, de la paleontología, han demostrado en la historia de la geología colombiana que cuando existió Pangea como tal, casi todo el territorio de Colombia era mar, solo mar. Prueba de ello son las minas de sal de Zipaquirá y otras del territorio nacional, minas que se formaron una vez se evaporó el mar o se retiró de su lecho. En
  • 58. 42 Marco A. Barrios Henao el ámbito local también se evidencia este hecho en el sabor salubre de una de las quebradas de la vereda El Salado, sitio que fue una vez centro de distribución de sal a poblaciones aborígenes de la región. Esa es también la razón por la cual se encuentran conchitas, fósiles de invertebrados llamados nautilus, piedras con forma de caracol que con frecuencia se encuentran a orilla de carretera, en excavaciones de guacas o en construcción de cimientos a lo largo de la superficie del Valle del Cauca y también del territorio de Boyacá. Segundo, la cadena montañosa de Los Andes es geológicamente joven, de formación reciente, es de hace apenas 25-30 millones de años; para ese entonces ya los dinosaurios habían desaparecido todos por completo; tuve la tentación de preguntar que, de pronto, los dinosaurios que volaban, hubiesen podido haber llegado hasta acá; pero me quedé callado, porque en boca cerrada no entra mosco. La segunda vez que cerré el pico fue cuando me abstuve de preguntar si los hallazgos de Villa de Leyva pudieran darnos alguna cercanía tanto física como teórica. Nuestro especialista, que ya había tomado vuelo de sabio venerado, me leyó el pensamiento y sin preguntársele, anticipó su comentario y aclaró que los hallazgos en Villa de Leyva son restos de cronosaurios, animales con aletas de vida marina, que no pertenecen al grupo de los dinosaurios, porque ninguna especie de dinosaurio fue marina. Además eran herbívoros por la estructura de sus dientes y de sus patas en forma de tubo. Asimismo los hallazgos de colmillo gigantes encontrados en el Valle del Cauca son colmillos de Mamut, animales que se extinguieron hace apenas diez mil años. Luego de haber desgranado argumento tras argumento con un absoluto NO EXISTIERON, concluyó la presentación del especialista y también nuestro deseo de seguir indagando. Así terminó la segunda parte de este episodio. Como si el especialista nos hubiera pasado una aplanadora por encima, dijo que si seguimos escarbando en nuestro suelo cafetero, encontraremos
  • 59. 435 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 guacas, entierros, esqueletos de perros, gatos, gallinas, caballos, asnos, etc., y que cuando encontremos el esqueleto de una lagartija lo tomemos como premio de consolación porque es todo lo que en estas tierras nos queda del pasado sáurico. Mi amigo, el geniecito, algo así como medio berraco, para evitar futuras incursiones en el tema, decidió que se pregonara por todo el pueblo durante tres días, negando de una vez por todas la presencia pasada, presente y futura de tales exponentes, y que se colocara en cada entrada intermunicipal del pueblo un aviso grande que se viera y que dijera: “Caicedonia nunca fue tierra de dinosaurios”. Aunque mi amigo acostumbra a enlagunarse con cierta facilidad, niega que el desatino del perifoneo y la desproporción del aviso gigante hubiese sido idea suya y me la atribuyó a mí. Como sea la versión verdadera, agradezco a mi amigo el especialista que con información precisa nos sacó del atolladero y a mi amigo genio, que me haya acompañado en esta aventura de encontrar una respuesta a un tema que a pesar de la desaparición de sus ejemplares físicos sigue fascinando a grandes y chicos de todos los tiempos y lugares; un tema que por el aspecto fantástico y gran tamaño de estos ejemplares ha cautivado la imaginación por generaciones; un tema central en la cultura popular, plasmado en exposiciones, parques temáticos, museos, obras de ficción, documentales, publicidad, novelas, videojuegos, historietas y en general en todo tipo de bibliografía. Un tema siempre cautivante y recurrente a la imaginación humana en cualquier punto geográfico del planeta. Un tema, que en nuestro caso, buscaba dar respuesta a una pregunta inocente de un sobrino que en un día común y corriente, se le ocurrió también hacer una pregunta común y corriente: “¿tío, en Caicedonia existieron dinosaurios?” Al concluir la redacción de este episodio, “doy gracias a Dios”, dijo mi amigo, “que al momento ningún pariente, cercano o
  • 60. 44 Marco A. Barrios Henao lejano, primo, sobrino, tío o cualquier ciudadano del común, se le haya ocurrido a la fecha preguntarme por la existencia pasada, presente o futura de los Ovnis, ni que alguien llegase con la ocurrencia de querer saber el peso atómico de las ánimas del purgatorio, o el número exacto de pixeles necesarios para comprobar su existencia, ni mucho que llegase alguien con el disparate de averiguar la dirección virtual del Muán, de la Patasola, la Llorona o cualquier otro referente de nuestro imaginario colectivo”. Una vez se terminó el sermón, dije, Amén.
  • 61. 455 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2
  • 62. 46 Marco A. Barrios Henao Israel Motato Una noche, por allá en 1976, a eso de las nueve, estaba yo sentado en la esquina del parque de Las Palmas, diagonal a la antigua cárcel, esperando una flota Magdalena en la que llegaba un familiar. De pronto se me acerca un caballero con requinto en mano y me dice: “hola, mijo”. Era Israel Motato. Fue un encuentro afectuoso. Me preguntó por mi familia, por los estudios, y por todo lo que uno pregunta en un encuentro ocasional de paisanos. Hacía uso de su derecho de enterarse por todo lo de mi familia, porque fue compinche de mi tío Reinel, con quien hizo música desde que tuvieron uso de razón, compañero de crianza de todos los hermanos y hermanas por parte de mi madre, lo mismo que conocido cercano y de saludo cordial de todo el familión por parte de mi padre. La sorpresa de mi vida me la llevé cuando una noche, después de este encuentro ocasional en el parque de Las Palmas, en una emisora local de Cali, sonó una melodía tan conocida como el mismo Himno Nacional. Al final de la melodía, dijo el locutor: “del compositor Israel Motato, Ocúltame esos ojos”. Convencido yo del despiste del locutor, comenté el incidente en casa y para mi sorpresa, ratificaron mi error. No salía del asombro al confirmar que la pieza musical, reina del despecho, era fruto de la inspiración de un tío amigo a quien conocía tanto como mis propios tíos y de quien, además, había disfrutado tantas serenatas en casa. Yo ya había cumplido veinticinco años para ese entonces; solo a esta edad me di cuenta por cuanto tiempo había tenido esta evidencia debajo de mi nariz. Esta vez convalidé una vez más que “sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas”. Israel Motato y Reinel Henao, un tío materno, fueron músicos de vocación. Ambos virtuosos lectores de música a primera vista. Un logro enorme porque por allá en los años cuarenta, sin academias de música, uno no se explica cómo y bajo qué manto de iluminación, estos paisanos nuestros, sin estudios de primaria,
  • 63. 475 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 lograron dominar magistralmente el bello arte del lenguaje del pentagrama. Ambos nacidos y criados en Caicedonia del linaje más humilde que uno se pueda imaginar. Ambos acosados por las urgencias inaplazables de la supervivencia, tomaron rumbos diferentes; se aferraron a lo que más amaban y lo que mejor sabían hacer. Reinel, con su trompeta y su destreza empírica, se hizo director de la banda de Caicedonia. Igualmente director de la banda del batallón de Tuluá, lo mismo que de la banda de Corinto, y de la de Candelaria cuando ésta era de reconocimiento nacional. Israel, por su lado, pasó la mayor parte de su vida en Caicedonia. Se quedó en el pueblo componiendo y tratando de sobrevivir. El mismo Israel aseguraba que empezó a componer a los siete años de edad. Contaba mi madre que mi abuela contaba, que con frecuencia Israel, siendo aún adolescente, en sus momentos de inspiración, de un sobresalto sorprendía a sus amigos en auxilio de papel y lápiz, para exorcizar nudos que le apretaban la garganta. Modo de ser que terminó siendo normal entre familiares y allegados. Así de sobresalto en sobresalto, armado de garabatos, nota a nota con la virtud de un alquimista, las arrumaba todas en alguna esquina del pentagrama, y desde allí agazapado, lograba sorprender al Olimpo arañándole melodías, que a la final terminaban sonando, tal como suena aún hoy, el eco de nuestros anhelos y de nuestras ilusiones. Tal como suena el eco de la tusa, y del desamor. Con la asistencia permanente de todas las musas, con la ayuda de las ánimas del purgatorio en pleno, con una que otra manito de las once mil vírgenes y algún sortilegio que mantuvo siempre en secreto compuso música por costalados. Su producción demandará una década de trabajo académico con lupa en mano para conocer finalmente el valor del legado cultural, de este talentoso hombre nacido, criado, aplaudido y recordado en la música del sentimiento.
  • 64. 48 Marco A. Barrios Henao En el programa Serenata del canal regional de Antioquia, con fecha de abril 4 de 2009, antes de iniciar la interpretación musical de Ocúltame esos ojos, el locutor hizo referencia a las más de mil composiciones, música y letra, de inspiración de Israel. Mil composiciones, una cifra que se queda corta. En “Charlemos con Manuel Tiberio” (http://capsula.blip.tv) en palabras del mismo compositor, existen en su haber más de 10 mil composiciones, de las cuales, aproximadamente, 1500 han sido grabadas en el mercado mundial en voces de más de 1000 artistas diferentes de todo el mundo hispano. En su propia voz quedaron grabados más de 35 discos. Con 123 versiones y difundida mundialmente en la voz de Antonio Tormo —a quien equivocadamente se le atribuye su autoría—, Ocúltame esos ojos es la pieza más conocida de toda la producción de Israel. Su música, su talento, su inspiración, su dedicación se convirtió también en legado familiar. Sus hijas, Eunires y Claudia Motato con sus brillantes interpretaciones dejan ver cómo sus biologías también fueron poseídas por la mágica forma musical de sentir el mundo y de sentir la vida. Este dueto, con el nombre artístico de las Colombianitas de gran calidad vocal en sus interpretaciones, se puede disfrutar en YouTube, donde nutridos comentarios de distintos países de habla hispana y sajona hacen reconocimiento a la calidad artística de estas dos paisanas. Israel y Reinel durante sus vidas hicieron música, sólo música, porque a eso vinieron a este mundo y murieron pobres porque toda la vida se la pasaron en eso, haciendo música, música para pobres y despechados. Un arte convertido en oficio y luego en profesión, para ese entonces casi no remunerada. Reinel, por ejemplo, cuando ya era director de la banda de Caicedonia, cuadraba el resto de su salario con una lavandería que él mismo había improvisado y en la cual él mismo era gerente, administrador, aplanchador y mensajero. Años
  • 65. 495 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 más tarde comprendí el motivo de por qué mi madre me mantuvo siempre tan cerca de la música, pero tan lejos de los músicos. Pero gracias a mi tío y a su música, tuve la fortuna de estar presente durante varios años en las corridas de toros, cuando estas se celebraban en el espacio de la Plaza de mercado, lo que es hoy la galería. Allí en este espacio con motivo de las fiestas de aniversario se improvisaba cada año unas graderías de dos pisos —algunas de estas construcciones osadamente llegaron a tener tres pisos—. Al principio uno podía creer que estos enormes andamiajes se sostenían en pie de puro milagro, pero años más tarde se comprendió el misterio gracias al descubrimiento de las propiedades de un pasto gigante llamado guadua, un acero vegetal prodigiosamente resistente. Mi desempeño en la banda municipal en los eventos de la tauromaquia del pueblo era sencillo. Mi obligación voluntaria e interesada era el de cargar, cuidar y brillar la trompeta del director de la banda, mi tío. De muchacho ese fue mi boleto de entrada por varios años consecutivos a la así llamada Plaza de toros. Todos los espectadores sabían cuando llegaba la banda de músicos a la Plaza de toros. Todos la habían oído tocar en las calles del pueblo anunciando que era tarde de toros. Luego de un pequeño receso, los músicos a la voz de uno, dos y tres exhalaban en sus instrumentos a todo pulmón el excitante encanto del pasadoble; así se prendía el mecho, se iniciaba la fiesta y ¡OLÉ! Se daba inicio a la fiesta brava. No tan brava porque por aquellos años los toros regresaban vivos al encierro, después de que el animalito quedaba extenuado y aburrido de tanto correr. No se les mataba, no porque fuésemos ambientalmente adelantados o porque fuésemos sensibles al dolor de estos indefensos, sino porque los toros, por su peso, tamaño, bravura y ausencia total de casta eran de por sí un peligro público. Todos en el ruedo valientemente acordaban que era mejor dar paso al siguiente toro.
  • 66. 50 Marco A. Barrios Henao El público además los apoyaba, porque no había razón para tomar riesgos innecesarios. Años más tarde cambiaron las exigencias del mercadeo y la publicidad. Se obligó a los actores de la fiesta brava a incluir en sus faenas el despiadado e inhumano sacrificio de estos desventurados bovinos. Años más tarde despareció casi por completo la práctica taurina. Todos las recuerdan, nadie las pregunta, y ya casi desaparecieron de la programación de las fiestas de aniversario. Este par de músicos de vocación, maestro uno en la ejecución de la trompeta, maestro el otro en el arte de la composición se quedaron para siempre en nuestro recuerdo. La obra musical de Israel de por sí desbordante en abundancia, ha sido interpretada por reconocidos intérpretes entre los cuales se incluyen artistas como Olimpo Cárdenas, Julio Jaramillo y el Charrito Negro. Las Hermanitas Calle no solo interpretaron sus creaciones, sino que también iniciaron su carrera bajo su tutelaje. Ocúltame esos ojos, la composición más conocida de Israel, es la flor imperial en Colombia y en países vecinos en el género musical del despecho. Un legado que le canta a la añoranza, al desencanto, a la desilusión, a la desteñida esperanza de que un día muy cercano vamos a ser felices para siempre, un género musical que mima, consiente y maltrecha nuestro lado más vulnerable: el del afecto. Una compañía incondicional para todo momento de apremio y soledad sentimental. Un bálsamo que refresca el ahogo de la tusa, del desamor, de la desolación, de la desazón, y de la impotencia. Nos acompaña en el momento que se nos cierran las puertas, cuando nos enamoramos en contravía, cuando nos enamoramos de lo ajeno, de lo prohibido o a destiempo, cuando nos toca el papel del amante despreciado o cuando amamos, sobre todas las cosas, lo que el destino desde la eternidad nos tenía por negado.
  • 67. 515 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 Una vez que uno se entona, la música del despecho nos consiente, nos distrae, nos engaña, nos persuade, nos envalentona y también nos embellece el mundo. La música del despecho es una música triste, muy triste; pero sin ella todo sería aún más triste.
  • 68. 52 Marco A. Barrios Henao Juntos y también revueltos El día 24 de mayo de 2009 se llevó a cabo la más exitosa improvisación que jamás se haya realizado en familia. Fue la primera reunión de los hermanos Barrios Henao, en compañía de sus primos, tíos, cuñados y sobrinos que forman el grupo familiar descendiente de los apellidos Barrios Bonilla y Henao Ceballos. Un evento que superó todas las expectativas, tanto en asistencia como en espontaneidad, novedades y sorpresas. La mayoría había confirmado la asistencia sin aun ser invitados y venían con rumbo definido antes de señalárseles el sitio. José Norberto Barrios Henao, el organizador, encontró en el buzón de mensajes de su intuición un mensaje de texto firmado por un colectivo que le decía que ya todos estaban llegando y que no olvidara ningún detalle para que todo saliera bien. Mensaje recibido, orden a cumplir, manos a la obra y de repente todos estábamos celebrando. Fue un monumento a la improvisación, porque en esto nosotros los del trópico somos campeones. No menos de diez intentos diseñados cuidadosamente en años anteriores habían fracasado. Por cosas del destino ese día tenía que ser y así fue. El clima hizo tregua; Fueron tres días de pleno sol, luego de dos meses de cuajado invierno. La finalidad del evento era la de pasarla bien, conocer familia de lado y lado, recuperar rostros que se nos habían desvanecido en la memoria, disfrutar la alegría de varias generaciones en un solo día y en un mismo sitio, aventurarnos a imaginar el mañana de los hijos de esos hijos que hoy atisban al futuro, recordar las limitaciones de los abuelos cuando desde el Tolima y el Viejo Caldas apostaron todo por conquistar este paraíso que los esperaba con los brazos abiertos. Conocimos a los pequeños, nos reconocimos los mayores, hicimos reverencia a los más mayores y una rutina improvisada nos llevó a disfrutar de un vigoroso día lleno de sorpresas y entusiasmo.
  • 69. 535 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 Al momento de la presentación de cada familia vimos que habían unos pequeños por edad, otros también más pequeños que antes porque los años no perdonan, otros exuberantes en tamaño por algún gen loco o algún tetero biónico en el tiempo de lactancia, otras divinas y encantadoras, primero porque Dios las hizo mujeres y, segundo, porque son de la familia. Otros grandes por sus logros, otros menos grandes pero con la esperanza de serlo alguna vez, otros sacándole partido a la conformidad y otros disfrutando de su comodidad porque simplemente nunca se les pasó por la cabeza intentar ser más grandes de lo que han sido. Las caras nuevas, hijos de los más jóvenes del linaje, fue la sorpresa del día; además que era también objetivo tácito del evento. A medida que uno a uno iba llegando con lo que tenía para mostrar, uno a uno era asaltado por sorpresa al constatar la variedad de nombres —algunos al límite de lo curioso—, combinación de apellidos, profesiones, posgrados aquí y en el extranjero, oficios, color de piel, estampas vaciadas de sus padres cuando estos tenían sus edades, color y rasgos de ojos desaparecidos y reencontrados en la tercera generación; toda una diversidad de historia, que la mayoría estaba conociendo por primera vez. Luego de los saludos, de repente la multitud que de nombre era familia se hizo más familia. Los artistas, artistas de la casa, brillaron por sus magistrales ejecuciones y fueron merecidamente aplaudidos; otros, con ruidosos e inmerecidos aplausos, fueron ovacionados y obligados a repetir sus desafinamientos y al final los hicieron sentir como los que sí saben de verdad. Otros, entretenidos en desatrasarse de los chismes viejos, recientes y otros en fragua, manifestaron al final del show, que sí, que todos habían cantado muy bonito. Luego se desempolvaron los viejitos y el turno fue para el inconfundible “Yo también tuve veinte años” y un corazón vagabundo…, tema digerido según la suma de los calendarios de cada uno de los presentes. Los que ya están del sexto piso pa’rriba
  • 70. 54 Marco A. Barrios Henao se sintieron tocaditos y lo entonaron con algo o mucha añoranza. Los que están por los cuarenta con menos o casi nada de nostalgia; los que están en los 30 lo cantaron por inercia, porque alguna vez lo habían oído por ahí y los que están por debajo del segundo piso se aburrieron de lo lindo, y sin comentarios evidenciaron que el asunto no era más que cuestión de generación. A la hora del reggaetón, del rap, del hip hop, del tap, las mesas quedaron habitadas por una población de mayores con cabezas lisas y brillantes, cabelleras canosas, cuerpos desalineados, barrigas fuera de control, gorditos a medio disimular, porque a la voz de one, la población joven saltó al centro de la pista, se apoderó del mundo y envueltos en un ruidoso pum, pum, que ellos llaman música, se evidenció una vez más que la cosa simplemente era cuestión de generación, mejor dicho, cuestión de edad. Algunos que no pudieron llegar a la cita se lamentaron de estar ausentes a la hora del almuerzo, el algo y la merienda, lo mismo que ser blanquiados de la foto, que por esta vez sería de tamaño familiar. Otros ausentes quedaron fulminados de la tusa porque perdieron la única oportunidad en la que sin malicia, juzgamiento o miramientos del colectivo podían aprovechar la oportunidad para dar el apretón al primo o la prima que en tiempos de pubertad y preadolescencia le había hecho zumbar las tripas más de una vez. —Algo de validez hay que reconocerle a la sabiduría popular cuando dice que “entre primos, más me arrimo”—. Otros tuvieron la oportunidad de aprovechar el apretón y despavoridos notaron como el tiempo se había encargado de borrar en unos y otros los encantos que en otro tiempo habían sido motivo casi de suicidio. Uno que otro todavía con carbones en lumbre, encendidos una vez en lejanos abriles, supo aprovechar el momento sin que nadie lo notara. Mal contados se hicieron presentes unas 200 personas. 147 que arrojó el conteo físico; unos 20 volteando por la ciudad pero ausentes a la hora de decir presente en el conteo. Más un pequeño
  • 71. 555 CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2 grupo que por obligaciones académicas o laborales nos mandaron saludos desde el Japón, Venezuela, Alemania, Holanda, España, Suiza, Usa y otras ciudades colombianas. La globalización que ha convertido el mundo en un vecindario cada vez más reducido, también dijo presente. Apellidos extranjeros de alemanes, suizos, holandeses, escoceses se mezclaron con los nuestros y ahora en familia los nuevos apellidos son sonoramente diferentes: Barrios Büchel, Bruszies Arboleda, Van den Berg Escobar, Yung Toro. Apellidos que llegaron para quedarse entre nosotros y hacer historia, en la intención humana de formar algún día una sola raza planetaria. La mezcla futura de apellidos llegados de todo el orbe será aún más voluminosa y también con variedad en el color de piel, de ojos, de costumbres, de valores, de virtudes y también de defectos. Dentro de pocos años tendremos en el directorio de Caicedonia nombres tales como Suzuki Mejía, Álvarez Zarkosy ó Zarkosy Yepes, Giraldo Gates o Gates Londoño, Obama Valencia o Arboleda Obama. Eso por el lado de los occidentales y por el lado del resto del mundo la combinación podría ser López Tongolele, Emu Martínez, Eto Zapata, Toro Kawasaki, Marmolejo Suzuki, Polanski Baena, Toyota Arbeláez etc., etc. Eso en cuanto a los apellidos que nos llegan del otro lado, porque de aquí para allá también vamos creando huella. En los directorios telefónicos de grandes urbes como Berlín, Londres, París, Tokio, Nueva York ya se registran apellidos como García, Osorio, Arbeláez, Vargas, López, Gómez, Escobar, Cardona, Arboleda, Vélez, Villa, Valencia, Barrios, Hernández, Henao, Campillo, Buitrago, entre otros. Al evento familiar asistieron los tíos Barrios Bonilla de la línea paterna y los tíos Henao Ceballos por parte de la línea materna. El núcleo familiar de los Barrios Bonilla fue de seis hermanos quienes al combinar sus costumbres y sus apellidos, también crearon nuevos apellidos tales como Barrios Henao, Vélez