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De artículos periodísticos y de sus autores (Enrique Arias)
1. De Artículos Periodísticos Y De Sus Autores
Enrique Arias Vega
Xornal de Galicia | Sábado, 04 Julio, 2009
El articulismo es un vicio. Como el consumo de drogas, el juego o el sexo, puede
convertirse en una psicopatía que enganche a su practicante y ya no le permita
escapar de ella.
La comparación puede parecer exagerada. Hasta ridícula, si me apuran. Pero ya
me dirán a qué vienen, si no, tantos blogs que inundan hoy día el espacio
cibernético. Muchos articulistas eran antes meros autores de cartas a los
directores de periódicos. Otros son políticos, intelectuales y gentes del común
que han encontrado en la red electrónica un territorio sin fronteras donde
exponer sus puntos de vista. Finalmente, también hay columnistas digamos que
convencionales, los cuales han cambiado de medio expresivo o ampliado a él el
soporte de sus reflexiones para conseguir así una mayor audiencia interactiva,
que dicen.
En cualquier caso, el común denominador de toda esta fauna en la que me
incluyo es la vanidad. Legítima, si se quiere, pero vanidad al fin y al cabo. Eso de
poder contar las verdades de uno hasta al lucero del alba proporciona un placer
especial e irrepetible. Luego resulta que casi nadie se entera de lo que uno dice,
pero ése es otro cantar, intrascendente, incluso, para la satisfacción onanista del
propio ego.
Pues bien. Llevado de esa malformación no sé si genética o adquirida, llevo
escribiendo artículos, con mayor o menor intermitencia, desde hace cuarenta
años. El articulismo es un género a caballo entre el periodismo y la literatura
que han ejercido de forma virtuosa escritores a los que uno admira
profundamente: en los dos últimos siglos, desde Mariano José de Larra a
Manolo Vázquez Montalbán, pasando por Wenceslao Fernández Flórez.
La elaboración de los artículos, en principio, no parece que sea demasiado
complicada. Uno de los mejores ejercientes del oficio, el exquisito dandy César
González Ruano, explicaba a mediados del siglo pasado que “un artículo es
como una morcilla: dentro puedes meter lo que quieras, pero tiene que estar
bien atado por los dos extremos”. La suya, claro, es una manera cínica de
mostrar un aristocrático desdén hacia lo que uno hace; lo cual, obviamente,
constituye la más refinada de las vanidades.
El depositario de aquella confidencia de Ruano, Paco Umbral, es a su vez un
prolífico autor y un magnífico columnista. Su caso demuestra mejor que ningún
otro que el articulismo es una cuestión de estilo. Innovador del lenguaje y
creador de expresiones y giros literarios, en la estela de Valle-Inclán, en Umbral
predomina la forma sobre el fondo. Tanto es así, que ha podido decirse de él que
lleva cuarenta años escribiendo un mismo y único artículo, modulándolo y
adaptándolo en el tiempo, y troceándolo con meticulosa constancia para
depositar luego la correspondiente dosis diaria en la página de su periódico. Se
trataría, pues, de un artículo permanente e inacabado.
2. Sin ponerme demasiado trascendente, diré que este género expresivo, híbrido y
hasta mestizo, ha alcanzado su apogeo bien recientemente. Hoy en día no hay
escritor de largo aliento y densa obra literaria que no lo practique. Algunos,
incluso, en esos breves comentarios periodísticos superan en excelencia a sus
textos más amplios y repetidamente premiados. Para mí es el caso de Juan José
Millás o Manuel Rivas, magníficos escritores de libros pero aun mejores
articulistas. Esa misma apreciación, qué quieren que les diga, la hago extensiva
hasta a algún premio Nobel, como Gabriel García Márquez. Otros, en cambio,
como Camilo José Cela, en sus incursiones periodísticas no han estado a la
altura de su genial obra literaria.
Éstas, como ven, son opiniones subjetivas y tremendamente osadas, además. Es
lo que precisamente permite el género periodístico que comentamos: gracias a
su brevedad, al estilo liviano en que se sustenta y a su carácter fugaz, pueden
formularse semejantes aserciones injustificadas que en un ensayo, en cambio,
exigirían páginas y páginas de eruditas explicaciones en que basarse.
Servidor, que ha pasado demasiados años en tareas de organización periodística
entre bambalinas, no alcanza la excelsitud literaria de sus maestros. Ni de coña.
Tampoco lo pretendo. El virus del periodismo de a pie, de primar las noticias y
la urgencia de su comunicación sobre las cuestiones de estilo, suele ser un
antídoto contra la calidad expresiva. Es más: los periodistas no solemos escribir
bien y cada vez propendemos a hacerlo peor, como suele explicar con su
magisterio el presidente de la Agencia Efe, Alex Grijelmo.
Es una desgracia como otra cualquiera. Más grave, si acaso, por la capacidad de
comunicación que se nos supone, por la posibilidad de llegar a gentes que no
tienen otros elementos lingüísticos de referencia y porque, como dirían los
moralistas clásicos, deberíamos dar ejemplo, al menos de virtudes literarias.
Si los artículos recopilados en este libro no logran, pues, el nivel de excelsitud
que deberían, pienso modestamente que en ocasiones se acercan a él. Aunque
sea por chiripa. Lo importante, no obstante, es el fresco social que muestran de
los problemas y de las inquietudes que existen en este momento en la
Comunidad Valencia, en lo que antes se denominaba España —ahora se buscan
complicados eufemismos para no llamarla por ese nombre— y en el ancho
mundo, cada vez más global y a la vez más próximo, al que pertenecemos.
No sé si éstos son días “de ruido y furia”, como en el drama de Shakespeare. Sí
sé que, en todo caso, se está produciendo un sonoro guirigay, palabra que en
acepción de la Real Academia española significa “gritería y confusión que
resulta cuando varios hablan a la vez o cantan desordenadamente”.