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"DRACO" El Dragón 
I 
Había llegado a Beteta, a casa del abuelo Cosme. Allí pasaría todo el verano, hasta 
que empezaran las clases en aquel colegio nuevo que no tenía barreras arquitectónicas, como le 
explicó papá, cuando hablaron de la conveniencia de cambiar de colegio. 
Siempre le había gustado pasar las vacaciones con el abuelo y la tía Remedios, 
que preparaba el "Alajú" como ninguna. Además, esta vez, papá prometió llevarle de acampada al 
nacimiento del río Cuervo, como hacían antes del accidente. 
Accidente que había cambiado por completo su corta vida. Y ahora, después de 
pasar algo más de seis meses en el Centro Especial de Parapléjicos que existe en Toledo, los 
médicos le habían dicho que ya podía volver a casa y hacer vida normal. 
- ¿A que le llamarían ellos vida normal? -se preguntaba a menudo Diego. 
Ahora, no podía correr en bicicleta, ni jugar al fútbol con los compañeros de clase, 
ni nadar en el río con los chicos del pueblo, ni un largo etc. de cosas que antes eran tan normales 
como respirar. 
Ahora, estaba atado a una silla de ruedas, él, que siempre fue un torbellino -como 
decía mamá-, ahora, tendría que permanecer quieto, como las figuras de barro que hacía el tío 
Miguel. 
No podía entender por qué el médico del hospital le dijo que tenía suerte. Que, a 
pesar de todo, disponía de una cabeza despierta y unas manos hábiles para compensar la 
desventaja de estar en aquella maldita silla. 
Para Diego, sólo fueron palabras sin sentido. A sus diez años recién cumplidos, vio 
esfumarse de un plumazo parte de su vida cotidiana y no entendía el porqué. Ni siquiera lo 
entendió cuando su madre procuró explicárselo con palabras sencillas y no con aquellas tan 
difíciles de comprender que usaban los médicos. 
El niño se encerró en sí mismo y todos los intentos que se hicieron para sacarle del 
mutismo en el que se había recluido, resultaron vanos. 
Diego se negó a hablar del tema y menos aún, admitir que ya no volvería a 
sostenerse sobre sus piernas. Por eso, ignoró las recomendaciones de los médicos cuando le 
dijeron que necesitaría mucha fuerza de voluntad, valentía y paciencia para que al cabo de algunos 
años y después de incontables operaciones, existía la posibilidad "remota" de andar. Eso sí, con 
ayuda de unas muletas y unas sujeciones especiales para las piernas. 
Para que eso fuera posible, tenía que comenzar por hacer rehabilitación,
empezando lo antes posible. Pero todo aquello eran palabras; palabras que a Diego parecían 
resbalarle como las gotas de agua sobre un paraguas. 
Después de una de las visitas del tío Miguel, el niño observó un extraño paquete en 
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su mesilla. Nadie hizo alusión al mismo, como si en realidad no existiera. 
Al principio, ni siquiera reparó en él, apartándolo por completo de su mente. Luego, 
con el paso de los días, empezó a mirarlo de vez en cuando y poco a poco, sintió el aguijón de la 
curiosidad, aunque se negara a admitirlo. 
Una noche, en la cual le resultaba difícil conciliar el sueño, se incorporó en la cama 
y tomó el misterioso paquete que nadie había traído. Lo miró con detenimiento, intentando adivinar 
su contenido. 
¿Libros?... ¿Dulces?... 
Pasados algunos minutos, comenzó a desenvolverlo con sumo cuidado, dejando al 
descubierto una caja de zapatos atada con un cordón dorado. 
Dejó caer el papel a un lado mientras ponía todo su empeño en soltar el nudo. Una 
vez libre de éste, la caja pareció escapársele de las manos, rodando suavemente hacía los pies. 
Con gran esfuerzo volvió a cogerla. Abrió la tapa quedando al descubierto un pequeño envoltorio 
de papel de seda. Cuando acercaba su mano para apartarlo, este se movió y algo salió disparado 
de la caja haciendo que la misma rodara hasta el suelo. 
- ¡Caramba!, Ya iba siendo hora de que me sacaras de ahí. ¡Estaba un tanto 
incómodo! 
- ¿Qué...? -se atrevió a exclamar el niño mientras miraba incrédulo los revoloteos 
de un pequeño dragón dorado del tamaño de una manzana reineta. 
El dragón dio un par de giros más, antes de detenerse a la altura de los ojos de 
Diego, agitando las alas como si fuera un colibrí. 
- ¡Ahí va! ¡Si eres un niño! -observa el dragón-. Soy Draco, me enviaron porque 
alguien necesitaba mi ayuda y supongo que ese alguien eres tú. 
- ¡NO! -contesta con brusquedad- además, todo el mundo sabe que los dragones 
no existen. 
-¡Caramba! ¿Estás seguro? Aunque yo soy de la opinión de que son los niños los
que no existen. Puede que tú sólo seas una ilusión. A los dragones no nos sienta bien estar 
encerrados en una caja de zapatos... 
Y ambos se enzarzan en una extraña discusión, sobre quien de los dos no existía. 
3 
Lo cierto, es que Diego habló mas en media hora que en todo el tiempo que llevaba ingresado. 
Y así, noche tras noche, Draco revoloteaba alrededor de Diego, haciéndole reír con 
sus ocurrencias. Enfadándole a menudo con lo que el niño denominaba "impertinencias", pero eso 
sí, sacándole poco a poco, y sin que él lo advirtiera, del peligroso mutismo en el que se había 
encerrado. 
Mejoró y los médicos opinaron que ya podía volver a casa. La última noche que 
pasó en el hospital, Draco prometió ir con él a Beteta, siempre y cuando, salieran juntos a pasear. 
Diego se mosqueó ante la insistencia del pequeño dragón en algo que ya nunca 
podría hacer y tras una corta y agria discusión, se separaron enfadados. 
Por eso, y después de nueve largos días en el pueblo, llenos de monotonía y 
aburrimiento, Diego esperaba que Draco hubiese olvidado el enojo y cumpliera su promesa de 
visitarlo. 
Aquella noche, después de cenar, el abuelo le recordó la necesidad de empezar 
cuanto antes los ejercicios de rehabilitación recomendados y que él había ido retrasando. 
Siempre encontraba una buena disculpa para no empezar, nunca parecía ser el 
momento oportuno. Pero en esta ocasión el abuelo se mostró inflexible. Le aseguró, que por la 
mañana después del desayuno, le llevaría al granero, que se había habilitado a tal fin, sin más 
dilación para empezar los ejercicios. 
El niño se fue a la cama tan enfadado, que ni siquiera le hizo los honores al "Alaju" 
que tía Remedios había preparado expresamente para él. 
Cuando el abuelo entró a desearle "Buenas Noches", giró la cabeza e hizo oídos 
sordos a sus sabias palabras. Sólo se volvió cuando oyó el ruido de la puerta, tal vez esperando 
encontrar al abuelo. Pero éste, ya se había ido. 
Quedó pensativo hasta que alguien vino a sacarle de sus cavilaciones. 
- Ya veo que has cambiado poco. Sigues tan cabezón y tozudo como de 
costumbre. 
- ¡Hola Draco! ¿Has venido? - exclamó alborozado el niño, a la vez que intentaba 
adivinar donde se encontraba el pequeño dragón.
Por fin, Draco se movió ligeramente y Diego lo descubrió en el hueco de la ventana. 
Parecía diferente, seguía siendo dorado, pero su figura era translúcida. Se podía ver a través de él. 
Sólo distinguía con claridad sus ojos, y al principio, los había confundido con las estrellas del cielo 
contra el cual se recortaba su silueta. 
- Como puedes ver, siempre cumplo mis promesas. Aunque la persona a las que 
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se las haya hecho, no lo merezca, -le riñó cariñosamente el pequeño dragón. 
- Eso no es cierto... -trató de defenderse, pero calló al acordarse del abuelo y de la 
tía Remedios. 
- ¡Bueno, será mejor que acabemos con esto de una vez! -sentenció Draco- se nos 
hace tarde. ¡Vamos! Súbete a mi lomo. 
- ¡Estás majara tío! Si me subiera encima de ti, te 
aplastaría y... acaso olvidas que no puedo andar... 
Draco agitó las alas y ante los asombrados ojos del muchacho comenzó a 
aumentar de tamaño. 
- ¿Decías algo? -le increpó, mientras le miraba fijamente a los ojos. 
Diego fue a protestar, pero algo en la mirada del dragón se lo impidió. En cambio, 
apartó las sábanas que le cubrían e incorporándose se acercó a la ventana. Se sentía ligero como 
una pluma, hasta podría flotar en el aire si se lo propusiera. 
Mas no se paró a comprobarlo, hizo lo que el dragón le había indicado y subió a su 
lomo. 
- ¿Estás ya? Agárrate fuerte, muchacho, que nos vamos mas allá del Arco Iris. 
Por arte de magia, apareció un transparente Arco Iris que el dragón sobrevoló. Las 
estrellas parecían acercarse y alejarse en una inalcanzable e interminable carrera. Diego se 
acurrucó instintivamente contra el cuello de Draco. 
No podría decir cuánto tiempo transcurrió, pero observó que de pronto el Arco Iris 
parecía terminar en una pequeña burbuja dorada y sin apenas notarlo, se encontraron en el 
interior. 
Los ojos del niño se abrieron llenos de asombro, por dentro parecía mucho más 
grande que desde afuera. Brillaba una luz misteriosa y los seres con lo que se encontraban eran...
Por más que indagó en su memoria, no pudo hallar palabras que pudieran 
definirlos. Había dragones, libélulas gigantes y translúcidas, flores que cambiaban de color según 
se las mirara, árboles cantores... 
5 
Draco le sacó de su asombro: 
- Vamos, baja de una vez, nos están esperando. 
- ¿Quién?... 
- A su tiempo lo sabrás. ¡Sígueme! -le apremió al ver que el pequeño se quedaba 
mirando el revoloteo de una golondrina tan pequeña como una gota de agua. 
Le siguió a través de un camino indicado por luciérnagas del tamaño de un dedal. 
Las edificaciones que encontraban a su paso -por darlas algún nombre- parecían hechas de vidrio. 
Se podía ver a través de ellas, aunque en ningún momento era posible apreciar el interior. 
Por fin llegaron hasta un sauce cuyas ramas se movían continuamente 
entrechocando, emitiendo un agradable sonido que a Diego le recordaba el producido por las 
campanillas de cristal. 
Al pie del sauce encontraron esperándoles, un hombre y una mujer. 
Él, parecía no tener edad y sus cabellos, largos y dorados, flotaban en el aire. 
En cuanto a Ella, su rostro cambiaba constantemente, tan pronto era el de una niña, 
como el de una anciana. Lo único que permanecía en cualquiera de los rostros que adoptaba, eran 
sus ojos. Unos ojos llenos de tonalidades violeta, que al mirarlos, producían efectos 
contradictorios. 
Aquellos ojos eran... como mirarse en las tranquilas aguas de una torca y a la vez 
sentir el batiente de las olas rompiendo contra los arrecifes. 
- Veo, Draco, que has traído a tu pequeño amigo -habló el hombre, y su voz sonó 
como la brisa entre los juncos. 
- Ven muchacho, acércate sin miedo -pidió la mujer, y su voz parecía el eco de la 
lluvia sobre los tejados. 
El hombre volvió a tomar la palabra. 
Soy "Eolo", Rey de los Vientos y ella, es mi esposa "Lluvia" Reina de las Aguas. Te 
estábamos aguardando, vamos a realizar un pequeño viaje, dijo señalando una pompa de jabón. 
El grupo se dirigió hacía ella atravesándola. Diego se detuvo un instante, estiró la 
mano para tocarla, esperando que ésta desapareciera al contacto con su piel. Pero no fue así. En
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cambio, su mano la atravesó limpiamente, sin la menor dificultad. 
Draco le apremió para que entrara y una vez dentro, junto a los demás, la pompa 
empezó a elevarse en el aire, alejándose de la hermosa ciudad del Arco Iris. 
Recorrieron una extensa planicie. Bordearon las hoces de un caudaloso río. 
Cruzaron altas sierras y atravesaron torcas y hondonadas que a Diego le resultaron gratamente 
familiares, aunque desde lo alto, tenían una perspectiva diferente. 
Por fin llegaron a un paraje donde las piedras parecían agruparse bajo las leyes de 
una misteriosa voluntad esotérica. 
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Calló la hermosa mujer y fue el Rey del Viento el que, girándose, se agachó y, 
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guste. Aunque te cueste. 
La mujer miró hacía el cielo... 
La hora de los sueños está a punto de acabar. Volvamos, Draco te llevará de 
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regreso a casa. 
La luz entra a raudales por la ventana entreabierta y el aire fresco de la mañana 
juguetea con las cortinas. El abuelo franquea silenciosamente la puerta. 
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cocina... y luego... al granero... 
El abuelo toma a su nieto en los brazos y lo aprieta contra su pecho. No sabe 
cómo, pero se alegra del cambio que advierte en el niño. Le alborota el cabello y al hacerlo, 
observa la figura de un dragón que hay en la mesilla y que no había visto con anterioridad. En su 
cara se pinta una expresión de asombro. 
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Draco

  • 1. 1 "DRACO" El Dragón I Había llegado a Beteta, a casa del abuelo Cosme. Allí pasaría todo el verano, hasta que empezaran las clases en aquel colegio nuevo que no tenía barreras arquitectónicas, como le explicó papá, cuando hablaron de la conveniencia de cambiar de colegio. Siempre le había gustado pasar las vacaciones con el abuelo y la tía Remedios, que preparaba el "Alajú" como ninguna. Además, esta vez, papá prometió llevarle de acampada al nacimiento del río Cuervo, como hacían antes del accidente. Accidente que había cambiado por completo su corta vida. Y ahora, después de pasar algo más de seis meses en el Centro Especial de Parapléjicos que existe en Toledo, los médicos le habían dicho que ya podía volver a casa y hacer vida normal. - ¿A que le llamarían ellos vida normal? -se preguntaba a menudo Diego. Ahora, no podía correr en bicicleta, ni jugar al fútbol con los compañeros de clase, ni nadar en el río con los chicos del pueblo, ni un largo etc. de cosas que antes eran tan normales como respirar. Ahora, estaba atado a una silla de ruedas, él, que siempre fue un torbellino -como decía mamá-, ahora, tendría que permanecer quieto, como las figuras de barro que hacía el tío Miguel. No podía entender por qué el médico del hospital le dijo que tenía suerte. Que, a pesar de todo, disponía de una cabeza despierta y unas manos hábiles para compensar la desventaja de estar en aquella maldita silla. Para Diego, sólo fueron palabras sin sentido. A sus diez años recién cumplidos, vio esfumarse de un plumazo parte de su vida cotidiana y no entendía el porqué. Ni siquiera lo entendió cuando su madre procuró explicárselo con palabras sencillas y no con aquellas tan difíciles de comprender que usaban los médicos. El niño se encerró en sí mismo y todos los intentos que se hicieron para sacarle del mutismo en el que se había recluido, resultaron vanos. Diego se negó a hablar del tema y menos aún, admitir que ya no volvería a sostenerse sobre sus piernas. Por eso, ignoró las recomendaciones de los médicos cuando le dijeron que necesitaría mucha fuerza de voluntad, valentía y paciencia para que al cabo de algunos años y después de incontables operaciones, existía la posibilidad "remota" de andar. Eso sí, con ayuda de unas muletas y unas sujeciones especiales para las piernas. Para que eso fuera posible, tenía que comenzar por hacer rehabilitación,
  • 2. empezando lo antes posible. Pero todo aquello eran palabras; palabras que a Diego parecían resbalarle como las gotas de agua sobre un paraguas. Después de una de las visitas del tío Miguel, el niño observó un extraño paquete en 2 su mesilla. Nadie hizo alusión al mismo, como si en realidad no existiera. Al principio, ni siquiera reparó en él, apartándolo por completo de su mente. Luego, con el paso de los días, empezó a mirarlo de vez en cuando y poco a poco, sintió el aguijón de la curiosidad, aunque se negara a admitirlo. Una noche, en la cual le resultaba difícil conciliar el sueño, se incorporó en la cama y tomó el misterioso paquete que nadie había traído. Lo miró con detenimiento, intentando adivinar su contenido. ¿Libros?... ¿Dulces?... Pasados algunos minutos, comenzó a desenvolverlo con sumo cuidado, dejando al descubierto una caja de zapatos atada con un cordón dorado. Dejó caer el papel a un lado mientras ponía todo su empeño en soltar el nudo. Una vez libre de éste, la caja pareció escapársele de las manos, rodando suavemente hacía los pies. Con gran esfuerzo volvió a cogerla. Abrió la tapa quedando al descubierto un pequeño envoltorio de papel de seda. Cuando acercaba su mano para apartarlo, este se movió y algo salió disparado de la caja haciendo que la misma rodara hasta el suelo. - ¡Caramba!, Ya iba siendo hora de que me sacaras de ahí. ¡Estaba un tanto incómodo! - ¿Qué...? -se atrevió a exclamar el niño mientras miraba incrédulo los revoloteos de un pequeño dragón dorado del tamaño de una manzana reineta. El dragón dio un par de giros más, antes de detenerse a la altura de los ojos de Diego, agitando las alas como si fuera un colibrí. - ¡Ahí va! ¡Si eres un niño! -observa el dragón-. Soy Draco, me enviaron porque alguien necesitaba mi ayuda y supongo que ese alguien eres tú. - ¡NO! -contesta con brusquedad- además, todo el mundo sabe que los dragones no existen. -¡Caramba! ¿Estás seguro? Aunque yo soy de la opinión de que son los niños los
  • 3. que no existen. Puede que tú sólo seas una ilusión. A los dragones no nos sienta bien estar encerrados en una caja de zapatos... Y ambos se enzarzan en una extraña discusión, sobre quien de los dos no existía. 3 Lo cierto, es que Diego habló mas en media hora que en todo el tiempo que llevaba ingresado. Y así, noche tras noche, Draco revoloteaba alrededor de Diego, haciéndole reír con sus ocurrencias. Enfadándole a menudo con lo que el niño denominaba "impertinencias", pero eso sí, sacándole poco a poco, y sin que él lo advirtiera, del peligroso mutismo en el que se había encerrado. Mejoró y los médicos opinaron que ya podía volver a casa. La última noche que pasó en el hospital, Draco prometió ir con él a Beteta, siempre y cuando, salieran juntos a pasear. Diego se mosqueó ante la insistencia del pequeño dragón en algo que ya nunca podría hacer y tras una corta y agria discusión, se separaron enfadados. Por eso, y después de nueve largos días en el pueblo, llenos de monotonía y aburrimiento, Diego esperaba que Draco hubiese olvidado el enojo y cumpliera su promesa de visitarlo. Aquella noche, después de cenar, el abuelo le recordó la necesidad de empezar cuanto antes los ejercicios de rehabilitación recomendados y que él había ido retrasando. Siempre encontraba una buena disculpa para no empezar, nunca parecía ser el momento oportuno. Pero en esta ocasión el abuelo se mostró inflexible. Le aseguró, que por la mañana después del desayuno, le llevaría al granero, que se había habilitado a tal fin, sin más dilación para empezar los ejercicios. El niño se fue a la cama tan enfadado, que ni siquiera le hizo los honores al "Alaju" que tía Remedios había preparado expresamente para él. Cuando el abuelo entró a desearle "Buenas Noches", giró la cabeza e hizo oídos sordos a sus sabias palabras. Sólo se volvió cuando oyó el ruido de la puerta, tal vez esperando encontrar al abuelo. Pero éste, ya se había ido. Quedó pensativo hasta que alguien vino a sacarle de sus cavilaciones. - Ya veo que has cambiado poco. Sigues tan cabezón y tozudo como de costumbre. - ¡Hola Draco! ¿Has venido? - exclamó alborozado el niño, a la vez que intentaba adivinar donde se encontraba el pequeño dragón.
  • 4. Por fin, Draco se movió ligeramente y Diego lo descubrió en el hueco de la ventana. Parecía diferente, seguía siendo dorado, pero su figura era translúcida. Se podía ver a través de él. Sólo distinguía con claridad sus ojos, y al principio, los había confundido con las estrellas del cielo contra el cual se recortaba su silueta. - Como puedes ver, siempre cumplo mis promesas. Aunque la persona a las que 4 se las haya hecho, no lo merezca, -le riñó cariñosamente el pequeño dragón. - Eso no es cierto... -trató de defenderse, pero calló al acordarse del abuelo y de la tía Remedios. - ¡Bueno, será mejor que acabemos con esto de una vez! -sentenció Draco- se nos hace tarde. ¡Vamos! Súbete a mi lomo. - ¡Estás majara tío! Si me subiera encima de ti, te aplastaría y... acaso olvidas que no puedo andar... Draco agitó las alas y ante los asombrados ojos del muchacho comenzó a aumentar de tamaño. - ¿Decías algo? -le increpó, mientras le miraba fijamente a los ojos. Diego fue a protestar, pero algo en la mirada del dragón se lo impidió. En cambio, apartó las sábanas que le cubrían e incorporándose se acercó a la ventana. Se sentía ligero como una pluma, hasta podría flotar en el aire si se lo propusiera. Mas no se paró a comprobarlo, hizo lo que el dragón le había indicado y subió a su lomo. - ¿Estás ya? Agárrate fuerte, muchacho, que nos vamos mas allá del Arco Iris. Por arte de magia, apareció un transparente Arco Iris que el dragón sobrevoló. Las estrellas parecían acercarse y alejarse en una inalcanzable e interminable carrera. Diego se acurrucó instintivamente contra el cuello de Draco. No podría decir cuánto tiempo transcurrió, pero observó que de pronto el Arco Iris parecía terminar en una pequeña burbuja dorada y sin apenas notarlo, se encontraron en el interior. Los ojos del niño se abrieron llenos de asombro, por dentro parecía mucho más grande que desde afuera. Brillaba una luz misteriosa y los seres con lo que se encontraban eran...
  • 5. Por más que indagó en su memoria, no pudo hallar palabras que pudieran definirlos. Había dragones, libélulas gigantes y translúcidas, flores que cambiaban de color según se las mirara, árboles cantores... 5 Draco le sacó de su asombro: - Vamos, baja de una vez, nos están esperando. - ¿Quién?... - A su tiempo lo sabrás. ¡Sígueme! -le apremió al ver que el pequeño se quedaba mirando el revoloteo de una golondrina tan pequeña como una gota de agua. Le siguió a través de un camino indicado por luciérnagas del tamaño de un dedal. Las edificaciones que encontraban a su paso -por darlas algún nombre- parecían hechas de vidrio. Se podía ver a través de ellas, aunque en ningún momento era posible apreciar el interior. Por fin llegaron hasta un sauce cuyas ramas se movían continuamente entrechocando, emitiendo un agradable sonido que a Diego le recordaba el producido por las campanillas de cristal. Al pie del sauce encontraron esperándoles, un hombre y una mujer. Él, parecía no tener edad y sus cabellos, largos y dorados, flotaban en el aire. En cuanto a Ella, su rostro cambiaba constantemente, tan pronto era el de una niña, como el de una anciana. Lo único que permanecía en cualquiera de los rostros que adoptaba, eran sus ojos. Unos ojos llenos de tonalidades violeta, que al mirarlos, producían efectos contradictorios. Aquellos ojos eran... como mirarse en las tranquilas aguas de una torca y a la vez sentir el batiente de las olas rompiendo contra los arrecifes. - Veo, Draco, que has traído a tu pequeño amigo -habló el hombre, y su voz sonó como la brisa entre los juncos. - Ven muchacho, acércate sin miedo -pidió la mujer, y su voz parecía el eco de la lluvia sobre los tejados. El hombre volvió a tomar la palabra. Soy "Eolo", Rey de los Vientos y ella, es mi esposa "Lluvia" Reina de las Aguas. Te estábamos aguardando, vamos a realizar un pequeño viaje, dijo señalando una pompa de jabón. El grupo se dirigió hacía ella atravesándola. Diego se detuvo un instante, estiró la mano para tocarla, esperando que ésta desapareciera al contacto con su piel. Pero no fue así. En
  • 6. 6 cambio, su mano la atravesó limpiamente, sin la menor dificultad. Draco le apremió para que entrara y una vez dentro, junto a los demás, la pompa empezó a elevarse en el aire, alejándose de la hermosa ciudad del Arco Iris. Recorrieron una extensa planicie. Bordearon las hoces de un caudaloso río. Cruzaron altas sierras y atravesaron torcas y hondonadas que a Diego le resultaron gratamente familiares, aunque desde lo alto, tenían una perspectiva diferente. Por fin llegaron a un paraje donde las piedras parecían agruparse bajo las leyes de una misteriosa voluntad esotérica. - ¡Si estamos en la Ciudad Encantada! -observó Diego alborozado. - Cierto, muchacho, entre nosotros es conocida como la Ciudad Silenciosa. ¿Sabes algo sobre ella? - le preguntó el hombre. Meditó su respuesta antes de atreverse a contestar: - En el "cole" se decía que era una ciudad de origen mítico, que fue creada por... ¿Hércules?... La risa cantarina de la mujer se dejo oír. - Algo así, Diego, algo así. En realidad este maravilloso paisaje, es obra del agua y el viento. Que día a día, han ido modelando cada una de esas extrañas figuras. ¿Ves esa cometa...? erguida en retadora actitud de vuelo, pero unida a la madre tierra. Dentro de algún tiempo... podrá elevarse hacía el cielo. Cuando el agua y el viento terminen su trabajo. Calló la hermosa mujer y fue el Rey del Viento el que, girándose, se agachó y, poniéndose a la altura del niño, continuó: - Todo esto, no se ha hecho en unos días, ni tan siquiera en algunos años. Han sido necesarios miles y miles de años. Mi constancia y su paciencia -señaló a la mujer- para ir formando toda esta maravillosa expresión, en piedra viva, de un mundo extraño, que desazona o prende en las redes de su encanto a cuantos pasan por aquí. - En ocasiones, las cosas no salen como uno las desea, -volvió a hablar la mujer-tenemos que saber enfrentarnos a nosotros mismos para poder superar las torcas o las altas cimas que el destino, se empeña en poner en nuestro camino. - Yo... no entiendo... -dice el pequeño. - No te preocupes, ahora por eso. Lo harás un día no
  • 7. muy lejano. Lo entenderás y cuando pienses en ello, sabrás lo que debes hacer. Aunque no te guste. Aunque te cueste. La mujer miró hacía el cielo... La hora de los sueños está a punto de acabar. Volvamos, Draco te llevará de 7 regreso a casa. La luz entra a raudales por la ventana entreabierta y el aire fresco de la mañana juguetea con las cortinas. El abuelo franquea silenciosamente la puerta. - ¿Diego?... ¿Diego?... -su voz llena cada rincón de la pequeña habitación. - Sí, abuelo, -se despereza el niño. - Tu tía ya ha preparado el desayuno. ¿Te ayudo a vestirte? - No, abuelo. He de hacerlo yo solo. Pero... tendrás que ayudarme para ir a la cocina... y luego... al granero... El abuelo toma a su nieto en los brazos y lo aprieta contra su pecho. No sabe cómo, pero se alegra del cambio que advierte en el niño. Le alborota el cabello y al hacerlo, observa la figura de un dragón que hay en la mesilla y que no había visto con anterioridad. En su cara se pinta una expresión de asombro. - ¿Qué te ocurre abuelo? - Nada. Me pareció que ese dragón que tienes en la mesilla me guiñaba un ojo. Ha debido ser algún reflejo. - No ha sido un reflejo, a veces, lo hace abuelo. A veces, guiña un ojo.