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En aquel entonces

El caballo, el polo, el periodista y el rey
Raúl Gómez Samperio

¿Qué animal ha podido ser tan trascendental para el movimiento de los
pueblos, la determinación de las guerras y el traspaso de las culturas, como
el caballo? No hay ninguno que se le compare. Cuánto honor y
consideración tendríamos que dedicar a este ilustre protagonista de nuestro
progreso…
Este mamífero ungulado, especie del género ‘equus’, al que también
pertenecen los asnos, onagros, hemionos, cebras, cuaggas y todos los
híbridos de estas especies, apareció en la tierra antes que los humanos, allá
por el Plioceno, último periodo de la Era Terciaria. Su origen es americano,
pasando a Asia por el Estrecho de Bering y luego extendiéndose por
Europa. En la prehistoria, como otras muchas especies, fue objeto de caza
por los humanos, hasta que alguien, quizás en la antigua Mesopotamia, se
atrevió a dominarle descubriendo su potencial domesticado. Hasta la
invención del ferrocarril, la velocidad máxima a la que se podía viajar por
tierra era la que indicaba su vigor. Cuántas huidas, cuántas persecuciones,
cuántos caminos recorrieron juntos hombre y caballo…
En 1870, con motivo de la exposición de ganado que se organizó en la
ciudad durante las fiestas de Santiago, se practicaría en Santander el primer
certamen hípico del que se tiene constancia. Sobre la gran alameda central
del campo del Alisal, en La Albericia, concurrieron más de cuarenta jinetes
para participar en el juego de la sortija. Esta costumbre medieval, medía la
pericia de los jinetes intentando llevarse el premio de un anillo de oro,
atado con una cinta de mayor diámetro. No era fácil el ejercicio, porque
había que conseguir el anillo, cabalgando a galope y encajando una lanza
corta en la cinta que se encontraba colgada entre dos palos, a la altura de
los hombros del jinete. Desde entonces, la afición a la hípica se extendió
por Cantabria. Seis años después, ya existía en Santander una escuela de
equitación dirigida por Antonio Molina, en el picadero de La Florida, muy
cerca de la calle que hoy mantiene ese nombre, y se celebraban carreras de
velocidad y de obstáculos en el Alisal, con el aliciente de las apuestas. Más
tarde, en 1887, se inauguró en la Albericia el primer hipódromo de la
ciudad, con un perímetro de 1.304 metros, por un ancho de diez y con una
pista de velocípedos encerrada en su interior.
La afición a la hípica en Santander se fue asentando en torno al hipódromo.
Un buen día, el 4 de agosto de 1899, se introdujo en la pista central un
espectáculo diferente, donde el dominio de la montura y la coordinación de
los jinetes embellecían los movimientos. Se trataba de un partido de polo.
El acontecimiento de la presentación de este deporte en Santander estuvo
presidido por el alcalde de la ciudad, Ricardo Horga. Hubo mucho público,
mástiles con los escudos de los ayuntamientos cántabros, gallardetes,
banderolas y guirnaldas de laurel para adornar a aquel partido que se llevó
a cabo gracias a dos consumados jinetes, Luis y Eusebio López, primos del
segundo marqués de Comillas que trajeron sus jacas desde Barcelona. Se
jugaron cuatro tiempos de diez minutos. Todos los participantes, menos los
dos primos del marqués, eran cántabros. En el equipo azul, que ganó por
tres a dos, montaron Jorge Satrústegui, Casimiro Diego Pardo, Carlos
Quintana y Antonio Pombo Labat. El equipo rojo estuvo formado por
Eusebio López, Juan José Quintana, Juan Pombo Ibarra y Luis López.
La presencia estival de Alfonso XIII en Santander a partir de 1913, avivó el
interés por los ‘sports’. El rey era un decidido practicante de varios de
ellos, como la caza, la vela, el automovilismo, el tenis, la gimnasia… y la
hípica. Gracias al rey, el caballo y el polo iban a tener un impulso que
contribuiría a que el selecto grupo de aristócratas, comenzara a practicar
este juego. El 9 de agosto de 1914, las puertas de la península de la
Magdalena se abrieron para que los santanderinos pudieran presenciar el
primer partido de polo organizado en su campa, frente a las caballerizas, y
de paso ver la exhibición de las habilidades de la nobleza. Ante la hermosa
estampa paisajística de la península, los pequeños caballos de polo se
estiraban hacia una y otra portería detrás de la bola, o se concentraban en
una extraña reunión, dirigidos por jinetes con las mazas en alto, que a modo
de casco cubrían la cabeza con salacots. El equipo morado estaba
compuesto por Alfonso XIII, el conde del Rincón, el duque de Santoña y el
señor Larios, mientras que el equipo blanco estaba formado por el príncipe
Alfonso, el marqués de Viana, el conde de la Maza y el señor Suárez.
Los ciudadanos de a pie de Santander se entretuvieron con la curiosa pugna
entre el equipo del rey y el equipo del príncipe. Hubo mucha igualdad y
emoción, sin que hubiera ni un solo gesto antideportivo, acaso cierto
exceso de reverencias y felicitaciones. En el tercer periodo, Alfonso XIII,
en una jugada personal, marcó el gol que suponía el tres a uno. Aunque se
había programado jugar cuatro periodos o ‘chukkers’, se tuvo que recurrir a
un quinto, ya que poco antes de acabar el partido, el heredero al trono de
España, Alfonso, consiguió el empate a cuatro. Finalmente, el equipo
morado que capitaneaba el mismo rey, se alzaría con el triunfo al marcar el
único tanto del quinto periodo, llevándose el premio de unas pitilleras de
plata que el duque de Santo Mauro había donado para la ocasión.
La hípica se estaba introduciendo en Santander al mismo tiempo que la
ciudad se modernizaba para ser la capital turística y señorial que requería el
digno entorno de la presencia de los reyes. Se había constituido la Sociedad
Hípica Montañesa, y el espaldarazo definitivo llegó en 1917, con la
inauguración del Hipódromo de Bella-Vista, en Cueto, de carácter
municipal. A partir de entonces, el deporte del caballo en Santander
emprendió su galope.
El rey siguió jugando al polo en La Magdalena, organizando partidos,
alguno de ellos internacionales y atrayendo a la incipiente prensa deportiva
que tanto contribuyó al fomento de la actividad física. El redactor deportivo
de ‘El Cantábrico’, Pepe Beraza, que escribía sus artículos con el
seudónimo de ‘Yost’, tuvo la ocurrencia de publicar la crónica de un
partido de polo como si se tratara de un partido de fútbol. Beraza era un
deportista experimentado, pionero de varias de las modalidades que muy
pronto se arraigarían en Cantabria. La originalidad de su crónica encantó a
Alfonso XIII y desde su caballo, durante uno de los descansos de un
partido, se acercó al periodista y le felicitó, manteniendo una conversación
sobre el juego y los caballos durante varios minutos.
¿Qué animal ha podido ser tan trascendental para el movimiento de los
pueblos, la determinación de las guerras y el traspaso de las culturas, como
el caballo? Cuántas huidas, cuántas persecuciones, cuántos caminos
recorrieron juntos hombre y caballo… También juntos, recorrieron el
camino del deporte y la competición, galopando hacia el anillo de oro,
saltando los obstáculos de diversas alturas, volando como el viento para
llegar primero y persiguiendo una bola con la que reyes y príncipes jugaron
y aprendieron a cabalgar.

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El caballo, el polo, el periodista y el rey

  • 1. En aquel entonces El caballo, el polo, el periodista y el rey Raúl Gómez Samperio ¿Qué animal ha podido ser tan trascendental para el movimiento de los pueblos, la determinación de las guerras y el traspaso de las culturas, como el caballo? No hay ninguno que se le compare. Cuánto honor y consideración tendríamos que dedicar a este ilustre protagonista de nuestro progreso… Este mamífero ungulado, especie del género ‘equus’, al que también pertenecen los asnos, onagros, hemionos, cebras, cuaggas y todos los híbridos de estas especies, apareció en la tierra antes que los humanos, allá por el Plioceno, último periodo de la Era Terciaria. Su origen es americano, pasando a Asia por el Estrecho de Bering y luego extendiéndose por Europa. En la prehistoria, como otras muchas especies, fue objeto de caza por los humanos, hasta que alguien, quizás en la antigua Mesopotamia, se atrevió a dominarle descubriendo su potencial domesticado. Hasta la invención del ferrocarril, la velocidad máxima a la que se podía viajar por tierra era la que indicaba su vigor. Cuántas huidas, cuántas persecuciones, cuántos caminos recorrieron juntos hombre y caballo… En 1870, con motivo de la exposición de ganado que se organizó en la ciudad durante las fiestas de Santiago, se practicaría en Santander el primer certamen hípico del que se tiene constancia. Sobre la gran alameda central del campo del Alisal, en La Albericia, concurrieron más de cuarenta jinetes para participar en el juego de la sortija. Esta costumbre medieval, medía la pericia de los jinetes intentando llevarse el premio de un anillo de oro, atado con una cinta de mayor diámetro. No era fácil el ejercicio, porque había que conseguir el anillo, cabalgando a galope y encajando una lanza corta en la cinta que se encontraba colgada entre dos palos, a la altura de los hombros del jinete. Desde entonces, la afición a la hípica se extendió por Cantabria. Seis años después, ya existía en Santander una escuela de equitación dirigida por Antonio Molina, en el picadero de La Florida, muy cerca de la calle que hoy mantiene ese nombre, y se celebraban carreras de
  • 2. velocidad y de obstáculos en el Alisal, con el aliciente de las apuestas. Más tarde, en 1887, se inauguró en la Albericia el primer hipódromo de la ciudad, con un perímetro de 1.304 metros, por un ancho de diez y con una pista de velocípedos encerrada en su interior. La afición a la hípica en Santander se fue asentando en torno al hipódromo. Un buen día, el 4 de agosto de 1899, se introdujo en la pista central un espectáculo diferente, donde el dominio de la montura y la coordinación de los jinetes embellecían los movimientos. Se trataba de un partido de polo. El acontecimiento de la presentación de este deporte en Santander estuvo presidido por el alcalde de la ciudad, Ricardo Horga. Hubo mucho público, mástiles con los escudos de los ayuntamientos cántabros, gallardetes, banderolas y guirnaldas de laurel para adornar a aquel partido que se llevó a cabo gracias a dos consumados jinetes, Luis y Eusebio López, primos del segundo marqués de Comillas que trajeron sus jacas desde Barcelona. Se jugaron cuatro tiempos de diez minutos. Todos los participantes, menos los dos primos del marqués, eran cántabros. En el equipo azul, que ganó por tres a dos, montaron Jorge Satrústegui, Casimiro Diego Pardo, Carlos Quintana y Antonio Pombo Labat. El equipo rojo estuvo formado por Eusebio López, Juan José Quintana, Juan Pombo Ibarra y Luis López. La presencia estival de Alfonso XIII en Santander a partir de 1913, avivó el interés por los ‘sports’. El rey era un decidido practicante de varios de ellos, como la caza, la vela, el automovilismo, el tenis, la gimnasia… y la hípica. Gracias al rey, el caballo y el polo iban a tener un impulso que contribuiría a que el selecto grupo de aristócratas, comenzara a practicar este juego. El 9 de agosto de 1914, las puertas de la península de la Magdalena se abrieron para que los santanderinos pudieran presenciar el primer partido de polo organizado en su campa, frente a las caballerizas, y de paso ver la exhibición de las habilidades de la nobleza. Ante la hermosa estampa paisajística de la península, los pequeños caballos de polo se estiraban hacia una y otra portería detrás de la bola, o se concentraban en una extraña reunión, dirigidos por jinetes con las mazas en alto, que a modo de casco cubrían la cabeza con salacots. El equipo morado estaba compuesto por Alfonso XIII, el conde del Rincón, el duque de Santoña y el señor Larios, mientras que el equipo blanco estaba formado por el príncipe Alfonso, el marqués de Viana, el conde de la Maza y el señor Suárez.
  • 3. Los ciudadanos de a pie de Santander se entretuvieron con la curiosa pugna entre el equipo del rey y el equipo del príncipe. Hubo mucha igualdad y emoción, sin que hubiera ni un solo gesto antideportivo, acaso cierto exceso de reverencias y felicitaciones. En el tercer periodo, Alfonso XIII, en una jugada personal, marcó el gol que suponía el tres a uno. Aunque se había programado jugar cuatro periodos o ‘chukkers’, se tuvo que recurrir a un quinto, ya que poco antes de acabar el partido, el heredero al trono de España, Alfonso, consiguió el empate a cuatro. Finalmente, el equipo morado que capitaneaba el mismo rey, se alzaría con el triunfo al marcar el único tanto del quinto periodo, llevándose el premio de unas pitilleras de plata que el duque de Santo Mauro había donado para la ocasión. La hípica se estaba introduciendo en Santander al mismo tiempo que la ciudad se modernizaba para ser la capital turística y señorial que requería el digno entorno de la presencia de los reyes. Se había constituido la Sociedad Hípica Montañesa, y el espaldarazo definitivo llegó en 1917, con la inauguración del Hipódromo de Bella-Vista, en Cueto, de carácter municipal. A partir de entonces, el deporte del caballo en Santander emprendió su galope. El rey siguió jugando al polo en La Magdalena, organizando partidos, alguno de ellos internacionales y atrayendo a la incipiente prensa deportiva que tanto contribuyó al fomento de la actividad física. El redactor deportivo de ‘El Cantábrico’, Pepe Beraza, que escribía sus artículos con el seudónimo de ‘Yost’, tuvo la ocurrencia de publicar la crónica de un partido de polo como si se tratara de un partido de fútbol. Beraza era un deportista experimentado, pionero de varias de las modalidades que muy pronto se arraigarían en Cantabria. La originalidad de su crónica encantó a Alfonso XIII y desde su caballo, durante uno de los descansos de un partido, se acercó al periodista y le felicitó, manteniendo una conversación sobre el juego y los caballos durante varios minutos. ¿Qué animal ha podido ser tan trascendental para el movimiento de los pueblos, la determinación de las guerras y el traspaso de las culturas, como el caballo? Cuántas huidas, cuántas persecuciones, cuántos caminos recorrieron juntos hombre y caballo… También juntos, recorrieron el camino del deporte y la competición, galopando hacia el anillo de oro, saltando los obstáculos de diversas alturas, volando como el viento para
  • 4. llegar primero y persiguiendo una bola con la que reyes y príncipes jugaron y aprendieron a cabalgar.