El autor expresa que no cree en un Dios que condene la humanidad, que ame el sufrimiento o que se alíe con la política o la iglesia. Tampoco cree en un Dios que castigue el pecado o niegue la sexualidad humana. En su lugar, el autor cree en un Dios que acepta el amor donde quiera que se encuentre y que se identifica con la belleza y la felicidad en el mundo.