El hábitat del solenodonte: una lucha por la esperanza
1. El Hábitat del Solenodonte
José Acevedo Jiménez
Había escuchado hablar de él, pero nunca lo había visto. Posiblemente ni
siquiera exista, sólo en la lista de especies extintas. Aun así mantengo la fe en
poder encontrarlo, pues la única esperanza de salvar su hábitat reside en hallarlo.
El apetito voraz por el oro, había llevado al hombre a adentrarse en suelo virgen.
Nada, solo el oro es importante para los desaprensivos; de concretarse la
campaña para extraer el oro del lugar, todo lo que allí vive morirá. Al final, no
quedará nada más que desolación y muerte.
Como especie, somos codiciosos, ambiciosos, inescrupulosos. Nos vanagloriamos
de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, una autoproclamación, sin
dudas, pues no hay ser mas maligno que el hombre. Pero, no todo es malo,
también somos capaces de sentir compasión, de amar, de entender y sentir
respeto hacia la naturaleza. Y en esos, pocos, es que vive la esperanza de nuestro
mundo de ser un mejor lugar para todos los seres que en el habitan. Libre de
contaminantes, odio, indiferencia.
Nuestra lucha por salvar el hábitat de solenodonte, no es una simple lucha local.
Ganarla es una gran conquista, y salvar su hábitat significa salvar el hábitat de
todos; pues todos formamos parte del mismo hábitat, la Tierra. Y así como sufre
el cuerpo cuando siente dolor en alguna de sus partes, de la misma manera sufre
el planeta cada vez que un árbol es talado o un río es contaminado. ¡Sí! salvar el
hábitat del solenodonte significa mucho, significa que nuestro planeta aún tiene
esperanzas.
El tiempo se agota, las máquinas infernales se adentran en el bosque arrasando
todo a su paso.
- ¿Dónde te escondes, mi pequeño salvador? – me pregunté, casi perdiendo
toda esperanza de encontrarle.
2. Y justo cuando sentí que tal búsqueda había sido en vano, apreció ante mis ojos
el Solenodon paradoxus. Su pelaje Castaño rojizo y su inconfundible hocico
alargado le delataban.
La naturaleza se había revelado, en toda su magnificencia. Brindándonos nuevas
esperanzas para reconciliarnos con ella. Y gracias a un pequeño mamífero, de no
más de treinta centímetros de largo, el hábitat del solenodonte se había salvado
de las desbastadoras manos del hombre; y aunque sólo se ha ganado una
pequeña batalla, podemos gritar a los cuatro vientos: ¡aún hay esperanzas de un
mejor mañana!