Los esconjuraderos eran pequeñas construcciones medievales típicas de los Pirineos, generalmente cuadradas u ovaladas, que se ubicaban cerca de iglesias e ermitas. Servían para esconjurar o alejar males como tormentas, mal de ojo o pestes mediante oraciones, agua bendita y conjuros dirigidos por el cura. Aunque sus orígenes eran paganos, la Iglesia adoptó la tradición para cristianizarla.