El profeta Ezequiel vio aguas que salían de debajo del templo y se convirtieron en un gran río. Mientras el varón medía el río con un cordel, el agua aumentaba de profundidad de los tobillos a las rodillas y luego a la cintura de Ezequiel. Finalmente el río era tan grande que solo se podía cruzar a nado. El varón le dijo a Ezequiel que estas aguas saldrían hacia el este, descenderían al desierto del Mar Muerto y sanarían las aguas del mar.