1. FILOSOFÍA DEL VESTIR
Pedro Miguel Ansó Esarte
Si la Filosofía es, como decía el libro de texto con el que de adolescente me acerqué a
esta disciplina, la “ciencia de la totalidad de las cosas, por sus causas últimas,
adquiridas a la luz de la razón”, está claro que el hecho de vestirse y el mundo de la
moda pueden ser objeto de una reflexión racional.
Vestirse es un acto eminentemente cultural y la moda un fenómeno que nos habla
de la progresión y el desarrollo de este hecho en el tiempo. Cuando nuestros
antepasados comenzaron a vestirse lo hicieron fundamentalmente con un objetivo
funcional: las pieles de osos y lobos sirvieron para protegerse de las inclemencias del
tiempo. Pero es claro también que pronto esta acción se cargaría de valores estéticos,
psicológicos, sociológicos, económicos y políticos. Colocarse una buena pelliza hubo de
requerir habilidad, laboriosidad y cierto gusto frente a quienes sólo se molestaban por
ponerse un taparrabos corriente. Y es que sobre la dimensión funcional se superpuso
pronto una función simbólica que pasado el tiempo llegaría en algunos casos a
subsistir independientemente: un gorra tiene la funcionalidad de proteger la cabeza
del frío o del calor, pero una mitra es un signo del poder episcopal.
La Literatura Universal de todos los tiempos está llena de referencias a los modos de
vestirse y sus valores. Desde la Ilíada hasta la novela realista, desde la Biblia hasta la
novela contemporánea los modos y maneras de vestir han sido testigos que retratan
con fidelidad a las sociedades en que se desarrollan. Recordemos, como botón de
muestra, el consejo que da Shakespeare en el Hamlet cuando el cortesano Polonio
dice a su hijo Laertes a la hora de partir de Elsenor: “Viste cuan fino permita tu bolsa,
mas no estrafalario; elegante, no chillón, pues el traje suele revelar al hombre…” Y es
que en esto del vestir no conviene salir corriendo “a calzón quitado” ni “andar de capa
caída” o “hacer de la capa un sayo”, para luego no tener que “rasgarse las vestiduras”.
Vestirse es entrar dentro de nuestra segunda piel. Un piel, que a diferencia de la
natural y primera, hemos podido elegir. Y en elegir bien, como ya dijo Ortega y Gasset,
está la clave de la elegancia (curiosamente la “elegantia” se denominó en un primer
momento “eligentia”). Este es un principio del fenómeno de la moda, que intenta
orientarnos sobre el mejor “modus” de comparecer ante los demás. Porque la moda
es, como han señalado Umberto Eco, entre otros semiólogos, un acto comunicativo. El
acto comunicativo de los humanos es extraordinariamente complejo: digo algo de mí
cuando, combinando fonemas, codifico un mensaje lingüístico; y también cuando
gesticulo, río, lloro o escribo, pero también cuando me pongo una camisa y decido ir
con corbata o sin ella. De manera que, de la observación de la ropa de una persona,
cabe extraer sabrosas consecuencias sobre su personalidad, aunque ello no nos
permita más que una somera aproximación a ella y no agote la extraordinaria
complejidad de la conducta humana.
2. Y, si es cierto que una persona dice de sí misma con su modo de vestir, también en el
plano social ocurre algo similar. Una sociedad se retrata en su forma de vestir. Y así
podemos saber si estamos en una sociedad desarrollada o en vías de desarrollo, si hay
clases sociales o no las hay, si el código del vestir es rígido o flexible, si hay un
consumismo compulsivo e irracional o hay un consumo responsable, si ha habido una
educación en el aprecio de este arte o hay una práctica plebeya de usar y tirar, etc.
Con respecto a la moda, el articulista no puede hacer grandes precisiones, ni es
modelo de nada (“Ya conocéis mi torpe aliño indumentario”), pero recurre en la
práctica a la moderación de la que hicieron gala los sabios de la antigüedad cuando
profesaban el “nada en demasía”. Ni “fashion victim”, ni “descamisao”. En una
sociedad líquida como la nuestra cada día son más borrosas las fronteras de las
normas y los códigos del buen vestir. Pero el sentido común, el buen gusto, el
contexto, el respeto que los demás nos merecen y las posibilidades de cada uno deben
orientar el acto de vestirse para que éste hable con sinceridad de nuestro yo y no se
convierta en un disfraz de él. No se trata de sumergirse acríticamente en la corriente
de cada momento (efímera y cambiante per se), sino de saber nadar en ella con estilo
propio. Hay ropas, como dice un amigo mío, que “tienen alma” y pueden contribuir a
realzar nuestra personalidad, a singularizarnos, a ayudarnos a sentirnos mejor, pero
también, cuando están más elegidas, a proyectar un falso yo personal y social. Que
ustedes tengan buen tino en estas peculiares elecciones porque en esto del vestir y de
la moda hay…”tela marinera”.
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