Que “cambiar el mundo” esté en nuestras manos es algo más o menos discutible, una posibilidad que daría lugar a un interesantísimo debate repleto de grandilocuentes sentencias. Pero, si cambiar el mundo puede (y sólo digo “puede”) no depender de nuestras acciones más corrientes, sí podemos influir decisivamente en la forma en que lo vemos, lo vivimos, lo interpretamos, lo cantamos o lo escribimos. Y eso, cada vez más, empieza a propagarse por las redes sociales como un buen virus, un virus cargado de energía positiva.