La tía Elena visita al narrador y su familia. Ella usa sobrenombres cariñosos con el narrador a pesar de que él ya tiene 10 años, lo que lo incomoda. Ella habla mucho y comparte historias del pasado. El narrador trata de evitarla escondiéndose, ya que siente que la tía lo ahoga con su afecto excesivo.
¿Qué harías si paseando por el bosque de tu pueblo, descubrieses una burbuja con un gnomo dentro, pidiéndote que entres en ella?
Óscar, Tom y Sandra, son tres chiquillos que viven en un pueblo de España en el año 1.979. Una mañana de Octubre, deciden hacer novillos e irse de excursión a un bosque cercano. Su inseparable perrito Topo va tras ellos, pero cuando se adentran en el bosque, desaparece. Buscando a Topo, descubren una gigantesca burbuja que tendrán que atravesar para rescatarlo, y así realizarán el más fantástico viaje al pasado que jamás habrían podido sospechar: Retrocederán al año 510 y viajarán hasta Lutecia, un pueblo dentro de una isla donde conviven gnomos y humanos.
Con la ayuda de Lukuá, un gnomo amigo, se enteran de que a Topo lo tiene apresado Colungo, el cruel y avaricioso jefe del pueblo, que les pedirá un tesoro a cambio de liberar al animal. En la búsqueda del tesoro, que según la leyenda yace en las riberas del río, vivirán muchas aventuras, incluso un combate con un soldado en Las Arenas de Lutecia, y todo ello en un tiempo limitado, pues su estancia en Lutecia… ¡Sólo puede durar tres días!
Maud está convencida de que su amiga ha desaparecido, pero nadie le cree. Tiene setenta años y su contacto con la realidad no es el mismo de antes. Hay papelitos
por toda la casa: listas de la compra y recetas, números de teléfono, apuntes sobre cosas que han ocurrido. Es su memoria de papel, que impide que Maud olvide las
cosas. Y ahora tiene en sus manos una nota con un simple mensaje: «Elizabeth ha desaparecido». Es su letra pero no recuerda haberla escrito. ¿Qué le ha sucedido?
Maud está segura de que su amiga podría estar en peligro. Encontrarla se convierte en una obsesión que la lleva a rememorar la desaparición de su hermana en Londres
durante la Segunda Guerra Mundial.
¿Qué harías si paseando por el bosque de tu pueblo, descubrieses una burbuja con un gnomo dentro, pidiéndote que entres en ella?
Óscar, Tom y Sandra, son tres chiquillos que viven en un pueblo de España en el año 1.979. Una mañana de Octubre, deciden hacer novillos e irse de excursión a un bosque cercano. Su inseparable perrito Topo va tras ellos, pero cuando se adentran en el bosque, desaparece. Buscando a Topo, descubren una gigantesca burbuja que tendrán que atravesar para rescatarlo, y así realizarán el más fantástico viaje al pasado que jamás habrían podido sospechar: Retrocederán al año 510 y viajarán hasta Lutecia, un pueblo dentro de una isla donde conviven gnomos y humanos.
Con la ayuda de Lukuá, un gnomo amigo, se enteran de que a Topo lo tiene apresado Colungo, el cruel y avaricioso jefe del pueblo, que les pedirá un tesoro a cambio de liberar al animal. En la búsqueda del tesoro, que según la leyenda yace en las riberas del río, vivirán muchas aventuras, incluso un combate con un soldado en Las Arenas de Lutecia, y todo ello en un tiempo limitado, pues su estancia en Lutecia… ¡Sólo puede durar tres días!
Maud está convencida de que su amiga ha desaparecido, pero nadie le cree. Tiene setenta años y su contacto con la realidad no es el mismo de antes. Hay papelitos
por toda la casa: listas de la compra y recetas, números de teléfono, apuntes sobre cosas que han ocurrido. Es su memoria de papel, que impide que Maud olvide las
cosas. Y ahora tiene en sus manos una nota con un simple mensaje: «Elizabeth ha desaparecido». Es su letra pero no recuerda haberla escrito. ¿Qué le ha sucedido?
Maud está segura de que su amiga podría estar en peligro. Encontrarla se convierte en una obsesión que la lleva a rememorar la desaparición de su hermana en Londres
durante la Segunda Guerra Mundial.
Instrucciones del procedimiento para la oferta y la gestión conjunta del proceso de admisión a los centros públicos de primer ciclo de educación infantil de Pamplona para el curso 2024-2025.
3° UNIDAD 3 CUIDAMOS EL AMBIENTE RECICLANDO EN FAMILIA 933623393 PROF YESSENI...
Fragmentos del cuento: Una tía excesivamente cariñosa
1. Fragmentos del cuento: “Una tía excesivamente cariñosa”
Autor. Armando Sequera
I
El viernes en la tarde, sonó el teléfono. Mamá estaba en la ducha. Papá acababa de
bajar al estacionamiento del edificio, a buscar algo que había dejado en el carro. Mi
hermana Betty había salido con dos amigas.
Atendí yo.
- ¿Quién habla? - preguntó la voz, al otro lado de la línea - . ¿Mi puchunguito?
Era tía Elena, la hermana mayor de mamá. Siempre me dirige la palabra usa
sobrenombres y diminutivos, como si yo fuera un bebé, una mascota o un muñeco de
peluche. No sé de dónde lo saca o si los inventa, a medida que habla.
- ¡Hola, tía! –respondí, sabiendo que si negaba ser su puchunguito, la conversación se
iba a prolongar.
- ¡Ay mi pichurrín, si estás grande: ya hasta atiendes el teléfono!
- Tengo diez años, tía.
- ¡Es verdad, bebuchito querido, ya tienes diez añitos y eres todo un hombrecito! Y qué,
garbancito bello: ¿ya tienes novia?. ¡Un día de estos, tienes que presentármela! ¿Cómo
se llama? ¿Es bonita? ¡Tiene que serlo, porque si no, no te gustaría! ¡Ustedes, los
hombres de esta familia, tienen muy buen gusta en lo que se refiere a mujeres! ¡No se
enamoran de cualquiera! ¿Y tienes una sola novia o varias? ¿Por qué esa es la otra:
ustedes no se conforman con una sola, así sea una santa? ¡Ustedes parecen
musulmanes: todos quieren tener su propio harem! ¡Yo estoy segura de que, donde
estudias, debes tener a todas las muchachas vueltas locas! ¡Sí, porque tú, con esa carita
y esa labia, debes ser un galancito, un don Juancito! ¡Ay, quien te viera en el colegio: hoy
con una y mañana con otra! ¡Dios Todopoderoso, que me iba yo a imaginar, cuando él
nació, que me ibas a conceder la vida hasta ver a mi papuchi convertido en un Casanova!
¡Un Casanova con sólo diez añitos! ¡Hay que ver, Señor, qué grande y misericordioso
eres!
Tía Elena siguió hablando como dice mamá: pagándose y dándose el vuelto.
Aparté el auricular de mi oído y su parloteo pareció encogerse, volverse pequeñito.
Sonaba como una hormiga hablando por un altoparlante.
Antes de que yo pudiera decirle que mamá estaba en la ducha, mi madre salió del
baño, envolviendo su cabello en una toalla naranja.
- Lalo, ¿Por qué tienes el teléfono tan lejos de la oreja? – preguntó.
(Me llamo Eduardo, pero todo el mundo – menos mi tía - , me llama Lalo).
Hice un gesto de desagrado que mamá interpretó al instante.
- ¡Ah, es Elena! ¡Seguro que te está hablando de lo mujeriegos que son los
hombres de la familia!
Afirmé con la cabeza.
- ¿Cuántos sobrenombres te ha puesto hasta ahora?
Alcé los hombros.
- ¡Claro, qué vas a saber, si no la escuchas! Pásamela.
Mamá extendió su brazo izquierdo. Le entregué el teléfono, como si en una carrera de
relevo, en lugar de la posta, llevara una bomba o una culebra.
2. Cuando hora y media después colgó, anunció:
- ¡Elena viene mañana en la mañana para quedarse este fin de semana!
Al ver la expresión de mi cara, soltó riendo:
- ¡Ay, Eduardo, no es para tanto! ¡Hay peores cosas en la vida que una tía cariñosa!
No contesté, pero pensé que peor que una tía cariñosa no puede haber nada-
II
Me costó dormirme, pensando en la visita de tía Elena.
Y es que, desde el momento en que llega, hasta que se va, yo vivo como una sardina
encerrada en una pecera con un pulpo: escapando todo el tiempo de sus tentáculos de
cariño.
Oh no, peor: me siento perseguido por un monstruo horrible que, en vez de fuego,
como los dragones, escupe un melado pegajoso que paraliza y ahoga.
Ayer sábado, entró al apartamento a las ocho de la mañana y, apenas traspuso la
puerta, comenzó a disparar sus chorros de almíbar:
- ¿Dónde está mi churumbelito, mi querubincito de mermelada? – Le preguntó a mamá,
al tiempo que ponía en el suelo la maleta que traía.
Luego, como mi madre no supo decirle donde me hallaba, empezó a buscarme:
- ¡Tesorito…! ¡Renacuajito de mi corazón: llegó su tía!
Como siempre, apenas la vi bajarse de un taxi, frente a la entrada del edificio, me
escondí.
Esta vez lo hice en el lavadero, arrodillado y encogido dentro de la cesta de metro y
medio de alto donde ponemos la ropa sucia. Me cubrí totalmente con pantalones, franelas
y camisas que, como olían mal, me obligaron a usar un pitillo de beber líquidos para
respirar.
- ¡Pastelito de caramelo, ¿dónde estás?! ¿Dónde te metiste esta vez? – Dijo la tía – .
- ¡Ando por la sala! ¿Estoy fría o caliente?
Con ese truco, tía Elena no hallaba a Betty o a mí, cuando éramos pequeños. Al
decirle cómo estaba – fría, si se hallaba lejos, o caliente, si cerca –, delatábamos nuestra
posición. Hacía tiempo que no le funcionaba, pero igual seguía utilizándolo.
– ¡Anda, curunzuncito lindo, dime si estoy fría o caliente! ¡No te me escondas tanto
que voy a terminar creyendo que no te gusto!
Seguí sin responder.
Poco después, entró a la cocina. Como el lavandero y la cocina tienen una misma
entrada, bajé el pitillo y aguanté la respiración.
Tía Elena revisó un depósito de herramientas que papá tiene en un rincón de la
cocina y, al no hallarme, siguió llamándome:
– ¡Pichoncito bello! ¡Cachorrito de la tía, ¿dónde estás?
Cuando sentí sus pasos dentro del lavandero, se me aceleró el corazón y temí que
el ruido que producía me pusiera al descubierto.
Tía Elena miró detrás de la lavadora y luego se detuvo ante la cesta de la ropa
sucia. No la revisó, pero sí la empujó suavemente con el pie un par de veces.
Yo ya había previsto que haría esto y la impulsé un poco, haciendo que se
bamboleara, como si no tuviera mucho peso.
3. Funcionó: siguió de largo.
Su búsqueda duró 10 o 12 minutos más, hasta que, al fin, se sentó en la sala y
comentó:
– ¡Ay coma, lo que son los años! ¡Ya casi no puedo jugar al escondite con mi
Firinfirito! ¡El muy sinvergüenza se sabe esconder mejor que mi difunto Alfredo,
que Dios me lo tenga en su Gloria! ¡Cuando discutíamos, Alfredo se metía en los
lugares más increíbles de la casa, para evitar que habláramos e hiciéramos las
paces! ¡Una vez, se escondió en el refrigerador y lo encontré al rato, cuando me
dio sed! ¡No se me olvida nunca que, para soportar el frío, se envolvió en una
manta bien gruesa que habíamos comprado en Los Andes!
Recordé que tío Alfredo era chiquito, delgadito y elástico, como un contorsionista, y
cabía en cualquier sitio. La tía tiene una foto suya en la sala de su casa, saludando
desde el interior de una maleta.
– Y, hablando de sed, Clarita – le preguntó tía Elena a mamá –, ¿dónde está mi
vaso de agua?
No había terminado de pedirlo, cuando ya mamá se lo estaba entregando.
La tía acostumbra a tomar ese vaso de agua, cuando viene a visitarnos. Aunque
ahora llega en ascensor, dice cansarse igual que cuando, en el edificio donde
vivíamos antes, subía tres pisos por la escalera.
Tía Elena es viuda. Nunca tuvo hijos y, cuando nació Betty, su primera sobrina, se
pegó mucho con ella.
Pero mi hermana tiene más personalidad que yo y, desde que tenía 8 años le pidió
que la respetara. Entonces, nací yo.
– ¡Qué lindo es! –Exclamó al verme, recién nacido–. ¡Clara, si te descuidas, un día
de estos vengo y me lo llevo a vivir conmigo!
Mi madre me aferró contra su pecho, alegando que yo era suyo, y, a partir de
entonces, este juego se repitió durante años.
Sin embargo, a medida que fui creciendo, mientras para mamá la escena era un
juego, para mí era una amenaza, pues yo temía, más que nada en la vida, que la tía
me llevara a vivir con ella.