El documento compara las historias de Abrahán y Marta para discutir la hospitalidad. Abrahán recibió el favor de Dios por acoger a los visitantes con prontitud, mientras Marta fue reprendida por Jesús por estar demasiado ocupada atendiendo los detalles en lugar de escuchar su palabra. El documento argumenta que el error de Marta fue no entender que lo más importante durante la visita de Cristo era escuchar su mensaje. En lugar de eso, se centró demasiado en las tareas y en agradar a Jesús a través de sus acciones
1. Homilia de Alessandro pronzato
Domingo 16 Tiempo Ordinario
...Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo... Abrahán entró corriendo en
la tienda... El corrió a la vacada... (Gén 18,1-10).
Me alegro de sufrir por vosotros... (Col 1,24-28).
...Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: sólo una es necesaria. María ha
escogido la parte mejor, y no se la quitarán (Lc 10,38-42).
Los mismos preparativos con resultados opuestos
2. Marta y Abrahán. El acercamiento, aunque extraño, es obligado en este domingo.
Dos ejemplos de hospitalidad diligente, cordial, afanosa. Pero el éxito es totalmente distinto.
La acogida dispensada por Abrahán, adormecido en la hora más calurosa del día en la entrada de
la tienda, bajo la sombra de las encinas de Mambré, a los tres misteriosos personajes, encuentra el
agrado del Señor, que lo premia anunciándole la próxima maternidad de Sara (o sea, el
cumplimiento de las promesas divinas, después de una interminable espera).
Por el contrario, el excesivo quehacer de Marta merece la desaprobación del Señor (si bien en
tono afectuoso: «Marta, Marta...»), que la reprende por haber descuidado «la única cosa
necesaria».
Antes de ver las cosas un poco más de cerca, comentemos la segunda lectura, que resulta en gran
parte extraña al motivo al que hemos aludido, pero que también contiene una frase que encaja
perfectamente en ese contexto: «Cristo es para vosotros...» (v. 27).
Por lo demás, Pablo, escribiendo a la minúscula comunidad cristiana de Colosas (una ciudad del
Asia Menor, de la cual hoy queda una colina en la zona turca de Cürüksu, y que se elevaba sobre la
importante vía de comunicación con Efeso, a unos 200 kilómetros de distancia) resume el sentido
de la propia misión. Y destaca dos rasgos esenciales del apóstol:
-Imitación de Cristo a través de la participación en su pasión. «Completo en mi carne los dolores
de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia». La frase ha hecho discutir hasta el infinito, y
continúa siendo objeto de las interpretaciones más diversas, y no siempre convincentes.
Sin embargo me parece que el pensamiento de fondo resulta más claro que su formulación: el
apóstol intenta completar, en su pobre persona, los padecimientos de Cristo que testimonian la
historia de la salvación, e intenta participar en aquellas tribulaciones. Así como la difusión del
evangelio es inseparable de la cruz, un siervo del evangelio sabe que debe dar su contribución,
prestar su parte en los dos sectores.
3. Pablo proclama: «Me alegro de sufrir». Evidentemente no ama el dolor por el dolor. Especifica: «...
por vosotros». La cruz, en efecto, es inseparable, tanto de la proclamación del evangelio, como del
amor.
-Imitación de Cristo a través de la participación en el anuncio del misterio. Pablo se siente
encargado de «manifestar», «dar a conocer», «anunciar», «amonestar», «instruir a todos»: y el
contenido de todo esto es el proyecto de salvación revelado en Cristo.
Por consiguiente el apóstol completa, al mismo tiempo, tanto «los padecimientos», como «la
palabra de Dios».
Y la tarea declarada es la de conducir a todo creyente hacia la plena madurez cristiana. Esta
misión, además, en vista del crecimiento en el amor de la comunidad, se explica (como se
precisará también en otros escritos) en el trabajo, en el esfuerzo de cada día, en la lucha, en las
pruebas que lleva consigo la existencia itinerante.
Así pues, el cuadro que se dibuja aquí no contempla una proclamación pública de la Palabra, sino
un duro, oscuro y sufriente compromiso, una donación continua en la vida cotidiana.
¿Dónde está el error de Marta?
Y volvemos al tema de la hospitalidad.
Abrahán «corrió al encuentro» de los tres personajes, «y se prosternó en tierra», los invita a
quedarse con él, da órdenes a los criados, él mismo se encarga de asegurar lo necesario para una
comida abundante, implica a la mujer ordenándole preparar las hogazas.
4. Aparecen dos verbos característicos: «correr» y «darse prisa». En el evangelio, Marta «se
multiplicaba para dar abasto con el servicio», y Jesús la reprende porque anda inquieta «con
tantas cosas» (más o menos las mismas que Abrahán).
Pero Marta no encuentra la colaboración de nadie.
La hermana, en efecto, se ha sentado a los pies de Jesús y está ocupada completamente en la
escucha de su palabra.
El Maestro no aprueba el afán, la agitación, la dispersión, el andar en mil direcciones «del ama de
casa».
¿Cuál es, pues, el error de Marta?
Ante todo un error de perspectiva. O sea, no entender que la llegada de Cristo significa,
principalmente, la gran ocasión que no hay que perder, y por consiguiente la necesidad de
sacrificar lo urgente a lo importante.
Pero el desfase en el comportamiento de Marta resulta, sobre todo, del contraste respecto a la
postura asumida por la hermana.
María, frente a Cristo, elige «recibir».
5. Ella, por el contrario, toma decididamente el camino del «dar». María se coloca en el plano del ser.
Ella en el del actuar.
María da la primacía a la escucha.
Ella se precipita a «hacer» (tengamos en cuenta que no es el «hacer» lo que se condena, sino un
«hacer» que no parte de una escucha atenta de la palabra de Dios, y que, consiguientemente se
pone en peligro de convertirse en un estéril girar en el vacío, ruidosamente, para auto-justificarse).
Marta se limita, a pesar de todas sus intenciones laudables, a acoger a Jesús en casa.
María lo acoge «dentro», se hace recipiente suyo, tabernáculo. Le ofrece hospitalidad en aquel
espacio interior, secreto, que ha sido predispuesto por él, y que está reservado para él, para su
amor.
Marta ofrece a Jesús cosas (¡una gran cantidad de cosas!). María se ofrece a sí misma.
En una palabra, ¿qué quiere?
Según el juicio de Jesús, María ha elegido inmediatamente, intuitivamente, «la parte mejor» (que,
a pesar de las apariencias, no es la más cómoda: resulta mucho más fácil moverse que
«entender»).
6. Marta, desgraciadamente, que no quiere que falte nada al huésped importante, que pretende
llegar a todo, deja pasar clamorosamente «la única cosa necesaria».
Y llega a preguntarse: pero, ¿qué quiere el Señor?
El problema es precisamente este: descubrir poco a poco (porque se trata de un descubrimiento
que no puede hacerse de una vez para siempre) qué es lo que de verdad quiere el Señor para ti.
Pero si no te paras, si no tienes tiempo para escuchar, si continuas agitándote e impartiendo
órdenes en vez de recibirlas, si te obstinas en tomar iniciativas sin interrupción y en organizar
festejos en su honor, sin interpelar al interesado, jamás comprenderás cuál es realmente la
voluntad de Dios.
A fuerza de dedicarte a las cosas del Señor, descuidando las indicaciones indispensables que sólo
pueden venir de la acogida profunda, silenciosa, de su Palabra, corres el riesgo de perder de vista
al Señor, y al final, verte solamente a ti mismo.
A fuerza de correr para agradarle, sin parar a preguntarte seriamente qué le es grato de verdad,
existe el peligro de descubrir, al final (¡y sería ya una gracia!) que, en realidad, buscabas otra cosa
u otra persona.
Sí, ¿en el centro de la casa está el Señor o está Marta?
7. Marta, desgraciadamente, que no quiere que falte nada al huésped importante, que pretende
llegar a todo, deja pasar clamorosamente «la única cosa necesaria».
Y llega a preguntarse: pero, ¿qué quiere el Señor?
El problema es precisamente este: descubrir poco a poco (porque se trata de un descubrimiento
que no puede hacerse de una vez para siempre) qué es lo que de verdad quiere el Señor para ti.
Pero si no te paras, si no tienes tiempo para escuchar, si continuas agitándote e impartiendo
órdenes en vez de recibirlas, si te obstinas en tomar iniciativas sin interrupción y en organizar
festejos en su honor, sin interpelar al interesado, jamás comprenderás cuál es realmente la
voluntad de Dios.
A fuerza de dedicarte a las cosas del Señor, descuidando las indicaciones indispensables que sólo
pueden venir de la acogida profunda, silenciosa, de su Palabra, corres el riesgo de perder de vista
al Señor, y al final, verte solamente a ti mismo.
A fuerza de correr para agradarle, sin parar a preguntarte seriamente qué le es grato de verdad,
existe el peligro de descubrir, al final (¡y sería ya una gracia!) que, en realidad, buscabas otra cosa
u otra persona.
Sí, ¿en el centro de la casa está el Señor o está Marta?