1. La muerte del Pishtaco
Cerca de la cueva de un Pishtaco, un anciano instaló su choza. Allí llegaba por las tardes
a dormir, acompañado de un perro cuyo nombre era Jarimán. Al Pishtaco no le gustó la
vecindad del anciano y ante el temor de ser descubierto, resolvió quitarle la vida. Una
noche oscura se dirigió a la choza del anciano a quien encontró masticando coca.
- ¡¡Viejo, la plata o la vida!!
El anciano replicó:
- No tengo dinero, ¿de dónde te voy a dar nada?
- Entonces págame con la vida - concluyó el Pishtaco listo a degollarlo.
Pero el anciano imploró una gracia diciendo:
- Antes de que tú me hagas nada te pido un momentito para rogar a Dios y despedirme
de mi perro cantando mi tristeza.
-Bueno! ¡pero rápido! - fue la respuesta del Pishtaco.
En efecto, el anciano se puso a cantar llorando y rogó a Dios por la buena vida de su
perro con estas palabras:
- Hay Jarimán , Jarimán! Hallegado la hora de mi muerte, el fin de mi destino, me voy
de esta vida, hay Jarimancito!!!
El Perro que estaba por allí cerca, al escuchar las voces de su dueño vino
disimuladamente corriendo, por detrás del Pishtaco de un salto lo cogió por la garganta
y lo derribó al suelo. En ese momento el anciano cogió el puñal y lo plantó en el corazón
del Pishtaco, quien murió en el acto.
El anciano enterró el cadáver en la choza y fue a la cueva del Pishtaco donde encontró
oro y plata en gran cantidad. Volvió rica la ciudad y en el resto de su vida cuido bastante
a su querido Jarimán que le había salvado de una muerte segura.
Se cuenta que, en una comunidad, que un hombre vivía con su hija. La hija sacaba a
pastar las ovejas, llamas y otros animales en Cuzco. Cada día un joven que andaba con
elegancia iba a visitarla. Tenía un traje negro hermoso, chalina clara, sombrero y todo.
Cada día iba a ver a la mujercita, y se hicieron buenos amigos. Jugaban a todo. Un día
comenzaron a jugar de esta manera: “Alzame tú y yo te alzaré”. Empezaron el juego, y
el joven levantó a la mujercita. Recién cuando la había llevado alto, la mujercita se dio
cuenta de que estaba volando.
El joven puso a la mujercita dentro de un nido en un barranco. Allí el joven se convirtió
en cóndor. Por un mes, dos meses, el cóndor alimentaba a la mujercita. Le daba toda
clase de comida: carne asada, carne cocida, etc. Cuando habían estado juntos unos
2. años, ella llego a ser mujer. La jovencita dio a luz un niño, pero lloraba día y noche por
su padre, a quien había dejado en la comunidad en Cuzco. “¿Cómo podría estar solo
mi padre? ¿Quién está viendo a mi padre? ¿Quién está cuidando a mis ovejas?
Devuélveme al lugar de donde me trajiste. Devuélveme allá”, le suplicaba al cóndor.
Pero él no le hacía caso.
Un día un picaflor apareció. La joven le dijo: “¡Ay, picaflorcito, mi picaflorcito! ¿Quién
como tú? Tienes alas. Yo no tengo manera alguna de bajar de aquí. Hace más de un
año, un cóndor, convirtiéndose en joven, me llevó hasta aquí volando. Ahora soy mujer.
Y he dado a luz a su niñito”. El picaflor le dijo: “Escúchame joven. No llores. Te voy a
ayudar a salir de aquí. Hoy día iré a decirle a tu papá donde estás, y tu papá vendrá por
ti”. La joven le dijo: “Escúchame, picaflorcito. ¿Conoces mi casa, no? En mi casa allá
en Cuzco hay muchas flores bellas, te aseguro que si me ayudas, todas las flores que
hay en mi casa serán para ti”.
Cuando dijo eso, el picaflor volvió alegre al pueblo, y fue a decir al padre de ella: “He
descubierto dónde está tu hija. Está en un nido en un barranco. Es la mujer de un
cóndor. Pero va a ser difícil bajarla. Tenemos que llevar un burro viejo”, dijo el picaflor,
y contó su plan al padre. Fueron llevando un burro viejo. Dejaron el burro muerto en el
suelo. Y mientras el cóndor estaba que comía al burro, el picaflor y el padre ayudaron a
la jovencita a bajar del barranco. También llevaron dos sapos: uno pequeño, otro
grande, y dejaron los sapos en el nido del barranco. Bajaron el padre y su hija y fueron
hacia el pueblo. El picaflor fue hacia el cóndor, y le contó: “Oye, cóndor. Tú no sabes
que desgracia ha ocurrido en tu casa”.
“¿Que ha pasado?” el cóndor le preguntó.
“Tu mujer y tu hijo se han transformado en sapos”. Bueno, el cóndor se fue volando a
ver. Ni la joven, ni su hijo estaban dentro del nido, solamente dos sapos. El cóndor se
asustó, pero no hubo nada que pudiese hacer; y el picaflorcito va todos los días a estar
entre las flores en la casa de la jovencita. Mientras ella, su hijo y su padre viven felices
y alegres en la comunidad en Cuzco.
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