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La señora Ester
1. La señora Ester
Ana María Güiraldes
El hotel Cumbres Blancas inicia su época termal.
Poco a poco llegan los pasajeros habituales, en su gran mayoría ancianos quejumbrosos, parejas de reumáticos,
solterones y solteronas que esperan recobrar su juventud en una tina llena de barro.
La señora Ester ya está instalada en su habitación. Año tras año llega con su auto, su chofer, tres maletas y su
tranquilo compañero: el señor Lorenzo.
La dama, mientras termina de colgar algunas prendas en el ropero, conversa y conversa. Siempre fue así: alegre
y entusiasta. No parece notar la expresión ausente del caballero e inicia un nuevo tema:
- Mira, ya se va a poner el sol. ¿No te parece lindo? A veces pienso que si tuviéramos treinta años
menos… Claro que no tendría lumbago. No, me quedo así, contigo en tu sillón, y yo mirando el paisaje.
Se acerca y le da un beso en la mejilla, trata de sentarse junto a él, pero se incorpora:
- ¡Tu té con limón! No, no, nada de pretextos, ya sabes que el médico dijo: mucho líquido, mucho líquido.
El señor Lorenzo la mira con ojos claros, envueltas las piernas en un chal azul y rojo, frente a la ventana que da
al jardín. Ella pulsa el timbre y habla hasta que llega el camarero:
- ¡Qué gusto verlo, pues, Juanito! Mira, Lorenzo, ya está Juanito con nosotros, como siempre. Nadie como
él para cuidarnos y entendernos.
- ¿Desea algo, señora Ester?
Anota el pedido, saluda y se retira.
Una hora más tarde la señora se reúne con algunas personas en el amplio salón. Saluda a los antiguos conocidos,
reparte sonrisas, va de un grupo a otro. Cuando ya no tiene con quien conversar, llama a un mozo. Le muestra
una bolsita color café:
- ¿Todavía funciona la peluquería? ¡Qué bueno! Tengo que llevar esta peluca para que al retoquen… ¡No
es mía, yo tengo mi pelo completito! ¿Sabe? ¡Lorenzo está un poco pelado, y le dio la pretensión!
El mozo escucha, comprensivo.
- ¡Un poco de pelo en la frente nunca viene mal!
Y se aleja, sonriendo a todos, con el paso vacilante, y con la bolsita en la mano.
Regresa a la hora de la comida.
Se ve un poco alterada.
- ¡Ese Lorenzo! – Exclama a sus vecinos de mesa. – Yo no sé, pero pienso que no está muy bien. ¡No
quiso bajar a comer! Debe haberse enojado, porque me demoré en la peluquería. Con el tiempo se me ha
vuelto celoso, ¿qué le parece?
Llama al camarero, pide, nerviosa:
- Llévele algo a la pieza. No puede quedar sin comer. El médico me recomendó: buena alimentación, poco
pero sano.
El mozo escucha con atención las indicaciones, sonríe al ver la propina que la señora se empeña en deslizar en su
bolsillo y sube con a bandeja hacia la habitación.
Toca la puerta, y entra.
Desde el sillón, arropado con el chal, con sus ojos claros y expresión ausente, lo mira el señor Lorenzo.
El mozo sale, después de dejar a bandeja en una mesita.
El muñeco lo sigue mirando.