Los cuatro sacerdotes esperaban en el lago de Texcoco bajo la luna llena. Escucharon un grito desgarrador que parecía provenir de una mujer en agonía. Creyeron que era Cihuacoatl, la diosa que salió de las aguas y bajó de la montaña para advertirles nuevamente. Al subir a lo más alto del templo, vieron hacia el este una figura blanca con el pelo peinado de tal forma que parecía tener cuernos en la frente, arrastrando una cola vaporosa.