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SERIE NACEMOS CON ALAS…LUEGO APRENDEMOS A VOLAR
FRANCISCO VILLALTA GUANDIQUE
Presentación
Leer es como escuchar. Con algunas obras nos sucede como con esas
personas, a las que deseamos seguir escuchando, cuyas palabras resuenan
en nosotros y que por esa misma razón deseamos seguir escuchando.
El Principito de Exupery, es para mí una de esas obras, cada vez que la leo
me invita a una escucha diferente, me lleva a sitios más cercanos y a veces
tan distantes como el desierto o los múltiples planetas que visitó el pequeño
príncipe en su travesía.
Las páginas que siguen, son el resultado de mis incursiones en MI, desde el
mapa propuesto por Exupery, sin la magia de su relato seguramente y sin la
más mínima presunción de “continuar” la obra. Lejos de eso, es el resultado
de mi escucha, de mi deseo de compartir contigo querido lector, aquello
que provoca en mi el relato, cada personaje, mi querida rosa, mi adorable
principito, mi amoroso aviador.
Te comparto monólogos de la rosa, conversaciones imaginarias del aviador
con el piloto, diálogos de Rosa y pequeño príncipe, es más, alguno que otro
sueño del pequeño príncipe.
Lo relatado acontece durante la estadía del chico de rizos dorados en el
desierto junto al aviador, sucede además en el asteroide del principito, como
ecos de monólogos de la rosa, como reflexiones luego de la partida.
Puedes elegir leerlo desde cualquier lugar, eso si, te invito a considerar la
posibilidad de acompañar la lectura escuchando a Piazolla, y porque no,
bebiendo un espumante Prosecco.
Del miedo al amor
De pronto me vi en el desierto. Yo no pedí estar ahí, simplemente sucedió.
Al principio mi conversación era ¿por qué me pasa eso a mí?, ¿como es que
ahora estoy así, solo yo, inmensamente solo? ¡No entiendo porque me pasa
a mí!
Finalmente dormí… cansado, si cansado de resistirme a lo que no podía
cambiar, la situación de que me encontraba en el desierto, un lugar que creía
conocer siendo entre otras cosas geógrafo; incluso eso me incomodaba más,
dar cuenta de que lo que creí saber no me era suficiente, al menos no era
capaz de hallar valor alguno en ello.
Y así en medio de mi reclamarme e invertir energía en procurar entender
porque me estaba pasando lo que me pasaba, en medio de dicho estado
aparece este personaje, irreverente, en algún momento quizás irritante. Su
relajada actitud contrastaba con la mía, parecía decir sin palabras algo como
“me alegra de encontrarme acá y encontrarte”.
En algún momento llegué a pensar que quizás este pequeño estaba un poco
desequilibrado; luego sospeché de mi propia cordura. ¿Acaso era yo mismo
que en mi incompetencia para enfrentar lo que me sucedía estaba
imaginando, era parte de un enorme espejismo?, ¿era una respuesta interna
que se mostraba como un ser externo a mí, pero con el cual era capaz de
resonar?; ¿que otra explicación habría para su manera de describir los
planetas cual geógrafo espacial?, o, ¿qué mis dibujos le hicieran todo el
sentido?
Entonces él se acercó con esa actitud irreverente, y me costó algo de trabajo
poder escucharle, darle atención a este único ser en los alrededores de los
que tenía consciencia. Más, las cosas cambiaron, seguro que sucedió en el
camino como un proceso, o quizás, todo empezó al hablarme de la rosa o
en el momento en que mi amigo el pequeño príncipe decidió partir.
Ahora que lo recuerdo, pienso en dos ocasiones, ese día que me pidió
dibujar al cordero fue uno de ellos. Esa ocasión me hizo tomar consciencia
de algo que consumía mi energía y atención: de que estaba en el desierto,
en el lugar que llamamos desierto; que alguna responsabilidad había tenido
en la preparación del avión y en su errático funcionamiento; y estaba seguro
de poseer el 100% de autodeterminación para elegir como transitar por este
lugar, como vivirlo, como habitarlo.
Fui consciente en esa ocasión de lo incierto, de la inmensidad, de mi
pequeñez y vulnerabilidad, del poder enervante de su sonrisa. Me he movido
de la culpa a la posibilidad, del miedo a la responsabilidad, de víctima a
protagonista. En un momento de debilidad en el que me había llenado de
resentimiento y miedo, que un ser tan especial confiara en mi capacidad de
hacer era una afrenta, era un regalo.
Ese, fue el primer momento. El segundo sigue siendo misterioso, no por el
momento sino por lo que este trajo para mí. Sucedió al final, sucedió en
nuestra última puesta del sol compartida. Ese día entendí o empecé a
comprender algunas cosas. Ese día el significado del desierto dejó de ser el
que había sido. Cuando el pequeño príncipe soltó mis manos, cuando me
miró presagiando el “hasta un día”, cuando intente no dormir como
prolongando mi estar junto a él, esa ocasión desapareció el miedo, y empezó
una nueva sensación. Me moví del miedo al amor, y elegí hacer del desierto
un camino, uno en que la vida me premió con un maravilloso encuentro.
El desierto puede ser entendido como un lugar, y lo es. Más, el desierto
tiene que ver con una forma de estar, una que puede invitar al aprendizaje,
a la curación, al despertar, al descubrir o al encuentro. Mi primera revelación
del desierto fue como un encuentro que tuve sin planificarlo, sin pedirlo, sin
desearlo. Era fácil caer entonces en la frustración, resignación e impotencia.
Un poco de culpa inclusive.
El desierto se mostró como lugar de encuentro con la vida, con la
posibilidad; ese encuentro me invito primero a tomar consciencia, a asumir
responsabilidad por eso que sucedía, por las consecuencias de acciones
propias, y sobre todo por la manera de vivir el tiempo que estuviese en ese
espacio. Moverme de aquello que no podía mover a la aceptación. Me moví
de víctima a protagonista.
Más, al final de la estanca de mi pequeño amigo se dio el movimiento más
grande; moverme de la aceptación a la posibilidad, dejé de verme en el
desierto físico como algo que me pasó como algo con que me encontré y
elegí mi propio desierto como un camino de conexión, aprendizaje y
crecimiento.
Y todo empezó con dibújame una boa que se hubiese comido a un elefante.
Muéstrame pequeño amigo
El pequeño príncipe se sonrió frente a mi pegunta, al parecer no dejaba de
causarle asombro aquello que le preguntaba. Me he puesto a pensar si sería
por el sinsentido de mis preguntas, o acaso, por lo obvio que el consideraba
las respuestas. Siempre me regaló alguna frase con la que yo me permitía
tener quietud ante tanta pregunta que me hacía a mi mismo acerca de mi
propia validez, saber o inteligencia.
Así que de nuevo El Principito se sonrió ante mi pregunta, me alcanzó a mirar
con un maravilloso brillo en sus ojos; el de este día parecía venir
acompañado de rocío, de su propio rocío.
- Dime una cosa principito ¿cómo es que tu rosa parece brillar cuando tu
estás con ella?.
- ¿Para que quieres saberlo? preguntó el principito.
No supe que responder, y el principito continuó hablando sin dejar de
sonreír.
- Mi rosa no pretende tener una respuesta inteligente ni sabia a lo que
cree que es una pregunta. Al parecer tu no puedes responderme, a
menos que sepas que tienes la respuesta. Las respuestas igual que las
rosas no se pueden tener, están, aparecen, existen solo si las ves.
Lejos de sentirme confrontado por las palabras de este pequeño, me sentía
acariciado por las mismas. Había algo que éste hacia que despertaba en mi
una sensación de paz, amor, cuido, respeto.
- Y si te dijera principito que lo quiero saber porque me hace bien, y me
encantaría aprenderlo, ¿eso estaría bien?
- ¿Está bien para ti?... veo que mueves la cabeza como en si. Si está para
bien para ti, está bien y es suficiente. ¿Si lo aprendes a hacer eso será
bueno para ti?
- Claro que si pequeño monarca. Podré acercarme mejor a las personas
que amo.
- Yo amo a mi rosa, no necesite aprender nada más, porque quizás lo que
mi rosa y yo tenemos es distinto a lo que tu tienes con las personas que
dices amar.
- Muéstrame principito, ¿qué es lo que haces para que la rosa brille, para
que el carnero crezca, para que los baobab prosperen?
- Me acerco con cuidado, observo sin esperar, escucho cada palabra y
gesto sin juzgar, y estoy ahí en el único lugar que en ese momento puedo
estar porque mi planeta es al que llevo todo aquello que amo, lo llevo
conmigo.
- Ah entiendo. Miro, después me acerco, y me concentro en lo que dice;
así pues es lógico que sea capaz de devolverle algo que le haga sentido.
Nuevamente sonrió el principito. Y esa sonrisa con el brillo en los ojos, me
recorrió, en el acto me di cuenta de que lo importante no era eso que yo le
había dicho. Lo importante era para el principito estar ahí, presente, como
solamente podía estar en ese instante…
- Eres un gran amigo – me dijo – el único que tengo en este planeta y en
este desierto (que tu llamas) en el que estamos ¿qué pasaría si teniendo
todo el espacio del mundo para estar contigo, yo lo desperdiciará en
otras cosas?
- Pues que nos aburriríamos, al final quizás nos acostumbraríamos.
- Eso le pasa a muchas personas veo. Les es más fácil construir su propio
planeta antes que arriesgarse a vivir con otros. Yo se que mi lugar es muy
pequeño, más, yo vivo con mi rosa, con mi cordero, con los árboles y
millones de estrellas.
El principito continuó.
- Si yo no me acerco a la rosa, no alimento al cordero, no cuido mis
baobab el planeta muere, yo muero con éste. Pero no muero porque sin
ellos no pueda vivir, sino que la vida viene con amar a otro, escuchar a
otro, hacer con otro, hacer de mi pequeño planeta el sitio que es. Y
saber que con mi vida, mis palabras mantengo la vida, eso me hace tan
feliz que no puedo más que estar presente en el único sitio que quiero
estar… ahora, ahora mismo como estoy contigo.
Nuevamente me he quedado sin palabras, una energía luminosa me ha
recorrido y creo haber entendido algo que al ser tan esencial pareciera no
estar a la vista como le escuché decir al pequeño príncipe. Me he quedado
con el, el conmigo… y ahora entiendo porque extraño tanto su partida.
Déjame ser…
Ese día el pequeño príncipe lucía diferente. Más allá de su brillo que yo
alcanzaba a considerar como natural, se había colocado su chaqueta al revés,
se acercó a mi jugando con la chaqueta, de alguna manera ¿provocando mi
interés en lo que hacía? o acaso simplemente jugando, como muchas veces
lo hacía.
Me mantuve incólume ante su forma de portar la chaqueta, más, para mi
sorpresa, para El Principito era evidente mi inquietud, la confusión que me
causaba su forma de usar el abrigo. Hasta que por fin buscando mi rostro me
ha preguntado: ¿hay acaso algo que deseas decirme o preguntarme? A
como pude, según yo, y manteniendo la compostura respondí con algo que
hacía bien… con otra pregunta: ¿qué te hace pensar que quiero decirte algo
o preguntarte? “Sabes” dijo, muchas veces cuando no sabes cómo decir lo
que piensas me haces una pregunta, cómo si el decirme lo que sientes yo
podría enfadarme, entristecerme, no lo sé. Pareciera que te adelantas a mi
reacción. Mis palabras no tocan a mi rosa a menos que mi rosa se permita
ser tocada.
- ¿qué querías decirme? Ha preguntado el principito.
- Quería saber de tu abrigo al revés.
- ¿querías?, es decir ¿ya no quieres?
Me pareció una irreverencia de parte del Principito esa expresión; como que
se burlaba con las palabras. Pero luego éste aclaró: “te lo digo así porque
en ocasiones no termino de entender que deseas, para mi si quiero algo lo
quiero en el ahora; cuando dejé de quererlo digo quería o quise, y para mi
ahí acabo todo… parece que a ustedes el “quería” y el “quisiera” les dura
mucho tiempo, y lo dicen para suavizar lo que quieren”. ¿Qué puede haber
de malo en que querer que dibujes para mí un cordero?, por ejemplo,
¿porqué habría de callarlo?, en mi planeta, aunque seamos pocos, podemos
claramente querer.
- Y si es cierto, ando el saco de otra manera, lo que tu llamarías al revés
– continuó - y eso te ha incomodado al parecer; pero pienso que fue
otra cosa.
- A decir verdad, los niños hacen lo que quieren con la ropa, juegan, se
disfrazan y demás. Pero si, al principio sentí que algo no estaba en su
lugar...
- Y, ¿cuál sería el lugar?, somos de planetas diferentes – replicó. Una
vez mi rosa se molestó conmigo porque no le saludé como de
costumbre me dijo; después supe que no fue por eso… fue porque
yo seguí como si nada, al parecer esperaba una disculpa mía por no
ser como ella esperaba que yo fuera.
Tal expresión fue como el golpe del elefante antes de ser tragado por una
boa. Entendí que lo que me había incomodado era que el pequeño parecía
disfrutar de mi incomodidad, parecía retarme a aceptar su elección y seguir
como si nada. No era el abrigo “al revés” era su desafío a ser quien era, a
elegir sin mi mirada evaluadora. Nuevamente el Principito habló.
- Me he dado cuenta que sufres cuando las cosas no salen a como las
piensas. Te vi molesto con que el avión se haya descompuesto, y eso
no lo arregló; te vi molesto cuando hacías los dibujos que no me
parecían como si tuvieras que acertar desde el principio, como si
supieras lo que había en mi mente. Y ahora, parece que te incomoda
que yo haya elegido hacer algo inesperado para ti.
Como en otras tantas ocasiones el silencio fue la mejor respuesta. El silencio
del que procesa lo escuchado, el silencio de aquel que elige reflexionar
sobre lo escuchado.
El Principito caminó hacia el poniente, sus rizos brillaban al contacto de los
rayos del sol, a lo lejos volvió la cabeza y con sus grandes ojos poniendo su
mirada en mi dijo:
- En mi planeta, aun siendo pocos y aun teniendo tantas puestas del
sol; nos dejamos sorprender por lo que va decir mi rosa, por lo que
desee el cordero, por la nueva puesta del sol que es diferente día con
día. Sabes, solamente tú y yo estamos en este desierto, y cada día
descubro algo nuevo de ti, y con eso algo nuevo de mí.
El Principito continuó su camino y yo descubrí una nueva puesta del sol.
El hombre que gritaba o el octavo planeta
“El Principito” durmió, lejos de ese adulto un poco curioso, querido, y en
ocasiones confundido. Pero que, a diferencia de otros, parecía tener interés
legítimo en “su rosa”.
Mientras dormía, un puente de estrellas, de aquellas que coleccionaba el ·”
hombre serio” de otro planeta, se abrió ante sus ojos.
Con la curiosidad típica de aquel que en una estrella ve una estrella, caminó
y se vio en otro planeta; en uno que al parecer estaba dentro de SI no fuera
de él.
Se le pareció a las montañas de las tierras altas, y de pronto escuchó un
estruendo, una especie de canto que provenía de una figura semejante a
una esfinge. Esta se movía de un lado a otro, dejando las cosas sacudidas,
revueltas a su paso.
El pequeño príncipe sonrío, le causaba algo de gracias esa especie de
coreografía destructiva, los “aspavientos” de la esfinge, y el ceño que fruncía
frente a algo que no alcanzaba a comprender.
El “Principito” caminó hacia la creatura y le preguntó:
- ¿Qué haces?
- Busco mi eco, busco el sonido perfecto, el sonido más bello, el más
parecido a mí, el que me representa a mí y me multiplica por todo
este planeta.
- ¿Qué eres? Pregunto el Príncipe.
- Soy la voz que se escucha, la voz más fuerte…
- Pero… eres lo único que hay aquí… ¿cómo sabrías cual es la voz?
Preguntó el pequeño príncipe.
- Es aquella que suene a mí, como yo, que se multiplique y me
multiplique.
- Ahhh, increpó el pequeño, por eso se mueve de un lado a otro.
- Si, y si el lugar no me representa, no servirá…
- En mi planeta, dijo El Principito, no podría hacer lo que usted, es muy
pequeño y podría hacer daño a mi rosa.
- Siguió la creatura… Necesito mi espejo, lo que me refleje y presente,
lo que me multiplique, necesito escucharme a mí… al parecer la
esfinge no era capaz de escuchar algo diferente a sí.
- Pero, y los sitios por los que pasa ya no son aptos para alojar rosas,
corderos o un baobab.
La esfinge se agitó, dejando una estela de polvo pintada en el pequeño
príncipe; éste no supo nunca si lo que tuvo fue una conversación, no supo
que fue aquello.
“Son extrañas las creaturas de este lugar se dijo, pero es mejor que los
de la tierra. Esta esfinge al menos fue sincera con lo que quería (aunque
quizás no fue a propósito) así sea que solamente deje destrucción y polvo
a su paso.
¿Conoce a alguien así?, ¿Conoce al hombre que grita?, ¿Qué sucede si
ese que vocifera es el líder de un equipo?, ¿cómo afecta tal cosa los
resultados?, ¿qué impacto tiene ello en las interacciones y relaciones?,
¿qué sucederá con la emocionalidad de ese sistema?
Seguramente el hombre que grita para poder escucharse, no se despierta
todos los días pensando en a quien alzará su voz, a quien ofenderá; lo
más seguro es que no sucede de esa manera. Más, como la esfinge,
desde su falta de escucha, desde su incompetencia emocional, o desde
el miedo a fallar, o bien, desde el miedo a que otro tenga la razón,
pueden dejar a sus espaldas un halo de destrucción sistémica, cuyo final
empieza con la toma de conciencia.
El principito se despertó, observó una estela de polvo con algún
sobresalto, más no era la esfinge, para alivio del pequeño príncipe se
trataba de su amigo el aviador, que le esperaba para ir al pozo por agua,
dibujar baobabs y corderos.
Para eso… no existen atajos…
Francisco, ¿tiene que durar tanto?, ¿se podría hacer en menos tiempo? He
escuchado esa pregunta a lo largo de mi vida profesional en muchas
ocasiones. Casi siempre referidas a la duración de un programa de formación
en liderazgo, una certificación en competencias de coaching, un proceso de
acompañamiento a equipos, o bien, un proceso de acompañamiento
individual. Estas preguntas me han llevado al siguiente relato.
“Que pase rápido esta noche para poder reparar el avión, necesito que pase
rápido el tiempo y con la luz del día terminar de arreglar” …eran las frases
del piloto mientras buscaba un espacio para reposar, con la mente puesta
en la ansiedad por el nuevo día, con la anticipación propia de aquel que
tiene su mirada en lo que hace falta.
El pequeño de los rizos dorados se acercó al piloto, su rostro tenía un brillo
diferente, algo en sus ojos parecido a cristal que con la luz del fuego
menguante se hacía enorme y parecía cubrir al piloto. Éste al ver al príncipe
experimentó una emoción nueva para su estadía en el desierto.
- ¿Sucede algo principito?
- Si, seguro que algo sucede, ¿a ti qué te sucede?
- Yo estoy bien principito, espero que pronto llegue el amanecer para …
- Ahhhh entonces si escuché bien. Dijo el principito. Y ahora entiendo mejor,
tu pretendías estar en un lugar diferente a éste, en el que sin duda estamos
los dos. Creo que estabas imaginando lo que pasaría después, al despertar,
lo que harías…
- Si un poco de eso, es importante planificar para organizar el día, las tareas.
- Si, entiendo, lo que no entiendo es ¿cuán rápido amanece si pongo mi
energía en esperar que amanezca más temprano? Conocí un planeta
adonde el sol se ponía innumerables ocasiones durante el día; y es que así
era ese planeta. Acá en tu tierra el sol se pone y se acuesta con menos
frecuencia que en el otro sitio, por más que yo desee con fuerza que suceda
antes.
- Pero es que no entiendes pequeño. Entre más pronto amanezca más pronto
estará listo el avión…
- Parece que no me explico, dijo el pequeño. Tu sabes de mi rosa, de la rosa
del planeta del que vengo. Mi rosa en un momento era muy pequeña, de
hecho, jamás imaginé que en eso tan pequeño existiera lugar para algo tan
grande y bello como la rosa. Con la rosa aprendí que cada cosa tiene su
tiempo y que, aunque yo le llené de agua toda la noche a la rosa, no
conseguiría que creciera más rápido, o, que no sería llevándola al planeta
de las muchas puestas del sol que mi rosa sería más fuerte, más bien moriría
o podría no haber crecido ante un ritmo así de acelerado.
- Entiendo, y tengo claro que el día y la noche tienen sus plazos, están sujetos
a sus tiempos. Seguro es por mi deseo de salir de acá, de llevarte a otro sitio
más seguro que tengo tanta anticipación.
- ¿Qué hiciste este día?, yo no entiendo de aviones, ¿me explicas en fácil?
- Lo que hice fue reparar el sistema de enfriamiento, como que arreglar unos
tubos para que el avión no se caliente de más cuando esté en vuelo…
- ¿Y eso que hiciste estuvo bien hacerlo?
- Me siento muy bien, y creo que el trabajo va muy bien… ¿porqué lo
preguntas?
- No conozco muchos hombres en este planeta, además de ti, si he conocido
en otros sitios y parece que están tan ocupados en lo que tienen que hacer
que no valoran lo que ya han hecho o logrado. Pareciera que tienen miedo
de no cumplir, de no lograr, y por eso desean hacer más rápido, llegar antes.
¿Habría sido posible volar sin que eso que llamas de “enfriamiento”
estuviese funcionando bien?
- No príncipe, es necesario que el sistema funcione, sino podríamos tener
problemas en el vuelo.
- Entonces no podías saltarte hacer eso, porque si quisieras tomar un atajo
evitando hacer esa reparación de hoy, la consecuencia podría ser mortal,
aun terminando más rápido. ¿Es correcto?
- Si pequeño príncipe, entiendo que no hay atajos para algunas cosas; y que
en verdad no me he dado la oportunidad de valorar lo que ya avancé. Pero
listo ahora… a dormir.
- Si, dijo el principito, mi rosa necesita la noche para reposar, para retomar
fuerzas y al amanecer tomar del sol, la luz, la energía, el brillo. Y eso no va a
suceder, sino que hasta la mañana, porque para llegar al día no hay atajo
que pueda superar la noche.
La búsqueda de atajos para llegar más rápido, para llegar más pronto, para
decir yo también, para no perder, puede hacernos perder de vista el
propósito final de aquello que pretendemos terminar más rápido. Por
ejemplo, en el ámbito de la disciplina del coaching; formarse como coach es
más que aprender un método, incorporar algunas herramientas, adquirir
habilidades y técnicas para reflejar o parafrasear, sentarse de un modo
particular y leer algunos libros. Se trata de un proceso de aprendizaje
transformacional en el que el sujeto que aspira a formarse como coach,
trabaja en si y como resultado de su trabajo en si más la técnica y método
puede estar en posición de ofrecer una propuesta de valor a otras personas
y organizaciones.
Es decir, que supone un cambio adaptativo, un cambio de observador, al
que se suma un cambio técnico (herramientas, métodos, recursos) y que en
combinación dan lugar a nuevos comportamientos, hábitos y formas de
relacionarse. Y eso no sucede en tres días, o en cinco juntos. De ahí que
convertir un año de formación en cuatro meses, seis meses en una semana,
cuatro semanas en 8 horas más que un despropósito es señal de que en
algún momento perdimos el rumbo de aquello que se supone buscábamos.
No hay atajos para cambios adaptativos. No cambia sus hábitos un diabético
de un día a otro, un adicto no modifica su comportamiento en una semana,
un padre no construye su relación en un evento, una pareja requiere tiempo
para construir la calidad de relación que para ellos es relevante. No existen
atajos para lo fundamental, hacerlo implica pagar un precio o tiene alto
costo. El costo del reproceso, el costo de la inconsistencia, la frustración, el
miedo.
No se trata de sufrir por la partida, sino por extrañar la
maravilla de su presencia.
Las cosas no seguirán siendo igual, en verdad no han sido iguales. Desde
que he llegado a mi planeta, desde que he vuelto con mi rosa, desde que
he vuelto a pensar en mi carnero ya mis palabras son diferentes, ya mis
suspiros no son iguales, ya las puestas del sol son distintas. En verdad que
nunca creí que esa estancia en la tierra hiciera tanto en mí; mis
conversaciones con el piloto, algo han hecho en mí.
Extraño cosas de su mirada; esa mirada incrédula cuando le narraba acerca
de mi planeta, de mi rosa, de mis viajes, de la imposibilidad de cultivar
baobab en mi planeta; ese mirar ansioso esperando mi respuesta cuando me
presentaba sus dibujos como si yo fuera a decirle algo que no saliera desde
mi corazón.
Extraño su mirada triste como anticipando mi partida, que se convertía en
miedo cuando le hablaba de mi encuentro con serpiente y la oferta que ésta
me había hecho. Extraño su mirar molesto y contrariado, cuando con mis
palabras parecía retar todo aquello en lo que él creía, como ese día que le
cuestioné acerca de la reparación del sistema de ventilación del avión, de su
nave.
Extrañare su cuido, su manera de acercarse cuando él creía que yo dormía,
solo pensaba que quizás mi rosa me veía a mi acercarme con los ojos tan
llenitos de ternura, tan llenos de amor.
Ya me hace falta escuchar su voz diciendo mi nombre, un poco con
curiosidad, luego con angustia, finalmente con miedo; me acordaré de su
atención, de esa manera particular de estar presente para mí cuando lo
estaba, y esa verdadera vergüenza que sentía cuando se daba cuenta de no
estar poniendo realmente atención.
Hace varias lunas que no escucho sus palabras “estamos cerca de partir”,
que queriendo decirlas a él mismo pretendía hacerlo a través mío, como si
con mantener mi fe se mantuviese la de mi amigo el piloto, como si yo la
hubiese perdido en algún momento.
Hace varias puestas de sol que he dejado de contar las estrellas y de buscar
constelaciones; como si contarlas fuera importante, aunque si era importante
para mi amigo y extraño su deseo de hacer que mis noches fuesen menos
largas.
Han pasado varios días desde que abandoné la tierra y mi rosa ahora es
diferente para mi, es otra rosa, quizás porque soy un poco diferente desde
que salí a la tierra.
Nunca terminé entendí a los hombres y aprendí que eso no es preciso para
amarlos; tampoco entendí lo que les movía, también aprendí que yo elijo
quererles, aceptarles con o sin reconocer la intención; nunca entendí sus
miedos, aprendí la forma en que el apego hacía sufrir a mi amigo el piloto.
Aprendí que cuando se quiere de verdad importa muy poco que seamos
muy diferentes, que tener la razón no es lo más importante, que las rosas se
aman, aunque no podamos abrazarlas, que cada rosa, que cada zorro, que
cada humano se merece ser amado por el hecho de ser y de llenar con su
presencia la vida.
Nunca entendí porque sufría tanto mi amigo el piloto por mi eventual
partida, ahora entiendo que no se trataba de sufrir por la partida, sino por
extrañar la maravilla de su presencia.
Hace día que veo mis puestas de sol, y las veo pensando en cómo las vería
mi amigo el piloto.
De libertad, amor y miedo o carta a mi amigo el piloto
Nunca antes te hablé de cómo me acerqué a ti; no fue que aparecí o menos
que apareciste, las cosas que suceden no suceden simplemente. Tampoco
fue que me encontraste, encontrar supone que se conoce lo que se
encuentra… o quizás ya me conocías de alguna forma, de algunas vidas, de
algunos tiempos, de algunos planetas… me cuesta creer que no conozcas
otros planetas.
Te vi y de a poco elegí acercarme, como con curiosidad, con cuidado y con
asombro; estaba claro que no se trataba de mi rosa, y tampoco eras como
el zorro, como las rosas de tu planeta, ni como los otros hombres que conocí
en otros planetas. No parecías como ellos, al menos no lo parecías.
Te cuento que mi vuelta al planeta, al que tu llama asteroide, ha estado lleno
de descubrimientos, uno tenía que ver con LA rosa. Como verás ya no le
llamo MI rosa, seguía ahí sí, regalaba su aroma como la última vez, y contra
todo pronóstico propio lo lograba sin mí. Ciertamente se alegró de verme,
no tengo porque pensar en lo contrario, y al mirarme su aroma se volvió
intensamente presente. Pude recordar el aroma de las rosas de tu planeta, y
reconocer los motivos para elegir a esta rosa sobre otras.
He aprendido que podía dejarle, y que aún en mundos diferentes si ambos
elegíamos estar con el otro podías sentirnos sin retenernos, sin resistencia.
Ahora lo veo contigo, en algún lugar del cielo está tu planeta y ahí estás,
solamente el pensar que estás me invita a sonreír.
Ese día, esa tarde en la última puesta del sol, cuando me dabas la mano tus
ojos me miraron como hablando del miedo a la separación, pero sabiendo
que el miedo mayor era de tu propio temor, y de cómo ese temor sería capaz
de cortar mis alas, de cortar las tuyas y que al hacerlo se perdería todo
aquello que aún sin entender nos hace especiales el uno al otro.
En todo ese tiempo juntos, nunca como en ese momento sentí el amor del
que había escuchado; pude entender la diferencia entre un zorro libre uno
adiestrado; entre la rosa de mi planeta y las rosas del tuyo; entre la rosa
cautiva y su fragancia liberadora; entre el ave prisionera y la posibilidad del
vuelo.
Al inicio te hablaba de esa primera vez que te vi. Escribo en forma saltona
¿verdad?, nunca había escrito una carta. Esa primera vez que te vi, te observé
cautivo, secuestrado por la idea del avión averiado, de tu vuelo perdido, de
la posibilidad de no volver, te vi recogido, como conservando cada gota de
energía. Te vi atado a la tarea, a la tarea de reparar, escapar, salir, más
apegado al miedo de estar ahí que a la felicidad del viaje, de aquello que
estaba afuera.
Quizás a mí me pasaba lo mismo con la rosa, atado a lo que yo creía que
significaba cuidar a la rosa, como si fuera mía. Creía saber cómo era
proteger, como si ella no pudiese hacerlo. Decidía por ella y al mismo tiempo
esas decisiones no parecían al final hacernos felices. Talvez por esto que te
he dicho esa última puesta del sol me hizo tan feliz. Al soltar mi mano sentí
que soltaste, yo pude partir, y creo que tu pudiste reparar tu nave con más
liviandad. Es posible que dieras cuenta que lo que nos ata es algo más que
un motor averiado, o el ala rota de un avión. Lo que nos ata tiene que ver
con un corazón que lleno de miedo a romperse abandona la sabiduría de
sus alas.
Han pasado muchas cosas desde que volví, al liberarme te liberaste, porque
nunca fui tuyo, nunca fuiste mío, simplemente elegimos estar juntos y
caminar el desierto, el miedo nos acercó, y el amor nos liberó.
La vida ha cambiado en este lugar, la rosa es rosa, yo soy yo, y en algún lado
tú estás siendo tú y eso querido amigo me invita a sonreír.
Ausencia
No me ha resultado fácil escribir estas líneas, con seguridad el pequeño
príncipe me habría preguntado por el motivo de mi dificultad, y eso si habría
sido complicado responderlo. Para mi pequeño amigo era fácil sentir desde
tristeza hasta solemnidad; lo difícil era resistirse a lo que emerge, contenerlo,
pretender algo distinto. Para mi amigo tal suerte de impostación era un
rasgo de los hombres de este planeta, y de otros que había observado en
sus viajes.
Recuerdo esa última puesta de sol compartida, mi estómago se retorció. No
era el malestar propio de algún alimento mal digerido o en mal estado; más
bien se parecía al movimiento propio de recibir algo muy picante, algo muy
ácido mezclado con la tensión del miedo, de ese miedo irracional frente a
algo que no se conoce. Ciertamente yo no conocía la sensación de la
ausencia.
Ahora lo pienso y en perspectiva no soy capaz de comprender como no me
di cuenta de su partida, como si las veces que me lo dijo no hubiesen sido
suficientes. ¿Realmente escuché tan poco aquello que me causaba miedo y
dolor?, ¿qué escuchaba cuando principito me anunciaba su partida?
Como piloto estaba acostumbrado a las partidas, me había habituado a mirar
los rostros de aquellos que se despedían, mi familia, mis hermanos, la mujer
que amaba. Había desarrollado el músculo del partir, la capacidad de
encontrar recursos y formas de reproducir o crear un escenario para convivir,
que aún en la distancia me fuere familiar. Más, ahora que recuerdo, también
había aprendido a darme cuenta de la anticipación experimentada por
aquellos que vivían conmigo en la víspera de un viaje.
Ese día, frente a esa puesta de sol, era el cuerpo en que habito el que me
contaba una historia de anticipación, de temor, de esa sensación extraña de
un vacío anticipado, acostumbrado a partir creía experimentar por primera
vez la partida.
No soy capaz de describir, aún, aquello que viví durante las horas siguientes
al viaje de mi amigo el príncipe; no he podido juntar las palabras adecuadas.
No entendía la expresión te he extrañado, ahora me pregunto ¿qué diría a
mi amigo?, le diré te he extrañado o bien, le contaré como me ha hecho
compañía su recuerdo, el recuerdo de sus palabras, el brillo de sus historias.
Es curioso, nunca estuvo tan presente en mí su sonrisa, estaba tan
acostumbrado a su presencia que no era capaz de percibir la sutileza de la
misma, la trascendencia de su estancia, la inocencia de su mirada, la valentía
detrás de su curiosidad, la curiosidad detrás de su dulzura, la dulzura como
manera de habitar los momentos más complejos.
Puedo decir que no me hace falta porque está en mí, ahora entiendo porque
EL tenía la certeza de que su rosa estaría ahí cuando el llegase, ahora
entiendo que su rosa siempre le acompañó. La fragancia de la rosa siempre
estuvo con mi amigo el pequeño príncipe. Más, ¿le encuentro o de alguna
forma mi escucha se afectó con su presencia?
Creí encontrarlo en el jardín cuando me vi hablándole a unas flores; en el
parque cuando perseguí con mis ojos el ritual de las ardillas jugueteando sin
prejuicio del mundanal ruido a su alrededor, en su propio mundo, en su
propio espacio; pensé que le encontraba en el resplandor de las puestas del
sol, esas que el principito disfrutaba asombrado, con una maravillosa
expresión dibujada en su rostro, propia de lo nuevo, en sus ojos cada puesta
del sol era una nueva puesta; parecía hablarme cuando una sobrina me pidió
que le dibujase un jilguero, con la certeza de que sería capaz de dibujarlo.
Creí mirarle, creí escucharle, solamente lo creí.
Ahora entiendo mejor, o he aprendido a entenderlo diferente. Ciertamente
no lo encuentro en otros sitios, tampoco lo escucho en otras personas,
mucho menos lo miro en otros lugares. Mi amigo el de los rubios rizos se
quedó conmigo, mi escucha se “contamino” de su presencia, mi mundo –
aquel que conocía – no volvió a ser el mismo.
Desde su partida las puestas del sol no volvieron a ser iguales, porque mis
ojos ahora son distintos; mi manera de escuchar ahora se permite el asombro
porque contigo aprendí a maravillarme con cada cosa sin pequeñas ni
grandes; las flores no son más flores, cada una contiene su propio aroma y
presencia; lo importante ha dejado de ser el después, y es este momento el
único en el que puedo estar presente.
Nunca antes había experimentado la ausencia, y hasta en eso amigo príncipe
hiciste una diferencia…
Volviste
…recuerdo esa mañana, mis pétalos reflejando las primeras luces de la
mañana, mi aroma, esa fragancia que mi pequeño cómplice ama, llenaba los
espacios de nuestro pequeño planeta, de nuestro enorme hogar.
Pasaron algunos minutos y mientras terminaba de estirarme, finalmente me
di cuenta. Hacía falta su voz, esa dulce y melodiosa que cada mañana me
daba los buenos días, y que más que el sol ha sido mi conexión con el
despertar, con la luz y la energía.
Esa mañana no le escuché. El sol cambio de lugar, el viento de dirección; en
algún momento pensé que esa “ausencia” era parte de nuestra rutina tan
particular de buscarnos sin pretensión de ser encontrados, de encontrarnos
sin necesidad de búsqueda, de encontrarnos sin la urgencia de tengo que,
ni la pretensión de certezas, de esa certeza de saber que el otro estará.
Más, no se trataba de ello. El pequeño príncipe se había embarcado en su
viaje, ese del que me había hablado tantas tardes, con cada puesta de sol,
el viaje de descubrimiento de lo esencial, el más grande, el de dar cuenta
de aquello que de pronto la vista puede negar, más, cuerpo lo sabe, lo
distingue… eso me contó el pequeño de rizos de oro a su vuelta, su vuelta…
no sé si volvió, no sé si se fue o si quien se fue es el mismo que ahora me
cuenta de su viaje… y ¿qué es lo que importa ahora? Su vuelta, que no se
haya ido … nada de eso, es su estar, nuestro estar en nuestro amado hogar,
en nuestro pequeño planeta.
En esos días, recuerdo que me decía que quizás el pequeño príncipe estaba
ocupado limpiando el planeta, viendo las múltiples ocupaciones que se
tienen en un planeta. Mientras tanto me ocupaba trayendo a mi memoria las
historias que me había contado desde antes de su partida.
Al principio dudé, no estaba segura de si realmente quería hacer ese viaje,
en algún momento creí que era uno de sus trucos (que yo conocía de
memoria) para atrapar mis miradas, para tomar mi atención. Cada día, cada
tarde, imaginé su viaje, traté de imaginar cómo serían las puestas del sol en
los planetas que visitase, soñé en cielos atornasolados decorados con
arcoíris infinitos. Más ¿acaso correría peligros entre desconocido volcanes?,
¿se enfrentaría a animales portentosos o malvados? ¿qué pasaría con
nosotros? ¿encontraría otras rosas? ¿hallaría otras flores con colores nuevos
y fragancias capaces de hacerle olvidar el mío?... pensamientos que
combatía con la luz de su sonrisa, el eco de sus palabras, y la ilusión del viaje
que, hacia alguien tan importante para mí, su propio viaje.
Pasaron los días, las horas, las maravillosas puestas de sol; y, un buen día, vi
esos maravillosos ojos color sol, distinguí su tan particular presencia, y que
acompañado de su vocecita llena de luz me decía “buenos días, te contaré
de mi viaje”.
Ella danza, danza
Ella peinaba de sol las mañanas,
vestía de colores cenizos los atardeceres,
le exigía horas nuevas a la noche,
descargaba vida en medio de la vida.
Ella danzaba, danzaba hasta vencer los miedos, hasta acallar las voces,
danzaba sin distingo, sin medidas, danzar es alimento, es vida.
ella temía, a la pausa que separa uno de otro movimiento,
como si la pausa misma no fuese en ocasiones el más sublime de los
mismos.
Ella inventaba, inventaba con su danza historias, historias que alegraban
sus jornadas,
secuestrando princesa, liquidando dragones, rescatándole al día una
sonrisa,
arrancando al tedio una mirada,
ella danzaba, tomando vida la vida…
Ella adornaba de mares atardeceres sombríos de mañana,
con mirada color sol daba brillo a eso que su día amenazaba,
ella danzaba, danzas de vida, danzas de historias,
de princesas secuestradas, de besos no dados, de encuentros no
encontrados…
ella danzaba, ella danza, ella…
El último pétalo… ¿el último?
	
Hace mucho tiempo de la última vez que escuché al pequeño príncipe hablar
de la rosa, y digo hablar de, porque todo el tiempo me parece que la rosa
hablaba a través del pequeño de los rizos dorados. Recién le recordé al
encuentro de una rosa, una rosa que no es la del príncipe, una rosa que está
a punto de perder su último pétalo.
No recuerdo haber escuchado que esa flor perdiese su flor, perdiese su
aroma, su espina, o su encanto; en las palabras de EL estaba tan presente y
llena de vida, que me es imposible imaginar que un día deje de estar, deje
de ser. Pero… ¿y que tal si la flor es flor, y como toda flor se arriesga a perder
la flor, a perder los pétalos? No puedo imaginar a mi pequeño amigo
pretendiendo que la rosa se dé cuenta que puede dejar de serlo con la caída
del último pétalo.
Pero será que la rosa, esa rosa, deja de serlo al perder el último de sus
pétalos, ¿qué hay de sus hojas? ¿qué de sus espinas? ¿qué de su tallo?
¿cómo es la tierra en la que ha echado raíces? ¿qué define a la rosa, acaso
la flor, acaso el aroma, acaso aquello que me sucede al estar con ella? ¿acaso
esto mismo que me sucede ahora, en que le doy vida a la rosa, a miles de
kilómetros de su morada?
No puedo evitar pensar en mi pequeño amigo, lo que es para mí ¿acaso
tiene que ver conmigo o con su particular encanto? A la distancia, procuro
comprender, procuro distinguir en mi ligera memoria, eso que me hace
encontrar algo de él, en otros, en algunas conversaciones, en ciertas miradas,
en contadas sonrisas, en atardeceres que no volvieron a ser iguales.
Puede ser su inocencia, su preguntar liviano, su apasionada curiosidad,
quizás su compromiso con la palabra dada, con la escucha generosa,
mirando como pretendiendo capturar cada palabra, cada suspiro que viste
a las palabras.
Talvez sea su determinación. Su foco en el camino, en su plan, en sus
tiempos, esa capacidad para no abandonar en ningún momento su promesa
de volver a su asteroide, así fuera haber encontrado cosas bellas, seres
maravillosos, sujetos extraños, incluso miles de rosas.
Creo que es su capacidad de amar; su lealtad con la única rosa que era su
flor; su cuido de la flor, su atención por su lugar, su manera de hablar de su
asteroide, de sus puestas de sol, de todo aquello que se encarnaba en ÉL
que lo refería como suyo, y quizás él era parte.
Probablemente fue su paciencia, su despreocupada actitud en medio de la
nada; ese afán, a veces me parecía enfermizo, de encontrar lo bueno y lo
mejor en cada situación, aún en la para mi tenebrosa muerte. A más
preocupación mía, más ligero su estar, más amorosa su entrega.
Pudo ser su no dudar, su no saber, o quizás esa maravillosa sonrisa que al
pensarla inevitablemente me hace sonreís, como quizás sucede en ti al leer
o escucharme hablar de esta ¿cómo no sonreír desde la mayor
vulnerabilidad, como no soltar el miedo en medio del desierto, cuando no
hay nada a lo que estés sujeto? ¿cómo no soltar el saber si ÉL había soltado
antes del viaje lo único que conocía?
O quizás, quizás fue la circunstancia, la circunstancia de quedar abandonado
en medio de la nada, y que EL fue el antídoto para la soledad. Quizás fue la
expresión de todos mis miedos, la imagen de todo lo bueno que en el
camino había dejado, quizás no había rosas, quizás no había pequeños
príncipes, quizás no existía ese asteroide… quizás.
Me resisto a entender, me niego finalmente a hacerlo. No se trata de su
sonrisa, de su desenfado, de su aparente inocencia, de su amor
desconcertante… ÉL era cuando estaba conmigo, a como estaba yo con ÉL.
Y así, a la distancia pienso en la rosa, en su último pétalo, y creo entiendo
que la rosa es esta rosa por aquello que sucede cuando estoy en presencia
de la rosa, que es mucho más que la espina, es mucho más que la flor… así
como mi pequeño amigo
Cultiva tu propia luz, cultiva tu propia rosa
La “rosa” de mi amado pequeño príncipe sabía nada más ser una rosa.
Poseer espinas o ser espina, o que la espina suponga ser una rosa no era
asunto para ella. Simplemente era, ¿acaso habría otra manera de recibir el
amor y cuidado de El Principito? Pretender ser algo diferente a una rosa ni
siquiera existía como posibilidad.
Más, ¿acaso el pequeño príncipe quería que su flor fuese algo diferente?,
¿qué es aquello que lees en las palabras del pequeño cuando habla de su
flor?, algunos dirían vanidad, otra arrogancia, otros quizás desconsideración;
más, lo que dice la rosa tiene que ver con que es “la Rosa” y no otra cosa o
ser.
Esta flor amada huele a rosa, luce como rosa, posee pétalos de rosa; como
la rosa se ve afectada por los vientos más fuertes, amenazada por alimañas
que desean competir por espacio; como rosa deleita con su olor, sin
pretenderlo, corriendo el riesgo de que alguien no pueda con tal olor y la
alergia le aleje, como una fuerte luz puede encandilar a aquel que no ve más
allá de su propia oscuridad.
No en todo jardín podemos encontrar rosas; en otros hay claveles, geranios,
margaritas; nos encontramos además con flores silvestres, con toda suerte
de colores y fragancias. Más, ¿acaso esas otras flores compiten con la rosa?,
¿acaso la rosa pretende regalarnos más fragancia que otra flor?, ¿acaso la
rosa hace indigna a otra flor?
Puede ser que, al leer las páginas de este maravilloso libro, tengas la
sensación de no desear cuidar a esa vanidosa flor; más, eso tiene que ver
muy poco con la rosa, y mucho con aquel que en la flor ve otra cosa.
No podemos lidiar con aquello que no distinguimos, más, qué fácil resulta
criticar el olor de esa flor, la luz de ese lucero, la presencia que evito, aquello
que no puedo.
El piloto habló al pequeño en muchas ocasiones de las estrellas, por
ejemplo, le dijo que ese lucero que al principito encantaba, y que hacía
iluminar su rostro, tenía que ver mucho con la luz del pequeño, con su
asombro, con su curioso y vulnerable corazón. Mientras en otras latitudes,
en otros lares, esa misma luz encandilaba a otros, incapaces de celebrar,
disfrutar y aprovechar la luz de tan maravilloso lucero.
El principito no comprendía, no podía entender como el mismo lucero podía
hacer cosas tan diferentes. Más, de pronto pensó en su rosa y las cosas
adquirieron sentido. Al igual que su rosa que no puede ser más que rosa, y
cuyo aroma, cuyas espinas son amadas por él… igual pueden ser aborrecidas
por otros. Lo mismo pasa con el lucero y su luz, aquello que pasa con los
otros poco tiene que ver con el lucero y sí mucho con aquel que se permite
apreciar su luz.
Una rosa es una rosa, es una rosa
Esperé infinitas puestas del sol, diría más bien innumerables porque nunca
aprendí a contar más allá de mi número de pétalos, 63 son los pétalos de
UNA ROSA, de esta rosa; puedo decir que conté varias veces 63 esperando
su vuelta a SU casa, a SU lugar, al lado mío.
Esperé claramente que corriese a mí a cortejarme y de manera solapada
verificar si había dolido o no su ausencia. Al final el jugaría a que no se da
cuenta y yo creería que no se lo mostré. Y así sucedió. Ciertamente esperaba
que me dijese que en los sitios que visitó no había otra rosa, así hubiere
rosas; quería saber cómo eran esos mundos y que ninguno era como éste,
como SU mundo, lleno de nuestro ritual y de mi aroma.
Mas, quería saber “él” como estaba, como se sentía. Durante muchas “entre
puestas de sol” me contaba de cada planeta, de ese rey que decía gobernar
el universo y que a mí me pareció lo más simpático y triste. Me habló también
de un zorro, es un animal más pequeño que un tigre, y al parecer solitario;
no sé si estaré domesticada yo, he tratado de no pensar en ello, un momento
lo creí y me causó mucho dolor. Con gran cautela, como cuando su mirada
alcanza mis pétalos, me habló de un sitio en el que encontró tantas flores
como estrellas, es más, se enfrentó a lo que yo creí mi mayor temor… rosas,
pero eran solo eso rosas, no SU rosa.
De quien más me habló fue de “el piloto”, al parecer los hombres (en el
planeta que sean) se llaman así mismos por lo que hacen; este hombre era
el piloto, así como había un farolero, otro que era un gran contador, y ese
que era rey, no conozco muchos hombres o mujeres, yo no hago más que
ser rosa, quizás por eso me llama rosa.
Me habló mucho del piloto, al que llamó amigo; entendí que un amigo es
diferente a una mascota, el piloto era diferente al zorro. Yo no sé que soy
para el pequeño de los bellos rizos, no creo que al piloto le hablase como a
mí, y el zorro parecía necesitar al domesticador para vivir, no lo sé, quizás
algunas relaciones sean una mezcla de eso.
Ahora que lo pienso un poco más, no sé cómo se siente el pequeño príncipe;
se por ejemplo que se asombró al encuentro de tanta flor, o que, sintió
mucha pena por el rey que creía mandar y no mandaba nada; también supe
que sonreía a carcajadas plenas cuando el hombre que volaba trataba de
hacer unos dibujos que a mí también me han parecido graciosos. Pero,
cuando me lo cuenta no sé cómo lo hace, me lleva con tanta facilidad a esos
momentos que pareciera yo estar ahí y vivirlos, mas, ahora, no sé cómo está
quien me los cuenta.
Y es que, sigue la rosa al tiempo de esparcir su aroma en su pequeño
planeta, lo que creo saber de cómo él se ha sentido en el viaje es porque
me lo imagino, es porque son los cuentos que yo me cuento al compás de
sus palabras. Y es que el principito, poco me habla de él, poco me ha
hablado de cómo se sintió durante el viaje, muy poco se de cómo se siente,
y a nosotras las rosas, las palabras nos sientan tan bien como la compañía
del sol.
De una cosa si me he dado cuenta, mi pequeño príncipe, mi amigo, es un
ser misterioso lleno de sorpresas y colores, así como rizos dorados tiene. Es
valiente, de que otra manera alguien podría abandonar a SU rosa e ir en
busca de aventuras, de respuestas, o de preguntas; es amoroso, de que otra
forma podría dedicar tanto tiempo a escuchar a un grupo tan diverso, por
decirlo de algún modo, de personas. Me ha resultado curioso, eso siempre
lo sospeché, en su preguntar permanente e inocente; también un poco como
yo, en ocasiones demandante, por la manera en que le hablaba al piloto
haciéndole ver que no era esos dibujos los que quería. Y todo eso, si, todo
eso lo descubrí yo, porque él no me lo contó. Él se ha limitado a conversar
del viaje, y continuar la vida que vivíamos, pero él y yo sabemos que no es
igual, que zorros, otras flores, desiertos, estrellas, reyes, y un piloto, se han
sumado a cada una de nuestras puestas del sol.
El principito nunca me habla de él, de cómo está o como se siente, ahora de
lo que se es de su viaje; y lo que es para mí ahora tiene que ver con lo que
le escucho, con lo que imagino, con las historias que me cuenta de lo que
hizo, de lo que hace; ahora para mí el ES el viajante… a pesar de que nunca
le he amado por lo que hace, me resulta muy difícil describir lo que para mí
es, porque de todas maneras él no me lo dice.
Pasaron las horas hasta una nueva puesta del sol, la rosa regaló al pequeño
príncipe un rubor lleno de aromas que evocaban volcanes, estrellas,
desiertos e historias. Sus miradas se encontraron, sus ojos color sol se
iluminaron y nuevamente la rosa descansó, teniendo presente que no
necesita saber quién es el príncipe, para amar lo que ambos han construido.
Una rosa, es una rosa, es una rosa… ¿qué es?... una rosa.
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Memorias de una rosa

  • 1. SERIE NACEMOS CON ALAS…LUEGO APRENDEMOS A VOLAR FRANCISCO VILLALTA GUANDIQUE
  • 2.
  • 3. Presentación Leer es como escuchar. Con algunas obras nos sucede como con esas personas, a las que deseamos seguir escuchando, cuyas palabras resuenan en nosotros y que por esa misma razón deseamos seguir escuchando. El Principito de Exupery, es para mí una de esas obras, cada vez que la leo me invita a una escucha diferente, me lleva a sitios más cercanos y a veces tan distantes como el desierto o los múltiples planetas que visitó el pequeño príncipe en su travesía. Las páginas que siguen, son el resultado de mis incursiones en MI, desde el mapa propuesto por Exupery, sin la magia de su relato seguramente y sin la más mínima presunción de “continuar” la obra. Lejos de eso, es el resultado de mi escucha, de mi deseo de compartir contigo querido lector, aquello que provoca en mi el relato, cada personaje, mi querida rosa, mi adorable principito, mi amoroso aviador. Te comparto monólogos de la rosa, conversaciones imaginarias del aviador con el piloto, diálogos de Rosa y pequeño príncipe, es más, alguno que otro sueño del pequeño príncipe.
  • 4. Lo relatado acontece durante la estadía del chico de rizos dorados en el desierto junto al aviador, sucede además en el asteroide del principito, como ecos de monólogos de la rosa, como reflexiones luego de la partida. Puedes elegir leerlo desde cualquier lugar, eso si, te invito a considerar la posibilidad de acompañar la lectura escuchando a Piazolla, y porque no, bebiendo un espumante Prosecco.
  • 5. Del miedo al amor De pronto me vi en el desierto. Yo no pedí estar ahí, simplemente sucedió. Al principio mi conversación era ¿por qué me pasa eso a mí?, ¿como es que ahora estoy así, solo yo, inmensamente solo? ¡No entiendo porque me pasa a mí! Finalmente dormí… cansado, si cansado de resistirme a lo que no podía cambiar, la situación de que me encontraba en el desierto, un lugar que creía conocer siendo entre otras cosas geógrafo; incluso eso me incomodaba más, dar cuenta de que lo que creí saber no me era suficiente, al menos no era capaz de hallar valor alguno en ello. Y así en medio de mi reclamarme e invertir energía en procurar entender porque me estaba pasando lo que me pasaba, en medio de dicho estado aparece este personaje, irreverente, en algún momento quizás irritante. Su relajada actitud contrastaba con la mía, parecía decir sin palabras algo como “me alegra de encontrarme acá y encontrarte”. En algún momento llegué a pensar que quizás este pequeño estaba un poco desequilibrado; luego sospeché de mi propia cordura. ¿Acaso era yo mismo que en mi incompetencia para enfrentar lo que me sucedía estaba imaginando, era parte de un enorme espejismo?, ¿era una respuesta interna
  • 6. que se mostraba como un ser externo a mí, pero con el cual era capaz de resonar?; ¿que otra explicación habría para su manera de describir los planetas cual geógrafo espacial?, o, ¿qué mis dibujos le hicieran todo el sentido? Entonces él se acercó con esa actitud irreverente, y me costó algo de trabajo poder escucharle, darle atención a este único ser en los alrededores de los que tenía consciencia. Más, las cosas cambiaron, seguro que sucedió en el camino como un proceso, o quizás, todo empezó al hablarme de la rosa o en el momento en que mi amigo el pequeño príncipe decidió partir. Ahora que lo recuerdo, pienso en dos ocasiones, ese día que me pidió dibujar al cordero fue uno de ellos. Esa ocasión me hizo tomar consciencia de algo que consumía mi energía y atención: de que estaba en el desierto, en el lugar que llamamos desierto; que alguna responsabilidad había tenido en la preparación del avión y en su errático funcionamiento; y estaba seguro de poseer el 100% de autodeterminación para elegir como transitar por este lugar, como vivirlo, como habitarlo. Fui consciente en esa ocasión de lo incierto, de la inmensidad, de mi pequeñez y vulnerabilidad, del poder enervante de su sonrisa. Me he movido de la culpa a la posibilidad, del miedo a la responsabilidad, de víctima a protagonista. En un momento de debilidad en el que me había llenado de
  • 7. resentimiento y miedo, que un ser tan especial confiara en mi capacidad de hacer era una afrenta, era un regalo. Ese, fue el primer momento. El segundo sigue siendo misterioso, no por el momento sino por lo que este trajo para mí. Sucedió al final, sucedió en nuestra última puesta del sol compartida. Ese día entendí o empecé a comprender algunas cosas. Ese día el significado del desierto dejó de ser el que había sido. Cuando el pequeño príncipe soltó mis manos, cuando me miró presagiando el “hasta un día”, cuando intente no dormir como prolongando mi estar junto a él, esa ocasión desapareció el miedo, y empezó una nueva sensación. Me moví del miedo al amor, y elegí hacer del desierto un camino, uno en que la vida me premió con un maravilloso encuentro. El desierto puede ser entendido como un lugar, y lo es. Más, el desierto tiene que ver con una forma de estar, una que puede invitar al aprendizaje, a la curación, al despertar, al descubrir o al encuentro. Mi primera revelación del desierto fue como un encuentro que tuve sin planificarlo, sin pedirlo, sin desearlo. Era fácil caer entonces en la frustración, resignación e impotencia. Un poco de culpa inclusive. El desierto se mostró como lugar de encuentro con la vida, con la posibilidad; ese encuentro me invito primero a tomar consciencia, a asumir responsabilidad por eso que sucedía, por las consecuencias de acciones
  • 8. propias, y sobre todo por la manera de vivir el tiempo que estuviese en ese espacio. Moverme de aquello que no podía mover a la aceptación. Me moví de víctima a protagonista. Más, al final de la estanca de mi pequeño amigo se dio el movimiento más grande; moverme de la aceptación a la posibilidad, dejé de verme en el desierto físico como algo que me pasó como algo con que me encontré y elegí mi propio desierto como un camino de conexión, aprendizaje y crecimiento. Y todo empezó con dibújame una boa que se hubiese comido a un elefante.
  • 9. Muéstrame pequeño amigo El pequeño príncipe se sonrió frente a mi pegunta, al parecer no dejaba de causarle asombro aquello que le preguntaba. Me he puesto a pensar si sería por el sinsentido de mis preguntas, o acaso, por lo obvio que el consideraba las respuestas. Siempre me regaló alguna frase con la que yo me permitía tener quietud ante tanta pregunta que me hacía a mi mismo acerca de mi propia validez, saber o inteligencia. Así que de nuevo El Principito se sonrió ante mi pregunta, me alcanzó a mirar con un maravilloso brillo en sus ojos; el de este día parecía venir acompañado de rocío, de su propio rocío. - Dime una cosa principito ¿cómo es que tu rosa parece brillar cuando tu estás con ella?. - ¿Para que quieres saberlo? preguntó el principito. No supe que responder, y el principito continuó hablando sin dejar de sonreír. - Mi rosa no pretende tener una respuesta inteligente ni sabia a lo que cree que es una pregunta. Al parecer tu no puedes responderme, a
  • 10. menos que sepas que tienes la respuesta. Las respuestas igual que las rosas no se pueden tener, están, aparecen, existen solo si las ves. Lejos de sentirme confrontado por las palabras de este pequeño, me sentía acariciado por las mismas. Había algo que éste hacia que despertaba en mi una sensación de paz, amor, cuido, respeto. - Y si te dijera principito que lo quiero saber porque me hace bien, y me encantaría aprenderlo, ¿eso estaría bien? - ¿Está bien para ti?... veo que mueves la cabeza como en si. Si está para bien para ti, está bien y es suficiente. ¿Si lo aprendes a hacer eso será bueno para ti? - Claro que si pequeño monarca. Podré acercarme mejor a las personas que amo. - Yo amo a mi rosa, no necesite aprender nada más, porque quizás lo que mi rosa y yo tenemos es distinto a lo que tu tienes con las personas que dices amar. - Muéstrame principito, ¿qué es lo que haces para que la rosa brille, para que el carnero crezca, para que los baobab prosperen? - Me acerco con cuidado, observo sin esperar, escucho cada palabra y gesto sin juzgar, y estoy ahí en el único lugar que en ese momento puedo estar porque mi planeta es al que llevo todo aquello que amo, lo llevo conmigo.
  • 11. - Ah entiendo. Miro, después me acerco, y me concentro en lo que dice; así pues es lógico que sea capaz de devolverle algo que le haga sentido. Nuevamente sonrió el principito. Y esa sonrisa con el brillo en los ojos, me recorrió, en el acto me di cuenta de que lo importante no era eso que yo le había dicho. Lo importante era para el principito estar ahí, presente, como solamente podía estar en ese instante… - Eres un gran amigo – me dijo – el único que tengo en este planeta y en este desierto (que tu llamas) en el que estamos ¿qué pasaría si teniendo todo el espacio del mundo para estar contigo, yo lo desperdiciará en otras cosas? - Pues que nos aburriríamos, al final quizás nos acostumbraríamos. - Eso le pasa a muchas personas veo. Les es más fácil construir su propio planeta antes que arriesgarse a vivir con otros. Yo se que mi lugar es muy pequeño, más, yo vivo con mi rosa, con mi cordero, con los árboles y millones de estrellas. El principito continuó. - Si yo no me acerco a la rosa, no alimento al cordero, no cuido mis baobab el planeta muere, yo muero con éste. Pero no muero porque sin ellos no pueda vivir, sino que la vida viene con amar a otro, escuchar a
  • 12. otro, hacer con otro, hacer de mi pequeño planeta el sitio que es. Y saber que con mi vida, mis palabras mantengo la vida, eso me hace tan feliz que no puedo más que estar presente en el único sitio que quiero estar… ahora, ahora mismo como estoy contigo. Nuevamente me he quedado sin palabras, una energía luminosa me ha recorrido y creo haber entendido algo que al ser tan esencial pareciera no estar a la vista como le escuché decir al pequeño príncipe. Me he quedado con el, el conmigo… y ahora entiendo porque extraño tanto su partida.
  • 13. Déjame ser… Ese día el pequeño príncipe lucía diferente. Más allá de su brillo que yo alcanzaba a considerar como natural, se había colocado su chaqueta al revés, se acercó a mi jugando con la chaqueta, de alguna manera ¿provocando mi interés en lo que hacía? o acaso simplemente jugando, como muchas veces lo hacía. Me mantuve incólume ante su forma de portar la chaqueta, más, para mi sorpresa, para El Principito era evidente mi inquietud, la confusión que me causaba su forma de usar el abrigo. Hasta que por fin buscando mi rostro me ha preguntado: ¿hay acaso algo que deseas decirme o preguntarme? A como pude, según yo, y manteniendo la compostura respondí con algo que hacía bien… con otra pregunta: ¿qué te hace pensar que quiero decirte algo o preguntarte? “Sabes” dijo, muchas veces cuando no sabes cómo decir lo que piensas me haces una pregunta, cómo si el decirme lo que sientes yo podría enfadarme, entristecerme, no lo sé. Pareciera que te adelantas a mi reacción. Mis palabras no tocan a mi rosa a menos que mi rosa se permita ser tocada. - ¿qué querías decirme? Ha preguntado el principito. - Quería saber de tu abrigo al revés. - ¿querías?, es decir ¿ya no quieres?
  • 14. Me pareció una irreverencia de parte del Principito esa expresión; como que se burlaba con las palabras. Pero luego éste aclaró: “te lo digo así porque en ocasiones no termino de entender que deseas, para mi si quiero algo lo quiero en el ahora; cuando dejé de quererlo digo quería o quise, y para mi ahí acabo todo… parece que a ustedes el “quería” y el “quisiera” les dura mucho tiempo, y lo dicen para suavizar lo que quieren”. ¿Qué puede haber de malo en que querer que dibujes para mí un cordero?, por ejemplo, ¿porqué habría de callarlo?, en mi planeta, aunque seamos pocos, podemos claramente querer. - Y si es cierto, ando el saco de otra manera, lo que tu llamarías al revés – continuó - y eso te ha incomodado al parecer; pero pienso que fue otra cosa. - A decir verdad, los niños hacen lo que quieren con la ropa, juegan, se disfrazan y demás. Pero si, al principio sentí que algo no estaba en su lugar... - Y, ¿cuál sería el lugar?, somos de planetas diferentes – replicó. Una vez mi rosa se molestó conmigo porque no le saludé como de costumbre me dijo; después supe que no fue por eso… fue porque yo seguí como si nada, al parecer esperaba una disculpa mía por no ser como ella esperaba que yo fuera.
  • 15. Tal expresión fue como el golpe del elefante antes de ser tragado por una boa. Entendí que lo que me había incomodado era que el pequeño parecía disfrutar de mi incomodidad, parecía retarme a aceptar su elección y seguir como si nada. No era el abrigo “al revés” era su desafío a ser quien era, a elegir sin mi mirada evaluadora. Nuevamente el Principito habló. - Me he dado cuenta que sufres cuando las cosas no salen a como las piensas. Te vi molesto con que el avión se haya descompuesto, y eso no lo arregló; te vi molesto cuando hacías los dibujos que no me parecían como si tuvieras que acertar desde el principio, como si supieras lo que había en mi mente. Y ahora, parece que te incomoda que yo haya elegido hacer algo inesperado para ti. Como en otras tantas ocasiones el silencio fue la mejor respuesta. El silencio del que procesa lo escuchado, el silencio de aquel que elige reflexionar sobre lo escuchado. El Principito caminó hacia el poniente, sus rizos brillaban al contacto de los rayos del sol, a lo lejos volvió la cabeza y con sus grandes ojos poniendo su mirada en mi dijo: - En mi planeta, aun siendo pocos y aun teniendo tantas puestas del sol; nos dejamos sorprender por lo que va decir mi rosa, por lo que desee el cordero, por la nueva puesta del sol que es diferente día con
  • 16. día. Sabes, solamente tú y yo estamos en este desierto, y cada día descubro algo nuevo de ti, y con eso algo nuevo de mí. El Principito continuó su camino y yo descubrí una nueva puesta del sol.
  • 17. El hombre que gritaba o el octavo planeta “El Principito” durmió, lejos de ese adulto un poco curioso, querido, y en ocasiones confundido. Pero que, a diferencia de otros, parecía tener interés legítimo en “su rosa”. Mientras dormía, un puente de estrellas, de aquellas que coleccionaba el ·” hombre serio” de otro planeta, se abrió ante sus ojos. Con la curiosidad típica de aquel que en una estrella ve una estrella, caminó y se vio en otro planeta; en uno que al parecer estaba dentro de SI no fuera de él. Se le pareció a las montañas de las tierras altas, y de pronto escuchó un estruendo, una especie de canto que provenía de una figura semejante a una esfinge. Esta se movía de un lado a otro, dejando las cosas sacudidas, revueltas a su paso. El pequeño príncipe sonrío, le causaba algo de gracias esa especie de coreografía destructiva, los “aspavientos” de la esfinge, y el ceño que fruncía frente a algo que no alcanzaba a comprender. El “Principito” caminó hacia la creatura y le preguntó:
  • 18. - ¿Qué haces? - Busco mi eco, busco el sonido perfecto, el sonido más bello, el más parecido a mí, el que me representa a mí y me multiplica por todo este planeta. - ¿Qué eres? Pregunto el Príncipe. - Soy la voz que se escucha, la voz más fuerte… - Pero… eres lo único que hay aquí… ¿cómo sabrías cual es la voz? Preguntó el pequeño príncipe. - Es aquella que suene a mí, como yo, que se multiplique y me multiplique. - Ahhh, increpó el pequeño, por eso se mueve de un lado a otro. - Si, y si el lugar no me representa, no servirá… - En mi planeta, dijo El Principito, no podría hacer lo que usted, es muy pequeño y podría hacer daño a mi rosa. - Siguió la creatura… Necesito mi espejo, lo que me refleje y presente, lo que me multiplique, necesito escucharme a mí… al parecer la esfinge no era capaz de escuchar algo diferente a sí. - Pero, y los sitios por los que pasa ya no son aptos para alojar rosas, corderos o un baobab. La esfinge se agitó, dejando una estela de polvo pintada en el pequeño príncipe; éste no supo nunca si lo que tuvo fue una conversación, no supo que fue aquello.
  • 19. “Son extrañas las creaturas de este lugar se dijo, pero es mejor que los de la tierra. Esta esfinge al menos fue sincera con lo que quería (aunque quizás no fue a propósito) así sea que solamente deje destrucción y polvo a su paso. ¿Conoce a alguien así?, ¿Conoce al hombre que grita?, ¿Qué sucede si ese que vocifera es el líder de un equipo?, ¿cómo afecta tal cosa los resultados?, ¿qué impacto tiene ello en las interacciones y relaciones?, ¿qué sucederá con la emocionalidad de ese sistema? Seguramente el hombre que grita para poder escucharse, no se despierta todos los días pensando en a quien alzará su voz, a quien ofenderá; lo más seguro es que no sucede de esa manera. Más, como la esfinge, desde su falta de escucha, desde su incompetencia emocional, o desde el miedo a fallar, o bien, desde el miedo a que otro tenga la razón, pueden dejar a sus espaldas un halo de destrucción sistémica, cuyo final empieza con la toma de conciencia. El principito se despertó, observó una estela de polvo con algún sobresalto, más no era la esfinge, para alivio del pequeño príncipe se trataba de su amigo el aviador, que le esperaba para ir al pozo por agua, dibujar baobabs y corderos.
  • 20.
  • 21. Para eso… no existen atajos… Francisco, ¿tiene que durar tanto?, ¿se podría hacer en menos tiempo? He escuchado esa pregunta a lo largo de mi vida profesional en muchas ocasiones. Casi siempre referidas a la duración de un programa de formación en liderazgo, una certificación en competencias de coaching, un proceso de acompañamiento a equipos, o bien, un proceso de acompañamiento individual. Estas preguntas me han llevado al siguiente relato. “Que pase rápido esta noche para poder reparar el avión, necesito que pase rápido el tiempo y con la luz del día terminar de arreglar” …eran las frases del piloto mientras buscaba un espacio para reposar, con la mente puesta en la ansiedad por el nuevo día, con la anticipación propia de aquel que tiene su mirada en lo que hace falta. El pequeño de los rizos dorados se acercó al piloto, su rostro tenía un brillo diferente, algo en sus ojos parecido a cristal que con la luz del fuego menguante se hacía enorme y parecía cubrir al piloto. Éste al ver al príncipe experimentó una emoción nueva para su estadía en el desierto. - ¿Sucede algo principito? - Si, seguro que algo sucede, ¿a ti qué te sucede? - Yo estoy bien principito, espero que pronto llegue el amanecer para …
  • 22. - Ahhhh entonces si escuché bien. Dijo el principito. Y ahora entiendo mejor, tu pretendías estar en un lugar diferente a éste, en el que sin duda estamos los dos. Creo que estabas imaginando lo que pasaría después, al despertar, lo que harías… - Si un poco de eso, es importante planificar para organizar el día, las tareas. - Si, entiendo, lo que no entiendo es ¿cuán rápido amanece si pongo mi energía en esperar que amanezca más temprano? Conocí un planeta adonde el sol se ponía innumerables ocasiones durante el día; y es que así era ese planeta. Acá en tu tierra el sol se pone y se acuesta con menos frecuencia que en el otro sitio, por más que yo desee con fuerza que suceda antes. - Pero es que no entiendes pequeño. Entre más pronto amanezca más pronto estará listo el avión… - Parece que no me explico, dijo el pequeño. Tu sabes de mi rosa, de la rosa del planeta del que vengo. Mi rosa en un momento era muy pequeña, de hecho, jamás imaginé que en eso tan pequeño existiera lugar para algo tan grande y bello como la rosa. Con la rosa aprendí que cada cosa tiene su tiempo y que, aunque yo le llené de agua toda la noche a la rosa, no conseguiría que creciera más rápido, o, que no sería llevándola al planeta de las muchas puestas del sol que mi rosa sería más fuerte, más bien moriría o podría no haber crecido ante un ritmo así de acelerado. - Entiendo, y tengo claro que el día y la noche tienen sus plazos, están sujetos a sus tiempos. Seguro es por mi deseo de salir de acá, de llevarte a otro sitio más seguro que tengo tanta anticipación. - ¿Qué hiciste este día?, yo no entiendo de aviones, ¿me explicas en fácil?
  • 23. - Lo que hice fue reparar el sistema de enfriamiento, como que arreglar unos tubos para que el avión no se caliente de más cuando esté en vuelo… - ¿Y eso que hiciste estuvo bien hacerlo? - Me siento muy bien, y creo que el trabajo va muy bien… ¿porqué lo preguntas? - No conozco muchos hombres en este planeta, además de ti, si he conocido en otros sitios y parece que están tan ocupados en lo que tienen que hacer que no valoran lo que ya han hecho o logrado. Pareciera que tienen miedo de no cumplir, de no lograr, y por eso desean hacer más rápido, llegar antes. ¿Habría sido posible volar sin que eso que llamas de “enfriamiento” estuviese funcionando bien? - No príncipe, es necesario que el sistema funcione, sino podríamos tener problemas en el vuelo. - Entonces no podías saltarte hacer eso, porque si quisieras tomar un atajo evitando hacer esa reparación de hoy, la consecuencia podría ser mortal, aun terminando más rápido. ¿Es correcto? - Si pequeño príncipe, entiendo que no hay atajos para algunas cosas; y que en verdad no me he dado la oportunidad de valorar lo que ya avancé. Pero listo ahora… a dormir. - Si, dijo el principito, mi rosa necesita la noche para reposar, para retomar fuerzas y al amanecer tomar del sol, la luz, la energía, el brillo. Y eso no va a suceder, sino que hasta la mañana, porque para llegar al día no hay atajo que pueda superar la noche.
  • 24. La búsqueda de atajos para llegar más rápido, para llegar más pronto, para decir yo también, para no perder, puede hacernos perder de vista el propósito final de aquello que pretendemos terminar más rápido. Por ejemplo, en el ámbito de la disciplina del coaching; formarse como coach es más que aprender un método, incorporar algunas herramientas, adquirir habilidades y técnicas para reflejar o parafrasear, sentarse de un modo particular y leer algunos libros. Se trata de un proceso de aprendizaje transformacional en el que el sujeto que aspira a formarse como coach, trabaja en si y como resultado de su trabajo en si más la técnica y método puede estar en posición de ofrecer una propuesta de valor a otras personas y organizaciones. Es decir, que supone un cambio adaptativo, un cambio de observador, al que se suma un cambio técnico (herramientas, métodos, recursos) y que en combinación dan lugar a nuevos comportamientos, hábitos y formas de relacionarse. Y eso no sucede en tres días, o en cinco juntos. De ahí que convertir un año de formación en cuatro meses, seis meses en una semana, cuatro semanas en 8 horas más que un despropósito es señal de que en algún momento perdimos el rumbo de aquello que se supone buscábamos. No hay atajos para cambios adaptativos. No cambia sus hábitos un diabético de un día a otro, un adicto no modifica su comportamiento en una semana, un padre no construye su relación en un evento, una pareja requiere tiempo
  • 25. para construir la calidad de relación que para ellos es relevante. No existen atajos para lo fundamental, hacerlo implica pagar un precio o tiene alto costo. El costo del reproceso, el costo de la inconsistencia, la frustración, el miedo.
  • 26. No se trata de sufrir por la partida, sino por extrañar la maravilla de su presencia. Las cosas no seguirán siendo igual, en verdad no han sido iguales. Desde que he llegado a mi planeta, desde que he vuelto con mi rosa, desde que he vuelto a pensar en mi carnero ya mis palabras son diferentes, ya mis suspiros no son iguales, ya las puestas del sol son distintas. En verdad que nunca creí que esa estancia en la tierra hiciera tanto en mí; mis conversaciones con el piloto, algo han hecho en mí. Extraño cosas de su mirada; esa mirada incrédula cuando le narraba acerca de mi planeta, de mi rosa, de mis viajes, de la imposibilidad de cultivar baobab en mi planeta; ese mirar ansioso esperando mi respuesta cuando me presentaba sus dibujos como si yo fuera a decirle algo que no saliera desde mi corazón. Extraño su mirada triste como anticipando mi partida, que se convertía en miedo cuando le hablaba de mi encuentro con serpiente y la oferta que ésta me había hecho. Extraño su mirar molesto y contrariado, cuando con mis palabras parecía retar todo aquello en lo que él creía, como ese día que le cuestioné acerca de la reparación del sistema de ventilación del avión, de su nave.
  • 27. Extrañare su cuido, su manera de acercarse cuando él creía que yo dormía, solo pensaba que quizás mi rosa me veía a mi acercarme con los ojos tan llenitos de ternura, tan llenos de amor. Ya me hace falta escuchar su voz diciendo mi nombre, un poco con curiosidad, luego con angustia, finalmente con miedo; me acordaré de su atención, de esa manera particular de estar presente para mí cuando lo estaba, y esa verdadera vergüenza que sentía cuando se daba cuenta de no estar poniendo realmente atención. Hace varias lunas que no escucho sus palabras “estamos cerca de partir”, que queriendo decirlas a él mismo pretendía hacerlo a través mío, como si con mantener mi fe se mantuviese la de mi amigo el piloto, como si yo la hubiese perdido en algún momento. Hace varias puestas de sol que he dejado de contar las estrellas y de buscar constelaciones; como si contarlas fuera importante, aunque si era importante para mi amigo y extraño su deseo de hacer que mis noches fuesen menos largas. Han pasado varios días desde que abandoné la tierra y mi rosa ahora es diferente para mi, es otra rosa, quizás porque soy un poco diferente desde que salí a la tierra.
  • 28. Nunca terminé entendí a los hombres y aprendí que eso no es preciso para amarlos; tampoco entendí lo que les movía, también aprendí que yo elijo quererles, aceptarles con o sin reconocer la intención; nunca entendí sus miedos, aprendí la forma en que el apego hacía sufrir a mi amigo el piloto. Aprendí que cuando se quiere de verdad importa muy poco que seamos muy diferentes, que tener la razón no es lo más importante, que las rosas se aman, aunque no podamos abrazarlas, que cada rosa, que cada zorro, que cada humano se merece ser amado por el hecho de ser y de llenar con su presencia la vida. Nunca entendí porque sufría tanto mi amigo el piloto por mi eventual partida, ahora entiendo que no se trataba de sufrir por la partida, sino por extrañar la maravilla de su presencia. Hace día que veo mis puestas de sol, y las veo pensando en cómo las vería mi amigo el piloto.
  • 29. De libertad, amor y miedo o carta a mi amigo el piloto Nunca antes te hablé de cómo me acerqué a ti; no fue que aparecí o menos que apareciste, las cosas que suceden no suceden simplemente. Tampoco fue que me encontraste, encontrar supone que se conoce lo que se encuentra… o quizás ya me conocías de alguna forma, de algunas vidas, de algunos tiempos, de algunos planetas… me cuesta creer que no conozcas otros planetas. Te vi y de a poco elegí acercarme, como con curiosidad, con cuidado y con asombro; estaba claro que no se trataba de mi rosa, y tampoco eras como el zorro, como las rosas de tu planeta, ni como los otros hombres que conocí en otros planetas. No parecías como ellos, al menos no lo parecías. Te cuento que mi vuelta al planeta, al que tu llama asteroide, ha estado lleno de descubrimientos, uno tenía que ver con LA rosa. Como verás ya no le llamo MI rosa, seguía ahí sí, regalaba su aroma como la última vez, y contra todo pronóstico propio lo lograba sin mí. Ciertamente se alegró de verme, no tengo porque pensar en lo contrario, y al mirarme su aroma se volvió intensamente presente. Pude recordar el aroma de las rosas de tu planeta, y reconocer los motivos para elegir a esta rosa sobre otras.
  • 30. He aprendido que podía dejarle, y que aún en mundos diferentes si ambos elegíamos estar con el otro podías sentirnos sin retenernos, sin resistencia. Ahora lo veo contigo, en algún lugar del cielo está tu planeta y ahí estás, solamente el pensar que estás me invita a sonreír. Ese día, esa tarde en la última puesta del sol, cuando me dabas la mano tus ojos me miraron como hablando del miedo a la separación, pero sabiendo que el miedo mayor era de tu propio temor, y de cómo ese temor sería capaz de cortar mis alas, de cortar las tuyas y que al hacerlo se perdería todo aquello que aún sin entender nos hace especiales el uno al otro. En todo ese tiempo juntos, nunca como en ese momento sentí el amor del que había escuchado; pude entender la diferencia entre un zorro libre uno adiestrado; entre la rosa de mi planeta y las rosas del tuyo; entre la rosa cautiva y su fragancia liberadora; entre el ave prisionera y la posibilidad del vuelo. Al inicio te hablaba de esa primera vez que te vi. Escribo en forma saltona ¿verdad?, nunca había escrito una carta. Esa primera vez que te vi, te observé cautivo, secuestrado por la idea del avión averiado, de tu vuelo perdido, de la posibilidad de no volver, te vi recogido, como conservando cada gota de energía. Te vi atado a la tarea, a la tarea de reparar, escapar, salir, más
  • 31. apegado al miedo de estar ahí que a la felicidad del viaje, de aquello que estaba afuera. Quizás a mí me pasaba lo mismo con la rosa, atado a lo que yo creía que significaba cuidar a la rosa, como si fuera mía. Creía saber cómo era proteger, como si ella no pudiese hacerlo. Decidía por ella y al mismo tiempo esas decisiones no parecían al final hacernos felices. Talvez por esto que te he dicho esa última puesta del sol me hizo tan feliz. Al soltar mi mano sentí que soltaste, yo pude partir, y creo que tu pudiste reparar tu nave con más liviandad. Es posible que dieras cuenta que lo que nos ata es algo más que un motor averiado, o el ala rota de un avión. Lo que nos ata tiene que ver con un corazón que lleno de miedo a romperse abandona la sabiduría de sus alas. Han pasado muchas cosas desde que volví, al liberarme te liberaste, porque nunca fui tuyo, nunca fuiste mío, simplemente elegimos estar juntos y caminar el desierto, el miedo nos acercó, y el amor nos liberó. La vida ha cambiado en este lugar, la rosa es rosa, yo soy yo, y en algún lado tú estás siendo tú y eso querido amigo me invita a sonreír.
  • 32. Ausencia No me ha resultado fácil escribir estas líneas, con seguridad el pequeño príncipe me habría preguntado por el motivo de mi dificultad, y eso si habría sido complicado responderlo. Para mi pequeño amigo era fácil sentir desde tristeza hasta solemnidad; lo difícil era resistirse a lo que emerge, contenerlo, pretender algo distinto. Para mi amigo tal suerte de impostación era un rasgo de los hombres de este planeta, y de otros que había observado en sus viajes. Recuerdo esa última puesta de sol compartida, mi estómago se retorció. No era el malestar propio de algún alimento mal digerido o en mal estado; más bien se parecía al movimiento propio de recibir algo muy picante, algo muy ácido mezclado con la tensión del miedo, de ese miedo irracional frente a algo que no se conoce. Ciertamente yo no conocía la sensación de la ausencia. Ahora lo pienso y en perspectiva no soy capaz de comprender como no me di cuenta de su partida, como si las veces que me lo dijo no hubiesen sido suficientes. ¿Realmente escuché tan poco aquello que me causaba miedo y dolor?, ¿qué escuchaba cuando principito me anunciaba su partida?
  • 33. Como piloto estaba acostumbrado a las partidas, me había habituado a mirar los rostros de aquellos que se despedían, mi familia, mis hermanos, la mujer que amaba. Había desarrollado el músculo del partir, la capacidad de encontrar recursos y formas de reproducir o crear un escenario para convivir, que aún en la distancia me fuere familiar. Más, ahora que recuerdo, también había aprendido a darme cuenta de la anticipación experimentada por aquellos que vivían conmigo en la víspera de un viaje. Ese día, frente a esa puesta de sol, era el cuerpo en que habito el que me contaba una historia de anticipación, de temor, de esa sensación extraña de un vacío anticipado, acostumbrado a partir creía experimentar por primera vez la partida. No soy capaz de describir, aún, aquello que viví durante las horas siguientes al viaje de mi amigo el príncipe; no he podido juntar las palabras adecuadas. No entendía la expresión te he extrañado, ahora me pregunto ¿qué diría a mi amigo?, le diré te he extrañado o bien, le contaré como me ha hecho compañía su recuerdo, el recuerdo de sus palabras, el brillo de sus historias. Es curioso, nunca estuvo tan presente en mí su sonrisa, estaba tan acostumbrado a su presencia que no era capaz de percibir la sutileza de la misma, la trascendencia de su estancia, la inocencia de su mirada, la valentía
  • 34. detrás de su curiosidad, la curiosidad detrás de su dulzura, la dulzura como manera de habitar los momentos más complejos. Puedo decir que no me hace falta porque está en mí, ahora entiendo porque EL tenía la certeza de que su rosa estaría ahí cuando el llegase, ahora entiendo que su rosa siempre le acompañó. La fragancia de la rosa siempre estuvo con mi amigo el pequeño príncipe. Más, ¿le encuentro o de alguna forma mi escucha se afectó con su presencia? Creí encontrarlo en el jardín cuando me vi hablándole a unas flores; en el parque cuando perseguí con mis ojos el ritual de las ardillas jugueteando sin prejuicio del mundanal ruido a su alrededor, en su propio mundo, en su propio espacio; pensé que le encontraba en el resplandor de las puestas del sol, esas que el principito disfrutaba asombrado, con una maravillosa expresión dibujada en su rostro, propia de lo nuevo, en sus ojos cada puesta del sol era una nueva puesta; parecía hablarme cuando una sobrina me pidió que le dibujase un jilguero, con la certeza de que sería capaz de dibujarlo. Creí mirarle, creí escucharle, solamente lo creí. Ahora entiendo mejor, o he aprendido a entenderlo diferente. Ciertamente no lo encuentro en otros sitios, tampoco lo escucho en otras personas, mucho menos lo miro en otros lugares. Mi amigo el de los rubios rizos se
  • 35. quedó conmigo, mi escucha se “contamino” de su presencia, mi mundo – aquel que conocía – no volvió a ser el mismo. Desde su partida las puestas del sol no volvieron a ser iguales, porque mis ojos ahora son distintos; mi manera de escuchar ahora se permite el asombro porque contigo aprendí a maravillarme con cada cosa sin pequeñas ni grandes; las flores no son más flores, cada una contiene su propio aroma y presencia; lo importante ha dejado de ser el después, y es este momento el único en el que puedo estar presente. Nunca antes había experimentado la ausencia, y hasta en eso amigo príncipe hiciste una diferencia…
  • 36. Volviste …recuerdo esa mañana, mis pétalos reflejando las primeras luces de la mañana, mi aroma, esa fragancia que mi pequeño cómplice ama, llenaba los espacios de nuestro pequeño planeta, de nuestro enorme hogar. Pasaron algunos minutos y mientras terminaba de estirarme, finalmente me di cuenta. Hacía falta su voz, esa dulce y melodiosa que cada mañana me daba los buenos días, y que más que el sol ha sido mi conexión con el despertar, con la luz y la energía. Esa mañana no le escuché. El sol cambio de lugar, el viento de dirección; en algún momento pensé que esa “ausencia” era parte de nuestra rutina tan particular de buscarnos sin pretensión de ser encontrados, de encontrarnos sin necesidad de búsqueda, de encontrarnos sin la urgencia de tengo que, ni la pretensión de certezas, de esa certeza de saber que el otro estará. Más, no se trataba de ello. El pequeño príncipe se había embarcado en su viaje, ese del que me había hablado tantas tardes, con cada puesta de sol, el viaje de descubrimiento de lo esencial, el más grande, el de dar cuenta de aquello que de pronto la vista puede negar, más, cuerpo lo sabe, lo distingue… eso me contó el pequeño de rizos de oro a su vuelta, su vuelta… no sé si volvió, no sé si se fue o si quien se fue es el mismo que ahora me
  • 37. cuenta de su viaje… y ¿qué es lo que importa ahora? Su vuelta, que no se haya ido … nada de eso, es su estar, nuestro estar en nuestro amado hogar, en nuestro pequeño planeta. En esos días, recuerdo que me decía que quizás el pequeño príncipe estaba ocupado limpiando el planeta, viendo las múltiples ocupaciones que se tienen en un planeta. Mientras tanto me ocupaba trayendo a mi memoria las historias que me había contado desde antes de su partida. Al principio dudé, no estaba segura de si realmente quería hacer ese viaje, en algún momento creí que era uno de sus trucos (que yo conocía de memoria) para atrapar mis miradas, para tomar mi atención. Cada día, cada tarde, imaginé su viaje, traté de imaginar cómo serían las puestas del sol en los planetas que visitase, soñé en cielos atornasolados decorados con arcoíris infinitos. Más ¿acaso correría peligros entre desconocido volcanes?, ¿se enfrentaría a animales portentosos o malvados? ¿qué pasaría con nosotros? ¿encontraría otras rosas? ¿hallaría otras flores con colores nuevos y fragancias capaces de hacerle olvidar el mío?... pensamientos que combatía con la luz de su sonrisa, el eco de sus palabras, y la ilusión del viaje que, hacia alguien tan importante para mí, su propio viaje. Pasaron los días, las horas, las maravillosas puestas de sol; y, un buen día, vi esos maravillosos ojos color sol, distinguí su tan particular presencia, y que
  • 38. acompañado de su vocecita llena de luz me decía “buenos días, te contaré de mi viaje”.
  • 39. Ella danza, danza Ella peinaba de sol las mañanas, vestía de colores cenizos los atardeceres, le exigía horas nuevas a la noche, descargaba vida en medio de la vida. Ella danzaba, danzaba hasta vencer los miedos, hasta acallar las voces, danzaba sin distingo, sin medidas, danzar es alimento, es vida. ella temía, a la pausa que separa uno de otro movimiento, como si la pausa misma no fuese en ocasiones el más sublime de los mismos. Ella inventaba, inventaba con su danza historias, historias que alegraban sus jornadas, secuestrando princesa, liquidando dragones, rescatándole al día una sonrisa, arrancando al tedio una mirada, ella danzaba, tomando vida la vida… Ella adornaba de mares atardeceres sombríos de mañana, con mirada color sol daba brillo a eso que su día amenazaba, ella danzaba, danzas de vida, danzas de historias, de princesas secuestradas, de besos no dados, de encuentros no encontrados… ella danzaba, ella danza, ella…
  • 40. El último pétalo… ¿el último? Hace mucho tiempo de la última vez que escuché al pequeño príncipe hablar de la rosa, y digo hablar de, porque todo el tiempo me parece que la rosa hablaba a través del pequeño de los rizos dorados. Recién le recordé al encuentro de una rosa, una rosa que no es la del príncipe, una rosa que está a punto de perder su último pétalo. No recuerdo haber escuchado que esa flor perdiese su flor, perdiese su aroma, su espina, o su encanto; en las palabras de EL estaba tan presente y llena de vida, que me es imposible imaginar que un día deje de estar, deje de ser. Pero… ¿y que tal si la flor es flor, y como toda flor se arriesga a perder la flor, a perder los pétalos? No puedo imaginar a mi pequeño amigo pretendiendo que la rosa se dé cuenta que puede dejar de serlo con la caída del último pétalo. Pero será que la rosa, esa rosa, deja de serlo al perder el último de sus pétalos, ¿qué hay de sus hojas? ¿qué de sus espinas? ¿qué de su tallo? ¿cómo es la tierra en la que ha echado raíces? ¿qué define a la rosa, acaso la flor, acaso el aroma, acaso aquello que me sucede al estar con ella? ¿acaso esto mismo que me sucede ahora, en que le doy vida a la rosa, a miles de kilómetros de su morada?
  • 41. No puedo evitar pensar en mi pequeño amigo, lo que es para mí ¿acaso tiene que ver conmigo o con su particular encanto? A la distancia, procuro comprender, procuro distinguir en mi ligera memoria, eso que me hace encontrar algo de él, en otros, en algunas conversaciones, en ciertas miradas, en contadas sonrisas, en atardeceres que no volvieron a ser iguales. Puede ser su inocencia, su preguntar liviano, su apasionada curiosidad, quizás su compromiso con la palabra dada, con la escucha generosa, mirando como pretendiendo capturar cada palabra, cada suspiro que viste a las palabras. Talvez sea su determinación. Su foco en el camino, en su plan, en sus tiempos, esa capacidad para no abandonar en ningún momento su promesa de volver a su asteroide, así fuera haber encontrado cosas bellas, seres maravillosos, sujetos extraños, incluso miles de rosas. Creo que es su capacidad de amar; su lealtad con la única rosa que era su flor; su cuido de la flor, su atención por su lugar, su manera de hablar de su asteroide, de sus puestas de sol, de todo aquello que se encarnaba en ÉL que lo refería como suyo, y quizás él era parte. Probablemente fue su paciencia, su despreocupada actitud en medio de la nada; ese afán, a veces me parecía enfermizo, de encontrar lo bueno y lo
  • 42. mejor en cada situación, aún en la para mi tenebrosa muerte. A más preocupación mía, más ligero su estar, más amorosa su entrega. Pudo ser su no dudar, su no saber, o quizás esa maravillosa sonrisa que al pensarla inevitablemente me hace sonreís, como quizás sucede en ti al leer o escucharme hablar de esta ¿cómo no sonreír desde la mayor vulnerabilidad, como no soltar el miedo en medio del desierto, cuando no hay nada a lo que estés sujeto? ¿cómo no soltar el saber si ÉL había soltado antes del viaje lo único que conocía? O quizás, quizás fue la circunstancia, la circunstancia de quedar abandonado en medio de la nada, y que EL fue el antídoto para la soledad. Quizás fue la expresión de todos mis miedos, la imagen de todo lo bueno que en el camino había dejado, quizás no había rosas, quizás no había pequeños príncipes, quizás no existía ese asteroide… quizás. Me resisto a entender, me niego finalmente a hacerlo. No se trata de su sonrisa, de su desenfado, de su aparente inocencia, de su amor desconcertante… ÉL era cuando estaba conmigo, a como estaba yo con ÉL. Y así, a la distancia pienso en la rosa, en su último pétalo, y creo entiendo que la rosa es esta rosa por aquello que sucede cuando estoy en presencia
  • 43. de la rosa, que es mucho más que la espina, es mucho más que la flor… así como mi pequeño amigo
  • 44. Cultiva tu propia luz, cultiva tu propia rosa La “rosa” de mi amado pequeño príncipe sabía nada más ser una rosa. Poseer espinas o ser espina, o que la espina suponga ser una rosa no era asunto para ella. Simplemente era, ¿acaso habría otra manera de recibir el amor y cuidado de El Principito? Pretender ser algo diferente a una rosa ni siquiera existía como posibilidad. Más, ¿acaso el pequeño príncipe quería que su flor fuese algo diferente?, ¿qué es aquello que lees en las palabras del pequeño cuando habla de su flor?, algunos dirían vanidad, otra arrogancia, otros quizás desconsideración; más, lo que dice la rosa tiene que ver con que es “la Rosa” y no otra cosa o ser. Esta flor amada huele a rosa, luce como rosa, posee pétalos de rosa; como la rosa se ve afectada por los vientos más fuertes, amenazada por alimañas que desean competir por espacio; como rosa deleita con su olor, sin pretenderlo, corriendo el riesgo de que alguien no pueda con tal olor y la alergia le aleje, como una fuerte luz puede encandilar a aquel que no ve más allá de su propia oscuridad. No en todo jardín podemos encontrar rosas; en otros hay claveles, geranios, margaritas; nos encontramos además con flores silvestres, con toda suerte
  • 45. de colores y fragancias. Más, ¿acaso esas otras flores compiten con la rosa?, ¿acaso la rosa pretende regalarnos más fragancia que otra flor?, ¿acaso la rosa hace indigna a otra flor? Puede ser que, al leer las páginas de este maravilloso libro, tengas la sensación de no desear cuidar a esa vanidosa flor; más, eso tiene que ver muy poco con la rosa, y mucho con aquel que en la flor ve otra cosa. No podemos lidiar con aquello que no distinguimos, más, qué fácil resulta criticar el olor de esa flor, la luz de ese lucero, la presencia que evito, aquello que no puedo. El piloto habló al pequeño en muchas ocasiones de las estrellas, por ejemplo, le dijo que ese lucero que al principito encantaba, y que hacía iluminar su rostro, tenía que ver mucho con la luz del pequeño, con su asombro, con su curioso y vulnerable corazón. Mientras en otras latitudes, en otros lares, esa misma luz encandilaba a otros, incapaces de celebrar, disfrutar y aprovechar la luz de tan maravilloso lucero. El principito no comprendía, no podía entender como el mismo lucero podía hacer cosas tan diferentes. Más, de pronto pensó en su rosa y las cosas adquirieron sentido. Al igual que su rosa que no puede ser más que rosa, y cuyo aroma, cuyas espinas son amadas por él… igual pueden ser aborrecidas
  • 46. por otros. Lo mismo pasa con el lucero y su luz, aquello que pasa con los otros poco tiene que ver con el lucero y sí mucho con aquel que se permite apreciar su luz.
  • 47. Una rosa es una rosa, es una rosa Esperé infinitas puestas del sol, diría más bien innumerables porque nunca aprendí a contar más allá de mi número de pétalos, 63 son los pétalos de UNA ROSA, de esta rosa; puedo decir que conté varias veces 63 esperando su vuelta a SU casa, a SU lugar, al lado mío. Esperé claramente que corriese a mí a cortejarme y de manera solapada verificar si había dolido o no su ausencia. Al final el jugaría a que no se da cuenta y yo creería que no se lo mostré. Y así sucedió. Ciertamente esperaba que me dijese que en los sitios que visitó no había otra rosa, así hubiere rosas; quería saber cómo eran esos mundos y que ninguno era como éste, como SU mundo, lleno de nuestro ritual y de mi aroma. Mas, quería saber “él” como estaba, como se sentía. Durante muchas “entre puestas de sol” me contaba de cada planeta, de ese rey que decía gobernar el universo y que a mí me pareció lo más simpático y triste. Me habló también de un zorro, es un animal más pequeño que un tigre, y al parecer solitario; no sé si estaré domesticada yo, he tratado de no pensar en ello, un momento lo creí y me causó mucho dolor. Con gran cautela, como cuando su mirada alcanza mis pétalos, me habló de un sitio en el que encontró tantas flores como estrellas, es más, se enfrentó a lo que yo creí mi mayor temor… rosas, pero eran solo eso rosas, no SU rosa.
  • 48. De quien más me habló fue de “el piloto”, al parecer los hombres (en el planeta que sean) se llaman así mismos por lo que hacen; este hombre era el piloto, así como había un farolero, otro que era un gran contador, y ese que era rey, no conozco muchos hombres o mujeres, yo no hago más que ser rosa, quizás por eso me llama rosa. Me habló mucho del piloto, al que llamó amigo; entendí que un amigo es diferente a una mascota, el piloto era diferente al zorro. Yo no sé que soy para el pequeño de los bellos rizos, no creo que al piloto le hablase como a mí, y el zorro parecía necesitar al domesticador para vivir, no lo sé, quizás algunas relaciones sean una mezcla de eso. Ahora que lo pienso un poco más, no sé cómo se siente el pequeño príncipe; se por ejemplo que se asombró al encuentro de tanta flor, o que, sintió mucha pena por el rey que creía mandar y no mandaba nada; también supe que sonreía a carcajadas plenas cuando el hombre que volaba trataba de hacer unos dibujos que a mí también me han parecido graciosos. Pero, cuando me lo cuenta no sé cómo lo hace, me lleva con tanta facilidad a esos momentos que pareciera yo estar ahí y vivirlos, mas, ahora, no sé cómo está quien me los cuenta.
  • 49. Y es que, sigue la rosa al tiempo de esparcir su aroma en su pequeño planeta, lo que creo saber de cómo él se ha sentido en el viaje es porque me lo imagino, es porque son los cuentos que yo me cuento al compás de sus palabras. Y es que el principito, poco me habla de él, poco me ha hablado de cómo se sintió durante el viaje, muy poco se de cómo se siente, y a nosotras las rosas, las palabras nos sientan tan bien como la compañía del sol. De una cosa si me he dado cuenta, mi pequeño príncipe, mi amigo, es un ser misterioso lleno de sorpresas y colores, así como rizos dorados tiene. Es valiente, de que otra manera alguien podría abandonar a SU rosa e ir en busca de aventuras, de respuestas, o de preguntas; es amoroso, de que otra forma podría dedicar tanto tiempo a escuchar a un grupo tan diverso, por decirlo de algún modo, de personas. Me ha resultado curioso, eso siempre lo sospeché, en su preguntar permanente e inocente; también un poco como yo, en ocasiones demandante, por la manera en que le hablaba al piloto haciéndole ver que no era esos dibujos los que quería. Y todo eso, si, todo eso lo descubrí yo, porque él no me lo contó. Él se ha limitado a conversar del viaje, y continuar la vida que vivíamos, pero él y yo sabemos que no es igual, que zorros, otras flores, desiertos, estrellas, reyes, y un piloto, se han sumado a cada una de nuestras puestas del sol.
  • 50. El principito nunca me habla de él, de cómo está o como se siente, ahora de lo que se es de su viaje; y lo que es para mí ahora tiene que ver con lo que le escucho, con lo que imagino, con las historias que me cuenta de lo que hizo, de lo que hace; ahora para mí el ES el viajante… a pesar de que nunca le he amado por lo que hace, me resulta muy difícil describir lo que para mí es, porque de todas maneras él no me lo dice. Pasaron las horas hasta una nueva puesta del sol, la rosa regaló al pequeño príncipe un rubor lleno de aromas que evocaban volcanes, estrellas, desiertos e historias. Sus miradas se encontraron, sus ojos color sol se iluminaron y nuevamente la rosa descansó, teniendo presente que no necesita saber quién es el príncipe, para amar lo que ambos han construido. Una rosa, es una rosa, es una rosa… ¿qué es?... una rosa.