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PENSAMIENTOS
DESDE EL ALMA
Manu Cantalejo
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PROLOGO
“Pensamientos desde el Alma” es producto de muchas lágrimas y risas, de momentos
mejores y peores, de días de insomnio y de meses de búsqueda de mi mismo. Son
relatos que he ido haciendo a lo lardo de más de cinco años en los que la vida me ha
enseñado que nada es blanco ni gris. O será que me cuesta mucho distinguir los tonos,
y sin embargo ahora se que la felicidad puede llegar incluso hasta entre lágrimas.
No habría nacido sin la colaboración de quien pone esa nota de color a mis días.
Podría nombrar muchas personas, pero no puedo dejar de pensar en la luz de mi vida,
mis hijos, Manuel, Claudia y Bruno. Ellos son la fuente de la que bebo para vivir, son el
bosque donde busco mi interior, son todo.
Mis padres han aguantado lo que pocos podrían soportar. Conocerán cosas y otras no.
Como Bea, esa amiga y hermana que sufre sin saber lo que le valoro. Ellos tres han sido
la base de una vida, de una montaña rusa en la que ellos siempre han estado en todas
mis caídas. Nunca podré dejar de agradecerles todo.
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Y el número mágico es el siete. La séptima persona está ligada a mí por una cadena
invisible que resiste a todo. Es el huracán me templa y la brisa que me hace resurgir en
mi propio yo. Es la imagen de mis palabras, es la musa que busqué y que me lleva de la
mano. Gracias Ceci.
Gracias a los siete. Y a todas esas personas que han pasado por mi vida y los que
pasarán. Los que anidan en mi presente, y los que fueron y están.
Pensamientos desde el Alma es desnudar la mía sin que nadie sepa realmente lo que
hay dentro de mi. Es un pedazo de cielo y de infierno. Es mi yo en pura esencia. Es la
felicidad en lágrimas y la tristeza en sonrisas. Es una imagen en mil palabras, porque
cada noche oscura da paso a un amanecer de luz.
Manu Cantalejo
En Jerez a 7 de Noviembre de 2.013
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ÍNDICE
Capítulo 1: Un paso adelante. Página 8
Capítulo 2: Reflexiones del ayer. Página 12
Capítulo 3: Noche en el Bosque. Página 15
Capítulo 4: La mujer que pudo amar. Página 18
Capítulo 5: Cuento de Navidad. Página 23
Capítulo 6: Más allá de la vida. Página 28
Capítulo 7: La Flor marchita. Página 31
Capítulo 8: Un día junto al río de la paz. Página 35
Capítulo 9: Volviendo junto al Mar. Página 37
Capítulo 10: Pesadilla. Página 41
Capítulo 11: Corriendo hacia el mar. Página 45
Capítulo 12: Sin vistas. Página 48
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Capítulo 13: Una pluma olvidada. Página 50
Capítulo 14: Esencia. Página 54
Capítulo 15: Camino a la Soledad. Página 56
Capítulo 16: Azul Celeste. Página 61
Capítulo 17: Golondrinas de Otoño. Página 64
Capítulo 18: Mañana Resacosa. Página 67
Capítulo 19: Un Adiós cruel. Ausencia de despedida. Página 71
Capítulo 20: Vivir en la esperanza. Página 74
Capítulo 21: Cadenas Invisibles. Página 78
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UN PASO ADELANTE
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Me asomo al espejo, veo la luz de la luna reflejada en ese mar en calma, sonrío sobre
lágrimas secas que se desparraman en mi rostro, recuerdos y pesadillas, todo se agolpa
en mi, quiero olvidar, sobre todo, a mi mismo. Rellenar el vacío de mi alma con lo
desconocido, pues no puedo seguir ese camino que me lleva a la nada.
Ando por el desfiladero de mi existencia hacia ningún lugar en especial, no hay mas luz
que aquella que voy apagando con mi pesimismo, pues mi osadía murió con la
esperanza de renacer, de resurgir cual ave fénix de unas cenizas construidas sobre mis
errores, mis fracasos, esos lazos que me retienen en el ayer sin ver la luz de este
amanecer.
Reflejos de sol, dorad mi cuerpo para volver al calor del sueño, pues no quiero ser
estatua de sal al mirar atrás. Deseo, necesito ser nómada de una vida que llega a su
comienzo en la madurez, pues mi futuro es cercano si la llama que me inunda volviera a
crecer en mi interior. Anhelo esos momentos en que era capaz de mirarme, de adentrar
en mi sin tener que sufrir, pues ya no se si voy o vuelvo, si muero en vida, o vivo en la
muerte, la falta de amor me consume cual vela en entierro,
Me siento libre de mi mismo, pues esclavo de mi palabras, mis actos, mis pensamientos
soy, aunque hoy quiero liberarme, cual gaviota en plena primavera, coger la mano
amiga que me inspira, llegar al cielo de la verdad, de la mía, la que me haga crecer en la
adversidad.
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Pasado que con sangre lloré, es mi otro yo el que me consume, necesito volar para
olvidar, recordar para ser libre, pues asumir mi camino tengo, vivir con el necesito, pues
dar pasos cual bebe que aprende soy, en esta vida de lágrimas y sonrisas, donde un
amigo me enseña, la certeza goza, y, sobre todo, el amor inspira.
Hoy te espero en la noche, para ver las estrellas entre lágrimas, pues no quiero volver a
sentirme solo, no mas sin ti, guiar mis pasos por la orilla del mar que me consume en
olas de felicidad, que las tristezas no sean mas que olvidos de los momentos que me
regala el destino, consumirme entre los brazos de un amor eterno, el mio propio,
regalándolo al pasear.
Una chimenea que caliente en el frío invierno de mi pasado, así te siento, un regalo que
me descubrió a mi mismo, me enseñó los reflejos de una luna que es mi vida, pues no
hay mayor amor que el que me debo profesar, pues si no me quiero, ¿a quién seré capaz
de corresponder?
Miro ese dibujo que me hiciste, un mar de plata y oro, un río púrpura de de esperanza,
un lago platino lleno de alegría, una montaña verde de esperanza, un camino hacia mi,
que me llevará a regalarte una sonrisa eterna, pues sin ti, no hay mundo, pues la amistad
es mi regalo, mi única posesión.
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Dos caras de esta moneda, la cara de un hoy que me alza en volandas, la cruz de un ayer
que me hundía hasta que vi la luz del día, pues mis ojos legañosos se desprendieron de
la cortina del pesimismo
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REFLEXIONES DEL AYER.
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Mil amores conocí, a ninguno retuve, jamás supieron seguir mi senda, pues el atajo a la
libertad lo llamé soledad. Quisieron ver en mi el sol de un corazón solitario, mas un
eclipse en la vida me siento, pues recorro el campo de eros haciendo creer que soy un
enviado de cupido.
Enamoro con el alma, deseo en la pasión de cada instante, mas desaparezco tal atardecer
en invierno, sin aviso claro y retorno posible, como esta mi noche de tormentas, mi vida
es un sin fin de perecimientos, pues amo con el corazón tanto como huyo del amor.
Hoy no se escribirte, pues tu nombre borré de mi memoria, mil historias frente al fuego,
una noche con su amanecer sufrí por verte, mas la edad llegó con la empatía de una
noche para no olvidar, o quizá no borro de mi memoria esa noche en que te sentí, pues
mi momento es eterno, mas tú no fuiste mas que otra muesca en mi recorrido hacia la
nada.
Noche oscura sin luna, con rayos y relámpagos que me hacen estremecer en mi lecho.
Raíz echada en cimientos esperpénticos de una vida sin sentido. La ventana retumba con
la última tronada, las sábanas me cubren tal sudario en el ocaso de mi esperanza.
Tememe, porque si me amas, morirás en la esperanza de hacer volver el día en que fui
tuyo, mas me perdiste en la noche en que creíste en la eternidad que prometí al viento,
en mi mirada profunda tras ojos rasgados por el llanto de la soledad.
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Son mis canas las que desvirtúan mi sinceridad, pues siempre aviso de lo eventual. Veo
en ti, que me lees, la mujer que soñé, mas hoy en día sólo eres una más, pues yo soy
aquel que un día te dio todo, para evocar un recuerdo de deseos de vueltas imposibles.
Me tapo con la manta, veo tu reflejo en el espejo, no estás, pero huyo de ti, mujer
de mil nombres y un mismo sentimiento. Te llamo y alcanzo tu mano, pero te vas,
desapareces, pues mi eternidad se marcha hacia la nada del todo, pues te llamo en
mi ocaso aun sin saber si existes o fuiste, si sólo fue una ilusión la que convertí en
un infierno de amor.
Perdóname, tú que me lees, por hacerte creer un día que el amor existía, pues no
soy mas que un libertino en búsqueda de su verdad.
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NOCHE EN EL BOSQUE.
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Camino en un atardecer de primavera, el bosque es un remanso de paz, la brisa acaricia
las hojas de los árboles, que están en todo su esplendor. Me siento bajo un roble anciano
que ha visto pasar los años con su esbeltez robusta. Hojas caídas me sirven de cobijo,
me tumbo para ver un cielo rojizo que va dando paso a la noche.
Escucho el silencio, mis ojos se quedan fijos en el cielo, cobrizo y dorado, el sol
acaricia a la luna, uniéndose ambos en una danza que marca el ritmo de los tiempos. El
astro rey, fuego y alimento de la madre tierra, la diosa Selene, dadora de frutos en la
noche, que cuida de todos en compañía de sus hermanas las estrellas.
Camino, y mis pasos me llevan hasta un pequeño lago donde se refleja el encuentro.
Veo sus siluetas fundirse en el agua mientras unen sus esferas hasta convertirse en un
solo cuerpo. Animales y flora disfrutan del misterio mayor, de la común-unión de los
dadores de vida, de la madre y el padre que nos regalan este maravilloso ocaso donde
las estrellan lloran con sus fugaces vuelos.
Es noche cerrada, y sin embargo hay claridad. Es un espectáculo único del que soy
testigo solitario, hombre dichoso en un mundo en el que no hay nada más que yo y la
madre natura. Miro al cielo y me siento como en e principio de los tiempos, donde todo
eran ellos, los dadores de una vida en la que la tierra nos ofrecía la verdad, pues era el
alimento de cada día, la que debíamos cuidar.
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Me baño en el lago, miro el cielo en su esplendor, sol y luna se separan, tan sólo unidos
por la sombra de un don mayor. Peces que me sosiegan, animales que vienen a adorar a
sus padres celestes, astros que me bendicen desde lo más alto para recordarme que la
vida es más que lo que vivo.
Me siento privilegiado, recuerdo las leyendas en las que la luna y el sol eran nuestros
dioses, que se podía ver cada día la unión de ambos para sembrar el amor y el encanto
de un vivir el día a día.
Llueve, me siento bajo mi roble y recuerdo todo lo que hemos vivido juntos, las
historias que me has contado, lo que aprendí de ti, lo que hemos disfrutado de cada
segundo. Tu mirada limpia, tus manos entre las mías.
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LA MUJER QUE PUDO
AMAR.
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Había muerto mi tía abuela, y me dejó en herencia todos sus papeles, sus pocos libros
roídos por los años un pequeño baúl. No había mucho que salvar, casi todo estaba lleno
de humedad, roto o con jirones, sólo una pequeña caja de música que contenía unos
folios ennegrecidos por los años.
Los abrí con delicadeza y vi su letra, pero mucho más firme. Era algo así como un
relato, y me dispuse a leerlo. En algunas de las páginas había lágrimas resecas, no sabía
mucho de ella, sólo que su vida fue opaca, que nunca hablaba de su pasado, pero no
parecía su historia, no por lo que iba descubriendo.
Al acabar de leer, me dispuse a escribirlo. Pero vi una pequeña ranura con un trozo de
papel que sobresalía. Descubrí un falso cajón con otro legajo, era un cuento escrito por
ella, quizá su más preciado tesoro. Es curioso como vienen las cosas, pero todo llega en
el momento justo a la hora adecuada. Ésta vez si que no me resistí, y lo pasé a papel, no
quería que se perdiera por segunda vez. Pero antes, copié una frase de su "Testamento
sentimental":
"No supe volar y me esclavicé en lo que sólo siguió en mis sueños. Amarré el velero
de mi vida al puerto abrigado para dejar pasar la travesía de la felicidad. Dejé
volar el amor por el miedo a sufrir, enterré mi corazón y mi alma por vivir en el
lujoso vacío del no saber amar"
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Después de esto, me dispuse a escribir ese cuento para poder compartirlo. Ahora sí que
entendía esas palabras que me sonaban tan raro. Su vida siempre fue locuaz, un
matrimonio que era real, sin pasión, cierto, pero faltaba la llama de la felicidad, lo
apagado de su mirada hablaba de un vacío, de un temor, de un recuerdo.
"Cuentan que había una princesa que vivía en una torre de cristal. Su familia, su vida,
poseía valles y ríos, nada le faltaba. Su sonrisa eclipsaba la tierra, la luna y el sol, pero
no florecía tanto como ella quisiera. Lo poseía todo, menos la libertad de amar cada día.
Su vajilla de porcelana, su cristalería de bohemia y cubiertos de plata y oro, manteles de
seda y sábanas de raso. Todo era lujo, menos su alma errática.
Sus paseos por el bosque, sus noches de visita a la luna y las estrellas, el tener todo
menos su libertad de sentir la hacían inhalar el humo de la bella prisión donde moraba.
Fue convirtiéndose en su esperanza, en la facilidad de vivir para no sentir, en la rutina
de no tener carencias para poder borrar la del sentimiento, dejar de ser ella en mor de
perder la ilusión.
Cierta mañana apareció por la torre del homenaje un peregrino. No iba a ningún sitio,
sólo relataba sueños a quien quisiera escucharlos. Mirada limpia y profunda, nada
poseía, sólo su palabra, su sentir y entregar. Voz grave que empequeñecía ante la mirada
de quien escuchaba, contaba las mil y una historias que el corazón debe oír y el alma
sentir. Las miradas se cruzaron, y ella se estrechó en los brazos de su protector, ese
mismo que le regalaba el palacio de cristal donde su felicidad era la ceguera del amar.
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Pasaron la noche todos juntos al abrigo del fuego, oyendo leyendas y vidas, corazones
rotos y renovados, la música silenciosa, el chasquido de la madera en la alta chimenea,
el aire que chocaba contra las ventanas, todo se confabulaba para que todo fuera real
dentro de la fantasía. Nadie sabía de donde salió el trovador, ni quien era, el mundo de
la magia regalaba momentos así.
Al llegar la aurora la anfitriona le acompañó por sus heredades. Fluía por un rio el agua
cristalina, donde ambos miraron el espejo de su alma. El le contó las estrellas que cada
noche ella vivía desde su torre. Le convirtió el sueño de conquistar la luna en recibir en
su corazón la verdadera historia de quien ama. Le rogó que soñara con su vida y llorara
lágrimas de felicidad.
Pisaban el verde prado sin rumbo fijo, fueron deshojando el alma, conociendo sus
secretos, regalando el porqué el Dios Destino los unía. Nada es casualidad, todo tiene un
porqué. Uno era libre, ella era libre de amar, esclava de oro, pues quería sin amar, rica
en el vacío, pobre el la opulencia, pues no hay mayor tesoro que el recibir lo mismo que
se siente.
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Una llama nació de ese paseo, un ardor en las almas. Los pasos irían en pos de cualquier
lugar, destino o tiempo, todo los separaba, pero algo fluía entre ellos. No pusieron
nombres, no describieron nada, sólo lo que sentía se reflejaba en sus rostros. El posible
amor que sintieran se desvanecería por arte de una magia llamada miedo. Si, uno por
perder la libertad de amar a cada rincón de su camino, otra por perder su castillo de
cristal por temor de no ver la verdad.
Llegó el momento de la partida. Él dibujó en el aire la esperanza de la vida. A cada uno
le regaló un pequeño cuento, unas palabras, unas letras. Cualquiera que hubiera vivido
ese momento, sabría lo que buscaba en su interior. A cambio, dichoso él, solo pidió una
sonrisa de felicidad, no olvidar jamás que la vida no es más que sueño, y viajar en la
felicidad de la libertad.
A ella, en un pequeño rollo de pergamino, le expuso las siguientes letras:
"Vive cada uno de tus días, sigue el camino de tu corazón, guardame en el alma, te
llevaré en la mía, siempre te esperaré, pues anidas en el lugar que no se olvida. Mi
confianza en ti me llevará a tu encuentro, mis pasos van hacia ti. Sólo si quieres
conocer la pobreza de quien ama, deja la riqueza de quien no siente"
Ella supo y no se reconoció que amaba, pudo perder, pero, ¿Qué debía perder? ¿El amor
o el castillo de cristal que encerraba el vuelo?
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CUENTO DE NAVIDAD
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Sonaba el Adeste Fideles en la calle, esa misma que ya hacía semanas que estaba
adornada por miles de bombillas de colores con renos y estrellas como decoración. Las
tiendas se engalanaban con pesebres más o menos pobres, las luces de los locales
rivalizaban con los neones de sus puertas. Todo el mundo corría, la prisa de las últimas
compras precedían la noche que se avecinaba, con pavo, marisco y villancicos alrededor
de la mesa. La familia reunida como cada año, los preparativos para poder quedar bien
ante esos mismos que mañana serían despellejados, pero que hoy eran hermanos, primos
o tíos. Hoy es el día de Navidad, y como nos marca la costumbre debemos ser, o mejor
sería decir aparentar, felicidad y armonía, aunque ya casi nadie recuerda el porque este
día es así.
En la puerta de un bar se encontraban tres hombres de mediana edad. Cada uno tenía un
estilo diferente en el vestir. El más alto, engominado su brillante pelo, llevaba un traje
de chaqueta de confección. El azul de su traje resaltaba la seda de su corbata, y sus ojos
desprendían la seguridad de quien ha triunfado en la vida. A su lado, sentado con una
copa de Fino Tio Pepe en la mano, estaba un hombre de su misma edad, vestido con una
cazadora de ante y unos pantalones de pinza que hacían juego con sus zapatos. Ambos
fumaban cigarro tras cigarro, y hablaban de todas esas cosas que habían conseguido a lo
largo de todos estos años, de como la familia crecía y sus hijos asistían a mejores
colegios de los que ellos pudieron asistir.
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El tercer hombre, mirándolos sombríamente, sonreía. Su vida era monótona, sus hijos
iban al mismo colegio de barrio que ellos vivieron, pues en aquellos años no se iba, se
crecía en el cole. Su trabajo era en la misma fábrica en la que su padre ya era operario,
su mujer era la novia de toda la vida que conoció en su juventud, vivía en el piso de tres
dormitorios y no se sabía ni cuantos años de edificación. Sí, su vida era mucho más
simple. A lo largo de la conversación salieron los años en los que corrían tras un balón
roído y los juguetes eran cualquier cosa con la que poder reír y compartir. Ahora sus
hijos querían consolas de nueva generación y no se conformaban con jugar en el patio
del colegio, sino que pretendían la equipación de su equipo y poder jugar en un campo
de fútbol de verdad donde les enseñaran a practicar.
Y sí, claro, la cena prometía. El amigo del traje azul tendría más de veinte invitados, el
mejor rioja y el cava traído expresamente para la ocasión. Sería el anfitrión de la familia
de su mujer, sus hijos tendrían sus primeros regalos de Navidad, la cena la daría un
catering externo, las camareras con cofia y los camareros con pajarita. Sí, la cena de
Navidad era una ocasión única de la que disfrutar su arduo esfuerzo del año, ese día
donde todos puedan ver hasta donde había llegado. Incluso este año vendrían los hijos
que tuvo con su primera esposa, la prima del su amigo de la infancia, que seguían
viviendo en el barrio, aunque, claro, él les proporcionaba de todo.
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El segundo amigo iría al club de golf. Su mujer lo abandonó hacía años, así que podría
disfrutar de la elegancia de la Casa de campo, de sus amigos, la cena de diseño, el baile
con las esposas de los asociados, quizá alguna copa de más. Sí, su estatus le permitía el
lujo de pasar la navidad en ese sitio tan privilegiado y selecto. Su vida estaba llena de
momentos como ese.
Al preguntarle al tercer hombre que haría, dijo que se reunía con sus hijos, su mujer, su
madre y sus suegros en su salón de veinte metros cuadrados, alrededor de la estufa.
Habían comprado hacía meses algo de marisco que congelaron, habían sacado la
zambomba y las panderetas, su madre preparaba ahora mismo pestiños, su suegra había
hecho un pavo relleno según la receta de la familia. No, no haría gran cosa, sólo estar en
casa con su familia, reír y ver la televisión. Siempre lo había hecho así, desde que tenía
conciencia. Cantarían al Belén que había sobre la cómoda, reirían de las anécdotas de
todos los años, no cambiaba nada.
Al despedirse se desearon unas felices fiestas y que esperaban verse de nuevo pronto.
Cada uno llevaba una sonrisa distinta en su cara. El primero cogió su Mercedes SL, y se
dirigió hacia el barrio residencial que había en las afueras, donde no habría vecinos
molestos ni gente cantando que le fastidiaran su gran cena. El segundo amigo arrancó su
Honda y se fue en moto hacia el centro de la ciudad, a su apartamento, donde pondría su
equipo de última tecnología mientras elegía el frío smoking para la ocasión. El tercer
amigo, con su bolsa llena de regalitos en forma de chocolate, pilló el bus hacia su casa,
hacia su barrio de toda la vida.
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A la mañana siguiente, cada uno recordó la conversación de aquella tarde de
Nochebuena. El primero se levantó de su cama mientras su mujer seguía dormida,
tumbada y sin ganas de volver al mundo. Se puso un café y vio que el vacío se volvía a
adueñar de todo, como cada 25 de diciembre desde hacía mucho tiempo. Sí, su cena fue
una maravilla, elegancia y lujo, pero fría. Es el camino que había elegido, su felicidad
estribaba en eso, en tener lujo y dinero.
El segundo amigo conducía hacia su casa desde el antro donde había buscado el calor
que la noche no le había podido dar. Una rusa, o quizá era rumana, le había acogido en
su cama, le proporcionó sexo y charla en un idioma que no entendía, pero sintió todo el
aroma a Navidad que no consiguió en su casa de campo, en la fiesta con aroma
apolillado y a fin de semana cualquiera que vivió. Sí, su vida era única, pero le faltaba
algo, calor.
El tercero se levantó, preparó churros con chocolate, despertó a todos, les deseó una
feliz navidad, les dio un pequeño regalo de chocolate. Recogieron entre todos la cena
del día anterior, sonreían, pusieron las tazas de chocolate. No tenían el lujo de nada y de
todo, simplemente eran felices. Vivían la Navidad como cada año desde su infancia,
cada 25 de diciembre era igual, chocolate con churros congelados y una sonrisa.
La Navidad es la alegría de vivir entre aquellos quieres. No todos vivimos de la misma
forma estas fechas, pero el espíritu navideño impera aún en algunos, no en el hecho de
creer en lo que se celebra, sino en celebrar algo que se cree:
LA VIDA ES MAS RICA CUANDO SE DISFRUTA LO QUE SE VIVE.
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MAS ALLÁ DE LA VIDA
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Llueve, las gotas resbalan por el cristal de mi ventana. El cielo está negro. Los rayos
iluminan el atardecer. El césped huele a humedad y se cala en toda mi casa. El café
hirviendo se cala por mis labios, suena de fondo un adaggio. La paz de este día es
impagable.
Enciendo el portátil y abro el correo. Monotonía bendita. No hay nada nuevo,
publicidad, Pps varios, correos de maldiciones que te caerán si no reenvías a no se
cuantos contactos. Mi vida sigue su rutina. Por fin, al cabo de tantos años, he
conseguido ser ese ser que no se altera. Aunque no siempre fue así. Ahora, en el final de
mi vida, siento como todo lo que viví fue un aprendizaje hacia mi paz, el camino a un
futuro incierto en una dimensión ignota.
Muchas son ya las veces que he pensado en lo que me espera tras dar el paso hacia lo
desconocido. Lo he soñado, pensado, meditado, lo he buscado en religiones perdidas y
en mitos irreales, he leído todo lo que caía en mis manos, he conocido a ángeles
terrenales que me han guiado en el camino, he aprendido de demonios de ojos verdes
que me mostraron la realidad de esta cruel existencia, he bebido del cáliz de la vida y he
disfrutado de vidas ajenas depositadas en mi memoria a través de confesiones en noches
de luna plena.
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¿Que hay más allá de la vida? Pronto descubriré esa puerta hacia ¿La nada? ¿La
regeneración de nuestra alma? Sin embargo, creo que sólo somos producto de un sueño,
meras quimeras de una ilusión, no somos nada ni nadie, somos el todo en el caos
celestial, formamos parte de un purgatorio vital, hacedores de un infierno y valedores de
un cielo cimentado en acciones que regalan felicidad.
Ahora, cuando quizá me queden horas, puede que días para llegar a mi eterna incógnita,
puedo decir que tras dar el eterno paso hacia lo desconocido me siento preparado para
conocer mi gran temor. Mi vida ha llegado a ese punto donde puedo estar satisfecho de
lo realizado, puedo regodearme de que, en caso de volver, seré feliz. Puedo sonreír,
puedo alegrarme de esas lágrimas, porque ahora se que me espera tras el momento del
adiós.
¿Qué hay más allá de la vida?
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LA FLOR MARCHITA.
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La duda aflora cada día en saber si hago bien o no, cada mañana, cuando me levanto,
me conformo con lo que tengo y me digo mi a misma que podría ser peor, y que debo
esperar a que el tiempo traiga la solución. Mientras me acomodo a mi sofá, mi día a día,
y dejo que sea la misma vida la que me enseñe el camino que debo tomar sin tan
siquiera pensar que puedo ser yo misma la que decida el sendero por el cual ir.
Sin embargo, me es indistinto. Soy feliz con esos pequeños placeres de la vida. Hoy, sin
ir mas lejos, me he comprado un pequeño cuento en un mercadillo que había en una
calle cerca de mi trabajo. No es muy grande, me llamó la atención su portada, con una
rosa roja llena de espinas y un mar azul embravecido de fondo. No se la razón, pero lo
compré. Y de vuelta a casa empecé a leerlo.
Pasé las paginas viendo nada más que las ilustraciones, pese a que ya casi todas estaban
descoloridas. Aún así me gustaban y me ayudaban a pasar el tiempo. Como cada día, no
tenía mucho más que hacer que dejar que el reloj fuera marcando las horas y el día fuera
acabando, mis únicas aspiraciones eran tener las mínimas complicaciones y ser feliz en
las cosas que me iban pasando. Los esfuerzos los dejaba para mañana, las decisiones
importantes, para pasado.
Llegada a la página 54 me impactó un título. No era el cuento más largo precisamente,
pero reclamó mi atención. Era algo así como "La flor marchita". Comencé a leerlo, pues
la ilustración era una rosa roja sobre un mar verde en un atardecer precioso. No entendía
como teniendo ese título podía poner esa imagen, así que por una vez me lancé a que mi
curiosidad mordiera el anzuelo de querer saber de más.
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Contaba la historia de un aficionado a las flores que siempre se preocupaba de cada una
de sus rosas excepto de una que tenía en su cuarto que le aromaba cada día su cama y se
alimentaba de los rayos de sol. Cada mañana le echaba el agua del vaso que tenía en su
mesilla, pero nunca la podó. Simplemente estaba allí y no se preocupaba de su aspecto.
Pasado el tiempo enfermó, y contactó con un jardinero para que cuidara de su jardín.
Pasó así unas semanas, y la rosa que tenía en su cuarto continuó con su función. Cuando
su enfermad acabó, decidió cambiar de habitación y dejó la antigua en la penumbra. Y
así pasaron varios días sin que se acordara de la rosa que había sido su compañía. Y se
olvidó de darle el agua de cada mañana y dejar que el sol alimentara la tierra.
Pasados unos días comenzó a notarse más desanimado y no cuidaba tanto el jardín
exterior. Ya no se encontraba cómodo en su nuevo cuarto. Las otras flores comenzaron a
marchitarse y dejaba pasar los días sin mirar como estaban, hasta que un buen día,
buscando algo, volvió a entrar en su antiguo cuarto y vio su rosa. La acogió, la regó y la
abonó, hasta conseguir que volviera a su antiguo esplendor.
Llegado a este punto llegó mi parada y tuve que dejar de leer. Sin embargo me había
picado el gusanillo de la curiosidad, y me di cuenta de que quizá fuera una metáfora lo
que el que escribiera eso nos quisiera haber dejado en ese cuentecito. Cuando volví para
acabarlo, me di cuenta de que faltaba la página última. Y esta no quería conformarme
sin acabarlo.
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Al llegar a casa me puse a buscarlo en Internet y no encontré ni el título ni el nombre
del escritor, así que miré la contraportada buscando la editorial o algo que me sirviera
para buscar otro igual en el que pudiera encontrar el final. Pero no había ninguna
información, así que decidí esperar al siguiente día para ir a ver al chico que me vendió
el libro.
Cuando llegué a la calle donde estaba el puesto vi que no había ya ninguno y me llevé
una desilusión tremenda, pero me dije que bueno, la vida era así. Y me fui a trabajar, a
pesar de que querría haber sabido en que terminaba el cuento.
Al volver a casa, saqué el librito de cuentos, pero ya no me llamaba la atención
cualquiera. No se como, llegué a una página que no pertenecía a ningún cuento, y tenía
una frase que me cautivó:
"Ningún cuento está acabado hasta que el que lo lee lo termina en su propia vida. Si
alguna vez encuentras uno sin acabar, piensa que quizá eso que falta lo debes escribir
tú"
Parecerá una tontería, pero en ese momento me di cuenta de que sí, que había
imaginado varios finales posibles, cada cual más distinto del anterior, pero todos como
algo en común. Siempre pensaba que eso me recordaba a mí misma, cuidaba el exterior
sin mirar el interior.
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UN DÍA JUNTO AL RIO DE
LA PAZ.
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Me he sentado a la orilla de este río sin nombre. Escojo una piedra plana y la hago
bailar en el río. Me encanta ver como anda sobre el agua y llega hasta la orilla opuesta.
Es como la vida misma, afán de superación en todo aquello que parece imposible,
simpleme hace falta un poco de fe.
El aroma a naturaleza, ese rayo de sol en el atardecer que se filtra a través de las hojas,
ese canto de pájaros que dan una banda sonora a esta película titulada reflexión. No hay
nada más hermoso, ni más intenso. Es mi espacio, mi sueño, mi sentimiento. Es la
comunión con la Madre Tierra, es el ansia de la espera mientras llega la Luna, es la
adoración al Padre Sol, sólo en mi pasión más hermosa: vivir en la verdad de la Tierra.
Me tumbo en la arena de la orilla, mojo mis pies desnudos, recorro con mi dedo el agua,
observo la libertad de los peces que vuelan bajo las ondas que surcan el rio, admiro el
revolotear de las aves, siento envidia de los nidos en esas frondosas copas, me deleito
con la plenitud llena de paz.
Juego con mis manos, respiro hondo, suspiro, sonrió, me echo agua en los ojos, sueño
despierto, vivo en la tranquilidad de quien sabe que está en la cima de una vida, me
recreo en mi mirada devuelta por un agua clarificada por la naturaleza, como una
manzana caída, bebo con mis manos, caigo de bruces para salir chorreando, recorro el
camino que realizaron los animales para paliar su sed. Hoy he vivido una tarde en el rio
de mi paz.
37
VOLVIENDO JUNTO AL
MAR.
38
Un cigarro, una coca-cola, un atardecer y una playa sin nadie que moleste. Es un sueño.
Es mi realidad. Tenía que volver a renacer, mirar al cielo y poder re-escribirme a mí
mismo una vez más. Siempre he tenido que volver para resurgir cual ave Fénix. Pisar la
arena con los pies descalzos, llegar a la orilla y huir del agua fría. Soñar con volar.
Me gusta la soledad. La necesito. Es el mejor momento de mi vida, el reencuentro
conmigo mismo. Re-escribirme en la arena, tumbarme y ver como salen las estrellas
inundando el cielo, oír el mar, que la luna ilumine mi espacio vital. Buscar con la
mirada la inmensidad del horizonte. Sentirme un grano de arena en la inmensidad de la
vida, ser el centro del universo en esta utópica soledad.
Camino hacia cualquier sitio, soy dueño del momento, de la nada y del todo. Por fin se
enfrentarme a mi miedo, a mi pesadilla inacabada, a mi eterna duda. Hoy, en este
anochecer, me he sentado una vez más frente al mar. Quisiera aspirarlo, no olvidar
jamás su aroma, la inmensidad de tu eterno ulular, su verdor ardiente y frío, sus idas y
venidas, su adorable compañía, efímera en sus olas blancas, eternas en su volver.
Hoy puedo sonreír, se llorar, quiero respirar este momento y dejarme grabada la huella
de su hermosa canción. Deseo escribir un libro en la arena de este mundo, dejar mi
huella para que sea borrada por este aire otoñal, marcar con sangre y lágrimas esos
momentos imposibles de olvidar, ser valiente y adentrarme en el mar.
39
Sueño, duermo, despierto. Soy un ignorante, un sabio del desconocimiento, un amante
de la huida, un enfermo que no quiere cura, soy la nada en el todo de la vida. No vivo,
ni sobrevivo, aspiro el aire de la vida para renacer en esta pantalla de agua y arena.
Resoplo, busco esas palabras escondidas en mi memoria, esa sonrisa capaz de hacer
temblar montañas, esa mirada que traspasa corazones y almas. Corro hacia el mar, entro
en él. El frío se adentra en mí, despeja mi alma, refuerza mi identidad. Sumerjo mi
cabeza, llego a un fondo lodoso, agarro arena y subo de nuevo. Mis mojados cabellos
desprenden agua, mi ser intensidad.
Palabras que vuelan cual aves migratorias,
sonidos que se desplazan como caracol sin casa,
sueños que se evaporan a nubes sin horizonte,
realidad tormentosa que estalla en rayos.
Lágrimas de alegría que rellenan un vaso vacío,
risas amargas que amortizan la tristeza,
miradas perdidas en insolentes pensamientos.
Arena mezclada en el mar,
olas que alcanzan tierra,
agua que vuelve a su ser.
40
Palabras y más palabras, sin saber, o quizá querer encontrar esa maravillosa
composición de letras que podrían hacer renacer la ilusión de una sonrisa, borrar
lágrimas de sal, sudores de sangre y pensamientos que asesinan el impulso vital.
Vuelvo a la arena, miro las estrellas y la luna, quizá amanezca pronto. Vuelve a mis
labios una cínica sonrisa, mis ojos brillan al reflejo de esos astros difusos en el mar
lleno de negror llamado cielo. He renacido del mar, he vuelto a revivir de unas cenizas
calcinadas en el terror.
Hoy he vuelto al mar. Hoy he enfrentado a mis miedos y he asido la mano de la paz.
Hoy me he encontrado a mí mismo. Hoy he vuelto a mi verdad. Se que ahora mi vida
seguirá ese camino marcado en un destino escrito en la magia de un tiempo pasado. Hoy
y siempre estaré junto al mar.
41
PESADILLA
42
La habitación quedó iluminada por la luz del fuego de la chimenea. Los troncos arden y
el ruido de su brasa retumba en la habitación. Los tres metros de altura de la sala se me
hacen eternos. Los tapices parecen revivir, los cuadros se ensombrecen, el gran espejo
refleja la inmensa oscuridad, la puerta, toda ella de madrea, alarga su sombra sobre el
suelo marmóreo. Se me hace lúgubre. No hay sonidos, no hay luz, solo esta fantasmal
sala y yo.
Salgo con paso apresurado. A la derecha está la puerta de salida, pero no soy capaz de
abrirla. Me vuelvo sobre mis pasos y llego a la escalera. Es de madera, supongo que
muy antigua pues ruge al pisar sus peldaños. Me tiemblan las piernas, pero no puedo
quedarme abajo, es el pánico lo que me hace subir. Subo cada escalón con mucho
tiento, el miedo atenaza mis miembros, mis manos sudan, mis piernas tiemblan.
Llego a un descansillo. Hay un enorme lienzo que traza en oleos la faz de un gran señor.
Sólo mirarlo me da escalofríos. Su mirada penetrante, su fijeza de ojos, la negrura de su
trasfondo, las pinceladas marcadas y la totalidad de cada marcaje me acongoja. Vuelvo
la mirada, pongo las manos en mis ojos para taparlos. El miedo me atenaza, el viento
entra por la ventana abierta, subo corriendo sin saber bien a donde voy.
Llego al final de la escalera. Hay un corredor. Varias puertas a cada lado. No abre
ninguna. No se donde estoy, no recuerdo nada. Miro mis ropas, toda negra, y no
comprendo como llegué hasta aquí. Al final del pasillo hay una puerta entreabierta. Me
adentro poco a poco, rechinan las bisagras. Un viento helado llega a mi faz.
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Fantasmas o imaginación. Se me hiela la sangre. El horror se apodera de mí. Me
empapo en sudor frío. Me acerco a un escritorio situado junto al gran ventanal. Un
enorme ciprés asoma por la oscuridad de la noche. Un cuervo se posa en la baranda.
Grazna. Me mira y se vuelve a ir volando. Una pluma cae sobre un filo amarillento que
está en la mesa. El tintero parece que nunca se ha secado pese a que no debe hacer
menos de tres lustro que no se usó por última vez. Mi mano se dirige sola y comienza a
escribir palabras inconexas en un idioma desconocido.
Firmo lo que sea que haya escrito. Con un pequeño salto me alzo y mis pies se
encaminan hacia una gran cama con dosel. El sueño se apodera de mí. Mis pesadillas,
mis fantasmas, mis viejos temores aparecen cual película muda ante mis entrecerrados
ojos. Mis manos se agarran con fuerza a las sábanas. Mis pies, ya sin zapatos sin saber
cómo, se ponen rígidos. El sudor hace que la ropa se una a mi piel.
Un escalofrío recorre mi cuerpo al completo. Caigo en un sopor y somnolencia atroz.
Mis miedos y fantasmas se van apoderando de mi alma. Las lágrimas recorren mis
mejillas, mi cuerpo se eriza. Oigo voces que creía desaparecidas, otras nunca antes
escuchadas. Me adormezco, caigo en un sueño profundo.
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Noto una mano que se acerca, no veo nada. Tengo miedo. Escucho un susurro. Algo se
acerca. Eres tú, que vienes a rescatarme. Abro los ojos y te veo. Sólo fue un sueño, una
pesadilla. Y ahora apareces tú para traerme a la realidad. Me besas. Me abrazas. Y
desapareces para volver a encontrarme en la soledad de una cama con dosel.
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CORRIENDO HACIA EL
MAR.
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Corría, sus pies marchaban solos sin un destino fijo, simplemente se desplazaban a no se
sabía donde, pero algún lugar lo esperaba, aunque en ese momento no sabía cual. No le
importaba hasta donde llegar, necesitaba sudar, quemar esa adrenalina que le aceleraba
el corazón, que su respiración pausada se convirtiera en pulsaciones alocadas y volver a
sentir la sangre fluir por su cuerpo. Ya llegó el límite de todo y sólo podía correr, huir, o
quizá fuera hacer frente a su propia sombra.
El sudor le recorría el cuerpo, la espalda empapada, su frente mojada por el ejercicio,
sus pies ardían pegados a sus deportes. El frío no podía alcanzar su cuerpo, las
hormonas le hacían sentir ese frenesí en el que nada importa, su misión era continuar
ese camino hacia no se sabía donde, pero al fin y al cabo, llegar al final de su carrera.
Los recuerdos le venían y se volvía a ir, nada le importaba, había tomado la decisión.
Dejarlo todo y huir, acabar con su pesadilla, empezar de cero, ser un hombre nuevo y
conocer el mundo que se cegaba antes de ese instante en el que comenzó a correr.
Corría, siguió por la circunvalación, quería llegar al mar, ya habrían pasado unas dos
horas desde que comenzara su vida de fugitivo. Todo lo recordaba, desde ese primer
paso hacia el caos hasta el primer paso hacia su carrera. Ahora sólo tenía que seguir con
sus pasos. Llegar al mar, ver las olas, las estrellas o quizá el sol. Empezaba a llover, la
noche caía, pero sus pies seguían su camino.
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Pasaron las horas, el campo rodeaba su peregrinar, los pocos coches que se cruzó le
hacían señales, pero el sólo veía el pasado, el camino hacia el mar, sus pies desgastados
por los kilómetros recorridos, el sudor pese a los pocos grados que había. Los animales
que se encontraban en la carretera le observaban, su ritmo no había variado, sus ojos
fijos en el frente, corría.
Y siguió corriendo hasta llegar al mar. Cuando mojó sus ojos vio claro que la razón de
su huida le había acompañado todo el camino, jamás quiso mirar atrás. Ahora, frente al
mar, se dio cuenta de que todo su recorrido fue acompañado por la causa de sus males.
Al mirar la arena en el amanecer vio que fue capaz de dejar atrás sus miedos, pues su
sombra nunca le abandonó, el mismo era su pena y su miedo.
Se agachó en la arena. Vio entre ella una caracola muy simple, un pequeño destello
iluminó su rutina, un lunar en el interior, una mácula de nácar que me llamaba como si
fuera mi propio interior, una perla que me recordó un futuro por escribir.
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SIN VISTAS
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Buscó en su pasado un momento peor del vivido y se dio cuenta de que todos los malos
eran similares. Fue justo en ese instante cuando entendió que el problema era él y que
tendría que reinventarse. No era posible buscar una estrella durante el día ni el sol
durante la noche, así que lo primero sería invertir su vida y empezar de cero.
Cogió una maleta, la llenó con su ropa favorita, sus enseres personales de aseo, se vistió
y salió con su maleta hacia ningún sitio. Se tomó un café en el bar frente a la estación,
compró un billete de ida al primer pueblo que se le ocurrió y hacia allá se fue.
No le disgustó ni le gustó. Simplemente lo fue recorriendo andando, hasta llegar a una
pequeña pensión. Subió a su habitación, se tumbó en la cama, se fumó un cigarro, abrió
una lata de coca-cola y pensó en todo aquello que le había hecho dar estos pasos.
Se levantó, puso en orden su ropa, colocó sus cosas en el baño y salió a dar un paseo.
Justo al poner el primer pie encima comenzó a llover. Le dio igual. Caminó y caminó
hasta dar dos vueltas al pueblo. Se tomó un café. Luego otro más y volvió a la cama.
Todo era igual que horas antes.
Cuando amaneció, volvió a la estación, compró un billete de vuelta a casa pero dejó
todas sus cosas en la pensión. No quería volver a vestir con aquello que lo confortaba,
porque debía superar lo que no aguantaba. Ahora sí podría empezar de cero, sí era el
momento de aceptar que lo peor de su vida era no aceptarse a sí mismo.
50
UNA PLUMA OLVIDADA.
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Abro el cajón de mi escritorio y encuentro cubierta de polvo mi vieja pluma. Negra,
sobria, la tinta reseca está cubriendo su dorado final. Papeles medio amarillentos hacen
rebosar este cajón desastre olvidado en el fondo de mi memoria. Pululan por ahí retazos
de un ayer de inspiración y bosquejos de momentos de una lucidez nublada por la
satisfacción de realizar sueños con palabras, conjurar a las letras para que florezcan a
través de ellas mis sentimientos y pensamientos.
Me siento en mi silla, apoyo los codos sobre la madera y con ambas manos me cubro mi
cara. Aún me es difícil el hecho de intentar tan siquiera sacar un folio y manchar con
frases su blancura. No me atrevo a volver a sentir entre mis dedos el deslizar metálico
de quien fue mi fiel compañera, de esa eterna amiga que olvidé en un cajón para no
sentir su presencia ni su esencia.
Me armo de valor y voy por un poco de alcohol, algodón y un paño impoluto con el que
sacar la belleza tapada por el tiempo y el olvido que hay tras esa pluma que un día me
hizo ser padre de palabras y frases que llenaron mi vida y fueron causa de mi ser.
Con paciencia, poco a poco, voy mimando como a un bebé a mi vieja amiga. Recuerdo
el día que la heredé de mi abuelo, de como siendo un adolescente imberbe me sentía el
más poderoso de los hombres, de mi sonrisa de orgullo en aquella tarde noche de verano
en que me sentí el hombre de 15 años más orgulloso del mundo.
52
Fue poco después cuando decidí que iba a escribir. Mi abuelo murió a los pocos meses y
en homenaje a él escribí una carta al director del diario local. Por supuesto lo hice con
su pluma, con la tinta que le quedaba de la última carga que el puso, empezaba una
nueva etapa.
Fueron durante varios años en los cuales poco a poco descubrí mi gran afición por la
escritura. Fue una adolescencia prolífica, nunca me quise presentar a ningún concurso,
quizá por miedo, puede que sea por mi amor a la intimidad, siempre escribía por algo,
para alguien, por sacar de mi interior lo que con mi voz no me sentía capaz.
Pasaron los años, y para mí era un rito cada vez que tenía que limpiar mi pluma o
recargar su tinta. Todo un proceso con el que disfrutaba y me hacía sentirme realizado,
eramos como un solo ser, esa estilográfica de color negro era como un apéndice sin el
que no me veía capaz de vivir.
53
ESENCIA
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Hace poco leí que la vida es un tablero de damas, donde cuando una persona se va otra
llega para rellenar ese hueco. Sin embargo, siempre hay personas que rellenan por sí
solas más de un hueco, e incluso, sin estar, es su esencia la cubre uno o más.
Un recuerdo, una anécdota, cualquier momento re memorable puede hacer que en ese
tablero de la vida la esencia de alguien especial cubra más que cualquier ocupante. Es
esa anónima presencia invisible la que nos da una vida que fichas visibles de nuestra
vida no llegan a cubrir.
Ahora, cuando mi vida va tomando el cariz de la madurez, voy sintiendo que personas
del ayer nunca han dejado ser del hoy. Pueden volver a aparecer, o no, simplemente
siguen siendo un recuerdo, y sin embargo dan sentido a etapas que vivimos.
Una amistad del ayer que no volverá, o alguien del pasado que vuelve sin saber porqué
y que cierra un proceso inconcluso de mucho tiempo atrás. O alguien que vive
agazapado en tu día a día y que cuando menos lo esperas te da esa fuerza que necesitas
en un momento crítico del caminar vital.
Muchas personas pasan por nuestras vidas poniendo ese granito de arena que va
formando la montaña de nuestra existencia. Unos son pasajeros, otros más o menos
efímeros, pero siempre aportan algo, bueno o malo, y que nos hacen formarnos en
nuestro ser.
55
Hay personas especiales que forman parte de nuestra propia esencia, que sin ellas en
nuestras vidas nos seríamos nosotros. Puede que algunas de estas personas sí sepamos
que lo son, pero hay otras que no lo sabemos. Personas que con solo su presencia, más o
menos cercana, continuada o intermitente, forman parte de nuestra vida y ni tan siquiera
ellas mismas saben lo importantes que puedan llegar a ser.
Cuantos amigos y/o amigas de nuestra adolescencia han tenido un significado
importante en nuestra vida y jamás se lo hemos dicho, o tan siquiera nosotros mismos lo
hemos sabido. O cuando nos reencontramos con esa persona con la que tan buenos
momentos habíamos pasado y no somos capaces de agradecer que gracias a esa esencia
que dejaron en nuestra vida somos lo que somos.
Yo he tenido la gran suerte de reencontrarme con personas así, y de conocer a personas
que me han llenado ese tablero de damas que es mi vida. Algunas lo saben, pero otras
no. No podría poner nombres, o quizá sí pero no quiero por temor a dejar abierta mi
alma. Sin embargo soy muy consciente de que hay personas que c ubren con su esencia,
sin necesidad de su presencia, gran parte de mi damero. Gracias a esas personas cada
día puedo sonreír y saber que la esencia de la vida siempre está ahí en personas que
nunca se han ido, incluso algunas por conocer.
56
CAMINO A LA SOLEDAD
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Un fuego de chimenea, una luz cálida que traspasaba las cortinas, el rumor de las hojas
de los árboles que entraba desde la ventana entreabierta, la humedad que calaba hasta
los huesos, esa alfombra sobre la que se sentaba para leer su libro, ese café humeante
entre sus manos para poder calentarlas algo, la paz de esa mañana no tenía precio,
aunque sí que había pagado uno para llegar hasta allí.
Todo trayecto tiene su tarifa, y el de la soledad buscada es el mas alto. Cuando dejó el
coche aparcado en el llano del pueblo pudo dejar atrás parte de su equipaje, su pasado,
sus fantasmas. Cada paso que daba hacia su nueva etapa era alejarse otro de la anterior.
Pero no todo era tan hermoso como el rio que delimitaba la subida, ni tan calamitoso
como fueron sus pensamientos durante el viaje, todo tenía un término medio, y era eso
mismo lo que quería encontrar.
Hacía pocos días su vida era un caos. Cierto que en el trabajo no habían puesto
problemas para darle vacaciones, tampoco dejaba mucho atrás, había ido eliminando de
su vida todo aquello que veía que le perturbaba. Fueron decisiones dolorosas, y sin
embargo muy necesarias. Cada raya que tachaba un momento o una persona de su
cuaderno era una liberación de su alma.
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Cuando por primera vez consiguió dar un paso, no lo había pensado. Simplemente lo
dio. Justo a partir de entonces comenzó la espiral de cambios necesarios. No debía, ni
pudo, frenar ese avance. Día tras día se reafirmaba en que su vida no era lo que quería.
Un giro radical sería frustrante, así que decidió hacerlo en pasos pequeños, o quizá mas
grandes, pero lo que sí era seguro que sabía que era lo que necesitaba eliminar.
El trabajo no era su mayor preocupación, con la crisis era afortunado de tener uno. Era
lo restante lo que le disminuía las ganas de vivir. Amigos que sólo eran para tomar
copas, relaciones de más o menos tiempo que no daban ninguna intensidad, la
monotonía de vivir sin mas pretensión que ver el anochecer. Cada mañana era la misma
rutina, cada tarde el café en el mismo bar, cada noche la misma cantinela, bien tomando
copas, bien en páginas donde conocer a gente que demostraba que la teoría de Darwin
no iba tan desencaminaba. No, definitivamente no había muchas cosas que merecieran
mas de 5 minutos seguidos en su vida.
Una noche de viernes, habiendo quedado con una de tantas chicas con las que hablaba
por la red, vio claramente que si buscaba su medicina en una chatarrería no encontraría
su cura. No era por nada en especial, sino simplemente que los valores de cada uno no
tenían nada que ver. El buscaba profundidad en cada instante, el saber vivir cada cosa,
ella simplemente vivir como dictaminaba su sociedad, su entorno.
59
Ese día fue el comienzo del fin. Podía tenerlo todo, pero realmente no tenía nada. Salía,
entraba, pero poco a poco iba cambiando su dinámica. Ya no estaba tanto en el
ordenador y sí más dando paseos. Ya quedaba poca esperanza para poder continuar esa
vida de pasividad, de borreguismo ante lo que dicta la sociedad. Se sentía un paquete
más. No vivía su vida, sino la que le dictaban las normas marcadas por la sociedad.
Otra noche de esas de citas de porque sí, conoció a la que creyó la mujer perfecta.
Hablaron de cine, libros, deportes, política, formas de ver la vida y hasta de viajes. Esa
noche estuvieron hasta tarde tomando copas y hablando, era continuar lo que habían
vivido anteriormente solo que en persona.
Fueron unas semanas de intensidad absoluta, él le dio todo lo que estaba dentro de él,
luchó contra sus fobias, esgrimió contra sí mismo todas y cada una de sus dudas,y
avanzó. Dio todo de sí, cambió su rutina por compartir ese día a día, vivía por cada
momento en que se encontraban o fueran a hacerlo. Cada día que pasaba vivía un cuento
de hadas y príncipes en el que él era tanto una cosa como la otra. No sabía como había
podido vivir antes sin esa realidad.
Pero todo tenía su fin, y éste llegó cuando más feliz estaba. Tenían que tomar una
decisión, dar un paso adelante o atrás, y cuando más feliz era, vio la realidad. Era él
quien dibujaba cada momento, cada paso que creía que su vida de una forma u otra.
Pero vivía en una fantasía. Donde antes miraba y veía felicidad, ahora descubría la
mediocridad de su vida. Valoraba lo que veía, no lo que era real. Donde antes había una
manchita ahora descubría que era un boquete, donde creyó ver una sonrisa pícara,
encontró una cínica.
60
Daba igual lo que hiciera,una vez más descubrió que el único culpable de todo ello era
él. Disfrazaba la realidad de lo que necesitaba en cada momento para poder ser feliz.
Pero todo tenía su final y ese disfraz se difuminaba y volvía la vida tal y como era.
Hasta que necesitara otra realidad distinta a la que vivía y volviera disfrazar una
historia.
Fue justo en ese momento cuando decidió que necesitaba su soledad para poder
empezar a vivir un sueño que fuera su realidad, reconocerse sus errores, asumir sus
defectos, aprender a vivir con su pasado y, sobre todo, entender que en su no había
cabida para encontrar agua en el desierto, calor en el Ártico, el amor en su irrealidad.
61
AZUL CELESTE
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Salí del gimnasio sin ganas de nada, un día mas estaba desmotivado, sin ilusión, sin
vistas de futuro, todo lo que veía era negro. No me fijaba en nada, me vestía con lo
primero que pillaba del armario, salir por salir, el trabajo ya no era nada para mí, el
mantener mi cuerpo era una cuestión de necesidad,y por eso mismo solo tenía la salida
del deporte.
Miré el cielo y vi que era azul celeste, y recordé un día de hacía mucho tiempo en el que
mi vida no era solo monotonía. Era de colores vivos, de ilusiones y sueños, de risas y
caídas, de errores y correcciones, todo era un proceso de contradicciones en las que yo
salía a luchar.
Y miré mi pasado. Y descubrí que poco a poco había ido apagando la llama de mi vida,
de mi lucha, de mi mismo. El arco iris que era mi vida se había ido convirtiendo en una
noche lluviosa. Había rozado las estrellas del amanecer y sin saber como había pintado
del cielo de mi vida de grises opacos. Yo mismo era el artista que obscurecía esos
colores.
Me fui a casa, me encendí un cigarro y me eché hacia atrás en el sofá. Alguna lágrima
corrió por mis mejillas, recordaba un pasado no tan lejano en el que era feliz, pero no el
momento en que empezó a irse esa fuente de felicidad.¿O quizá fuera cuando me dejé
de valorar? No lo se, pero es seguro que la gama de colores de mi vida no era la misma
de hacía unos meses.
63
Empecé a evocar el pasado, a recordar momentos, secretos inconfesables, deseos que no
estaba seguro de conseguir. Y sí, dejé de pintar para solo emborronar mi vida por el
miedo a volver a caerme, yo, que he sido un trapecista de la vida. Yo, que he salido de
los túneles negros para encontrar el azul celeste de un cielo nuevo cada vez que me
hundía.
Me asomé a la ventana y vi llover. Era de noche cerrada, y aun así salí a la calle.
Caminé por el simple hecho de andar, de poner en orden mis ideas, de recordar que el
destino siempre me ha abierto un nuevo camino, que cuando mas se oscurecía, es
cuando más azul nacía la mañana. Fueron tantas las veces en las que resurgí cual Ave
Fénix que esta vez sólo debía volver a hacerlo.
Y lloré por la impotencia de no ver mi propia realidad. La vida me estaba dando la
mano y yo la rechazaba, pero eso debía acabar. Levanté la cabeza, y me prometí que
volvería a ver mi vida como la mañana que nacía, azul celeste.
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GOLONDRINAS DE OTOÑO
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Se sentó en el banco esperando que llegaran las golondrinas. Las hojas comenzaban a
caer de los árboles, el sol acariciaba el frío suelo que pisaba, los niños ya comenzaban a
jugar embutidos en jersey y chaquetas, los bebés, en sus carritos estaban tapados con
mantitas de diferentes personajes, colores o formas.
La tarde pronto empezó a caer para dar paso a estrellas y una luna creciente que apenas
iluminaba el paisaje otoñal. Su mirada seguía perdida en el cielo, difuminando gorriones
para quedar frustrado en su intento de verlos negros y blancos, los grajos le hacían
ilusionarse para luego perderse en una realidad distinta a la deseada.
Pasaron las horas y se retiró a su casa. La mañana traería las golondrinas. Se metió las
manos en el bolsillo, anduvo con la cabeza caída, el pelo despeinado, los zapatos negros
con motas de marrón-barro, sus pantalones ya sin la placidez de aquella plancha que los
dejó tan rectos. Su camisa empapada en ese sudor frío de la desesperanza.
Y la mañana llegó y volvió al banco donde esperaba las golondrinas. Sacó un pañuelo y
secó el sudor que le caía por la frente después de su carrera para no llegar tarde a la hora
en que pensaba que podría verlas. Pero hoy tampoco era el día. Y pasaba las horas
sentado, meditando en el tiempo que estaba allí, pensando en ese momento en que
lograra captar la belleza de esa combinación de los opuestos blancos y negros. Pero las
horas no perdonan y llegó el atardecer.
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Se le acercó un niño de los que jugaban el día anterior y le preguntó porque siempre se
sentaba allí sin hacer nada. Y le explicó que esperaba a las golondrinas. El niño lo miró
preocupado y le dijo que ya se habían ido, que no volverían hasta la primavera. Ahora
era el tiempo de las hojas secas y los pájaros que vuelan bajo, todo tiene su momento.
Se levantó, se metió las manos en los bolsillos y volvió a su casa. La primavera llegaría,
pero antes de volver a ver las golondrinas tendría que aprender a sentir el tiempo de los
pájaros que vuelan bajo. Todo tiene su dulzura y su aspereza, su tiempo y su espera.
67
MAÑANA RESACOSA
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Me miro al espejo y veo arrugas en torno a mis ojos, las canas poblando mi pelo, una
expresión de agotamiento se va adueñando de mi, mis labios van agrietándose, los años
me van pesando. No tengo excusa, mi vida me va pasando factura y mis errores ya se
cobran su peaje.
Me meto en la ducha y dejo que el agua caliente caiga y me empape. Me atuso el pelo,
dejo que mi mente divague. Recuerdo momentos de mi vida, felices unos, tristes otro, y
siempre llego a la misma conclusión: lo que he vivido me ha hecho ser lo que soy.
Salgo con un albornoz y sin secar. Voy a disfrutar de los pocos vicios que me puedo
permitir: un coca-cola bien frío, un cigarrito y un poco de Internet. La vida se compone
de pequeños caprichos que llenan el momento de saber ser feliz.
Permitirme este rato de paz me hace sentirme bien. Es una especie de refugio en el que
entro para poder evadirme de una realidad no siempre placentera. Me echo hacia atrás,
inhalo el humo y suspiro. El humo forma una cortina gris alrededor mía de la cual me
zafo para poder activarme.
Hoy me cuesta pensar, la resaca no deja ver con claridad nada. Es el pecado de quien
quiere vivir como sabe que no debe. Es la penitencia de quien no es consecuente
consigo mismo ni con su realidad, es el muro que te hace chocar cuando haces una
huida hacia adelante.
69
Tengo el teléfono en silencio, la música del vecino de compañía, la ventana y cerrada y
la persiana echada. No recuerdo nada de anoche, de con quien acabé, ni tan siquiera con
quien empecé, pero sí tengo claro que fue un síntoma de como dirijo mi vida: vivo por
los errores, renazco por los aciertos, me levanto porque me alzan manos ajenas a mi sin
las que no sabría caminar por la senda de mi vida.
El hielo se va derritiendo. Es el segundo cigarro que se me consume y aún no encendí el
ordenador. Mientras le doy al botón aprovecho para pillar el primer pantalón que
encuentro, una camiseta llena de arrugas y unas chanclas cualquiera. No estoy para
hacer mucho.
El fondo de pantalla me anima. Es una noche estrellada. La luna reflejada en un río.
Nubes ocasionales que van desapareciendo del cielo. Árboles frondosos que dejan caer
sus otoñales hojas en la rivera. Es un remanso de paz.
Como cada día escribo mis notas. Nunca las publico, simplemente las dejo escritas para
mí. Cuento lo que siento a nadie en especial, me resigno en letras por aquello que no
hice, me alegro por lo que me movió a realizar cualquier sueño factible, rememoro los
momentos felices e intento entender los más feos.
70
Me duele la cabeza. Me tomo un ibuprofeno que tengo en la cartera. Dejo que su mal
sabor me inunde la garganta a la espera de que haga efecto lo antes posible. Vuelvo a ser
dueño de mis errores y consciente de que la próxima vez me volveré a equivocar. Y aún
así, soy feliz porque nunca es el mismo, sino que al vivir aprendo, al fallar medito y
quiero superar mi afán de limitar mi propia vida.
Me vuelvo a levantar. Limpio la mesa donde está mi portátil, abrió las persianas, dejo
que entre el aire del mediodía, quito el silencio de mi móvil. Vuelvo a la realidad de mi
vida.
Hoy será un día distinto, hoy se que puedo caminar sin bajar la cabeza, sin arrepentirme
de lo que hice, sin pensar en que debí hacer aquello. Hoy puedo mirar al frente. Hoy es
el primer día del resto de mi vida. Hoy me levanté consciente de mis limitaciones y
sabiendo como llegar a ser lo que quiero: viviendo mi realidad.
Hoy es una mañana resacosa, donde el alcohol suplió al miedo, donde las copas eran el
disfraz de temores, donde el tiempo sin pensar era el refugio de mi cobardía, donde me
escondí de mi mismo para no tener que enfrentarme a mi realidad. Hoy tengo resaca
porque necesité hui hacia delante sin saber que el final del camino era el muro de mi
propia ignorancia. La vida siempre nos devuelve lo que le damos.
Hoy me levanté con la resaca de quien quiso huir. Ahora me levanto para hacer frente a
la vida que me ha tocado vivir: la mejor vida, pues es la mía.
71
UN ADIÓS CRUEL.
AUSENCIA DE DESPEDIDA.
72
Amanecía lluvioso. No quería salir en un día así. Su cuerpo le pedía quedarse escondida
bajo las mantas y que nada ni nadie interrumpiera su soledad. Las lágrimas recorrían su
mejilla, su mirada, apagada, embriagaba de amargor su otrora contagiosa sonrisa. Su
vida era monotonía, su momento era ya no es, su energía se sofocaba y sus ilusiones no
hacían que la luz abriera paso a la sombra de una noche que parecía no acabar.
Hizo un café muy cargado, se sentó con la taza entre las manos, el calor parecía
inspirarle un poco de fuerza, pero desde sus pies hasta su cabeza no había voluntad de
salir de ese pozo. Sonaba el teléfono, el móvil le llamaba, los recuerdos y las
sensaciones le reclamaban, no había fuerzas para nada, solo para seguir durante todo el
día en el mismo estado.
Se levantó y miró por la ventana. Hacía mucho que la lluvia era el estado en el que
deambulaba su alma, el otoño era la estación continua de su corazón, ni tan siquiera
saber que el destino llamaba a su puerta y la luz podía traspasar la tormenta le hacía
sentir fuerzas para caminar hacia ese halo que le reclamaba para poder ser feliz en la
medida en que se permitiera ser lo.
Cogió un libro, lo abrió y un aroma a página nueva embriagó la sala. Hacia mucho que
no le pasaba. Lo aspiró, se sentó, dejó que las lágrimas recorrieran su camino, que los
recuerdos se mezclaran con la realidad de su día a día, y se propuso salir.
73
Intentó levantarse, mirar el cielo, traspasar las nubes y volar, pero sabía que era un
sueño, no era la realidad, su vida estaba anclada en un constante no poder llegar a esa
meta diaria de querer vivir. No había mañana en la que no viera que el sol era mera
ilusión, que no fuera un otoño eterno en el que vivía, no había día en el que no supiera
que su vida, quisiera o no, tenía una fecha de caducidad ya marcada.
Miró su interior, era un código de barras, un enlace de precios, una marca en la ropa, un
etiqueta de un producto, era nada porque quiso dejarlo todo. Se había rendido hacía
mucho y ahora estaba de saldo. No sabía bien cuando comenzó su cuesta abajo, las
rebajas de sus sueños, los saldos de sus triunfos, no recordaba cuando se dejó ganar por
ese instante en que la vida dejaba de ser tal para convertirse en nada.
Ahora sonaba el timbre de la casa. No se iba a levantar, no quería. Su mañana solo había
comenzado y no era momento de nada, quizá al día siguiente, puede que otra semana.
Sus pies no obedecían la orden de moverse, sus ojos se entrecerraban, sus dedos yacían
flácidos entre la taza hasta dejarla caer y derramar el líquido por todo el suelo, su
corazón palpitaba con pesar, sus ojos se llenaban de lágrimas secas, su memoria volvía
una y otra vez a aquel momento. La luz se apagó.
Oía la sirena, gente corriendo, gritos, nervios, sólo notaba paz en su interior, una luz en
su retina, una llamada con sones de alegría, un momento en que sabía que disfrutaba
tras mucho esfuerzo, ahora sí, era el momento de volar, las alas nacían de su espalda,
atravesaba el cielo, los pájaros quedaban atrás, las nubes eran algodón que traspasaba
con solo mirarlos, la luz seguía ahí, no quería mirar atrás, no quería.
74
VIVIR EN LA ESPERANZA.
75
Andaba por el Bosque Sombrío un joven que buscaba la fuente de la Esperanza. Las
sombras no le dejaron atisbar exactamente cual era el sendero que debía seguir, y las
estrellas estaban escondidas tras el manto de hojas de los árboles. Así que debía seguir
su instinto para llegar a la misma.
De esta forma pudo encontrar el manantial marchito de la desilusión, donde se puedo
ver reflejado en todas aquellas ocasiones en las que su vida había sido un Caos. Las
lágrimas brotaron al recordar todas aquellas ocasiones donde el mundo se echaba
encima por no saber afrontar la verdad de su vida. Con todo su pesar, siguió su trayecto
con la cabeza baja, pensando que la fuente no existiría.
Al cruzar el pequeño arroyo se encontró con un roble milenario que estaba rodeado de
tréboles de cuatro hojas. Pensó que la suerte le cambiaba, así que intentó coger uno de
ellos, aunque no tan siquiera pudo tratar de arrancarlo. Una voz profunda le habló: "La
suerte que buscas no está en el exterior, sino en tu propio interior. Yo vivo aquí desde
antes de los tiempos, y nada puede hacer brotar estas hojas si no es mi propio deseo de
ser afortunado, pues se cultiva para después recoger. La suerte no existe, sólo el trabajo
y la confianza en uno mismo".
Meditando sobre ésto prosiguió. Era cierto que no había sido afortunado, o quizá sólo
veía lo que no vivió, lo que le hundía y anda de aquello que lo hizo vibrar. Así andaba
ensimismado cuando encontró un pequeño lago lleno de flores de lotto. En ellas vio un
mensaje oculto, así que cogió uno y lo abrió. Decía, en éste caso: "Busca la felicidad en
tu interior y reparte la, pues no hay nadie más rico que el que regala sin esperar recibir".
76
Al caer la noche se acurrucó a los pies de un ciprés y se dejó guiar por los sueños. En
ellos recorría toda su vida, y comenzó a entender el porqué no encontraba su felicidad.
Sólo era esclavo de sus errores y su pasado, no dejando libertad al presente. Vio como
su vida se esfumaba al intentar no errar en lo mismo del ayer sin poder experimentar el
regalo del hoy. Sus sueños le transportaron a la verdad de si mismo.
Al despertar sintió gran sed, y vio una fuente que reflejaba su sonrisa, aún cuando el
cansancio hacía mella en su cara y la boca dibujaba una mueca de sinsabores. Era la
fuente de la esperanza, quien le decía que sólo la encontraría en aquellas pequeñas cosas
que le hacía feliz. Vive tu presente y se feliz en él, pues es un regalo el vivir y poder
regalar una sonrisa a la vida.
77
CADENAS INVISIBLES
78
Cada músculo del cuerpo se sentía aprisionado por esa extraña sensación de letargo, de
adormecimiento que encadenaba todos y cada uno de sus movimientos. Los dedos
engarrotados no se veían capaces de estirarse o encogerse. Las piernas estaban tal cual
recordaba que las colocó antes de la eclosión de sentimientos. Sus ojos daban una ligera
vuelta de derecha a izquierda y viceversa.
Su pecho no llevaba el acompasado son de costumbre, apenas era audible su
respiración, su vientre no se hinchaba, no llegaba a ser el volumen de normal. Sus oídos
registraban leves audiciones indescriptibles, sus piernas parecían estar en estado volátil,
su cuerpo en sí flotaba en una nube de pensamientos, recuerdos y arrepentimientos, la
negatividad se había transformado en la alfombra mágica donde volar hacia su vuelta a
esa realidad triste y real llamada vida propia.
Cerró sus ojos y se auto transportó a esa otra realidad, esa en la que había paz, amor,
ilusión, sueños. Sabía que soñaba, no podía ser verdad todo aquello, solo era un sueño.
Sus ojos irradiaban el color de la esperanza, sus labios pronunciaban una sonrisa entre
pícara y picante, sus manos palpaban el mundo buscando ese aroma a dulzura terrenal,
su nariz aspiraba el sabor de de un sueño sempiterno que daba luz a la noche y sombra
en el desierto, su paladar saboreaba esa claridad que dan estrellas, sol y luna, su mente
volaba por ríos y nadaba en nubes.
79
Volvió a abrir los ojos y su cuerpo estaba de nuevo atenazado. Las cadenas le forzaban a
no moverse, las cuerdas que le sujetaban al ara de sacrificios le estrechaban muñecas y
tobillos, el sudor de su frente arrojaba ese agüilla fría y salada a sus ojos. el frío de la
impotencia comenzaba a apoderarse de todas sus células, sus pensamientos pasaban de
oscuros a tenebrosos para volverse opacos.
Volvió al estado de no ser, a cerrar los ojos para ver, a sentir la nada para saber en
movimiento. Saltaba un escalón con el pie izquierdo, luego el derecho, su mano
extendida sintiendo el sabor de un apretón entre sus dedos, saboreando el sonido de
quien mueve sus pies a la vez de los suyos.
Probó a abrir un ojo y cerrar el otro. Los colores pasaban de grises a azules, de marrones
a verdes, de oscuros a claros, sus labios comenzaban a articular palabras. Buscó las
letras, y recordó el nombre de una canción, leyó la música que rezumaba en sus labios,
aspiró el sonido que inundó su olfato, supo con plena conciencia que había encontrado
la palabra.
Un dedo pudo moverse, luego otro, abrió la palma, la pasó a su otro brazo, fue notando
como las cadenas se iban soltando, su cuerpo volvía a decir basta a tanto estar amarrado,
quiso volar, sentir que su pelo flotaba en un mar de brisas primaverales, sintió cada
músculo que flotaba entre un rio de sentimientos y pensamientos, sus manos
entrelazaban dedos que hablaban, sus oídos se llenaron de las palabras. Y gritó:
"No me dejes caer, sostenme en esta nuestra vida. Quiero se libre de mi para poder darte
todo mi ser"
80
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  • 2. 1
  • 3. 2
  • 5. 4 PROLOGO “Pensamientos desde el Alma” es producto de muchas lágrimas y risas, de momentos mejores y peores, de días de insomnio y de meses de búsqueda de mi mismo. Son relatos que he ido haciendo a lo lardo de más de cinco años en los que la vida me ha enseñado que nada es blanco ni gris. O será que me cuesta mucho distinguir los tonos, y sin embargo ahora se que la felicidad puede llegar incluso hasta entre lágrimas. No habría nacido sin la colaboración de quien pone esa nota de color a mis días. Podría nombrar muchas personas, pero no puedo dejar de pensar en la luz de mi vida, mis hijos, Manuel, Claudia y Bruno. Ellos son la fuente de la que bebo para vivir, son el bosque donde busco mi interior, son todo. Mis padres han aguantado lo que pocos podrían soportar. Conocerán cosas y otras no. Como Bea, esa amiga y hermana que sufre sin saber lo que le valoro. Ellos tres han sido la base de una vida, de una montaña rusa en la que ellos siempre han estado en todas mis caídas. Nunca podré dejar de agradecerles todo.
  • 6. 5 Y el número mágico es el siete. La séptima persona está ligada a mí por una cadena invisible que resiste a todo. Es el huracán me templa y la brisa que me hace resurgir en mi propio yo. Es la imagen de mis palabras, es la musa que busqué y que me lleva de la mano. Gracias Ceci. Gracias a los siete. Y a todas esas personas que han pasado por mi vida y los que pasarán. Los que anidan en mi presente, y los que fueron y están. Pensamientos desde el Alma es desnudar la mía sin que nadie sepa realmente lo que hay dentro de mi. Es un pedazo de cielo y de infierno. Es mi yo en pura esencia. Es la felicidad en lágrimas y la tristeza en sonrisas. Es una imagen en mil palabras, porque cada noche oscura da paso a un amanecer de luz. Manu Cantalejo En Jerez a 7 de Noviembre de 2.013
  • 7. 6 ÍNDICE Capítulo 1: Un paso adelante. Página 8 Capítulo 2: Reflexiones del ayer. Página 12 Capítulo 3: Noche en el Bosque. Página 15 Capítulo 4: La mujer que pudo amar. Página 18 Capítulo 5: Cuento de Navidad. Página 23 Capítulo 6: Más allá de la vida. Página 28 Capítulo 7: La Flor marchita. Página 31 Capítulo 8: Un día junto al río de la paz. Página 35 Capítulo 9: Volviendo junto al Mar. Página 37 Capítulo 10: Pesadilla. Página 41 Capítulo 11: Corriendo hacia el mar. Página 45 Capítulo 12: Sin vistas. Página 48
  • 8. 7 Capítulo 13: Una pluma olvidada. Página 50 Capítulo 14: Esencia. Página 54 Capítulo 15: Camino a la Soledad. Página 56 Capítulo 16: Azul Celeste. Página 61 Capítulo 17: Golondrinas de Otoño. Página 64 Capítulo 18: Mañana Resacosa. Página 67 Capítulo 19: Un Adiós cruel. Ausencia de despedida. Página 71 Capítulo 20: Vivir en la esperanza. Página 74 Capítulo 21: Cadenas Invisibles. Página 78
  • 10. 9 Me asomo al espejo, veo la luz de la luna reflejada en ese mar en calma, sonrío sobre lágrimas secas que se desparraman en mi rostro, recuerdos y pesadillas, todo se agolpa en mi, quiero olvidar, sobre todo, a mi mismo. Rellenar el vacío de mi alma con lo desconocido, pues no puedo seguir ese camino que me lleva a la nada. Ando por el desfiladero de mi existencia hacia ningún lugar en especial, no hay mas luz que aquella que voy apagando con mi pesimismo, pues mi osadía murió con la esperanza de renacer, de resurgir cual ave fénix de unas cenizas construidas sobre mis errores, mis fracasos, esos lazos que me retienen en el ayer sin ver la luz de este amanecer. Reflejos de sol, dorad mi cuerpo para volver al calor del sueño, pues no quiero ser estatua de sal al mirar atrás. Deseo, necesito ser nómada de una vida que llega a su comienzo en la madurez, pues mi futuro es cercano si la llama que me inunda volviera a crecer en mi interior. Anhelo esos momentos en que era capaz de mirarme, de adentrar en mi sin tener que sufrir, pues ya no se si voy o vuelvo, si muero en vida, o vivo en la muerte, la falta de amor me consume cual vela en entierro, Me siento libre de mi mismo, pues esclavo de mi palabras, mis actos, mis pensamientos soy, aunque hoy quiero liberarme, cual gaviota en plena primavera, coger la mano amiga que me inspira, llegar al cielo de la verdad, de la mía, la que me haga crecer en la adversidad.
  • 11. 10 Pasado que con sangre lloré, es mi otro yo el que me consume, necesito volar para olvidar, recordar para ser libre, pues asumir mi camino tengo, vivir con el necesito, pues dar pasos cual bebe que aprende soy, en esta vida de lágrimas y sonrisas, donde un amigo me enseña, la certeza goza, y, sobre todo, el amor inspira. Hoy te espero en la noche, para ver las estrellas entre lágrimas, pues no quiero volver a sentirme solo, no mas sin ti, guiar mis pasos por la orilla del mar que me consume en olas de felicidad, que las tristezas no sean mas que olvidos de los momentos que me regala el destino, consumirme entre los brazos de un amor eterno, el mio propio, regalándolo al pasear. Una chimenea que caliente en el frío invierno de mi pasado, así te siento, un regalo que me descubrió a mi mismo, me enseñó los reflejos de una luna que es mi vida, pues no hay mayor amor que el que me debo profesar, pues si no me quiero, ¿a quién seré capaz de corresponder? Miro ese dibujo que me hiciste, un mar de plata y oro, un río púrpura de de esperanza, un lago platino lleno de alegría, una montaña verde de esperanza, un camino hacia mi, que me llevará a regalarte una sonrisa eterna, pues sin ti, no hay mundo, pues la amistad es mi regalo, mi única posesión.
  • 12. 11 Dos caras de esta moneda, la cara de un hoy que me alza en volandas, la cruz de un ayer que me hundía hasta que vi la luz del día, pues mis ojos legañosos se desprendieron de la cortina del pesimismo
  • 14. 13 Mil amores conocí, a ninguno retuve, jamás supieron seguir mi senda, pues el atajo a la libertad lo llamé soledad. Quisieron ver en mi el sol de un corazón solitario, mas un eclipse en la vida me siento, pues recorro el campo de eros haciendo creer que soy un enviado de cupido. Enamoro con el alma, deseo en la pasión de cada instante, mas desaparezco tal atardecer en invierno, sin aviso claro y retorno posible, como esta mi noche de tormentas, mi vida es un sin fin de perecimientos, pues amo con el corazón tanto como huyo del amor. Hoy no se escribirte, pues tu nombre borré de mi memoria, mil historias frente al fuego, una noche con su amanecer sufrí por verte, mas la edad llegó con la empatía de una noche para no olvidar, o quizá no borro de mi memoria esa noche en que te sentí, pues mi momento es eterno, mas tú no fuiste mas que otra muesca en mi recorrido hacia la nada. Noche oscura sin luna, con rayos y relámpagos que me hacen estremecer en mi lecho. Raíz echada en cimientos esperpénticos de una vida sin sentido. La ventana retumba con la última tronada, las sábanas me cubren tal sudario en el ocaso de mi esperanza. Tememe, porque si me amas, morirás en la esperanza de hacer volver el día en que fui tuyo, mas me perdiste en la noche en que creíste en la eternidad que prometí al viento, en mi mirada profunda tras ojos rasgados por el llanto de la soledad.
  • 15. 14 Son mis canas las que desvirtúan mi sinceridad, pues siempre aviso de lo eventual. Veo en ti, que me lees, la mujer que soñé, mas hoy en día sólo eres una más, pues yo soy aquel que un día te dio todo, para evocar un recuerdo de deseos de vueltas imposibles. Me tapo con la manta, veo tu reflejo en el espejo, no estás, pero huyo de ti, mujer de mil nombres y un mismo sentimiento. Te llamo y alcanzo tu mano, pero te vas, desapareces, pues mi eternidad se marcha hacia la nada del todo, pues te llamo en mi ocaso aun sin saber si existes o fuiste, si sólo fue una ilusión la que convertí en un infierno de amor. Perdóname, tú que me lees, por hacerte creer un día que el amor existía, pues no soy mas que un libertino en búsqueda de su verdad.
  • 16. 15 NOCHE EN EL BOSQUE.
  • 17. 16 Camino en un atardecer de primavera, el bosque es un remanso de paz, la brisa acaricia las hojas de los árboles, que están en todo su esplendor. Me siento bajo un roble anciano que ha visto pasar los años con su esbeltez robusta. Hojas caídas me sirven de cobijo, me tumbo para ver un cielo rojizo que va dando paso a la noche. Escucho el silencio, mis ojos se quedan fijos en el cielo, cobrizo y dorado, el sol acaricia a la luna, uniéndose ambos en una danza que marca el ritmo de los tiempos. El astro rey, fuego y alimento de la madre tierra, la diosa Selene, dadora de frutos en la noche, que cuida de todos en compañía de sus hermanas las estrellas. Camino, y mis pasos me llevan hasta un pequeño lago donde se refleja el encuentro. Veo sus siluetas fundirse en el agua mientras unen sus esferas hasta convertirse en un solo cuerpo. Animales y flora disfrutan del misterio mayor, de la común-unión de los dadores de vida, de la madre y el padre que nos regalan este maravilloso ocaso donde las estrellan lloran con sus fugaces vuelos. Es noche cerrada, y sin embargo hay claridad. Es un espectáculo único del que soy testigo solitario, hombre dichoso en un mundo en el que no hay nada más que yo y la madre natura. Miro al cielo y me siento como en e principio de los tiempos, donde todo eran ellos, los dadores de una vida en la que la tierra nos ofrecía la verdad, pues era el alimento de cada día, la que debíamos cuidar.
  • 18. 17 Me baño en el lago, miro el cielo en su esplendor, sol y luna se separan, tan sólo unidos por la sombra de un don mayor. Peces que me sosiegan, animales que vienen a adorar a sus padres celestes, astros que me bendicen desde lo más alto para recordarme que la vida es más que lo que vivo. Me siento privilegiado, recuerdo las leyendas en las que la luna y el sol eran nuestros dioses, que se podía ver cada día la unión de ambos para sembrar el amor y el encanto de un vivir el día a día. Llueve, me siento bajo mi roble y recuerdo todo lo que hemos vivido juntos, las historias que me has contado, lo que aprendí de ti, lo que hemos disfrutado de cada segundo. Tu mirada limpia, tus manos entre las mías.
  • 19. 18 LA MUJER QUE PUDO AMAR.
  • 20. 19 Había muerto mi tía abuela, y me dejó en herencia todos sus papeles, sus pocos libros roídos por los años un pequeño baúl. No había mucho que salvar, casi todo estaba lleno de humedad, roto o con jirones, sólo una pequeña caja de música que contenía unos folios ennegrecidos por los años. Los abrí con delicadeza y vi su letra, pero mucho más firme. Era algo así como un relato, y me dispuse a leerlo. En algunas de las páginas había lágrimas resecas, no sabía mucho de ella, sólo que su vida fue opaca, que nunca hablaba de su pasado, pero no parecía su historia, no por lo que iba descubriendo. Al acabar de leer, me dispuse a escribirlo. Pero vi una pequeña ranura con un trozo de papel que sobresalía. Descubrí un falso cajón con otro legajo, era un cuento escrito por ella, quizá su más preciado tesoro. Es curioso como vienen las cosas, pero todo llega en el momento justo a la hora adecuada. Ésta vez si que no me resistí, y lo pasé a papel, no quería que se perdiera por segunda vez. Pero antes, copié una frase de su "Testamento sentimental": "No supe volar y me esclavicé en lo que sólo siguió en mis sueños. Amarré el velero de mi vida al puerto abrigado para dejar pasar la travesía de la felicidad. Dejé volar el amor por el miedo a sufrir, enterré mi corazón y mi alma por vivir en el lujoso vacío del no saber amar"
  • 21. 20 Después de esto, me dispuse a escribir ese cuento para poder compartirlo. Ahora sí que entendía esas palabras que me sonaban tan raro. Su vida siempre fue locuaz, un matrimonio que era real, sin pasión, cierto, pero faltaba la llama de la felicidad, lo apagado de su mirada hablaba de un vacío, de un temor, de un recuerdo. "Cuentan que había una princesa que vivía en una torre de cristal. Su familia, su vida, poseía valles y ríos, nada le faltaba. Su sonrisa eclipsaba la tierra, la luna y el sol, pero no florecía tanto como ella quisiera. Lo poseía todo, menos la libertad de amar cada día. Su vajilla de porcelana, su cristalería de bohemia y cubiertos de plata y oro, manteles de seda y sábanas de raso. Todo era lujo, menos su alma errática. Sus paseos por el bosque, sus noches de visita a la luna y las estrellas, el tener todo menos su libertad de sentir la hacían inhalar el humo de la bella prisión donde moraba. Fue convirtiéndose en su esperanza, en la facilidad de vivir para no sentir, en la rutina de no tener carencias para poder borrar la del sentimiento, dejar de ser ella en mor de perder la ilusión. Cierta mañana apareció por la torre del homenaje un peregrino. No iba a ningún sitio, sólo relataba sueños a quien quisiera escucharlos. Mirada limpia y profunda, nada poseía, sólo su palabra, su sentir y entregar. Voz grave que empequeñecía ante la mirada de quien escuchaba, contaba las mil y una historias que el corazón debe oír y el alma sentir. Las miradas se cruzaron, y ella se estrechó en los brazos de su protector, ese mismo que le regalaba el palacio de cristal donde su felicidad era la ceguera del amar.
  • 22. 21 Pasaron la noche todos juntos al abrigo del fuego, oyendo leyendas y vidas, corazones rotos y renovados, la música silenciosa, el chasquido de la madera en la alta chimenea, el aire que chocaba contra las ventanas, todo se confabulaba para que todo fuera real dentro de la fantasía. Nadie sabía de donde salió el trovador, ni quien era, el mundo de la magia regalaba momentos así. Al llegar la aurora la anfitriona le acompañó por sus heredades. Fluía por un rio el agua cristalina, donde ambos miraron el espejo de su alma. El le contó las estrellas que cada noche ella vivía desde su torre. Le convirtió el sueño de conquistar la luna en recibir en su corazón la verdadera historia de quien ama. Le rogó que soñara con su vida y llorara lágrimas de felicidad. Pisaban el verde prado sin rumbo fijo, fueron deshojando el alma, conociendo sus secretos, regalando el porqué el Dios Destino los unía. Nada es casualidad, todo tiene un porqué. Uno era libre, ella era libre de amar, esclava de oro, pues quería sin amar, rica en el vacío, pobre el la opulencia, pues no hay mayor tesoro que el recibir lo mismo que se siente.
  • 23. 22 Una llama nació de ese paseo, un ardor en las almas. Los pasos irían en pos de cualquier lugar, destino o tiempo, todo los separaba, pero algo fluía entre ellos. No pusieron nombres, no describieron nada, sólo lo que sentía se reflejaba en sus rostros. El posible amor que sintieran se desvanecería por arte de una magia llamada miedo. Si, uno por perder la libertad de amar a cada rincón de su camino, otra por perder su castillo de cristal por temor de no ver la verdad. Llegó el momento de la partida. Él dibujó en el aire la esperanza de la vida. A cada uno le regaló un pequeño cuento, unas palabras, unas letras. Cualquiera que hubiera vivido ese momento, sabría lo que buscaba en su interior. A cambio, dichoso él, solo pidió una sonrisa de felicidad, no olvidar jamás que la vida no es más que sueño, y viajar en la felicidad de la libertad. A ella, en un pequeño rollo de pergamino, le expuso las siguientes letras: "Vive cada uno de tus días, sigue el camino de tu corazón, guardame en el alma, te llevaré en la mía, siempre te esperaré, pues anidas en el lugar que no se olvida. Mi confianza en ti me llevará a tu encuentro, mis pasos van hacia ti. Sólo si quieres conocer la pobreza de quien ama, deja la riqueza de quien no siente" Ella supo y no se reconoció que amaba, pudo perder, pero, ¿Qué debía perder? ¿El amor o el castillo de cristal que encerraba el vuelo?
  • 25. 24 Sonaba el Adeste Fideles en la calle, esa misma que ya hacía semanas que estaba adornada por miles de bombillas de colores con renos y estrellas como decoración. Las tiendas se engalanaban con pesebres más o menos pobres, las luces de los locales rivalizaban con los neones de sus puertas. Todo el mundo corría, la prisa de las últimas compras precedían la noche que se avecinaba, con pavo, marisco y villancicos alrededor de la mesa. La familia reunida como cada año, los preparativos para poder quedar bien ante esos mismos que mañana serían despellejados, pero que hoy eran hermanos, primos o tíos. Hoy es el día de Navidad, y como nos marca la costumbre debemos ser, o mejor sería decir aparentar, felicidad y armonía, aunque ya casi nadie recuerda el porque este día es así. En la puerta de un bar se encontraban tres hombres de mediana edad. Cada uno tenía un estilo diferente en el vestir. El más alto, engominado su brillante pelo, llevaba un traje de chaqueta de confección. El azul de su traje resaltaba la seda de su corbata, y sus ojos desprendían la seguridad de quien ha triunfado en la vida. A su lado, sentado con una copa de Fino Tio Pepe en la mano, estaba un hombre de su misma edad, vestido con una cazadora de ante y unos pantalones de pinza que hacían juego con sus zapatos. Ambos fumaban cigarro tras cigarro, y hablaban de todas esas cosas que habían conseguido a lo largo de todos estos años, de como la familia crecía y sus hijos asistían a mejores colegios de los que ellos pudieron asistir.
  • 26. 25 El tercer hombre, mirándolos sombríamente, sonreía. Su vida era monótona, sus hijos iban al mismo colegio de barrio que ellos vivieron, pues en aquellos años no se iba, se crecía en el cole. Su trabajo era en la misma fábrica en la que su padre ya era operario, su mujer era la novia de toda la vida que conoció en su juventud, vivía en el piso de tres dormitorios y no se sabía ni cuantos años de edificación. Sí, su vida era mucho más simple. A lo largo de la conversación salieron los años en los que corrían tras un balón roído y los juguetes eran cualquier cosa con la que poder reír y compartir. Ahora sus hijos querían consolas de nueva generación y no se conformaban con jugar en el patio del colegio, sino que pretendían la equipación de su equipo y poder jugar en un campo de fútbol de verdad donde les enseñaran a practicar. Y sí, claro, la cena prometía. El amigo del traje azul tendría más de veinte invitados, el mejor rioja y el cava traído expresamente para la ocasión. Sería el anfitrión de la familia de su mujer, sus hijos tendrían sus primeros regalos de Navidad, la cena la daría un catering externo, las camareras con cofia y los camareros con pajarita. Sí, la cena de Navidad era una ocasión única de la que disfrutar su arduo esfuerzo del año, ese día donde todos puedan ver hasta donde había llegado. Incluso este año vendrían los hijos que tuvo con su primera esposa, la prima del su amigo de la infancia, que seguían viviendo en el barrio, aunque, claro, él les proporcionaba de todo.
  • 27. 26 El segundo amigo iría al club de golf. Su mujer lo abandonó hacía años, así que podría disfrutar de la elegancia de la Casa de campo, de sus amigos, la cena de diseño, el baile con las esposas de los asociados, quizá alguna copa de más. Sí, su estatus le permitía el lujo de pasar la navidad en ese sitio tan privilegiado y selecto. Su vida estaba llena de momentos como ese. Al preguntarle al tercer hombre que haría, dijo que se reunía con sus hijos, su mujer, su madre y sus suegros en su salón de veinte metros cuadrados, alrededor de la estufa. Habían comprado hacía meses algo de marisco que congelaron, habían sacado la zambomba y las panderetas, su madre preparaba ahora mismo pestiños, su suegra había hecho un pavo relleno según la receta de la familia. No, no haría gran cosa, sólo estar en casa con su familia, reír y ver la televisión. Siempre lo había hecho así, desde que tenía conciencia. Cantarían al Belén que había sobre la cómoda, reirían de las anécdotas de todos los años, no cambiaba nada. Al despedirse se desearon unas felices fiestas y que esperaban verse de nuevo pronto. Cada uno llevaba una sonrisa distinta en su cara. El primero cogió su Mercedes SL, y se dirigió hacia el barrio residencial que había en las afueras, donde no habría vecinos molestos ni gente cantando que le fastidiaran su gran cena. El segundo amigo arrancó su Honda y se fue en moto hacia el centro de la ciudad, a su apartamento, donde pondría su equipo de última tecnología mientras elegía el frío smoking para la ocasión. El tercer amigo, con su bolsa llena de regalitos en forma de chocolate, pilló el bus hacia su casa, hacia su barrio de toda la vida.
  • 28. 27 A la mañana siguiente, cada uno recordó la conversación de aquella tarde de Nochebuena. El primero se levantó de su cama mientras su mujer seguía dormida, tumbada y sin ganas de volver al mundo. Se puso un café y vio que el vacío se volvía a adueñar de todo, como cada 25 de diciembre desde hacía mucho tiempo. Sí, su cena fue una maravilla, elegancia y lujo, pero fría. Es el camino que había elegido, su felicidad estribaba en eso, en tener lujo y dinero. El segundo amigo conducía hacia su casa desde el antro donde había buscado el calor que la noche no le había podido dar. Una rusa, o quizá era rumana, le había acogido en su cama, le proporcionó sexo y charla en un idioma que no entendía, pero sintió todo el aroma a Navidad que no consiguió en su casa de campo, en la fiesta con aroma apolillado y a fin de semana cualquiera que vivió. Sí, su vida era única, pero le faltaba algo, calor. El tercero se levantó, preparó churros con chocolate, despertó a todos, les deseó una feliz navidad, les dio un pequeño regalo de chocolate. Recogieron entre todos la cena del día anterior, sonreían, pusieron las tazas de chocolate. No tenían el lujo de nada y de todo, simplemente eran felices. Vivían la Navidad como cada año desde su infancia, cada 25 de diciembre era igual, chocolate con churros congelados y una sonrisa. La Navidad es la alegría de vivir entre aquellos quieres. No todos vivimos de la misma forma estas fechas, pero el espíritu navideño impera aún en algunos, no en el hecho de creer en lo que se celebra, sino en celebrar algo que se cree: LA VIDA ES MAS RICA CUANDO SE DISFRUTA LO QUE SE VIVE.
  • 29. 28 MAS ALLÁ DE LA VIDA
  • 30. 29 Llueve, las gotas resbalan por el cristal de mi ventana. El cielo está negro. Los rayos iluminan el atardecer. El césped huele a humedad y se cala en toda mi casa. El café hirviendo se cala por mis labios, suena de fondo un adaggio. La paz de este día es impagable. Enciendo el portátil y abro el correo. Monotonía bendita. No hay nada nuevo, publicidad, Pps varios, correos de maldiciones que te caerán si no reenvías a no se cuantos contactos. Mi vida sigue su rutina. Por fin, al cabo de tantos años, he conseguido ser ese ser que no se altera. Aunque no siempre fue así. Ahora, en el final de mi vida, siento como todo lo que viví fue un aprendizaje hacia mi paz, el camino a un futuro incierto en una dimensión ignota. Muchas son ya las veces que he pensado en lo que me espera tras dar el paso hacia lo desconocido. Lo he soñado, pensado, meditado, lo he buscado en religiones perdidas y en mitos irreales, he leído todo lo que caía en mis manos, he conocido a ángeles terrenales que me han guiado en el camino, he aprendido de demonios de ojos verdes que me mostraron la realidad de esta cruel existencia, he bebido del cáliz de la vida y he disfrutado de vidas ajenas depositadas en mi memoria a través de confesiones en noches de luna plena.
  • 31. 30 ¿Que hay más allá de la vida? Pronto descubriré esa puerta hacia ¿La nada? ¿La regeneración de nuestra alma? Sin embargo, creo que sólo somos producto de un sueño, meras quimeras de una ilusión, no somos nada ni nadie, somos el todo en el caos celestial, formamos parte de un purgatorio vital, hacedores de un infierno y valedores de un cielo cimentado en acciones que regalan felicidad. Ahora, cuando quizá me queden horas, puede que días para llegar a mi eterna incógnita, puedo decir que tras dar el eterno paso hacia lo desconocido me siento preparado para conocer mi gran temor. Mi vida ha llegado a ese punto donde puedo estar satisfecho de lo realizado, puedo regodearme de que, en caso de volver, seré feliz. Puedo sonreír, puedo alegrarme de esas lágrimas, porque ahora se que me espera tras el momento del adiós. ¿Qué hay más allá de la vida?
  • 33. 32 La duda aflora cada día en saber si hago bien o no, cada mañana, cuando me levanto, me conformo con lo que tengo y me digo mi a misma que podría ser peor, y que debo esperar a que el tiempo traiga la solución. Mientras me acomodo a mi sofá, mi día a día, y dejo que sea la misma vida la que me enseñe el camino que debo tomar sin tan siquiera pensar que puedo ser yo misma la que decida el sendero por el cual ir. Sin embargo, me es indistinto. Soy feliz con esos pequeños placeres de la vida. Hoy, sin ir mas lejos, me he comprado un pequeño cuento en un mercadillo que había en una calle cerca de mi trabajo. No es muy grande, me llamó la atención su portada, con una rosa roja llena de espinas y un mar azul embravecido de fondo. No se la razón, pero lo compré. Y de vuelta a casa empecé a leerlo. Pasé las paginas viendo nada más que las ilustraciones, pese a que ya casi todas estaban descoloridas. Aún así me gustaban y me ayudaban a pasar el tiempo. Como cada día, no tenía mucho más que hacer que dejar que el reloj fuera marcando las horas y el día fuera acabando, mis únicas aspiraciones eran tener las mínimas complicaciones y ser feliz en las cosas que me iban pasando. Los esfuerzos los dejaba para mañana, las decisiones importantes, para pasado. Llegada a la página 54 me impactó un título. No era el cuento más largo precisamente, pero reclamó mi atención. Era algo así como "La flor marchita". Comencé a leerlo, pues la ilustración era una rosa roja sobre un mar verde en un atardecer precioso. No entendía como teniendo ese título podía poner esa imagen, así que por una vez me lancé a que mi curiosidad mordiera el anzuelo de querer saber de más.
  • 34. 33 Contaba la historia de un aficionado a las flores que siempre se preocupaba de cada una de sus rosas excepto de una que tenía en su cuarto que le aromaba cada día su cama y se alimentaba de los rayos de sol. Cada mañana le echaba el agua del vaso que tenía en su mesilla, pero nunca la podó. Simplemente estaba allí y no se preocupaba de su aspecto. Pasado el tiempo enfermó, y contactó con un jardinero para que cuidara de su jardín. Pasó así unas semanas, y la rosa que tenía en su cuarto continuó con su función. Cuando su enfermad acabó, decidió cambiar de habitación y dejó la antigua en la penumbra. Y así pasaron varios días sin que se acordara de la rosa que había sido su compañía. Y se olvidó de darle el agua de cada mañana y dejar que el sol alimentara la tierra. Pasados unos días comenzó a notarse más desanimado y no cuidaba tanto el jardín exterior. Ya no se encontraba cómodo en su nuevo cuarto. Las otras flores comenzaron a marchitarse y dejaba pasar los días sin mirar como estaban, hasta que un buen día, buscando algo, volvió a entrar en su antiguo cuarto y vio su rosa. La acogió, la regó y la abonó, hasta conseguir que volviera a su antiguo esplendor. Llegado a este punto llegó mi parada y tuve que dejar de leer. Sin embargo me había picado el gusanillo de la curiosidad, y me di cuenta de que quizá fuera una metáfora lo que el que escribiera eso nos quisiera haber dejado en ese cuentecito. Cuando volví para acabarlo, me di cuenta de que faltaba la página última. Y esta no quería conformarme sin acabarlo.
  • 35. 34 Al llegar a casa me puse a buscarlo en Internet y no encontré ni el título ni el nombre del escritor, así que miré la contraportada buscando la editorial o algo que me sirviera para buscar otro igual en el que pudiera encontrar el final. Pero no había ninguna información, así que decidí esperar al siguiente día para ir a ver al chico que me vendió el libro. Cuando llegué a la calle donde estaba el puesto vi que no había ya ninguno y me llevé una desilusión tremenda, pero me dije que bueno, la vida era así. Y me fui a trabajar, a pesar de que querría haber sabido en que terminaba el cuento. Al volver a casa, saqué el librito de cuentos, pero ya no me llamaba la atención cualquiera. No se como, llegué a una página que no pertenecía a ningún cuento, y tenía una frase que me cautivó: "Ningún cuento está acabado hasta que el que lo lee lo termina en su propia vida. Si alguna vez encuentras uno sin acabar, piensa que quizá eso que falta lo debes escribir tú" Parecerá una tontería, pero en ese momento me di cuenta de que sí, que había imaginado varios finales posibles, cada cual más distinto del anterior, pero todos como algo en común. Siempre pensaba que eso me recordaba a mí misma, cuidaba el exterior sin mirar el interior.
  • 36. 35 UN DÍA JUNTO AL RIO DE LA PAZ.
  • 37. 36 Me he sentado a la orilla de este río sin nombre. Escojo una piedra plana y la hago bailar en el río. Me encanta ver como anda sobre el agua y llega hasta la orilla opuesta. Es como la vida misma, afán de superación en todo aquello que parece imposible, simpleme hace falta un poco de fe. El aroma a naturaleza, ese rayo de sol en el atardecer que se filtra a través de las hojas, ese canto de pájaros que dan una banda sonora a esta película titulada reflexión. No hay nada más hermoso, ni más intenso. Es mi espacio, mi sueño, mi sentimiento. Es la comunión con la Madre Tierra, es el ansia de la espera mientras llega la Luna, es la adoración al Padre Sol, sólo en mi pasión más hermosa: vivir en la verdad de la Tierra. Me tumbo en la arena de la orilla, mojo mis pies desnudos, recorro con mi dedo el agua, observo la libertad de los peces que vuelan bajo las ondas que surcan el rio, admiro el revolotear de las aves, siento envidia de los nidos en esas frondosas copas, me deleito con la plenitud llena de paz. Juego con mis manos, respiro hondo, suspiro, sonrió, me echo agua en los ojos, sueño despierto, vivo en la tranquilidad de quien sabe que está en la cima de una vida, me recreo en mi mirada devuelta por un agua clarificada por la naturaleza, como una manzana caída, bebo con mis manos, caigo de bruces para salir chorreando, recorro el camino que realizaron los animales para paliar su sed. Hoy he vivido una tarde en el rio de mi paz.
  • 39. 38 Un cigarro, una coca-cola, un atardecer y una playa sin nadie que moleste. Es un sueño. Es mi realidad. Tenía que volver a renacer, mirar al cielo y poder re-escribirme a mí mismo una vez más. Siempre he tenido que volver para resurgir cual ave Fénix. Pisar la arena con los pies descalzos, llegar a la orilla y huir del agua fría. Soñar con volar. Me gusta la soledad. La necesito. Es el mejor momento de mi vida, el reencuentro conmigo mismo. Re-escribirme en la arena, tumbarme y ver como salen las estrellas inundando el cielo, oír el mar, que la luna ilumine mi espacio vital. Buscar con la mirada la inmensidad del horizonte. Sentirme un grano de arena en la inmensidad de la vida, ser el centro del universo en esta utópica soledad. Camino hacia cualquier sitio, soy dueño del momento, de la nada y del todo. Por fin se enfrentarme a mi miedo, a mi pesadilla inacabada, a mi eterna duda. Hoy, en este anochecer, me he sentado una vez más frente al mar. Quisiera aspirarlo, no olvidar jamás su aroma, la inmensidad de tu eterno ulular, su verdor ardiente y frío, sus idas y venidas, su adorable compañía, efímera en sus olas blancas, eternas en su volver. Hoy puedo sonreír, se llorar, quiero respirar este momento y dejarme grabada la huella de su hermosa canción. Deseo escribir un libro en la arena de este mundo, dejar mi huella para que sea borrada por este aire otoñal, marcar con sangre y lágrimas esos momentos imposibles de olvidar, ser valiente y adentrarme en el mar.
  • 40. 39 Sueño, duermo, despierto. Soy un ignorante, un sabio del desconocimiento, un amante de la huida, un enfermo que no quiere cura, soy la nada en el todo de la vida. No vivo, ni sobrevivo, aspiro el aire de la vida para renacer en esta pantalla de agua y arena. Resoplo, busco esas palabras escondidas en mi memoria, esa sonrisa capaz de hacer temblar montañas, esa mirada que traspasa corazones y almas. Corro hacia el mar, entro en él. El frío se adentra en mí, despeja mi alma, refuerza mi identidad. Sumerjo mi cabeza, llego a un fondo lodoso, agarro arena y subo de nuevo. Mis mojados cabellos desprenden agua, mi ser intensidad. Palabras que vuelan cual aves migratorias, sonidos que se desplazan como caracol sin casa, sueños que se evaporan a nubes sin horizonte, realidad tormentosa que estalla en rayos. Lágrimas de alegría que rellenan un vaso vacío, risas amargas que amortizan la tristeza, miradas perdidas en insolentes pensamientos. Arena mezclada en el mar, olas que alcanzan tierra, agua que vuelve a su ser.
  • 41. 40 Palabras y más palabras, sin saber, o quizá querer encontrar esa maravillosa composición de letras que podrían hacer renacer la ilusión de una sonrisa, borrar lágrimas de sal, sudores de sangre y pensamientos que asesinan el impulso vital. Vuelvo a la arena, miro las estrellas y la luna, quizá amanezca pronto. Vuelve a mis labios una cínica sonrisa, mis ojos brillan al reflejo de esos astros difusos en el mar lleno de negror llamado cielo. He renacido del mar, he vuelto a revivir de unas cenizas calcinadas en el terror. Hoy he vuelto al mar. Hoy he enfrentado a mis miedos y he asido la mano de la paz. Hoy me he encontrado a mí mismo. Hoy he vuelto a mi verdad. Se que ahora mi vida seguirá ese camino marcado en un destino escrito en la magia de un tiempo pasado. Hoy y siempre estaré junto al mar.
  • 43. 42 La habitación quedó iluminada por la luz del fuego de la chimenea. Los troncos arden y el ruido de su brasa retumba en la habitación. Los tres metros de altura de la sala se me hacen eternos. Los tapices parecen revivir, los cuadros se ensombrecen, el gran espejo refleja la inmensa oscuridad, la puerta, toda ella de madrea, alarga su sombra sobre el suelo marmóreo. Se me hace lúgubre. No hay sonidos, no hay luz, solo esta fantasmal sala y yo. Salgo con paso apresurado. A la derecha está la puerta de salida, pero no soy capaz de abrirla. Me vuelvo sobre mis pasos y llego a la escalera. Es de madera, supongo que muy antigua pues ruge al pisar sus peldaños. Me tiemblan las piernas, pero no puedo quedarme abajo, es el pánico lo que me hace subir. Subo cada escalón con mucho tiento, el miedo atenaza mis miembros, mis manos sudan, mis piernas tiemblan. Llego a un descansillo. Hay un enorme lienzo que traza en oleos la faz de un gran señor. Sólo mirarlo me da escalofríos. Su mirada penetrante, su fijeza de ojos, la negrura de su trasfondo, las pinceladas marcadas y la totalidad de cada marcaje me acongoja. Vuelvo la mirada, pongo las manos en mis ojos para taparlos. El miedo me atenaza, el viento entra por la ventana abierta, subo corriendo sin saber bien a donde voy. Llego al final de la escalera. Hay un corredor. Varias puertas a cada lado. No abre ninguna. No se donde estoy, no recuerdo nada. Miro mis ropas, toda negra, y no comprendo como llegué hasta aquí. Al final del pasillo hay una puerta entreabierta. Me adentro poco a poco, rechinan las bisagras. Un viento helado llega a mi faz.
  • 44. 43 Fantasmas o imaginación. Se me hiela la sangre. El horror se apodera de mí. Me empapo en sudor frío. Me acerco a un escritorio situado junto al gran ventanal. Un enorme ciprés asoma por la oscuridad de la noche. Un cuervo se posa en la baranda. Grazna. Me mira y se vuelve a ir volando. Una pluma cae sobre un filo amarillento que está en la mesa. El tintero parece que nunca se ha secado pese a que no debe hacer menos de tres lustro que no se usó por última vez. Mi mano se dirige sola y comienza a escribir palabras inconexas en un idioma desconocido. Firmo lo que sea que haya escrito. Con un pequeño salto me alzo y mis pies se encaminan hacia una gran cama con dosel. El sueño se apodera de mí. Mis pesadillas, mis fantasmas, mis viejos temores aparecen cual película muda ante mis entrecerrados ojos. Mis manos se agarran con fuerza a las sábanas. Mis pies, ya sin zapatos sin saber cómo, se ponen rígidos. El sudor hace que la ropa se una a mi piel. Un escalofrío recorre mi cuerpo al completo. Caigo en un sopor y somnolencia atroz. Mis miedos y fantasmas se van apoderando de mi alma. Las lágrimas recorren mis mejillas, mi cuerpo se eriza. Oigo voces que creía desaparecidas, otras nunca antes escuchadas. Me adormezco, caigo en un sueño profundo.
  • 45. 44 Noto una mano que se acerca, no veo nada. Tengo miedo. Escucho un susurro. Algo se acerca. Eres tú, que vienes a rescatarme. Abro los ojos y te veo. Sólo fue un sueño, una pesadilla. Y ahora apareces tú para traerme a la realidad. Me besas. Me abrazas. Y desapareces para volver a encontrarme en la soledad de una cama con dosel.
  • 47. 46 Corría, sus pies marchaban solos sin un destino fijo, simplemente se desplazaban a no se sabía donde, pero algún lugar lo esperaba, aunque en ese momento no sabía cual. No le importaba hasta donde llegar, necesitaba sudar, quemar esa adrenalina que le aceleraba el corazón, que su respiración pausada se convirtiera en pulsaciones alocadas y volver a sentir la sangre fluir por su cuerpo. Ya llegó el límite de todo y sólo podía correr, huir, o quizá fuera hacer frente a su propia sombra. El sudor le recorría el cuerpo, la espalda empapada, su frente mojada por el ejercicio, sus pies ardían pegados a sus deportes. El frío no podía alcanzar su cuerpo, las hormonas le hacían sentir ese frenesí en el que nada importa, su misión era continuar ese camino hacia no se sabía donde, pero al fin y al cabo, llegar al final de su carrera. Los recuerdos le venían y se volvía a ir, nada le importaba, había tomado la decisión. Dejarlo todo y huir, acabar con su pesadilla, empezar de cero, ser un hombre nuevo y conocer el mundo que se cegaba antes de ese instante en el que comenzó a correr. Corría, siguió por la circunvalación, quería llegar al mar, ya habrían pasado unas dos horas desde que comenzara su vida de fugitivo. Todo lo recordaba, desde ese primer paso hacia el caos hasta el primer paso hacia su carrera. Ahora sólo tenía que seguir con sus pasos. Llegar al mar, ver las olas, las estrellas o quizá el sol. Empezaba a llover, la noche caía, pero sus pies seguían su camino.
  • 48. 47 Pasaron las horas, el campo rodeaba su peregrinar, los pocos coches que se cruzó le hacían señales, pero el sólo veía el pasado, el camino hacia el mar, sus pies desgastados por los kilómetros recorridos, el sudor pese a los pocos grados que había. Los animales que se encontraban en la carretera le observaban, su ritmo no había variado, sus ojos fijos en el frente, corría. Y siguió corriendo hasta llegar al mar. Cuando mojó sus ojos vio claro que la razón de su huida le había acompañado todo el camino, jamás quiso mirar atrás. Ahora, frente al mar, se dio cuenta de que todo su recorrido fue acompañado por la causa de sus males. Al mirar la arena en el amanecer vio que fue capaz de dejar atrás sus miedos, pues su sombra nunca le abandonó, el mismo era su pena y su miedo. Se agachó en la arena. Vio entre ella una caracola muy simple, un pequeño destello iluminó su rutina, un lunar en el interior, una mácula de nácar que me llamaba como si fuera mi propio interior, una perla que me recordó un futuro por escribir.
  • 50. 49 Buscó en su pasado un momento peor del vivido y se dio cuenta de que todos los malos eran similares. Fue justo en ese instante cuando entendió que el problema era él y que tendría que reinventarse. No era posible buscar una estrella durante el día ni el sol durante la noche, así que lo primero sería invertir su vida y empezar de cero. Cogió una maleta, la llenó con su ropa favorita, sus enseres personales de aseo, se vistió y salió con su maleta hacia ningún sitio. Se tomó un café en el bar frente a la estación, compró un billete de ida al primer pueblo que se le ocurrió y hacia allá se fue. No le disgustó ni le gustó. Simplemente lo fue recorriendo andando, hasta llegar a una pequeña pensión. Subió a su habitación, se tumbó en la cama, se fumó un cigarro, abrió una lata de coca-cola y pensó en todo aquello que le había hecho dar estos pasos. Se levantó, puso en orden su ropa, colocó sus cosas en el baño y salió a dar un paseo. Justo al poner el primer pie encima comenzó a llover. Le dio igual. Caminó y caminó hasta dar dos vueltas al pueblo. Se tomó un café. Luego otro más y volvió a la cama. Todo era igual que horas antes. Cuando amaneció, volvió a la estación, compró un billete de vuelta a casa pero dejó todas sus cosas en la pensión. No quería volver a vestir con aquello que lo confortaba, porque debía superar lo que no aguantaba. Ahora sí podría empezar de cero, sí era el momento de aceptar que lo peor de su vida era no aceptarse a sí mismo.
  • 52. 51 Abro el cajón de mi escritorio y encuentro cubierta de polvo mi vieja pluma. Negra, sobria, la tinta reseca está cubriendo su dorado final. Papeles medio amarillentos hacen rebosar este cajón desastre olvidado en el fondo de mi memoria. Pululan por ahí retazos de un ayer de inspiración y bosquejos de momentos de una lucidez nublada por la satisfacción de realizar sueños con palabras, conjurar a las letras para que florezcan a través de ellas mis sentimientos y pensamientos. Me siento en mi silla, apoyo los codos sobre la madera y con ambas manos me cubro mi cara. Aún me es difícil el hecho de intentar tan siquiera sacar un folio y manchar con frases su blancura. No me atrevo a volver a sentir entre mis dedos el deslizar metálico de quien fue mi fiel compañera, de esa eterna amiga que olvidé en un cajón para no sentir su presencia ni su esencia. Me armo de valor y voy por un poco de alcohol, algodón y un paño impoluto con el que sacar la belleza tapada por el tiempo y el olvido que hay tras esa pluma que un día me hizo ser padre de palabras y frases que llenaron mi vida y fueron causa de mi ser. Con paciencia, poco a poco, voy mimando como a un bebé a mi vieja amiga. Recuerdo el día que la heredé de mi abuelo, de como siendo un adolescente imberbe me sentía el más poderoso de los hombres, de mi sonrisa de orgullo en aquella tarde noche de verano en que me sentí el hombre de 15 años más orgulloso del mundo.
  • 53. 52 Fue poco después cuando decidí que iba a escribir. Mi abuelo murió a los pocos meses y en homenaje a él escribí una carta al director del diario local. Por supuesto lo hice con su pluma, con la tinta que le quedaba de la última carga que el puso, empezaba una nueva etapa. Fueron durante varios años en los cuales poco a poco descubrí mi gran afición por la escritura. Fue una adolescencia prolífica, nunca me quise presentar a ningún concurso, quizá por miedo, puede que sea por mi amor a la intimidad, siempre escribía por algo, para alguien, por sacar de mi interior lo que con mi voz no me sentía capaz. Pasaron los años, y para mí era un rito cada vez que tenía que limpiar mi pluma o recargar su tinta. Todo un proceso con el que disfrutaba y me hacía sentirme realizado, eramos como un solo ser, esa estilográfica de color negro era como un apéndice sin el que no me veía capaz de vivir.
  • 55. 54 Hace poco leí que la vida es un tablero de damas, donde cuando una persona se va otra llega para rellenar ese hueco. Sin embargo, siempre hay personas que rellenan por sí solas más de un hueco, e incluso, sin estar, es su esencia la cubre uno o más. Un recuerdo, una anécdota, cualquier momento re memorable puede hacer que en ese tablero de la vida la esencia de alguien especial cubra más que cualquier ocupante. Es esa anónima presencia invisible la que nos da una vida que fichas visibles de nuestra vida no llegan a cubrir. Ahora, cuando mi vida va tomando el cariz de la madurez, voy sintiendo que personas del ayer nunca han dejado ser del hoy. Pueden volver a aparecer, o no, simplemente siguen siendo un recuerdo, y sin embargo dan sentido a etapas que vivimos. Una amistad del ayer que no volverá, o alguien del pasado que vuelve sin saber porqué y que cierra un proceso inconcluso de mucho tiempo atrás. O alguien que vive agazapado en tu día a día y que cuando menos lo esperas te da esa fuerza que necesitas en un momento crítico del caminar vital. Muchas personas pasan por nuestras vidas poniendo ese granito de arena que va formando la montaña de nuestra existencia. Unos son pasajeros, otros más o menos efímeros, pero siempre aportan algo, bueno o malo, y que nos hacen formarnos en nuestro ser.
  • 56. 55 Hay personas especiales que forman parte de nuestra propia esencia, que sin ellas en nuestras vidas nos seríamos nosotros. Puede que algunas de estas personas sí sepamos que lo son, pero hay otras que no lo sabemos. Personas que con solo su presencia, más o menos cercana, continuada o intermitente, forman parte de nuestra vida y ni tan siquiera ellas mismas saben lo importantes que puedan llegar a ser. Cuantos amigos y/o amigas de nuestra adolescencia han tenido un significado importante en nuestra vida y jamás se lo hemos dicho, o tan siquiera nosotros mismos lo hemos sabido. O cuando nos reencontramos con esa persona con la que tan buenos momentos habíamos pasado y no somos capaces de agradecer que gracias a esa esencia que dejaron en nuestra vida somos lo que somos. Yo he tenido la gran suerte de reencontrarme con personas así, y de conocer a personas que me han llenado ese tablero de damas que es mi vida. Algunas lo saben, pero otras no. No podría poner nombres, o quizá sí pero no quiero por temor a dejar abierta mi alma. Sin embargo soy muy consciente de que hay personas que c ubren con su esencia, sin necesidad de su presencia, gran parte de mi damero. Gracias a esas personas cada día puedo sonreír y saber que la esencia de la vida siempre está ahí en personas que nunca se han ido, incluso algunas por conocer.
  • 57. 56 CAMINO A LA SOLEDAD
  • 58. 57 Un fuego de chimenea, una luz cálida que traspasaba las cortinas, el rumor de las hojas de los árboles que entraba desde la ventana entreabierta, la humedad que calaba hasta los huesos, esa alfombra sobre la que se sentaba para leer su libro, ese café humeante entre sus manos para poder calentarlas algo, la paz de esa mañana no tenía precio, aunque sí que había pagado uno para llegar hasta allí. Todo trayecto tiene su tarifa, y el de la soledad buscada es el mas alto. Cuando dejó el coche aparcado en el llano del pueblo pudo dejar atrás parte de su equipaje, su pasado, sus fantasmas. Cada paso que daba hacia su nueva etapa era alejarse otro de la anterior. Pero no todo era tan hermoso como el rio que delimitaba la subida, ni tan calamitoso como fueron sus pensamientos durante el viaje, todo tenía un término medio, y era eso mismo lo que quería encontrar. Hacía pocos días su vida era un caos. Cierto que en el trabajo no habían puesto problemas para darle vacaciones, tampoco dejaba mucho atrás, había ido eliminando de su vida todo aquello que veía que le perturbaba. Fueron decisiones dolorosas, y sin embargo muy necesarias. Cada raya que tachaba un momento o una persona de su cuaderno era una liberación de su alma.
  • 59. 58 Cuando por primera vez consiguió dar un paso, no lo había pensado. Simplemente lo dio. Justo a partir de entonces comenzó la espiral de cambios necesarios. No debía, ni pudo, frenar ese avance. Día tras día se reafirmaba en que su vida no era lo que quería. Un giro radical sería frustrante, así que decidió hacerlo en pasos pequeños, o quizá mas grandes, pero lo que sí era seguro que sabía que era lo que necesitaba eliminar. El trabajo no era su mayor preocupación, con la crisis era afortunado de tener uno. Era lo restante lo que le disminuía las ganas de vivir. Amigos que sólo eran para tomar copas, relaciones de más o menos tiempo que no daban ninguna intensidad, la monotonía de vivir sin mas pretensión que ver el anochecer. Cada mañana era la misma rutina, cada tarde el café en el mismo bar, cada noche la misma cantinela, bien tomando copas, bien en páginas donde conocer a gente que demostraba que la teoría de Darwin no iba tan desencaminaba. No, definitivamente no había muchas cosas que merecieran mas de 5 minutos seguidos en su vida. Una noche de viernes, habiendo quedado con una de tantas chicas con las que hablaba por la red, vio claramente que si buscaba su medicina en una chatarrería no encontraría su cura. No era por nada en especial, sino simplemente que los valores de cada uno no tenían nada que ver. El buscaba profundidad en cada instante, el saber vivir cada cosa, ella simplemente vivir como dictaminaba su sociedad, su entorno.
  • 60. 59 Ese día fue el comienzo del fin. Podía tenerlo todo, pero realmente no tenía nada. Salía, entraba, pero poco a poco iba cambiando su dinámica. Ya no estaba tanto en el ordenador y sí más dando paseos. Ya quedaba poca esperanza para poder continuar esa vida de pasividad, de borreguismo ante lo que dicta la sociedad. Se sentía un paquete más. No vivía su vida, sino la que le dictaban las normas marcadas por la sociedad. Otra noche de esas de citas de porque sí, conoció a la que creyó la mujer perfecta. Hablaron de cine, libros, deportes, política, formas de ver la vida y hasta de viajes. Esa noche estuvieron hasta tarde tomando copas y hablando, era continuar lo que habían vivido anteriormente solo que en persona. Fueron unas semanas de intensidad absoluta, él le dio todo lo que estaba dentro de él, luchó contra sus fobias, esgrimió contra sí mismo todas y cada una de sus dudas,y avanzó. Dio todo de sí, cambió su rutina por compartir ese día a día, vivía por cada momento en que se encontraban o fueran a hacerlo. Cada día que pasaba vivía un cuento de hadas y príncipes en el que él era tanto una cosa como la otra. No sabía como había podido vivir antes sin esa realidad. Pero todo tenía su fin, y éste llegó cuando más feliz estaba. Tenían que tomar una decisión, dar un paso adelante o atrás, y cuando más feliz era, vio la realidad. Era él quien dibujaba cada momento, cada paso que creía que su vida de una forma u otra. Pero vivía en una fantasía. Donde antes miraba y veía felicidad, ahora descubría la mediocridad de su vida. Valoraba lo que veía, no lo que era real. Donde antes había una manchita ahora descubría que era un boquete, donde creyó ver una sonrisa pícara, encontró una cínica.
  • 61. 60 Daba igual lo que hiciera,una vez más descubrió que el único culpable de todo ello era él. Disfrazaba la realidad de lo que necesitaba en cada momento para poder ser feliz. Pero todo tenía su final y ese disfraz se difuminaba y volvía la vida tal y como era. Hasta que necesitara otra realidad distinta a la que vivía y volviera disfrazar una historia. Fue justo en ese momento cuando decidió que necesitaba su soledad para poder empezar a vivir un sueño que fuera su realidad, reconocerse sus errores, asumir sus defectos, aprender a vivir con su pasado y, sobre todo, entender que en su no había cabida para encontrar agua en el desierto, calor en el Ártico, el amor en su irrealidad.
  • 63. 62 Salí del gimnasio sin ganas de nada, un día mas estaba desmotivado, sin ilusión, sin vistas de futuro, todo lo que veía era negro. No me fijaba en nada, me vestía con lo primero que pillaba del armario, salir por salir, el trabajo ya no era nada para mí, el mantener mi cuerpo era una cuestión de necesidad,y por eso mismo solo tenía la salida del deporte. Miré el cielo y vi que era azul celeste, y recordé un día de hacía mucho tiempo en el que mi vida no era solo monotonía. Era de colores vivos, de ilusiones y sueños, de risas y caídas, de errores y correcciones, todo era un proceso de contradicciones en las que yo salía a luchar. Y miré mi pasado. Y descubrí que poco a poco había ido apagando la llama de mi vida, de mi lucha, de mi mismo. El arco iris que era mi vida se había ido convirtiendo en una noche lluviosa. Había rozado las estrellas del amanecer y sin saber como había pintado del cielo de mi vida de grises opacos. Yo mismo era el artista que obscurecía esos colores. Me fui a casa, me encendí un cigarro y me eché hacia atrás en el sofá. Alguna lágrima corrió por mis mejillas, recordaba un pasado no tan lejano en el que era feliz, pero no el momento en que empezó a irse esa fuente de felicidad.¿O quizá fuera cuando me dejé de valorar? No lo se, pero es seguro que la gama de colores de mi vida no era la misma de hacía unos meses.
  • 64. 63 Empecé a evocar el pasado, a recordar momentos, secretos inconfesables, deseos que no estaba seguro de conseguir. Y sí, dejé de pintar para solo emborronar mi vida por el miedo a volver a caerme, yo, que he sido un trapecista de la vida. Yo, que he salido de los túneles negros para encontrar el azul celeste de un cielo nuevo cada vez que me hundía. Me asomé a la ventana y vi llover. Era de noche cerrada, y aun así salí a la calle. Caminé por el simple hecho de andar, de poner en orden mis ideas, de recordar que el destino siempre me ha abierto un nuevo camino, que cuando mas se oscurecía, es cuando más azul nacía la mañana. Fueron tantas las veces en las que resurgí cual Ave Fénix que esta vez sólo debía volver a hacerlo. Y lloré por la impotencia de no ver mi propia realidad. La vida me estaba dando la mano y yo la rechazaba, pero eso debía acabar. Levanté la cabeza, y me prometí que volvería a ver mi vida como la mañana que nacía, azul celeste.
  • 66. 65 Se sentó en el banco esperando que llegaran las golondrinas. Las hojas comenzaban a caer de los árboles, el sol acariciaba el frío suelo que pisaba, los niños ya comenzaban a jugar embutidos en jersey y chaquetas, los bebés, en sus carritos estaban tapados con mantitas de diferentes personajes, colores o formas. La tarde pronto empezó a caer para dar paso a estrellas y una luna creciente que apenas iluminaba el paisaje otoñal. Su mirada seguía perdida en el cielo, difuminando gorriones para quedar frustrado en su intento de verlos negros y blancos, los grajos le hacían ilusionarse para luego perderse en una realidad distinta a la deseada. Pasaron las horas y se retiró a su casa. La mañana traería las golondrinas. Se metió las manos en el bolsillo, anduvo con la cabeza caída, el pelo despeinado, los zapatos negros con motas de marrón-barro, sus pantalones ya sin la placidez de aquella plancha que los dejó tan rectos. Su camisa empapada en ese sudor frío de la desesperanza. Y la mañana llegó y volvió al banco donde esperaba las golondrinas. Sacó un pañuelo y secó el sudor que le caía por la frente después de su carrera para no llegar tarde a la hora en que pensaba que podría verlas. Pero hoy tampoco era el día. Y pasaba las horas sentado, meditando en el tiempo que estaba allí, pensando en ese momento en que lograra captar la belleza de esa combinación de los opuestos blancos y negros. Pero las horas no perdonan y llegó el atardecer.
  • 67. 66 Se le acercó un niño de los que jugaban el día anterior y le preguntó porque siempre se sentaba allí sin hacer nada. Y le explicó que esperaba a las golondrinas. El niño lo miró preocupado y le dijo que ya se habían ido, que no volverían hasta la primavera. Ahora era el tiempo de las hojas secas y los pájaros que vuelan bajo, todo tiene su momento. Se levantó, se metió las manos en los bolsillos y volvió a su casa. La primavera llegaría, pero antes de volver a ver las golondrinas tendría que aprender a sentir el tiempo de los pájaros que vuelan bajo. Todo tiene su dulzura y su aspereza, su tiempo y su espera.
  • 69. 68 Me miro al espejo y veo arrugas en torno a mis ojos, las canas poblando mi pelo, una expresión de agotamiento se va adueñando de mi, mis labios van agrietándose, los años me van pesando. No tengo excusa, mi vida me va pasando factura y mis errores ya se cobran su peaje. Me meto en la ducha y dejo que el agua caliente caiga y me empape. Me atuso el pelo, dejo que mi mente divague. Recuerdo momentos de mi vida, felices unos, tristes otro, y siempre llego a la misma conclusión: lo que he vivido me ha hecho ser lo que soy. Salgo con un albornoz y sin secar. Voy a disfrutar de los pocos vicios que me puedo permitir: un coca-cola bien frío, un cigarrito y un poco de Internet. La vida se compone de pequeños caprichos que llenan el momento de saber ser feliz. Permitirme este rato de paz me hace sentirme bien. Es una especie de refugio en el que entro para poder evadirme de una realidad no siempre placentera. Me echo hacia atrás, inhalo el humo y suspiro. El humo forma una cortina gris alrededor mía de la cual me zafo para poder activarme. Hoy me cuesta pensar, la resaca no deja ver con claridad nada. Es el pecado de quien quiere vivir como sabe que no debe. Es la penitencia de quien no es consecuente consigo mismo ni con su realidad, es el muro que te hace chocar cuando haces una huida hacia adelante.
  • 70. 69 Tengo el teléfono en silencio, la música del vecino de compañía, la ventana y cerrada y la persiana echada. No recuerdo nada de anoche, de con quien acabé, ni tan siquiera con quien empecé, pero sí tengo claro que fue un síntoma de como dirijo mi vida: vivo por los errores, renazco por los aciertos, me levanto porque me alzan manos ajenas a mi sin las que no sabría caminar por la senda de mi vida. El hielo se va derritiendo. Es el segundo cigarro que se me consume y aún no encendí el ordenador. Mientras le doy al botón aprovecho para pillar el primer pantalón que encuentro, una camiseta llena de arrugas y unas chanclas cualquiera. No estoy para hacer mucho. El fondo de pantalla me anima. Es una noche estrellada. La luna reflejada en un río. Nubes ocasionales que van desapareciendo del cielo. Árboles frondosos que dejan caer sus otoñales hojas en la rivera. Es un remanso de paz. Como cada día escribo mis notas. Nunca las publico, simplemente las dejo escritas para mí. Cuento lo que siento a nadie en especial, me resigno en letras por aquello que no hice, me alegro por lo que me movió a realizar cualquier sueño factible, rememoro los momentos felices e intento entender los más feos.
  • 71. 70 Me duele la cabeza. Me tomo un ibuprofeno que tengo en la cartera. Dejo que su mal sabor me inunde la garganta a la espera de que haga efecto lo antes posible. Vuelvo a ser dueño de mis errores y consciente de que la próxima vez me volveré a equivocar. Y aún así, soy feliz porque nunca es el mismo, sino que al vivir aprendo, al fallar medito y quiero superar mi afán de limitar mi propia vida. Me vuelvo a levantar. Limpio la mesa donde está mi portátil, abrió las persianas, dejo que entre el aire del mediodía, quito el silencio de mi móvil. Vuelvo a la realidad de mi vida. Hoy será un día distinto, hoy se que puedo caminar sin bajar la cabeza, sin arrepentirme de lo que hice, sin pensar en que debí hacer aquello. Hoy puedo mirar al frente. Hoy es el primer día del resto de mi vida. Hoy me levanté consciente de mis limitaciones y sabiendo como llegar a ser lo que quiero: viviendo mi realidad. Hoy es una mañana resacosa, donde el alcohol suplió al miedo, donde las copas eran el disfraz de temores, donde el tiempo sin pensar era el refugio de mi cobardía, donde me escondí de mi mismo para no tener que enfrentarme a mi realidad. Hoy tengo resaca porque necesité hui hacia delante sin saber que el final del camino era el muro de mi propia ignorancia. La vida siempre nos devuelve lo que le damos. Hoy me levanté con la resaca de quien quiso huir. Ahora me levanto para hacer frente a la vida que me ha tocado vivir: la mejor vida, pues es la mía.
  • 73. 72 Amanecía lluvioso. No quería salir en un día así. Su cuerpo le pedía quedarse escondida bajo las mantas y que nada ni nadie interrumpiera su soledad. Las lágrimas recorrían su mejilla, su mirada, apagada, embriagaba de amargor su otrora contagiosa sonrisa. Su vida era monotonía, su momento era ya no es, su energía se sofocaba y sus ilusiones no hacían que la luz abriera paso a la sombra de una noche que parecía no acabar. Hizo un café muy cargado, se sentó con la taza entre las manos, el calor parecía inspirarle un poco de fuerza, pero desde sus pies hasta su cabeza no había voluntad de salir de ese pozo. Sonaba el teléfono, el móvil le llamaba, los recuerdos y las sensaciones le reclamaban, no había fuerzas para nada, solo para seguir durante todo el día en el mismo estado. Se levantó y miró por la ventana. Hacía mucho que la lluvia era el estado en el que deambulaba su alma, el otoño era la estación continua de su corazón, ni tan siquiera saber que el destino llamaba a su puerta y la luz podía traspasar la tormenta le hacía sentir fuerzas para caminar hacia ese halo que le reclamaba para poder ser feliz en la medida en que se permitiera ser lo. Cogió un libro, lo abrió y un aroma a página nueva embriagó la sala. Hacia mucho que no le pasaba. Lo aspiró, se sentó, dejó que las lágrimas recorrieran su camino, que los recuerdos se mezclaran con la realidad de su día a día, y se propuso salir.
  • 74. 73 Intentó levantarse, mirar el cielo, traspasar las nubes y volar, pero sabía que era un sueño, no era la realidad, su vida estaba anclada en un constante no poder llegar a esa meta diaria de querer vivir. No había mañana en la que no viera que el sol era mera ilusión, que no fuera un otoño eterno en el que vivía, no había día en el que no supiera que su vida, quisiera o no, tenía una fecha de caducidad ya marcada. Miró su interior, era un código de barras, un enlace de precios, una marca en la ropa, un etiqueta de un producto, era nada porque quiso dejarlo todo. Se había rendido hacía mucho y ahora estaba de saldo. No sabía bien cuando comenzó su cuesta abajo, las rebajas de sus sueños, los saldos de sus triunfos, no recordaba cuando se dejó ganar por ese instante en que la vida dejaba de ser tal para convertirse en nada. Ahora sonaba el timbre de la casa. No se iba a levantar, no quería. Su mañana solo había comenzado y no era momento de nada, quizá al día siguiente, puede que otra semana. Sus pies no obedecían la orden de moverse, sus ojos se entrecerraban, sus dedos yacían flácidos entre la taza hasta dejarla caer y derramar el líquido por todo el suelo, su corazón palpitaba con pesar, sus ojos se llenaban de lágrimas secas, su memoria volvía una y otra vez a aquel momento. La luz se apagó. Oía la sirena, gente corriendo, gritos, nervios, sólo notaba paz en su interior, una luz en su retina, una llamada con sones de alegría, un momento en que sabía que disfrutaba tras mucho esfuerzo, ahora sí, era el momento de volar, las alas nacían de su espalda, atravesaba el cielo, los pájaros quedaban atrás, las nubes eran algodón que traspasaba con solo mirarlos, la luz seguía ahí, no quería mirar atrás, no quería.
  • 75. 74 VIVIR EN LA ESPERANZA.
  • 76. 75 Andaba por el Bosque Sombrío un joven que buscaba la fuente de la Esperanza. Las sombras no le dejaron atisbar exactamente cual era el sendero que debía seguir, y las estrellas estaban escondidas tras el manto de hojas de los árboles. Así que debía seguir su instinto para llegar a la misma. De esta forma pudo encontrar el manantial marchito de la desilusión, donde se puedo ver reflejado en todas aquellas ocasiones en las que su vida había sido un Caos. Las lágrimas brotaron al recordar todas aquellas ocasiones donde el mundo se echaba encima por no saber afrontar la verdad de su vida. Con todo su pesar, siguió su trayecto con la cabeza baja, pensando que la fuente no existiría. Al cruzar el pequeño arroyo se encontró con un roble milenario que estaba rodeado de tréboles de cuatro hojas. Pensó que la suerte le cambiaba, así que intentó coger uno de ellos, aunque no tan siquiera pudo tratar de arrancarlo. Una voz profunda le habló: "La suerte que buscas no está en el exterior, sino en tu propio interior. Yo vivo aquí desde antes de los tiempos, y nada puede hacer brotar estas hojas si no es mi propio deseo de ser afortunado, pues se cultiva para después recoger. La suerte no existe, sólo el trabajo y la confianza en uno mismo". Meditando sobre ésto prosiguió. Era cierto que no había sido afortunado, o quizá sólo veía lo que no vivió, lo que le hundía y anda de aquello que lo hizo vibrar. Así andaba ensimismado cuando encontró un pequeño lago lleno de flores de lotto. En ellas vio un mensaje oculto, así que cogió uno y lo abrió. Decía, en éste caso: "Busca la felicidad en tu interior y reparte la, pues no hay nadie más rico que el que regala sin esperar recibir".
  • 77. 76 Al caer la noche se acurrucó a los pies de un ciprés y se dejó guiar por los sueños. En ellos recorría toda su vida, y comenzó a entender el porqué no encontraba su felicidad. Sólo era esclavo de sus errores y su pasado, no dejando libertad al presente. Vio como su vida se esfumaba al intentar no errar en lo mismo del ayer sin poder experimentar el regalo del hoy. Sus sueños le transportaron a la verdad de si mismo. Al despertar sintió gran sed, y vio una fuente que reflejaba su sonrisa, aún cuando el cansancio hacía mella en su cara y la boca dibujaba una mueca de sinsabores. Era la fuente de la esperanza, quien le decía que sólo la encontraría en aquellas pequeñas cosas que le hacía feliz. Vive tu presente y se feliz en él, pues es un regalo el vivir y poder regalar una sonrisa a la vida.
  • 79. 78 Cada músculo del cuerpo se sentía aprisionado por esa extraña sensación de letargo, de adormecimiento que encadenaba todos y cada uno de sus movimientos. Los dedos engarrotados no se veían capaces de estirarse o encogerse. Las piernas estaban tal cual recordaba que las colocó antes de la eclosión de sentimientos. Sus ojos daban una ligera vuelta de derecha a izquierda y viceversa. Su pecho no llevaba el acompasado son de costumbre, apenas era audible su respiración, su vientre no se hinchaba, no llegaba a ser el volumen de normal. Sus oídos registraban leves audiciones indescriptibles, sus piernas parecían estar en estado volátil, su cuerpo en sí flotaba en una nube de pensamientos, recuerdos y arrepentimientos, la negatividad se había transformado en la alfombra mágica donde volar hacia su vuelta a esa realidad triste y real llamada vida propia. Cerró sus ojos y se auto transportó a esa otra realidad, esa en la que había paz, amor, ilusión, sueños. Sabía que soñaba, no podía ser verdad todo aquello, solo era un sueño. Sus ojos irradiaban el color de la esperanza, sus labios pronunciaban una sonrisa entre pícara y picante, sus manos palpaban el mundo buscando ese aroma a dulzura terrenal, su nariz aspiraba el sabor de de un sueño sempiterno que daba luz a la noche y sombra en el desierto, su paladar saboreaba esa claridad que dan estrellas, sol y luna, su mente volaba por ríos y nadaba en nubes.
  • 80. 79 Volvió a abrir los ojos y su cuerpo estaba de nuevo atenazado. Las cadenas le forzaban a no moverse, las cuerdas que le sujetaban al ara de sacrificios le estrechaban muñecas y tobillos, el sudor de su frente arrojaba ese agüilla fría y salada a sus ojos. el frío de la impotencia comenzaba a apoderarse de todas sus células, sus pensamientos pasaban de oscuros a tenebrosos para volverse opacos. Volvió al estado de no ser, a cerrar los ojos para ver, a sentir la nada para saber en movimiento. Saltaba un escalón con el pie izquierdo, luego el derecho, su mano extendida sintiendo el sabor de un apretón entre sus dedos, saboreando el sonido de quien mueve sus pies a la vez de los suyos. Probó a abrir un ojo y cerrar el otro. Los colores pasaban de grises a azules, de marrones a verdes, de oscuros a claros, sus labios comenzaban a articular palabras. Buscó las letras, y recordó el nombre de una canción, leyó la música que rezumaba en sus labios, aspiró el sonido que inundó su olfato, supo con plena conciencia que había encontrado la palabra. Un dedo pudo moverse, luego otro, abrió la palma, la pasó a su otro brazo, fue notando como las cadenas se iban soltando, su cuerpo volvía a decir basta a tanto estar amarrado, quiso volar, sentir que su pelo flotaba en un mar de brisas primaverales, sintió cada músculo que flotaba entre un rio de sentimientos y pensamientos, sus manos entrelazaban dedos que hablaban, sus oídos se llenaron de las palabras. Y gritó: "No me dejes caer, sostenme en esta nuestra vida. Quiero se libre de mi para poder darte todo mi ser"
  • 81. 80