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SISTEMANACIONALdeIMPRENTASMÉRIDA
rednacional
deescritores
deVenezuela
Camilo Morón
ColecciónMarianoPicónSalas
JARDINES DE PIEDRAS
UN BOSQUE DE SÍMBOLOS
Ukumarito (voz quechua), representación indígena del
oso frontino, tomada de un petroglifo hallado en la Mesa
de San Isidro,en las proximidades de Santa Cruz de Mora.
Mérida –Venezuela.
El Sistema Nacional de Imprentas es un proyecto impulsado por el Ministerio del Poder
Popular para la Cultura a través de la Fundación Editorial el perro y la rana, con el apoyo y la
participacióndelaRedNacionaldeEscritoresdeVenezuela;tienecomoobjetofundamental
brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. Este sistema se
ramificaportodoslosestadosdelpaís,dondefuncionaunapequeñaimprentaqueledapaso
ala publicación de autores, principalmente inéditos. A través de un Consejo Editorial Popular,
se realiza la selección de los títulos a publicar dentro de un plan de abierta participación.
Como homenaje a uno de los maestros del ensayo en Hispanoamérica la Colección
Mariano Picón Salas propone, abarcando los diferentes tópicos dentro del género. La
serie Pensamiento ecológico se inscribe en el pensamiento como herramienta educativa
y de investigación. En el ámbito de lo social, el libro aquí adquiere un aspecto relevante
por su vinculación directa con el Estado y las comunidades, fortaleciendo su papel
protagónico en el actual proceso de cambios necesarios para la inclusión a la nueva
sociedad que aspiramos en el siglo XXI.
Quienes suscribimos, siguiendo las políticas de inclusión propuestas por el
Gobierno y la Revolución Bolivariana, comprometidos y comprometidas con
los principios que sustentan los valores ancestrales y culturales; desde la
responsabilidad asumida por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura,
la Fundación Editorial el perro y la rana, y la Red Nacional de Escritores de
Venezuela, reunidos en Caracas, al pie del Waraira Repano, los días 3, 4 y 5
de febrero de 2009; después de evaluar cada uno de los originales enviados
al Concurso Historias de Barrio Adentro, acordamos:
1º Reconocer el valor patrimonial de los numerosos manuscritos enviados
al Concurso, los cuales expresan en su mayoría una nueva patria escrita, nacida
al calor del proceso social que reivindica la esencia cultural de un país.
2º Agradecer y felicitar a los centenares de escritores y escritoras que
desde todas las regiones del país se hicieron eco de la convocatoria y dan cuenta
de la sensibilidad creativa que habita en nuestros campos, pueblos y ciudades.
3º Valorar la diversidad de escrituras y temas que refieren al país, en
plena participación protagónica de los procesos emancipatorios hacia la
construcción del socialismo bolivariano.
4º Apoyar la nueva escritura que emerge en Venezuela desde los poderes
creadores del pueblo, sustantiva para la liberación cultural y espiritual de las
naciones y pueblos de Nuestra América.
5º Invitar a todos los participantes en el Concurso Historias de Barrio
Adentro a continuar la batalla creativa en las diferentes expresiones artísticas
hacia una nueva estética en el oficio de la palabra y la vida.
6º Premiar y aprobar la publicación de los siguientes manuscritos:
El jurado: Miguel Márquez, Fundación Editorial el perro y la rana; William
Osuna, Fundación Editorial el perro y la rana; Héctor Seijas, Fundación
Editorial el perro y la rana; Maribel Prieto, Red Nacional de Escritores de
Venezuela; Julio Valderrey, Sistema Nacional de Imprentas Miranda; Eduardo
Mariño, Sistema Nacional de Imprentas Cojedes; Marcos Veroes, Sistema
Nacional de Imprentas Aragua; Pedro Ruiz, Red Nacional de Escritores de
Venezuela; Giordana García, Fundación Editorial el perro y la rana; Héctor
Bello, Fundación Editorial el perro y la rana; José Javier Sánchez, Fundación
Editorial el perro y la rana; Dannybal Reyes, Fundación Editorial el perro y la
rana; Inti Clark, Fundación Editorial el perro y la rana; María Alejandra Rojas,
Fundación Editorial el perro y la rana; Yanuva León, Fundación Editorial el
perro y la rana; Leonardo Ruiz, Red Nacional de Escritores de Venezuela;
Pedro Pérez Aldana, Red Nacional de Escritores de Venezuela.
Fundación Editorial el perro y la rana
Red Nacional de Escritores de Venezuela
Imprenta de Mérida. 2011
Colección Mariano Picón Salas
JARDINES DE PIEDRAS
UN BOSQUE DE SÍMBOLOS
Camilo Morón
© Camilo Morón
© Fundación Editorial el perro y la rana, 2011
Ministerio del Poder Popular para la Cultura
Centro Simón Bolívar, Torre Norte, Piso 21, El Silencio,
Caracas – Venezuela 1010
Telfs.: (0212) 377.2811 / 808.4986
sistemanacionaldeimprentas@gmail.com
editorial@elperroylarana.gob.ve
http://www.elperroylarana.gob.ve
Ediciones Sistema Nacional de Imprentas, Mérida
Calle 21, entre Av 2 y 3. Centro Cultural Tulio Febres Cordero, nivel sótano
Mérida – Venezuela
sistemadeimprentasmerida@gmail.com
Red Nacional de Escritores de Venezuela
Gabinete Ministerial de Cultura - Mérida
Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida – FUNDECEM
Consejo Editorial Popular
Ever Delgado
Fabiola Fonseca
Guillermo Altamar
Hermes Vargas
José Antequera
Karelyn Buenaño
Luis Manuel Pimentel
Stephen Marsh Planchart
Wilfredo Sandrea
Corrección
José Antequera
Diseño y diagramación
YesYKa Quintero
Impresión y montaje artesanal
Luis Plaza
YesYKa Quintero
Fotografías
© Camilo Morón
Depósito Legal: LF4022011800935
ISBN: 978-980-14-1598-5
JARDINES DE PIEDRAS
UN BOSQUE DE SÍMBOLOS
Camilo Morón
Hemos tenido que esperar hasta mediados del siglo actual
para que estos caminos, durante tanto tiempo separados, se cruzasen:
el que llega al mundo físico por el rodeo de la comunicación, y aquel
que sabemos, desde hace poco, que, por el rodeo de la física, llega el
mundo de la comunicación.
Claude Lévi-Strauss. El Pensamiento Salvaje
La biología se parece más a la historia que a la física.
Hay que conocer el pasado para comprender el presente. Y hay que
conocerlo con un detalle exquisito. No existe todavía una teoría
predictiva de la biología, como tampoco hay una teoría predictiva de
la historia. Los motivos son los mismos: ambas materias son todavía
demasiado complicadas para nosotros.
Carl Sagan. Cosmos
11
Creo en los sueños: ellos nos revelan algo íntima-
mente nuestro, semejante a nuestras voces provi-
niendo del pasado. Resulta un poco embarazoso
hablar de las emociones propias, es como desnu-
darse en público, ante un auditorio de caras des-
conocidas. El tiempo y las experiencias cuidan de
hacernos un poco desconfiados...
Cuando se estudian los petroglifos, esas cria-
turas perennes, grabadas, pintadas en la piedra, es
necesario dejar en libertad la sensibilidad, la fan-
tasía, el afecto; sin estas cualidades no llegaremos
a parte alguna. Esas líneas, esas figuras, esas ideas,
están allí calladas, pero no son mudas: susurran.
Nos hablan de una cultura, de una sensibilidad,
de un mundo en ruinas, atraviesan ellas nuestro
imaginario como las betas minerales el seno de la
tierra, se amalgaman con nuestro pasado “Colo-
nial”, con los dolores de parto que asistieron al
nacimiento de la República, con la política, con
el petróleo, con el éxodo de los campos a los
cinturones de la miseria que bordean nuestras
ciudades, se cruzan en la noche –en los sueños–
con la música de las rockolas y el aguardiente,
con los tabúes ocultos o manifiestos, con el pa-
rentesco, con la idea de pertenecer a una tierra,
con la idea de poseer una tierra y la idea de ser
poseídos por ella, con la herencia.
Hace bien volver la mirada hacia las piedras
escritas, hacia los tepumereme, hacia los letreros:
nos devuelve largamente la mirada, nuestra mi-
12 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
rada. Quizás debería hablar de las playas, de las
montañas, del desierto... allí los he encontrado.
Se trata de un paisaje total, del un arte total. Es
absurdo pretender hablar de los petroglifos pri-
vándolos de la majestad de los paisajes donde es-
tán imbuidos como una gema en una cálida obra
de orfebrería, es como pretender “comprender”
un ojo al que hemos arrancado a un rostro. Pero
podría acusárseme de estar haciendo literatura.
Quien se haya acercado a estas piedras escritas
para estudiarlas en el campo, comprende de qué
estoy hablando. Estas piedras son importantes para
sus contemporáneos, para sus vecinos; si bien no
parecen afectar ningún rasgo ostensible, grandilo-
cuente, en su trato diario con ellas, las respetan.
En estos lugares no se encuentra basura, consig-
nas políticas, testimonios de vanas diversiones...
El porqué de esta actitud es evidente: “están
allí todo el tiempo”, son lo cotidiano; su presen-
cia evoca reconocimiento, pero en ningún caso
maravilla. –¿Acaso nos asombra el Sol y la Luna
de cada día?–. Pero cuando nos detenemos a pensar
un instante en ellos –en las piedras pintadas, en los
astros– no podemos contener un estremecimiento...
¿Pueden las ideas, las emociones de los hom-
bres ser desmanteladas, sepultadas permanente-
mente? La evidencia parece confirmar lo contra-
rio. Quiero aquí referirme a un cuento: Sylvie, de
Gerard de Nerval, escritor extraño en tanto que
extranjero, como venido de los remotos horizon-
13
tes, de los lindes de la locura. Buscamos larga-
mente el cuento, visitamos bibliotecas mal ilumi-
nadas y aun peor ordenadas, recurrimos en vano
al concurso de nuestros conocidos, pero un azar
dichoso, un gesto amable de la fortuna nos fue
propicio al encuentro cuando meditaba en torno
a cómo perduran en nosotros los pasos del pa-
sado: “Mi mirada –escribe Nerval– iba vagando
por el periódico que todavía conservaba en las
manos, y leí estas dos líneas: “Fiestas del Ramo
Provincial. Mañana los arqueros de Senlis han de
llevar su Ramo a los de Loisy. Estas palabras tan
simples despertaron en mí toda una serie de nue-
vas impresiones: era un recuerdo de la provincia
de tanto tiempo olvidada; un eco lejano de fiestas
ingenuas de la juventud. El corno y el tambor re-
sonaban a los lejos en las aldeas y en los bosques:
las muchachas trenzaban guirnaldas y entrelaza-
ban, cantando, ramos de flores ceñidos con cin-
tas. Una carreta pesada, arrastrada por dos bue-
yes, recibía a su paso este presente, y nosotros,
los niños de aquellos contornos, formábamos el
cortejo con nuestros arcos y nuestras flechas y nos
llamábamos orgullosos caballeros, sin saber en-
tonces que no hacíamos más que repetir de edad
en edad una fiesta druídica que sobrevivía a las
monarquías y a las religiones nuevas.” En la visión
del poeta, un gesto cotidiano, hecho de manera
casi mecánica y como al descuido, evoca la in-
fancia... y no sólo la infancia concreta, individual,
14 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
sino aquella más amplia y abisal que es la infan-
cia de los pueblos, le nuit des temps: allí donde
poesía y etnología trazan sus líneas unas sobre
otras. Ya voces avisadas (Unamuno, Mann, Heine,
Civreaux, Morin) han llamado la atención sobre ese
absurdo fundamental en oponer ciencia y arte, ra-
zón y sensibilidad, lógica e intuición. En lo que se
refiere a las piedras escritas, el carácter absurdo de
esta oposición sube de punto. Confiamos –y ello ya
sería mucho– producir en el lector esa impresión; y
a la manera de Moisés, indicar la tierra prometida:
verla sin alcanzar a entrar en ella.
No pretendemos hacer una “teoría general”
de los petroglifos –desconfiamos, por sistema, de
toda teoría general, de toda concepción absolu-
ta–, sino evidenciar algunos “elementos” que des-
taquen la “presencia presente” de estos símbolos,
de estas rocas tanto en el imaginario colectivo de
los pueblos –ámbito de los sueños– como en el
más objetivo e indiscutible de los hechos verifica-
dos en el trabajo de campo.
Asumamoslaformadeunabitácora,deundiario
de viaje. Así lo hizo Charles Darwin al describir sus
impresionesdeviajeabordodelBeagle,escritasentre
1840y1846,publicadasconeltítuloViajedeunnatu-
ralista; así lo hizo H. P. Lovecraft en sus viajes hacia lo
nocturno y lo terrorífico en varias de sus narraciones;
así lo hizo también Bram Stoker para dar vida y forma
a su gótico Drácula, dando a su relato unidad dentro
de la variedad de caracteres, miradas y voces. Tal
15
fue la forma que adoptó James Cook a bordo del
Endeavour y el Resolution en sus viajes alrededor
del globo, últimos viajes de la época de los descu-
brimientos. Este método ofrece dos notables venta-
jas: de un lado, se obtiene un mayor dinamismo, la
probabilidad de un descubrimiento día con día,
jornada de trabajo con jornada de trabajo, el nu-
tritivo tejido que constituye la memoria colectiva
de un pueblo. La otra virtud es de natural plástico:
retratamos a las márgenes de trabajo de “gabine-
te” la experiencia misma de la investigación, la
visión holística –integrada– de los elementos, sin
la cual –como hasta la insistencia nos lo acotó la
Dra. Clarac– ¿la letra con sangre entra?, no puede
existir investigación etnológica.
Un argumento más: la forma de un diario de
campo nos permite dar cuenta de numerosos apun-
tes sobre geología, zoología, botánica, mineralogía
hechas in situ; estas notas requerirían, de ser tratadas
en cualquier otro formato, de un aparte que las agru-
pase según su contenido, con ello obtendríamos una
presentación estéril y por completo ajena a nuestra
noción de “paisaje total” que hemos propuesto para
acercarnos a los petroglifos, con ello hemos querido
significar que los símbolos grabados en la roca han
de oponerse contra el horizonte natural y humano
del cual dimanan y con el cual interactúan. Recor-
demos que la publicación del Diario de Malinowski
ha demostrado ser de gran interés, acaso más que
meramente etnológico.
16 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
Estas notas están tomadas directamente de la
“santa canalla” de la cual hablase Papini, refirién-
dose a Don Quijote y a Cervantes. Están tomadas
de pescadores y cabreros, de conuqueros y peque-
ños productores, de secretarias de instituciones
públicas y de empleados de gobierno en peque-
ños, adormecidos, remotos pueblos; de obreros
mal pagados y artistas desconocidos y casi fra-
casados, de estudiantes de bachillerato que pre-
fieren hacer novillos y no quemarse las pestañas
con los libros. Están tomadas lo más cerca que se
pueda del paisaje: de cielos abiertos privados de
toda nube, de cielos nublados y demasiado ge-
nerosos, de desiertos ardidos y como ilimitados,
en océanos de pastos ondulantes como cabelle-
ras de mujer, de playas desérticas y solitarias, de
calles empedradas, de casas de barro donde las
gallinas se pasean por la sala y el metate está aún
sangrante de onoto al lado del fogón ceniciento y
humeante; están tomadas cerca de una cigarra, a
la vera de una mata de orégano, en la estación de
la amarga y atrayente urupagua, en un bote me-
dio ahogado a pleno sol. “La santa canalla”.
Tenía la idea puesta en los “letreros”, en las
“piedras pintadas”, en los “calendarios”; a fin de
cuentas por ellos salí de alguna parte para for-
mular interrogantes en otra; sospechaba que esos
nombres comunes, vulgares –del común, del vul-
go–, encerraban una clave; pero encontré más,
mucho más de lo que esperaba. No imaginé que
17
los petroglifos y las piedras sagradas eran un tema
vivo, “contemporáneo”, de absoluta actualidad.
Esta es la crónica de ese descubrimiento.
19
19 de mayo de 2003. Es nuestra primera salida
de campo; el día amenaza con lluvia, lo cual sólo
puede significar molestias. Partimos temprano en
la mañana; nuestro grupo está integrado por tres
exploradores. Las características geológicas de la
región a donde nos dirigimos son bastante singu-
lares: una formación montañosa de líneas suaves
que van desde escasos metros sobre el nivel del
mar hasta una altitud de mil metros, ello confiere
a la región una vasta diversidad de pisos climáti-
cos, desde el desierto poblado de cardos y tunas
hasta las montañas de densas arboledas perpetua-
mente húmedas; notable es asimismo la variedad
de formas animales adaptadas a cada uno de los
diversos ecosistemas.
Desde el punto de vista topográfico, el estado
Falcón se halla dividido en tres grandes porciones
de fisonomía propia bien definida: la marina o
costera que corresponde al norte, que comprende
los característicos médanos; la llanura desértica,
de frondosos cujíes, arbustos espinosos y una rica
variedad de cardos; y la montañosa: la Sierra de
San Luis, que se levanta al sur y corresponde a la
parte más elevada del estado.
En el Norte, la canícula ostenta tonalidades
agresivas, moderadas por las brisas marinas que a
decir de castellanos dieron nombre a la región, el
paisaje vesperal de los diferentes sitios costaneros
es refrescado por estas veloces brisas oceánicas. En
la Sierra, con su perenne verdor y su frescura de re-
20 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
manso, el calor se atenúa a causa de la vegetación,
de la altura y de los frecuentes chubascos.
La parte más elevada de la montaña alcanza
los 1.253 metros sobre el nivel del mar. De allí
surgen dos ramales: uno hacia el noroeste, va des-
cendiendo hasta llegar a la próspera población de
Cumarebo, capital del distrito Zamora; el otro, se
extiende hacia el sureste, hasta su encuentro en el
pie de monte con la población de Píritu.
UnmacizoelevadoenlaSierraeselPicodeCu-
rimagua que alcanza los 953 metros y se divide en
tres ramales: uno hacia el norte, otro hacia el sur y el
último hacia el oeste, constituyendo este la cumbre
del Cerro de La Democracia, cuya altura tiene una
proporciónde750metros.EnCurimagualasneblinas
son frecuentes, incluso a pleno mediodía. Otra altu-
ra que merece destacarse es la Sierra de los Jirajaras
o Jiraharas, cuyos puntos culminantes están consti-
tuidos por la cima de El Cerrón y el Cerro Socopó.
Tanto el Valle como el altiplano del estado Falcón
fueron las últimas tierras venezolanas que emergie-
ron del mar; abundan los fósiles de formaciones co-
ralinas, moluscos y hemos encontrado impresiones
conocidas como ripple marks o marcas de oleaje a
alturas de 300 a 400 metros sobre el nivel del mar.
Esta breve sinopsis geográfica se impone para dar
un mentís a la imagen popular de la fisonomía de
la región falconiana que evoca en la memoria la
estampa de una cabra, un cardo y una duna escul-
pida por feraz brisa.
21
AlllegaralapoblacióndeVientoSuave,fuimos
en busca de nuestro guía, Maximiliano Medina (59
años),sobrenombradoPaye.Nosencontramoscon
una persona grata y cordial, rasgo común en estas
gentes, quien nos informó que por todas partes en-
contraríamos petroglifos. La observación de Paye
en modo alguno es hiperbólica: estamos en el par-
que Juan Crisóstomo Falcón, donde se encuentra
una de las estaciones de petroglifos más grandes y
mejor preservados de Venezuela; se ha pretendido
hacer un inventario de los signos grabados, pero
dudamos que sea completo.
Como la lluvia había comenzado a caer con
fuerza, nuestro guía nos recomendó que fuésemos
a la Piedra Escrita del Roble. Cabalgamos duran-
te una media hora por caminos anegados; estaba
preocupado por mi cámara, una modesta pero fiel
Kodak KB-20, 35mm. lente: esférico de foco fijo de
30mm, de 2 elementos. Velocidad de disparador:
fija en 1/100 segundos. Abertura de diafragma:
f/8.0 para flash/luz de día. Sensibilidad de película:
película de impresión con DX (150) de 100, 200 ó
400. La grabadora acusaba signos de dejar de fun-
cionar como al final lo hizo… definitivamente.
Llegamos a un cruce de caminos que Maximi-
liano identificó como Carayapa. Frondosos árboles
nos protegían ya de un franco aguacero. La Piedra
Escrita del Roble es un afloramiento rocoso de un
1.20 metros de altura, cubierto de vegetación, la
que fue necesario despejar a golpes de machete.
22 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
Nada prepara al investigador para este primer
encuentro; puede estarse muy familiarizado con
la bibliografía, puede haberse visto mil fotogra-
fías excelentes, puede haberse escuchado las im-
presiones de anteriores investigadores o leído y
releído las impresiones que causan a la sensibili-
dad de los exploradores, pero nada puede prepa-
rar al espíritu para este encuentro. Mis petroglifos
eran más bien una muestra modesta: dos rostros
cuadrangulares grabados a los lados de la roca y
una espiral bastante erosionada coronaba el gru-
po. No parecían nada temible ni impresionante;
pero fue con ellos con los que pagué completa mi
novatada: la luz era mala y en consecuencia las
fotografías resultaron pésimas, no tomé nota de
la orientación cardinal de los grabados, ¡ni aun
tomé sus medidas!, apenas si usé unos lentes de
sol –con aquella lluvia– para tener alguna idea de
su tamaño relativo en la fotografía (este truco se lo
había aprendido a los geólogos, quienes emplean
una piqueta). No obstante las dificultades –o qui-
zás gracias a ellas–, sentí una profunda sensación
de misterio, de familiaridad, como si estuviese
ante un recuerdo cuyo exacto lenguaje hemos ol-
vidado pero conservamos su sentido último.
Paye nos informó que esta roca era usada
como referencia en las labores campesinas, como
cuando salen a buscar el ganado: se informa la di-
rección hacia donde hay que buscarlo sirviéndose
de la Piedra Escrita como señal de orientación.
23
Después de tomar algunas fotografías con-
memorativas, volvimos a Viento Suave, calados
hasta los huesos.
20 de mayo de 2003, Murucusa. La lluvia continúa
cayendo a torrentes, lo cual hace poco recomenda-
ble cualquier salida. Estamos en la pequeña pobla-
ción campesina de Murucusa que es mi centro de
operaciones en la Sierra de San Luis. El tiempo es
dinero; y no vine sólo a ocuparme de la presencia
física de los petroglifos o de su clásica dimensión
arqueológica, sino de su presencia –posible– en la
memoria colectiva. Así, pues, a otra modalidad del
trabajo de campo: a la entrevista.
Como en buena medida me he criado en esta
región, conozco bien a la gente, así que no les
asalto directamente a preguntas, sino que les ha-
blo de manera genérica de mis investigaciones y
les dejo que participen según su interés o capri-
cho. La cosecha es generosa: saber, por ejemplo,
que los petroglifos y las “Piedras Centellas” –ha-
chas de mano pulidas– están íntimamente conec-
tados; ambos son signos de antigua brujería: las
piedras centellas son amuletos contra los rayos;
los petroglifos eran lugares frecuentados por los
brujos. Tal vez sea posible ver aquí un eco de la
figura del shamán.
La información parece estar en todas partes,
sólo aguarda una mirada atenta: señales de cultura
material como metates se ven en casi todas las coci-
24 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
nas; de los campesinos pueden colectarse hachas de
mano que han encontrado en sus campos. Hemos
recogido una buena colección de éstas de las más
variadas y bellas, de distintos tamaños y estado de
acabado. La abundancia de metates –que las actua-
les poblaciones han olvidado el modo de hacerlos,
pero que usan habitualmente– como las numerosas
hachas de mano parece testimoniar la densidad de
la población precolombina en el área.
Una joya: una pequeña escultura, labrada en
obscura y brillante roca que representa un armadi-
llo o cachicamo; Dasypus novemcintus: cachicamo
de nueve bandas y Euphractus villosus: cachicamo
de seis bandas. Fue difícil obtenerla, quien la había
encontrado sospechaba su valor, pero le atribuía un
valor numismático –que a buen seguro ha de tener– y
no el valor testimonial que para nosotros tiene. Por
lo regular, encontramos bellas hachas de mano con
su simetría de lágrima, hondos metates, globulares
manos de moler, alguna tinaja de vetusta factura; y
aunque en su diseño hay belleza, su objetivo era cla-
ramente ser herramientas o utensilios. La pequeña ta-
lla narra otra historia: formaba parte de un collar. Al
volverla sobre la espalda, se aprecian en los extremos
del caparazón pequeñas hendiduras donde debía la
pieza incorporarse al arreglo; pero en algún momen-
to ocurrió un accidente y un fragmento del caparazón
se rompió, debiendo grabarse una segunda incisión;
después la pieza debió verse curiosamente “torcida”
en función del conjunto. La pieza nos habla de un
25
tiempo dedicado al labrado cuidadoso de objetos
destinados al culto o al ornato; sea como fuere, se
trata de una tarea que no se ocupa tan sólo de pro-
curar alimento o cubrir las básicas demandas de la
subsistencia. La libre disponibilidad de tiempo nos
habla de cierta holgura. Clarac ha recogido en la sie-
rra andina mitos referidos al cachicamo como animal
mítico vinculado al oro y los sismos.
Encontramos también un cubo de roca, cu-
yas fases se ven deprimidas por oquedades poco
profundas y desde ellas parten algunos pequeños
surcos superficiales. No sabemos muy bien cuál
pudo ser su uso, pero sospechamos se trata de un
amolador. Esta pieza u otra semejante no la he-
mos encontrado en otra colección.
Los campesinos nos hablaron de una gran
fuentederocaydeunosposiblespetroglifosquese
encontraban a varias horas de camino; pero el mal
tiempo impidió cualquier expedición. Esperamos
26 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
emprenderlaenunfuturopróximo,MellontaTauta,
como escribiese Poe. Tenemos noticias de un
posible taller de industria lítica, nos informaron
que se encuentran fragmentos de roca devasta-
das con clara intensión en una pequeña exten-
sión de terreno. Estas personas, quienes carecen
de cualquier entrenamiento arqueológico, son
agudos observadores y excelentes informantes,
sólo hace falta disponer de tiempo e ingenio
para poder escucharles.
22-de febrero de 2003, Casería Viento Suave,
estación Las Maravillas. Guía: Amabile González
(75 años). Aquí puede Ud. sentarse a tomar una
taza de café mientras estudia tranquilamente los
petroglifos. Están por todas partes alrededor de
la vivienda. Los motivos más frecuentes: rostros
cuadrangulares, espirales, figuras antropomorfas.
Una de ellas nos sorprendió particularmente; en
una roca que apenas afloraba del suelo se halla-
ba una figura labrada con los brazos en jarras, las
piernas separadas; a ambos lados de su cuadrada
cabeza, sobresalían arcos rematados en puntas
de flechas. Lo que cautivaba era su “sonrisa”,
pues el rasgo que corresponde a la boca se curva
a la manera que lo hace la sonrisa de los actua-
les comics. Inmediatamente la bautizamos como
la figura del “Arco”. No hemos topado con algo
semejante en nuestras lecturas ni en otras explo-
raciones. Señalemos que los viajeros y cronistas
27
del siglo XVI refieren el empleo de narigueras de
oro, y que bien podría tratarse de la representa-
ción de dicho emblema.
En algunas de las rocas donde se han grabado
signos, se “amolan” los instrumentos de trabajo como
machetes, hachas, escardillas; pero se tiene sumo
cuidado de no dañar los petroglifos. Estas rocas son
arenisca de grano muy fino, por lo que su empleo se
impondría por su propia condición natural para amo-
lar las herramientas, pero no podemos dejar de entre-
ver un eco de la memoria colectiva en esta práctica.
Las Maravillas se levanta en un claro del bos-
que, en la cima de una loma suave y fresca, aquí
se citan multitud de cigarras de gran tamaño que
los campesinos llamaban burreras. Cuando ca-
lienta el día su canto es frenético y es tal su inten-
sidad que puede resultar molesto. Con bastante
dificultad logré hacerme de algunos ejemplares.
22 DE FEBRERO, POR LA TARDE. Partimos de un hecho
que nos impone tanto la experiencia como nuestras
lecturas: lo real no es igual en el campo y en la ciu-
dad. Aunque en nuestras ciudades perviven numero-
sos rasgos, usos, nociones y costumbres de un inme-
diato e influyente pasado agrícola, es innegable que
éstos tienden a desdibujarse, a recomponerse en otro
espacio, quedan sujetos a otra dinámica.
Una cosa es abordar el estudio de las manifesta-
cionesrupestres–petroglifos,piedrasmíticas,pinturas
rupestres, etc.– en la comodidad demasiado citadina
28 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
de nuestro gabinete, leer atentamente algún journal
dejado en nuestras bibliotecas por algún exótico via-
jero,hojearsosegadamenteanuariosypublicaciones
especializadas, contrastar con deleite singular in-
formes provenientes de distintas manos, escritos
en distintos, distantes lugares, contemplar dibu-
jos y fotografías mientras vaciamos tazas de aro-
mático té. Otra –muy otra– es la “experiencia”
de encontrarnos con los petroglifos en “su” me-
dio: en el campo; no hablamos sólo del campo
como una extensión geográfica, física, sino como
un espacio mental: hablar con quienes comparten
tiempo, espacio y memoria día con día con estos
signos grabados en un pasado que en más de una
forma es nuestro; conmueve íntimamente ver alzar-
se estas rocas vivientes entre pastos y sombras, acu-
nadas en el vientre de azules montañas, a la vera de
caminos y siembras tan antiguos como la sangre. Vi-
sitando la estación de Viento Suave nos sorprendió
la lluvia; parecía tiempo y dinero perdido. Pero la
lluvia lenta, generosamente fue revelando secre-
tos al ir llenando esas agrupaciones de oquedades
poco profundas que suelen llamarse puntos aco-
plados. Ante nosotros una serie de agujeros fue-
ron recogiendo las gotas de lluvia que resbalaban
por la superficie de las rocas, caída desde el cielo
y las hojas. La experiencia que nos ofreció la llu-
via sólo ella podía dárnosla.
Se imponía una relación entre los puntos aco-
plados y la lluvia. Es evidente que estas manufac-
29
turas estaban destinadas a recoger el agua de la
estación lluviosa, testimonio de la siembra y, por
extensión, de la fertilidad. Surge una pregunta:
Toda la estación gira en torno al mismo tema –la
fertilidad–, o trata de un argumento más amplio,
del que ésta es un capítulo. Tal vez la respuesta
está un poco en todas partes, en cuyo caso será
necesario consultar diversas fuentes.
23 de febrero de 2003. San José, estación Piedra Es-
crita. Guía: Segundo González “Chundo” (40 años).
Segundo recuerda que su abuelo paterno le conta-
ba historias referidas a las piedras, le decía que en
ciertas noches éstas estaban iluminadas por una luz
interior; que señalaban el lugar donde estaban ente-
rrados cuantiosos tesoros, pero que estos bienes no
estaban destinados a cualquiera sino a los elegidos.
Las referencias a tesoros ocultos en la vecindad de
los petroglifos ha sido abundantemente recogida
en la literatura; sin embargo, se encuentra una gran
variedad de versiones en cuanto a la identidad de
los depositarios: en unas, son tesoros ocultados por
los indígenas para salvaguardarlos de la rapacidad
de los españoles; en otras, son los mismos conquis-
tadores quienes ocultaron sus tesoros, usando estas
piedras singulares como marcas fácilmente recono-
cibles; otras, finalmente, adjudican a los misioneros
tales riquezas. Vincular los petroglifos con tesoros es
una idea tenaz; y desde el punto de vista etnológico,
no deja de tener razón.
30 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
El abuelo de chundo le contaba que estas pie-
dras estaban pobladas de espíritus que salían de
ellas y se internaban en las montañas. Sea como
fuere, a “Chundo” no le place abundar demasia-
do sobre el tema y confiesa que, si puede, prefiere
evitar las piedras por las noches.
24 de febrero de 2003, La Peña Clara. Guía: Or-
lando Medina (15 años). La Peña Clara es un aflo-
ramiento rocoso impresionante; la piedra está
constituida de arenisca blanca –de allí su nom-
bre–, cuyo interior ha sido erosionado por una
corriente de agua, produciendo galerías que, con
cuidado, pueden transitarse de pie. El entorno
está cubierto por una tupida maleza, difícilmen-
te penetrable, por todas partes pueden verse unas
agraciadas arañas rojas que moran en el curso de
las corrientes de agua.
Medina cuenta que La Peña Clara fue re-
ducto de resistencia indígena y posteriormente
de la guerrilla a finales de la década del sesenta.
Recuerda que esta piedra era limpiada de vege-
tación regularmente por María Bracho y Víctor
Chirino, ambos fallecidos. Cuando la visitamos,
un sonoro enjambre de abejas africanas la había
colonizado. Su omnipresente zumbido constituye
un fondo algo atemorizante. Cuando le pregun-
tamos a Medina, de manera bastante amplia, si
habían otras piedras que guardasen alguna rela-
31
ción con la Peña Clara, nos mencionó la estación
de San José y los Urupaguales, lugar este último
que recibe su nombre por la abundancia de ár-
boles de urupagua (aveledoa nucifera), que dan
una nuez amarga, muy apreciada en todo Falcón
desde tiempos precolombinos. Nos refirió que en
las cercanías de los Urupaguales también pueden
encontrarse petroglifos. No obstante su guardada
belleza, dejamos la Peña Clara con un suspiro
de alivio, escuchando aún el nada tranquilizador
zumbido de las abejas africanas.
P. E.: Orlando Medina cursaba el segundo año
de bachillerato, del cual por alguna ignota razón se
encontraba ausente en un día de clases. Debe tratar-
se de algún epígono de Huck Finn y Tom Sawyer.
24 febrero de 2003. Viento Suave por la tarde. Vi-
sitamos a la Sra. Juana Quero, 58 años, quien vive
en mancebía con Maximiliano Medina, nuestro
primer guía, quien amablemente me ha brindado
su casa como base de operaciones en mis haza-
ñas cinegéticas. Aquí se me trata a cuerpo de rey,
se me regala con la tradicional arepa serrana, co-
nocida como tumba budare, dada su rubicundez.
Además me basta con asomarme a la cocina para
encontrar testimonios de la pervivencia indígena:
el metate sangrante de onoto, llamado por quie-
nes lo usan piedra de moler. La Sra. Juana asegura
que, aunque sus hijos le han obsequiado moder-
32 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
nos enseres, ella prefiere seguir con su cocina tal
y como la conoció de niña: leña y piedra de mo-
ler. Bien por ella.
La Sra. Juana recuerda que en la población
de El Guay se encontraba una piedra labrada con
petroglifos que a ella le recordaban imágenes del
sol. Esta roca fue destruida por las máquinas cuan-
do por allí hicieron una carretera.
A media tarde vino a guarecerse donde estába-
moselSr.ElíasColina,buscabarefugiodeesallovizna
insidiosa y pertinaz que en España llaman “cala-bo-
bos” y en Venezuela, de manera más gráfica y lapi-
daria, “moja-pendejos”. Colina es agricultor, tiene 64
años, vividos todos en estos contornos; mostrándose
interesado, se sumó de buen grado a nuestra conver-
sación: nos habló de la “Piedra de la Trinidad”, que
es homenajeada el 24 de junio, y en cuya cercanía
se han encontrado restos arqueológicos. Esta piedra
se encuentra en una cueva no muy distante de don-
de estamos, en ella, nos dijo, las formaciones rocosas
prefiguran pequeñas imágenes de santos. El día de
San Juan, 24 de junio, es el día en que los Encantos
están abiertos, estos Encantos son espíritus naturales.
El día de San Juan es una festividad antiquísima en
Venezuela, data desde tiempos precolombinos, pues
es un día cercano al solsticio de verano en el hemis-
ferio norte. Los africanos traídos a Venezuela adopta-
ron también el patronato, ocultando tras esta devo-
ción sus cultos ancestrales. El sincretismo en torno al
culto a San Juan es verdaderamente proteico, adqui-
33
riendo rasgos distintivos allí donde se da, en virtud
de la particularidad étnica de cada región. No deja
de llamar la atención que la batalla de Carabobo co-
incida con el 24 de junio; puede que se trate de una
“racionalización” institucional e histórica de conte-
nidos inconscientes, en este caso, del inconsciente
colectivo. La coincidencia de fechas no es cuestión
gratuita; consideremos, verbigracia, la coincidencia
en las fechas de nacimiento y muerte del Benemérito
General Juan Vicente Gómez –segundo padre de la
patria, para los positivistas venezolanos de 1920– y
las de Simón Bolívar, El Libertador.
Colina nos habló de la Piedra de San Luis, enor-
me masa rocosa cercana a la población del mismo
nombre. La roca se encuentra en la cumbre de una
montaña. Está rodeada por una cadena, “amarrada”;
encima de la roca hay una imagen de la Virgen; se
dice que si la roca se suelta, se destruye el pueblo.
“Parece –recogemos palabra por palabra la frase de
Colina– que la roca estuviera peleando con el cielo.”
24 de febrero de 2003, Por la noche. Revisábamos
la obra de Carl G. Jung y sus colaboradores: El hom-
bre y sus símbolos, cuando leímos estas líneas debi-
das a la pluma de Aniela Jaffé:
Aún hoy día, una extraña magia parece rondar
las cuevas que contienen los grabados y pinturas
rupestres. Según el historiador alemán del arte
Herbert Kühn, a los habitantes de las zonas donde
34 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
se encontraron esas pinturas, en África, España,
Francia o Escandinavia, no se les puede convencer
para que se acerquen a las cuevas. Una especie de
temor religioso o, quizás, miedo a los espíritus que
vagan entre las rocas y las pinturas, los mantiene
apartados. Los nómadas que pasan por allí, aún dejan
sus ofrendas votivas ante las viejas pinturas rupestres
en África del norte. En el siglo XV, el papa Calixto II
prohibió las ceremonias religiosas en la “cueva de
los caballos”. No se sabe a qué cueva se refería el
papa, pero no hay duda que sería una cueva histórica
que tuviera pinturas de animales. Todo esto viene a
demostrar que las cuevas y rocas con pinturas de
animales siempre se han considerado instintivamente
como lo eran originalmente: lugares religiosos. El
numem del lugar ha sobrevivido a los siglos.
En Venezuela el culto a las rocas ha sobre-
vivido hasta fecha bastante reciente; incluso,
en más de una forma esta aún presente. De ello
nos ocuparemos en detalle al tratar de los sím-
bolos encontrados en los petroglifos. Sirva por
lo pronto decir que Alfredo Jahn lo documen-
tó a inicios del siglo XX en los Andes, y Oscar
Yanes hacia 1945 en Caracas, Clarac lo docu-
mentó en el estado Mérida en el último tercio
del siglo XX. Nosotros nos hemos topado con
el trato respetuoso –casi idolátrico– a la roca
en el estado Falcón cuando apenas despunta
el siglo XXI. Sabemos que otros investigadores
35
en, otras partes del país, se han encontrado con
situaciones afines. Sólo resta despejar la natu-
raleza misma de ese culto.
26 de febrero de 2003, Estaciones de San José y
Viento Suave. Es un día como para salir a cazar pe-
troglifos. La temperatura de la mañana es modera-
da, sopla una gentil brisa, tenemos una atmósfera
diáfana y una luz excelente. Encontré a Aramís
González (28 años) estudiante de la Universidad
Francisco de Miranda, quien ha de servirme de
guía, frente al potrero del Sr. Guillermo Chirinos.
Referí el día anterior a Aramís mi interés por los
petroglifos de la región al tiempo que le mostraba
las reproducciones de algunas fotografías toma-
das por Hernández Baño y Ruby de Valencia en la
zona. Aramís reconoció de inmediato la imagen
del “Venado de Piedra” como Hernández Baño
bautizase alguna de las rocas de acuerdo a una le-
yenda local, la misma toma de la roca empleada
por Hernández Baño para ilustrar la portada de su
libro es reproducida por Ruby de Valencia en El
diseño en los petroglifos venezolanos.
Entramos en la propiedad sin pedir permiso;
supongo que el ser vecino del Sr. Chirinos per-
mite a Aramís tomarse ciertas licencias; en cual-
quier caso, atravesar las propiedades de otro es
una práctica más o menos corriente en la sierra
falconiana, siempre y cuando se conozca a los
propietarios y no se ande en malos pasos.
36 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
Aramís ha realizado algo de investigación
histórica amateur con fines académicos; según
me comentó, investigó sobre las rutas por las que
transitaban los arreos de mulas entre Coro y Ca-
rora. Está ruta aún puede seguirse en parte y en
algunos lugares pueden hallarse las ruinas de an-
tiguas posadas. Esta ruta comercial comprendía
Las Antillas Menores, La Provincia de Coro y El
Valle de Barquisimeto, y la evidencia histórica y
arqueológica permite extenderla hasta los Andes.
Aquí encontramos una vez más la pervivencia de
usos precolombinos en nuestro pasado colonial y
temprana vida republicana.
27 de febrero de 2003, San José. Esta estación fue
descrita y fotografiada por Hernández Baño a co-
mienzo de la década del setenta; este hecho nos per-
mitió constatar un fenómeno notable: el paso de los
investigadores se imprime fuertemente en la memoria
de las colectividades vecinas a los petroglifos, es el
registro de un saber que se añade a la historia de las
investigaciones. Otro tanto encontramos en Taratara
con relación a las andanzas de Cruxent, en Casigua
con Pedro Manuel Arcaya, en El Mestizo con Her-
nández Baño. Es un poco como pasar a formar parte
del tejido que se pretende desenredar. ¿Seremos parte
también de esta trama urdida por el devenir?
Según Hernández Baño, la leyenda del Ve-
nado de Piedra es la que encontramos asociada a
la estación de San José: en otro tiempo existió en
37
ese lugar un hombre llamado ““El Salvaje””, ser
de aspecto humanoide, cuyo cuerpo está cubier-
to de espesa vellosidad. Se dice que este ser es
muy enamoradizo y recurre a los encantamientos
para llevarse a las muchachas núbiles a una fuen-
te donde las sumerge en un agua que no las moja;
luego les lame las plantas de los pies, lo que les
impide marcharse; allí, en ese paraje oculto, la
cautiva es alimentada por un captor con frutas
silvestres. Los padrinos de la muchacha son los
únicos que pueden romper el encantamiento lla-
mándola a voz en cuello.
La presencia de “El Salvaje” infundía pavor
en aquellos lugares por lo que fue requerida la
participación de un piache para capturarlo. El
piache invocó al Salvaje a su choza, donde lo
retuvo varios días y sirviéndose de ensalmos, sa-
humerios y rezos, lo hizo pasar al otro mundo.
La memoria de estos hechos está guardada en
la roca. En nuestro escritorio reposa un ejemplar
mecanografiado de un texto de Hernández Baño;
allí leemos …
encontramos una roca grande, de dos metros de al-
tura por cinco metros en su base; los dibujos más fre-
cuentes son rostros, algunos rodeados por radios. En
la arista orientada hacia el Este hay dos figuras dignas
de tomarse en cuenta: la primera es una cabeza de
animal, que puede perfectamente representar un ve-
nado; más abajo, encontramos la imagen de un ser
38 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
monstruoso de feroz aspecto. Añadamos a ello que la
palabra Cabure proviene del quechua Kahurí que sig-
nifica monstruo. Cabe preguntarnos: ¿hasta qué punto
la Leyenda del Venado de Piedra que nos contaron los
lugareños es sólo un mito? Existe un testimonio que
por dos fuentes llega hasta nosotros: La tradición oral
a través de nuestros queridos viejos y la bella leyenda
escrita en una escultura de piedra.
Interesantes observaciones, al margen de la
discutible filología. Tres mitos nos asaltan al in-
quirir sobre los petroglifos, no hemos salido a
buscarlos expresamente, mas los encontramos in-
sistentemente en cada lugar que visitamos y en
algunas de las referencias colectadas por otros
investigadores: María Lionza, “El Salvaje”, Ma-
naure. Después de todo, hemos basado nuestra
búsqueda en las eventuales relaciones entre mito
y petroglifo en tierras falconianas.
En buena medida el mito de María Lionza es
el gran mito unificador del pasado y el presente de
Venezuela –conjuntamente con el de Bolívar, así
se escandalicen políticos y académicos–. En Fal-
cón, las prácticas espiritistas son bastante usuales y
los ríos que surcan la sierra de San Luis se prestan a
las mil maravillas, así lo prueban las marcas de ve-
las y restos de pólvora que en ellos se encuentran.
Incluso asistimos a algún ritual; interesante por lo
demás, pero esto es harina de otro costal… aunque
no tanto, como oportunamente se verá.
39
El mito de Manaure es el mito fundacional de
los corianos, de los nativos de Coro, nombre colonial
de la provincia. Calles, plazas, negocios, fundaciones
llevan su nombre. Mariano Picón Salas llegó a decir
de Manaure que era el “Néstor” de los indios, en cáli-
do eco homérico. La figura de Manaure se nos impo-
ne por múltiples vías: la toponimia, la tradición oral,
la investigación etnológica y el trabajo de campo. Lo
singular es la forma cómo los mitos de Manaure, Ma-
ría Lionza y “El Salvaje” parecen tejer un tapiz; aun-
que no debería sorprendernos si recordamos a Lévi-
Strauss y a Octavio Paz: “los mitos se comunican a
través de los hombres y sin que éstos lo sepan.”
27 de febrero de 2003. San José, de noche. Am-
plias noticias sobre “El Salvaje” encontramos en
la obra Hacia el indio y su mundo de Gilberto
Antolínez. Cuando Humboldt visitó el Orinoco,
oyó a los indígenas una singular leyenda; nos
cuenta que primero fue en las cataratas de Atures
donde primero oyó mención:
…de hombre velludo de los bosques que denominan “El
Salvaje”, que rapta a las mujeres, que construye cabañas
y come a veces carne humana… los Tamanacos le llaman
Achi, los Maipures Vasitri, o ¡Gran Diablo! Los indios le
decían que “El Salvaje” tenía los pies vueltos hacia atrás,
y que cerca del río Paruasi existía un cerro llamado Achi-
tipuiri, que en tamanaco significa: Cerro del Hombre de
los Bosques. R. Spruce, en su viaje por el Casiquiare en-
40 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
tre 1853 y 1854, apunta que por aquellos rumbos había
existido antiguamente una población indígena llamada
Samadu-Cani, es decir: “La Tierra del Samadu, animal fa-
buloso parecido a un hombre en tamaño y aspecto pero
con piernas y brazos largos y pellejudos, que se mostraba
de vez en cuando en la selva, con terror de las mujeres y
los niños… La creencia en la existencia de esta especie
de hombre-lobo es corriente entre la generalidad de los
indios del Amazonas y del Río Negro”.
En nuestros días, persiste en Venezuela esta
creencia: la encontramos en Falcón, Mérida, Truji-
llo, Barinas, Lara y Yaracuy, y con algunas variacio-
nes, en otras regiones del país. Como ya Humboldt
supo presentirlo, esta creencia se encuentra íntima-
mente conectada al aspecto y los hábitos de un gran
plantígrado, oriundo de las cordilleras americanas
del borde del Pacífico: el “Oso de Anteojos” (Tre-
marctos Ornatus), el cual es capaz de erguirse sobre
sus patas traseras, evocando así una figura humana.
Jacqueline Clarac reconoce un fuerte núcleo
de este mito en la región de los Andes venezola-
nos; apuntan en este sentido las investigaciones
de Belkis Rojas: “Los antepasados indígenas que
huyeron hacia las montañas, se convirtieron en
‘bichos’, en ‘animales de montaña’, como el oso
frontino, llamado ‘joso’ o ‘salvaje’. La humanidad
del oso se expresa en distintos relatos, estructura-
dos según la misma pauta en diferentes partes de la
cordillera.” El oso, asevera Rojas, siguiendo a Cla-
41
rac, es especialmente percibido como “indio salva-
je”, que busca a la mujer campesina para procrear
con ella; de estas uniones nace un ser cuya mitad
superior es de hombre, de “cristiano”, y la mitad
inferior es de oso, es llamado “ Juan Salvajito” o
“Juan Joso” o, simplemente, “El Salvajito”. Omar
González Ñañez encuentra tradiciones afines en-
tre grupos indígenas arawak del sur de Venezue-
la. En este escenario, se trata de una especie de
semi-hombre llamado Makúlida y Jiwémi entre los
warekena, Yamadú en baré, Walaluna en baniba,
Kurupira en lengua yeral; los pobladores criollos y
los mismos indígenas de la región lo denominan
en castellano “El Salvaje”.
El Demonio Alucinador del Bosque, escribe
Antolínez, es el ser de mil nombres en la Améri-
ca Indígena. Pero en la selva amazónica sus tres
nombres sinónimos más diseminados y mejor co-
nocidos son, según Hurley, los de Curupíra, Ca-
apóra y Caipóra. La objetivación demoníaca de
Caapóra no debe asimilarse al demonismo del
Diablo cristiano, entendido como elemento dual
espiritual maléfico que se contrapone a Dios. Ca-
apóra, nos dice, debe considerarse antes como un
duende, como un ser silvestre, como una entidad
espiritual no circunscrita a ningún sistema ético
dualista: se trata de un espíritu guardián, de mo-
ralidad indefinida: el Angaussú o “Gran Alma” de
la floresta, unas veces bondadoso y acogedor, las
otras veces vengativo y violento:
42 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
Caapóra es un hijo espiritual del “mal de la selva”, una
creación fantasmagórica experimentada como angustio-
sa vivencia por aquellos cazadores primitivos que fueron
tantas veces encontrados por los suyos, hambrientos, di-
lacerados, enloquecidos por la selva, con los ojos áto-
nos, la lengua pesada y babeante, contando narraciones
fantásticas de pueblos encantados, mozas hermosas, lu-
juriosas y sádicas, debidas al estado de trance a que el
cansancio y la inanición los condujeran.
Experiencias afines están reservadas a los teme-
rarios que se extravían en la fronda sudamericana.
Señala Antolínez que la creencia en el Demo-
nio de los Bosques es muy frecuente en nuestro
medio continente austral, al este de la gran cadena
andina. Aun cuando el Tremarctos Ornatus no sea
oriundo de la floresta amazónica, fue en esta zona
donde la “teoría extravagante” de “El Salvaje” en-
contró más fuerte acogida. Anotemos que aún a
comienzo del siglo XXI, era dable encontrar osos
frontinos en las montañas larenses, donde al me-
nos uno fue muerto por estas fechas –lástima–.
Pensaba Barbosa Rodríguez que la leyenda de
Curupíra sea venida de los nahual de México, ex-
tendiéndose como una gran onda ideológica por
“Venezuela, por las Guyanas, por el Perú, por el
Paraguay… desde los karaiba hasta los guaraní.”
Así lo hallamos desde Colombia hasta el Chaco
paraguayo y argentino. Pensemos que al recopilar
testimonios orales en el campo, encontramos do-
43
cumentos que apuntan hacia un panamericanis-
mo anterior a los ensueños republicanos: realidad
cada vez más evidente, conforme comparamos
los petroglifos, la cerámica, la orfebrería y la mi-
tología americana.
Volviendo a nuestro tema: Caapóra-Curupíra
es un ser que presenta dos aspectos: uno mascu-
lino, el otro femenino: es “un Señor” o “una Ma-
dre” (Cy) de la selva. Su entidad primordial se ha
desdoblado a través del tiempo, y de ese modo
aparece bajo la forma de una pareja humana: ma-
rido y esposa. Es el abaquára o “padre de la caza”
y la Caácy o “madre de la selva” en Amazonia.
Sería de interés contrastar estas personificaciones
con las de Arco y Arca de la cordillera andina. El
varón Caapóra usa un hacha fabricada de casco
de tortuga jabuti, con la cual gusta hacer ruido;
su esposa Caácy es una anciana arrugada, gran
hechicera, versada en toda suerte de brujería. En
algunas regiones, Caácy es una india muy oscura,
que jinetea sobre un gran puerco salvaje. Sus hi-
jos son: Sacy, el niño rojo de un solo pie volteado
hacia atrás que engaña a los viajantes; y los se-
res fantásticos encantados de la selva, como son:
uirapurú o pájaro violinista (leucolepia muzica,
Troglodytiae), el sapo arú, el xincuán o ave ago-
rera de la mala suerte, el sinfín o aguaitacaminos
urutahy, conocido en las serranías falconianas co-
mo tapacaminos, la tara o mariposa fúnebre xa-
quiránabova, el enano matín-taperéra, mitad
45
duende y mitad araguato…Todos estos seres ma-
léficos son el espanto del morador de la manigua.
“De un modo más o menos adulterado –aco-
ta Antolínez–, estos seres mitológicos del área
amazoniana pueden conseguirse superviviendo
en el folklore de las masas rurales de Venezuela.
La Caácy de Bahía puede encontrarse en Falcón,
Portuguesa, Yaracuy, Lara. El sinfín tiene una her-
mosa leyenda en los llanos de Barinas. El sacy,
múltiple, corresponde a los enanos de un solo pie
que llaman los mestizos de Trujillo ‘Los Tateyes’,
y son venerados como señores o dueños de los
campos cultivados.”
Aunque “El Salvaje” sea el ser de los mil nom-
bres, indudablemente el más conspicuo es el de
Caapóra. Antolínez propone la siguiente etimología:
caá o cáa que vale por árbol, arbusto, hoja, pero pre-
dominantemente por bosque. Además póra equivale
en tupí-guaraní a “el habitante, el morador, el que
permanece o está adentro de una cosa.” De modo
que el nombre guaranítico Caapóra significa tanto
como “el agreste”, “El Salvaje”, el rústico morador
del bosque. En consecuencia, aplicando este prin-
cipio, hallamos que Caapóra es “El Salvaje” habita-
dor del bosque, y la esencia y substratum del bosque
mismo; como también el ser que salta en la selva, si
atendemos a que póra es fonéticamente parecido a
póre, que significa salto; recordamos al respecto que
“El Salvaje” es descrito con los pies mal conforma-
dos o vueltos hacia atrás, por lo cual ha de poseer
46 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
una marcha de aire singular y arbitrario. Referencias
a los pies vueltos hacia atrás las hemos encontrado
entre los campesinos falconianos; explican que en
virtud de esta configuración el “Duende” –como lo
llaman– confunde su marcha: en verdad, viene de
donde su rastro parece indicar que va.
El Salvaje cabalga sobre un venado, una danta
o un báquiro. Es el padre de los animales que vi-
ven socialmente y andan en manadas. En algunas
tribus del alto Río Negro, según refiere Barbosa, los
indígenas “no matan al yacamin (Psophia Crepitan)
ni a la danta, por no ofender al Curupíra. En las
reminiscencias aborígenes actuales de Yaracuy,
Lara y Falcón que informan el complejo mítico
de María Lionza, Dueña de la Selva comparable a
Caácy o Curupíra-hembra, ella monta una danta
con las ancas “herradas” o marcadas con símbo-
los indígenas de oculto contenido: “petroglifos”;
y María Lionza arrea ante sí manadas de animales
silvestres: pumas, jaguares, tapires y venados, cu-
yas heridas cura, y por cuya integridad vela. En
Táchira encontramos una tradición que guarda
con María Lionza muchos puntos en común.
Caapóra se presenta a las tribus del sur de la
Guayana venezolana como “un feo y fuerte hombre
macho, oscuro, de pecho ancho y velloso, caballero
de un báquiro, en cuya extraña montura va arreando
la fauna amazónica: monos, coatíes, etc., para prote-
gerla de los cazadores.” Según el relato de Gastón Fi-
gueira, es un “habitador de los árboles del bosque”,
47
este aspecto, señala Antolínez y encontramos en
Clarac, corresponde con los hábitos biológicos del
oso frontino, el cual construye en la fronda, usando
palos y hojas, una especie de nido entre los árboles.
Actualmente, encontramos entre los campe-si-
nos de los estados Falcón, Lara, Yaracuy, Guárico y
Miranda una clara supervivencia de Caapóra: allí
se aparece a los cazadores un enigmático “Pastor
de los venados” –muchos de ellos cojos o mal he-
ridos–. El personaje llevaba su rebaño a un corral
donde les prodigaba cuidados. El cazador poco cer-
tero seguía el rastro de sangre del animal hasta llegar
al corral, donde el “Pastor de los venados” le con-
minaba a mejorar la puntería y a no multiplicarle
el trabajo de curar tanto animal torpemente lasti-
mado. En numerosas ocasiones la historia conclu-
ye con la locura del cazador. En la zona fronteri-
za brasilovenezolana, es “el padrino de todos los
bichos, desde la hormiga hasta la danta, y desde
el matajey hasta el rey de los zamuros”, persigue
a quienes matan la caza por puro placer cruel; su
“estatura es de dos palmos, y de dos palmos más”,
según le informaron los indios a Trayanov.
Otro de los mil nombres de Caapóra-Curupíra
es Caípora. Tastevin da para esta palabra tupí las
siguientes acepciones: a) infeliz, desdichado, fa-
tal, funesto; perseguido por la Capora o Caípora;
b) Curupíra. Amadeo Amaral dice: “El Caapóra,
genio silvestre, tiene la particularidad de hacer in-
feliz a quien encuentre, montado en su puerco,
48 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
cuando corre por el bosque: de ahí el nuevo senti-
do que el nombre adquirió, en la fórmula caípora.”
Para Antolínez, Caapóra es infeliz, y por ello a
ratos colérico y vengativo, y, de acuerdo con la
idea indígena de que los males son sustanciales
y se transmiten por contacto, Caapóra procura el
encuentro con quienes entran en la manigua mo-
vidoporpremeditadaymalévolaintención.“Caapóra
es, simplemente, un mabitoso”, concluye Antolínez,
queriendo significar que transmite la mala suerte.
Caapóra es la totalidad biológica del bosque,
“su” palpitación vital. Comprendemos así que cual-
quier vida que se le reste al bosque, se le roba a
Caapóra mismo, de donde podemos ver que pro-
ceda a defenderse contra quien atente contra su in-
tegridad. Tastevin y Antolínez comprendieron bien
esto. Monseñor Lunardi lo describe como un habi-
tador del bosque, un licántropo (hombre lobo de
las leyendas grecolatinas y centro europeas), con
los pies vueltos hacia atrás, guardián de las bestias
de la selva: esto nos lleva de nuevo a Humboldt.
Trayanov señala que Curupíra, para perder
a sus enemigos, “los crueles cazadores blancos”,
que no matan por hambre sino por deporte y cruel-
dad, imita todo sonido animal y hasta un falso ruido
de hacha: en este aspecto equivale a “El hachador
silvestre” del folklore occidental venezolano. “Es
agresivo y camina agachado y colérico. Cojea de
una pierna que tiene vuelta hacia atrás (una varian-
te de la versión humboldtiana) y bambolea su ca-
49
bezota enorme, de chata nariz, unidas cejas y boca
provista de cuatro colmillos descomunales”. Afianza
las raíces de los árboles para que no los derriben las
tempestades. En Amazonia, según Gastón Figueroa,
Curupíra persigue a los leñadores que cortan madera
en la manigua; constituye éste un claro ejemplo de
un mito indígena que se torna en lo que Richardson
llamó “folklore nacional”, y que este investigador es-
tudiase entre barqueros, leñadores, maquinistas del
ferrocarril y vaqueros.
Curupíra es el protector del bosque, pues le
encarna; para Antolínez representa el “Principio
vegetal húmedo del bosque”. “Es bueno saber
–escribe–, en lo que atañe a la distribución geo-
gráfica de la leyenda de ‘El Salvaje, hachador y
protector de los árboles’, que al sur con C˚ 40 de
latitud austral, en plena costa pacífica chilena, to-
davía encontramos rastros de Caapóra”. Allí se le
llama Thráuco; tiene una hachita de piedra con
la cual suele dar tres golpes a un árbol; estos ha-
chazos son tan estridentes que causan pavor al
hombre más valeroso.
Sintetiza el encuentro entre folklore y etnología:
“Al tratar de las supervivencias folklóricas de la
creencia de un Demonio del Bosque –escribe An-
tolínez–, en un Salvaje Protector de la Caza y de
los Árboles, tengo que hacer forzosa referencia al
‘diablo’ de los indios caketío del estado Lara…: to-
davía se le teme y creo hallar su equivalencia en el
celebérrimo ‘Diablo de Carora’, de cual di-cen que
50 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
se suelta en Semana Santa”. Francisco Tamayo, en
un estudio sobre María Lionza, reco-ge la tradición
de que en la localidad del cerro Santa Ana de Pa-
raguaná, zona caquetía, hay un dueño llamado
Capo, quien, junto con una serpiente emplumada
que tiene una estrella en la cabeza, impide que
sean cortados los árboles de la montaña: “Cuando
le sucede algo a las personas que se aventuran
por aquellos lugares es el Capo el responsable de
lo sucedido. Si alguien corta un árbol, se le apare-
ce el Capo, y su sola presencia basta para aterrar a
los campesinos, ocasionándoles sincopes”. Anto-
línez encontró una creencia análoga en Yaracuy.
En las líneas que hemos dedicado al mito de Ma-
naure, recogemos los datos consignados por los
cronistas quienes refieren que Capo o Capú como
una de las entidades invocadas por los chamanes
caquetíos en sus curaciones.
La Relación Geográfica de Nueva Segovia –hoy
Barquisimeto–, presentada por el Cabildo de aque-
lla ciudad en 1578, cuenta que los indios caque-
tíos de aquella región llamaban al demonio Capú,
y que podían tener trato con él los hechiceros. En
una salida realizada por Nicolás de Federmann en-
tre el 12 de septiembre de 1530 y el 17 de marzo
de 1531, siguiendo la serranía de San Luis hacia el
valle de Barquisimeto, encontramos noticias sobre
el carácter caquetío de los pobladores de Coro y
Barquisimeto. Durante la travesía la comunicación
se seguía de esta suerte: “Federmann –escribe Isaac
51
J. Pardo– se dirigía a un cristiano de los veteranos de
Coro y éste, a su vez, a un caquetío, el caquetío a
un jirajara, el jirajara a un ayamán, el ayamán a un
coyón, y el coyón traducía, finalmente, para los aja-
guas. De esta manera se les explicaba a los indíge-
nas del ‘Nuevo Mundo’ la existencia del Dios único
y verdadero, la encarnación de Cristo, el Papado y
el Imperio”. En el valle que los indios llamaban de
Variquisimeto, por el río que lo cruza, halló Feder-
mann indios caquetíos como los de Coro, como lo
indica el hecho de simplificar la comunicación a la
hora de bautizar indios y requerir oro.
En Falcón, Lara y Yaracuy, la aparición de los
dueños del bosque va precedida de lluvia, rayos y
broncos truenos, en ello coinciden “El Salvaje” de
Chile, Brasil y Venezuela; son además, Hachadores
o Leñadores fantasmales de la selva. El ojo único y ci-
clópeo de la serpiente emplumada que acompaña a
Capo se corresponde a la forma de un niño indígena
con un solo ojo de mochuelo que asume Curupíra-
Caapóra. Al Curupíra-Caapóra se le confunde con el
Bitatá o Mboitatá, literalmente “La serpiente de fue-
go”, otro dueño del bosque, que en Brasil persigue
a los leñadores. Esta serpiente se presenta como un
inofensivo tronco de árbol semipodrido; y después
toma su forma terrorífica que es la de un culebrón
con un solo ojo brillante en la frente, con cuyo brillo
calcina a su víctima. Compárese al mito amazónico
con la segunda parte del mito de Manaure que en-
contramos en Agua Clara, donde Manaure asume la
52 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
forma de serpiente monstruosa que mata a la mujer
avara que espiaba a la anciana caquetía.
En resumen y siguiendo de buen grado a
Antolínez:
Pese a las infinitas variaciones regionales, “El Salvaje” con-
serva una fisonomía moral o etopeya propia; su influencia
fue tan grande que pasó del indio al español y al negro, y
se fijó por tanto en la conciencia popular, y establece un
ligamen ideológico arcaico pero persistente entre los ha-
bitantes de toda Sudamérica, desde los lugares frígidos de
la costa chilena hasta la Cordillera de Mérida, y desde las
dunas arenosas del Estado Falcón hasta el Chaco Paragua-
yo inmisericorde, cenagoso y desarrapado.
29 de febrero de 2003, Viento Suave. Afortunada-
mente el día comenzó despejado, aunque la luz
no parece muy recomendable para las fotografías.
Dedicaré la mañana a visitar algunas rocas que
aun careciendo de petroglifos parecen guardar al-
guna relación con la estación.
Una roca llama particularmente la atención,
parece una pila, es difícil decir si fue tallada o es
una forma por entero natural. Eliade apunta el ca-
rácter dialéctico de lo sagrado: “lo sagrado está en
el interior del hombre, pero necesita de la natura-
leza para reflejarse y hacer al hombre consciente
de su propia sacralidad. Surge entonces una serie
de preguntas: ¿Cómo reconoce el hombre en el
“paisaje” la sacralidad? ¿Es un lenguaje determi-
53
nado por la cultura u obedece a determinaciones
más profundas, casi genéticas? ¿Es sagrado lo na-
tural, lo correspondiente es verdad? Contemplo la
forma caprichosa de esta roca y sospecho –quizás
debiese decir intuyo– que pertenece al conjunto
de los petroglifos, pero no puedo estar seguro.
Con La Peña Clara no ocurre lo mismo, su
presencia, las galerías que en su interior excavó el
agua, el hecho de que la comunidad le hubiese
dado un nombre y que ese nombre hubiese perdu-
rado en la memoria, dicen a las claras que es una
roca dotada de significado. En cambio, esta piedra
de forma sugerente parece pasar desapercibida;
pero quizás tenga un nombre, lo averiguaré.
Sí, tiene un nombre, me lo dijo Aramís, se llama
“LaBatea”;enunprincipiopuedepareceralgodecep-
cionante, pero ¿cuántas piedras tienen un nombre?
Por lo demás nadie me señaló los puntos acoplados
cuando pregunté por los petroglifos y eso que están
en el camino que lleva al pueblo. ¿Cómo sobrevive la
memoria colectiva? ¿Qué tan plástica puede ser?
Al otro lado de la carretera que lleva a Viento
Suave, se encuentran, amontonadas, en el más ab-
soluto desorden, grandes rocas fracturadas; fueron
removidas para hacer la carretera. En ellas pueden
apreciasen algunos símbolos erosionados y una serie
de hoyos alineados. Si había aquí algún texto, puede
decirse que está hecho pedazos; pero aún así es va-
lioso, aunque sólo sea como testimonio de la insen-
sibilidad, la estupidez y la barbarie.
54 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
Comienzo a tener una idea de la magnitud
del conjunto al que sólo por claridad referencial
he llamado San José y Viento Suave, y de la difi-
cultad que implica su comprensión; me informan
que hay más petroglifos en otros potreros veci-
nos. Sería de desear elaborar un registro fotográfi-
co completo de la estación así como un levanta-
miento topográfico; pero cómo hacerlo si bien es
posible que no se conozca cuántas rocas integran
la estación. Repuesta: más trabajo de campo.
29 DE FEBRERO DE 2003, Murucusa POR LA tarde. Sa-
limos a buscar el supuesto taller de industria lítica.
Tras una caminata prolongada por un sendero acep-
table, llegamos a un claro en la base de un cerro,
allí encontramos numerosos fragmentos de roca de
pequeño tamaño que parecen dar testimonios de
una actividad orientada a producir herramientas de
piedra. El lugar sin duda era un taller. Es necesario
un levantamiento arqueológico sistemático, por lo
que me limito a recoger sólo algunas muestras: des-
perdicios del trabajador de ayer, datos para el inves-
tigador de hoy.
29 DE FEBRERO DE 2003, Murucusa POR LA NOCHE.
Curiosa colección de datos: apuntes sobre oralidad,
algunas muestras geológicas, varios rollos de fotogra-
fías, algunos especímenes zoológicos y botánicos. Es
un rompecabezas donde el todo es más que la suma
de las partes. Algo sí he encontrado de manera in-
55
contestable: Tradiciones y usos vinculados a los pe-
troglifos. Aún falta contrastar los datos recogidos en el
campo con las investigaciones ya publicadas sobre el
tema. En lo que toca a Falcón, sentimos todo el peso
de lo que significa ser un pionero: la soledad. Arcaya,
Hernández, Cruxent, Perera, se han ocupado de los
petroglifos de Falcón; pero ellos no pudieron quitar-
les los ojos de encima; yo, en cambio, deseo oírlos,
hacer una “arqueología de la oralidad”, escuchar las
voces que giran en torno a sus símbolos. Tengo más
dudas que cuando empecé. Es una buena señal.
30 DE FEBRERO DE 2003, Cabure, Camino de los
españoles. Partimos a la mañana, dispuestos a
seguir el antiguo camino de los españoles. Por
lo regular estos senderos se trazaron sobre rutas
indígenas consolidadas. En algunas partes el em-
pedrado se conserva notablemente bien. El ca-
mino discurre siguiendo la suave topografía de la
montaña; salvo en las pendientes, donde el em-
pedrado casi se ha perdido por completo. Como
ha estado lloviendo últimamente, las pendientes
se muestran bastante resbaladizas y peligrosas.
A las márgenes del camino se encuentran al-
gunas cruces labradas en piedra cuya escritura es
prácticamente ilegible. Al parecer, en algunas par-
tes del camino se encontraban puentes, pero estos
se han perdido. Al mediodía llegamos a un conjun-
to de cuevas; algunas se encuentran inundadas; en
56 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
ellas nadan pequeños peces del género poecilia.
Exploramos la mayor de estas cuevas: apenas en su
interior, encontramos una bóveda elevada; abun-
dan las estalactitas y las estalagmitas, por doquier
se encuentran trozos que muestran la estructura
cristalizada de su interior. Alguien pintó en una de
las paredes de la cueva un enorme caballo de co-
lores rojizos; sin duda, el artista –bastante reciente–
tenía en mente las pinturas rupestres de Altamira.
El trabajo es bastante aceptable y constituye un eco
curioso de una tradición.
Recorrimos unos cien metros en el interior de
la caverna, sólo provechosos para la espeleolo-
gía. La caverna desciende siguiendo un ángulo de
unos 30˚. Caminar sobre los fragmentos de roca,
haciendo equilibrio con una linterna en la mano,
puede resultar muchas cosas pero no divertido.
Como no vengo en son de espeleólogo, abandoné
la cueva a los veinte minutos de estar en ella, sin
otro hallazgo que ese caballo contemporáneo.
De vuelta en el camino, lo seguimos por unas
dos horas, encontrando tramos en excelente estado
de preservación. Este tipo de testimonio de nuestro
pasado plantea una serie de preguntas inquietan-
tes: ¿Debemos darlo a conocer al público, corrien-
do el riesgo de su irremisible deterioro? ¿Debemos
dejarlo al cuidado y estudio exclusivo de quienes
se ocupan de este género de patrimonio? ¿Existe
una opción intermedia? ¿Cuál? A estas preguntas
he encontrado todo tipo de respuestas. Ninguna
57
satisface a todos. Sólo una cuestión es evidente: el
antiguo camino de los españoles es irremplazable,
y sea cual fuere la opción que hayamos de asumir
es necesario velar por su autenticidad.
Concluye aquí nuestra primera salida de cam-
po en La Sierra de San Luis. Encontramos abun-
dantes petroglifos en los más diversos estados de
preservación. Los testimonios que nos brinda la
tradición oral –parte de la llamada cultura blanda–
son numerosos y elocuentes. Esperamos que en
nuestra próxima visita el clima sea más propicio.
29 DE JUNIO DE 2003, Agua Clara. Si bien Agua Cla-
ra no se trata de una estación de petroglifos ni de una
piedra mítica propiamente dicha, no puede ocultarse
su carácter mineral: es una fuente hidrotermal. Nues-
tro guía, Coché Partidas (45 años), productor agrope-
cuario, y Ángel Partidas (42 años), comerciante; entre
sí son primos hermanos, yo soy sobrino del último;
una parte de mi familia es originaria de la Sierra de
San Luis; la otra, de la “llanada”, como llamamos en
Falcón a la extensión de tierra más o menos plana y
árida que se extiende entre Coro y Mene Mauroa; así
pues, estoy en mi territorio, por así decirlo.
Nuestro recorrido comprende Agua Clara, Bue-
na Vista, La Playita, Las Adjuntas. Según documen-
tos históricos que se encuentran en el archivo de Pe-
dregal, en esta región estaba asentada una población
de indios Majaguas –ajaguas–. Oscar Beaujon dice
de ellos que “los Ajaguas formaron parte de la rama
58 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
Nuarhuaca. Tercos enemigos de sus vecinos los Cu-
yones, respetándose y estando pendientes, con una
desconfianza tal, que caminaban generalmente por
los arroyos para no dejar huellas. Fueron agricultores
y pescadores. Carácter turbulento, fueron montara-
ces, agresivos y astutos. No tuvieron caciques defini-
dos ni costumbres ni religiones propias”. Es eviden-
te que el saber etnológico de Beaujon proviene en
buena medida de su lectura de las obras de Arcaya.
Coché nos cuenta que existe la tradición de que
en la zona están sepultados los tesoros expoliados
por los Welser a los indígenas de la cuenca del Lago
de Maracaibo; es una tradición pertinaz y de cuando
en cuando algún aventurero se da a buscar los tales
tesoros; la comarca es rica en viejas casas que datan
del siglo XIX, período turbulento, que obligó a algu-
nas familias a enterrar sus riquezas para salvarlas de
la rapiña de los caudillos; ocasionalmente alguien
da con una botija llena de morocotas, esto mantiene
con buena salud la tradición de los tesoros y –¿qué
duda cabe?– el sueño de la riqueza fácil y pronta.
Las aguas termales de Agua Clara son formacio-
nes de aproximadamente unos 2,5 m de altura con
una superficie de unos 50 ms2
, son tres terrazas con-
céntricas que van disminuyendo en tamaño confor-
me nos acercamos a su máxima elevación; constan
de varias fuentes de colores diversos: blanco turbio,
verde, azul y negro. En la Terraza central encontra-
mos una fuente lo suficientemente amplia y profunda
como para contener a cuatro bañistas cómodamente.
59
Las aguas termales están rodeadas de suaves lomas
diversamente coloreadas: marrón, amarillo, ocre; el
suelo está cubierto de pequeños cristales de cuarzo.
La agreste belleza del lugar hace fácil entender por
qué se le consideró sagrado. Comprobamos que los
objetos de oro al sumergirse en esta agua conservan
su color, mientras que los de plata se ennegrecen y
pierden su brillo; sin duda a causa de las elevadas
concentraciones de azufre y otros minerales.
Llegar a las aguas termales no fue fácil, por lo
que recurrimos al auxilio de Luis Miguel y José Luis
Romero, 13 y 12 años, quienes viven en la locali-
dad. Los muchachos llamaron mi atención sobre
algunas monedas puestas en los aliviaderos de las
fuentes, dijeron que podía llevar un poco de aquella
agua si quería a cambio de una simbólica ofrenda,
recogieron para mí una buena cantidad de cristales
de varios tamaños y colores. Los muchachos me in-
formaron que estábamos en “tierra de duendes”.
Las aguas termales de Agua Clara o aguas ter-
males de la Cuiba están íntimamente ligadas a la
leyenda de Manaure. La tradición refiere que una
anciana caquetía, quien desde su niñez creyó en
la bondad del cacique Manaure, hallábase sumida
en la mayor miseria; entonces decidió acudir a las
aguas, donde se dice que mora el alma del caudillo
de la nación de sus antepasados y rogó al ánima, di-
ciendo: “rey Manaure, dame mi limosnita”, al tiem-
po que golpeaba tres veces con un pequeño mache-
te el peñasco donde manan las aguas. Al acabar de
60 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
decir estas palabras, las aguas de aquellos manan-
tiales se agitaron, saltando a gran altura, luciendo
los colores más variados. Grande fue el susto de la
mujer cuando vio que caía a sus pies, dispuesto al
ataque, un ofidio de color amarillo; la mujer cerró
los ojos y sin pensarlo descargó un fuerte golpe so-
bre el reptil; al abrir los ojos, encontró en vez de la
peligrosa serpiente, dos limpias barritas de oro.
Los lugares cercanos a la Cuiba son fre-
cuentados por quienes recurren a tratamientos
de cristaloterapía y en esos mismos lugares me-
nudean los cazadores de ovnis. Los visitantes y
vecinos del lugar afirman haber visto extrañas
luces en el cielo. Una pastilla de jabón azul que
encontramos en la Cuiba dio pie para hacer al-
gunos chistes a costillas de un gobernador caído
en desgracia y que iría a tomar baños allí contra
la mala suerte. Nihil novum sub sole: decían que
Betancourt tenía una pipa “ensalmada” y Cam-
pins una “piedra e zamuro”.
02 DE JULIO DE 2003, Las Playitas, Informante: Teo-
tiste Graterol (49 años). A Teotiste le contaba su
abuelo paterno la historia de Roso Adrianza: galle-
ro, adinerado, bravucón y finalmente desgraciado.
Roso Adrianza contaba con amplios fundos,
generosas manadas de ganado y varios alambi-
ques, estas eran las bases de una robusta riqueza.
Gustaba Adrianza de las ferias, particularmente
aquellas donde había peleas de gallos; tenía ejem-
61
plares de muy buena casta que nunca le hacían
quedar mal. Cierta vez, cuando se dirigía a una
de esas fiestas, pasó cerca de las aguas termales,
sintió entonces una apremiante necesidad de ha-
cerse del cuerpo y, a pesar de las advertencias de
sus compañeros y en claro desafió, excretó en las
aguas. En el acto sintió un frió en todo el cuerpo
y comenzó a sudar a mares, perdiendo luego el
conocimiento.
Sus compañeros le llevaron a su casa, donde
fue recuperándose penosamente; pero su cuerpo
quedó “tullido”, lisiado, requiriendo la ayuda de
otros para andar. Con eso y todo, Adrianza no
abandonó sus artes de gallero y se hacía llevar en
una carreta allí donde hubiese una feria y peleas
de gallos. La imagen de una carreta que lleva a
un lisiado, como si fuere en un peregrinaje para
expiar la culpa de su profanación no deja de ser
melancólica y poética.
Teotiste advierte que si un niño llega a ori-
narse en las aguas termales nada le pasará, pues
es un inocente y no lo hizo por maldad. Cerca de
la casa de Teotiste encontramos el diseño de cír-
culos y pentágonos elaborados con cristales de
cuarzo. Estas figuras estaban trazadas por quie-
nes van allí a tratarse con cristales, ya sean para
males del cuerpo o el alma. Tomamos algunas
fotografías, colectamos algunas muestras y nos
marchamos con el Sol a tres cuartos de su cami-
no en el cielo.
62 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
04 DE JULIO DE 2004, Buena Vista, Las Adjuntas y
Agua Clara. Salimos a fotografiar “ojos de agua”;
son fuentes de agua en mitad de la ferocidad de
esta tierra; las hay dulces y salobres, cristalinas y
turbias, frescas y cálidas. Algunas son vitales para
la economía de la región e incluso para el con-
sumo humano. Todas tienen en común el estar
encantadas, custodiadas por duendes. Contamos
quince “ojos de agua”. A futuro deberá hacerse un
trabajo etnográfico sobre las tradiciones vincula-
das a estos manantiales y cotejarlas con otras co-
lectadas en diversas partes del país. Por lo pronto
podemos comenzar un registro fotográfico.
10 DE JULIO DE 2004, Buena Vista. Se nos in-
formó de una anciana de ascendiente caquetío
que hasta fecha relativamente reciente iba a las
aguas termales de la Cuiba en Semana Santa a
practicar algunos rituales de purificación, las no-
ticias eran bastante vagas; la señora había muer-
to hacía poco y no pudimos entrevistarnos con
sus familiares. Se nos indicó que en la vecina
población de la Reforma se han encontrado res-
tos que sugieren un cementerio indígena: huesos
y fragmentos de cerámica.
07DEDICIEMBREDE2004,VisitaalInstitutoVenezo-
lanos de Seguros Sociales (I.V.S.S), Informante: Fran-
cisco Gutiérrez, técnico (40 años), sobrenombrado
“Escolástico”. Gutiérrez nos participó la localiza-
63
ción exacta de los petroglifos de la playa de Cu-
curuchú, que ya fueron descritos por Cruxent y
aparecen en la obra de Ruby de Valencia y Jean-
nine Sujo Volsky como petroglifos de la playa de
Curazaito, que se encuentra más hacia el oeste.
Los petroglifos se encuentran relativamente
próximos a Taimataima, célebre por sus hallazgos
fósiles. Gutiérrez nos informó de posibles petrogli-
fos en las poblaciones de La Guadalupe y la Peña,
de los cuales desconocemos cualquier descripción
científica. La oficina donde labora Gutiérrez está
decorada con motivos que reproducen los símbo-
los que se encuentran en la playa de Cucuruchú.
Es cuestión de buen gusto.
08 DE DICIEMBRE DE 2004, Visita al Instituto de De-
sarrollo Agrícola. Fuimos allí en busca de unos
planos carreteros de las poblaciones que habíamos
visitado en la Sierra de San Luis: Viento Suave, San
José, Carayapa, Los Riegos; nos entrevistamos con
el Ing. Diego Leal (42 años); al informarle sobre
la naturaleza de nuestra investigación, nos mostró
unas fotografías de petroglifos que él había tomado
en Piedra Grande, distrito Democracia. Amable-
mente nos obsequió algunas copias. De esta esta-
ción no se tiene ninguna descripción científica.
Los motivos recuerdan con mucho los que se
encuentran en Táchira: las “ranitas” tridigitadas
son características y abundantes. Comoquiera que
no podemos hacer mayores deducciones a partir
64 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
de algunas fotografías, se hace necesaria una visi-
ta al lugar. Leal nos advirtió que la vialidad no es
de las mejores. Nada nuevo.
07 de enero de 2005, El Mestizo. Conocemos esta
estación por los trabajos publicados por Perera en
la revista de La Sociedad Espeleológica Venezo-
lana y el primer trabajo de Sujo. Antes de llegar
a El Mestizo, nos detuvimos en la población de
Bejuquero, donde nos recomendaron buscar al Sr.
Benigno Marín; un grupo integrado por jóvenes
entre 20 y 25 años nos mencionó la existencia de
otras estaciones en la zona.
El Sr. Benigno Marín (63 años), productor
caprino, sirvió de guía al prof. Hernández Baño
en sus exploraciones en el lugar, aunque no lo
menciona en su obra. Nos sirvió de guía Fran-
cisco Marín (23 años), hijo del Sr. Benigno. Los
petroglifos están grabados en un afloramiento
rocoso plano –laja– de una superficie de unos
10 m2; los símbolos son de los más variado: zo-
omorfos, antropoformos, geométricos; no hay
rostros cuadrangulares como en Viento Suave y
San José, ni “ranitas” como en Piedra Grande.
Empieza a notarse un perfil singular en cuanto a
los petroglifos del estado según el ecosistema en
que se encuentran. Incluso algunos de los sím-
bolos de esta estación parecen referirse a mani-
festaciones astronómicas concretas, puesto que
recuerdan un cometa: se trata de una serie de
65
cinco círculos concéntricos, una cauda de ocho
líneas orientada hacia el noroeste.
Francisco Marín nos refiere que las “piedras
del rayo” son usadas como “contras” o amuletos
–tal como en la sierra falconiana–; nos mencionó
el sitio cercano de las Playitas como un lugar don-
de se encuentran fragmentos cerámicos y petrogli-
fos. “El lajar de los Santos”, que es el nombre que
recibe por los lugareños la estación, está rodeada
por doquier de matas de orégano –la alegría de la
montaña de los griegos– y sumergida en el con-
cierto árido y melancólico de las cigarras –¿habrá
alguna relación entre la localización de las esta-
ciones y la presencia de estos animalitos?–. El sue-
lo está cubierto de pequeños cristales de cuarzo.
De vuelta a El Mestizo, nos entrevistamos con
el Sr. Benigno, nos cuenta que la estación ha sido
visitada en numerosas ocasiones por extranjeros,
sobre todo norteamericanos. Para Benigno, la laja
evoca los orígenes del mundo, “como cuando so-
mos niños y jugamos con barro, pues el mundo era
nuevo”. Cerca de la estación hay un manantial y
una laguna. Nos dijo tener noticias de una estación
donde se ve el grabado de un pie que está orientado
hacia la Sierra. Helmuth Straka relaciona la impre-
sión de un pie en la roca al mito del diluvio, referido
al Bóchica colombiano, al Quetzalcóatl mexicano,
al Viracocha peruano, al Gucumatz maya, al Sume
Tupiguaraní. Straka publicó el hallazgo de impresio-
nes de pie en los petroglifos de Carabobo, Miranda
66 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
y Falcón, en un artículo de 1964. Cabe añadir lo
que la bibliografía señala para el estado Táchira, su-
mando un punto más de correspondencia entre los
petroglifos de Táchira y Falcón.
El nombre que dan los vecinos a la estación
es “El lajar de los Santos”; sugiere connotaciones
sacras primevas, que han quedado contenidas en
una nueva religiosidad y en un idioma distinto; es
un juego de claroscuro, donde se oculta y eviden-
cia la memoria común y ancestral.
10 de enero de 2005, Taratara. Se aprecia una
notable actividad económica al lado de la carre-
tera: artesanías, productos pecuarios: dulces, que-
sos, nata; licores y quesos de contrabando. Al lle-
gar al pueblo, nos encontramos con un mural que
evoca los yacimientos fósiles de Taimataima y los
petroglifos de la playa de Cucuruchú. Llegamos a
un pequeño museo infantil que fue fundado por
Cruxent; es una recolección variopinta y agrada-
ble; maquetas de pozos petroleros; osamentas de
aves, monos; el esqueleto de un caballo; láminas
que ilustran la fauna del Cuaternario, particular-
mente del Pleistoceno.
Miguel Medina, quien labora en el museo, gen-
tilmente se ofreció a servirnos de guía; nos advirtió
que debemos salir temprano, pues el único acceso
posible es a través de un camino de tierra que ha
sido muy deteriorado por las lluvias recientes. De
vuelta a Coro, repasamos más detenidamente lo in-
67
tenso del comercio ilegal en la zona. Conocemos
varios documentos que reposan en el Archivo His-
tórico del Estado Falcón al respecto. Será necesario
consultarlos. Tal vez, incluso, sea bueno consultar
con las autoridades competentes. Veremos.
11 de enero de 2005. En un artículo dedicado a
la pulpería, publicado en la revista Bigott, N˚ 43,
Jul-Ago-Sep, 1997, escribe Salvador Garmendia,
dando cuenta de una manifestación venezolana
que le tocó conocer en su ocaso:
Todo pulpero alaba su queso, se decía con razón... En
las buenas cualidades del queso descansaba el prestigio
del pulpero en su vecindario. Para nosotros todo queso
era blanco y aquel que llamábamos amarillo era un
forastero de modales extraños que apenas lograba
hacerse comprender en nuestro idioma. Era el queso
de los banquetes, velorios y los desayunos de primera
comunión, que se servía en los platos como un manjar
costoso, mucho más en el caso del queso de bola
porque era ya un objeto mágico, un viajero del país de
los cuentos, que conocía el lenguaje de los ratones y
tenía contubernio con brujos y hechiceros.
Ese forastero de exóticos modales, que ape-
nas podía hacerse comprender en nuestro idio-
ma, cómo llegaba a la crepuscular Barquisimeto:
Siguiendo la ruta –no siempre lícita– que par-
tiendo de la Antillas Hondureñas, llegaba a Tie-
68 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
rra Firme en las costas de Falcón, atravesaba la
sierra de San Luis para arribar al valle de Barqui-
simeto, cual lácteo Federmann, siguiendo una
ruta de comercio caquetía, que se extendía hasta
los estados andinos y los llanos anegadizos. En
ese mismo texto escribe con sombría ironía, al
comparar la pueblerina pulpería con el aséptico
supermercado, ciudadano de la Venezuela ren-
tista y urbana: “En ese sentido podría decirse que
la diferencia entre un muchacho de antes y de
ahora es como morder un tallo de caña y soplar
chicle bomba. Hay una acometida salvaje en el
acto de pegar un mordisco, así como una actitud
conformista y vacía cuando se sopla una mem-
brana pálida.”
El queso de contubernio brujeril, esférico y
cetrino, extranjero al margen de la ley, es vendido
por manos morenas a ambos lados de la carretera
que nos lleva a Taratara, al lado del whisky agres-
te y la ropa gringa. Comparte escenario con la
arepa de maíz pilao, el dulce de leche, la natilla
criolla, las artesanías de cerámica y las labradas
en duras maderas vernáculas. Estos productos nos
hablan de la historia, de rutas comerciales que so-
brevivieron a sucesivos ordenamientos jurídicos y
mercantiles, símbolos coloridos y aromáticos del
intercambio entre los hombres: conceptos y no
sólo mercancías. El pasado fluye en el presente;
si bien la historia es un río en cuyas aguas no se
baña el viajero dos veces, las aguas de ayer escul-
69
pieron el cauce que hoy sigue el río. Signos del
pasado están por doquier, sólo hay que saberlos
ver y reconocer.
12 de enero de 2005, Archivo del Estado Falcón,
Coro. La recopilación de Documentos para la His-
toria de las Antillas Neerlandesas realizada por
Carlos González Batista, facilita notablemente la
consulta de las fuentes; es una obra erudita y ri-
gurosa que delata al investigador sistemático y de
garra; un ejemplar nos fue gratamente obsequia-
do por José Medina, quien trabaja en el Archivo.
En materia de contrabando en el área sirvan para
ilustrar las siguientes reseñas:
Sobre decomiso en Taratara. El 2 de septiembre de
1838 fue aprehendido en Taratara, dentro de una
casa propiedad de Feliz Fernández, un contrabando
constituido por 56 fardos de mercancía extranjera,
los cuales se depositaron en la aduana de la Vela.
Se incluye un inventario de su contenido. 5 de
septiembre de 1838-19 de febrero de 1839. 136ff.
Expediente N˚(451).
Averiguación de hecho de que ella se contrae [sic].
El ejecutante se refiere al contrabando capturado en
Taratara, constituido por piezas de paño, madapolan,
casimir, platilla, dril, sarazas, listado de algodón,
listado de hilo, pañuelos, cortes de camisas y de
chaleco, cintas y más de cincuenta y seis docenas
70 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
de sombreros. En total, 1302 pesos, 72 centavos.
23 de octubre de 1857- 24 de agosto de 1858. 49ff.
Expediente N˚(1590).
Sobre comisos de unos efectos conducidos a Taratara
por José Domingo Silva y aprehendidos por una fuerza
militar. Los efectos (17 frasqueras de ginebra, 49 piezas
de listado, 8 cajitas de jabón, un barril de tabaco de
hueba, 10 sacos de harina de trigo, 19 medios de suela
criolla, y 12 cordobanes de “obejo”). 18 de agosto- 24
de diciembre de 1862. 115ff. Expediente N˚ (1718).
Las mercaderías con las que actualmente se
trafica en la zona son más o menos las mismas de
entonces: tabaco, géneros (en formas de ropas),
alimentos y licores.
13 de febrero de 2005, La Vela. Escribe Rafael Sán-
chez en “Curiana”, al referirse a las “Piedras de Mar-
tín”. “No obstante la singularidad de la denominación
encerrada en ese término, el viajero se encuentra con
un conjunto de rocas huecas situadas a la orilla del
mar que al soplo de la brisa marina emiten sonidos
como de una remota campana”. Dos observaciones:
la descripción de rocas huecas no es precisamente
exacta; segunda, el sonido de las brisas marinas en
torno a las rocas no evoca precisamente el sonido de
una campana, antes bien parece un bramido.
Las “Piedras de Martín” son un conjunto de ro-
cas que se levantan solitarias en la línea de la playa;
al preguntar a los vecinos por el nombre del mo-
72 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
numento natural, le responderán las piedras de San
Martín o las piedras de Martín; al abundar en el
tema, añadirán: “se trata de un cacique del lugar”.
En falcón, no se conserva memoria del tal cacique
Martín, fuera de esta denominación en las rocas. Al
consultaraloscronistas,encontramosqueelnombre
cristiano de Manaure era Martín Manaure. Propone-
mos la siguiente ecuación: Piedras de Martín igual a
Piedras de Martín Manaure y éstas a su vez iguales
a Piedras de Manaure, en conclusión: Piedras de “El
Manaure”, esto es, Piedras del Jefe Supremo de los
Sacerdotes y Médicos-Magos. Por lo demás, la de-
nominación Piedras de San Martín parece aludir al
carácter sagrado del lugar como tuviésemos ocasión
de ver en “El lajar de los Santos” de El Mestizo.
Subimos las rocas llevando con nosotros La Ele-
gías de Duino de Rainer María Rilke y una botella
de cocuy, bebida agreste de origen indígena, muy
apreciada por los falconianos –los de pura cepa–.
Nuestra experiencia era la siguiente: leer los poemas
como si se tratare de una invocación, mientras tra-
segaba un trago de licor en busca de un estado de
éxtasis o arrobamiento –siempre se corre el riesgo
de lograr no más que una pedestre borrachera.
¡Voces, voces! Escucha, corazón mió, como sólo
escucharon los Santos: tanto que la gigantesca llamada
los alza del suelo; pero ellos quedaron
impasibles, de rodillas y no atendían:
así estaban de entregados a la escucha.
73
La experiencia es abismal: a las espaldas,
la remota silueta azul de la sierra; en frente, la
blanca línea del horizonte; el mar, un ser an-
cestral en eterno movimiento; la roca, un tem-
plo hecho de tiempo; en su base, la ola fascina
como un canto de sirena. Muchos mitos ilus-
tran ese estado paradisíaco de un illud tempus
–como le llamase Eliade–, beatífico, que los
shamanes logran en sus búsquedas extáticas.
Eliade apuntó que sería más razonable situar al
shamanimo entre las místicas que no en lo que
habitualmente se llama una religión. Digamos
que el lugar mismo nos impuso su sacralidad, y
que para nada se nos dificultó entender cómo
pudo ser un lugar ritual, tal y como parece con-
servarlo la memoria colectiva. Una arqueología
de la oralidad.
14 de enero de 2005, Archivo Histórico del Estado
Falcón, Coro. El puerto de La Vela se caracterizó por
su intensa actividad comercial –de todo orden– con
las Antillas; veamos:
Causas Criminales, siglo XIX:
Contra Marcelina Becerril por contrabando de tabaco.
Aprehensión de cuatro libras de tabaco mantilla, doblado
y en rama, probablemente adquirido en La Vela. 9 de
julio- 12 de julio de 1828, 3ff, expediente (89).
Sobre contrabando aprehendido en el puerto de La Vela.
Los cabos del Resguardo al advertir al amanecer una
–
–
–
74 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
goleta en la ensenada del Puerto remontado, llegaron
a las playas de Las Cruces, descubriendo señales de
movimiento de mercancías, logrando descubrir 24
fardos de mercancías, 5 barriles de tabaco, 3 de harina,
2 llenos de sombreros, 1 de manteca, diversos licores,
11 cajas de habanos, 21 de jabón y otros efectos. Los
peones capturados con la mercancía manifestaron que
el dueño del contrabando les había parecido « Olandés
». 11 de octubre de 1833. 93ff. Expediente (230).
O bien consultemos los documentos refe-
rentes a causas civiles, materia comercial, don-
de encontramos algunos causados por D. Pe-
dro Morón, uno de mis ascendientes: Tomo LV:
1.– D. Pedro Morón manifestando que la goleta
holandesa, “Atractiva “, había salido el 15 de
agosto de Jamaica, llegando el 2 de septiembre a
La Vela, desembarcando 20 cajas de mercancías,
fijándose unos derechos aduanales que nada te-
nían que ver con el precio alcanzado por los
efectos vendidos, por lo que eleva su protesta.
Los efectos sacados de la nave se llevaron al al-
macén de Morón, donde fueron vendidos. 6 de
septiembre de 1819, f. 122 vto.
D. Pedro Morón otorga poder a D. Moisés
Jesurum, vecino de Curazao, para que practica-
se todas las diligencias concernientes a la resti-
tución de la balandra española “Elisa”, e igual-
mente su cargamento. 13 de octubre de 1819,
f. 140.
75
14 de enero de 2005. De la amplitud del comer-
cio despachado en La Vela de Coro tenemos, entre
otras, esta noticia temprana: Instrumentos Públicos/
Colonia. Tomo V: 4.- En su testamento el capitán
Francisco Barroso, vecino de Maracaibo señala te-
ner en poder de Pedro Blas de Ojeda, 82 quintales
de palos de Brasil, “que apareció como mi apode-
rado de diferentes personas que me debían”. De tal
cantidad Ojeda debía poner 56 quintales, “en la
playa y entregar al factor Real del asiento” (f. 162
vto). También disponía que se pagase a su apodera-
do el trabajo de transportar el palo de brasil al Puer-
to de Barlovento, esto es el de La Vela, (diciembre
de 1715 y agosto de 1716) f. 160 vto.
14 de enero de 2005, Coro. Leemos en Arcaya, His-
toria del estado Falcón (1920), al tratar la figura de
Manaure: Del shamán con habilidades políticos-mi-
litares surge un caudillo que “prontamente se eleva
a la dignidad de régulo, merced al respeto supersti-
cioso que logra captarse. No sería quizás al princi-
pio el señor absoluto, pero sí el jefe no discutido de
la nación. Tal fue, en síntesis, el proceso que origi-
nó las civilizaciones americanas precolombinas…E
igual cosa ha sucedido en los más diversos pueblos
de la tierra. El punto ha sido admirablemente puesto
en claro por Spenser”. Tras esta confesión de fe en
el evolucionismo social, cuyos cultores leyó en sus
obras originales, conjetura el destino de la nación
caquetía, cuya memoria encontramos en La Vela:
76 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos
Manaure,elcaciquedeloscaquetíos,eraeljefehechicero
en quién se reunían todas las condiciones que hemos
apuntado para precipitar la formación de una realeza y el
comienzo de una civilización. A no ser por la conquista
española, pronto se habría formado en el noroeste de
Venezuela una especial cultura caquetía. Manaure,
o alguno de sus hijos, habría sido el Rey Sacerdote,
fundador de una dinastía sagrada. Con la creación del
poder político habrían venido las vastas empresas, las
guerras victoriosas para someter a las tribus vecinas, las
grandes construcciones, la fundación de ciudades y la
creación de arte e industrias originales.
Mas como advierte Atenodoro, preceptor del
futuro emperador Claudio, en la novela de Gra-
ves: “Si el caballo de Troya hubiese tenido potri-
llos, hoy sería más fácil alimentar a los caballos.”
15 de enero de 2005, Taratara. Salimos de la po-
blación de Taratara a las 7:15 am.; tomamos por
un camino de tierra donde encontramos minas
de yeso y arcilla, así como pequeñas rocas rojas
y amarillas que se emplean como colorantes. Si-
guiendo la advertencia de Miguel Medina, hemos
traído agua abundante, botas de campaña y som-
brero. Pasamos por la quebrada donde Cruxent
encontró una punta de flecha al lado de un hueso
de mastodonte; luego por un promontorio cono-
cido como el “cerrito de los muertos”, nombre
que invita a estudiarlo con más detenimiento.
77
Siguiendo el curso de la quebrada encontra-
mos un manantial de agua dulce y después sali-
mos a la playa; la primera piedra de la estación
es el “cacho de Cucuruchú”, la piedra no mues-
tra petroglifos, pero su forma particular la hace
reconocible desde el mar, siendo usada por los
pescadores como hito de referencia de mane-
ra semejante a los petroglifos de Viento Suave,
San José y El Mestizo. En la zona se pesca cazón,
roncador, cunaro, pargo rojo, lagartijo, plateada,
bagre, raya, jurel, carite, anguila y otras especies
de importancia comercial. La pesca es artesanal
y se hace con línea –un cordel de pesca con mu-
chos anzuelos– o con red. Cruxent empleó estas
redes en su creación artística durante los sesenta.
Para llegar a los “Letreros” –como allí les
llaman– es necesario escalar un promontorio de
piedras sueltas de unos 20 m de altura; es una ex-
periencia riesgosa. Al llegar a la línea de la playa,
es necesaria una caminata de media hora hasta
llegar a una gran roca plana de unos 7 m de largo
por 3 m de altura. Los símbolos están muy bien
preservados, son de tipo geométrico y distintos
a los de Piedra Grande, los de la Sierra y los de
la Llanada; uno de los símbolos recuerda el pe-
troglifo de Tewani, descrito por Omar González
entre los guarequena, y que representa la mujer
menstruante o sexualmente madura. En el lugar
abundan los corubos o caracolas (strombus gigas);
González ha identificado la espiral que encon-
Morón, Camilo. Jardines de piedras. (2011)
Morón, Camilo. Jardines de piedras. (2011)
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Morón, Camilo. Jardines de piedras. (2011)

  • 2.
  • 3. Ukumarito (voz quechua), representación indígena del oso frontino, tomada de un petroglifo hallado en la Mesa de San Isidro,en las proximidades de Santa Cruz de Mora. Mérida –Venezuela.
  • 4. El Sistema Nacional de Imprentas es un proyecto impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura a través de la Fundación Editorial el perro y la rana, con el apoyo y la participacióndelaRedNacionaldeEscritoresdeVenezuela;tienecomoobjetofundamental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. Este sistema se ramificaportodoslosestadosdelpaís,dondefuncionaunapequeñaimprentaqueledapaso ala publicación de autores, principalmente inéditos. A través de un Consejo Editorial Popular, se realiza la selección de los títulos a publicar dentro de un plan de abierta participación. Como homenaje a uno de los maestros del ensayo en Hispanoamérica la Colección Mariano Picón Salas propone, abarcando los diferentes tópicos dentro del género. La serie Pensamiento ecológico se inscribe en el pensamiento como herramienta educativa y de investigación. En el ámbito de lo social, el libro aquí adquiere un aspecto relevante por su vinculación directa con el Estado y las comunidades, fortaleciendo su papel protagónico en el actual proceso de cambios necesarios para la inclusión a la nueva sociedad que aspiramos en el siglo XXI.
  • 5. Quienes suscribimos, siguiendo las políticas de inclusión propuestas por el Gobierno y la Revolución Bolivariana, comprometidos y comprometidas con los principios que sustentan los valores ancestrales y culturales; desde la responsabilidad asumida por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, la Fundación Editorial el perro y la rana, y la Red Nacional de Escritores de Venezuela, reunidos en Caracas, al pie del Waraira Repano, los días 3, 4 y 5 de febrero de 2009; después de evaluar cada uno de los originales enviados al Concurso Historias de Barrio Adentro, acordamos: 1º Reconocer el valor patrimonial de los numerosos manuscritos enviados al Concurso, los cuales expresan en su mayoría una nueva patria escrita, nacida al calor del proceso social que reivindica la esencia cultural de un país. 2º Agradecer y felicitar a los centenares de escritores y escritoras que desde todas las regiones del país se hicieron eco de la convocatoria y dan cuenta de la sensibilidad creativa que habita en nuestros campos, pueblos y ciudades. 3º Valorar la diversidad de escrituras y temas que refieren al país, en plena participación protagónica de los procesos emancipatorios hacia la construcción del socialismo bolivariano. 4º Apoyar la nueva escritura que emerge en Venezuela desde los poderes creadores del pueblo, sustantiva para la liberación cultural y espiritual de las naciones y pueblos de Nuestra América. 5º Invitar a todos los participantes en el Concurso Historias de Barrio Adentro a continuar la batalla creativa en las diferentes expresiones artísticas hacia una nueva estética en el oficio de la palabra y la vida. 6º Premiar y aprobar la publicación de los siguientes manuscritos: El jurado: Miguel Márquez, Fundación Editorial el perro y la rana; William Osuna, Fundación Editorial el perro y la rana; Héctor Seijas, Fundación Editorial el perro y la rana; Maribel Prieto, Red Nacional de Escritores de Venezuela; Julio Valderrey, Sistema Nacional de Imprentas Miranda; Eduardo Mariño, Sistema Nacional de Imprentas Cojedes; Marcos Veroes, Sistema Nacional de Imprentas Aragua; Pedro Ruiz, Red Nacional de Escritores de Venezuela; Giordana García, Fundación Editorial el perro y la rana; Héctor Bello, Fundación Editorial el perro y la rana; José Javier Sánchez, Fundación Editorial el perro y la rana; Dannybal Reyes, Fundación Editorial el perro y la rana; Inti Clark, Fundación Editorial el perro y la rana; María Alejandra Rojas, Fundación Editorial el perro y la rana; Yanuva León, Fundación Editorial el perro y la rana; Leonardo Ruiz, Red Nacional de Escritores de Venezuela; Pedro Pérez Aldana, Red Nacional de Escritores de Venezuela.
  • 6.
  • 7. Fundación Editorial el perro y la rana Red Nacional de Escritores de Venezuela Imprenta de Mérida. 2011 Colección Mariano Picón Salas JARDINES DE PIEDRAS UN BOSQUE DE SÍMBOLOS Camilo Morón
  • 8. © Camilo Morón © Fundación Editorial el perro y la rana, 2011 Ministerio del Poder Popular para la Cultura Centro Simón Bolívar, Torre Norte, Piso 21, El Silencio, Caracas – Venezuela 1010 Telfs.: (0212) 377.2811 / 808.4986 sistemanacionaldeimprentas@gmail.com editorial@elperroylarana.gob.ve http://www.elperroylarana.gob.ve Ediciones Sistema Nacional de Imprentas, Mérida Calle 21, entre Av 2 y 3. Centro Cultural Tulio Febres Cordero, nivel sótano Mérida – Venezuela sistemadeimprentasmerida@gmail.com Red Nacional de Escritores de Venezuela Gabinete Ministerial de Cultura - Mérida Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida – FUNDECEM Consejo Editorial Popular Ever Delgado Fabiola Fonseca Guillermo Altamar Hermes Vargas José Antequera Karelyn Buenaño Luis Manuel Pimentel Stephen Marsh Planchart Wilfredo Sandrea Corrección José Antequera Diseño y diagramación YesYKa Quintero Impresión y montaje artesanal Luis Plaza YesYKa Quintero Fotografías © Camilo Morón Depósito Legal: LF4022011800935 ISBN: 978-980-14-1598-5
  • 9. JARDINES DE PIEDRAS UN BOSQUE DE SÍMBOLOS Camilo Morón
  • 10.
  • 11. Hemos tenido que esperar hasta mediados del siglo actual para que estos caminos, durante tanto tiempo separados, se cruzasen: el que llega al mundo físico por el rodeo de la comunicación, y aquel que sabemos, desde hace poco, que, por el rodeo de la física, llega el mundo de la comunicación. Claude Lévi-Strauss. El Pensamiento Salvaje La biología se parece más a la historia que a la física. Hay que conocer el pasado para comprender el presente. Y hay que conocerlo con un detalle exquisito. No existe todavía una teoría predictiva de la biología, como tampoco hay una teoría predictiva de la historia. Los motivos son los mismos: ambas materias son todavía demasiado complicadas para nosotros. Carl Sagan. Cosmos
  • 12.
  • 13. 11 Creo en los sueños: ellos nos revelan algo íntima- mente nuestro, semejante a nuestras voces provi- niendo del pasado. Resulta un poco embarazoso hablar de las emociones propias, es como desnu- darse en público, ante un auditorio de caras des- conocidas. El tiempo y las experiencias cuidan de hacernos un poco desconfiados... Cuando se estudian los petroglifos, esas cria- turas perennes, grabadas, pintadas en la piedra, es necesario dejar en libertad la sensibilidad, la fan- tasía, el afecto; sin estas cualidades no llegaremos a parte alguna. Esas líneas, esas figuras, esas ideas, están allí calladas, pero no son mudas: susurran. Nos hablan de una cultura, de una sensibilidad, de un mundo en ruinas, atraviesan ellas nuestro imaginario como las betas minerales el seno de la tierra, se amalgaman con nuestro pasado “Colo- nial”, con los dolores de parto que asistieron al nacimiento de la República, con la política, con el petróleo, con el éxodo de los campos a los cinturones de la miseria que bordean nuestras ciudades, se cruzan en la noche –en los sueños– con la música de las rockolas y el aguardiente, con los tabúes ocultos o manifiestos, con el pa- rentesco, con la idea de pertenecer a una tierra, con la idea de poseer una tierra y la idea de ser poseídos por ella, con la herencia. Hace bien volver la mirada hacia las piedras escritas, hacia los tepumereme, hacia los letreros: nos devuelve largamente la mirada, nuestra mi-
  • 14. 12 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos rada. Quizás debería hablar de las playas, de las montañas, del desierto... allí los he encontrado. Se trata de un paisaje total, del un arte total. Es absurdo pretender hablar de los petroglifos pri- vándolos de la majestad de los paisajes donde es- tán imbuidos como una gema en una cálida obra de orfebrería, es como pretender “comprender” un ojo al que hemos arrancado a un rostro. Pero podría acusárseme de estar haciendo literatura. Quien se haya acercado a estas piedras escritas para estudiarlas en el campo, comprende de qué estoy hablando. Estas piedras son importantes para sus contemporáneos, para sus vecinos; si bien no parecen afectar ningún rasgo ostensible, grandilo- cuente, en su trato diario con ellas, las respetan. En estos lugares no se encuentra basura, consig- nas políticas, testimonios de vanas diversiones... El porqué de esta actitud es evidente: “están allí todo el tiempo”, son lo cotidiano; su presen- cia evoca reconocimiento, pero en ningún caso maravilla. –¿Acaso nos asombra el Sol y la Luna de cada día?–. Pero cuando nos detenemos a pensar un instante en ellos –en las piedras pintadas, en los astros– no podemos contener un estremecimiento... ¿Pueden las ideas, las emociones de los hom- bres ser desmanteladas, sepultadas permanente- mente? La evidencia parece confirmar lo contra- rio. Quiero aquí referirme a un cuento: Sylvie, de Gerard de Nerval, escritor extraño en tanto que extranjero, como venido de los remotos horizon-
  • 15. 13 tes, de los lindes de la locura. Buscamos larga- mente el cuento, visitamos bibliotecas mal ilumi- nadas y aun peor ordenadas, recurrimos en vano al concurso de nuestros conocidos, pero un azar dichoso, un gesto amable de la fortuna nos fue propicio al encuentro cuando meditaba en torno a cómo perduran en nosotros los pasos del pa- sado: “Mi mirada –escribe Nerval– iba vagando por el periódico que todavía conservaba en las manos, y leí estas dos líneas: “Fiestas del Ramo Provincial. Mañana los arqueros de Senlis han de llevar su Ramo a los de Loisy. Estas palabras tan simples despertaron en mí toda una serie de nue- vas impresiones: era un recuerdo de la provincia de tanto tiempo olvidada; un eco lejano de fiestas ingenuas de la juventud. El corno y el tambor re- sonaban a los lejos en las aldeas y en los bosques: las muchachas trenzaban guirnaldas y entrelaza- ban, cantando, ramos de flores ceñidos con cin- tas. Una carreta pesada, arrastrada por dos bue- yes, recibía a su paso este presente, y nosotros, los niños de aquellos contornos, formábamos el cortejo con nuestros arcos y nuestras flechas y nos llamábamos orgullosos caballeros, sin saber en- tonces que no hacíamos más que repetir de edad en edad una fiesta druídica que sobrevivía a las monarquías y a las religiones nuevas.” En la visión del poeta, un gesto cotidiano, hecho de manera casi mecánica y como al descuido, evoca la in- fancia... y no sólo la infancia concreta, individual,
  • 16. 14 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos sino aquella más amplia y abisal que es la infan- cia de los pueblos, le nuit des temps: allí donde poesía y etnología trazan sus líneas unas sobre otras. Ya voces avisadas (Unamuno, Mann, Heine, Civreaux, Morin) han llamado la atención sobre ese absurdo fundamental en oponer ciencia y arte, ra- zón y sensibilidad, lógica e intuición. En lo que se refiere a las piedras escritas, el carácter absurdo de esta oposición sube de punto. Confiamos –y ello ya sería mucho– producir en el lector esa impresión; y a la manera de Moisés, indicar la tierra prometida: verla sin alcanzar a entrar en ella. No pretendemos hacer una “teoría general” de los petroglifos –desconfiamos, por sistema, de toda teoría general, de toda concepción absolu- ta–, sino evidenciar algunos “elementos” que des- taquen la “presencia presente” de estos símbolos, de estas rocas tanto en el imaginario colectivo de los pueblos –ámbito de los sueños– como en el más objetivo e indiscutible de los hechos verifica- dos en el trabajo de campo. Asumamoslaformadeunabitácora,deundiario de viaje. Así lo hizo Charles Darwin al describir sus impresionesdeviajeabordodelBeagle,escritasentre 1840y1846,publicadasconeltítuloViajedeunnatu- ralista; así lo hizo H. P. Lovecraft en sus viajes hacia lo nocturno y lo terrorífico en varias de sus narraciones; así lo hizo también Bram Stoker para dar vida y forma a su gótico Drácula, dando a su relato unidad dentro de la variedad de caracteres, miradas y voces. Tal
  • 17. 15 fue la forma que adoptó James Cook a bordo del Endeavour y el Resolution en sus viajes alrededor del globo, últimos viajes de la época de los descu- brimientos. Este método ofrece dos notables venta- jas: de un lado, se obtiene un mayor dinamismo, la probabilidad de un descubrimiento día con día, jornada de trabajo con jornada de trabajo, el nu- tritivo tejido que constituye la memoria colectiva de un pueblo. La otra virtud es de natural plástico: retratamos a las márgenes de trabajo de “gabine- te” la experiencia misma de la investigación, la visión holística –integrada– de los elementos, sin la cual –como hasta la insistencia nos lo acotó la Dra. Clarac– ¿la letra con sangre entra?, no puede existir investigación etnológica. Un argumento más: la forma de un diario de campo nos permite dar cuenta de numerosos apun- tes sobre geología, zoología, botánica, mineralogía hechas in situ; estas notas requerirían, de ser tratadas en cualquier otro formato, de un aparte que las agru- pase según su contenido, con ello obtendríamos una presentación estéril y por completo ajena a nuestra noción de “paisaje total” que hemos propuesto para acercarnos a los petroglifos, con ello hemos querido significar que los símbolos grabados en la roca han de oponerse contra el horizonte natural y humano del cual dimanan y con el cual interactúan. Recor- demos que la publicación del Diario de Malinowski ha demostrado ser de gran interés, acaso más que meramente etnológico.
  • 18. 16 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos Estas notas están tomadas directamente de la “santa canalla” de la cual hablase Papini, refirién- dose a Don Quijote y a Cervantes. Están tomadas de pescadores y cabreros, de conuqueros y peque- ños productores, de secretarias de instituciones públicas y de empleados de gobierno en peque- ños, adormecidos, remotos pueblos; de obreros mal pagados y artistas desconocidos y casi fra- casados, de estudiantes de bachillerato que pre- fieren hacer novillos y no quemarse las pestañas con los libros. Están tomadas lo más cerca que se pueda del paisaje: de cielos abiertos privados de toda nube, de cielos nublados y demasiado ge- nerosos, de desiertos ardidos y como ilimitados, en océanos de pastos ondulantes como cabelle- ras de mujer, de playas desérticas y solitarias, de calles empedradas, de casas de barro donde las gallinas se pasean por la sala y el metate está aún sangrante de onoto al lado del fogón ceniciento y humeante; están tomadas cerca de una cigarra, a la vera de una mata de orégano, en la estación de la amarga y atrayente urupagua, en un bote me- dio ahogado a pleno sol. “La santa canalla”. Tenía la idea puesta en los “letreros”, en las “piedras pintadas”, en los “calendarios”; a fin de cuentas por ellos salí de alguna parte para for- mular interrogantes en otra; sospechaba que esos nombres comunes, vulgares –del común, del vul- go–, encerraban una clave; pero encontré más, mucho más de lo que esperaba. No imaginé que
  • 19. 17 los petroglifos y las piedras sagradas eran un tema vivo, “contemporáneo”, de absoluta actualidad. Esta es la crónica de ese descubrimiento.
  • 20.
  • 21. 19 19 de mayo de 2003. Es nuestra primera salida de campo; el día amenaza con lluvia, lo cual sólo puede significar molestias. Partimos temprano en la mañana; nuestro grupo está integrado por tres exploradores. Las características geológicas de la región a donde nos dirigimos son bastante singu- lares: una formación montañosa de líneas suaves que van desde escasos metros sobre el nivel del mar hasta una altitud de mil metros, ello confiere a la región una vasta diversidad de pisos climáti- cos, desde el desierto poblado de cardos y tunas hasta las montañas de densas arboledas perpetua- mente húmedas; notable es asimismo la variedad de formas animales adaptadas a cada uno de los diversos ecosistemas. Desde el punto de vista topográfico, el estado Falcón se halla dividido en tres grandes porciones de fisonomía propia bien definida: la marina o costera que corresponde al norte, que comprende los característicos médanos; la llanura desértica, de frondosos cujíes, arbustos espinosos y una rica variedad de cardos; y la montañosa: la Sierra de San Luis, que se levanta al sur y corresponde a la parte más elevada del estado. En el Norte, la canícula ostenta tonalidades agresivas, moderadas por las brisas marinas que a decir de castellanos dieron nombre a la región, el paisaje vesperal de los diferentes sitios costaneros es refrescado por estas veloces brisas oceánicas. En la Sierra, con su perenne verdor y su frescura de re-
  • 22. 20 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos manso, el calor se atenúa a causa de la vegetación, de la altura y de los frecuentes chubascos. La parte más elevada de la montaña alcanza los 1.253 metros sobre el nivel del mar. De allí surgen dos ramales: uno hacia el noroeste, va des- cendiendo hasta llegar a la próspera población de Cumarebo, capital del distrito Zamora; el otro, se extiende hacia el sureste, hasta su encuentro en el pie de monte con la población de Píritu. UnmacizoelevadoenlaSierraeselPicodeCu- rimagua que alcanza los 953 metros y se divide en tres ramales: uno hacia el norte, otro hacia el sur y el último hacia el oeste, constituyendo este la cumbre del Cerro de La Democracia, cuya altura tiene una proporciónde750metros.EnCurimagualasneblinas son frecuentes, incluso a pleno mediodía. Otra altu- ra que merece destacarse es la Sierra de los Jirajaras o Jiraharas, cuyos puntos culminantes están consti- tuidos por la cima de El Cerrón y el Cerro Socopó. Tanto el Valle como el altiplano del estado Falcón fueron las últimas tierras venezolanas que emergie- ron del mar; abundan los fósiles de formaciones co- ralinas, moluscos y hemos encontrado impresiones conocidas como ripple marks o marcas de oleaje a alturas de 300 a 400 metros sobre el nivel del mar. Esta breve sinopsis geográfica se impone para dar un mentís a la imagen popular de la fisonomía de la región falconiana que evoca en la memoria la estampa de una cabra, un cardo y una duna escul- pida por feraz brisa.
  • 23. 21 AlllegaralapoblacióndeVientoSuave,fuimos en busca de nuestro guía, Maximiliano Medina (59 años),sobrenombradoPaye.Nosencontramoscon una persona grata y cordial, rasgo común en estas gentes, quien nos informó que por todas partes en- contraríamos petroglifos. La observación de Paye en modo alguno es hiperbólica: estamos en el par- que Juan Crisóstomo Falcón, donde se encuentra una de las estaciones de petroglifos más grandes y mejor preservados de Venezuela; se ha pretendido hacer un inventario de los signos grabados, pero dudamos que sea completo. Como la lluvia había comenzado a caer con fuerza, nuestro guía nos recomendó que fuésemos a la Piedra Escrita del Roble. Cabalgamos duran- te una media hora por caminos anegados; estaba preocupado por mi cámara, una modesta pero fiel Kodak KB-20, 35mm. lente: esférico de foco fijo de 30mm, de 2 elementos. Velocidad de disparador: fija en 1/100 segundos. Abertura de diafragma: f/8.0 para flash/luz de día. Sensibilidad de película: película de impresión con DX (150) de 100, 200 ó 400. La grabadora acusaba signos de dejar de fun- cionar como al final lo hizo… definitivamente. Llegamos a un cruce de caminos que Maximi- liano identificó como Carayapa. Frondosos árboles nos protegían ya de un franco aguacero. La Piedra Escrita del Roble es un afloramiento rocoso de un 1.20 metros de altura, cubierto de vegetación, la que fue necesario despejar a golpes de machete.
  • 24. 22 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos Nada prepara al investigador para este primer encuentro; puede estarse muy familiarizado con la bibliografía, puede haberse visto mil fotogra- fías excelentes, puede haberse escuchado las im- presiones de anteriores investigadores o leído y releído las impresiones que causan a la sensibili- dad de los exploradores, pero nada puede prepa- rar al espíritu para este encuentro. Mis petroglifos eran más bien una muestra modesta: dos rostros cuadrangulares grabados a los lados de la roca y una espiral bastante erosionada coronaba el gru- po. No parecían nada temible ni impresionante; pero fue con ellos con los que pagué completa mi novatada: la luz era mala y en consecuencia las fotografías resultaron pésimas, no tomé nota de la orientación cardinal de los grabados, ¡ni aun tomé sus medidas!, apenas si usé unos lentes de sol –con aquella lluvia– para tener alguna idea de su tamaño relativo en la fotografía (este truco se lo había aprendido a los geólogos, quienes emplean una piqueta). No obstante las dificultades –o qui- zás gracias a ellas–, sentí una profunda sensación de misterio, de familiaridad, como si estuviese ante un recuerdo cuyo exacto lenguaje hemos ol- vidado pero conservamos su sentido último. Paye nos informó que esta roca era usada como referencia en las labores campesinas, como cuando salen a buscar el ganado: se informa la di- rección hacia donde hay que buscarlo sirviéndose de la Piedra Escrita como señal de orientación.
  • 25. 23 Después de tomar algunas fotografías con- memorativas, volvimos a Viento Suave, calados hasta los huesos. 20 de mayo de 2003, Murucusa. La lluvia continúa cayendo a torrentes, lo cual hace poco recomenda- ble cualquier salida. Estamos en la pequeña pobla- ción campesina de Murucusa que es mi centro de operaciones en la Sierra de San Luis. El tiempo es dinero; y no vine sólo a ocuparme de la presencia física de los petroglifos o de su clásica dimensión arqueológica, sino de su presencia –posible– en la memoria colectiva. Así, pues, a otra modalidad del trabajo de campo: a la entrevista. Como en buena medida me he criado en esta región, conozco bien a la gente, así que no les asalto directamente a preguntas, sino que les ha- blo de manera genérica de mis investigaciones y les dejo que participen según su interés o capri- cho. La cosecha es generosa: saber, por ejemplo, que los petroglifos y las “Piedras Centellas” –ha- chas de mano pulidas– están íntimamente conec- tados; ambos son signos de antigua brujería: las piedras centellas son amuletos contra los rayos; los petroglifos eran lugares frecuentados por los brujos. Tal vez sea posible ver aquí un eco de la figura del shamán. La información parece estar en todas partes, sólo aguarda una mirada atenta: señales de cultura material como metates se ven en casi todas las coci-
  • 26. 24 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos nas; de los campesinos pueden colectarse hachas de mano que han encontrado en sus campos. Hemos recogido una buena colección de éstas de las más variadas y bellas, de distintos tamaños y estado de acabado. La abundancia de metates –que las actua- les poblaciones han olvidado el modo de hacerlos, pero que usan habitualmente– como las numerosas hachas de mano parece testimoniar la densidad de la población precolombina en el área. Una joya: una pequeña escultura, labrada en obscura y brillante roca que representa un armadi- llo o cachicamo; Dasypus novemcintus: cachicamo de nueve bandas y Euphractus villosus: cachicamo de seis bandas. Fue difícil obtenerla, quien la había encontrado sospechaba su valor, pero le atribuía un valor numismático –que a buen seguro ha de tener– y no el valor testimonial que para nosotros tiene. Por lo regular, encontramos bellas hachas de mano con su simetría de lágrima, hondos metates, globulares manos de moler, alguna tinaja de vetusta factura; y aunque en su diseño hay belleza, su objetivo era cla- ramente ser herramientas o utensilios. La pequeña ta- lla narra otra historia: formaba parte de un collar. Al volverla sobre la espalda, se aprecian en los extremos del caparazón pequeñas hendiduras donde debía la pieza incorporarse al arreglo; pero en algún momen- to ocurrió un accidente y un fragmento del caparazón se rompió, debiendo grabarse una segunda incisión; después la pieza debió verse curiosamente “torcida” en función del conjunto. La pieza nos habla de un
  • 27. 25 tiempo dedicado al labrado cuidadoso de objetos destinados al culto o al ornato; sea como fuere, se trata de una tarea que no se ocupa tan sólo de pro- curar alimento o cubrir las básicas demandas de la subsistencia. La libre disponibilidad de tiempo nos habla de cierta holgura. Clarac ha recogido en la sie- rra andina mitos referidos al cachicamo como animal mítico vinculado al oro y los sismos. Encontramos también un cubo de roca, cu- yas fases se ven deprimidas por oquedades poco profundas y desde ellas parten algunos pequeños surcos superficiales. No sabemos muy bien cuál pudo ser su uso, pero sospechamos se trata de un amolador. Esta pieza u otra semejante no la he- mos encontrado en otra colección. Los campesinos nos hablaron de una gran fuentederocaydeunosposiblespetroglifosquese encontraban a varias horas de camino; pero el mal tiempo impidió cualquier expedición. Esperamos
  • 28. 26 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos emprenderlaenunfuturopróximo,MellontaTauta, como escribiese Poe. Tenemos noticias de un posible taller de industria lítica, nos informaron que se encuentran fragmentos de roca devasta- das con clara intensión en una pequeña exten- sión de terreno. Estas personas, quienes carecen de cualquier entrenamiento arqueológico, son agudos observadores y excelentes informantes, sólo hace falta disponer de tiempo e ingenio para poder escucharles. 22-de febrero de 2003, Casería Viento Suave, estación Las Maravillas. Guía: Amabile González (75 años). Aquí puede Ud. sentarse a tomar una taza de café mientras estudia tranquilamente los petroglifos. Están por todas partes alrededor de la vivienda. Los motivos más frecuentes: rostros cuadrangulares, espirales, figuras antropomorfas. Una de ellas nos sorprendió particularmente; en una roca que apenas afloraba del suelo se halla- ba una figura labrada con los brazos en jarras, las piernas separadas; a ambos lados de su cuadrada cabeza, sobresalían arcos rematados en puntas de flechas. Lo que cautivaba era su “sonrisa”, pues el rasgo que corresponde a la boca se curva a la manera que lo hace la sonrisa de los actua- les comics. Inmediatamente la bautizamos como la figura del “Arco”. No hemos topado con algo semejante en nuestras lecturas ni en otras explo- raciones. Señalemos que los viajeros y cronistas
  • 29. 27 del siglo XVI refieren el empleo de narigueras de oro, y que bien podría tratarse de la representa- ción de dicho emblema. En algunas de las rocas donde se han grabado signos, se “amolan” los instrumentos de trabajo como machetes, hachas, escardillas; pero se tiene sumo cuidado de no dañar los petroglifos. Estas rocas son arenisca de grano muy fino, por lo que su empleo se impondría por su propia condición natural para amo- lar las herramientas, pero no podemos dejar de entre- ver un eco de la memoria colectiva en esta práctica. Las Maravillas se levanta en un claro del bos- que, en la cima de una loma suave y fresca, aquí se citan multitud de cigarras de gran tamaño que los campesinos llamaban burreras. Cuando ca- lienta el día su canto es frenético y es tal su inten- sidad que puede resultar molesto. Con bastante dificultad logré hacerme de algunos ejemplares. 22 DE FEBRERO, POR LA TARDE. Partimos de un hecho que nos impone tanto la experiencia como nuestras lecturas: lo real no es igual en el campo y en la ciu- dad. Aunque en nuestras ciudades perviven numero- sos rasgos, usos, nociones y costumbres de un inme- diato e influyente pasado agrícola, es innegable que éstos tienden a desdibujarse, a recomponerse en otro espacio, quedan sujetos a otra dinámica. Una cosa es abordar el estudio de las manifesta- cionesrupestres–petroglifos,piedrasmíticas,pinturas rupestres, etc.– en la comodidad demasiado citadina
  • 30. 28 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos de nuestro gabinete, leer atentamente algún journal dejado en nuestras bibliotecas por algún exótico via- jero,hojearsosegadamenteanuariosypublicaciones especializadas, contrastar con deleite singular in- formes provenientes de distintas manos, escritos en distintos, distantes lugares, contemplar dibu- jos y fotografías mientras vaciamos tazas de aro- mático té. Otra –muy otra– es la “experiencia” de encontrarnos con los petroglifos en “su” me- dio: en el campo; no hablamos sólo del campo como una extensión geográfica, física, sino como un espacio mental: hablar con quienes comparten tiempo, espacio y memoria día con día con estos signos grabados en un pasado que en más de una forma es nuestro; conmueve íntimamente ver alzar- se estas rocas vivientes entre pastos y sombras, acu- nadas en el vientre de azules montañas, a la vera de caminos y siembras tan antiguos como la sangre. Vi- sitando la estación de Viento Suave nos sorprendió la lluvia; parecía tiempo y dinero perdido. Pero la lluvia lenta, generosamente fue revelando secre- tos al ir llenando esas agrupaciones de oquedades poco profundas que suelen llamarse puntos aco- plados. Ante nosotros una serie de agujeros fue- ron recogiendo las gotas de lluvia que resbalaban por la superficie de las rocas, caída desde el cielo y las hojas. La experiencia que nos ofreció la llu- via sólo ella podía dárnosla. Se imponía una relación entre los puntos aco- plados y la lluvia. Es evidente que estas manufac-
  • 31. 29 turas estaban destinadas a recoger el agua de la estación lluviosa, testimonio de la siembra y, por extensión, de la fertilidad. Surge una pregunta: Toda la estación gira en torno al mismo tema –la fertilidad–, o trata de un argumento más amplio, del que ésta es un capítulo. Tal vez la respuesta está un poco en todas partes, en cuyo caso será necesario consultar diversas fuentes. 23 de febrero de 2003. San José, estación Piedra Es- crita. Guía: Segundo González “Chundo” (40 años). Segundo recuerda que su abuelo paterno le conta- ba historias referidas a las piedras, le decía que en ciertas noches éstas estaban iluminadas por una luz interior; que señalaban el lugar donde estaban ente- rrados cuantiosos tesoros, pero que estos bienes no estaban destinados a cualquiera sino a los elegidos. Las referencias a tesoros ocultos en la vecindad de los petroglifos ha sido abundantemente recogida en la literatura; sin embargo, se encuentra una gran variedad de versiones en cuanto a la identidad de los depositarios: en unas, son tesoros ocultados por los indígenas para salvaguardarlos de la rapacidad de los españoles; en otras, son los mismos conquis- tadores quienes ocultaron sus tesoros, usando estas piedras singulares como marcas fácilmente recono- cibles; otras, finalmente, adjudican a los misioneros tales riquezas. Vincular los petroglifos con tesoros es una idea tenaz; y desde el punto de vista etnológico, no deja de tener razón.
  • 32. 30 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos El abuelo de chundo le contaba que estas pie- dras estaban pobladas de espíritus que salían de ellas y se internaban en las montañas. Sea como fuere, a “Chundo” no le place abundar demasia- do sobre el tema y confiesa que, si puede, prefiere evitar las piedras por las noches. 24 de febrero de 2003, La Peña Clara. Guía: Or- lando Medina (15 años). La Peña Clara es un aflo- ramiento rocoso impresionante; la piedra está constituida de arenisca blanca –de allí su nom- bre–, cuyo interior ha sido erosionado por una corriente de agua, produciendo galerías que, con cuidado, pueden transitarse de pie. El entorno está cubierto por una tupida maleza, difícilmen- te penetrable, por todas partes pueden verse unas agraciadas arañas rojas que moran en el curso de las corrientes de agua. Medina cuenta que La Peña Clara fue re- ducto de resistencia indígena y posteriormente de la guerrilla a finales de la década del sesenta. Recuerda que esta piedra era limpiada de vege- tación regularmente por María Bracho y Víctor Chirino, ambos fallecidos. Cuando la visitamos, un sonoro enjambre de abejas africanas la había colonizado. Su omnipresente zumbido constituye un fondo algo atemorizante. Cuando le pregun- tamos a Medina, de manera bastante amplia, si habían otras piedras que guardasen alguna rela-
  • 33. 31 ción con la Peña Clara, nos mencionó la estación de San José y los Urupaguales, lugar este último que recibe su nombre por la abundancia de ár- boles de urupagua (aveledoa nucifera), que dan una nuez amarga, muy apreciada en todo Falcón desde tiempos precolombinos. Nos refirió que en las cercanías de los Urupaguales también pueden encontrarse petroglifos. No obstante su guardada belleza, dejamos la Peña Clara con un suspiro de alivio, escuchando aún el nada tranquilizador zumbido de las abejas africanas. P. E.: Orlando Medina cursaba el segundo año de bachillerato, del cual por alguna ignota razón se encontraba ausente en un día de clases. Debe tratar- se de algún epígono de Huck Finn y Tom Sawyer. 24 febrero de 2003. Viento Suave por la tarde. Vi- sitamos a la Sra. Juana Quero, 58 años, quien vive en mancebía con Maximiliano Medina, nuestro primer guía, quien amablemente me ha brindado su casa como base de operaciones en mis haza- ñas cinegéticas. Aquí se me trata a cuerpo de rey, se me regala con la tradicional arepa serrana, co- nocida como tumba budare, dada su rubicundez. Además me basta con asomarme a la cocina para encontrar testimonios de la pervivencia indígena: el metate sangrante de onoto, llamado por quie- nes lo usan piedra de moler. La Sra. Juana asegura que, aunque sus hijos le han obsequiado moder-
  • 34. 32 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos nos enseres, ella prefiere seguir con su cocina tal y como la conoció de niña: leña y piedra de mo- ler. Bien por ella. La Sra. Juana recuerda que en la población de El Guay se encontraba una piedra labrada con petroglifos que a ella le recordaban imágenes del sol. Esta roca fue destruida por las máquinas cuan- do por allí hicieron una carretera. A media tarde vino a guarecerse donde estába- moselSr.ElíasColina,buscabarefugiodeesallovizna insidiosa y pertinaz que en España llaman “cala-bo- bos” y en Venezuela, de manera más gráfica y lapi- daria, “moja-pendejos”. Colina es agricultor, tiene 64 años, vividos todos en estos contornos; mostrándose interesado, se sumó de buen grado a nuestra conver- sación: nos habló de la “Piedra de la Trinidad”, que es homenajeada el 24 de junio, y en cuya cercanía se han encontrado restos arqueológicos. Esta piedra se encuentra en una cueva no muy distante de don- de estamos, en ella, nos dijo, las formaciones rocosas prefiguran pequeñas imágenes de santos. El día de San Juan, 24 de junio, es el día en que los Encantos están abiertos, estos Encantos son espíritus naturales. El día de San Juan es una festividad antiquísima en Venezuela, data desde tiempos precolombinos, pues es un día cercano al solsticio de verano en el hemis- ferio norte. Los africanos traídos a Venezuela adopta- ron también el patronato, ocultando tras esta devo- ción sus cultos ancestrales. El sincretismo en torno al culto a San Juan es verdaderamente proteico, adqui-
  • 35. 33 riendo rasgos distintivos allí donde se da, en virtud de la particularidad étnica de cada región. No deja de llamar la atención que la batalla de Carabobo co- incida con el 24 de junio; puede que se trate de una “racionalización” institucional e histórica de conte- nidos inconscientes, en este caso, del inconsciente colectivo. La coincidencia de fechas no es cuestión gratuita; consideremos, verbigracia, la coincidencia en las fechas de nacimiento y muerte del Benemérito General Juan Vicente Gómez –segundo padre de la patria, para los positivistas venezolanos de 1920– y las de Simón Bolívar, El Libertador. Colina nos habló de la Piedra de San Luis, enor- me masa rocosa cercana a la población del mismo nombre. La roca se encuentra en la cumbre de una montaña. Está rodeada por una cadena, “amarrada”; encima de la roca hay una imagen de la Virgen; se dice que si la roca se suelta, se destruye el pueblo. “Parece –recogemos palabra por palabra la frase de Colina– que la roca estuviera peleando con el cielo.” 24 de febrero de 2003, Por la noche. Revisábamos la obra de Carl G. Jung y sus colaboradores: El hom- bre y sus símbolos, cuando leímos estas líneas debi- das a la pluma de Aniela Jaffé: Aún hoy día, una extraña magia parece rondar las cuevas que contienen los grabados y pinturas rupestres. Según el historiador alemán del arte Herbert Kühn, a los habitantes de las zonas donde
  • 36. 34 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos se encontraron esas pinturas, en África, España, Francia o Escandinavia, no se les puede convencer para que se acerquen a las cuevas. Una especie de temor religioso o, quizás, miedo a los espíritus que vagan entre las rocas y las pinturas, los mantiene apartados. Los nómadas que pasan por allí, aún dejan sus ofrendas votivas ante las viejas pinturas rupestres en África del norte. En el siglo XV, el papa Calixto II prohibió las ceremonias religiosas en la “cueva de los caballos”. No se sabe a qué cueva se refería el papa, pero no hay duda que sería una cueva histórica que tuviera pinturas de animales. Todo esto viene a demostrar que las cuevas y rocas con pinturas de animales siempre se han considerado instintivamente como lo eran originalmente: lugares religiosos. El numem del lugar ha sobrevivido a los siglos. En Venezuela el culto a las rocas ha sobre- vivido hasta fecha bastante reciente; incluso, en más de una forma esta aún presente. De ello nos ocuparemos en detalle al tratar de los sím- bolos encontrados en los petroglifos. Sirva por lo pronto decir que Alfredo Jahn lo documen- tó a inicios del siglo XX en los Andes, y Oscar Yanes hacia 1945 en Caracas, Clarac lo docu- mentó en el estado Mérida en el último tercio del siglo XX. Nosotros nos hemos topado con el trato respetuoso –casi idolátrico– a la roca en el estado Falcón cuando apenas despunta el siglo XXI. Sabemos que otros investigadores
  • 37. 35 en, otras partes del país, se han encontrado con situaciones afines. Sólo resta despejar la natu- raleza misma de ese culto. 26 de febrero de 2003, Estaciones de San José y Viento Suave. Es un día como para salir a cazar pe- troglifos. La temperatura de la mañana es modera- da, sopla una gentil brisa, tenemos una atmósfera diáfana y una luz excelente. Encontré a Aramís González (28 años) estudiante de la Universidad Francisco de Miranda, quien ha de servirme de guía, frente al potrero del Sr. Guillermo Chirinos. Referí el día anterior a Aramís mi interés por los petroglifos de la región al tiempo que le mostraba las reproducciones de algunas fotografías toma- das por Hernández Baño y Ruby de Valencia en la zona. Aramís reconoció de inmediato la imagen del “Venado de Piedra” como Hernández Baño bautizase alguna de las rocas de acuerdo a una le- yenda local, la misma toma de la roca empleada por Hernández Baño para ilustrar la portada de su libro es reproducida por Ruby de Valencia en El diseño en los petroglifos venezolanos. Entramos en la propiedad sin pedir permiso; supongo que el ser vecino del Sr. Chirinos per- mite a Aramís tomarse ciertas licencias; en cual- quier caso, atravesar las propiedades de otro es una práctica más o menos corriente en la sierra falconiana, siempre y cuando se conozca a los propietarios y no se ande en malos pasos.
  • 38. 36 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos Aramís ha realizado algo de investigación histórica amateur con fines académicos; según me comentó, investigó sobre las rutas por las que transitaban los arreos de mulas entre Coro y Ca- rora. Está ruta aún puede seguirse en parte y en algunos lugares pueden hallarse las ruinas de an- tiguas posadas. Esta ruta comercial comprendía Las Antillas Menores, La Provincia de Coro y El Valle de Barquisimeto, y la evidencia histórica y arqueológica permite extenderla hasta los Andes. Aquí encontramos una vez más la pervivencia de usos precolombinos en nuestro pasado colonial y temprana vida republicana. 27 de febrero de 2003, San José. Esta estación fue descrita y fotografiada por Hernández Baño a co- mienzo de la década del setenta; este hecho nos per- mitió constatar un fenómeno notable: el paso de los investigadores se imprime fuertemente en la memoria de las colectividades vecinas a los petroglifos, es el registro de un saber que se añade a la historia de las investigaciones. Otro tanto encontramos en Taratara con relación a las andanzas de Cruxent, en Casigua con Pedro Manuel Arcaya, en El Mestizo con Her- nández Baño. Es un poco como pasar a formar parte del tejido que se pretende desenredar. ¿Seremos parte también de esta trama urdida por el devenir? Según Hernández Baño, la leyenda del Ve- nado de Piedra es la que encontramos asociada a la estación de San José: en otro tiempo existió en
  • 39. 37 ese lugar un hombre llamado ““El Salvaje””, ser de aspecto humanoide, cuyo cuerpo está cubier- to de espesa vellosidad. Se dice que este ser es muy enamoradizo y recurre a los encantamientos para llevarse a las muchachas núbiles a una fuen- te donde las sumerge en un agua que no las moja; luego les lame las plantas de los pies, lo que les impide marcharse; allí, en ese paraje oculto, la cautiva es alimentada por un captor con frutas silvestres. Los padrinos de la muchacha son los únicos que pueden romper el encantamiento lla- mándola a voz en cuello. La presencia de “El Salvaje” infundía pavor en aquellos lugares por lo que fue requerida la participación de un piache para capturarlo. El piache invocó al Salvaje a su choza, donde lo retuvo varios días y sirviéndose de ensalmos, sa- humerios y rezos, lo hizo pasar al otro mundo. La memoria de estos hechos está guardada en la roca. En nuestro escritorio reposa un ejemplar mecanografiado de un texto de Hernández Baño; allí leemos … encontramos una roca grande, de dos metros de al- tura por cinco metros en su base; los dibujos más fre- cuentes son rostros, algunos rodeados por radios. En la arista orientada hacia el Este hay dos figuras dignas de tomarse en cuenta: la primera es una cabeza de animal, que puede perfectamente representar un ve- nado; más abajo, encontramos la imagen de un ser
  • 40. 38 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos monstruoso de feroz aspecto. Añadamos a ello que la palabra Cabure proviene del quechua Kahurí que sig- nifica monstruo. Cabe preguntarnos: ¿hasta qué punto la Leyenda del Venado de Piedra que nos contaron los lugareños es sólo un mito? Existe un testimonio que por dos fuentes llega hasta nosotros: La tradición oral a través de nuestros queridos viejos y la bella leyenda escrita en una escultura de piedra. Interesantes observaciones, al margen de la discutible filología. Tres mitos nos asaltan al in- quirir sobre los petroglifos, no hemos salido a buscarlos expresamente, mas los encontramos in- sistentemente en cada lugar que visitamos y en algunas de las referencias colectadas por otros investigadores: María Lionza, “El Salvaje”, Ma- naure. Después de todo, hemos basado nuestra búsqueda en las eventuales relaciones entre mito y petroglifo en tierras falconianas. En buena medida el mito de María Lionza es el gran mito unificador del pasado y el presente de Venezuela –conjuntamente con el de Bolívar, así se escandalicen políticos y académicos–. En Fal- cón, las prácticas espiritistas son bastante usuales y los ríos que surcan la sierra de San Luis se prestan a las mil maravillas, así lo prueban las marcas de ve- las y restos de pólvora que en ellos se encuentran. Incluso asistimos a algún ritual; interesante por lo demás, pero esto es harina de otro costal… aunque no tanto, como oportunamente se verá.
  • 41. 39 El mito de Manaure es el mito fundacional de los corianos, de los nativos de Coro, nombre colonial de la provincia. Calles, plazas, negocios, fundaciones llevan su nombre. Mariano Picón Salas llegó a decir de Manaure que era el “Néstor” de los indios, en cáli- do eco homérico. La figura de Manaure se nos impo- ne por múltiples vías: la toponimia, la tradición oral, la investigación etnológica y el trabajo de campo. Lo singular es la forma cómo los mitos de Manaure, Ma- ría Lionza y “El Salvaje” parecen tejer un tapiz; aun- que no debería sorprendernos si recordamos a Lévi- Strauss y a Octavio Paz: “los mitos se comunican a través de los hombres y sin que éstos lo sepan.” 27 de febrero de 2003. San José, de noche. Am- plias noticias sobre “El Salvaje” encontramos en la obra Hacia el indio y su mundo de Gilberto Antolínez. Cuando Humboldt visitó el Orinoco, oyó a los indígenas una singular leyenda; nos cuenta que primero fue en las cataratas de Atures donde primero oyó mención: …de hombre velludo de los bosques que denominan “El Salvaje”, que rapta a las mujeres, que construye cabañas y come a veces carne humana… los Tamanacos le llaman Achi, los Maipures Vasitri, o ¡Gran Diablo! Los indios le decían que “El Salvaje” tenía los pies vueltos hacia atrás, y que cerca del río Paruasi existía un cerro llamado Achi- tipuiri, que en tamanaco significa: Cerro del Hombre de los Bosques. R. Spruce, en su viaje por el Casiquiare en-
  • 42. 40 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos tre 1853 y 1854, apunta que por aquellos rumbos había existido antiguamente una población indígena llamada Samadu-Cani, es decir: “La Tierra del Samadu, animal fa- buloso parecido a un hombre en tamaño y aspecto pero con piernas y brazos largos y pellejudos, que se mostraba de vez en cuando en la selva, con terror de las mujeres y los niños… La creencia en la existencia de esta especie de hombre-lobo es corriente entre la generalidad de los indios del Amazonas y del Río Negro”. En nuestros días, persiste en Venezuela esta creencia: la encontramos en Falcón, Mérida, Truji- llo, Barinas, Lara y Yaracuy, y con algunas variacio- nes, en otras regiones del país. Como ya Humboldt supo presentirlo, esta creencia se encuentra íntima- mente conectada al aspecto y los hábitos de un gran plantígrado, oriundo de las cordilleras americanas del borde del Pacífico: el “Oso de Anteojos” (Tre- marctos Ornatus), el cual es capaz de erguirse sobre sus patas traseras, evocando así una figura humana. Jacqueline Clarac reconoce un fuerte núcleo de este mito en la región de los Andes venezola- nos; apuntan en este sentido las investigaciones de Belkis Rojas: “Los antepasados indígenas que huyeron hacia las montañas, se convirtieron en ‘bichos’, en ‘animales de montaña’, como el oso frontino, llamado ‘joso’ o ‘salvaje’. La humanidad del oso se expresa en distintos relatos, estructura- dos según la misma pauta en diferentes partes de la cordillera.” El oso, asevera Rojas, siguiendo a Cla-
  • 43. 41 rac, es especialmente percibido como “indio salva- je”, que busca a la mujer campesina para procrear con ella; de estas uniones nace un ser cuya mitad superior es de hombre, de “cristiano”, y la mitad inferior es de oso, es llamado “ Juan Salvajito” o “Juan Joso” o, simplemente, “El Salvajito”. Omar González Ñañez encuentra tradiciones afines en- tre grupos indígenas arawak del sur de Venezue- la. En este escenario, se trata de una especie de semi-hombre llamado Makúlida y Jiwémi entre los warekena, Yamadú en baré, Walaluna en baniba, Kurupira en lengua yeral; los pobladores criollos y los mismos indígenas de la región lo denominan en castellano “El Salvaje”. El Demonio Alucinador del Bosque, escribe Antolínez, es el ser de mil nombres en la Améri- ca Indígena. Pero en la selva amazónica sus tres nombres sinónimos más diseminados y mejor co- nocidos son, según Hurley, los de Curupíra, Ca- apóra y Caipóra. La objetivación demoníaca de Caapóra no debe asimilarse al demonismo del Diablo cristiano, entendido como elemento dual espiritual maléfico que se contrapone a Dios. Ca- apóra, nos dice, debe considerarse antes como un duende, como un ser silvestre, como una entidad espiritual no circunscrita a ningún sistema ético dualista: se trata de un espíritu guardián, de mo- ralidad indefinida: el Angaussú o “Gran Alma” de la floresta, unas veces bondadoso y acogedor, las otras veces vengativo y violento:
  • 44. 42 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos Caapóra es un hijo espiritual del “mal de la selva”, una creación fantasmagórica experimentada como angustio- sa vivencia por aquellos cazadores primitivos que fueron tantas veces encontrados por los suyos, hambrientos, di- lacerados, enloquecidos por la selva, con los ojos áto- nos, la lengua pesada y babeante, contando narraciones fantásticas de pueblos encantados, mozas hermosas, lu- juriosas y sádicas, debidas al estado de trance a que el cansancio y la inanición los condujeran. Experiencias afines están reservadas a los teme- rarios que se extravían en la fronda sudamericana. Señala Antolínez que la creencia en el Demo- nio de los Bosques es muy frecuente en nuestro medio continente austral, al este de la gran cadena andina. Aun cuando el Tremarctos Ornatus no sea oriundo de la floresta amazónica, fue en esta zona donde la “teoría extravagante” de “El Salvaje” en- contró más fuerte acogida. Anotemos que aún a comienzo del siglo XXI, era dable encontrar osos frontinos en las montañas larenses, donde al me- nos uno fue muerto por estas fechas –lástima–. Pensaba Barbosa Rodríguez que la leyenda de Curupíra sea venida de los nahual de México, ex- tendiéndose como una gran onda ideológica por “Venezuela, por las Guyanas, por el Perú, por el Paraguay… desde los karaiba hasta los guaraní.” Así lo hallamos desde Colombia hasta el Chaco paraguayo y argentino. Pensemos que al recopilar testimonios orales en el campo, encontramos do-
  • 45. 43 cumentos que apuntan hacia un panamericanis- mo anterior a los ensueños republicanos: realidad cada vez más evidente, conforme comparamos los petroglifos, la cerámica, la orfebrería y la mi- tología americana. Volviendo a nuestro tema: Caapóra-Curupíra es un ser que presenta dos aspectos: uno mascu- lino, el otro femenino: es “un Señor” o “una Ma- dre” (Cy) de la selva. Su entidad primordial se ha desdoblado a través del tiempo, y de ese modo aparece bajo la forma de una pareja humana: ma- rido y esposa. Es el abaquára o “padre de la caza” y la Caácy o “madre de la selva” en Amazonia. Sería de interés contrastar estas personificaciones con las de Arco y Arca de la cordillera andina. El varón Caapóra usa un hacha fabricada de casco de tortuga jabuti, con la cual gusta hacer ruido; su esposa Caácy es una anciana arrugada, gran hechicera, versada en toda suerte de brujería. En algunas regiones, Caácy es una india muy oscura, que jinetea sobre un gran puerco salvaje. Sus hi- jos son: Sacy, el niño rojo de un solo pie volteado hacia atrás que engaña a los viajantes; y los se- res fantásticos encantados de la selva, como son: uirapurú o pájaro violinista (leucolepia muzica, Troglodytiae), el sapo arú, el xincuán o ave ago- rera de la mala suerte, el sinfín o aguaitacaminos urutahy, conocido en las serranías falconianas co- mo tapacaminos, la tara o mariposa fúnebre xa- quiránabova, el enano matín-taperéra, mitad
  • 46.
  • 47. 45 duende y mitad araguato…Todos estos seres ma- léficos son el espanto del morador de la manigua. “De un modo más o menos adulterado –aco- ta Antolínez–, estos seres mitológicos del área amazoniana pueden conseguirse superviviendo en el folklore de las masas rurales de Venezuela. La Caácy de Bahía puede encontrarse en Falcón, Portuguesa, Yaracuy, Lara. El sinfín tiene una her- mosa leyenda en los llanos de Barinas. El sacy, múltiple, corresponde a los enanos de un solo pie que llaman los mestizos de Trujillo ‘Los Tateyes’, y son venerados como señores o dueños de los campos cultivados.” Aunque “El Salvaje” sea el ser de los mil nom- bres, indudablemente el más conspicuo es el de Caapóra. Antolínez propone la siguiente etimología: caá o cáa que vale por árbol, arbusto, hoja, pero pre- dominantemente por bosque. Además póra equivale en tupí-guaraní a “el habitante, el morador, el que permanece o está adentro de una cosa.” De modo que el nombre guaranítico Caapóra significa tanto como “el agreste”, “El Salvaje”, el rústico morador del bosque. En consecuencia, aplicando este prin- cipio, hallamos que Caapóra es “El Salvaje” habita- dor del bosque, y la esencia y substratum del bosque mismo; como también el ser que salta en la selva, si atendemos a que póra es fonéticamente parecido a póre, que significa salto; recordamos al respecto que “El Salvaje” es descrito con los pies mal conforma- dos o vueltos hacia atrás, por lo cual ha de poseer
  • 48. 46 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos una marcha de aire singular y arbitrario. Referencias a los pies vueltos hacia atrás las hemos encontrado entre los campesinos falconianos; explican que en virtud de esta configuración el “Duende” –como lo llaman– confunde su marcha: en verdad, viene de donde su rastro parece indicar que va. El Salvaje cabalga sobre un venado, una danta o un báquiro. Es el padre de los animales que vi- ven socialmente y andan en manadas. En algunas tribus del alto Río Negro, según refiere Barbosa, los indígenas “no matan al yacamin (Psophia Crepitan) ni a la danta, por no ofender al Curupíra. En las reminiscencias aborígenes actuales de Yaracuy, Lara y Falcón que informan el complejo mítico de María Lionza, Dueña de la Selva comparable a Caácy o Curupíra-hembra, ella monta una danta con las ancas “herradas” o marcadas con símbo- los indígenas de oculto contenido: “petroglifos”; y María Lionza arrea ante sí manadas de animales silvestres: pumas, jaguares, tapires y venados, cu- yas heridas cura, y por cuya integridad vela. En Táchira encontramos una tradición que guarda con María Lionza muchos puntos en común. Caapóra se presenta a las tribus del sur de la Guayana venezolana como “un feo y fuerte hombre macho, oscuro, de pecho ancho y velloso, caballero de un báquiro, en cuya extraña montura va arreando la fauna amazónica: monos, coatíes, etc., para prote- gerla de los cazadores.” Según el relato de Gastón Fi- gueira, es un “habitador de los árboles del bosque”,
  • 49. 47 este aspecto, señala Antolínez y encontramos en Clarac, corresponde con los hábitos biológicos del oso frontino, el cual construye en la fronda, usando palos y hojas, una especie de nido entre los árboles. Actualmente, encontramos entre los campe-si- nos de los estados Falcón, Lara, Yaracuy, Guárico y Miranda una clara supervivencia de Caapóra: allí se aparece a los cazadores un enigmático “Pastor de los venados” –muchos de ellos cojos o mal he- ridos–. El personaje llevaba su rebaño a un corral donde les prodigaba cuidados. El cazador poco cer- tero seguía el rastro de sangre del animal hasta llegar al corral, donde el “Pastor de los venados” le con- minaba a mejorar la puntería y a no multiplicarle el trabajo de curar tanto animal torpemente lasti- mado. En numerosas ocasiones la historia conclu- ye con la locura del cazador. En la zona fronteri- za brasilovenezolana, es “el padrino de todos los bichos, desde la hormiga hasta la danta, y desde el matajey hasta el rey de los zamuros”, persigue a quienes matan la caza por puro placer cruel; su “estatura es de dos palmos, y de dos palmos más”, según le informaron los indios a Trayanov. Otro de los mil nombres de Caapóra-Curupíra es Caípora. Tastevin da para esta palabra tupí las siguientes acepciones: a) infeliz, desdichado, fa- tal, funesto; perseguido por la Capora o Caípora; b) Curupíra. Amadeo Amaral dice: “El Caapóra, genio silvestre, tiene la particularidad de hacer in- feliz a quien encuentre, montado en su puerco,
  • 50. 48 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos cuando corre por el bosque: de ahí el nuevo senti- do que el nombre adquirió, en la fórmula caípora.” Para Antolínez, Caapóra es infeliz, y por ello a ratos colérico y vengativo, y, de acuerdo con la idea indígena de que los males son sustanciales y se transmiten por contacto, Caapóra procura el encuentro con quienes entran en la manigua mo- vidoporpremeditadaymalévolaintención.“Caapóra es, simplemente, un mabitoso”, concluye Antolínez, queriendo significar que transmite la mala suerte. Caapóra es la totalidad biológica del bosque, “su” palpitación vital. Comprendemos así que cual- quier vida que se le reste al bosque, se le roba a Caapóra mismo, de donde podemos ver que pro- ceda a defenderse contra quien atente contra su in- tegridad. Tastevin y Antolínez comprendieron bien esto. Monseñor Lunardi lo describe como un habi- tador del bosque, un licántropo (hombre lobo de las leyendas grecolatinas y centro europeas), con los pies vueltos hacia atrás, guardián de las bestias de la selva: esto nos lleva de nuevo a Humboldt. Trayanov señala que Curupíra, para perder a sus enemigos, “los crueles cazadores blancos”, que no matan por hambre sino por deporte y cruel- dad, imita todo sonido animal y hasta un falso ruido de hacha: en este aspecto equivale a “El hachador silvestre” del folklore occidental venezolano. “Es agresivo y camina agachado y colérico. Cojea de una pierna que tiene vuelta hacia atrás (una varian- te de la versión humboldtiana) y bambolea su ca-
  • 51. 49 bezota enorme, de chata nariz, unidas cejas y boca provista de cuatro colmillos descomunales”. Afianza las raíces de los árboles para que no los derriben las tempestades. En Amazonia, según Gastón Figueroa, Curupíra persigue a los leñadores que cortan madera en la manigua; constituye éste un claro ejemplo de un mito indígena que se torna en lo que Richardson llamó “folklore nacional”, y que este investigador es- tudiase entre barqueros, leñadores, maquinistas del ferrocarril y vaqueros. Curupíra es el protector del bosque, pues le encarna; para Antolínez representa el “Principio vegetal húmedo del bosque”. “Es bueno saber –escribe–, en lo que atañe a la distribución geo- gráfica de la leyenda de ‘El Salvaje, hachador y protector de los árboles’, que al sur con C˚ 40 de latitud austral, en plena costa pacífica chilena, to- davía encontramos rastros de Caapóra”. Allí se le llama Thráuco; tiene una hachita de piedra con la cual suele dar tres golpes a un árbol; estos ha- chazos son tan estridentes que causan pavor al hombre más valeroso. Sintetiza el encuentro entre folklore y etnología: “Al tratar de las supervivencias folklóricas de la creencia de un Demonio del Bosque –escribe An- tolínez–, en un Salvaje Protector de la Caza y de los Árboles, tengo que hacer forzosa referencia al ‘diablo’ de los indios caketío del estado Lara…: to- davía se le teme y creo hallar su equivalencia en el celebérrimo ‘Diablo de Carora’, de cual di-cen que
  • 52. 50 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos se suelta en Semana Santa”. Francisco Tamayo, en un estudio sobre María Lionza, reco-ge la tradición de que en la localidad del cerro Santa Ana de Pa- raguaná, zona caquetía, hay un dueño llamado Capo, quien, junto con una serpiente emplumada que tiene una estrella en la cabeza, impide que sean cortados los árboles de la montaña: “Cuando le sucede algo a las personas que se aventuran por aquellos lugares es el Capo el responsable de lo sucedido. Si alguien corta un árbol, se le apare- ce el Capo, y su sola presencia basta para aterrar a los campesinos, ocasionándoles sincopes”. Anto- línez encontró una creencia análoga en Yaracuy. En las líneas que hemos dedicado al mito de Ma- naure, recogemos los datos consignados por los cronistas quienes refieren que Capo o Capú como una de las entidades invocadas por los chamanes caquetíos en sus curaciones. La Relación Geográfica de Nueva Segovia –hoy Barquisimeto–, presentada por el Cabildo de aque- lla ciudad en 1578, cuenta que los indios caque- tíos de aquella región llamaban al demonio Capú, y que podían tener trato con él los hechiceros. En una salida realizada por Nicolás de Federmann en- tre el 12 de septiembre de 1530 y el 17 de marzo de 1531, siguiendo la serranía de San Luis hacia el valle de Barquisimeto, encontramos noticias sobre el carácter caquetío de los pobladores de Coro y Barquisimeto. Durante la travesía la comunicación se seguía de esta suerte: “Federmann –escribe Isaac
  • 53. 51 J. Pardo– se dirigía a un cristiano de los veteranos de Coro y éste, a su vez, a un caquetío, el caquetío a un jirajara, el jirajara a un ayamán, el ayamán a un coyón, y el coyón traducía, finalmente, para los aja- guas. De esta manera se les explicaba a los indíge- nas del ‘Nuevo Mundo’ la existencia del Dios único y verdadero, la encarnación de Cristo, el Papado y el Imperio”. En el valle que los indios llamaban de Variquisimeto, por el río que lo cruza, halló Feder- mann indios caquetíos como los de Coro, como lo indica el hecho de simplificar la comunicación a la hora de bautizar indios y requerir oro. En Falcón, Lara y Yaracuy, la aparición de los dueños del bosque va precedida de lluvia, rayos y broncos truenos, en ello coinciden “El Salvaje” de Chile, Brasil y Venezuela; son además, Hachadores o Leñadores fantasmales de la selva. El ojo único y ci- clópeo de la serpiente emplumada que acompaña a Capo se corresponde a la forma de un niño indígena con un solo ojo de mochuelo que asume Curupíra- Caapóra. Al Curupíra-Caapóra se le confunde con el Bitatá o Mboitatá, literalmente “La serpiente de fue- go”, otro dueño del bosque, que en Brasil persigue a los leñadores. Esta serpiente se presenta como un inofensivo tronco de árbol semipodrido; y después toma su forma terrorífica que es la de un culebrón con un solo ojo brillante en la frente, con cuyo brillo calcina a su víctima. Compárese al mito amazónico con la segunda parte del mito de Manaure que en- contramos en Agua Clara, donde Manaure asume la
  • 54. 52 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos forma de serpiente monstruosa que mata a la mujer avara que espiaba a la anciana caquetía. En resumen y siguiendo de buen grado a Antolínez: Pese a las infinitas variaciones regionales, “El Salvaje” con- serva una fisonomía moral o etopeya propia; su influencia fue tan grande que pasó del indio al español y al negro, y se fijó por tanto en la conciencia popular, y establece un ligamen ideológico arcaico pero persistente entre los ha- bitantes de toda Sudamérica, desde los lugares frígidos de la costa chilena hasta la Cordillera de Mérida, y desde las dunas arenosas del Estado Falcón hasta el Chaco Paragua- yo inmisericorde, cenagoso y desarrapado. 29 de febrero de 2003, Viento Suave. Afortunada- mente el día comenzó despejado, aunque la luz no parece muy recomendable para las fotografías. Dedicaré la mañana a visitar algunas rocas que aun careciendo de petroglifos parecen guardar al- guna relación con la estación. Una roca llama particularmente la atención, parece una pila, es difícil decir si fue tallada o es una forma por entero natural. Eliade apunta el ca- rácter dialéctico de lo sagrado: “lo sagrado está en el interior del hombre, pero necesita de la natura- leza para reflejarse y hacer al hombre consciente de su propia sacralidad. Surge entonces una serie de preguntas: ¿Cómo reconoce el hombre en el “paisaje” la sacralidad? ¿Es un lenguaje determi-
  • 55. 53 nado por la cultura u obedece a determinaciones más profundas, casi genéticas? ¿Es sagrado lo na- tural, lo correspondiente es verdad? Contemplo la forma caprichosa de esta roca y sospecho –quizás debiese decir intuyo– que pertenece al conjunto de los petroglifos, pero no puedo estar seguro. Con La Peña Clara no ocurre lo mismo, su presencia, las galerías que en su interior excavó el agua, el hecho de que la comunidad le hubiese dado un nombre y que ese nombre hubiese perdu- rado en la memoria, dicen a las claras que es una roca dotada de significado. En cambio, esta piedra de forma sugerente parece pasar desapercibida; pero quizás tenga un nombre, lo averiguaré. Sí, tiene un nombre, me lo dijo Aramís, se llama “LaBatea”;enunprincipiopuedepareceralgodecep- cionante, pero ¿cuántas piedras tienen un nombre? Por lo demás nadie me señaló los puntos acoplados cuando pregunté por los petroglifos y eso que están en el camino que lleva al pueblo. ¿Cómo sobrevive la memoria colectiva? ¿Qué tan plástica puede ser? Al otro lado de la carretera que lleva a Viento Suave, se encuentran, amontonadas, en el más ab- soluto desorden, grandes rocas fracturadas; fueron removidas para hacer la carretera. En ellas pueden apreciasen algunos símbolos erosionados y una serie de hoyos alineados. Si había aquí algún texto, puede decirse que está hecho pedazos; pero aún así es va- lioso, aunque sólo sea como testimonio de la insen- sibilidad, la estupidez y la barbarie.
  • 56. 54 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos Comienzo a tener una idea de la magnitud del conjunto al que sólo por claridad referencial he llamado San José y Viento Suave, y de la difi- cultad que implica su comprensión; me informan que hay más petroglifos en otros potreros veci- nos. Sería de desear elaborar un registro fotográfi- co completo de la estación así como un levanta- miento topográfico; pero cómo hacerlo si bien es posible que no se conozca cuántas rocas integran la estación. Repuesta: más trabajo de campo. 29 DE FEBRERO DE 2003, Murucusa POR LA tarde. Sa- limos a buscar el supuesto taller de industria lítica. Tras una caminata prolongada por un sendero acep- table, llegamos a un claro en la base de un cerro, allí encontramos numerosos fragmentos de roca de pequeño tamaño que parecen dar testimonios de una actividad orientada a producir herramientas de piedra. El lugar sin duda era un taller. Es necesario un levantamiento arqueológico sistemático, por lo que me limito a recoger sólo algunas muestras: des- perdicios del trabajador de ayer, datos para el inves- tigador de hoy. 29 DE FEBRERO DE 2003, Murucusa POR LA NOCHE. Curiosa colección de datos: apuntes sobre oralidad, algunas muestras geológicas, varios rollos de fotogra- fías, algunos especímenes zoológicos y botánicos. Es un rompecabezas donde el todo es más que la suma de las partes. Algo sí he encontrado de manera in-
  • 57. 55 contestable: Tradiciones y usos vinculados a los pe- troglifos. Aún falta contrastar los datos recogidos en el campo con las investigaciones ya publicadas sobre el tema. En lo que toca a Falcón, sentimos todo el peso de lo que significa ser un pionero: la soledad. Arcaya, Hernández, Cruxent, Perera, se han ocupado de los petroglifos de Falcón; pero ellos no pudieron quitar- les los ojos de encima; yo, en cambio, deseo oírlos, hacer una “arqueología de la oralidad”, escuchar las voces que giran en torno a sus símbolos. Tengo más dudas que cuando empecé. Es una buena señal. 30 DE FEBRERO DE 2003, Cabure, Camino de los españoles. Partimos a la mañana, dispuestos a seguir el antiguo camino de los españoles. Por lo regular estos senderos se trazaron sobre rutas indígenas consolidadas. En algunas partes el em- pedrado se conserva notablemente bien. El ca- mino discurre siguiendo la suave topografía de la montaña; salvo en las pendientes, donde el em- pedrado casi se ha perdido por completo. Como ha estado lloviendo últimamente, las pendientes se muestran bastante resbaladizas y peligrosas. A las márgenes del camino se encuentran al- gunas cruces labradas en piedra cuya escritura es prácticamente ilegible. Al parecer, en algunas par- tes del camino se encontraban puentes, pero estos se han perdido. Al mediodía llegamos a un conjun- to de cuevas; algunas se encuentran inundadas; en
  • 58. 56 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos ellas nadan pequeños peces del género poecilia. Exploramos la mayor de estas cuevas: apenas en su interior, encontramos una bóveda elevada; abun- dan las estalactitas y las estalagmitas, por doquier se encuentran trozos que muestran la estructura cristalizada de su interior. Alguien pintó en una de las paredes de la cueva un enorme caballo de co- lores rojizos; sin duda, el artista –bastante reciente– tenía en mente las pinturas rupestres de Altamira. El trabajo es bastante aceptable y constituye un eco curioso de una tradición. Recorrimos unos cien metros en el interior de la caverna, sólo provechosos para la espeleolo- gía. La caverna desciende siguiendo un ángulo de unos 30˚. Caminar sobre los fragmentos de roca, haciendo equilibrio con una linterna en la mano, puede resultar muchas cosas pero no divertido. Como no vengo en son de espeleólogo, abandoné la cueva a los veinte minutos de estar en ella, sin otro hallazgo que ese caballo contemporáneo. De vuelta en el camino, lo seguimos por unas dos horas, encontrando tramos en excelente estado de preservación. Este tipo de testimonio de nuestro pasado plantea una serie de preguntas inquietan- tes: ¿Debemos darlo a conocer al público, corrien- do el riesgo de su irremisible deterioro? ¿Debemos dejarlo al cuidado y estudio exclusivo de quienes se ocupan de este género de patrimonio? ¿Existe una opción intermedia? ¿Cuál? A estas preguntas he encontrado todo tipo de respuestas. Ninguna
  • 59. 57 satisface a todos. Sólo una cuestión es evidente: el antiguo camino de los españoles es irremplazable, y sea cual fuere la opción que hayamos de asumir es necesario velar por su autenticidad. Concluye aquí nuestra primera salida de cam- po en La Sierra de San Luis. Encontramos abun- dantes petroglifos en los más diversos estados de preservación. Los testimonios que nos brinda la tradición oral –parte de la llamada cultura blanda– son numerosos y elocuentes. Esperamos que en nuestra próxima visita el clima sea más propicio. 29 DE JUNIO DE 2003, Agua Clara. Si bien Agua Cla- ra no se trata de una estación de petroglifos ni de una piedra mítica propiamente dicha, no puede ocultarse su carácter mineral: es una fuente hidrotermal. Nues- tro guía, Coché Partidas (45 años), productor agrope- cuario, y Ángel Partidas (42 años), comerciante; entre sí son primos hermanos, yo soy sobrino del último; una parte de mi familia es originaria de la Sierra de San Luis; la otra, de la “llanada”, como llamamos en Falcón a la extensión de tierra más o menos plana y árida que se extiende entre Coro y Mene Mauroa; así pues, estoy en mi territorio, por así decirlo. Nuestro recorrido comprende Agua Clara, Bue- na Vista, La Playita, Las Adjuntas. Según documen- tos históricos que se encuentran en el archivo de Pe- dregal, en esta región estaba asentada una población de indios Majaguas –ajaguas–. Oscar Beaujon dice de ellos que “los Ajaguas formaron parte de la rama
  • 60. 58 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos Nuarhuaca. Tercos enemigos de sus vecinos los Cu- yones, respetándose y estando pendientes, con una desconfianza tal, que caminaban generalmente por los arroyos para no dejar huellas. Fueron agricultores y pescadores. Carácter turbulento, fueron montara- ces, agresivos y astutos. No tuvieron caciques defini- dos ni costumbres ni religiones propias”. Es eviden- te que el saber etnológico de Beaujon proviene en buena medida de su lectura de las obras de Arcaya. Coché nos cuenta que existe la tradición de que en la zona están sepultados los tesoros expoliados por los Welser a los indígenas de la cuenca del Lago de Maracaibo; es una tradición pertinaz y de cuando en cuando algún aventurero se da a buscar los tales tesoros; la comarca es rica en viejas casas que datan del siglo XIX, período turbulento, que obligó a algu- nas familias a enterrar sus riquezas para salvarlas de la rapiña de los caudillos; ocasionalmente alguien da con una botija llena de morocotas, esto mantiene con buena salud la tradición de los tesoros y –¿qué duda cabe?– el sueño de la riqueza fácil y pronta. Las aguas termales de Agua Clara son formacio- nes de aproximadamente unos 2,5 m de altura con una superficie de unos 50 ms2 , son tres terrazas con- céntricas que van disminuyendo en tamaño confor- me nos acercamos a su máxima elevación; constan de varias fuentes de colores diversos: blanco turbio, verde, azul y negro. En la Terraza central encontra- mos una fuente lo suficientemente amplia y profunda como para contener a cuatro bañistas cómodamente.
  • 61. 59 Las aguas termales están rodeadas de suaves lomas diversamente coloreadas: marrón, amarillo, ocre; el suelo está cubierto de pequeños cristales de cuarzo. La agreste belleza del lugar hace fácil entender por qué se le consideró sagrado. Comprobamos que los objetos de oro al sumergirse en esta agua conservan su color, mientras que los de plata se ennegrecen y pierden su brillo; sin duda a causa de las elevadas concentraciones de azufre y otros minerales. Llegar a las aguas termales no fue fácil, por lo que recurrimos al auxilio de Luis Miguel y José Luis Romero, 13 y 12 años, quienes viven en la locali- dad. Los muchachos llamaron mi atención sobre algunas monedas puestas en los aliviaderos de las fuentes, dijeron que podía llevar un poco de aquella agua si quería a cambio de una simbólica ofrenda, recogieron para mí una buena cantidad de cristales de varios tamaños y colores. Los muchachos me in- formaron que estábamos en “tierra de duendes”. Las aguas termales de Agua Clara o aguas ter- males de la Cuiba están íntimamente ligadas a la leyenda de Manaure. La tradición refiere que una anciana caquetía, quien desde su niñez creyó en la bondad del cacique Manaure, hallábase sumida en la mayor miseria; entonces decidió acudir a las aguas, donde se dice que mora el alma del caudillo de la nación de sus antepasados y rogó al ánima, di- ciendo: “rey Manaure, dame mi limosnita”, al tiem- po que golpeaba tres veces con un pequeño mache- te el peñasco donde manan las aguas. Al acabar de
  • 62. 60 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos decir estas palabras, las aguas de aquellos manan- tiales se agitaron, saltando a gran altura, luciendo los colores más variados. Grande fue el susto de la mujer cuando vio que caía a sus pies, dispuesto al ataque, un ofidio de color amarillo; la mujer cerró los ojos y sin pensarlo descargó un fuerte golpe so- bre el reptil; al abrir los ojos, encontró en vez de la peligrosa serpiente, dos limpias barritas de oro. Los lugares cercanos a la Cuiba son fre- cuentados por quienes recurren a tratamientos de cristaloterapía y en esos mismos lugares me- nudean los cazadores de ovnis. Los visitantes y vecinos del lugar afirman haber visto extrañas luces en el cielo. Una pastilla de jabón azul que encontramos en la Cuiba dio pie para hacer al- gunos chistes a costillas de un gobernador caído en desgracia y que iría a tomar baños allí contra la mala suerte. Nihil novum sub sole: decían que Betancourt tenía una pipa “ensalmada” y Cam- pins una “piedra e zamuro”. 02 DE JULIO DE 2003, Las Playitas, Informante: Teo- tiste Graterol (49 años). A Teotiste le contaba su abuelo paterno la historia de Roso Adrianza: galle- ro, adinerado, bravucón y finalmente desgraciado. Roso Adrianza contaba con amplios fundos, generosas manadas de ganado y varios alambi- ques, estas eran las bases de una robusta riqueza. Gustaba Adrianza de las ferias, particularmente aquellas donde había peleas de gallos; tenía ejem-
  • 63. 61 plares de muy buena casta que nunca le hacían quedar mal. Cierta vez, cuando se dirigía a una de esas fiestas, pasó cerca de las aguas termales, sintió entonces una apremiante necesidad de ha- cerse del cuerpo y, a pesar de las advertencias de sus compañeros y en claro desafió, excretó en las aguas. En el acto sintió un frió en todo el cuerpo y comenzó a sudar a mares, perdiendo luego el conocimiento. Sus compañeros le llevaron a su casa, donde fue recuperándose penosamente; pero su cuerpo quedó “tullido”, lisiado, requiriendo la ayuda de otros para andar. Con eso y todo, Adrianza no abandonó sus artes de gallero y se hacía llevar en una carreta allí donde hubiese una feria y peleas de gallos. La imagen de una carreta que lleva a un lisiado, como si fuere en un peregrinaje para expiar la culpa de su profanación no deja de ser melancólica y poética. Teotiste advierte que si un niño llega a ori- narse en las aguas termales nada le pasará, pues es un inocente y no lo hizo por maldad. Cerca de la casa de Teotiste encontramos el diseño de cír- culos y pentágonos elaborados con cristales de cuarzo. Estas figuras estaban trazadas por quie- nes van allí a tratarse con cristales, ya sean para males del cuerpo o el alma. Tomamos algunas fotografías, colectamos algunas muestras y nos marchamos con el Sol a tres cuartos de su cami- no en el cielo.
  • 64. 62 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos 04 DE JULIO DE 2004, Buena Vista, Las Adjuntas y Agua Clara. Salimos a fotografiar “ojos de agua”; son fuentes de agua en mitad de la ferocidad de esta tierra; las hay dulces y salobres, cristalinas y turbias, frescas y cálidas. Algunas son vitales para la economía de la región e incluso para el con- sumo humano. Todas tienen en común el estar encantadas, custodiadas por duendes. Contamos quince “ojos de agua”. A futuro deberá hacerse un trabajo etnográfico sobre las tradiciones vincula- das a estos manantiales y cotejarlas con otras co- lectadas en diversas partes del país. Por lo pronto podemos comenzar un registro fotográfico. 10 DE JULIO DE 2004, Buena Vista. Se nos in- formó de una anciana de ascendiente caquetío que hasta fecha relativamente reciente iba a las aguas termales de la Cuiba en Semana Santa a practicar algunos rituales de purificación, las no- ticias eran bastante vagas; la señora había muer- to hacía poco y no pudimos entrevistarnos con sus familiares. Se nos indicó que en la vecina población de la Reforma se han encontrado res- tos que sugieren un cementerio indígena: huesos y fragmentos de cerámica. 07DEDICIEMBREDE2004,VisitaalInstitutoVenezo- lanos de Seguros Sociales (I.V.S.S), Informante: Fran- cisco Gutiérrez, técnico (40 años), sobrenombrado “Escolástico”. Gutiérrez nos participó la localiza-
  • 65. 63 ción exacta de los petroglifos de la playa de Cu- curuchú, que ya fueron descritos por Cruxent y aparecen en la obra de Ruby de Valencia y Jean- nine Sujo Volsky como petroglifos de la playa de Curazaito, que se encuentra más hacia el oeste. Los petroglifos se encuentran relativamente próximos a Taimataima, célebre por sus hallazgos fósiles. Gutiérrez nos informó de posibles petrogli- fos en las poblaciones de La Guadalupe y la Peña, de los cuales desconocemos cualquier descripción científica. La oficina donde labora Gutiérrez está decorada con motivos que reproducen los símbo- los que se encuentran en la playa de Cucuruchú. Es cuestión de buen gusto. 08 DE DICIEMBRE DE 2004, Visita al Instituto de De- sarrollo Agrícola. Fuimos allí en busca de unos planos carreteros de las poblaciones que habíamos visitado en la Sierra de San Luis: Viento Suave, San José, Carayapa, Los Riegos; nos entrevistamos con el Ing. Diego Leal (42 años); al informarle sobre la naturaleza de nuestra investigación, nos mostró unas fotografías de petroglifos que él había tomado en Piedra Grande, distrito Democracia. Amable- mente nos obsequió algunas copias. De esta esta- ción no se tiene ninguna descripción científica. Los motivos recuerdan con mucho los que se encuentran en Táchira: las “ranitas” tridigitadas son características y abundantes. Comoquiera que no podemos hacer mayores deducciones a partir
  • 66. 64 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos de algunas fotografías, se hace necesaria una visi- ta al lugar. Leal nos advirtió que la vialidad no es de las mejores. Nada nuevo. 07 de enero de 2005, El Mestizo. Conocemos esta estación por los trabajos publicados por Perera en la revista de La Sociedad Espeleológica Venezo- lana y el primer trabajo de Sujo. Antes de llegar a El Mestizo, nos detuvimos en la población de Bejuquero, donde nos recomendaron buscar al Sr. Benigno Marín; un grupo integrado por jóvenes entre 20 y 25 años nos mencionó la existencia de otras estaciones en la zona. El Sr. Benigno Marín (63 años), productor caprino, sirvió de guía al prof. Hernández Baño en sus exploraciones en el lugar, aunque no lo menciona en su obra. Nos sirvió de guía Fran- cisco Marín (23 años), hijo del Sr. Benigno. Los petroglifos están grabados en un afloramiento rocoso plano –laja– de una superficie de unos 10 m2; los símbolos son de los más variado: zo- omorfos, antropoformos, geométricos; no hay rostros cuadrangulares como en Viento Suave y San José, ni “ranitas” como en Piedra Grande. Empieza a notarse un perfil singular en cuanto a los petroglifos del estado según el ecosistema en que se encuentran. Incluso algunos de los sím- bolos de esta estación parecen referirse a mani- festaciones astronómicas concretas, puesto que recuerdan un cometa: se trata de una serie de
  • 67. 65 cinco círculos concéntricos, una cauda de ocho líneas orientada hacia el noroeste. Francisco Marín nos refiere que las “piedras del rayo” son usadas como “contras” o amuletos –tal como en la sierra falconiana–; nos mencionó el sitio cercano de las Playitas como un lugar don- de se encuentran fragmentos cerámicos y petrogli- fos. “El lajar de los Santos”, que es el nombre que recibe por los lugareños la estación, está rodeada por doquier de matas de orégano –la alegría de la montaña de los griegos– y sumergida en el con- cierto árido y melancólico de las cigarras –¿habrá alguna relación entre la localización de las esta- ciones y la presencia de estos animalitos?–. El sue- lo está cubierto de pequeños cristales de cuarzo. De vuelta a El Mestizo, nos entrevistamos con el Sr. Benigno, nos cuenta que la estación ha sido visitada en numerosas ocasiones por extranjeros, sobre todo norteamericanos. Para Benigno, la laja evoca los orígenes del mundo, “como cuando so- mos niños y jugamos con barro, pues el mundo era nuevo”. Cerca de la estación hay un manantial y una laguna. Nos dijo tener noticias de una estación donde se ve el grabado de un pie que está orientado hacia la Sierra. Helmuth Straka relaciona la impre- sión de un pie en la roca al mito del diluvio, referido al Bóchica colombiano, al Quetzalcóatl mexicano, al Viracocha peruano, al Gucumatz maya, al Sume Tupiguaraní. Straka publicó el hallazgo de impresio- nes de pie en los petroglifos de Carabobo, Miranda
  • 68. 66 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos y Falcón, en un artículo de 1964. Cabe añadir lo que la bibliografía señala para el estado Táchira, su- mando un punto más de correspondencia entre los petroglifos de Táchira y Falcón. El nombre que dan los vecinos a la estación es “El lajar de los Santos”; sugiere connotaciones sacras primevas, que han quedado contenidas en una nueva religiosidad y en un idioma distinto; es un juego de claroscuro, donde se oculta y eviden- cia la memoria común y ancestral. 10 de enero de 2005, Taratara. Se aprecia una notable actividad económica al lado de la carre- tera: artesanías, productos pecuarios: dulces, que- sos, nata; licores y quesos de contrabando. Al lle- gar al pueblo, nos encontramos con un mural que evoca los yacimientos fósiles de Taimataima y los petroglifos de la playa de Cucuruchú. Llegamos a un pequeño museo infantil que fue fundado por Cruxent; es una recolección variopinta y agrada- ble; maquetas de pozos petroleros; osamentas de aves, monos; el esqueleto de un caballo; láminas que ilustran la fauna del Cuaternario, particular- mente del Pleistoceno. Miguel Medina, quien labora en el museo, gen- tilmente se ofreció a servirnos de guía; nos advirtió que debemos salir temprano, pues el único acceso posible es a través de un camino de tierra que ha sido muy deteriorado por las lluvias recientes. De vuelta a Coro, repasamos más detenidamente lo in-
  • 69. 67 tenso del comercio ilegal en la zona. Conocemos varios documentos que reposan en el Archivo His- tórico del Estado Falcón al respecto. Será necesario consultarlos. Tal vez, incluso, sea bueno consultar con las autoridades competentes. Veremos. 11 de enero de 2005. En un artículo dedicado a la pulpería, publicado en la revista Bigott, N˚ 43, Jul-Ago-Sep, 1997, escribe Salvador Garmendia, dando cuenta de una manifestación venezolana que le tocó conocer en su ocaso: Todo pulpero alaba su queso, se decía con razón... En las buenas cualidades del queso descansaba el prestigio del pulpero en su vecindario. Para nosotros todo queso era blanco y aquel que llamábamos amarillo era un forastero de modales extraños que apenas lograba hacerse comprender en nuestro idioma. Era el queso de los banquetes, velorios y los desayunos de primera comunión, que se servía en los platos como un manjar costoso, mucho más en el caso del queso de bola porque era ya un objeto mágico, un viajero del país de los cuentos, que conocía el lenguaje de los ratones y tenía contubernio con brujos y hechiceros. Ese forastero de exóticos modales, que ape- nas podía hacerse comprender en nuestro idio- ma, cómo llegaba a la crepuscular Barquisimeto: Siguiendo la ruta –no siempre lícita– que par- tiendo de la Antillas Hondureñas, llegaba a Tie-
  • 70. 68 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos rra Firme en las costas de Falcón, atravesaba la sierra de San Luis para arribar al valle de Barqui- simeto, cual lácteo Federmann, siguiendo una ruta de comercio caquetía, que se extendía hasta los estados andinos y los llanos anegadizos. En ese mismo texto escribe con sombría ironía, al comparar la pueblerina pulpería con el aséptico supermercado, ciudadano de la Venezuela ren- tista y urbana: “En ese sentido podría decirse que la diferencia entre un muchacho de antes y de ahora es como morder un tallo de caña y soplar chicle bomba. Hay una acometida salvaje en el acto de pegar un mordisco, así como una actitud conformista y vacía cuando se sopla una mem- brana pálida.” El queso de contubernio brujeril, esférico y cetrino, extranjero al margen de la ley, es vendido por manos morenas a ambos lados de la carretera que nos lleva a Taratara, al lado del whisky agres- te y la ropa gringa. Comparte escenario con la arepa de maíz pilao, el dulce de leche, la natilla criolla, las artesanías de cerámica y las labradas en duras maderas vernáculas. Estos productos nos hablan de la historia, de rutas comerciales que so- brevivieron a sucesivos ordenamientos jurídicos y mercantiles, símbolos coloridos y aromáticos del intercambio entre los hombres: conceptos y no sólo mercancías. El pasado fluye en el presente; si bien la historia es un río en cuyas aguas no se baña el viajero dos veces, las aguas de ayer escul-
  • 71. 69 pieron el cauce que hoy sigue el río. Signos del pasado están por doquier, sólo hay que saberlos ver y reconocer. 12 de enero de 2005, Archivo del Estado Falcón, Coro. La recopilación de Documentos para la His- toria de las Antillas Neerlandesas realizada por Carlos González Batista, facilita notablemente la consulta de las fuentes; es una obra erudita y ri- gurosa que delata al investigador sistemático y de garra; un ejemplar nos fue gratamente obsequia- do por José Medina, quien trabaja en el Archivo. En materia de contrabando en el área sirvan para ilustrar las siguientes reseñas: Sobre decomiso en Taratara. El 2 de septiembre de 1838 fue aprehendido en Taratara, dentro de una casa propiedad de Feliz Fernández, un contrabando constituido por 56 fardos de mercancía extranjera, los cuales se depositaron en la aduana de la Vela. Se incluye un inventario de su contenido. 5 de septiembre de 1838-19 de febrero de 1839. 136ff. Expediente N˚(451). Averiguación de hecho de que ella se contrae [sic]. El ejecutante se refiere al contrabando capturado en Taratara, constituido por piezas de paño, madapolan, casimir, platilla, dril, sarazas, listado de algodón, listado de hilo, pañuelos, cortes de camisas y de chaleco, cintas y más de cincuenta y seis docenas
  • 72. 70 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos de sombreros. En total, 1302 pesos, 72 centavos. 23 de octubre de 1857- 24 de agosto de 1858. 49ff. Expediente N˚(1590). Sobre comisos de unos efectos conducidos a Taratara por José Domingo Silva y aprehendidos por una fuerza militar. Los efectos (17 frasqueras de ginebra, 49 piezas de listado, 8 cajitas de jabón, un barril de tabaco de hueba, 10 sacos de harina de trigo, 19 medios de suela criolla, y 12 cordobanes de “obejo”). 18 de agosto- 24 de diciembre de 1862. 115ff. Expediente N˚ (1718). Las mercaderías con las que actualmente se trafica en la zona son más o menos las mismas de entonces: tabaco, géneros (en formas de ropas), alimentos y licores. 13 de febrero de 2005, La Vela. Escribe Rafael Sán- chez en “Curiana”, al referirse a las “Piedras de Mar- tín”. “No obstante la singularidad de la denominación encerrada en ese término, el viajero se encuentra con un conjunto de rocas huecas situadas a la orilla del mar que al soplo de la brisa marina emiten sonidos como de una remota campana”. Dos observaciones: la descripción de rocas huecas no es precisamente exacta; segunda, el sonido de las brisas marinas en torno a las rocas no evoca precisamente el sonido de una campana, antes bien parece un bramido. Las “Piedras de Martín” son un conjunto de ro- cas que se levantan solitarias en la línea de la playa; al preguntar a los vecinos por el nombre del mo-
  • 73.
  • 74. 72 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos numento natural, le responderán las piedras de San Martín o las piedras de Martín; al abundar en el tema, añadirán: “se trata de un cacique del lugar”. En falcón, no se conserva memoria del tal cacique Martín, fuera de esta denominación en las rocas. Al consultaraloscronistas,encontramosqueelnombre cristiano de Manaure era Martín Manaure. Propone- mos la siguiente ecuación: Piedras de Martín igual a Piedras de Martín Manaure y éstas a su vez iguales a Piedras de Manaure, en conclusión: Piedras de “El Manaure”, esto es, Piedras del Jefe Supremo de los Sacerdotes y Médicos-Magos. Por lo demás, la de- nominación Piedras de San Martín parece aludir al carácter sagrado del lugar como tuviésemos ocasión de ver en “El lajar de los Santos” de El Mestizo. Subimos las rocas llevando con nosotros La Ele- gías de Duino de Rainer María Rilke y una botella de cocuy, bebida agreste de origen indígena, muy apreciada por los falconianos –los de pura cepa–. Nuestra experiencia era la siguiente: leer los poemas como si se tratare de una invocación, mientras tra- segaba un trago de licor en busca de un estado de éxtasis o arrobamiento –siempre se corre el riesgo de lograr no más que una pedestre borrachera. ¡Voces, voces! Escucha, corazón mió, como sólo escucharon los Santos: tanto que la gigantesca llamada los alza del suelo; pero ellos quedaron impasibles, de rodillas y no atendían: así estaban de entregados a la escucha.
  • 75. 73 La experiencia es abismal: a las espaldas, la remota silueta azul de la sierra; en frente, la blanca línea del horizonte; el mar, un ser an- cestral en eterno movimiento; la roca, un tem- plo hecho de tiempo; en su base, la ola fascina como un canto de sirena. Muchos mitos ilus- tran ese estado paradisíaco de un illud tempus –como le llamase Eliade–, beatífico, que los shamanes logran en sus búsquedas extáticas. Eliade apuntó que sería más razonable situar al shamanimo entre las místicas que no en lo que habitualmente se llama una religión. Digamos que el lugar mismo nos impuso su sacralidad, y que para nada se nos dificultó entender cómo pudo ser un lugar ritual, tal y como parece con- servarlo la memoria colectiva. Una arqueología de la oralidad. 14 de enero de 2005, Archivo Histórico del Estado Falcón, Coro. El puerto de La Vela se caracterizó por su intensa actividad comercial –de todo orden– con las Antillas; veamos: Causas Criminales, siglo XIX: Contra Marcelina Becerril por contrabando de tabaco. Aprehensión de cuatro libras de tabaco mantilla, doblado y en rama, probablemente adquirido en La Vela. 9 de julio- 12 de julio de 1828, 3ff, expediente (89). Sobre contrabando aprehendido en el puerto de La Vela. Los cabos del Resguardo al advertir al amanecer una – – –
  • 76. 74 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos goleta en la ensenada del Puerto remontado, llegaron a las playas de Las Cruces, descubriendo señales de movimiento de mercancías, logrando descubrir 24 fardos de mercancías, 5 barriles de tabaco, 3 de harina, 2 llenos de sombreros, 1 de manteca, diversos licores, 11 cajas de habanos, 21 de jabón y otros efectos. Los peones capturados con la mercancía manifestaron que el dueño del contrabando les había parecido « Olandés ». 11 de octubre de 1833. 93ff. Expediente (230). O bien consultemos los documentos refe- rentes a causas civiles, materia comercial, don- de encontramos algunos causados por D. Pe- dro Morón, uno de mis ascendientes: Tomo LV: 1.– D. Pedro Morón manifestando que la goleta holandesa, “Atractiva “, había salido el 15 de agosto de Jamaica, llegando el 2 de septiembre a La Vela, desembarcando 20 cajas de mercancías, fijándose unos derechos aduanales que nada te- nían que ver con el precio alcanzado por los efectos vendidos, por lo que eleva su protesta. Los efectos sacados de la nave se llevaron al al- macén de Morón, donde fueron vendidos. 6 de septiembre de 1819, f. 122 vto. D. Pedro Morón otorga poder a D. Moisés Jesurum, vecino de Curazao, para que practica- se todas las diligencias concernientes a la resti- tución de la balandra española “Elisa”, e igual- mente su cargamento. 13 de octubre de 1819, f. 140.
  • 77. 75 14 de enero de 2005. De la amplitud del comer- cio despachado en La Vela de Coro tenemos, entre otras, esta noticia temprana: Instrumentos Públicos/ Colonia. Tomo V: 4.- En su testamento el capitán Francisco Barroso, vecino de Maracaibo señala te- ner en poder de Pedro Blas de Ojeda, 82 quintales de palos de Brasil, “que apareció como mi apode- rado de diferentes personas que me debían”. De tal cantidad Ojeda debía poner 56 quintales, “en la playa y entregar al factor Real del asiento” (f. 162 vto). También disponía que se pagase a su apodera- do el trabajo de transportar el palo de brasil al Puer- to de Barlovento, esto es el de La Vela, (diciembre de 1715 y agosto de 1716) f. 160 vto. 14 de enero de 2005, Coro. Leemos en Arcaya, His- toria del estado Falcón (1920), al tratar la figura de Manaure: Del shamán con habilidades políticos-mi- litares surge un caudillo que “prontamente se eleva a la dignidad de régulo, merced al respeto supersti- cioso que logra captarse. No sería quizás al princi- pio el señor absoluto, pero sí el jefe no discutido de la nación. Tal fue, en síntesis, el proceso que origi- nó las civilizaciones americanas precolombinas…E igual cosa ha sucedido en los más diversos pueblos de la tierra. El punto ha sido admirablemente puesto en claro por Spenser”. Tras esta confesión de fe en el evolucionismo social, cuyos cultores leyó en sus obras originales, conjetura el destino de la nación caquetía, cuya memoria encontramos en La Vela:
  • 78. 76 | Jardines de piedras. Un bosque de símbolos Manaure,elcaciquedeloscaquetíos,eraeljefehechicero en quién se reunían todas las condiciones que hemos apuntado para precipitar la formación de una realeza y el comienzo de una civilización. A no ser por la conquista española, pronto se habría formado en el noroeste de Venezuela una especial cultura caquetía. Manaure, o alguno de sus hijos, habría sido el Rey Sacerdote, fundador de una dinastía sagrada. Con la creación del poder político habrían venido las vastas empresas, las guerras victoriosas para someter a las tribus vecinas, las grandes construcciones, la fundación de ciudades y la creación de arte e industrias originales. Mas como advierte Atenodoro, preceptor del futuro emperador Claudio, en la novela de Gra- ves: “Si el caballo de Troya hubiese tenido potri- llos, hoy sería más fácil alimentar a los caballos.” 15 de enero de 2005, Taratara. Salimos de la po- blación de Taratara a las 7:15 am.; tomamos por un camino de tierra donde encontramos minas de yeso y arcilla, así como pequeñas rocas rojas y amarillas que se emplean como colorantes. Si- guiendo la advertencia de Miguel Medina, hemos traído agua abundante, botas de campaña y som- brero. Pasamos por la quebrada donde Cruxent encontró una punta de flecha al lado de un hueso de mastodonte; luego por un promontorio cono- cido como el “cerrito de los muertos”, nombre que invita a estudiarlo con más detenimiento.
  • 79. 77 Siguiendo el curso de la quebrada encontra- mos un manantial de agua dulce y después sali- mos a la playa; la primera piedra de la estación es el “cacho de Cucuruchú”, la piedra no mues- tra petroglifos, pero su forma particular la hace reconocible desde el mar, siendo usada por los pescadores como hito de referencia de mane- ra semejante a los petroglifos de Viento Suave, San José y El Mestizo. En la zona se pesca cazón, roncador, cunaro, pargo rojo, lagartijo, plateada, bagre, raya, jurel, carite, anguila y otras especies de importancia comercial. La pesca es artesanal y se hace con línea –un cordel de pesca con mu- chos anzuelos– o con red. Cruxent empleó estas redes en su creación artística durante los sesenta. Para llegar a los “Letreros” –como allí les llaman– es necesario escalar un promontorio de piedras sueltas de unos 20 m de altura; es una ex- periencia riesgosa. Al llegar a la línea de la playa, es necesaria una caminata de media hora hasta llegar a una gran roca plana de unos 7 m de largo por 3 m de altura. Los símbolos están muy bien preservados, son de tipo geométrico y distintos a los de Piedra Grande, los de la Sierra y los de la Llanada; uno de los símbolos recuerda el pe- troglifo de Tewani, descrito por Omar González entre los guarequena, y que representa la mujer menstruante o sexualmente madura. En el lugar abundan los corubos o caracolas (strombus gigas); González ha identificado la espiral que encon-