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«Te aseguro que hoy
estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43)
© El autor
© De esta edición: Agrupación de Cofradías
de Semana Santa de Málaga
Fotografías: Pepe Gómez
Imprime: Gráficas Anarol
Depósito Legal: MA-405-2013
Colabora
Presentación
del pregonero
Pregón 2013
Presentación del pregonero por
D.ª María del Carmen Ledesma Albarrán
pregonera de la Semana Santa de Málaga 2012
Excelentísimo y Reverendísimo Señor Obispo.
Excelentísimo Señor Alcalde.
Ilustrísimas autoridades.
Señor Presidente y Junta de Gobierno de la
Agrupación de Cofradías de la Semana Santa de Málaga.
Hermanos cofrades, señoras y señores.
Loscofrades ya esperamos con alegría contenida la llegada
del gran momento.
En sólo ocho días, las calles de la ciudad se inundarán de belleza,
capirotes, cera, incienso, tambores y oraciones. Pero hoy no me co-
rresponde a mí anticiparles nada de lo que está por venir. Esta no-
che, cumpliendo con el ritual, nos vuelve a convocar la tradición, el
deseo de preservar lo nuestro, de cuidar y proteger un gran legado
y de pregonar nuestra Semana Santa como antesala de los días más
esperados por los cofrades malagueños.
El recuerdo de lo vivido por esta nazarena hace un año en este
mismo escenario, me hará estar eternamente agradecida a las per-
sonas que me eligieron para el honor más grande que puede recibir
un cofrade convencido: pronunciar el Pregón de la Semana Santa
de mi ciudad.
Ahora, rememorando aquella gran experiencia, las noches en
vela, los nervios de los preparativos y los últimos detalles, no pue-
do por menos que tener en el pensamiento a todos los que compar-
tieron conmigo esos momentos tan importantes de mi vida. Pero
en especial, quiero tener un recuerdo emocionado para un gran
hermano y amigo, pilar fundamental de la Agrupación de Cofra-
días en la organización del Pregón durante muchos años, y que ya
no se encuentra físicamente entre nosotros: D. Jesús Castellanos
Guerrero.
Cristiano cofrade comprometido y mejor persona, Jesús traba-
jó con tesón por su ciudad y por la Semana Santa de Málaga desde
muchos aspectos pero en este teatro gustaba de supervisar hasta el
más mínimo detalle, dando aliento entre bambalinas al pregonero,
apoyando en los momentos de desánimo y emocionándose cuan-
do el trabajo ya estaba hecho. El mejor homenaje que hoy le pode-
mos rendir es nuestro compromiso de seguir trabajando por lo que
él más quería. Aquí estamos muchos, Jesús, que nos ofrecemos para
honrar tu memoria dando continuidad a tu legado. En ello empe-
ñaremos nuestra vida cofrade y ya verás que procuraremos cuidar
de lo que tanto amaste y que no faltará, cada Lunes Santo, la azuce-
na que con amor ponías a los pies de Nuestra Señora de los Dolores
Coronada, tu Virgencita del Puente.
Mi agradecimiento por la distinción recibida entonces, es aún
mayor ahora pues me ha brindado el privilegio de conocer personal-
mente y poder presentarles esta noche, a la persona designada por
la Agrupación de Cofradías como Pregonero de la Semana Santa de
Málaga del año 2013:
D. Rafael Javier Pérez Pallarés.
No es por casualidad que en esta ocasión tan especial le corres-
ponda hablar en nombre de todos a una persona que vive la realidad
entre nosotros, que ante un montón de corazones cofrades anhe-
lantes, nos ofrezca su palabra un pregonero que exaltará la Semana
Santa y el misterio de fe que se celebra en estos días, conjugados con
la sabiduría y religiosidad del pueblo.
Rafael Javier Pérez Pallarés nació en Puente Genil (Córdoba) en
1970 y es sacerdote diocesano de Málaga adonde llegó tras ejercer
su labor sacerdotal en Melilla, Fuente Piedra y Alameda.
Rafael nació en la calle Madre de Dios, que desde aquel 17 de
septiembre tornó a llamarse de la Salud: la que sus padres le pidie-
ron al Niño de la Espina para que su hijo recién nacido saliera ade-
lante mientras luchaba entre la vida y la muerte.
Su vecina, Carmen Carrasco, entregó a la familia una estampa
con la imagen del Niño Dios que sirvió de enlace entre el desasosie-
go y la esperanza. Por las espinas de sus pequeños dedos se escapaba
minuto a minuto la vida de Rafael pero milagrosamente las peticio-
nes fueron oídas y sus padres no pudieron por menos que afirmar
en aquel momento: «este niño ha venido al mundo para hacer algo
importante, Dios quiere algo de él».
La devoción a esa imagen tierna y frágil, con carita de pena, que
se venera en el corazón de toda su familia de hondas raíces cristia-
nas y tradición militar, se convertiría con el tiempo en una talla de
pequeñas dimensiones que recala en su casa precisamente en este
Año de la fe.
Su infancia está ligada a la Semana Santa. La recuerda con emo-
ción e intensidad y es consciente de que penetra en sus raíces gracias
a las vivencias de la gente. En su infancia participa activamente en
la Semana Mayor de su pueblo. Hermano de la Cofradía de Nues-
tro Padre Jesús Preso, acompañaba a su Sagrado Titular por las ca-
lles de la localidad que le vio nacer.
Desde que llegó a Málaga se siente abrazado por la fuerza del
mar, por la suave brisa que acaricia su rostro cuando contempla el
atardecer. El agua le da la vida y le cura como esa agua de socorro
que recibió con apenas unas horas de vida. De ella coge la fuerza a
diario cuando se sumerge e irrumpe con fuerza como las olas para
afrontar los designios de su vida. Está enamorado de Málaga y «dis-
fruta cada año con la forma en que las Hermandades y Cofradías
celebran la fe cristiana a orillas del Mediterráneo», con esa celebra-
ción que acerca de manera popular y sublime a la pasión, muerte y
resurrección de Cristo. En Málaga entra en vinculación con las co-
fradías a través de los Misioneros de la Esperanza, directamente re-
lacionados con la hermandad de la Salud y queda cautivado por la
mirada del Santísimo Cristo de la Esperanza en su Gran Amor.
Estudia Pedagogía Terapéutica en la Universidad de Málaga y en
1993 ingresa en el Seminario Diocesano de nuestra ciudad. Su en-
cuentro con Dios vino de la mano de la oración y de observar lo que
ocurría a su alrededor. De niño se sentía una persona muy piadosa.
Su frágil salud y su inseguridad por sus pequeñas secuelas físicas le
hicieron refugiarse en la escritura. La poesía le fue acercando a Dios
y la Teología le dio las claves. Con los años reconoció la llamada a
ser sacerdote y fue ordenado en el Año Jubilar del 2000 en la Cate-
dral malacitana por Mons. Dorado Soto.
En la actualidad es Portavoz y Director de la Oficina de Pren-
sa del Obispado de Málaga, Delegado Episcopal de Medios de Co-
municación Social de la Diócesis, Párroco de San Ramón Nonato y
Director del programa de Canal Sur Radio «Palabras para la vida».
Siente pasión por Dios y por los hombres; por poder mirar con
intensidad y por compartir; siente pasión por la vida. Su mejor argu-
mento: la ternura. Está seguro que sin ella no sería capaz de seguir
adelante. Y como buen sacerdote, desea morir con la estola puesta.
Es inquieto, actual, observador, expresivo e introvertido, impli-
cado y comprensivo. Busca la realidad a través de la experiencia,
supera sus tormentas por Amor, va en pos de lo genuino, de lo au-
téntico, a través de los encuentros con las personas. Vive en los es-
pacios que le rodean sin sentirse ajeno al ambiente en el que se mue-
ve. Desde el cariño y el respeto expresa lo que siente. Siempre ha
luchado por las personas despreciadas y relegadas. Su pretensión es
rescatar lo mejor de cada uno a través de la cercanía del mensaje. Le
gustaría ver siempre feliz a la gente, quiere estar en el camino de Je-
sucristo, ser fiel a su conciencia y a la llamada a la santidad.
Hablar de la Virgen le proporciona la oportunidad de transmitir
su devoción a la Madre y así lo predicó en la novena a Santa María
de la Victoria, nuestra Patrona.
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Valora de una forma muy especial a las cofradías como caudal de
espiritualidad para la Iglesia Católica. Entiende el carisma cofrade,
ha participado activamente en la Estación de Penitencia y la vive
como un privilegio que le permite conocer una parcela de la Igle-
sia con idiosincrasia propia, como una forma más de visualizar a la
Iglesia de todos, de estar unidos y de que las hermandades tomen
conciencia de trabajar en una sola dirección.
Hoy viene a pregonar la Semana Santa de Málaga en su comple-
jidad popular, cultural y religiosa y lo hará —estoy segura— desde
el más absoluto respeto a todas las realidades.
Señoras y señores, recibamos al Pregonero de la Semana Santa de
Málaga, Rvdo. Padre D. Rafael Javier Pérez Pallarés.
Suya es la palabra.
11
Teatro Municipal Miguel de Cervantes
Sábado 16 de marzo de 2013
Pregón
de la Semana Santa de Málaga 2013
A mis padres
15
PRÓLOGO
Cristo Jesús, siendo de condición divina, no consideró como
presa codiciable el ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de
su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a
los hombres. Y en su condición de hombre se humilló a sí mismo
haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz.
(Flp. 25–9)
Málaga, ¿quién elevó en el árbol de la santa cruz al Cristo de la
Esperanza en su Gran Amor?
¿Quién asesinó al Cristo de la Redención? ¿A quién defraudó
el Cristo de los Milagros? ¿Quién entregó al Cristo del Perdón?
¿Quién abandonó al Cristo de la Expiración?
¿Quién ejecutó al Cristo de la Agonía? ¿A quién escandalizó el
Cristo del Amor? ¿Quien condenó al Cristo de la Buena Muerte y
Ánimas? ¿Quién traicionó al Cristo de la Exaltación?
¿Quién crucificó al Cristo de las Penas? ¿A quién molestó el Cris-
to de la Sangre? ¿Quién despreció al Cristo de Ánimas de Ciegos?
¿Quién retrocedió ante el Cristo de la Vera Cruz?
¿Por qué fue llevado a la cruz el Cristo de la Crucifixión?
Málaga, te anuncio que tarde o temprano sentirás cómo el Hom-
bre de la cruz te atrapa, te seduce, te cautiva.
16
Sr. Obispo,
dignísimas autoridades civiles, religiosas y militares,
Sr. Presidente de la Agrupación de Cofradías
de Semana Santa de Málaga;
Carmen, muchas gracias por tus palabras;
a todos, buenas noches.
Séque es la fe la que aporta el sentido último a estas cuestiones
que, a lo largo de los siglos, se han formulado millones de
personas. La fe en un Dios que sin hacer ruido se acerca a ti. La fe
en un «Dios vivo y verdadero» (1 Tes 1, 9). La fe en Cristo que «mu-
rió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y
resucitó al tercer día» (1 Cor. 15, 3–4). La fe en Jesús «nacido de la
estirpe de David en cuanto hombre y constituido por su resurrec-
ción de entre los muertos Hijo poderoso de Dios según el Espíritu
santificador» (Rom 1, 3–4).
Esta noche, deseo compartir contigo la fe y la experiencia de ha-
ber conocido a quien fue «entregado a la muerte por nuestros peca-
dos y resucitado para nuestra salvación» (Rom 4, 25). Y lo hago con
la seguridad de saber «que no hay más que un Dios» (Cor 8, 6) sa-
biendo que «Cristo padeció una sola vez por los pecados, el inocente
por los culpables para conducirnos a Dios» (1 Pe 3,18).
16
17
Málaga, es primavera. Apenas faltan siete días para que dé co-
mienzo la Semana Mayor. En cuestión de días, vas a enfrentarte
ante el misterio de la Redención. Sabes a qué me refiero.
Estamos ante una historia verdaderamente inagotable. A la que
hay que acceder descalzo, despacio, contemplativamente. El cora-
zón cofrade lo sabe. Tú lo sabes. Estás ante la historia que golpea
una y otra vez cada primavera tu corazón, tu interior, tu alma. Y la
de miles de personas; da igual quienes sean, cuál sea su proceden-
cia, su tendencia sexual o política, su vida, sus historias…
La Semana Santa en Málaga se celebra en los templos y en la ca-
lle. Es trágica, dulce y agónica. Es incomprensible, familiar y misté-
rica. La conoces mejor que yo. La pasión, muerte y resurrección de
Cristo te envuelve de forma vertiginosa y te revuelca una y otra vez
como las olas del mar. Inmenso y aprehensible. La Semana Santa te
devuelve a los orígenes. A tu infancia. A tu juventud. A tu ser. A tu
fe. La Semana Santa te descubre la verdad que el corazón del hom-
bre anhela y lo hace de manera impúdica porque no respeta lo polí-
ticamente correcto. La Semana Santa te azota, te crucifica, te une a
la mirada de Cristo. Quizá por eso te atrapa.
¿Quién osó esculpir bellamente un cuerpo de hombre desnudo y
desgarrado sobre la cruz? ¿Quién se atrevió a dulcificar una de las
muertes más espantosas imaginadas por el ser humano? ¿Quién ha
tenido la arrogancia de pretender asir el misterio de Dios encarna-
do? «¿Quién meditó sobre su destino? Lo arrancaron de la tierra de
los vivos» (Is. 53, 8).
Cofrade, tú has sabido mostrar las verdades últimas del ser hu-
mano de la mano de la belleza y el arte. Tú, has sabido descubrir el
17
18
lenguaje del pueblo. Tú, has sabido acercar el misterio de Dios a la
sociedad necesitada de fe. Muéstralo en su plenitud. Nuestra socie-
dad busca el rostro de Dios. Y cada Semana Santa se topa con Él cru-
zando el puente de Santo Domingo, por la Alameda, en calle Nue-
va… Qué más da. ¡En el lugar menos esperado nos cruzamos con
la mirada de Jesús Nazareno de Salutación camino del Calvario!
Quizá lo veamos a lo lejos y el Nazareno nos mire con cariño, con
ojos cansados; con ternura inefable: va a morir por nosotros. Entre-
ga la vida por todos, por quienes ni le conocen. Su mirada perdida
no deja indiferente a nadie. Mientras de manera lenta, acompasada y
emocionada camina sin pausa el Dulce Nombre de Jesús Nazareno
del Paso. Un paso agotado que se pierde entre la multitud. Quizá un
día alguien te cuente que una vez se cruzó con una imagen en Sema-
na Santa que le ayudó a creer, que le fortaleció sus rodillas vacilantes.
No creo que te descubra nada nuevo. Basta acercarse al Señor de Má-
laga, al Cautivo y contemplar cómo arrastra una marea de fieles que
creen en Él, que sienten su abrazo trinitario. Quien se hizo dueño de
la madrugada, camina silencioso entre un clamor de oraciones calla-
das, de una multitud que sigue con fe su infinita estela blanquecina.
Málaga se siente prisionera con Él. Sus labios parecen susurrar que
siempre estará junto al pueblo. Málaga, recuerda: la verdad procede
de Dios. Y la autenticidad. Y la belleza. El pueblo con su sabiduría lo
sabe. Enamora lo auténtico, lo verdadero.
De hecho, el corazón limpio del niño cofrade lo detecta y por eso
palpita descompasado. Sabe que llega Semana Santa y eso le emocio-
na. Luego le contarán que coincide con la primera luna de primavera
y que se celebra el misterio de la Salvación. Pero eso será luego. Primero,
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los ojos del pequeño centran su atención en su Jesús del Rescate y en
su Virgen de Consolación y Lágrimas y en el trasiego de gente y en
las ropas y en los olores y en los sabores. Todo mezclado.
Es primavera en el Mediterráneo, la atmósfera parece sostenida y la
luna crece imparable e irremediablemente hasta hacerse imprescindi-
ble en Málaga. No me importa recurrir a los tópicos. Es más, me gus-
ta. Muy pronto esa primera luna de primavera nos va a regalar una luz
única e irrepetible. Aunque ya podemos oler el azahar y embriagarnos
de incienso y presentir el sonido de las bambalinas y el toque de cam-
pana que nos emocionará como cuando éramos niños y comíamos
manzanas de caramelo, limones cascarúos o altramuces. La memoria
de Málaga tiene impreso el sabor del arroz con leche, del pan caliente
con aceite o de la mojama de pintarroja tostada con limón. O el pisto
con huevo frito, la ensalada malagueña y el potaje.
Málaga, la Semana Santa está llamando a tus puertas. Pronto,
llegará pronto arrastrando historias entrelazadas de toda índole:
historias de fe y traición; de amor y ambición; de entrega y poder;
de servicio y abandono; de pecado y gracia. Recuérdalo siempre, la
fiesta que envuelve tus sentidos es una celebración de fe: hasta las
cabezas de varal, que como olas del rebalaje llegan hasta calle Larios
envueltas en olor a marismo, saben que existe un Dios bondadoso;
en Él creen firmemente.
Es primavera en nuestra ciudad y la Semana Santa pide pasos a
gritos con renovado afán. ¿Notas algo nuevo que nace dentro de ti?
Se remueve inquieto tu interior. El misterio está obrando; cambián-
dote casi sin que te des cuenta. No volverás a ser el mismo. Contem-
pla. No estás loco, estás vivo. Y tú lo sabes. Intuyes la verdad última
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en la belleza, en el sacrificio y en el espectáculo. ¿Sabes por qué?
Porque sólo quien se ha sentido seducido, embriagado y poseído por
la verdad última puede descubrir atisbos de plenitud.
Cuéntalo sin ceder a la tentación de la ambición, del poder, de la
vanagloria. Comunícalo sin transitar por los caminos de la superfi-
cialidad, de la frivolidad o el mero sentimentalismo. Dilo: estás or-
gulloso de tu cofradía, de los ojos verdes de tu Paloma y de todo lo
que hace en beneficio de los más pobres de tu barrio con nombre
propio: Caridad. Estás contento de ser cofrade y de vivir como ex-
periencia única e irrepetible en tu ciudad los misterios centrales de
la fe cristiana. Es algo único. Lo sé. Es algo íntimo y comunitario.
Lo sabemos. Es algo que tú sólo puedes explicar. Y por eso, cada
año vuelves al lugar preciso, al espacio concreto que sientes como
tuyo y que cada Semana Santa recuperas en unión con tu pueblo
para reencontrarte con la vida y la fe.
Cofrade, se te entrega una herencia grandiosa; sostenla. Sé generoso
con aquellos que te necesitan. Sé siempre piedra viva mientras vivas y
que el primer toque de campana reviente el firmamento de la ciudad.
En esta noche yo deseo contarte cómo fueron los últimos días del
Nazareno y cómo Málaga los ha hecho suyos. Y hacerlo junto a los
personajes que rodearon la pasión de Jesús para descubrir qué tipo
de relación mantuvieron con Cristo y cómo vivieron su fe.
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22
LA PASIÓN EN MÁLAGA
Amanece en el sur. Se puede perfilar a modo
de dibujo picassiano el silencio de
una Málaga despertándose. La ciudad está inquieta. Esta vez no
hay vuelta atrás. En su entrada en la ciudad del paraíso al modo en
que los ángeles en la noche del nacimiento anunciaran: «Paz en el
cielo, gloria al Altísimo» (Lc. 19, 38), vuelve a resonar en Málaga
ese canto, pero esta vez bajo palio.
Entre cantos de alegría «la multitud delante y detrás de Él aclama:
¡Hosanna al Hijo de David! Bendito el que viene en nombre del Señor».
(Mt 21, 9). ¿Quién es este? preguntan. Jesús, el profeta de Nazaret. Vie-
ne acompañado por una mujer, por unos niños, por un joven.
Cuentan que hacía calor. Mucho calor. Y después de una larga
caminata y mientras sus amigos se van a buscar algo para comer, el
hombre judío se hace el encontradizo con una mujer samaritana a la
que le pide agua. No podían verse hebreos y samaritanos y por eso ella
pregunta: «Tú que eres judío ¿cómo pides de beber a una samarita-
na?» El Nazareno le contesta: «si conocieras el don de Dios y quién es
el que te pide de beber, tú le pedirías a él y él te daría agua viva.» (Jn
4, 9–10). Cuentan que en esto llegaron sus discípulos y se extrañaron
de verlo hablar con una mujer. Pero ninguno le preguntó qué busca-
ba o por qué hablaba con ella. Sin embargo, ella sí; fue y lo contó. Les
dijo a sus vecinos que creía haber encontrado al Mesías.
Quien dejó el cántaro y contó a su gente que había conocido a Je-
sús, la mujer a la que el Nazareno reveló abiertamente su identidad,
lo acompaña por las calles de Málaga. O eso dicen. Ella, la mujer
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samaritana. O simplemente una mujer. Da igual. Pero ¡qué mujer!
La mujer que trató inicialmente de tú a tú a Jesús camina con Él
junto a los más pequeños, los preferidos del Nazareno. Y junto a
uno de sus discípulos, Juan. De él te contaré algo más tarde.
En su Entrada Triunfal en Jerusalén, cada domingo de Ramos
descubrimos en Málaga junto a Cristo a testigos de la fe: a Juan el Evan-
gelista, el amigo joven, fiel y valiente; a la mujer con la que Jesús entabló
deliberadamente una conversación y a los niños, sus preferidos. El Na-
zareno pisa Málaga con la autoridad del rey cercano que requisa los me-
dios de transporte para su desplazamiento. Toma un borrico para más
tarde devolverlo. Es un rey humilde. Y el pueblo lo sabe, lo siente, lo de-
tecta. Y Málaga lo hace suyo, lo arropa y aclama entre palmas y ramos
de olivos; entre júbilo y alabanzas a orillas de nuestro mar.
Jerusalén está alborotada. Málaga está alborotada. Se estremecen
las entrañas de la ciudad como si la tierra rugiese, como si se revol-
viera a causa de un terremoto intuyendo la muerte de Cristo. Salpi-
cando de sangre y llanto el Patio de los Naranjos, la calle Císter y el
palacio de los Zea–Salvatierra.
¿La escuchas? Es Cristo yacente, muerto. Yace en el Santo Sepul-
cro, en el catafalco. Es belleza serena. Es muerte dulce. Desgarradora.
No respira. Ha muerto. Está muerto. Y Ella sola. Con su dolor a so-
las. La mirada baja. Soledad, es su nombre. El pensamiento ido con
su Hijo. Está ausente mientras los tronos se paran en Duque de la Vic-
toria y a los toques de campana se vuelven a levantar y emprenden su
andadura. De pronto, emerge la torre de la Catedral; el hogar de todos,
buscando la mirada huidiza de la Madre para que descanse en su do-
lor; para que le duelan menos los siete puñales que atravesaron su alma.
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Su Hijo es una bandera expuesta para que el corazón del ser humano
se retrate. Ella lo sabe, se lo profetizaron, la Orden Tercera de Servitas
también lo sabe, por eso acompaña a la Madre de los Dolores.
Las horas están suspendidas. Pareciera que el espacio y el tiempo
están descompasados. Jesús, Carlos, Antonia, Adolfo, Cayetano, Ra-
fael, Oscar, José, Julio, Kiko, Ana, Christian y más nombres, muchos
más, ya no pisarán más el Patio de los Naranjos. Pero seguirán con-
templando cómo los tronos no se detienen hasta que la curva termina.
Hay silencio y gente. Señorío y elegancia. Y respeto y fe en el Naza-
reno que por amor ha entregado su vida. Estamos ante un escenario
perfecto: Calle Císter, con la Catedral de fondo, envuelve el misterio
de la muerte, el silencio y la soledad. Del descenso a los infiernos.
La cena
La tarde del Jueves Santo, envuelto en brisa suave, sella un testa-
mento en el marco definitivo de una Cena con el círculo íntimo de
amigos de Jesús. Un testamento que combina palabra, emoción y
determinación. El Maestro los conoce bien. De Pedro, ¡qué quieres
que te cuente! Pedro, el hijo de Juan, de acento galileo, natural de
Betsaida. Conoció mujer. Buen tipo. De carácter decidido e impul-
sivo, ingenuo, honesto y hasta violento, llegaría a liderar la comu-
nidad cristiana. El vínculo de sangre le unía a Andrés. Cuentan que
junto a Felipe intervino en una conversación entre unos griegos y Je-
sús. Hablaron, preguntaron y concluyeron más tarde que la muerte de
Cristo sería luz para los pueblos y las culturas. Felipe era del mismo
lugar que Pedro y Andrés: Betsaida; eran vecinos (Cfr. Jn 1, 44). En la
última cena lo descubrimos ingenuo y un tanto torpe. Junto a Pedro,
Santiago el Mayor, pudo estar con su hermano Juan en el huerto
de Getsemaní. De Juan todos sabemos algo: joven, leal, cercano. In-
tenso. Con Pedro prepara la cena. Es un alma capaz. Mantiene una
gran confianza con Jesús. Cuenta la tradición que era el discípulo
predilecto y cuenta también la tradición que María de Cleofás era la
madre de Santiago, el hijo de Alfeo. A menudo se le ha identificado
con otro Santiago, el Menor (cf. Mc 15, 40). También él era origina-
rio de Nazaret y probablemente pariente de Jesús.
Aquella noche todos cenaban juntos, compartían fiesta y el testa-
mento de Cristo: «Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos»
(Jn 15, 12–13). Y en Málaga esas palabras las volvemos a escuchar en
los oficios del Jueves Santo. Y en el Jueves Santo malagueño recrea-
mos la escena gracias al esfuerzo de los hombres de trono que parecie-
ra que también desean compartir la última cena con el Maestro. Se
hacen confidentes, amigos. Adivinan sus palabras. Ellos, que saben
de las emociones cruzadas y del esfuerzo compartido, se sorprenden
atónitos ante las reacciones de los discípulos de Jesús.
Es de noche. La tensión empieza a palparse. La ciudad buscará
dormir junto al mar; pero sigue despierta, se ha desvelado, está in-
quieta. Intuye que algo va a pasar. El gorjeo de los pájaros lo predi-
ce. El Mediterráneo emula el tono gris azulado de los ojos de María
Santísima de los Dolores en su Amparo y Misericordia y ofrece a
María Santísima de la Paz un espacio para el descanso.
Antes de seguir, permíteme que te cuente algo. Un cofrade entró
despacio en la Iglesia de San Felipe; estrenaba una camisa, era do-
mingo de Ramos. Todos los bancos estaban llenos de niños: unos
25
26
con palmas en sus manos; otros con sus bastoncillos y campanitas.
Muchos de ellos vestidos de hebreo. Los miró y vio en sus caras una
mezcla de ilusión e impaciencia porque estaban esperando que las
puertas del templo se abrieran para salir a las calles y acompañar al
Señor y a la Virgen. Para dar trozos de palma, para regalar las pri-
meras gotas de cera de nuestra Semana Mayor o para dar la mano
a tantos que extienden la suya cuando ven pasar un nazareno. Se
emocionó, porque allí se vio sentado impaciente hace ahora algu-
nos años esperando la salida de la Pollinica y María Santísima del
Amparo. Él era uno de esos niños con palmas y siente lo que sien-
ten ellos y sabe lo que ellos aún no saben: que la semilla que se de-
positó en su tierno corazón le convirtió en un cofrade, en un hom-
bre de fe. Imagino que algo similar le pasaría por la mente a Mateo,
el publicano, en la última cena. Recostado en la mesa recordaría
cuando sentado en el despacho de los impuestos aquel hombre na-
tural de Nazaret le dijo en Cafarnaúm, en aquella ciudad también
junto al mar: «Sígueme» (Mt 9, 9). Él, de los íntimos de Jesús, fue
considerado un pecador público. A los publicanos la gente los te-
nía por «hombres ladrones, injustos, adúlteros» (Lc 18, 11). Y sin
embargo, Jesús lo quiere, lo acepta como amigo. Jesús no excluye a
nadie. Hasta el punto de que la amistad desinteresada que Mateo
experimenta por parte de Jesús le lleva a asumir la vida que el Na-
zareno le propone: abandona una fuente segura de ingresos movido
por la fe. Una fe que en el caso de Tomás derivará en una pregun-
ta un tanto lógica: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿Cómo pode-
mos saber el camino?» (Jn 14, 5). Esas palabras ofrecen a Jesús una
nueva ocasión para mostrar quién es: «Yo soy el camino, la verdad
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y la vida» (Jn 14, 6). Una vida que Simón el Cananeo no se ima-
gina sin una identidad judía clara. Simón está en las antípodas de
Mateo. Y es que Jesús llama a sus colaboradores de entre los más
diversos estratos, los saca del mundo y por eso le preguntará Judas
Tadeo: «Señor, ¿Qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros
y no al mundo?» La respuesta de Jesús es misteriosa: «Si alguno me
ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y
pondremos nuestra morada en él» (Jn 14, 22–23).
Es de noche y las miradas se vuelven cómplices. Se buscan. Y recuer-
dan. A Bartolomé le vuelve una y otra vez la manera que Jesús tuvo
de mirarlo tras descubrirlo en la higuera. No puede olvidarlo. Cuan-
do conoció a Jesús, el supo que lo miró con el corazón. Eso lo marcó
para siempre. ¡Cómo dejan huella las miradas limpias! Él se siente to-
cado en el corazón por Jesús, se siente comprendido. Y responde con
una confesión de fe hermosa: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el
Rey de Israel» (Jn 1, 49). Y Jesús le respondió: «¿Te basta para creer el
haberte dicho que te vi debajo de la higuera?» (Jn 1, 50).
Jesús en su última cena, antes de que sus brazos extendidos en-
tre el cielo y la tierra trazasen el signo imborrable de la alianza en-
tre Dios y el hombre, siente, como si de un bocado en las entrañas
se tratase, la incomprensión, infidelidad y traición de su círculo de
amigos. Es la hora de las tinieblas.
La oración
El cielo de la ciudad pinta un color aterciopelado violeta y la
luna dibuja extrañas figuras atenuadas por las nubes. Jesús Oran-
do en el Huerto experimenta la soledad última, el tormento de ser
hombre, la ruptura interna que delata el combate con las tinieblas.
Tiembla. Tiene miedo. Un ángel, el ser espiritual atento a las pala-
bras que brotan del corazón de Dios (Cfr. Sal 103, 20), le conforta, le
asiste en una hora crítica. Es la hora de la prueba, el momento donde
se muestra el lado más humano y animal de Jesús. Cristo experimen-
ta su soledad más absoluta. Aunque a lo lejos los arbotantes de Ntra.
Sra. de la Concepción pretendan luminar las tinieblas de su alma.
Es de noche. ¿Lo presientes? Es él. Judas, el Iscariote. Con un
beso entrega a su amigo. Un beso de paz y saludo se convierte trá-
gica e irremediablemente en un beso traidor, de muerte. El Iscariote
imaginó algo diferente; se sintió defraudado, esperaba del Nazare-
no otra manera de enfocar las cosas y se deshace de él vilmente por
un puñado de monedas de plata. Traiciona a su amigo. Es prendido
en el cuartel de Capuchinos, es arrestado en Málaga. ¿Lo ves? ¿Lo
contemplas? Experimenta la Soledad. Hay testigos: los hombres de
trono, el mayordomo, los nazarenos. Ellos arropan, pretenden miti-
gar, como pueden, el sufrimiento de Cristo; como también las mu-
jeres buscan acariciar en el traslado, con su visita a los enfermos de
las Hermanas Hospitalarias, las mentes siempre lúcidas y trastorna-
das de quienes ven, sienten y miran el mundo de forma diferente; a
veces incluso de manera más valiente que la de aquellos que enarbo-
lan la bandera de la sensatez y la prudencia hasta el punto de enve-
nenar sus propias percepciones y traicionar la verdad.
El desgarro interno del Nazareno ante aquel beso traidor provoca
un escalofrío interior incapaz de poder ser controlado. El Prendi-
miento muestra a Málaga que la traición es cobarde, delata de qué
naturaleza está hecho el corazón del hombre, retrata sus ambiciones
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más crueles, muestra el lado más animal. Destroza. Arranca. Escu-
pe. Señala. Revuelca. Judas, quizá un pobre hombre. Pero qué cui-
dado hay que tener con los mediocres. Con los que se crecen y creen
su propia verdad construida desde el subjetivismo, el relativismo y
el deseo de control. Las pasiones humanas son así. Contradictorias
y decisorias a la vez. La traición de Judas desencadena dos muertes:
la de su maestro y la suya propia.
Cuentan que en la tormenta que envolvió de pronto el huerto de la
Prensa de Aceite «Uno de los que estaban presentes desenvainó la es-
pada y de un tajo le cortó la oreja al criado del Sumo Sacerdote» (Mc
14, 47). Cuentan que el criado se llamaba Malco. Entonces Jesús sen-
tenció: «Habéis salido con espadas y palos a prenderme como si fuera
un bandido. A diario estaba con vosotros enseñando en el templo y
no me apresasteis» (Mc 14, 48–49). A partir de ese momento «Todos
sus discípulos lo abandonaron y huyeron» (Mc 14, 50). La huida es
comprensible y más si la fe es débil. Pero la violencia no es justificable.
Toda violencia tiene un origen; el poder de las tinieblas.
Sayones y romanos llevan a Jesús apresado. El Berruguita le escupe,
se ensaña con él, le insulta. Con qué dignidad asume su destino cuando
cruza la Puente del Cedrón con la certeza de que «el amor es más fuerte
que la muerte, la pasión más implacable que el Abismo» (Cant 8, 8).
En presencia de miembros del sanedrín comienza a gestarse decidi-
damente el desenlace final. «Conviene que muera un solo hombre por
el pueblo» (Jn 18,14), sentencia Caifás. Hay que tener las cosas bien
atadas. Aunque el precio a pagar sea la muerte de un ser humano. Qué
hipócrita es el hombre. Caifás interroga a Jesús: «¿Eres tú el Mesías,
el Hijo del Bendito? Jesús contestó: Yo soy» (Mc 14, 61). Sacerdotes,
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ancianos y escribas, las tres facciones del Sanedrín deciden entregar
a Jesús al gobernador romano para la condena. Ha blasfemado.
La calle está agitada. Hay un devenir de personas que cruzan atro-
pelladamente. Por las callejuelas de la ciudad se nos muestran caminos
nuevos para descubrir qué está ocurriendo. Y observamos. Y conver-
samos. Y nos rozamos. Y rezamos absortos ante la belleza dolorida de
María Santísima del Dulce Nombre que sigue inquieta y atropellada
los pasos de su Hijo. También alguien siguió los pasos de Pedro. O di-
rectamente lo descubrió oculto tras la puerta, como tantas veces hemos
descubierto historias y vidas ocultas. La gente nos retrata. Nuestra acti-
tud ante las palabras, gestos y silencios de las personas retratan nuestro
corazón. La mujer acusadora sólo indicó que Simón era compañero
del Nazareno. Sólo eso. Pero cómo desveló el corazón del pescador de
Galilea. Un corazón tremendamente humano que, ante la acusación
más o menos interesada de aquella mujer, muestra sus miedos. La sol-
dadesca romana y hebrea acorrala, como jauría de mastines, al que
más tarde fuese el primer papa. El pescador se enfrentó a su propia mi-
seria. Ante su terrible verdad. Aunque luego, al canto del gallo, llegase
al arrepentimiento sincero. El final de la noche.
El juicio
Está amaneciendo. El cielo está revoltoso. El jueves sin dormir no es
el mejor lugar para el descanso. Es el sitio y la hora de la ira. Los ene-
migos caminan libres hostigados por Satanás. La luna permanece aga-
zapada tras algunas nubes e intuimos que ella, desde los oscuros valles
aislados, ha oído los cantos antiguos de la tristeza que en la madruga-
da del Viernes Santo se confabulan con Poncio Pilato. El hombre que
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ejerció como prefecto de Judea. El jefe militar encargado de mantener
el orden público, según el principio enunciado por Cicerón: «Que la
salud del pueblo romano sea la ley suprema». Algo de lo que daba cum-
plida cuenta el aquilifer, el funcionario castrense que portaba el estan-
darte con el águila de las legiones romanas. ¡A cuántos juicios sumarios
habrá asistido este tipo y a cuántos interrogatorios! El mundo tampoco
se paró en esta ocasión. Nada le haría prever que sería testigo privile-
giado de un momento crucial en la historia de la humanidad. Cuán-
tas veces somos protagonistas de momentos únicos que dejamos pasar,
que pasan desapercibidos ante nuestro corazón porque olvidamos que
donde hay un hombre hay una historia única.
El gobernador romano de perfil resolutivo no termina de entender la
insistencia y la presión que recibe. En varias ocasiones elude la toma de de-
cisiones. De hecho, manda a Jesús a Herodes, pero ese rey no tiene poder
para mandar al suplicio de la cruz al Galileo, algo que pedía el Sanedrín.
Herodes lo remite de nuevo a Pilatos. ¡Qué Humillación para quien no
cometió pecado! La brisa marinera lo mece y se presenta ante los mala-
gueños con la mirada baja, el hombro descubierto y la túnica blanca.
Cuentan que estaba en el tribunal cuando su mujer, Claudia Pró-
cula, le mandó a decir: «No te metas con ese justo, porque esta noche
he tenido pesadillas horribles por su causa» (Mt 26, 19). Claudia, ¿por
qué te implicas directamente en el juicio contra el Nazareno? ¿Lo co-
nocías? Fuiste la única defensora en el juicio de Jesús. Fuiste la niña de
ojos grises y cuentan que tus padres, Selene y Marco, estaban empa-
rentados con la nobleza más importante del Imperio. Eras sagaz, cul-
ta y crítica con las normas establecidas. Jerusalén, en una época tan
convulsa, te parece una ciudad peligrosa. Conociste el temperamento
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caprichoso y cruel de Calígula, fuiste testigo de las conspiraciones de
Tiberio y compartías lecho con Pilato, tu esposo, el gobernador de la
Judea. Todas las mañanas te levantabas junto a él. Pero aquella noche
fue diferente. Presentiste algo distinto en aquella urgente llamada. Lo
ves salir del aposento. Y te preguntas qué pintas en aquella ridícula
provincia olvidada de todos y por todos.
Claudia Prócula, una mujer intuitiva que cada Domingo de Ra-
mos se procesiona por las calles de Málaga que rezuman aroma a
azahar, una flor que pretende escaparse de los naranjos para empa-
par y vestir el suelo de la Calle de la Victoria al paso de la Merced.
Claudia sugerente, Claudia recia, Claudia elegante. Claudia, pre-
tendes influir en la decisión fatal de tu esposo. Buscarás liberar a Je-
sús, convertir la noche en un camino transitable y el oleaje de la ira
del pueblo en una llanura verdeante (cfr Sb 19, 7).
Sin embargo, Pilato actúa en contra de tus indicaciones. Ordena fla-
gelar a Jesús. Es un castigo extremadamente duro; golpean varios guar-
dias hasta que la carne cuelga en jirones. Jesús recibe Azotes anudado
a la Columna que dobla el recio cuerpo del hombre, del gitano de Má-
laga. Le arrancan la piel a tiras. Las manos amoratadas ennegrecen. La
sangre a cada latigazo es escupida y esculpida a fuego en el alma del
caló. Salpica y de rojo baña el suelo de la calle Frailes. La sangre es se-
milla. Y la cobardía Sentencia. Mientras Claudia Prócula desgrana un
Rosario de Misterios Dolorosos al ver encarar a la Madre de Jesús la
subida de Casapalma sacando fuerzas de donde no quedan. La lluvia
de colores y aromas que caen sobre la Virgen en calle Cárcer y la última
oración a nuestra Madre al entrar en calle Frailes, cantada por más de
doscientas almas que la llevan sobre sus hombros, mitiga su dolor. En
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estos momentos finales de la noche, en la oscuridad del submarino celeste, hombres y
mujeres se agarran al varal, se sienten unidos en una sola fe.
Permíteme que te confiese algo, cuando el Domingo de Ramos salía atrope-
lladamente hacia el aeropuerto para reencontrarme con la cofradía
de la Salud, también me sentía unido en la fe que compartís
tantos cofrades. No puedo olvidar la mirada de Cristo, tam-
poco la Misa de nazarenos, ni las confesiones previas, ni la
mecida de los tronos a los sones de Santa María de la Sa-
lud, ni los toques de campana, ni las lágrimas de los herma-
nos, ni cuando buscaba perdido, entre historias y emociones
que sentía ajenas y próximas a la vez, a los amigos de siempre.
Como cada año. Te podría contar tantas cosas… pero es mi
deseo y obligación centrarme en Él.
Ecce homo. Ahí lo tenéis. «Este es el hombre» (Jn 19, 5). El hombre
no habla. ¡Qué Humildad! Guarda silencio en la explanada del
Santuario. Mientras hay quienes gritan: «Crucifícalo, crucifí-
calo» (Jn 19, 6). Pilato ¿por qué vuelves a interrogar a Jesús?
¿Por qué no lo defiendes sabiendo de su inocencia? Hablas
con Él del reino y la verdad. Olvidas que nosotros no po-
seemos la verdad, es la Verdad quien nos posee. Hay algo
que te impide salir de la situación donde te has visto en-
vuelto. ¿El miedo a perder la silla? ¿El temor supersticioso
ante ese extraño hombre? ¿Que se rebelase el pueblo y lle-
gase a oídos del Emperador?
El juicio adquiere por momentos giros sorpren-
dentes: Barrabás, es la carta desesperada que el go-
bernador de la provincia romana pretende jugar ante
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la inminente pascua. Presenta un acusado de sedición, homicidio y
robo. Se la juega con Roma. El gobernador de Judea está contra las
cuerdas. La masa apoya a Barrabás. La aclamación del pueblo, en este
caso, tiene carácter jurídico. ¿Pero dónde está la masa que apoya a Je-
sús? Escondida por miedo. Los seguidores de Jesús no están en el pro-
ceso. No defienden al inocente. La jugada sale mal. Y a Barrabás, la
jugada le sale bien. Uno de los miles que se aprovechan de las injusti-
cias contra los más débiles. El débil cruje ante la injusticia. A Jesús lo
entregan «para que lo crucificaran» (Jn 19, 16).
¡Málaga, te anuncio que en Semana Santa tus calles se toparán de
nuevo con la verdad última del ser, aunque el cielo y las estrellas sigan
alumbrando indiferentes y ajenas a nosotros en cada primavera. Mála-
ga, tus barrios se reencontrarán irremediablemente con la fe aunque la
cal de sus fachadas siga viviendo al límite. Málaga, te anuncio que hay
un camino aunque este mundo siga siendo el infierno de siempre.
La cruz
Cuando estábamos perdidos y éramos incapaces de volver a Dios,
su Hijo se entregó en nuestras manos para ser clavado en la cruz. Es
viernes santo. El cielo se mancha de tímidas gotas de sangre. ¿Qué ha
quedado para los malagueños de aquella tortura despreciable y sádica
a la que sometieron a Jesús Nazareno de Viñeros? Su sangre empieza
a manchar su cuerpo inmaculado. La Madre comienza a experimen-
tar el Traspaso y la Soledad más extrema. Nunca en su vida se ha
sentido tan sola como ahora. El llanto, como si de un rumor conti-
nuo se tratase, brota en el rostro de María del Gran Poder, que en su
Mayor Dolor ve cómo le ha sido arrebatado el Hijo de sus entrañas,
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a quien amamantó; Él, que buscó juguetón su rostro cuando era pe-
queño, ahora busca cumplir la voluntad del Padre.
La tensión y el sufrimiento se han vuelto irresistibles. Hay quien
no se atreve a decir a María que las cosas se están poniendo muy feas.
Le cuentan que ha sido arrestado y Coronado de Espinas; los espi-
nos se clavan en el alma de la Madre como se hundieron y grabaron
para siempre aquellas palabras que la piropeaban como llena de Gra-
cia y Esperanza. Aquellas sorprendentes palabras para la joven Ma-
ría están siendo cruelmente puestas en el crisol del sufrimiento, hasta
el punto de dejar sin pulso y sin aliento, como cuando en el Domin-
go de Pasión, a modo de avance del misterio de la Redención, es izada
la sagrada imagen de Cristo para entronizarlo; en ese momento, en el
que sólo se oye el crujir de las cuerdas que lo elevan, es imposible apar-
tar la mirada. Más tarde, será Viernes Santo y cuando tras los oficios
en San Juan se cierren las puertas del templo volverá a crujir la madera
y el metal de los tronos. Será entonces, cuando el nazareno se enfrente
a la muerte y busque la victoria. A modo del torero cuando se viste. La
liturgia taurina, me cuentan que se asemeja al momento en que el na-
zareno con túnica de ruán se viste en soledad. Como el torero se ajus-
ta a su piel el traje de luces para hacerse uno con él. Nazareno y torero
reflexionan sobre el momento trascendente que van a vivir. Estamos
ante dos visiones de la existencia que confluyen: ambas se enfrentan a
la muerte. Y por ende a la vida. Pero mientras el terno exalta al indivi-
duo, la túnica nazarena sirve para ocultar al penitente ante la mirada
dolorosa de María Santísima de Lágrimas y Favores.
Málaga, te anuncio que en Semana Santa te enfrentarás a un calei-
doscopio de sentimientos y emociones, vivirás fiesta y contradicción,
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disfrutarás de una sinfonía de olores y colores. De hecho, lo sabes
de sobra, el cofrade ha sabido sin proponérselo crear toda una
teología del color que ha reflejado en cada una de las prendas
del ajuar procesionista: ha pintado sus esperanzas de verde
esmeralda; ha teñido el sufrimiento en violeta y malva; ha
impreso la pasión en paleta de rojos y carmesíes; ha de-
jado las tinieblas y soledad de sus almas en negro azaba-
che; la paz que ansía en azules de cobalto y ultramar y la fe
que le da la alegría de seguir viviendo en blancos luminosos
como si ansiara la llegada del Espíritu Santo.
Jesús Nazareno de los Pasos en el Monte Calvario cae re-
petidas veces. Su Madre fortalecida por el Rocío del Espíritu, lo
alienta. Simón de Cirene ayuda a llevar la cruz de Jesús en su
Pasión. Está exhausto por la flagelación a la que ha sido so-
metido. La pasión de Jesús se graba a fuego en el corazón de
María Santísima del Amor Doloroso.
Cuentan que «cuando salían encontraron a un hom-
bre de Cirene llamado Simón y le obligaron a llevar
la cruz de Jesús» (Mt 27, 32). Venía del campo. El
evangelista Marcos nos dice que era el padre de Ale-
jandro y Rufo y hay quien asegura que los cono-
cían entre los cristianos. Simón, ¿te brotó la fe de
aquel encuentro involuntario? ¿Te cautivó Jesús
de la Misericordia? A veces la vida nos sorprende.
Y hasta el mismo sufrimiento propio o ajeno pue-
den llegar a convertirse en una oportunidad de
encontrarse con Dios.  
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Cuando quedas absorto por la monumentalidad de nuestros tro-
nos y rezas gracias a los artistas que han sabido plasmar la belleza
del amor extremo, es cuando descubres la razón de este espectáculo
de los sentidos y el alma que Jesús, El Rico hace vida camino del
Gólgota al dejar tras de sí una estela de libertad; es cuando contem-
plas cómo se abre camino desde nuestros barrios la imagen bella de
María como una Nueva Esperanza.
En el Calvario te encuentras con la ciudad hecha pedazos. Allí el vien-
to aúlla y los buitres graznan. Las sombras se estiran. Esas son las obras
del hombre. Esa es la suma de nuestras ambiciones. «Eran las nueve de
la mañana cuando lo crucificaron» (Mc 15, 25). María Santísima del
Mayor Dolor en su Soledad escucha los tambores de las centurias a lo
lejos. Las primeras palabras que el Nazareno pronuncia cuando lo están
asesinando, no dejan lugar a dudas. Lo que predica, lo cumple: «Padre,
perdónalos; no saben lo que hacen» (Lc 24, 33). Cristo crucificado apa-
rece elevado sobre los corazones que lo contemplan en silencio. El dintel
del atrio de San Pablo dibuja una ventana única abierta a Málaga y al na-
zareno, que lleva saliendo más de 30 años, lo desarma, le hace sentir pe-
queño, insignificante y grande a la vez. El profeta de Nazaret es Perdón
y María Santísima de la Trinidad Coronada lo entiende.
¡Málaga! Te anuncio que dentro de unos días sentirás el aliento
de Cristo jadeante que, como un revuelo de volantes, retuerce en
barroco el cuerpo del divino Nazareno. Te despertará el canto de
los pájaros como una suave melodía que se pierde tras el cimbreo
de una bambalina aterciopelada. Verás procesionado el lamento de
Dios, el grito del extremo tormento, el abismo del alma. Y entonces
entenderás por qué en Málaga, hasta los sayones sienten envidia de
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los hombres de trono: dos de los esbirros tiran con saña de los cor-
deles y el tercero, ansioso por vestir la túnica que lucen los portado-
res, mete el hombro para levantar la cruz en la calle Carretería.
Es Viernes Santo. La atmósfera creada, el olor y la esquina de
siempre se convierten en cómplices para contemplar el diálogo de
los hombres que comparten el mismo suplicio. Un grupo indetermi-
nado de crucificados, de hombres desnudos a la vista de todos gritan.
En un bosque de cruces, se retuercen de dolor, dialogan entre sí. Los
espectadores saciados de desprecio asisten al escabroso espectáculo.
«A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Si es rey de Israel que
baje ahora de la cruz y creeremos en Él. Ha puesto su confianza en
Dios, que lo libre ahora, si es que lo quiere» (Mt 27, 42–43). De nue-
vo tentación. Pero ahora en el Gólgota. En el momento de la muer-
te. Cuentan que Jesús tiene sed (Cfr Jn 19, 28). Cuentan que «hasta
los ladrones que habían sido crucificados con Él lo insultan» (Mt 27,
44). Gestas, uno de los malhechores crucificados lo desafiaba dicien-
do: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros» (Lc 23,
39). La desesperación y la falta de fe nos llevan a retar a Dios. A gi-
rar la cara ante la mirada del crucificado. Mientras, Verónica abraza
y aprieta con fuerza el paño con el que, según cuenta la tradición, en-
jugó el rostro de Cristo mezclando sus lágrimas con sangre. Verónica,
con lágrimas en los ojos, mira los labios entreabiertos de María San-
tísima de las Penas, su expresión de dolor contenido delatan la for-
taleza de la Madre que en la tarde del Martes Santo ilumina el viaje
milenario del creyente trepando por los siglos y los huesos.
Abandona cuidados, lo que ha ardido ya nada tiene que temer
del tiempo. Ahora sólo quedan dos hombres desnudos, maltratados,
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desangrándose, tiritando por la fiebre, incapaces de retorcerse por los
dolores porque están clavados en unos maderos. Dos hombres con las
articulaciones dislocadas, con las heridas del cuerpo ardiendo por el
calor del día, con el rostro desfigurado, desencajado, luchando con la
muerte. Dimas cuelga vivo. Jesús también. Comparten destino. El
destino une. Lástima que con frecuencia olvidamos que comparti-
mos origen y destino. Pero ¿qué ha hecho este Hombre para que lo
traten así? ¿Qué han hecho tantos crucificados inocentes para que
los desprecien en vida? ¿Quién conduce a la cruz al parado, al en-
fermo, al desahuciado? ¿Quién los crucifica? ¿Quién los abando-
na? Son gusanos, no hombres. Oprobio de los hombres. Son como
agua derramada. Todos sus huesos están descoyuntados. Su cora-
zón como cera se derrite en las entrañas. Taladran sus manos y sus
pies. Pueden contar sus huesos (Cfr. Salm 22).
Málaga, el amor en abstracto nunca tendrá fuerza en el mundo
si no hunde sus raíces en corazones concretos. Málaga, ¡contempla
a Dimas! Porque fijar la mirada en el buen ladrón es contemplar tu
propio destino: la muerte. Y descubrir que todo lo consumado en el
amor nunca será gesta de gusanos. Que en algún momento de nues-
tra biografía nos encontraremos cara a cara con nuestro Sagrado Ti-
tular. «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43).
Estas palabras resuenan cada Lunes Santo en el Perchel y las escucha
la Madre. Señora enlutada que procesiona en relicario de verdad y fe.
Paso a la Virgen de los Dolores, grita tu campana en el Llano y paso
a la del Puente suspira el martillo enamorado mientras Ella, escucha la
conversación entre su Hijo y Dimas. María Santísima de la Esperan-
za sabe que por la muerte de su Hijo, la humanidad es introducida en
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la naturaleza misma de Dios. Este es el fruto de su muerte y por eso
Jesús promete a Dimas paz y patria feliz.
Las hojas de los árboles, las nubes y las palabras dispersas llenan
de inquietud. El tiempo pasa lento. Pero avanza con determina-
ción como el trono de María de la O. María experimenta una cruel
Amargura teñida de rojo. Escucha el grito desgarrador de su Hijo
ante el silencio del Padre: «Dios mío, ¿Por qué me has abandona-
do?» (Salm 22). En la tarde de primavera malagueña se deslizan ne-
gros buitres por el cielo buscando con qué alimentarse. Jesús «al ver
a su Madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, dijo: Madre:
ahí tienes a tu hijo. Después dijo a Juan: Ahí tienes a tu madre»
(Cfr. Jn 19, 26). Y desde aquel momento su amigo la recibió como
suya, la tomó como algo suyo, la acogió en su vida.
La muerte
Cuentan que el Nazareno murió rezando a las tres de la tarde. Má-
laga, te anuncio que el Viernes Santo celebrarás un acontecimiento
cósmico y litúrgico: el sol se oscurecerá, el velo del templo se rasgará,
la tierra temblará y muertos resucitarán. Málaga, no intentes detener
la muerte, no pretendas evitar la descomposición del cadáver porque te
sorprenderás. Así dice el Señor: «Con un bramido seco el mar, convier-
to los ríos en desierto, por falta de agua se pudren sus peces, muertos de
sed. Yo visto el cielo de luto, lo cubro de sayal» (Is. 50. 1, 2–3).
Cristo ha muerto y Longinos certifica su muerte. Mientras, las
cornetas y tambores marcan los sones de las centurias romanas,
pero tamizada a la manera de ser del pueblo andaluz: convirtien-
do el impacto musical rotundo del Imperio en sones de bulerías. La
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muerte de Cristo sorprende a Málaga: ¡Cristo ha muerto por ti por-
que no quiere dejarte sin palabra, sin sentido, sin eternidad!
Por eso a ti que me escuchas, te anuncio que el bien gana el pul-
so al mal, que la vida tiene poder sobre la muerte, que el perdón es
más fuerte que el odio. A ti que contemplas cómo negras túnicas
nazarenas atraviesan el atrio de Santo Domingo, mientras cente-
nares de corazones contemplan la muerte de Cristo procesionada
con solemne paso corto mientras sus hijos entonan la canción que
le mece en su hora póstuma. A sus pies arrodillada, Magdalena
eleva su mirada al firmamento sabiendo que los ausentes tienen su
propio cielo, mientras la Señora perchelera descansa en las notas
marineras de la salve. Salve que sabe a sal y recuerda la mar de la
que ella es faro y Estrella.
María tiene a su Hijo en los brazos. Una paloma desde el lado
izquierdo del travesaño de la cruz contempla la escena: es un cuer-
po inerte. María lo zarandea en un desesperado intento por reavi-
varlo. Lo acuna de forma compulsiva bañándolo en las últimas lá-
grimas que brotan de su cuerpo exhausto. Lo mece. Le susurra al
oído atragantadas palabras de amor. Como cuando era pequeñito.
Entonces entablaba eternas conversaciones con Él, en las que ella
era la única que hablaba mientras el pequeño esbozaba una sonrisa,
se carcajeaba, volvía a sonreír hasta que finalmente quedaba dor-
mido en los brazos de su madre a la que por Amor le faltan horas
para seguir besándolo. Ese Jesús Niño, recién nacido que en Naza-
ret acunaba, ahora araña casi los cuarenta años. Pero está muerto.
María del Gran Perdón besa su frío cadáver. María la de Magda-
la, María de Cleofás y María Salomé pretenden hacer algo más
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llevadero el dolor de la Madre, un dolor que ellas hacen suyo. Han
asesinado a su amigo. Han matado al Hijo de su amiga. El Reino que
anunció pareciera que se ha vuelto arena y ha caído al mar. Buscan
paliar el dolor de María con piedad. Piedad es su nombre. Pero Ma-
ría ya no quiere más mujeres. Está cansada, harta, deshecha como el
cuerpo de su Hijo; se siente rota, sola y muerta en sus Angustias; cal-
zada con sandalias, abraza al que amamantó entre sus pechos, recor-
dando a José. Ella ahora necesita que José la abrace, la consuele y llo-
ren juntos el dolor antinatural que experimentan unos padres cuando
pierden a su hijo. Mira al cielo y busca entre las nubes a José, al mis-
mo que la amó ciegamente, el mismo que aceptó en la fe la tutela de
Jesús, el mismo que los cuidó en la huida de Israel a Egipto. E intuye
como Madre que su Hijo duerme el sueño de la muerte.
La sepultura
Todos han huido. Menos algunos discípulos ocultos que tras la
tormenta están apareciendo, como si de animales que salen de una
madriguera se tratase. Observa el Descendimiento: José de Ari-
matea y Nicodemo están subidos a la cruz ayudados por escale-
ras. Tienen sumo cuidado para que el cuerpo de Jesús no se dañe
aún más. Ntra. Sra. del Santo Sudario mira embelesada el rostro
desfigurado de su Hijo; permanece en todo momento cerca de la
cruz junto a sus amigas arrodilladas, acurrucadas, revolcadas en
su dolor, mientras Juan observa cómo vuelve a la tierra su amigo
a quien tanto amó.
Una vez realizado el descendimiento, Nicodemo, José, Salomé,
Cleofás, Magdalena, Juan… y más gente, también Stéfanus, harán
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el traslado del cadáver de Jesús desde el Calvario hasta su sepultura
con recogimiento y silencio. Hay quien me cuenta que, con 16 años,
escribió una carta la noche del Viernes Santo al llegar a casa, re-
cordando que su abuelo esa noche no se quedó en el cielo, sino que
también bajó para estar a su lado, levantando el trono de la Soledad
y acompañando a Jesús en su Santo Traslado. Llevar en tu hombro
a tu Virgen, a la que rezas a diario con fe, es algo muy grande. Tan
grande que, si no lo has vivido, sólo podrás imaginarlo.
Los amigos de Jesús y en ellos todos los cofrades llevarán a Cris-
to Yacente de la Paz en el misterio de su Sagrada Mortaja para
depositarlo en un sepulcro nuevo. Nicodemo llevó unas cien libras
de una mezcla de mirra y áloe; una cantidad muy superior a lo habi-
tual. Atrás quedó para María el Monte Calvario. Ahora solo queda
Fe y Consuelo. El cielo está rojo; mañana hará buen tiempo.
Solita y desamparada
Te busco por las esquinas
De la fría madrugada
Y sólo me encuentro espinas
Y una cruz ensangrentada
(Rafael de las Peñas)
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EPÍLOGO REPARADOR
Con las claras del día Magdalena, Juana, María la de San-
tiago y Salomé fueron al sepulcro. Lo encontraron
vacío. El rojo suave con el que amaneció el domingo se ha tornado
azul intenso y las olas del mar acunan y acurrucan la vida y los sue-
ños de los malagueños como si de un continuo rumor de conversa-
ciones se tratase. Conversaciones que hablan de lo que ocurrió en el
Calvario. De cómo asesinaron al Nazareno: «Un profeta poderoso
en obras y palabras» (Lc 24, 19).
Cuentan que el domingo Jesús Resucitado se aparece en primer
lugar a María, la de Magdala (Cfr. Mc 16, 9). Jesús la llamó por
su nombre: María. Ella, emocionada, como emociona la música de
nuestra Semana Mayor, recibió un encargo de Jesús: «Diles a mis
amigos que estoy vivo» (Cfr. Jn 20, 16). Pero cuando las mujeres
comunicaron a los hombres del grupo que Jesús estaba resucitado,
ellos pensaron que eso era cosas de mujeres.
Málaga, te anuncio que los piropos y la belleza de la que disfru-
tarás durante nuestra Semana Santa tienen una razón de ser: la vida
ha triunfado sobre la muerte. Te adelanto que vas a vivir algo único
e irrepetible en el Año de la fe: el amor es más fuerte que el odio. Te
exhorto a vivir en plenitud durante los próximos días: somos ale-
gres porque estamos vivos. Solo basta mirar a la Reina de los Cielos
para descubrir la verdad en lo que pregono.
Málaga, Cristo Resucitado camina junto a ti. En medio del trajín
diario. «Es verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón»
(Lc 24, 34). Pero también está junto a ti estimulando tus sentidos:
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Jesús resucitado se halla por encima de lo que se puede medir física
o químicamente. Es el Señor de la nueva vida. Málaga, ¡celebra la
vida en la Vigilia de Pascua! Grita que la muerte es superada por la
potencia creadora del amor. Que solo el amor es lo bastante fuerte
como para modificar la estructura de la materia.
Málaga, vas a celebrar la Semana Santa. Vas a proclamar la existen-
cia real de Dios. Vas a comprobar cómo Dios penetra hasta el fondo
último del ser. Vas a descubrir cómo la vida lo abraza todo. Málaga,
vas a acariciar nuevas flores y vida. Y entenderás que atrás quedó el de-
sierto. Málaga, Dios es poder. Y este poder absoluto es también bon-
dad idénticos en la raíz última del ser. Eso lo han experimentado los
cristianos, nómadas en su camino a la eternidad, y por eso anuncian
que los días que están por llegar abren ventanas a la vida y la fe.
He dicho.
46
Terminado de escribir el 13 de febrero del 2013, en el Año de la fe.
Miércoles de ceniza
Finalizó la impresión
del presente volumen,
por expreso deseo
del autor, el día
28 de febrero del
año 2013, último
del Pontificado de
Benedicto XVI
A cuantos inspiraron este pregón, gracias.
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Pregon Semana Santa 2013

  • 1.
  • 2.
  • 3.
  • 4. «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43)
  • 5.
  • 6. © El autor © De esta edición: Agrupación de Cofradías de Semana Santa de Málaga Fotografías: Pepe Gómez Imprime: Gráficas Anarol Depósito Legal: MA-405-2013 Colabora Presentación del pregonero Pregón 2013
  • 7. Presentación del pregonero por D.ª María del Carmen Ledesma Albarrán pregonera de la Semana Santa de Málaga 2012 Excelentísimo y Reverendísimo Señor Obispo. Excelentísimo Señor Alcalde. Ilustrísimas autoridades. Señor Presidente y Junta de Gobierno de la Agrupación de Cofradías de la Semana Santa de Málaga. Hermanos cofrades, señoras y señores. Loscofrades ya esperamos con alegría contenida la llegada del gran momento. En sólo ocho días, las calles de la ciudad se inundarán de belleza, capirotes, cera, incienso, tambores y oraciones. Pero hoy no me co- rresponde a mí anticiparles nada de lo que está por venir. Esta no- che, cumpliendo con el ritual, nos vuelve a convocar la tradición, el deseo de preservar lo nuestro, de cuidar y proteger un gran legado y de pregonar nuestra Semana Santa como antesala de los días más esperados por los cofrades malagueños.
  • 8. El recuerdo de lo vivido por esta nazarena hace un año en este mismo escenario, me hará estar eternamente agradecida a las per- sonas que me eligieron para el honor más grande que puede recibir un cofrade convencido: pronunciar el Pregón de la Semana Santa de mi ciudad. Ahora, rememorando aquella gran experiencia, las noches en vela, los nervios de los preparativos y los últimos detalles, no pue- do por menos que tener en el pensamiento a todos los que compar- tieron conmigo esos momentos tan importantes de mi vida. Pero en especial, quiero tener un recuerdo emocionado para un gran hermano y amigo, pilar fundamental de la Agrupación de Cofra- días en la organización del Pregón durante muchos años, y que ya no se encuentra físicamente entre nosotros: D. Jesús Castellanos Guerrero. Cristiano cofrade comprometido y mejor persona, Jesús traba- jó con tesón por su ciudad y por la Semana Santa de Málaga desde muchos aspectos pero en este teatro gustaba de supervisar hasta el más mínimo detalle, dando aliento entre bambalinas al pregonero, apoyando en los momentos de desánimo y emocionándose cuan- do el trabajo ya estaba hecho. El mejor homenaje que hoy le pode- mos rendir es nuestro compromiso de seguir trabajando por lo que él más quería. Aquí estamos muchos, Jesús, que nos ofrecemos para honrar tu memoria dando continuidad a tu legado. En ello empe- ñaremos nuestra vida cofrade y ya verás que procuraremos cuidar de lo que tanto amaste y que no faltará, cada Lunes Santo, la azuce- na que con amor ponías a los pies de Nuestra Señora de los Dolores Coronada, tu Virgencita del Puente.
  • 9. Mi agradecimiento por la distinción recibida entonces, es aún mayor ahora pues me ha brindado el privilegio de conocer personal- mente y poder presentarles esta noche, a la persona designada por la Agrupación de Cofradías como Pregonero de la Semana Santa de Málaga del año 2013: D. Rafael Javier Pérez Pallarés. No es por casualidad que en esta ocasión tan especial le corres- ponda hablar en nombre de todos a una persona que vive la realidad entre nosotros, que ante un montón de corazones cofrades anhe- lantes, nos ofrezca su palabra un pregonero que exaltará la Semana Santa y el misterio de fe que se celebra en estos días, conjugados con la sabiduría y religiosidad del pueblo. Rafael Javier Pérez Pallarés nació en Puente Genil (Córdoba) en 1970 y es sacerdote diocesano de Málaga adonde llegó tras ejercer su labor sacerdotal en Melilla, Fuente Piedra y Alameda. Rafael nació en la calle Madre de Dios, que desde aquel 17 de septiembre tornó a llamarse de la Salud: la que sus padres le pidie- ron al Niño de la Espina para que su hijo recién nacido saliera ade- lante mientras luchaba entre la vida y la muerte. Su vecina, Carmen Carrasco, entregó a la familia una estampa con la imagen del Niño Dios que sirvió de enlace entre el desasosie- go y la esperanza. Por las espinas de sus pequeños dedos se escapaba minuto a minuto la vida de Rafael pero milagrosamente las peticio- nes fueron oídas y sus padres no pudieron por menos que afirmar en aquel momento: «este niño ha venido al mundo para hacer algo importante, Dios quiere algo de él».
  • 10. La devoción a esa imagen tierna y frágil, con carita de pena, que se venera en el corazón de toda su familia de hondas raíces cristia- nas y tradición militar, se convertiría con el tiempo en una talla de pequeñas dimensiones que recala en su casa precisamente en este Año de la fe. Su infancia está ligada a la Semana Santa. La recuerda con emo- ción e intensidad y es consciente de que penetra en sus raíces gracias a las vivencias de la gente. En su infancia participa activamente en la Semana Mayor de su pueblo. Hermano de la Cofradía de Nues- tro Padre Jesús Preso, acompañaba a su Sagrado Titular por las ca- lles de la localidad que le vio nacer. Desde que llegó a Málaga se siente abrazado por la fuerza del mar, por la suave brisa que acaricia su rostro cuando contempla el atardecer. El agua le da la vida y le cura como esa agua de socorro que recibió con apenas unas horas de vida. De ella coge la fuerza a diario cuando se sumerge e irrumpe con fuerza como las olas para afrontar los designios de su vida. Está enamorado de Málaga y «dis- fruta cada año con la forma en que las Hermandades y Cofradías celebran la fe cristiana a orillas del Mediterráneo», con esa celebra- ción que acerca de manera popular y sublime a la pasión, muerte y resurrección de Cristo. En Málaga entra en vinculación con las co- fradías a través de los Misioneros de la Esperanza, directamente re- lacionados con la hermandad de la Salud y queda cautivado por la mirada del Santísimo Cristo de la Esperanza en su Gran Amor. Estudia Pedagogía Terapéutica en la Universidad de Málaga y en 1993 ingresa en el Seminario Diocesano de nuestra ciudad. Su en- cuentro con Dios vino de la mano de la oración y de observar lo que
  • 11. ocurría a su alrededor. De niño se sentía una persona muy piadosa. Su frágil salud y su inseguridad por sus pequeñas secuelas físicas le hicieron refugiarse en la escritura. La poesía le fue acercando a Dios y la Teología le dio las claves. Con los años reconoció la llamada a ser sacerdote y fue ordenado en el Año Jubilar del 2000 en la Cate- dral malacitana por Mons. Dorado Soto. En la actualidad es Portavoz y Director de la Oficina de Pren- sa del Obispado de Málaga, Delegado Episcopal de Medios de Co- municación Social de la Diócesis, Párroco de San Ramón Nonato y Director del programa de Canal Sur Radio «Palabras para la vida». Siente pasión por Dios y por los hombres; por poder mirar con intensidad y por compartir; siente pasión por la vida. Su mejor argu- mento: la ternura. Está seguro que sin ella no sería capaz de seguir adelante. Y como buen sacerdote, desea morir con la estola puesta. Es inquieto, actual, observador, expresivo e introvertido, impli- cado y comprensivo. Busca la realidad a través de la experiencia, supera sus tormentas por Amor, va en pos de lo genuino, de lo au- téntico, a través de los encuentros con las personas. Vive en los es- pacios que le rodean sin sentirse ajeno al ambiente en el que se mue- ve. Desde el cariño y el respeto expresa lo que siente. Siempre ha luchado por las personas despreciadas y relegadas. Su pretensión es rescatar lo mejor de cada uno a través de la cercanía del mensaje. Le gustaría ver siempre feliz a la gente, quiere estar en el camino de Je- sucristo, ser fiel a su conciencia y a la llamada a la santidad. Hablar de la Virgen le proporciona la oportunidad de transmitir su devoción a la Madre y así lo predicó en la novena a Santa María de la Victoria, nuestra Patrona.
  • 12. 10 Valora de una forma muy especial a las cofradías como caudal de espiritualidad para la Iglesia Católica. Entiende el carisma cofrade, ha participado activamente en la Estación de Penitencia y la vive como un privilegio que le permite conocer una parcela de la Igle- sia con idiosincrasia propia, como una forma más de visualizar a la Iglesia de todos, de estar unidos y de que las hermandades tomen conciencia de trabajar en una sola dirección. Hoy viene a pregonar la Semana Santa de Málaga en su comple- jidad popular, cultural y religiosa y lo hará —estoy segura— desde el más absoluto respeto a todas las realidades. Señoras y señores, recibamos al Pregonero de la Semana Santa de Málaga, Rvdo. Padre D. Rafael Javier Pérez Pallarés. Suya es la palabra.
  • 13. 11
  • 14.
  • 15. Teatro Municipal Miguel de Cervantes Sábado 16 de marzo de 2013 Pregón de la Semana Santa de Málaga 2013
  • 17. 15 PRÓLOGO Cristo Jesús, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. (Flp. 25–9) Málaga, ¿quién elevó en el árbol de la santa cruz al Cristo de la Esperanza en su Gran Amor? ¿Quién asesinó al Cristo de la Redención? ¿A quién defraudó el Cristo de los Milagros? ¿Quién entregó al Cristo del Perdón? ¿Quién abandonó al Cristo de la Expiración? ¿Quién ejecutó al Cristo de la Agonía? ¿A quién escandalizó el Cristo del Amor? ¿Quien condenó al Cristo de la Buena Muerte y Ánimas? ¿Quién traicionó al Cristo de la Exaltación? ¿Quién crucificó al Cristo de las Penas? ¿A quién molestó el Cris- to de la Sangre? ¿Quién despreció al Cristo de Ánimas de Ciegos? ¿Quién retrocedió ante el Cristo de la Vera Cruz? ¿Por qué fue llevado a la cruz el Cristo de la Crucifixión? Málaga, te anuncio que tarde o temprano sentirás cómo el Hom- bre de la cruz te atrapa, te seduce, te cautiva.
  • 18. 16 Sr. Obispo, dignísimas autoridades civiles, religiosas y militares, Sr. Presidente de la Agrupación de Cofradías de Semana Santa de Málaga; Carmen, muchas gracias por tus palabras; a todos, buenas noches. Séque es la fe la que aporta el sentido último a estas cuestiones que, a lo largo de los siglos, se han formulado millones de personas. La fe en un Dios que sin hacer ruido se acerca a ti. La fe en un «Dios vivo y verdadero» (1 Tes 1, 9). La fe en Cristo que «mu- rió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día» (1 Cor. 15, 3–4). La fe en Jesús «nacido de la estirpe de David en cuanto hombre y constituido por su resurrec- ción de entre los muertos Hijo poderoso de Dios según el Espíritu santificador» (Rom 1, 3–4). Esta noche, deseo compartir contigo la fe y la experiencia de ha- ber conocido a quien fue «entregado a la muerte por nuestros peca- dos y resucitado para nuestra salvación» (Rom 4, 25). Y lo hago con la seguridad de saber «que no hay más que un Dios» (Cor 8, 6) sa- biendo que «Cristo padeció una sola vez por los pecados, el inocente por los culpables para conducirnos a Dios» (1 Pe 3,18). 16
  • 19. 17 Málaga, es primavera. Apenas faltan siete días para que dé co- mienzo la Semana Mayor. En cuestión de días, vas a enfrentarte ante el misterio de la Redención. Sabes a qué me refiero. Estamos ante una historia verdaderamente inagotable. A la que hay que acceder descalzo, despacio, contemplativamente. El cora- zón cofrade lo sabe. Tú lo sabes. Estás ante la historia que golpea una y otra vez cada primavera tu corazón, tu interior, tu alma. Y la de miles de personas; da igual quienes sean, cuál sea su proceden- cia, su tendencia sexual o política, su vida, sus historias… La Semana Santa en Málaga se celebra en los templos y en la ca- lle. Es trágica, dulce y agónica. Es incomprensible, familiar y misté- rica. La conoces mejor que yo. La pasión, muerte y resurrección de Cristo te envuelve de forma vertiginosa y te revuelca una y otra vez como las olas del mar. Inmenso y aprehensible. La Semana Santa te devuelve a los orígenes. A tu infancia. A tu juventud. A tu ser. A tu fe. La Semana Santa te descubre la verdad que el corazón del hom- bre anhela y lo hace de manera impúdica porque no respeta lo polí- ticamente correcto. La Semana Santa te azota, te crucifica, te une a la mirada de Cristo. Quizá por eso te atrapa. ¿Quién osó esculpir bellamente un cuerpo de hombre desnudo y desgarrado sobre la cruz? ¿Quién se atrevió a dulcificar una de las muertes más espantosas imaginadas por el ser humano? ¿Quién ha tenido la arrogancia de pretender asir el misterio de Dios encarna- do? «¿Quién meditó sobre su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos» (Is. 53, 8). Cofrade, tú has sabido mostrar las verdades últimas del ser hu- mano de la mano de la belleza y el arte. Tú, has sabido descubrir el 17
  • 20. 18 lenguaje del pueblo. Tú, has sabido acercar el misterio de Dios a la sociedad necesitada de fe. Muéstralo en su plenitud. Nuestra socie- dad busca el rostro de Dios. Y cada Semana Santa se topa con Él cru- zando el puente de Santo Domingo, por la Alameda, en calle Nue- va… Qué más da. ¡En el lugar menos esperado nos cruzamos con la mirada de Jesús Nazareno de Salutación camino del Calvario! Quizá lo veamos a lo lejos y el Nazareno nos mire con cariño, con ojos cansados; con ternura inefable: va a morir por nosotros. Entre- ga la vida por todos, por quienes ni le conocen. Su mirada perdida no deja indiferente a nadie. Mientras de manera lenta, acompasada y emocionada camina sin pausa el Dulce Nombre de Jesús Nazareno del Paso. Un paso agotado que se pierde entre la multitud. Quizá un día alguien te cuente que una vez se cruzó con una imagen en Sema- na Santa que le ayudó a creer, que le fortaleció sus rodillas vacilantes. No creo que te descubra nada nuevo. Basta acercarse al Señor de Má- laga, al Cautivo y contemplar cómo arrastra una marea de fieles que creen en Él, que sienten su abrazo trinitario. Quien se hizo dueño de la madrugada, camina silencioso entre un clamor de oraciones calla- das, de una multitud que sigue con fe su infinita estela blanquecina. Málaga se siente prisionera con Él. Sus labios parecen susurrar que siempre estará junto al pueblo. Málaga, recuerda: la verdad procede de Dios. Y la autenticidad. Y la belleza. El pueblo con su sabiduría lo sabe. Enamora lo auténtico, lo verdadero. De hecho, el corazón limpio del niño cofrade lo detecta y por eso palpita descompasado. Sabe que llega Semana Santa y eso le emocio- na. Luego le contarán que coincide con la primera luna de primavera y que se celebra el misterio de la Salvación. Pero eso será luego. Primero,
  • 21. 19 los ojos del pequeño centran su atención en su Jesús del Rescate y en su Virgen de Consolación y Lágrimas y en el trasiego de gente y en las ropas y en los olores y en los sabores. Todo mezclado. Es primavera en el Mediterráneo, la atmósfera parece sostenida y la luna crece imparable e irremediablemente hasta hacerse imprescindi- ble en Málaga. No me importa recurrir a los tópicos. Es más, me gus- ta. Muy pronto esa primera luna de primavera nos va a regalar una luz única e irrepetible. Aunque ya podemos oler el azahar y embriagarnos de incienso y presentir el sonido de las bambalinas y el toque de cam- pana que nos emocionará como cuando éramos niños y comíamos manzanas de caramelo, limones cascarúos o altramuces. La memoria de Málaga tiene impreso el sabor del arroz con leche, del pan caliente con aceite o de la mojama de pintarroja tostada con limón. O el pisto con huevo frito, la ensalada malagueña y el potaje. Málaga, la Semana Santa está llamando a tus puertas. Pronto, llegará pronto arrastrando historias entrelazadas de toda índole: historias de fe y traición; de amor y ambición; de entrega y poder; de servicio y abandono; de pecado y gracia. Recuérdalo siempre, la fiesta que envuelve tus sentidos es una celebración de fe: hasta las cabezas de varal, que como olas del rebalaje llegan hasta calle Larios envueltas en olor a marismo, saben que existe un Dios bondadoso; en Él creen firmemente. Es primavera en nuestra ciudad y la Semana Santa pide pasos a gritos con renovado afán. ¿Notas algo nuevo que nace dentro de ti? Se remueve inquieto tu interior. El misterio está obrando; cambián- dote casi sin que te des cuenta. No volverás a ser el mismo. Contem- pla. No estás loco, estás vivo. Y tú lo sabes. Intuyes la verdad última
  • 22. 20 en la belleza, en el sacrificio y en el espectáculo. ¿Sabes por qué? Porque sólo quien se ha sentido seducido, embriagado y poseído por la verdad última puede descubrir atisbos de plenitud. Cuéntalo sin ceder a la tentación de la ambición, del poder, de la vanagloria. Comunícalo sin transitar por los caminos de la superfi- cialidad, de la frivolidad o el mero sentimentalismo. Dilo: estás or- gulloso de tu cofradía, de los ojos verdes de tu Paloma y de todo lo que hace en beneficio de los más pobres de tu barrio con nombre propio: Caridad. Estás contento de ser cofrade y de vivir como ex- periencia única e irrepetible en tu ciudad los misterios centrales de la fe cristiana. Es algo único. Lo sé. Es algo íntimo y comunitario. Lo sabemos. Es algo que tú sólo puedes explicar. Y por eso, cada año vuelves al lugar preciso, al espacio concreto que sientes como tuyo y que cada Semana Santa recuperas en unión con tu pueblo para reencontrarte con la vida y la fe. Cofrade, se te entrega una herencia grandiosa; sostenla. Sé generoso con aquellos que te necesitan. Sé siempre piedra viva mientras vivas y que el primer toque de campana reviente el firmamento de la ciudad. En esta noche yo deseo contarte cómo fueron los últimos días del Nazareno y cómo Málaga los ha hecho suyos. Y hacerlo junto a los personajes que rodearon la pasión de Jesús para descubrir qué tipo de relación mantuvieron con Cristo y cómo vivieron su fe.
  • 23. 21
  • 24. 22 LA PASIÓN EN MÁLAGA Amanece en el sur. Se puede perfilar a modo de dibujo picassiano el silencio de una Málaga despertándose. La ciudad está inquieta. Esta vez no hay vuelta atrás. En su entrada en la ciudad del paraíso al modo en que los ángeles en la noche del nacimiento anunciaran: «Paz en el cielo, gloria al Altísimo» (Lc. 19, 38), vuelve a resonar en Málaga ese canto, pero esta vez bajo palio. Entre cantos de alegría «la multitud delante y detrás de Él aclama: ¡Hosanna al Hijo de David! Bendito el que viene en nombre del Señor». (Mt 21, 9). ¿Quién es este? preguntan. Jesús, el profeta de Nazaret. Vie- ne acompañado por una mujer, por unos niños, por un joven. Cuentan que hacía calor. Mucho calor. Y después de una larga caminata y mientras sus amigos se van a buscar algo para comer, el hombre judío se hace el encontradizo con una mujer samaritana a la que le pide agua. No podían verse hebreos y samaritanos y por eso ella pregunta: «Tú que eres judío ¿cómo pides de beber a una samarita- na?» El Nazareno le contesta: «si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él y él te daría agua viva.» (Jn 4, 9–10). Cuentan que en esto llegaron sus discípulos y se extrañaron de verlo hablar con una mujer. Pero ninguno le preguntó qué busca- ba o por qué hablaba con ella. Sin embargo, ella sí; fue y lo contó. Les dijo a sus vecinos que creía haber encontrado al Mesías. Quien dejó el cántaro y contó a su gente que había conocido a Je- sús, la mujer a la que el Nazareno reveló abiertamente su identidad, lo acompaña por las calles de Málaga. O eso dicen. Ella, la mujer
  • 25. 23 samaritana. O simplemente una mujer. Da igual. Pero ¡qué mujer! La mujer que trató inicialmente de tú a tú a Jesús camina con Él junto a los más pequeños, los preferidos del Nazareno. Y junto a uno de sus discípulos, Juan. De él te contaré algo más tarde. En su Entrada Triunfal en Jerusalén, cada domingo de Ramos descubrimos en Málaga junto a Cristo a testigos de la fe: a Juan el Evan- gelista, el amigo joven, fiel y valiente; a la mujer con la que Jesús entabló deliberadamente una conversación y a los niños, sus preferidos. El Na- zareno pisa Málaga con la autoridad del rey cercano que requisa los me- dios de transporte para su desplazamiento. Toma un borrico para más tarde devolverlo. Es un rey humilde. Y el pueblo lo sabe, lo siente, lo de- tecta. Y Málaga lo hace suyo, lo arropa y aclama entre palmas y ramos de olivos; entre júbilo y alabanzas a orillas de nuestro mar. Jerusalén está alborotada. Málaga está alborotada. Se estremecen las entrañas de la ciudad como si la tierra rugiese, como si se revol- viera a causa de un terremoto intuyendo la muerte de Cristo. Salpi- cando de sangre y llanto el Patio de los Naranjos, la calle Císter y el palacio de los Zea–Salvatierra. ¿La escuchas? Es Cristo yacente, muerto. Yace en el Santo Sepul- cro, en el catafalco. Es belleza serena. Es muerte dulce. Desgarradora. No respira. Ha muerto. Está muerto. Y Ella sola. Con su dolor a so- las. La mirada baja. Soledad, es su nombre. El pensamiento ido con su Hijo. Está ausente mientras los tronos se paran en Duque de la Vic- toria y a los toques de campana se vuelven a levantar y emprenden su andadura. De pronto, emerge la torre de la Catedral; el hogar de todos, buscando la mirada huidiza de la Madre para que descanse en su do- lor; para que le duelan menos los siete puñales que atravesaron su alma.
  • 26. 24 Su Hijo es una bandera expuesta para que el corazón del ser humano se retrate. Ella lo sabe, se lo profetizaron, la Orden Tercera de Servitas también lo sabe, por eso acompaña a la Madre de los Dolores. Las horas están suspendidas. Pareciera que el espacio y el tiempo están descompasados. Jesús, Carlos, Antonia, Adolfo, Cayetano, Ra- fael, Oscar, José, Julio, Kiko, Ana, Christian y más nombres, muchos más, ya no pisarán más el Patio de los Naranjos. Pero seguirán con- templando cómo los tronos no se detienen hasta que la curva termina. Hay silencio y gente. Señorío y elegancia. Y respeto y fe en el Naza- reno que por amor ha entregado su vida. Estamos ante un escenario perfecto: Calle Císter, con la Catedral de fondo, envuelve el misterio de la muerte, el silencio y la soledad. Del descenso a los infiernos. La cena La tarde del Jueves Santo, envuelto en brisa suave, sella un testa- mento en el marco definitivo de una Cena con el círculo íntimo de amigos de Jesús. Un testamento que combina palabra, emoción y determinación. El Maestro los conoce bien. De Pedro, ¡qué quieres que te cuente! Pedro, el hijo de Juan, de acento galileo, natural de Betsaida. Conoció mujer. Buen tipo. De carácter decidido e impul- sivo, ingenuo, honesto y hasta violento, llegaría a liderar la comu- nidad cristiana. El vínculo de sangre le unía a Andrés. Cuentan que junto a Felipe intervino en una conversación entre unos griegos y Je- sús. Hablaron, preguntaron y concluyeron más tarde que la muerte de Cristo sería luz para los pueblos y las culturas. Felipe era del mismo lugar que Pedro y Andrés: Betsaida; eran vecinos (Cfr. Jn 1, 44). En la última cena lo descubrimos ingenuo y un tanto torpe. Junto a Pedro,
  • 27. Santiago el Mayor, pudo estar con su hermano Juan en el huerto de Getsemaní. De Juan todos sabemos algo: joven, leal, cercano. In- tenso. Con Pedro prepara la cena. Es un alma capaz. Mantiene una gran confianza con Jesús. Cuenta la tradición que era el discípulo predilecto y cuenta también la tradición que María de Cleofás era la madre de Santiago, el hijo de Alfeo. A menudo se le ha identificado con otro Santiago, el Menor (cf. Mc 15, 40). También él era origina- rio de Nazaret y probablemente pariente de Jesús. Aquella noche todos cenaban juntos, compartían fiesta y el testa- mento de Cristo: «Amaos los unos a los otros, como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15, 12–13). Y en Málaga esas palabras las volvemos a escuchar en los oficios del Jueves Santo. Y en el Jueves Santo malagueño recrea- mos la escena gracias al esfuerzo de los hombres de trono que parecie- ra que también desean compartir la última cena con el Maestro. Se hacen confidentes, amigos. Adivinan sus palabras. Ellos, que saben de las emociones cruzadas y del esfuerzo compartido, se sorprenden atónitos ante las reacciones de los discípulos de Jesús. Es de noche. La tensión empieza a palparse. La ciudad buscará dormir junto al mar; pero sigue despierta, se ha desvelado, está in- quieta. Intuye que algo va a pasar. El gorjeo de los pájaros lo predi- ce. El Mediterráneo emula el tono gris azulado de los ojos de María Santísima de los Dolores en su Amparo y Misericordia y ofrece a María Santísima de la Paz un espacio para el descanso. Antes de seguir, permíteme que te cuente algo. Un cofrade entró despacio en la Iglesia de San Felipe; estrenaba una camisa, era do- mingo de Ramos. Todos los bancos estaban llenos de niños: unos 25
  • 28. 26 con palmas en sus manos; otros con sus bastoncillos y campanitas. Muchos de ellos vestidos de hebreo. Los miró y vio en sus caras una mezcla de ilusión e impaciencia porque estaban esperando que las puertas del templo se abrieran para salir a las calles y acompañar al Señor y a la Virgen. Para dar trozos de palma, para regalar las pri- meras gotas de cera de nuestra Semana Mayor o para dar la mano a tantos que extienden la suya cuando ven pasar un nazareno. Se emocionó, porque allí se vio sentado impaciente hace ahora algu- nos años esperando la salida de la Pollinica y María Santísima del Amparo. Él era uno de esos niños con palmas y siente lo que sien- ten ellos y sabe lo que ellos aún no saben: que la semilla que se de- positó en su tierno corazón le convirtió en un cofrade, en un hom- bre de fe. Imagino que algo similar le pasaría por la mente a Mateo, el publicano, en la última cena. Recostado en la mesa recordaría cuando sentado en el despacho de los impuestos aquel hombre na- tural de Nazaret le dijo en Cafarnaúm, en aquella ciudad también junto al mar: «Sígueme» (Mt 9, 9). Él, de los íntimos de Jesús, fue considerado un pecador público. A los publicanos la gente los te- nía por «hombres ladrones, injustos, adúlteros» (Lc 18, 11). Y sin embargo, Jesús lo quiere, lo acepta como amigo. Jesús no excluye a nadie. Hasta el punto de que la amistad desinteresada que Mateo experimenta por parte de Jesús le lleva a asumir la vida que el Na- zareno le propone: abandona una fuente segura de ingresos movido por la fe. Una fe que en el caso de Tomás derivará en una pregun- ta un tanto lógica: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿Cómo pode- mos saber el camino?» (Jn 14, 5). Esas palabras ofrecen a Jesús una nueva ocasión para mostrar quién es: «Yo soy el camino, la verdad
  • 29. 27 y la vida» (Jn 14, 6). Una vida que Simón el Cananeo no se ima- gina sin una identidad judía clara. Simón está en las antípodas de Mateo. Y es que Jesús llama a sus colaboradores de entre los más diversos estratos, los saca del mundo y por eso le preguntará Judas Tadeo: «Señor, ¿Qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?» La respuesta de Jesús es misteriosa: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y pondremos nuestra morada en él» (Jn 14, 22–23). Es de noche y las miradas se vuelven cómplices. Se buscan. Y recuer- dan. A Bartolomé le vuelve una y otra vez la manera que Jesús tuvo de mirarlo tras descubrirlo en la higuera. No puede olvidarlo. Cuan- do conoció a Jesús, el supo que lo miró con el corazón. Eso lo marcó para siempre. ¡Cómo dejan huella las miradas limpias! Él se siente to- cado en el corazón por Jesús, se siente comprendido. Y responde con una confesión de fe hermosa: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel» (Jn 1, 49). Y Jesús le respondió: «¿Te basta para creer el haberte dicho que te vi debajo de la higuera?» (Jn 1, 50). Jesús en su última cena, antes de que sus brazos extendidos en- tre el cielo y la tierra trazasen el signo imborrable de la alianza en- tre Dios y el hombre, siente, como si de un bocado en las entrañas se tratase, la incomprensión, infidelidad y traición de su círculo de amigos. Es la hora de las tinieblas. La oración El cielo de la ciudad pinta un color aterciopelado violeta y la luna dibuja extrañas figuras atenuadas por las nubes. Jesús Oran- do en el Huerto experimenta la soledad última, el tormento de ser
  • 30. hombre, la ruptura interna que delata el combate con las tinieblas. Tiembla. Tiene miedo. Un ángel, el ser espiritual atento a las pala- bras que brotan del corazón de Dios (Cfr. Sal 103, 20), le conforta, le asiste en una hora crítica. Es la hora de la prueba, el momento donde se muestra el lado más humano y animal de Jesús. Cristo experimen- ta su soledad más absoluta. Aunque a lo lejos los arbotantes de Ntra. Sra. de la Concepción pretendan luminar las tinieblas de su alma. Es de noche. ¿Lo presientes? Es él. Judas, el Iscariote. Con un beso entrega a su amigo. Un beso de paz y saludo se convierte trá- gica e irremediablemente en un beso traidor, de muerte. El Iscariote imaginó algo diferente; se sintió defraudado, esperaba del Nazare- no otra manera de enfocar las cosas y se deshace de él vilmente por un puñado de monedas de plata. Traiciona a su amigo. Es prendido en el cuartel de Capuchinos, es arrestado en Málaga. ¿Lo ves? ¿Lo contemplas? Experimenta la Soledad. Hay testigos: los hombres de trono, el mayordomo, los nazarenos. Ellos arropan, pretenden miti- gar, como pueden, el sufrimiento de Cristo; como también las mu- jeres buscan acariciar en el traslado, con su visita a los enfermos de las Hermanas Hospitalarias, las mentes siempre lúcidas y trastorna- das de quienes ven, sienten y miran el mundo de forma diferente; a veces incluso de manera más valiente que la de aquellos que enarbo- lan la bandera de la sensatez y la prudencia hasta el punto de enve- nenar sus propias percepciones y traicionar la verdad. El desgarro interno del Nazareno ante aquel beso traidor provoca un escalofrío interior incapaz de poder ser controlado. El Prendi- miento muestra a Málaga que la traición es cobarde, delata de qué naturaleza está hecho el corazón del hombre, retrata sus ambiciones 28
  • 31. más crueles, muestra el lado más animal. Destroza. Arranca. Escu- pe. Señala. Revuelca. Judas, quizá un pobre hombre. Pero qué cui- dado hay que tener con los mediocres. Con los que se crecen y creen su propia verdad construida desde el subjetivismo, el relativismo y el deseo de control. Las pasiones humanas son así. Contradictorias y decisorias a la vez. La traición de Judas desencadena dos muertes: la de su maestro y la suya propia. Cuentan que en la tormenta que envolvió de pronto el huerto de la Prensa de Aceite «Uno de los que estaban presentes desenvainó la es- pada y de un tajo le cortó la oreja al criado del Sumo Sacerdote» (Mc 14, 47). Cuentan que el criado se llamaba Malco. Entonces Jesús sen- tenció: «Habéis salido con espadas y palos a prenderme como si fuera un bandido. A diario estaba con vosotros enseñando en el templo y no me apresasteis» (Mc 14, 48–49). A partir de ese momento «Todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron» (Mc 14, 50). La huida es comprensible y más si la fe es débil. Pero la violencia no es justificable. Toda violencia tiene un origen; el poder de las tinieblas. Sayones y romanos llevan a Jesús apresado. El Berruguita le escupe, se ensaña con él, le insulta. Con qué dignidad asume su destino cuando cruza la Puente del Cedrón con la certeza de que «el amor es más fuerte que la muerte, la pasión más implacable que el Abismo» (Cant 8, 8). En presencia de miembros del sanedrín comienza a gestarse decidi- damente el desenlace final. «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo» (Jn 18,14), sentencia Caifás. Hay que tener las cosas bien atadas. Aunque el precio a pagar sea la muerte de un ser humano. Qué hipócrita es el hombre. Caifás interroga a Jesús: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito? Jesús contestó: Yo soy» (Mc 14, 61). Sacerdotes, 29
  • 32. ancianos y escribas, las tres facciones del Sanedrín deciden entregar a Jesús al gobernador romano para la condena. Ha blasfemado. La calle está agitada. Hay un devenir de personas que cruzan atro- pelladamente. Por las callejuelas de la ciudad se nos muestran caminos nuevos para descubrir qué está ocurriendo. Y observamos. Y conver- samos. Y nos rozamos. Y rezamos absortos ante la belleza dolorida de María Santísima del Dulce Nombre que sigue inquieta y atropellada los pasos de su Hijo. También alguien siguió los pasos de Pedro. O di- rectamente lo descubrió oculto tras la puerta, como tantas veces hemos descubierto historias y vidas ocultas. La gente nos retrata. Nuestra acti- tud ante las palabras, gestos y silencios de las personas retratan nuestro corazón. La mujer acusadora sólo indicó que Simón era compañero del Nazareno. Sólo eso. Pero cómo desveló el corazón del pescador de Galilea. Un corazón tremendamente humano que, ante la acusación más o menos interesada de aquella mujer, muestra sus miedos. La sol- dadesca romana y hebrea acorrala, como jauría de mastines, al que más tarde fuese el primer papa. El pescador se enfrentó a su propia mi- seria. Ante su terrible verdad. Aunque luego, al canto del gallo, llegase al arrepentimiento sincero. El final de la noche. El juicio Está amaneciendo. El cielo está revoltoso. El jueves sin dormir no es el mejor lugar para el descanso. Es el sitio y la hora de la ira. Los ene- migos caminan libres hostigados por Satanás. La luna permanece aga- zapada tras algunas nubes e intuimos que ella, desde los oscuros valles aislados, ha oído los cantos antiguos de la tristeza que en la madruga- da del Viernes Santo se confabulan con Poncio Pilato. El hombre que 30
  • 33. ejerció como prefecto de Judea. El jefe militar encargado de mantener el orden público, según el principio enunciado por Cicerón: «Que la salud del pueblo romano sea la ley suprema». Algo de lo que daba cum- plida cuenta el aquilifer, el funcionario castrense que portaba el estan- darte con el águila de las legiones romanas. ¡A cuántos juicios sumarios habrá asistido este tipo y a cuántos interrogatorios! El mundo tampoco se paró en esta ocasión. Nada le haría prever que sería testigo privile- giado de un momento crucial en la historia de la humanidad. Cuán- tas veces somos protagonistas de momentos únicos que dejamos pasar, que pasan desapercibidos ante nuestro corazón porque olvidamos que donde hay un hombre hay una historia única. El gobernador romano de perfil resolutivo no termina de entender la insistencia y la presión que recibe. En varias ocasiones elude la toma de de- cisiones. De hecho, manda a Jesús a Herodes, pero ese rey no tiene poder para mandar al suplicio de la cruz al Galileo, algo que pedía el Sanedrín. Herodes lo remite de nuevo a Pilatos. ¡Qué Humillación para quien no cometió pecado! La brisa marinera lo mece y se presenta ante los mala- gueños con la mirada baja, el hombro descubierto y la túnica blanca. Cuentan que estaba en el tribunal cuando su mujer, Claudia Pró- cula, le mandó a decir: «No te metas con ese justo, porque esta noche he tenido pesadillas horribles por su causa» (Mt 26, 19). Claudia, ¿por qué te implicas directamente en el juicio contra el Nazareno? ¿Lo co- nocías? Fuiste la única defensora en el juicio de Jesús. Fuiste la niña de ojos grises y cuentan que tus padres, Selene y Marco, estaban empa- rentados con la nobleza más importante del Imperio. Eras sagaz, cul- ta y crítica con las normas establecidas. Jerusalén, en una época tan convulsa, te parece una ciudad peligrosa. Conociste el temperamento 31
  • 34. caprichoso y cruel de Calígula, fuiste testigo de las conspiraciones de Tiberio y compartías lecho con Pilato, tu esposo, el gobernador de la Judea. Todas las mañanas te levantabas junto a él. Pero aquella noche fue diferente. Presentiste algo distinto en aquella urgente llamada. Lo ves salir del aposento. Y te preguntas qué pintas en aquella ridícula provincia olvidada de todos y por todos. Claudia Prócula, una mujer intuitiva que cada Domingo de Ra- mos se procesiona por las calles de Málaga que rezuman aroma a azahar, una flor que pretende escaparse de los naranjos para empa- par y vestir el suelo de la Calle de la Victoria al paso de la Merced. Claudia sugerente, Claudia recia, Claudia elegante. Claudia, pre- tendes influir en la decisión fatal de tu esposo. Buscarás liberar a Je- sús, convertir la noche en un camino transitable y el oleaje de la ira del pueblo en una llanura verdeante (cfr Sb 19, 7). Sin embargo, Pilato actúa en contra de tus indicaciones. Ordena fla- gelar a Jesús. Es un castigo extremadamente duro; golpean varios guar- dias hasta que la carne cuelga en jirones. Jesús recibe Azotes anudado a la Columna que dobla el recio cuerpo del hombre, del gitano de Má- laga. Le arrancan la piel a tiras. Las manos amoratadas ennegrecen. La sangre a cada latigazo es escupida y esculpida a fuego en el alma del caló. Salpica y de rojo baña el suelo de la calle Frailes. La sangre es se- milla. Y la cobardía Sentencia. Mientras Claudia Prócula desgrana un Rosario de Misterios Dolorosos al ver encarar a la Madre de Jesús la subida de Casapalma sacando fuerzas de donde no quedan. La lluvia de colores y aromas que caen sobre la Virgen en calle Cárcer y la última oración a nuestra Madre al entrar en calle Frailes, cantada por más de doscientas almas que la llevan sobre sus hombros, mitiga su dolor. En 32
  • 35. estos momentos finales de la noche, en la oscuridad del submarino celeste, hombres y mujeres se agarran al varal, se sienten unidos en una sola fe. Permíteme que te confiese algo, cuando el Domingo de Ramos salía atrope- lladamente hacia el aeropuerto para reencontrarme con la cofradía de la Salud, también me sentía unido en la fe que compartís tantos cofrades. No puedo olvidar la mirada de Cristo, tam- poco la Misa de nazarenos, ni las confesiones previas, ni la mecida de los tronos a los sones de Santa María de la Sa- lud, ni los toques de campana, ni las lágrimas de los herma- nos, ni cuando buscaba perdido, entre historias y emociones que sentía ajenas y próximas a la vez, a los amigos de siempre. Como cada año. Te podría contar tantas cosas… pero es mi deseo y obligación centrarme en Él. Ecce homo. Ahí lo tenéis. «Este es el hombre» (Jn 19, 5). El hombre no habla. ¡Qué Humildad! Guarda silencio en la explanada del Santuario. Mientras hay quienes gritan: «Crucifícalo, crucifí- calo» (Jn 19, 6). Pilato ¿por qué vuelves a interrogar a Jesús? ¿Por qué no lo defiendes sabiendo de su inocencia? Hablas con Él del reino y la verdad. Olvidas que nosotros no po- seemos la verdad, es la Verdad quien nos posee. Hay algo que te impide salir de la situación donde te has visto en- vuelto. ¿El miedo a perder la silla? ¿El temor supersticioso ante ese extraño hombre? ¿Que se rebelase el pueblo y lle- gase a oídos del Emperador? El juicio adquiere por momentos giros sorpren- dentes: Barrabás, es la carta desesperada que el go- bernador de la provincia romana pretende jugar ante 33
  • 36. la inminente pascua. Presenta un acusado de sedición, homicidio y robo. Se la juega con Roma. El gobernador de Judea está contra las cuerdas. La masa apoya a Barrabás. La aclamación del pueblo, en este caso, tiene carácter jurídico. ¿Pero dónde está la masa que apoya a Je- sús? Escondida por miedo. Los seguidores de Jesús no están en el pro- ceso. No defienden al inocente. La jugada sale mal. Y a Barrabás, la jugada le sale bien. Uno de los miles que se aprovechan de las injusti- cias contra los más débiles. El débil cruje ante la injusticia. A Jesús lo entregan «para que lo crucificaran» (Jn 19, 16). ¡Málaga, te anuncio que en Semana Santa tus calles se toparán de nuevo con la verdad última del ser, aunque el cielo y las estrellas sigan alumbrando indiferentes y ajenas a nosotros en cada primavera. Mála- ga, tus barrios se reencontrarán irremediablemente con la fe aunque la cal de sus fachadas siga viviendo al límite. Málaga, te anuncio que hay un camino aunque este mundo siga siendo el infierno de siempre. La cruz Cuando estábamos perdidos y éramos incapaces de volver a Dios, su Hijo se entregó en nuestras manos para ser clavado en la cruz. Es viernes santo. El cielo se mancha de tímidas gotas de sangre. ¿Qué ha quedado para los malagueños de aquella tortura despreciable y sádica a la que sometieron a Jesús Nazareno de Viñeros? Su sangre empieza a manchar su cuerpo inmaculado. La Madre comienza a experimen- tar el Traspaso y la Soledad más extrema. Nunca en su vida se ha sentido tan sola como ahora. El llanto, como si de un rumor conti- nuo se tratase, brota en el rostro de María del Gran Poder, que en su Mayor Dolor ve cómo le ha sido arrebatado el Hijo de sus entrañas, 34
  • 37. a quien amamantó; Él, que buscó juguetón su rostro cuando era pe- queño, ahora busca cumplir la voluntad del Padre. La tensión y el sufrimiento se han vuelto irresistibles. Hay quien no se atreve a decir a María que las cosas se están poniendo muy feas. Le cuentan que ha sido arrestado y Coronado de Espinas; los espi- nos se clavan en el alma de la Madre como se hundieron y grabaron para siempre aquellas palabras que la piropeaban como llena de Gra- cia y Esperanza. Aquellas sorprendentes palabras para la joven Ma- ría están siendo cruelmente puestas en el crisol del sufrimiento, hasta el punto de dejar sin pulso y sin aliento, como cuando en el Domin- go de Pasión, a modo de avance del misterio de la Redención, es izada la sagrada imagen de Cristo para entronizarlo; en ese momento, en el que sólo se oye el crujir de las cuerdas que lo elevan, es imposible apar- tar la mirada. Más tarde, será Viernes Santo y cuando tras los oficios en San Juan se cierren las puertas del templo volverá a crujir la madera y el metal de los tronos. Será entonces, cuando el nazareno se enfrente a la muerte y busque la victoria. A modo del torero cuando se viste. La liturgia taurina, me cuentan que se asemeja al momento en que el na- zareno con túnica de ruán se viste en soledad. Como el torero se ajus- ta a su piel el traje de luces para hacerse uno con él. Nazareno y torero reflexionan sobre el momento trascendente que van a vivir. Estamos ante dos visiones de la existencia que confluyen: ambas se enfrentan a la muerte. Y por ende a la vida. Pero mientras el terno exalta al indivi- duo, la túnica nazarena sirve para ocultar al penitente ante la mirada dolorosa de María Santísima de Lágrimas y Favores. Málaga, te anuncio que en Semana Santa te enfrentarás a un calei- doscopio de sentimientos y emociones, vivirás fiesta y contradicción, 35
  • 38. disfrutarás de una sinfonía de olores y colores. De hecho, lo sabes de sobra, el cofrade ha sabido sin proponérselo crear toda una teología del color que ha reflejado en cada una de las prendas del ajuar procesionista: ha pintado sus esperanzas de verde esmeralda; ha teñido el sufrimiento en violeta y malva; ha impreso la pasión en paleta de rojos y carmesíes; ha de- jado las tinieblas y soledad de sus almas en negro azaba- che; la paz que ansía en azules de cobalto y ultramar y la fe que le da la alegría de seguir viviendo en blancos luminosos como si ansiara la llegada del Espíritu Santo. Jesús Nazareno de los Pasos en el Monte Calvario cae re- petidas veces. Su Madre fortalecida por el Rocío del Espíritu, lo alienta. Simón de Cirene ayuda a llevar la cruz de Jesús en su Pasión. Está exhausto por la flagelación a la que ha sido so- metido. La pasión de Jesús se graba a fuego en el corazón de María Santísima del Amor Doloroso. Cuentan que «cuando salían encontraron a un hom- bre de Cirene llamado Simón y le obligaron a llevar la cruz de Jesús» (Mt 27, 32). Venía del campo. El evangelista Marcos nos dice que era el padre de Ale- jandro y Rufo y hay quien asegura que los cono- cían entre los cristianos. Simón, ¿te brotó la fe de aquel encuentro involuntario? ¿Te cautivó Jesús de la Misericordia? A veces la vida nos sorprende. Y hasta el mismo sufrimiento propio o ajeno pue- den llegar a convertirse en una oportunidad de encontrarse con Dios.   36
  • 39. Cuando quedas absorto por la monumentalidad de nuestros tro- nos y rezas gracias a los artistas que han sabido plasmar la belleza del amor extremo, es cuando descubres la razón de este espectáculo de los sentidos y el alma que Jesús, El Rico hace vida camino del Gólgota al dejar tras de sí una estela de libertad; es cuando contem- plas cómo se abre camino desde nuestros barrios la imagen bella de María como una Nueva Esperanza. En el Calvario te encuentras con la ciudad hecha pedazos. Allí el vien- to aúlla y los buitres graznan. Las sombras se estiran. Esas son las obras del hombre. Esa es la suma de nuestras ambiciones. «Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron» (Mc 15, 25). María Santísima del Mayor Dolor en su Soledad escucha los tambores de las centurias a lo lejos. Las primeras palabras que el Nazareno pronuncia cuando lo están asesinando, no dejan lugar a dudas. Lo que predica, lo cumple: «Padre, perdónalos; no saben lo que hacen» (Lc 24, 33). Cristo crucificado apa- rece elevado sobre los corazones que lo contemplan en silencio. El dintel del atrio de San Pablo dibuja una ventana única abierta a Málaga y al na- zareno, que lleva saliendo más de 30 años, lo desarma, le hace sentir pe- queño, insignificante y grande a la vez. El profeta de Nazaret es Perdón y María Santísima de la Trinidad Coronada lo entiende. ¡Málaga! Te anuncio que dentro de unos días sentirás el aliento de Cristo jadeante que, como un revuelo de volantes, retuerce en barroco el cuerpo del divino Nazareno. Te despertará el canto de los pájaros como una suave melodía que se pierde tras el cimbreo de una bambalina aterciopelada. Verás procesionado el lamento de Dios, el grito del extremo tormento, el abismo del alma. Y entonces entenderás por qué en Málaga, hasta los sayones sienten envidia de 37
  • 40. los hombres de trono: dos de los esbirros tiran con saña de los cor- deles y el tercero, ansioso por vestir la túnica que lucen los portado- res, mete el hombro para levantar la cruz en la calle Carretería. Es Viernes Santo. La atmósfera creada, el olor y la esquina de siempre se convierten en cómplices para contemplar el diálogo de los hombres que comparten el mismo suplicio. Un grupo indetermi- nado de crucificados, de hombres desnudos a la vista de todos gritan. En un bosque de cruces, se retuercen de dolor, dialogan entre sí. Los espectadores saciados de desprecio asisten al escabroso espectáculo. «A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Si es rey de Israel que baje ahora de la cruz y creeremos en Él. Ha puesto su confianza en Dios, que lo libre ahora, si es que lo quiere» (Mt 27, 42–43). De nue- vo tentación. Pero ahora en el Gólgota. En el momento de la muer- te. Cuentan que Jesús tiene sed (Cfr Jn 19, 28). Cuentan que «hasta los ladrones que habían sido crucificados con Él lo insultan» (Mt 27, 44). Gestas, uno de los malhechores crucificados lo desafiaba dicien- do: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros» (Lc 23, 39). La desesperación y la falta de fe nos llevan a retar a Dios. A gi- rar la cara ante la mirada del crucificado. Mientras, Verónica abraza y aprieta con fuerza el paño con el que, según cuenta la tradición, en- jugó el rostro de Cristo mezclando sus lágrimas con sangre. Verónica, con lágrimas en los ojos, mira los labios entreabiertos de María San- tísima de las Penas, su expresión de dolor contenido delatan la for- taleza de la Madre que en la tarde del Martes Santo ilumina el viaje milenario del creyente trepando por los siglos y los huesos. Abandona cuidados, lo que ha ardido ya nada tiene que temer del tiempo. Ahora sólo quedan dos hombres desnudos, maltratados, 38
  • 41. desangrándose, tiritando por la fiebre, incapaces de retorcerse por los dolores porque están clavados en unos maderos. Dos hombres con las articulaciones dislocadas, con las heridas del cuerpo ardiendo por el calor del día, con el rostro desfigurado, desencajado, luchando con la muerte. Dimas cuelga vivo. Jesús también. Comparten destino. El destino une. Lástima que con frecuencia olvidamos que comparti- mos origen y destino. Pero ¿qué ha hecho este Hombre para que lo traten así? ¿Qué han hecho tantos crucificados inocentes para que los desprecien en vida? ¿Quién conduce a la cruz al parado, al en- fermo, al desahuciado? ¿Quién los crucifica? ¿Quién los abando- na? Son gusanos, no hombres. Oprobio de los hombres. Son como agua derramada. Todos sus huesos están descoyuntados. Su cora- zón como cera se derrite en las entrañas. Taladran sus manos y sus pies. Pueden contar sus huesos (Cfr. Salm 22). Málaga, el amor en abstracto nunca tendrá fuerza en el mundo si no hunde sus raíces en corazones concretos. Málaga, ¡contempla a Dimas! Porque fijar la mirada en el buen ladrón es contemplar tu propio destino: la muerte. Y descubrir que todo lo consumado en el amor nunca será gesta de gusanos. Que en algún momento de nues- tra biografía nos encontraremos cara a cara con nuestro Sagrado Ti- tular. «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Estas palabras resuenan cada Lunes Santo en el Perchel y las escucha la Madre. Señora enlutada que procesiona en relicario de verdad y fe. Paso a la Virgen de los Dolores, grita tu campana en el Llano y paso a la del Puente suspira el martillo enamorado mientras Ella, escucha la conversación entre su Hijo y Dimas. María Santísima de la Esperan- za sabe que por la muerte de su Hijo, la humanidad es introducida en 39
  • 42. la naturaleza misma de Dios. Este es el fruto de su muerte y por eso Jesús promete a Dimas paz y patria feliz. Las hojas de los árboles, las nubes y las palabras dispersas llenan de inquietud. El tiempo pasa lento. Pero avanza con determina- ción como el trono de María de la O. María experimenta una cruel Amargura teñida de rojo. Escucha el grito desgarrador de su Hijo ante el silencio del Padre: «Dios mío, ¿Por qué me has abandona- do?» (Salm 22). En la tarde de primavera malagueña se deslizan ne- gros buitres por el cielo buscando con qué alimentarse. Jesús «al ver a su Madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, dijo: Madre: ahí tienes a tu hijo. Después dijo a Juan: Ahí tienes a tu madre» (Cfr. Jn 19, 26). Y desde aquel momento su amigo la recibió como suya, la tomó como algo suyo, la acogió en su vida. La muerte Cuentan que el Nazareno murió rezando a las tres de la tarde. Má- laga, te anuncio que el Viernes Santo celebrarás un acontecimiento cósmico y litúrgico: el sol se oscurecerá, el velo del templo se rasgará, la tierra temblará y muertos resucitarán. Málaga, no intentes detener la muerte, no pretendas evitar la descomposición del cadáver porque te sorprenderás. Así dice el Señor: «Con un bramido seco el mar, convier- to los ríos en desierto, por falta de agua se pudren sus peces, muertos de sed. Yo visto el cielo de luto, lo cubro de sayal» (Is. 50. 1, 2–3). Cristo ha muerto y Longinos certifica su muerte. Mientras, las cornetas y tambores marcan los sones de las centurias romanas, pero tamizada a la manera de ser del pueblo andaluz: convirtien- do el impacto musical rotundo del Imperio en sones de bulerías. La 40
  • 43. muerte de Cristo sorprende a Málaga: ¡Cristo ha muerto por ti por- que no quiere dejarte sin palabra, sin sentido, sin eternidad! Por eso a ti que me escuchas, te anuncio que el bien gana el pul- so al mal, que la vida tiene poder sobre la muerte, que el perdón es más fuerte que el odio. A ti que contemplas cómo negras túnicas nazarenas atraviesan el atrio de Santo Domingo, mientras cente- nares de corazones contemplan la muerte de Cristo procesionada con solemne paso corto mientras sus hijos entonan la canción que le mece en su hora póstuma. A sus pies arrodillada, Magdalena eleva su mirada al firmamento sabiendo que los ausentes tienen su propio cielo, mientras la Señora perchelera descansa en las notas marineras de la salve. Salve que sabe a sal y recuerda la mar de la que ella es faro y Estrella. María tiene a su Hijo en los brazos. Una paloma desde el lado izquierdo del travesaño de la cruz contempla la escena: es un cuer- po inerte. María lo zarandea en un desesperado intento por reavi- varlo. Lo acuna de forma compulsiva bañándolo en las últimas lá- grimas que brotan de su cuerpo exhausto. Lo mece. Le susurra al oído atragantadas palabras de amor. Como cuando era pequeñito. Entonces entablaba eternas conversaciones con Él, en las que ella era la única que hablaba mientras el pequeño esbozaba una sonrisa, se carcajeaba, volvía a sonreír hasta que finalmente quedaba dor- mido en los brazos de su madre a la que por Amor le faltan horas para seguir besándolo. Ese Jesús Niño, recién nacido que en Naza- ret acunaba, ahora araña casi los cuarenta años. Pero está muerto. María del Gran Perdón besa su frío cadáver. María la de Magda- la, María de Cleofás y María Salomé pretenden hacer algo más 41
  • 44. 42 llevadero el dolor de la Madre, un dolor que ellas hacen suyo. Han asesinado a su amigo. Han matado al Hijo de su amiga. El Reino que anunció pareciera que se ha vuelto arena y ha caído al mar. Buscan paliar el dolor de María con piedad. Piedad es su nombre. Pero Ma- ría ya no quiere más mujeres. Está cansada, harta, deshecha como el cuerpo de su Hijo; se siente rota, sola y muerta en sus Angustias; cal- zada con sandalias, abraza al que amamantó entre sus pechos, recor- dando a José. Ella ahora necesita que José la abrace, la consuele y llo- ren juntos el dolor antinatural que experimentan unos padres cuando pierden a su hijo. Mira al cielo y busca entre las nubes a José, al mis- mo que la amó ciegamente, el mismo que aceptó en la fe la tutela de Jesús, el mismo que los cuidó en la huida de Israel a Egipto. E intuye como Madre que su Hijo duerme el sueño de la muerte. La sepultura Todos han huido. Menos algunos discípulos ocultos que tras la tormenta están apareciendo, como si de animales que salen de una madriguera se tratase. Observa el Descendimiento: José de Ari- matea y Nicodemo están subidos a la cruz ayudados por escale- ras. Tienen sumo cuidado para que el cuerpo de Jesús no se dañe aún más. Ntra. Sra. del Santo Sudario mira embelesada el rostro desfigurado de su Hijo; permanece en todo momento cerca de la cruz junto a sus amigas arrodilladas, acurrucadas, revolcadas en su dolor, mientras Juan observa cómo vuelve a la tierra su amigo a quien tanto amó. Una vez realizado el descendimiento, Nicodemo, José, Salomé, Cleofás, Magdalena, Juan… y más gente, también Stéfanus, harán
  • 45. 43 el traslado del cadáver de Jesús desde el Calvario hasta su sepultura con recogimiento y silencio. Hay quien me cuenta que, con 16 años, escribió una carta la noche del Viernes Santo al llegar a casa, re- cordando que su abuelo esa noche no se quedó en el cielo, sino que también bajó para estar a su lado, levantando el trono de la Soledad y acompañando a Jesús en su Santo Traslado. Llevar en tu hombro a tu Virgen, a la que rezas a diario con fe, es algo muy grande. Tan grande que, si no lo has vivido, sólo podrás imaginarlo. Los amigos de Jesús y en ellos todos los cofrades llevarán a Cris- to Yacente de la Paz en el misterio de su Sagrada Mortaja para depositarlo en un sepulcro nuevo. Nicodemo llevó unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe; una cantidad muy superior a lo habi- tual. Atrás quedó para María el Monte Calvario. Ahora solo queda Fe y Consuelo. El cielo está rojo; mañana hará buen tiempo. Solita y desamparada Te busco por las esquinas De la fría madrugada Y sólo me encuentro espinas Y una cruz ensangrentada (Rafael de las Peñas)
  • 46. 44
  • 47. EPÍLOGO REPARADOR Con las claras del día Magdalena, Juana, María la de San- tiago y Salomé fueron al sepulcro. Lo encontraron vacío. El rojo suave con el que amaneció el domingo se ha tornado azul intenso y las olas del mar acunan y acurrucan la vida y los sue- ños de los malagueños como si de un continuo rumor de conversa- ciones se tratase. Conversaciones que hablan de lo que ocurrió en el Calvario. De cómo asesinaron al Nazareno: «Un profeta poderoso en obras y palabras» (Lc 24, 19). Cuentan que el domingo Jesús Resucitado se aparece en primer lugar a María, la de Magdala (Cfr. Mc 16, 9). Jesús la llamó por su nombre: María. Ella, emocionada, como emociona la música de nuestra Semana Mayor, recibió un encargo de Jesús: «Diles a mis amigos que estoy vivo» (Cfr. Jn 20, 16). Pero cuando las mujeres comunicaron a los hombres del grupo que Jesús estaba resucitado, ellos pensaron que eso era cosas de mujeres. Málaga, te anuncio que los piropos y la belleza de la que disfru- tarás durante nuestra Semana Santa tienen una razón de ser: la vida ha triunfado sobre la muerte. Te adelanto que vas a vivir algo único e irrepetible en el Año de la fe: el amor es más fuerte que el odio. Te exhorto a vivir en plenitud durante los próximos días: somos ale- gres porque estamos vivos. Solo basta mirar a la Reina de los Cielos para descubrir la verdad en lo que pregono. Málaga, Cristo Resucitado camina junto a ti. En medio del trajín diario. «Es verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón» (Lc 24, 34). Pero también está junto a ti estimulando tus sentidos: 45
  • 48. Jesús resucitado se halla por encima de lo que se puede medir física o químicamente. Es el Señor de la nueva vida. Málaga, ¡celebra la vida en la Vigilia de Pascua! Grita que la muerte es superada por la potencia creadora del amor. Que solo el amor es lo bastante fuerte como para modificar la estructura de la materia. Málaga, vas a celebrar la Semana Santa. Vas a proclamar la existen- cia real de Dios. Vas a comprobar cómo Dios penetra hasta el fondo último del ser. Vas a descubrir cómo la vida lo abraza todo. Málaga, vas a acariciar nuevas flores y vida. Y entenderás que atrás quedó el de- sierto. Málaga, Dios es poder. Y este poder absoluto es también bon- dad idénticos en la raíz última del ser. Eso lo han experimentado los cristianos, nómadas en su camino a la eternidad, y por eso anuncian que los días que están por llegar abren ventanas a la vida y la fe. He dicho. 46 Terminado de escribir el 13 de febrero del 2013, en el Año de la fe. Miércoles de ceniza
  • 49. Finalizó la impresión del presente volumen, por expreso deseo del autor, el día 28 de febrero del año 2013, último del Pontificado de Benedicto XVI
  • 50. A cuantos inspiraron este pregón, gracias.