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Miguel Hernández nació en Orihuela
(Alicante) el 30 de octubre de 1910. Hijo de un
tratante de cabras y pastor, su niñez y
adolescencia transcurren por la aireada y
luminosa sierra oriolana tras un pequeño rebaño
de cabras acompañando a su hermano Vicente.
En medio de la naturaleza contempla
maravillado sus misterios: la luna y las estrellas, la
lluvia, las propiedades de diversas hierbas, los
ritos de la fecundación de los animales… Por las
tardes ordeña las cabras y se dedica a repartir la
leche por el vecindario.
Realiza sus estudios primarios en las Escuelas
del Ave María, próximas al domicilio familiar. Allí
estudia gramática, aritmética, geografía y religión,
destacando por su extraordinario talento.
En 1925, con quince años, tiene que
abandonar su formación para volver al pastoreo,
como exige la delicada situación financiera de su
familia. Pero ahora, mientras vigila los rebaños,
sabe embellecer esa vida monótona con la lectura
incansable de numerosos libros de Gabriel y
Galán, Miró, Zorrilla, Rubén Darío, que caen en sus
manos y depositan en su espíritu el germen de la
poesía. A veces se pone a escribir sencillos versos
a la sombra de un árbol realizando su primeros
experimentos poéticos.
Al atardecer merodea por el vecindario
conociendo a Ramón y Gabriel Sijé y a los
hermanos Fenoll, cuya panadería se convierte en
tertulia del pequeño grupo de aficionados a las
letras. Ramón Sijé, joven estudiante de derecho en
la Universidad de Murcia, le orienta en sus lecturas,
le guía hacia los clásicos y la poesía religiosa, le
corrige y le alienta a proseguir su actividad
creadora. El mundo de sus lecturas se amplía. El
joven pastor va llevando a cabo un maravilloso
esfuerzo de autoeducación con libros que consigue
en la biblioteca del Círculo de Bellas Artes.
Don Luis Almarcha, canónigo entonces de la
catedral de Orihuela, le orienta en sus lecturas y le
presta también libros. Poco a poco irá leyendo a los
grandes autores del Siglo de Oro: Cervantes, Lope,
Calderón, Góngora y Garcilaso, junto con algunos
autores modernos como Juan Ramón y Antonio
Machado.
Desde 1930 Miguel Hernández comienza a
publicar poemas en el semanario El Pueblo de
Orihuela y en el diario El Día de Alicante. Su nombre
comienza a sonar en revistas y diarios levantinos.
Alentado por estos éxitos decide, en diciembre
de 1931, trasladarse a Madrid, donde llega con un
puñado de poemas y unas recomendaciones que al
fin de nada le sirven. Aunque un par de
Revistas literarias, La Gaceta Literaria y
Estampa, acusan su presencia en la capital
y piden un empleo o apoyo oficial para el
“cabrero-poeta”, las semanas pasan y tiene
que volverse fracasado a Orihuela, donde encuentra
trabajo como aprendiz en una notaría. En su
localidad natal se dedica a componer poemas de
corte neogongorino, influido sin duda por las
tendencias que observó en los cenáculos poéticos
de la capital. Comienza así la redacción de Perito en
lunas, que es publicado en Murcia en 1933. Se trata
de un prometedor ejercicio de estilo en el que se
aprecia un notable dominio del verso. El autor
queda desilusionado por la fría acogida que
recibe el libro. Federico García Lorca le envía
una carta alentándole a continuar con su
vocación de escritor en la que le advierte que
los libros de poesía “caminan muy lentamente”, y se
compromete además a tratar de hacer algo por la
obra.
En agosto de 1933 al salir un día de su trabajo
en la notaría, conoce a Josefina Manresa, empleada
de un taller de costura cercano a su oficina, y se
enamora de ella.
Su segunda llegada a Madrid se produce en la
primavera de 1934. Allí se mantiene con un empleo
que le ofrece el periodista José María de Cossío para
recoger datos y redactar historias de toreros. En
Madrid su correspondencia amorosa con Josefina no
se interrumpe y la inevitable y frecuente soledad en la
gran ciudad le hace sentir nostalgia por la paz e
intimidad de su pueblo natal. Las cartas abundan en
quejas sobre la pensión, rencillas de escritores,
intrigas, el ruido y el tráfico. Así es que, en cuanto le es
posible, vuelve para charlar con los amigos, comer
fruta a satisfacción y bañarse en el río.
Pero también lentamente, va creándose en
Madrid su círculo de amigos: Altolaguirre, Alberti,
Cernuda, María Zambrano, Vicente Aleixandre y Pablo
Neruda. Si Ramón Sijé y los amigos de Orihuela le
llevaron a su orientación clasicista, Neruda y
Aleixandre lo iniciaron en el surrealismo y le sugirieron,
de palabra o con el ejemplo, las formas poéticas
revolucionarias y la poesía comprometida, influyendo,
sobre todo Neruda y Alberti, en la ideología social y
política del joven poeta provinciano. Producto de este
sentimiento social es su pieza dramática Los hijos de la
piedra, inspirada en la rebelión de los mineros
asturianos de 1934.
Miguel Hernández es ya por ese entonces un
poeta hecho y comienza a crear lo más logrado y
genial de su obra.
El estallido de la Guerra Civil en julio de 1936 le
obliga a tomar una decisión. Miguel, sin lugar a
dudas, la toma con entereza y entusiasmo por la
República. No solamente entrega su persona, sino
que también su creación lírica se transforma en arma
de denuncia, testimonio, instrumento de lucha ya
entusiasta, ya silenciosa y desesperada. Como
voluntario se incorpora al 5º Regimiento, después de
un viaje a Orihuela para despedirse de los suyos. Va
pasando por diversos frentes, vive una vida
agitadísima de continuos viajes y actividad literaria.
Desde antes de estallar la guerra sentía el
deseo de casarse y el 9 de marzo de 1937 contrae
matrimonio por lo civil con Josefina Manresa en
Orihuela. En diciembre de ese mismo año nace su
primer hijo, Miguel, que muere diez meses después a
causa de una infección intestinal.
Durante el año 1938 una anemia cerebral le
obliga por prescripción médica a retirarse a Cox para
reponerse. Dos libros de poemas han quedado como
testimonio de este momento bélico: Viento del pueblo y
El hombre acecha.
El 4 de enero de 1939 nace su segundo hijo,
Manuel Miguel. El poeta está considerablemente
hastiado de la guerra y sólo ansía “vivir en paz” en su
tierra, rodeado por su familia.
En la primavera de 1939, ante la desbandada
general del frente republicano, Miguel Hernández
intenta cruzar la frontera portuguesa y es devuelto a
las autoridades españolas. Así comienza su larga
peregrinación por distintas cárceles.
Inesperadamente, a mediados de septiembre
de 1939 es puesto en libertad.
Fatídicamente, arrastrado por el amor a los suyos,
se dirige a Orihuela, donde es encarcelado de nuevo. El
poeta, como él mismo dice lleno de amargura, sigue
“haciendo turismo” por varias cárceles, hasta que en su
indefenso organismo se declara una “tuberculosis
pulmonar aguda” que se extiende a ambos pulmones
alcanzando proporciones alarmantes. Entre grandes
dolores, hemorragias agudas y golpes de tos, el poeta
se va consumiendo inexorablemente.
El 28 de marzo de 1942 muere a los treinta y un
años de edad.
• Perito en lunas, poemario de inspiración
neogongorina y vanguardista.
• El rayo que no cesa, poemario amoroso.
• Viento del pueblo, poesía comprometida.
• El hombre acecha, poesía comprometida.
• Cancionero y romancero de ausencia,
poemas escritos en la cárcel.
SER ONDA, oficio, niña, es de tu pelo,
nacida ya para el marrero oficio;
ser graciosa y morena tu ejercicio
y tu virtud más ejemplar ser cielo.
¡Niña!, cuando tu pelo va de vuelo,
dando del viento claro un negro indicio,
enmienda de marfil y de artificio
ser de tu capilar borrasca anhelo.
No tienes más quehacer que ser hermosa,
ni tengo más festejo que mirarte,
alrededor girando de tu esfera.
Satélite de ti, no hago otra cosa,
si no es una labor de recordarte.
- ¡Date presa de amor, mi carcelera!
UN CARNÍVORO cuchillo
de ala dulce y homicida
sostiene un vuelo y un brillo
alrededor de mi vida.
Rayo de metal crispado
fulgentemente caído,
picotea mi costado
y hace en él un triste nido.
Mi sien, florido balcón
de mis edades tempranas,
negra está, y mi corazón,
y mi corazón con canas.
Tal es la mala virtud
del rayo que me rodea,
que voy a mi juventud
como la luna a la aldea.
Recojo con las pestañas
sal del alma y sal del ojo
y flores de telarañas
de mis tristezas recojo.
¿Adónde iré que no vaya
mi perdición a buscar?
tu destino es de la playa
y mi vocación del mar.
Descansar de esta labor
De huracán, amor o infierno
No es posible, y el dolor
Me hará a mi pesar eterno.
Pero al fin podré vencerte,
Ave y rayo secular,
Corazón, que de la muerte
Nadie ha de hacerme dudar.
Sigue, pues, sigue, cuchillo,
Volando, hiriendo. Algún día
Se pondrá el tiempo amarillo
Sobre mi fotografía.
El rayo que no cesa (1934-1935)
COMO EL TORO he nacido para el luto
Y el dolor, como el toro estoy marcado
Por un hierro infernal en el costado
Y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro l encuentra diminuto
Todo mi corazón desmesurado,
Y del rostro del beso enamorado,
Como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
Que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
tempano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
(10 de enero de 1936)
Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan.
No soy de un de pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de garras
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo retuvo
prisionero en una jaula?
Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de aceituna,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las ansias;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.
Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor a cuadra;
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.
Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatifecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.
Le veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?
Andaluces de Jaén.
No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
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Unidos al agua pura
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los tres dieron la hermosura
de sus troncos retorcidos.
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?
Andaluces de Jaén.
¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!
Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
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Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?
Andaluces de Jaén…
He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mi dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas,
recorres un camino de besos implacables.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.
I
(...)
II
Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
aún tengo la vida.
Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
aún tengo la vida.
Menos tu vientre,
todo es confuso.
Menos tu vientre,
todo es futuro
fugaz, pasado
baldío, turbio.
Menos tu vientre,
todo es oculto,
menos tu vientre,
todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.
Menos tu vientre,
todo es oscuro,
menos tu vientre
claro y profundo.
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
                                  
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar
cebolla y hambre.
Una mujer morena
resuelta en lunas
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
                                  
Ríete, niño,
que te traigo la luna
cuando es preciso.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
                                  
Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
                                  
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
                                  
Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
Boca que arrastra mi boca.
Boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.
Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.
Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
dos tremendos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.
Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.
Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.
Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.
¡Cuánta boca enterrada,
sin boca, desenterramos!
Beso en tu boca por ellos,
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos,
besos distantes y amargos.
Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.
He de volver a besarte,
he de volver. Hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
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Miguel Hernández, poeta de Orihuela

  • 1.
  • 2. Miguel Hernández nació en Orihuela (Alicante) el 30 de octubre de 1910. Hijo de un tratante de cabras y pastor, su niñez y adolescencia transcurren por la aireada y luminosa sierra oriolana tras un pequeño rebaño de cabras acompañando a su hermano Vicente. En medio de la naturaleza contempla maravillado sus misterios: la luna y las estrellas, la lluvia, las propiedades de diversas hierbas, los ritos de la fecundación de los animales… Por las tardes ordeña las cabras y se dedica a repartir la leche por el vecindario.
  • 3. Realiza sus estudios primarios en las Escuelas del Ave María, próximas al domicilio familiar. Allí estudia gramática, aritmética, geografía y religión, destacando por su extraordinario talento. En 1925, con quince años, tiene que abandonar su formación para volver al pastoreo, como exige la delicada situación financiera de su familia. Pero ahora, mientras vigila los rebaños, sabe embellecer esa vida monótona con la lectura incansable de numerosos libros de Gabriel y Galán, Miró, Zorrilla, Rubén Darío, que caen en sus manos y depositan en su espíritu el germen de la poesía. A veces se pone a escribir sencillos versos a la sombra de un árbol realizando su primeros experimentos poéticos.
  • 4. Al atardecer merodea por el vecindario conociendo a Ramón y Gabriel Sijé y a los hermanos Fenoll, cuya panadería se convierte en tertulia del pequeño grupo de aficionados a las letras. Ramón Sijé, joven estudiante de derecho en la Universidad de Murcia, le orienta en sus lecturas, le guía hacia los clásicos y la poesía religiosa, le corrige y le alienta a proseguir su actividad creadora. El mundo de sus lecturas se amplía. El joven pastor va llevando a cabo un maravilloso esfuerzo de autoeducación con libros que consigue en la biblioteca del Círculo de Bellas Artes. Don Luis Almarcha, canónigo entonces de la catedral de Orihuela, le orienta en sus lecturas y le presta también libros. Poco a poco irá leyendo a los
  • 5. grandes autores del Siglo de Oro: Cervantes, Lope, Calderón, Góngora y Garcilaso, junto con algunos autores modernos como Juan Ramón y Antonio Machado. Desde 1930 Miguel Hernández comienza a publicar poemas en el semanario El Pueblo de Orihuela y en el diario El Día de Alicante. Su nombre comienza a sonar en revistas y diarios levantinos. Alentado por estos éxitos decide, en diciembre de 1931, trasladarse a Madrid, donde llega con un puñado de poemas y unas recomendaciones que al fin de nada le sirven. Aunque un par de Revistas literarias, La Gaceta Literaria y Estampa, acusan su presencia en la capital y piden un empleo o apoyo oficial para el “cabrero-poeta”, las semanas pasan y tiene
  • 6. que volverse fracasado a Orihuela, donde encuentra trabajo como aprendiz en una notaría. En su localidad natal se dedica a componer poemas de corte neogongorino, influido sin duda por las tendencias que observó en los cenáculos poéticos de la capital. Comienza así la redacción de Perito en lunas, que es publicado en Murcia en 1933. Se trata de un prometedor ejercicio de estilo en el que se aprecia un notable dominio del verso. El autor queda desilusionado por la fría acogida que recibe el libro. Federico García Lorca le envía una carta alentándole a continuar con su vocación de escritor en la que le advierte que los libros de poesía “caminan muy lentamente”, y se compromete además a tratar de hacer algo por la obra.
  • 7. En agosto de 1933 al salir un día de su trabajo en la notaría, conoce a Josefina Manresa, empleada de un taller de costura cercano a su oficina, y se enamora de ella. Su segunda llegada a Madrid se produce en la primavera de 1934. Allí se mantiene con un empleo que le ofrece el periodista José María de Cossío para recoger datos y redactar historias de toreros. En Madrid su correspondencia amorosa con Josefina no se interrumpe y la inevitable y frecuente soledad en la gran ciudad le hace sentir nostalgia por la paz e intimidad de su pueblo natal. Las cartas abundan en quejas sobre la pensión, rencillas de escritores, intrigas, el ruido y el tráfico. Así es que, en cuanto le es posible, vuelve para charlar con los amigos, comer fruta a satisfacción y bañarse en el río.
  • 8. Pero también lentamente, va creándose en Madrid su círculo de amigos: Altolaguirre, Alberti, Cernuda, María Zambrano, Vicente Aleixandre y Pablo Neruda. Si Ramón Sijé y los amigos de Orihuela le llevaron a su orientación clasicista, Neruda y Aleixandre lo iniciaron en el surrealismo y le sugirieron, de palabra o con el ejemplo, las formas poéticas revolucionarias y la poesía comprometida, influyendo, sobre todo Neruda y Alberti, en la ideología social y política del joven poeta provinciano. Producto de este sentimiento social es su pieza dramática Los hijos de la piedra, inspirada en la rebelión de los mineros asturianos de 1934. Miguel Hernández es ya por ese entonces un poeta hecho y comienza a crear lo más logrado y genial de su obra.
  • 9. El estallido de la Guerra Civil en julio de 1936 le obliga a tomar una decisión. Miguel, sin lugar a dudas, la toma con entereza y entusiasmo por la República. No solamente entrega su persona, sino que también su creación lírica se transforma en arma de denuncia, testimonio, instrumento de lucha ya entusiasta, ya silenciosa y desesperada. Como voluntario se incorpora al 5º Regimiento, después de un viaje a Orihuela para despedirse de los suyos. Va pasando por diversos frentes, vive una vida agitadísima de continuos viajes y actividad literaria. Desde antes de estallar la guerra sentía el deseo de casarse y el 9 de marzo de 1937 contrae matrimonio por lo civil con Josefina Manresa en Orihuela. En diciembre de ese mismo año nace su primer hijo, Miguel, que muere diez meses después a
  • 10. causa de una infección intestinal. Durante el año 1938 una anemia cerebral le obliga por prescripción médica a retirarse a Cox para reponerse. Dos libros de poemas han quedado como testimonio de este momento bélico: Viento del pueblo y El hombre acecha. El 4 de enero de 1939 nace su segundo hijo, Manuel Miguel. El poeta está considerablemente hastiado de la guerra y sólo ansía “vivir en paz” en su tierra, rodeado por su familia. En la primavera de 1939, ante la desbandada general del frente republicano, Miguel Hernández intenta cruzar la frontera portuguesa y es devuelto a las autoridades españolas. Así comienza su larga peregrinación por distintas cárceles. Inesperadamente, a mediados de septiembre de 1939 es puesto en libertad.
  • 11. Fatídicamente, arrastrado por el amor a los suyos, se dirige a Orihuela, donde es encarcelado de nuevo. El poeta, como él mismo dice lleno de amargura, sigue “haciendo turismo” por varias cárceles, hasta que en su indefenso organismo se declara una “tuberculosis pulmonar aguda” que se extiende a ambos pulmones alcanzando proporciones alarmantes. Entre grandes dolores, hemorragias agudas y golpes de tos, el poeta se va consumiendo inexorablemente. El 28 de marzo de 1942 muere a los treinta y un años de edad.
  • 12. • Perito en lunas, poemario de inspiración neogongorina y vanguardista. • El rayo que no cesa, poemario amoroso. • Viento del pueblo, poesía comprometida. • El hombre acecha, poesía comprometida. • Cancionero y romancero de ausencia, poemas escritos en la cárcel.
  • 13. SER ONDA, oficio, niña, es de tu pelo, nacida ya para el marrero oficio; ser graciosa y morena tu ejercicio y tu virtud más ejemplar ser cielo. ¡Niña!, cuando tu pelo va de vuelo, dando del viento claro un negro indicio, enmienda de marfil y de artificio ser de tu capilar borrasca anhelo. No tienes más quehacer que ser hermosa, ni tengo más festejo que mirarte, alrededor girando de tu esfera. Satélite de ti, no hago otra cosa, si no es una labor de recordarte. - ¡Date presa de amor, mi carcelera!
  • 14. UN CARNÍVORO cuchillo de ala dulce y homicida sostiene un vuelo y un brillo alrededor de mi vida. Rayo de metal crispado fulgentemente caído, picotea mi costado y hace en él un triste nido. Mi sien, florido balcón de mis edades tempranas, negra está, y mi corazón, y mi corazón con canas. Tal es la mala virtud del rayo que me rodea, que voy a mi juventud como la luna a la aldea. Recojo con las pestañas sal del alma y sal del ojo y flores de telarañas de mis tristezas recojo. ¿Adónde iré que no vaya mi perdición a buscar? tu destino es de la playa y mi vocación del mar.
  • 15. Descansar de esta labor De huracán, amor o infierno No es posible, y el dolor Me hará a mi pesar eterno. Pero al fin podré vencerte, Ave y rayo secular, Corazón, que de la muerte Nadie ha de hacerme dudar. Sigue, pues, sigue, cuchillo, Volando, hiriendo. Algún día Se pondrá el tiempo amarillo Sobre mi fotografía. El rayo que no cesa (1934-1935)
  • 16. COMO EL TORO he nacido para el luto Y el dolor, como el toro estoy marcado Por un hierro infernal en el costado Y por varón en la ingle con un fruto. Como el toro l encuentra diminuto Todo mi corazón desmesurado, Y del rostro del beso enamorado, Como el toro a tu amor se lo disputo.
  • 17. Como el toro me crezco en el castigo, la lengua en corazón tengo bañada y llevo al cuello un vendaval sonoro. Como el toro te sigo y te persigo, y dejas mi deseo en una espada, como el toro burlado, como el toro.
  • 18. Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano. Alimentando lluvias, caracolas y órganos mi dolor sin instrumento a las desalentadas amapolas daré tu corazón por alimento. Tanto dolor se agrupa en mi costado, Que por doler me duele hasta el aliento.
  • 19. Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado. No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida. Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a mis asuntos. Temprano levantó la muerte el vuelo, tempano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo.
  • 20. No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada. En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes sedienta de catástrofes y hambrienta. Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes. Quiero minar la tierra hasta encontrarte y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte.
  • 21. Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de las flores pajareará tu alma colmenera de angelicales ceras y labores. Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores. Alegrarás la sombra de mis cejas, y tu sangre se irán a cada lado disputando tu novia y las abejas. Tu corazón, ya terciopelo ajado, llama a un campo de almendras espumosas mi avariciosa voz de enamorado.
  • 22. A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero. (10 de enero de 1936)
  • 23. Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me aventan la garganta. Los bueyes doblan la frente, impotentemente mansa, delante de los castigos: los leones la levantan.
  • 24. No soy de un de pueblo de bueyes, que soy de un pueblo que embargan yacimientos de leones, desfiladeros de garras y cordilleras de toros con el orgullo en el asta. Nunca medraron los bueyes en los páramos de España. ¿Quién habló de echar un yugo sobre el cuello de esta raza? ¿Quién ha puesto al huracán jamás ni yugos ni trabas, ni quién al rayo retuvo prisionero en una jaula?
  • 25. Asturianos de braveza, vascos de piedra blindada, valencianos de alegría y castellanos de alma, labrados como la tierra y airosos como las alas; andaluces de aceituna, nacidos entre guitarras y forjados en los yunques torrenciales de las ansias; extremeños de centeno, gallegos de lluvia y calma, catalanes de firmeza, aragoneses de casta, murcianos de dinamita
  • 26. frutalmente propagada, leoneses, navarros, dueños del hambre, el sudor y el hacha, reyes de la minería, señores de la labranza, hombres que entre las raíces, como raíces gallardas, vais de la vida a la muerte, vais de la nada a la nada: yugos os quieren poner gentes de la hierba mala, yugos que habéis de dejar rotos sobre sus espaldas. Crepúsculo de los bueyes está despuntando el alba.
  • 27. Los bueyes mueren vestidos de humildad y olor a cuadra; las águilas, los leones y los toros de arrogancia. La agonía de los bueyes tiene pequeña la cara, la del animal varón toda la creación agranda. Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta. Muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendré apretados los dientes y decidida la barba.
  • 28. Cantando espero a la muerte, que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas. Cantando espero a la muerte, que hay ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas. Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el corazón y me aventan la garganta.
  • 29. Carne de yugo, ha nacido más humillado que bello, con el cuello perseguido por el yugo para el cuello. Nace, como la herramienta, a los golpes destinado, de una tierra descontenta y un insatifecho arado. Entre estiércol puro y vivo de vacas, trae a la vida un alma color de olivo vieja ya y encallecida.
  • 30. Empieza a vivir, y empieza a morir de punta a punta levantando la corteza de su madre con la yunta. Empieza a sentir, y siente la vida como una guerra, y a dar fatigosamente en los huesos de la tierra. Contar sus años no sabe, y ya sabe que el sudor es una corona grave de sal para el labrador.
  • 31. Trabaja, y mientras trabaja masculinamente serio, se unge de lluvia y se alhaja de carne de cementerio. A fuerza de golpes, fuerte, y a fuerza de sol, bruñido, con una ambición de muerte despedaza un pan reñido. Cada nuevo día es más raíz, menos criatura, que escucha bajo sus pies la voz de la sepultura.
  • 32. Y como raíz se hunde en la tierra lentamente para que la tierra inunde de paz y panes su frente. Me duele este niño hambriento como una grandiosa espina, y su vivir ceniciento resuelve mi alma de encina. Le veo arar los rastrojos, y devorar un mendrugo, y declarar con los ojos que por qué es carne de yugo.
  • 33. Me da su arado en el pecho, y su vida en la garganta, y sufro viendo el barbecho tan grande bajo su planta. ¿Quién salvará a este chiquillo menor que un grano de avena? ¿De dónde saldrá el martillo verdugo de esta cadena? Que salga del corazón de los hombres jornaleros, que antes de ser hombres son y han sido niños yunteros.
  • 34. Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién, quién levantó los olivos? Andaluces de Jaén. No los levantó la nada, ni el dinero, ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor.
  • 35. Unidos al agua pura y a los planetas unidos, los tres dieron la hermosura de sus troncos retorcidos. Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién, quién levantó los olivos? Andaluces de Jaén. ¡Cuántos siglos de aceituna, los pies y las manos presos, sol a sol y luna a luna, pesan sobre vuestros huesos!
  • 36. Jaén, levántate brava sobre tus piedras lunares, no vayas a ser esclava con todos tus olivares. Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, pregunta mi alma: ¿de quién, de quién son estos olivos? Andaluces de Jaén…
  • 37. He poblado tu vientre de amor y sementera, he prolongado el eco de sangre a que respondo y espero sobre el surco como el arado espera: he llegado hasta el fondo. Morena de altas torres, alta luz y ojos altos, esposa de mi piel, gran trago de mi vida, tus pechos locos crecen hacia mi dando saltos de cierva concebida.
  • 38. Ya me parece que eres un cristal delicado, temo que te me rompas al más leve tropiezo, y a reforzar tus venas con mi piel de soldado fuera como el cerezo. Espejo de mi carne, sustento de mis alas, te doy vida en la muerte que me dan y no tomo. Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas, ansiado por el plomo. Sobre los ataúdes feroces en acecho, sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho hasta en el polvo, esposa.
  • 39. Cuando junto a los campos de combate te piensa mi frente que no enfría ni aplaca tu figura, te acercas hacia mí como una boca inmensa de hambrienta dentadura. Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera: aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo, y defiendo tu vientre de pobre que me espera, y defiendo tu hijo. Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado envuelto en un clamor de victoria y guitarras, y dejaré a tu puerta mi vida de soldado sin colmillos ni garras.
  • 40. Es preciso matar para seguir viviendo. Un día iré a la sombra de tu pelo lejano, y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo cosida por tu mano. Tus piernas implacables al parto van derechas, y tu implacable boca de labios indomables, y ante mi soledad de explosiones y brechas, recorres un camino de besos implacables. Para el hijo será la paz que estoy forjando. Y al fin en un océano de irremediables huesos tu corazón y el mío naufragarán, quedando una mujer y un hombre gastados por los besos.
  • 41. I (...) II Para la libertad sangro, lucho, pervivo. Para la libertad, mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos. Para la libertad siento más corazones que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas, y entro en los hospitales, y entro en los algodones como en las azucenas.
  • 42. Porque donde unas cuencas vacías amanezcan, ella pondrá dos piedras de futura mirada y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan en la carne talada. Retoñarán aladas de savia sin otoño reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida. Porque soy como el árbol talado, que retoño: aún tengo la vida. Para la libertad sangro, lucho, pervivo. Para la libertad, mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos.
  • 43. Porque donde unas cuencas vacías amanezcan, ella pondrá dos piedras de futura mirada y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan en la carne talada. Retoñarán aladas de savia sin otoño reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida. Porque soy como el árbol talado, que retoño: aún tengo la vida.
  • 44. Menos tu vientre, todo es confuso. Menos tu vientre, todo es futuro fugaz, pasado baldío, turbio. Menos tu vientre, todo es oculto, menos tu vientre, todo inseguro, todo postrero, polvo sin mundo. Menos tu vientre, todo es oscuro, menos tu vientre claro y profundo.
  • 45. La cebolla es escarcha cerrada y pobre. Escarcha de tus días y de mis noches. Hambre y cebolla, hielo negro y escarcha grande y redonda. En la cuna del hambre mi niño estaba. Con sangre de cebolla se amamantaba.                                   
  • 46. Pero tu sangre, escarchada de azúcar cebolla y hambre. Una mujer morena resuelta en lunas se derrama hilo a hilo sobre la cuna.                                    Ríete, niño, que te traigo la luna cuando es preciso.
  • 47. Tu risa me hace libre, me pone alas. Soledades me quita, cárcel me arranca. Boca que vuela, corazón que en tus labios relampaguea.                                    Es tu risa la espada más victoriosa, vencedor de las flores y las alondras. Rival del sol. Porvenir de mis huesos y de mi amor.
  • 48. Desperté de ser niño: nunca despiertes. Triste llevo la boca: ríete siempre. Siempre en la cuna, defendiendo la risa pluma por pluma.                                    Al octavo mes ríes con cinco azahares. Con cinco diminutas ferocidades. Con cinco dientes como cinco jazmines adolescentes.
  • 49. Frontera de los besos serán mañana, cuando en la dentadura sientas un arma. Sientas un fuego correr dientes abajo buscando el centro.                                    Vuela niño en la doble luna del pecho: él, triste de cebolla, tú satisfecho. No te derrumbes. No sepas lo que pasa ni lo que ocurre.
  • 50. Boca que arrastra mi boca. Boca que me has arrastrado: boca que vienes de lejos a iluminarme de rayos. Alba que das a mis noches un resplandor rojo y blanco. Boca poblada de bocas: pájaro lleno de pájaros. Canción que vuelve las alas hacia arriba y hacia abajo.
  • 51. Muerte reducida a besos, a sed de morir despacio, das a la grama sangrante dos tremendos aletazos. El labio de arriba el cielo y la tierra el otro labio. Beso que rueda en la sombra: beso que viene rodando desde el primer cementerio hasta los últimos astros. Astro que tiene tu boca enmudecido y cerrado hasta que un roce celeste hace que vibren sus párpados.
  • 52. Beso que va a un porvenir de muchachas y muchachos, que no dejarán desiertos ni las calles ni los campos. ¡Cuánta boca enterrada, sin boca, desenterramos! Beso en tu boca por ellos, brindo en tu boca por tantos que cayeron sobre el vino de los amorosos vasos. Hoy son recuerdos, recuerdos, besos distantes y amargos.
  • 53. Hundo en tu boca mi vida, oigo rumores de espacios, y el infinito parece que sobre mí se ha volcado. He de volver a besarte, he de volver. Hundo, caigo, mientras descienden los siglos hacia los hondos barrancos como una febril nevada de besos enamorados.
  • 54. Boca que desenterraste el amanecer más claro con tu lengua. Tres palabras, tres fuegos has heredado: vida, muerte, amor. Ahí quedan escritos sobre tus labios.