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Esta traducción tiene como fin acercar a lectores de habla
hispana, aquellas autoras que no llegan a nuestros países.
Es una traducción sin fine de lucro.
El Staff de MAKTUB o SOTELO BY K. CROSS no recibe
ninguna compensación económica por su participación en esta
traducción.
NO COMPARTAS screenshots de esta u otras traducciones en
redes sociales o Wattpad.
Sin más que decir.
¡Les deseamos buena lectura!
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TRADUCCIÓN
Sotelo
CORRECCION Y LECTURA FINAL
Maktub
DISEÑO
Botton
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Butcher.
Mi apodo no es realmente un apodo. Es una vocación. Una identidad con la que nací y que forma
parte de mí tanto como mi corazón o mi hígado. Soy violento, sin remordimientos, y me encanta
causar dolor.
Nunca me he disculpado por mi naturaleza. Nunca sentí la necesidad de hacerlo... hasta que vi a
Bianca. Cuando la vislumbré, algo dentro de mí cambió. Antes de saber lo que estaba haciendo, la
secuestré y la robé.
Una vez que la tengo, me doy cuenta de que no tengo ni idea de qué hacer con una chica joven e
inocente. Y por primera vez en mi vida, no quiero causar dolor. No quiero hacerle daño. Todo lo
que quiero hacer es lo único que no sé cómo hacer: quiero amarla.
Nota de MINK: Toma a tu amigo peludo y un café caliente para esta historia de amor inesperado.
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— ¿Crees que puedo llamar a mi hermana? Se preocupará. — Bianca se sienta en la cama, sus
grandes ojos me siguen mientras paso frente a ella.
—No. — No puedo hacer eso. Yo... ¡Joder, ni siquiera sé lo que estoy haciendo!
Algo dentro de mí se rompió cuando vi a Bianca hablando con su hermana, Angelica, a través de
Skype. Es como si me hubiera metido en este jodido espacio mental y no hubiera podido salir. Salí
de la casa de Antonio y Angelica como un poseso, y no paré hasta llegar al complejo de los Larone.
Entonces entré, tomé a Bianca Larone y la robé.
Ahora la tengo atrapada en mi casa de seguridad, la que está en las colinas, lejos de la ciudad.
Antonio me ha estado llamando, enviando mensajes de texto, haciendo todo menos enviar una
maldita paloma. Pero no me importa. Tengo problemas más grandes: la mujer sentada en mi cama.
Sigue mirándome fijamente.
Debería hacerme sentir incómodo. Pero no lo hago. El calor recorre mi piel y tensa mis músculos.
Mi polla está casi dolorosamente dura y pasearme de un lado a otro no ha servido para restablecer
el flujo sanguíneo a mi cerebro.
La he cagado. La miro. No, la he cagado de verdad. Bianca Larone debería estar a salvo en su casa,
esperando su boda con uno de esos Frangiones imbéciles. Pero en el momento en que tengo ese
pensamiento, la rabia hierve en mi sangre, y tengo que respirar hondo para no hacer un agujero en
la pared.
—Tú... pareces alterado. — dice en voz baja. — ¿Estás bien?—
Me detengo y me restriego una mano por la cara. ¿Por qué esta inocente y perfecta mujer se
preocupa por mí? Soy un maldito monstruo, y me gusta ser así. No tengo derecho a hacer lo que
hice. No tengo nada que hacer con esta diosa de las curvas. Debería devolverla. Tal vez eso evite
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que el martillo caiga sobre Antonio y caerá. Una vez que Constantine Larone se dé cuenta de que
fui yo quien le robó a su preciada hija, irá por Antonio y querrá sangre.
—Estoy tan jodido. — Me pongo las manos en la cintura y me inclino hacia atrás, dejando escapar
un profundo suspiro.
Ella se mueve, bajándose la falda para cubrirse las rodillas. —Si quieres que mi padre pague mi
rescate, probablemente deberías hacer fotos o grabarme diciendo que estoy viva y la hora. Querrá
una prueba de vida antes de pagarte.—
Me doy la vuelta y la miro.
Parpadea varias veces mientras me asimila. Soy un gigante. Voy al gimnasio todos los días para
mantenerme así. Cuando hago daño a algún imbécil de la mafia que cree que puede cruzarse
conmigo y con los míos, quiero que tiemble de miedo y se orine encima cuando me vea ir por él.
Pero cuando veo que se inclina un poco hacia atrás, me hace desear por primera vez no ser tan
corpulento. Pero, de nuevo, esto es lo que soy.
Soy Butcher (el carnicero) y no puedo cambiar ese hecho. No quiero hacerlo. Pero lo que sí quiero
es entender por qué diablos he secuestrado a Bianca Larone, la he traído a mi casa de seguridad y
la he sentado en mi cama.
Arqueo una ceja. — ¿Por qué no estás gritando pidiendo ayuda?—
— ¿Qué?— saca la lengua y se moja el regordete labio inferior.
Me encojo de hombros. —Generalmente, cuando tengo a alguien en mis garras — hago un gesto
hacia ella —como tú ahora, empiezan a gritar para que alguien venga a salvarlos. Tú no estás
gritando. ¿Por qué?
Sus cejas claras se juntan mientras lo piensa, luego levanta un hombro en un encogimiento de
hombros.
—Supongo que es porque no tengo miedo.—
Nunca trabajo de espaldas. Nunca me falta una ocurrencia inteligente o un cuchillo en las tripas de
alguien. Pero esta vez, esta vez no tengo ni puta idea de qué decir. ¿Ella no me tiene miedo? Todo
el mundo me tiene miedo. Debe estar mintiendo.
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— ¿Estás tratando de jugar juegos mentales, Bianca?—
— ¿Juegos mentales?— sacude la cabeza. —Tendrás que hablar con mi padre si quieres juegos
mentales. Son su especialidad.—
Me acerco a ella.
Sus ojos se abren un poco, pero no se aparta. Joder, ¿por qué eso me complace a niveles que ni
siquiera sabía que existían?
— ¿Cuál es tu especialidad, Bianca?— La miró de arriba a abajo: los ojos de ciervo, la piel
aceitunada, el cuello delicado. Es la mujer más hermosa que he visto nunca y también la más frágil.
Podría romperla en mis manos lo mismo que romper una ramita. Joder, ese pensamiento es
aleccionador. Me alejo de ella.
Ladea la cabeza como si estuviera confundida, pero responde: —No tengo una especialidad. Se
supone que solo tengo que estar bonita, ser obediente y casarme con quien me diga mi padre. —
Su tono se torna amargo a medida que avanza.
— ¿Supongo que eso no es lo que quieres ser?—
—No—
— ¿Entonces qué quieres?—
Traga con fuerza. —Nadie me había preguntado eso antes. Bueno, nadie excepto Angelica. Pero
ciertamente no un hombre, y absolutamente no mi padre. A él no le importa lo que quiero. Nunca
le ha importado. Tampoco a mamá. — Finalmente deja de mirar, sus ojos se dirigen al suelo de
madera a mis pies. —Es porque no les importa. Durante mucho tiempo esperé que les importara,
pero luego descubrí que querían que me casara con un Frangione. — Sacude la cabeza lentamente.
—La familia más cruel de todas, lo peor de lo peor, y me van a vender a ellos, para convertirme
en una yegua de cría para esa gente horrible. — solloza. —Así que si exiges un gran rescate, lo
pagarán. No quieren estropear su trato con los Frangiones. No tienes que hacerme daño ni
amenazarlos. Les será fácil conseguir tu dinero. Luego me casarán como he dicho—
Esta vez, cuando me acerco a ella, me arriesgo y extiendo la mano para acariciar su mejilla. —Por
encima de mi puto cadáver—
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Lentamente, extiende su mano. Creo que espera que me aleje, pero no lo hago. ¿Me tiene miedo?
Su dedo acaricia suavemente mi mejilla. Me inclino hacia su contacto.
No recuerdo la última vez que alguien me tocó tan suavemente. No desde que mi hermana se casó
y se alejó de mi vida. Ella era la única persona que me protegía. Por alguna razón, todo el mundo
siempre pensó que yo era la más preciada de las dos. Estaban muy equivocados. Mi hermana no
solo es hermosa, es valiente. Soy once meses mayor que ella, pero siempre es ella la que me cuida,
no al revés. Nunca había estado más asustada que cuando se fue.
Ni siquiera cuando este hombre descomunal irrumpió en mi habitación y me agarró. Ni siquiera
me había molestado en luchar contra él. Sabía que era inútil. Solo acabaría haciéndome más daño.
También estaba un poco en shock. Sobre todo cuando me sacó y vi a algunos de los hombres de
mi padre muertos en el suelo y degollados. Había tanta sangre que empapaba las alfombras. Se
limitó a pasar por encima de ellos o a rodear los cuerpos como si no fuera gran cosa.
Angelica habría luchado. Habría pateado, arañado y gritado al menos. Si hubiera estado ahí,
incluso se habría tirado delante de mí. Es una protectora, y no sé por qué, pero mientras miro
fijamente al hombre que se cierne sobre mí, pienso que él también podría serlo.
Incluso cuando me colocó en el maletero del coche, lo hizo con cuidado. Podría haberme metido
sin tener en cuenta mi bienestar. Nada de lo que ha hecho hasta ahora me ha dado una razón para
temerle de verdad. Giro la cabeza y su dedo me toca la comisura de los labios. Da un salto hacia
atrás. Juro que la casa tiembla cuando cae de pie.
—No hagas eso. — aprieta los dientes. No sé si está fascinado por mí o molesto. Sus ojos se
detienen en mí. Lo han hecho desde que me colocó en la cama. He notado que intenta no mirar
hacia mí, pero no lo consigue.
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Angelica a menudo bromeaba diciendo que yo era una sirena. Que atraía las miradas de todos hacia
mí. No me había dado cuenta hasta que ella lo señaló. Tenía razón, y lo odiaba. La sensación de
tener a los hombres de mi padre siempre mirándome me ponía los pelos de punta. Había empeorado
después de que Angelica se fuera, pero afortunadamente habían mantenido las distancias. No estoy
segura de sí era por miedo a mi padre o a mi futuro esposo. Lo que sí sé es que si no me presentaba
virgen habría un infierno que pagar.
Pero con este hombre corpulento, encuentro que es un poco adorable que esté tratando de no mirar.
Que solo roba miradas.
— ¿Hacer qué?— Me relamo los labios. Sus ojos caen sobre ellos.
—Eso. — dice con fuerza.
— ¿Lamerme los labios?— lo hago de nuevo. —Ahora que lo has dicho, es lo único en lo que
puedo pensar. — Mi lengua vuelve a salir para mojarlos. Gruñe y se gira para ofrecerme su amplia
espalda. Me pican los dedos por recorrerla.
He visto entrar y salir a muchos hombres de la casa de mi padre, pero ninguno ha sido tan grande
como él. Seguro que la gente también se queda mirando. Me doy cuenta de que no puedo evitarlo.
—Puedes mirarme fijamente. No me importa—
Me mira por encima del hombro.
Resoplo una carcajada. Me tapo la boca con la mano para no reírme más cuando me fulmina con
la mirada. Parece adorable. Apuesto a que nadie lo ha descrito así antes. — ¿Cómo te llamas?—
le pregunto.
—Fernando. — Se da la vuelta para mirarme. — ¿A qué juegas aquí? — me pregunta de nuevo.
—Tú eres el que me secuestró—
—Sí, pero…—
— ¿Has oído eso?— Me deslizo fuera de la cama. Me agarra por la cintura y me atrae hacia su
cuerpo. Su mano me tapa la boca. Nos quedamos completamente quietos. Inclino la cabeza hacia
atrás para intentar mirarlo. Su cabeza está inclinada hacia un lado, y creo que está escuchando el
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sonido. Mi cuerpo se relaja en el suyo. Algo me presiona con fuerza en la espalda. Supongo que
es su arma.
— Meow.—
— ¡Hmmm!— Intento hablar desde detrás de su mano. Empiezo a luchar para liberarme de su
agarre. ¡Hay un gato! No es posible que espere que me quede callada cuando hay un bebé peludo
cerca.
—No hagas eso. — Me quita la mano de la boca. Sin embargo, la que me rodea por la cintura se
queda envuelta en mí.
— ¿Hacer qué?— Sigue diciendo eso. — ¿Respirar?—
— Sigue respirando. — ordena.
Me río, pero me detengo cuando oigo otro maullido.
—Hay un gatito. — No sé por qué lo susurro, pero lo hago.
—No te muevas. — Se suelta de mí y saca una pistola de la parte trasera de sus pantalones. Pensé
que estaba en la parte delantera. Oh. El calor se apodera de mi cara cuando me doy cuenta de lo
que me estaba clavando en la espalda. Fernando sale del dormitorio.
Espero unos segundos antes de asomarme para ver el pasillo. Veo cómo abre lentamente la puerta,
revelando un pequeño gatito de pie frente a él.
— ¡Un gatito!— chilló, corriendo por el pasillo.
—Te dije que te quedaras quieta. — Fernando se inclina y toma al gatito en su mano. Parece aún
más pequeño en su mano gigante. Es la cosa más bonita que he visto en mi vida. Alargo la mano
para acariciarlo. Fernando lo acerca a su pecho mientras cierra la puerta de una patada.
—Es tan esponjoso. — Es blanco puro con los ojos más azules. — ¿Podemos quedarnos con él?
— ¿Quedarnoslo?—
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—No podemos dejarlo solo afuera. ¿Quién haría algo tan cruel?— Me mira fijamente, con las
cejas fruncidas. La sospecha está escrita en su cara. —Por favor. — empiezo a suplicar. —Seré la
mejor secuestrada de la historia. Lo prometo.—
—Ya dijiste que lo harías—
—Bueno, puedo empezar a ser mala. — Levantó la barbilla de la misma manera que he visto hacer
a Angelica cuando estaba dispuesta a enfrentarse a cualquiera.
—Ya lo estás haciendo. Te dije que te quedaras en el dormitorio.—
— ¿Qué tal si me quedo en el dormitorio con el gatito?— Sugiero. Antes de que pueda responder,
otro maullido llega desde el otro lado de la puerta. — ¡Otro!— Intento abrirla, pero Fernando me
bloquea, entregándome el gatito.
—Atrás. — me ordena. Hago lo que me dice y doy un paso atrás. Vuelve a abrir la puerta. Ahí está
quien supongo que es la mamá con dos gatitos más.
Sonrío. —Este es el mejor día de todos.—
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Bianca está de rodillas acariciando a los gatitos mientras estos se arrastran unos sobre otros para
llegar a ella. Su pelo castaño claro le cae en la cara y uno de ellos le da un manotazo.
Se ríe y lo recoge. — Eres descarado. Me recuerdas a mi hermana. — Le da un beso en la nariz y
se lo entrega a la gata madre. Luego me mira con sus ojos de ciervo. —Podemos quedarnos con
ellos, ¿verdad?—
¿Quedarnos? No sé qué mierda estoy haciendo. Se hace más dolorosamente evidente con cada
segundo que paso en su presencia. Nunca debí haberla robado. ¿En qué estaba pensando? Supongo
que esa es la cuestión: no lo estaba.
— ¿Verdad? — vuelve a preguntar.
—Yo... — Le hago un gesto con la mano.
Lo toma como un sí, porque chilla emocionada y abraza a uno de los gatitos.
Deben de venir del viejo granero de la propiedad. No lo uso mucho, solo cuando necesito un lugar
especialmente aislado para hacer mi trabajo sucio. Pero estos días, lo hago todo en casa de Antonio
o en nuestro almacén. Hace más de un año que no he vuelto al granero. Miro alrededor de la casa,
una antigua granja que reformé para convertirla en un hogar moderno con toda la tecnología para
mantenerla segura.
—Necesitarán comida, arena y juguetes. — me sonríe. —Muchos juguetes.—
No es que pueda hacer magia con esas cosas de la nada. Tendré que ir a un lugar más cercano a la
ciudad y encontrar una tienda de mascotas, pero eso significaría dejar a Bianca aquí sola. Solo de
pensarlo se me revuelve algo en el pecho.
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— ¿Qué pasa? — pregunta.
— ¿Qué?—
—Tienes una mirada extraña—
—Nada—
Deja al gatito junto a su madre y se pone en pie.
—Vamos a una tienda de animales. Podemos conseguir todo lo que necesitamos.—
La miro boquiabierto. —No puedes ir.—
— ¿Por qué no?— pone las manos en las caderas.
—Porque estas... Porque yo... — Siempre he sido un hombre de pocas palabras, pero esto se está
volviendo jodidamente ridículo. Parece que no puedo formar una frase completa cuando me mira
fijamente con esos ojos inocentes.
— ¿Porque me has secuestrado y no quieres arriesgar tu rescate?— Pone los ojos en blanco. —Lo
tendrás igual aunque me lleves a hacer unas compras. Es lo último que esperaría mi padre, de todos
modos. Nunca me buscará en PetSmart(tienda de mascotas). Así que no te preocupes por conseguir
tu paga.—
Quiero decirle que me ha entendido mal, pero entonces tendría que decirle quién soy realmente.
El Butcher. También tendría que intentar dar una explicación razonable de por qué la secuestré de
repente sin un plan o un objetivo. Diablos, ni siquiera sé por qué lo hice, así que no hay manera de
que pueda explicárselo a ella.
Respiro profundamente y sopeso las opciones.
—Vamos. —rebota sobre las puntas de sus pies.
Supongo que no necesito sopesarlas después de todo. Esta pequeña mujer no acepta un no por
respuesta. Es más parecida a su hermana de lo que cree.
—Bien. Pero te quedas a mi lado. No te alejes. No hables con nadie. No te alejes de mi vista. Si
gritas pidiendo ayuda o…—
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Lanza un bufido incrédulo. —No voy a gritar pidiendo ayuda. No soy una idiota.—
—No he dicho que lo seas—
—Bien. — asiente. —Porque no lo soy. Quiero decir, no soy tan inteligente como Angelica, pero
yo…—
—Oye. — Me acerco a ella, y para mi alivio, de nuevo no se aleja de mí. —Eres muy inteligente.
No digas lo contrario—
—Ni siquiera me conoces. — levanta una ceja. —Quiero decir, aparte de las cosas básicas que un
secuestrador sabe sobre su víctima, supongo. ¿Estudiaste sobre mí antes de ir a buscarme? Seguro
que sí. Quiero decir, elegiste un buen objetivo para conseguir un rescate decente. Así que sí, debes
haber estudiado—
— ¿Estudiado?— Sacudo la cabeza lentamente. —No—
—Bien, entonces aún puedo sorprenderte. —sonríe.
—No creo que eso sea un problema. — El hecho de que esté aquí en mi casa es una sorpresa. El
hecho de que no parezca tener miedo de mí, jodidamente, es la mayor sorpresa de todas.
—Fernando, estás dando largas. Vamos. — me agarra de la mano.
Me quedo helado. Nunca nadie me había tocado así. No con calidez y familiaridad. Ella no debería
tocarme así en absoluto. No sabe si soy un psicópata o si pretendo hacerle daño. Está confiando en
mí sin una buena razón. Si supiera quién soy realmente, correría gritando y haría todo lo posible
por escapar. Mi reputación es lo suficientemente oscura como para haber llegado a sus oídos, estoy
seguro. El Butcher es un cuento común entre la mafia de aquí; las madres lo utilizan incluso para
asustar a sus hijos y hacer que se comporten. Pero yo no soy un cuento de hadas. Soy real, y
disfruto derramando sangre si eso significa seguridad para mi familia elegida.
Antonio y Gilly son como hermanos para mí y siempre nos hemos cubierto las espaldas el uno al
otro, lo que hace aún más extraño que no haya devuelto ni una sola llamada o mensaje de texto de
ellos desde que arrebaté a Bianca de la finca de los Larone. Estoy solo.
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Me aprieta la mano, su calor recorre mi piel y hace que algo burbujee agradablemente en el fondo
de mi cerebro. —Vamos, Fernando. No te preocupes tanto. No voy a intentar escapar. Me
atraparías si lo hiciera—
Claro que lo haría.
Mi nombre en sus labios es todo lo que hace falta para que me mueva. Sé que es un riesgo estúpido,
pero mi deseo de hacerla feliz prevalece sobre todas esas preocupaciones. Mi mente fría y
calculadora no tiene el control en este momento. Alguna otra parte de mí lo está. Me da mucho
miedo, pero cuando Bianca me sonríe con confianza en sus ojos, me doy cuenta de que vale la
pena el riesgo. Ella vale el riesgo.
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—Entonces, ¿me gusta volver al maletero?— pregunto. Estoy bastante segura de que no ver dónde
estoy es una gran parte de un secuestro exitoso.
—No. — gruñe.
Me muerdo el interior de la mejilla para no reírme. Sus gruñidos de una sola palabra son adorables.
—Ponte esto. — Me da un sombrero antes de recogerme el pelo. Por un momento, me pasa los
dedos por él y me pregunto qué está haciendo. Luego me lo pone encima de la cabeza. Me pongo
el sombrero para cubrirlo. A continuación, me cubre con un abrigo gigante. —Ya está—
— ¿Seguro que no sobresalgo más, vestida así?— Creía que debía pasar desapercibida.
— ¿Te has visto un espejo? Confía en mí. Esto llamará menos la atención—
—De acuerdo. — Arrugó la nariz, no estoy segura de estar de acuerdo, pero da igual. Él es el
secuestrador profesional aquí. Yo solo lo acompañó hasta que consiga el rescate de mi padre.
Me pone la mano en la espalda y me guía hasta el coche. — ¡Espera! ¿No necesito una venda en
los ojos ya que no voy a ir en el maletero?—
—Está bien. — Me abre la puerta del pasajero.
—Vaya, gracias. — digo antes de entrar y abrocharme el cinturón de seguridad. Fernando se
desliza en el asiento del conductor.
—Buena chica. — Señala con la cabeza mi cinturón de seguridad.
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No sé por qué, pero sus elogios me calientan. Supongo que no es algo que esté acostumbrada a
recibir. Está oscuro, así que no puedo distinguir mucho mientras Fernando conduce por un camino
largo y ventoso que atraviesa un montón de árboles antes de que finalmente lleguemos a una calle.
— ¿Crees que estarán bien?— Miro hacia atrás aunque ya no veo la casa, preocupada por los
gatitos.
—Estarán bien. Ponerlos en la bañera fue una buena idea. — De nuevo, un sentimiento cálido me
invade.
Pensé que si poníamos a los gatitos en la bañera tendrían que quedarse quietos, mientras que la
mamá podría entrar y salir si lo necesitaba. También cerraríamos la puerta del baño para que
estuviera cerca de sus bebés. Cuando nos fuimos, todos estaban en la manta que habíamos colocado
en la bañera, alimentándose de ella.
—Entonces... — Miro a mi alrededor, sin tener idea de dónde estamos, pero eso no es decir mucho
ya que apenas salí de la casa de mi padre. Podríamos estar a diez millas de casa y no lo sabría. —
¿Secuestras a muchas chicas?—
— ¿Chicas? No.—
— ¿Entonces soy especial?— Me burlo.
No responde.
Supongo que no.
— ¿Secuestras hombres?— Pregunto a continuación para llenar el silencio que se ha hecho. Lo
miro. Aunque solo tengo una vista de su perfil lateral, puedo ver la tensión en su mandíbula. Sus
ojos permanecen en la carretera.
—Sí. — Responde finalmente después de unos segundos. Pero no estoy segura de sí está
respondiendo a mi primera o segunda pregunta. O tal vez a las dos.
— ¿Es un sí a la primera pregunta o a la segunda?—
—A las dos.—
—Me halaga ser la primera.—
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Me echa un vistazo antes de volver a mirar la carretera.
—Solo estoy bromeando—
—No lo hago—
— ¿Te ríes?—
—No—
— ¿Sonríes?—
—No—
— ¿Solo dices 'no'?—
—No—
Resoplo una carcajada. Juro que veo que sus labios se mueven. Me encanta que haya conseguido
que haga eso.
—Así que estaba pensando en mi secuestro. Quizá no tengas que pedirle un rescate a mi padre. El
esposo de mi hermana, Antonio, podría pagar por mí. Creo que ella podría tenerlo envuelto en su
dedo. — Levanto el meñique y lo muevo. Cuando hablé con ella antes, parecía tan enamorada. La
forma en que hablaba de su esposo y de cómo la trataba... tenía que amarla. —No sabía que los
hombres de este mundo pudieran amar a sus esposas.—
—La familia Palermo atesora a sus mujeres—
— ¿De verdad? ¿Por qué?— Me giro en mi asiento, queriendo saber por qué son tan diferentes.
—Nada hace que un hombre sea más mortífero que pensar que alguien hará daño a la mujer que
ama. Las mayores guerras se han librado por las mujeres. Creo que tu padre podría estar
aprendiendo esa lección ahora—
—No creo que ame a mi madre-
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—No, pero está encaprichado con su amante. Las mujeres son astutas. Juegan el juego largo.
Pueden ser tu mayor activo o tu más rápida perdición.—
—Vaya, ¿realmente crees eso?—
—Es lo que he visto en mi vida. A menudo las últimas palabras que pronuncian algunos hombres
antes de morir son sobre una mujer. Pueden robar dinero y obtener poder, pero no puedes hacer
que alguien te quiera o te ame y eso vuelve loco a un hombre. Especialmente a los que están
acostumbrados a conseguir lo que quieren—
—Parece que hablas por experiencia. — Me giro en mi asiento, sin importarme la idea de que
Fernando suspire por alguna mujer. Puede que ya tenga una, pero no veo un anillo en su dedo. No
es que los hombres los lleven siempre.
—Hablo por lo que he visto. Nada más—
— ¿No tienes una chica por ahí esperándote? Si fueras mío, no creo que me importara mucho la
idea de que secuestraras a otras chicas.—
—Nadie me está esperando, Bianca.—
— ¿Nadie?—
—Nadie que no quiera retorcerme el cuello.—
—Claro. — me río. —Como si alguien pudiera retorcerte el cuello. — Levanto las manos. —Creo
que ni siquiera podría rodear completamente tu cuello con mis manos.— Fernando me agarra una
de las manos.
—Tus manos no están hechas para eso. — Me acaricia con el pulgar. La aspereza de su tacto hace
que mi cuerpo se encienda. Me he fijado en las cicatrices que cubren parte de sus brazos y en la
que le atraviesa la ceja. También hay una debajo de la oreja, en el cuello, donde supongo que
alguien cometió el error de intentar degollarlo.
— ¿Y si mis manos estuvieran hechas para ti?—
El coche da una brusca sacudida, pero Fernando lo corrige rápidamente. —Bianca, no tienes ni
idea de lo que estás diciendo.—
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—Solo es una idea. — Me encojo de hombros. —Podría ser tu esposa.—
Sinceramente, me parece perfecto. No quiero casarme con la familia Frangione. ¿Y si me casara
con otra persona? ¿Alguien especial que pudiera mantenerme a salvo? También, alguien que me
guste. Fernando me intriga. También hace cosas en mi cuerpo que nadie más ha hecho. Ansío su
tacto. También quiero tocarlo. Ver cuántas cicatrices se esconden bajo su camisa.
Si ya estuviera casada, entonces los Frangiones no tendrían ningún derecho sobre mí.
—Ya hemos llegado. — Fernando entra en el estacionamiento de una tienda de mascotas mientras
no responde a mi pregunta.
No creo que sea tan sirena como mi hermana cree que soy.
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Intento que mi mente no dé vueltas mientras la paseo por la tienda de animales.
Me da juguetes para gatos, golosinas, arena y otras cosas que equilibro fácilmente en mis brazos,
pero lo que está completamente desequilibrado es mi cabeza. Ha mencionado el matrimonio.
¡Matrimonio! Y esa no es la parte que realmente me ha hecho caer de culo. No, es la sensación
que me produjo cuando dijo las palabras.
Debería haber querido huir lejos de esta situación. Quiero decir, no soy del tipo que se casa. Nunca
lo he sido. Pero cuando ella lo dijo... se sintió... se sintió bien.
Joder. Estoy demasiado metido. Demasiado profundo. La robé cuando debería haberla dejado en
paz, y ahora cree que voy a pedirle un rescate a su padre. Por supuesto que no. Nunca dejaré que
vuelva con Constantino Larone, no cuando él pretende casarla con el imbécil de los Frangione.
—Pagaría, pero parece que he dejado la cartera en casa. — Me sonríe y me doy cuenta de que
estamos en la caja registradora.
—Mierda. — Busco la cartera y pago, el dependiente me mira con evidente miedo en los ojos
mientras embolsa todos los juguetes y las golosinas.
— ¡Todo esto les va a encantar!— Bianca toma uno de los palos con una pluma y lo agita. —No
me importaría perseguir esto yo misma. Mira qué divertido—
Agarro el resto de las compras y vuelvo al coche, guardándolas en el maletero.
Cuando vuelvo a sentarme en el asiento del conductor, Bianca está charlando alegremente sobre
los gatitos y sobre la suerte que hemos tenido de que la gata haya venido a mi casa.
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Es tan cariñosa y cálida, todo su comportamiento se ilumina cuando habla de cómo quiere cuidar
de los gatitos.
Creo que nunca he querido cuidar de nadie ni de nada en toda mi vida. No hasta que la vi. Eso fue
todo lo que hizo falta. Diablos, Gilly siempre me dijo que estaba loco. Tal vez tenga razón. Tal
vez estoy fuera de mis cabales.
— ¿Estás bien?— extiende la mano y toca mi antebrazo.
— ¿Hmmm?—
Se encoge de hombros. —Es que estás muy callado—
—Siempre estoy callado—
—Más o menos, pero no siempre haces esto… — Hace una cara que pone arrugas entre sus ojos
y una mueca en sus labios.
Una risa intenta salir de mis pulmones. — ¿Qué se supone que es eso?—
—Tú. — dice con una voz más grave y gruñona. —Todo ceñudo y serio—
Dios, ¿por qué tiene que ser tan adorable?
Suspiro. —Soy un hombre serio, pero en este momento, parece que soy un serio desastre.—
— ¿Qué?— deja de lado el acto de imitación. — ¡No lo eres!—
Sacudo la cabeza.
— ¡Lo estás haciendo muy bien!— Me aprieta el antebrazo. —Me has secuestrado y no te han
atrapado. Eso es enorme. Y luego me has llevado a un lugar secreto, lo cual es perfecto para un
secuestro. Ahora todo lo que tienes que hacer es pedir el rescate. — Su cara cae.
— ¿Qué pasa?—
Se encoge de hombros y se gira para mirar por la ventana. —Supongo que no quiero que se acabe
tan pronto, eso es todo—
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— ¿El secuestro?—
—Sí. Sé que piensas que antes hablaba como una loca de casarme.—
No es una locura. Lo que es una locura es que yo estaba interesado... y todavía lo estoy.
Suspira y se echa hacia atrás. —Realmente no quiero casarme con un Frangione. He oído hablar
de ellos. ¿Y tú?—
Asiento.
—Entonces ya lo sabes. Son horribles. No sé si sobreviviría siendo parte de su familia.
Probablemente no, si te soy sincera. No tendría a nadie que me protegiera. Mi hermana ya está
casada... — Su voz se interrumpe. —La echo mucho de menos. Cuando se marchó, fue como si
dejara un agujero aquí. — Se golpea el pecho. —Como si me faltara un trozo de mí misma,
¿sabes?—
No lo sé. Nunca he dejado que nadie se acerque tanto a mí. Ni siquiera Antonio y Gilly. Son como
hermanos para mí, pero no siento que los haya dejado entrar del todo. No puedo. No cuando me
los pueden quitar en un santiamén. Vivimos una vida peligrosa. Aunque, en general, soy el hombre
más peligroso de cualquier habitación, hay muchos imbéciles por ahí a los que les encantaría
cargarse a Antonio, a Gilly e incluso a mí. No me identifico exactamente con lo que está diciendo,
pero puedo escuchar el dolor en su voz de todos modos.
—Yo... imagino que cuando ella se fue, te diste cuenta de lo sola que estabas.—
Asiente. —Sí. Y no había nadie que se interpusiera entre mi padre y yo, nadie que me defendiera.
Angelica nunca dejaría que mi padre me casara con un Frangione, no sin una pelea. Se metió en
muchas. Ella es fuerte, y yo…—
—Eres suficiente, Bianca. — No puedo evitar tomar su mano entre las mías. —No dudes de ti
misma porque seas diferente a tu hermana. La diferencia no es lo mismo que la debilidad.—
Cuando me sonríe, mi frío corazón da un paso tartamudo, y tengo que mantener la vista en la
carretera para no hacer ninguna estupidez. Algo como, por ejemplo, besarla. Porque maldita sea,
quiero tomar su boca, sentir lo suave que es, saborear su lengua y más. Mucho más. Porque soy
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una bestia, y esta alma inocente a mi lado es un señuelo al que no puedo resistirme. Es como un
pedazo de perfección brillante, y yo soy un cuervo que no puede mirar nada más.
—Me gusta tu forma de pensar, Fernando. — Me aprieta los dedos. —Eres una persona muy
positiva.—
Eso finalmente me arranca una risa, el sonido oxidado por el desuso.
— ¿Qué?— Sus cejas se levantan cuando giro hacia el carril que lleva a la casa.
—Es que no creo que nadie se haya referido nunca a mí como ‘positivo’.—
— ¿Nunca?—
—Nunca. No. Soy todo menos eso.—
—No creo que eso sea cierto. Creo que hay mucho más en ti de lo que dicen los demás. Y tal vez
yo pueda verte mejor que la mayoría.—
Si eso es cierto, entonces estoy jodido. Porque estoy tan podrido como vienen. Si Bianca supiera
mi verdadero trabajo, se pondría en marcha y huiría muy, muy lejos de mí. Mi verdadero nombre
puede ser Fernando, pero mi verdadera vocación es ser Butcher. Hago daño a los hombres malos
por deporte, y lo disfruto. No soy la clase de persona con la que Bianca debería asociarse. Sin
embargo, no parece que vaya a soltar su mano.
De hecho, no sé si podré soltarla alguna vez, ¿y no es eso una jodida patada en los huevos?
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— ¿Está bien si les pongo nombre?— le pregunto a Fernando, que está sentado en el sofá viéndome
jugar con los gatitos. Me ayudó a delimitar una zona para ellos para que tuvieran más espacio para
jugar sin que tuviéramos que preocuparnos por perderlos.
—Si quieres. — Fernando ha estado un poco callado desde que volvimos. Creo que toda mi idea
de matrimonio puede haber cambiado algo. No puedo evitar preguntarme qué tipo de chica le
gustaría.
Es un hombre de pocas palabras, así que no da mucho de sí sobre lo que le gusta o no le gusta. Es
un hombre grande, así que estoy segura de que querría una chica con más curvas. Yo tengo algunas,
pero no son nada en comparación con Angelica. Papá siempre la llamaba gordita, pero yo no la
veía así. Deseaba que mi ropa me quedara como la suya la abrazaba a ella.
—Quizá no debería ponerles nombre. — Uno de los gatitos persigue el ratón en el extremo de la
cuerda mientras lo muevo por el suelo. Los otros dos gatitos se alimentan de su mamá.
— ¿Por qué no? — gruñe.
—Me voy a encariñar.—
— ¿No quieres encariñarte?—
—Es mejor no hacerlo. Duele menos cuando alguien te lo quita y siempre te lo quitan o, peor, lo
usan en tu contra. — Esa ha sido la historia de toda mi vida creciendo en la familia Larone.
—Son tus gatitos. Nadie te los quitará. — Su tono es duro, desafiando a que alguien lo desafíe en
esto.
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Levantó la vista y lo veo de pie con los brazos cruzados sobre el pecho. Parece muy serio, como
si fuera a montar guardia para protegernos de cualquiera que se atreva a entrar e intentar llevarnos.
—Eres adorable. — Me río.
— ¿Adorable?— Su expresión se convierte en una de confusión, lo que solo la hace más cierta.
—Cuando llegue el momento de irme, no podré llevarlos conmigo. Incluso si mi nuevo esposo lo
aprobara, apuesto a que los utilizaría de alguna manera como herramienta contra mí. No quiero
que corran ningún peligro. — Me pongo en pie de un salto. — ¿Tal vez podrías llevárselos a mi
hermana?— Sé que ella los mantendrá fuera de peligro.
—No me los voy a llevar a ningún sitio. Son tus gatitos. Ponles nombre.—
— ¿Es una orden?— Lucho contra una sonrisa, pero estoy segura de que estoy perdiendo.
—Lo es.—
—De acuerdo, bien porque ya he elegido los nombres— Aplaudo con entusiasmo. —Como son
todas chicas, estaba pensando en Patria, Minerva y María.—
—Las hermanas Mirabal.—
— ¿Conoces su historia?—
Asiente. —Me sorprende un poco que la conozcas. Tengo entendido que su padre no les permitió
ir a la escuela. — Definitivamente ha hecho sus deberes sobre mí.
—No lo hizo, pero Angelica y yo leíamos todo lo que caía en nuestras manos. Eran valientes.
Juntas lucharon por lo que era justo contra una dictadura aun sabiendo que podían morir.—
—Sí murieron. — me recuerda.
—Con honor. — Dejo caer la cabeza, una ola de emociones me golpea con fuerza. Nunca me he
defendido. La mano de Fernando se acerca a mi barbilla para levantarme la cabeza. —Debería
luchar. No puedo casarme con ese hombre. Traer a sus hijos al mundo—
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—No te vas a casar con un Frangione. — Deja caer su mano de mi barbilla, y echo de menos su
tacto inmediatamente.
— ¿Por qué? ¿No van a pagar el rescate?— Sé que esto suena ridículo porque estoy secuestrada,
pero una chispa de esperanza florece dentro de mí de que no me iré pronto.
—No pueden pagarlo—
Arrugó la nariz en señal de confusión. — ¿De verdad?— Debería alegrarme, pero entonces, ¿qué
pasará conmigo? Por mucho que odie a mi padre, ¿soy tan fácilmente desechable? — ¿Puedes
pedirle un rescate a Antonio?— Ya lo había sugerido antes, pero él no había respondido a la idea.
— ¿Cómo vas a llamar a la madre?— Vuelve a cambiar de tema.
—Estaba pensando en Mirabal—
—Me gusta—
Su elogio me hace sonreír tanto que me duelen las mejillas. — ¿Te han dicho alguna vez que eres
el mejor secuestrador?—
—No los secuestrados—
—Oh, ¿solo la gente a la que secuestras?— No puedo evitar burlarme de él.
—Algo así. — refunfuña.
— ¿Así que trabajas para cierta familia? ¿Cuál?—
No responde.
— ¿Te gusta la familia para la que trabajas?— Si no le gusta, tal vez pueda convencerlo de que
deje todo esto. Aunque eso podría significar su muerte. Seguro que tiene algún contrato que
cumplir. No tomo a Fernando como un hombre que es la cabeza de una gran familia.
No, es un hombre de pocas palabras y fuerza bruta.
Hace las cosas que hay que hacer o manejar. Apuesto a que es muy valioso para alguna familia
por ahí. Cuando habíamos estado en la tienda, la gente prácticamente huía de cualquier pasillo en
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el que entráramos. A Fernando no le había molestado, pero a mí sí. La gente lo trata de forma
diferente sin saber el dulce caballero que es en realidad.
—No me lo vas a decir, ¿verdad?— Es extraño. Algunas preguntas las responde fácilmente,
mientras que otras las evita por completo.
—Todavía no.—
—Bien. — Me enojo. Ya ha dicho que no me entregará a los Frangiones, pero si me devuelve a
mi padre, sería lo mismo que entregarme a ellos. Se me revuelve el estómago al pensar en volver
ahí.
Sé que no he estado fuera mucho tiempo, pero todo es tan diferente aquí. No puedo volver. Le dije
a Fernando que sería la secuestrada perfecta, pero ya no estoy tan segura de ello. Me ha dado
demasiada libertad. Una muestra de algo que nunca he tenido antes.
Otro plan empieza a formarse en mi cabeza. Puede que Fernando no quiera casarse conmigo, pero
he captado algunas de las miradas que me ha lanzado. Recuerdo su erección presionando mi
espalda. Debe tener algún tipo de deseo por mí, aunque sea pequeño. ¿Y si pudiera hacer que se
enamorara de mí?
—Fernando, ¿puedo pedirte una cosa más?—
—Sí. — Oh, por fin un sí por una vez.
—Quiero elegir algo para mí. Para que no me lo quiten— Me acerco a él y pongo mis manos en
su pecho. Se tensa bajo mi contacto. No sé si eso es bueno o malo. Me relamo los labios. —
¿Quieres besarme?—
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¿Un beso?
Me sudan las palmas de las manos, mi mente da vueltas de repente. Me han pedido piedad, un
indulto, una muerte rápida, pero nunca me han pedido un beso.
No creo que pueda hacerlo. Ni siquiera sé cómo hacerlo.
Me mira, sus ojos de ciervo están expectantes mientras mira mi boca. Las palmas de sus manos en
mi pecho me provocan oleadas de calor, y parece que no puedo apartarme de ella.
Nadie me toca. No me gusta. Nunca me ha gustado. Sea cual sea la situación en la que me
encuentre, soy yo quien lleva las riendas. Parte de ese control a muerte es que nadie se acerca lo
suficiente como para tocarme. No lo permito. Los tengo atados y sangrando antes de que tengan
la oportunidad de ponerme un dedo encima.
Pero Bianca no es mi víctima habitual. No es una víctima en absoluto. De hecho, creo que soy yo
el que está en peligro ahora mismo, no ella, porque cuando me toca, me vuelvo débil. Tan débil
que haría cualquier cosa para mantener sus manos sobre mí, para que me siga mirando como si
fuera alguien a quien amar en lugar de alguien a quien temer. El deseo que despierta en mí es
peligroso, y es el tipo de debilidad cruda que he evitado toda mi vida.
—No tienes por qué hacerlo. — dice suavemente, con su mirada todavía en mis labios, como un
toque.
Antes de que pueda pensarlo, antes de que pueda pensar en absoluto, me inclino y aprieto mis
labios contra los suyos. Se le corta la respiración en la garganta y sus manos se enroscan en mi
pecho.
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Me alejo, con la incertidumbre floreciendo en mi mente, pero el deseo se impone y vuelvo a
besarla. Esta vez con más fuerza, con mi lengua exigiendo que la pruebe.
Abre la boca, un gemido contra mis labios, y la agarro por la cintura, atrayéndola contra mí
mientras paso la lengua por sus labios.
Es entonces cuando algo dentro de mí parece estallar, una necesidad como nunca había sentido
que entra en mis venas más rápido que cualquier droga. Profundizo con mi lengua, saboreándola
y sintiéndola mientras la aprieto contra mí, con mis manos ávidas de sentirla.
Me rodea el cuello con las manos y la levantó, apoyándola contra la pared. Consigo un mejor
ángulo y la chupo mientras me devuelve el beso, con su cuerpo deseando el mío de un modo
primitivo que puedo sentir hasta el fondo de mis pelotas. Mi polla se aprieta contra su estómago,
exigiendo mucho más que un simple beso.
Le agarro el culo con una mano, palmeándolo y apretándolo mientras emite un sonido agudo en
su garganta. Es cálida y deliciosa, su sabor es como el de una ciruela dulce que insinúa la acidez
pero nunca llega a hacerlo. Podría besarla durante horas, podría explorar esta nueva sensación
hasta que el mundo se acabara.
Pero tengo que apartarme, tengo que dejarla respirar mientras la miro fijamente a los ojos.
—Fernando. — Mi nombre sale de sus labios como una oración sacrílega, quiero oírlo otra vez,
otra vez, y más fuerte, gritándolo mientras se corre en mi polla. La idea me pone aún más duro, y
debe sentirlo porque se muerde el labio hinchado.
No sé qué hacer, pero sé lo que quiero hacer. La beso de nuevo, robándole el aliento mientras la
elevo más y aprieto mi polla contra su sexo.
Se mueve conmigo, abriendo más las rodillas mientras mueve sus caderas conmigo. La sensación
es diferente a todo lo que he sentido. Mucho mejor que mi mano. Tanto es así que no puedo dejar
de imaginar lo que sentiría al penetrarla, al sentir el calor que percibo en su interior.
Un gemido me arranca la idea, y tengo que retirarme y tragar aire.
Es entonces cuando me doy cuenta de lo peligrosa que es realmente Bianca. Me ha pedido la única
cosa que podría ponerme de rodillas. Nada más lo ha hecho. Pero fue por lo que se ha convertido
rápidamente en mi debilidad más evidente: ella. No puedo negarla. Incluso ahora, sigue
moviéndose contra mí, con su coño caliente a solo unos trozos de tela. Me pregunto a qué sabrá
ahí.
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Antes de darme cuenta de que lo estoy haciendo, deslizo mi mano dentro de sus pantalones y sus
bragas y deslizo mis dedos por su coño.
Jadea y mueve las caderas, con los ojos clavados en los míos.
— ¿Así?— Acaricio su humedad.
Asiente.
— ¿Así?— Muevo mis dedos hacia abajo y los presiono dentro de ella, su coño húmedo está tan
apretado que estrangula los dos dedos.
Grita, arqueando la espalda.
Beso su garganta, incapaz de resistirme a su piel mientras presiono mis dedos dentro y fuera de
ella. —¿Aquí?—
—Sí, por favor. —Se agarra a mis hombros y mueve sus caderas, follando con mis dedos mientras
la sujeto contra la pared.
Gruño, mi cuerpo está más excitado que nunca, y estoy completamente inundado por ella. No
puedo esperar ni un segundo más, así que saco mis dedos de sus bragas y los hundo en mi boca,
chupando su sabor y tragando el jugo de su dulce ciruela.
Me mira, con los labios entreabiertos y los ojos desorbitados.
—Tienes un sabor dulce. ¿Lo sabías?— pregunto y deslizo mis dedos en sus bragas una vez más.
—N-no. — Gime mientras acaricio su carne húmeda y encuentro el pequeño nódulo de la parte
superior.
—Aquí. — La beso, compartiendo su sabor, y empiezo a acariciar su clítoris con movimientos
giratorios.
Se aprieta más contra mí mientras le chupo la lengua. No se contiene, su cuerpo toma lo que
necesita y estoy encantado de dárselo. Quiero sentir cómo se corre, oír cómo suena cuando no
puede controlarse. Joder, apenas puedo controlarme. Quiero sentir su calor desde adentro, pero
primero necesito esto. Necesito observarla, aprenderla, asegurarme de que puedo darle el placer
que se merece.
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— ¡Fernando!— Jadea mientras muevo mis dedos más rápido sobre su clítoris hinchado. — Yo…
yo…¡Fernando!— Se corre sobre mi mano, su cuerpo se tensa y se libera mientras grita mi nombre.
Nunca he oído nada más erótico ni he visto nada más hermoso. Su orgasmo la atraviesa y yo
introduzco mis dedos dentro de ella, sintiendo que su coño se contrae una y otra vez mientras uso
mi pulgar para acariciar su clítoris. Traga aire, su cuerpo tiembla, finalmente se relaja mientras yo
aflojo mis movimientos y saco mi mano de sus bragas.
Me lamo de nuevo, saboreando su sabor, y luego la bajo lentamente al suelo, asegurándome de
que siente cada centímetro de mi cuerpo en el camino.
— ¿Ese es el beso que querías?— le pregunto.
Me mira, con los ojos entrecerrados y brillantes. —Eso es... eso fue... eso fue más de lo que nunca
creí posible.
Soy una persona orgullosa por naturaleza, pero cuando ella dice eso, juro que mi polla crece dos
tamaños más. La complací. He complacido a la mujer más hermosa que he visto.
Nada puede compararse con esta sensación. Nada lo hará jamás.
Me inclino para besarla de nuevo cuando oigo un fuerte golpe en la puerta de mi casa y una voz
conocida que grita: — ¡Abre, hijo de puta!—
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— ¡Oh, Dios!— Sé exactamente quién está al otro lado de esa puerta. Es mi hermana. Su tono me
hace saber que no está bromeando. Es el mismo que solía utilizar en casa cuando pensaba que
alguien se metía conmigo.
Está en modo protector. El pánico me invade. Quiero verla más que nada, pero ¿qué pasará con
Fernando? ¿Lo matarán por haberme secuestrado? ¿Mi padre ha pedido ayuda a Antonio para
localizarme? Clavo mis dedos en la camisa de Fernando, sin querer dejarlo ir. Las lágrimas llenan
mis ojos. Hace unos segundos, estaba viviendo la mejor experiencia de mi vida, y ahora podrían
arrancármela.
—No llores. — me ordena Fernando. Mi labio inferior tiembla aunque intento mantenerme fuerte.
—No puedes ordenar a alguien que no llore. — susurro. —No funciona así.—
— ¡He dicho que abras la puta puerta!— Mi hermana golpea con más fuerza.
— ¡Vas a asustar a mis gatitos!— le grito. —Deberías correr. Yo los distraeré. Sal por la puerta de
atrás. — Odio las palabras incluso mientras las digo. ¿Y si no vuelvo a ver a mi Fernando? Mi
Fernando. Eso suena encantador.
— ¿Gatitos?— La voz de Angelica se suaviza.
—Abre la maldita puerta. Mi jodida pierna me está matando. — oigo decir a alguien más. Creo
que es Antonio, pero no puedo estar segura. Solo le he oído hablar un par de veces.
—Te dije que usaras las muletas como te sugirió el médico. Deberías haberme hecho caso. — le
increpa.
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—No necesito muletas. — le responde él refunfuñando.
—Hombres. — resopla mi hermana. No tengo que ver su cara para saber la expresión exacta que
tiene ahora mismo.
—No voy a ninguna parte. — Fernando da un paso atrás, pero no le suelto la camisa. —Dulzura.
Tienes que dejarme ir.—
—No tengo que hacer nada. — Aprieto más los dedos. — ¿Me has llamado dulzura?— ¿Me está
dando un nombre cariñoso? ¿Un término cariñoso? El corazón se me hincha en el pecho. No hay
manera de que lo deje ir ahora. Veo cómo Fernando se lame los labios.
—Sí, dulzura. — El calor florece en mis mejillas, recordando cómo hace solo unos momentos
lamió mi orgasmo de sus dedos.
—Está bien, despeja a los gatitos porque voy a abrir esta puerta. — La voz de Angelica me saca
de mis sucios pensamientos.
—Esa puerta está reforzada con acero, Angel. Es imposible que la atravieses. — Antonio intenta
hacerla entrar en razón.
—Oh. — da otro de sus resoplidos de fastidio.
— ¡Ya voy!— Gritó antes de que las cosas se salgan de control. Les haré bajar los humos. Decirles
que Fernando es una buena persona que me salvó de un destino terrible. De verdad, si me preguntan
es un caballero de brillante armadura que vino a rescatarme.
—Ya lo hiciste. — dice Fernando en voz baja. Me quedo con la boca abierta.
— ¿Hiciste un chiste?—
Se encoge de hombros.
— ¡Lo hiciste!—
—Ordénale que abra la maldita puerta. — le exige mi hermana a su esposo.
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—Ya no estoy tan seguro de que esté bajo mi control. No en esta parte de su vida. — responde
Antonio. No sé muy bien qué significa eso. ¿Conoce Fernando a Antonio? Me suelto de Fernando
para ir hacia la puerta. Me agarra por la cintura y me atrae hacia él, con la espalda pegada a su
pecho. Se inclina para susurrarme al oído.
—Nadie te apartará de mí, Bianca. Necesito que lo entiendas.—
—De acuerdo. — acepto.
—No creo que lo entiendas de verdad. Pasarán cosas muy malas si alguien intenta interponerse
entre nosotros.— Por primera vez desde que conocí a Fernando, percibo una oscuridad en él. No
me asusta. Pero sí me hace temer por los demás.
—Lo entiendo. — Me giro en sus brazos y me apoyo en la punta de los pies. Él tiene que
encontrarme a mitad de camino para que pueda presionar mi boca contra la suya. Me suelta para
que pueda abrir la puerta. —Estaré ahí en un segundo. — grito.
De repente tengo la brillante idea de agarrar a uno de los gatitos. Rápidamente corro y recojo a
uno de los bebés. Puedo sentir los ojos de Fernando en mí todo el tiempo. Doy dos pasos y me doy
la vuelta para tomar otro. Dos gatitos son mejores que uno. —Los gatitos lo hacen todo mejor. —
Le susurro a Fernando mientras me dirijo de nuevo a la puerta.
Me detengo al llegar, sin saber cómo diablos voy a abrir la puerta ahora que tengo las manos
ocupadas. Antes de que pueda darme la vuelta, Fernando está ahí cogiéndolos de mi lado. —Buena
idea. No te atacará mientras tengas gatitos en la mano. — Fernando no responde. Solo tiene un
gatito en cada mano. Es adorable.
— ¡Ya está! Estoy... — Tiro de las cerraduras y abro la puerta para ver a mi hermana de pie. Su
esposo está detrás de ella. Tiene algunos cortes en la cara.
— ¿Le hiciste eso?— Le pregunto. Pensé que estaban enamorados.
—No, lo hicieron nuestro padre y tu prometido, ahora muerto. — Me quedo con la boca abierta.
Angelica me agarra y me envuelve en un fuerte abrazo. Por encima de su hombro, veo a su esposo
mirándonos, y sé que es hacia Fernando.
— ¿Entonces no tengo que casarme con ese hombre?— Este día sigue mejorando.
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—Ese no, pero cuando un Frangione cae, otro ocupa su lugar. — dice Antonio. Se me cae el
estómago por un segundo, pero entonces me acuerdo de Fernando. Él nunca permitiría eso.
—No, Fernando prometió que no tendría que casarme con esa familia. ¿No es así?— Me giro para
mirar a Fernando.
— ¿Fernando? — dicen tanto Angelica como Antonio.
—Está agarrando gatitos. — susurra Angelica como si no la pudiéramos oír todos.
—Es un buen secuestrador, lo juro. — Rápidamente salgo en defensa de Fernando.
—Creo que deberías venir conmigo. — Mi hermana me ofrece su mano. Las palabras de Fernando
resuenan en mis oídos.
—No puedo. — le digo.
—Sí que puedes. ¿No puede, Antonio? Díselo.
Antonio no responde. Él y Fernando se encuentran en una especie de enfrentamiento de miradas.
—Él no es quien tú crees que es, Bianca.—
—Sí lo es. Es mi caballero de brillante armadura. Me ha salvado. — Me inclino hacia él. —
También me besó. — Los ojos de Angelica se abren de par en par.
Probablemente no es el momento de contarle el increíble orgasmo.
— ¡Besaste a Butcher!—
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Antonio se pasa una mano por el pelo, Angelica se queda boquiabierta y Bianca se gira para
mirarme, con los ojos más abiertos que nunca.
— ¿Fernando? — pregunta.
—Sí. — Soy Fernando. Para ella, y solo para ella. Para todos los demás, soy “ El Butcher.”—
— ¿Por qué no me lo dijiste?— Se le humedecen los ojos.
Abro la boca para responder y la cierro de golpe. Hay demasiadas razones, que no voy a soltar
delante de Antonio y Angelica. Por un lado, tal vez quería ser Fernando para Bianca. Tal vez, por
una vez, podría ser alguien digno de algo más que el miedo y la aversión. Bianca ha sido tan amable
conmigo, suave, sin miedo. No quiero perder eso. Pero ahora veo que ya lo he hecho.
Se aleja un paso de mí. —Eres El Butcher. Todo este tiempo, tú…—
Angelica la rodea con sus brazos. —No pasa nada.—
Bianca sacude la cabeza lentamente. —Me has mentido—
—No. — Me obligo a quedarme quieto aunque quiero arrancarla del abrazo de Angelica.
— ¡Lo hiciste!— grita Bianca. —Me hiciste creer que eras un secuestrador cualquiera que buscaba
un rescate—
—Es que no te corregí—
— ¡Eso es lo mismo que mentir! — grita.
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—Joder. — Antonio saca su teléfono y comienza a enviar mensajes de texto, probablemente a
Gilly. —Esto es un maldito desastre. — Se guarda el teléfono en el bolsillo cuando termina. —
Vamos. — Mueve la barbilla hacia la puerta principal. —Dejemos que las chicas hablen mientras
tomamos aire.—
Lo último que quiero hacer es alejarme de Bianca. Me pica el deseo de atraerla a mis brazos. Me
necesita a mí, no a su hermana.
— ¡Butcher!— chasquea Antonio.
—Vete. — Bianca se vuelve hacia el abrazo de su hermana mientras Angelica me mira fijamente.
—Bianca, yo…—
—Te ha dicho que te vayas. — La voz de Angelica es ahora más baja, más mortífera y sus ojos
podrían agujerearme.
Joder. Lo he jodido todo. Con pasos pesados, sigo a Antonio hasta el porche, el viento hace caer
las hojas sobre la calzada mientras él se apoya en uno de los soportes.
La puerta se cierra detrás de mí y agradezco que Bianca no haya salido corriendo. Todavía está
aquí. Todavía está en un lugar donde puedo guardarla y protegerla. Pero ahora tengo que
deshacerme de Antonio y Angelica; el problema es que ninguno de ellos parece dispuesto a
dejarnos solos.
— ¿En qué mierda estabas pensando?— Deja escapar un largo suspiro, todavía de espaldas a mí.
—No estaba pensando.—
—Sin mierda. — Se gira. —Nada de mierda. Simplemente desapareciste. No sabía dónde estabas.
Gilly estaba tratando de localizarte. Luego tuvimos un puto ejército de Larone y Frangiones en
nuestra puerta.— Levanta las manos. —Jodidamente me dispararon. ¿Y dónde estabas tú?—
Por primera vez en mucho, mucho tiempo, la culpa me invade. Dejé a mis amigos en la estacada
mientras yo me iba por mi cuenta, a medias y sin ningún plan.
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—Así que voy a necesitar que me expliques, ahora mismo, qué demonios haces con Bianca Larone
cautiva en tu casa. Porque si no lo haces, Angelica puede salir aquí y decirme que te mate.—
—Podrías intentarlo. — gruño.
—Si ella me lo pidiera, lo haría. — Me mira fijamente, muy serio.
—Si quiere un esposo muerto, claro.—
Sacude la cabeza. —Esto no va a ninguna parte. Explica en qué mierda estabas pensando para que
pueda darle algún tipo de explicación plausible. — Mira a la puerta. —Porque si Bianca dice que
le has hecho algún tipo de daño, nos va a ir mal a los dos.—
Me apoyo en el revestimiento de madera y me froto las sienes. —No sé en qué estaba pensando.
— Recurro a mi memoria de cuando la vi por primera vez. —Estaba en tu casa. Angelica estaba
haciendo Skype o lo que sea con ella. Entonces yo solo... Es como si me hubiera roto. No como lo
hago cuando alguien me molesta tratando de pasar información de mierda cuando está bajo mi
cuchillo. Fue diferente. Fue como si algo aquí — me golpeo la sien — o aquí — me golpeo el
pecho sobre el corazón— hiciera clic. Después de eso, me puse en marcha y no paré hasta
secuestrarla y traerla aquí—
—Nunca habías hecho algo así. — Sus cejas se juntan. —Te conozco desde que éramos niños y
nunca habías pensado en secuestrar a una mujer así—
—Lo sé—
Toma aire y lo suelta lentamente. —De acuerdo. — Me da un fuerte asentimiento, como si hubiera
tomado una decisión.
— ¿De acuerdo con qué?—
Una sonrisa de satisfacción se dibuja en la esquina de su boca. —Esto es bueno, porque realmente
no quería tener que pelear contigo—
Mi confusión no hace más que crecer mientras lo miro fijamente, una sonrisa se extiende por su
estúpida cara.
— ¿De qué demonios estás hablando?—
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Se encoge de hombros y se acerca, dándome una palmada en el brazo. —Sé exactamente lo que
ha pasado. No sé qué hacer al respecto, pero al menos lo entiendo. Ahora, los Frangiones quieren
casarla con Len, uno de los hermanos menores. La están buscando por todas partes, incluso han
tenido el valor de enviar a algunos de sus matones a uno de nuestros almacenes para hacer
preguntas.—
Hago crujir mis nudillos, y la vieja sed de sangre comienza a bombear por mis venas. —Espero
que me los hayas guardado.—
—No es necesario. Ya los hemos lisiado, y no pisarán más cerca que esa pequeña investigación.
Todavía se están lamiendo las heridas, pero eso no significa que no sean peligrosos para quien se
haya llevado a su preciada novia. — Me lanza una mirada mordaz.
Mi sed de sangre se multiplica por cien. —Nunca dejaré que se la lleven—
—Lo sé. — Vuelve a pasarse una mano por el pelo. —Lo entiendo. Por ahora, creo que el lugar
más seguro para ella es aquí contigo. Puedo hacer que Gilly trabaje en algún canal de información
para enviar a los Frangiones a buscarla lejos, para despistarlos lo mejor que pueda— Se apoya de
nuevo en el poste. —Pero no durará para siempre. Vendrán, y cuando lo hagan, todos debemos
estar preparados—
— ¿Así que estás conmigo en esto? ¿No dejarás que la tengan?— Pregunto.
—En primer lugar, Angelica trataría de cortarme las pelotas si dejo que los Frangiones tengan a
su hermana. Segundo, nunca te separaría de la mujer que amas—
Me golpea como un tiro en las tripas. Amor. Debería negarlo, restarle importancia, hacer cualquier
cosa para distanciarme de la idea. Pero no lo hago. No puedo. Soy un hombre violento y
despiadado, pero siempre he dicho la verdad, especialmente a Antonio y a Gilly. El hecho de que
Antonio viera la verdad antes de que yo me diera cuenta no la hace menos cierta.
Amo a Bianca Larone.
—Joder. — Suspiro.
—Me identifico. — Me da una palmada en el brazo de nuevo aunque le lanzo una mirada de muerte
al contacto. —Es una puta sorpresa, ¿no? Pero es la mejor que he tenido nunca.—
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Solo puedo asentir mientras todo el peso de lo que hemos hablado cae sobre mis hombros.
Bianca es mía.
Ahora solo tengo que convencerla de que para ella soy Fernando y para cualquiera que se cruce
con ella, soy Butcher.
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— ¿Te ha hecho daño?— Las manos de Angelica comienzan a recorrerme. Me quedo de pie,
todavía en estado de shock. Ya había oído a mi padre hablar de Butcher. Y había habido algunos
susurros de los hombres cuando no se habían dado cuenta de que yo estaba en la habitación. Por
el sonido de sus voces, me di cuenta de que estaban aterrorizados por él.
—No puede ser El Butcher. — Finalmente dije. —Le gustan los gatitos. — murmuró.
— ¿Te has golpeado la cabeza?— Empieza a palparme el cráneo.
Le aparté las manos de un manotazo. —No me ha hecho daño. Todo lo que ha sido conmigo es
dulce. — Creo que estoy un poco en shock. Sabía que Fernando tenía un lado oscuro, pero nunca
había imaginado que pudiera ser El Butcher.
— ¿Dulce?— Angelica señala con el pulgar por encima del hombro hacia la puerta principal. —
Estamos hablando de ese hombre. Con los ojos negros—
—Sus ojos no son negros. Son marrones, pero muy oscuros, con diferentes tonos de marrón. Son
más oscuros alrededor de su pupila y luego se aclaran al salir. Me recuerda a cuando se derrite el
chocolate—
—Así que te golpeaste la cabeza—
—No me golpeé la cabeza. — Me acerco a donde Fernando hizo un espacio para los gatitos para
que no pudieran vagar por toda la casa. Mi hermana me sigue.
—Dime qué pasa. — Me siento en el suelo y pongo a uno de los gatitos en mi regazo.
—Las cosas estallaron cuando Butcher te secuestró—
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— ¿Así que me secuestró? ¿Solo que no por un rescate o porque tú se lo pediste?—
Angelica hace una larga pausa ante mis preguntas.
—No iba a dejar que te casaras con los Frangiones, pero no, no fuimos nosotros los que enviamos
a Butcher a recogerte. Todavía estábamos ideando un plan, pero todo saltó por los aires cuando
papá descubrió que fue Butcher quien te llevó. Pensó que lo había hecho por orden de Antonio, así
que tanto él como tu ex se presentaron en la casa.
—Deja de llamarlo mi ex. — Le doy la vuelta a la gatita para cogerla como si fuera un bebé
acunado en mi brazo. — ¿Por qué me llevó?— Además de escandalizarme de que Fernando sea
El Butcher, es el otro pensamiento que no deja de rondar por mi cabeza.
—No lo sé. Está loco. Es el Butcher—
—No está loco—
Angelica ladea la cabeza, mirándome como si yo también estuviera loca por defenderlo. —Estás
muy a la defensiva con él—
—Es que es difícil. — Exhaló un suspiro. —No consigo que mi mente entienda cómo mi Fernando
es El Butcher—
— ¿Tu Fernando?—
— ¡Sabes lo que quiero decir!—
—No, creo que no sé lo que quieres decir— sacude la cabeza. —No quiero asustarte, pero solo se
me ocurre una razón por la que te secuestraría. De hecho, cuando estaba hablando contigo en el
ordenador, te vio. Un segundo después, se marchó furioso. Ahora que repaso la cronología de los
acontecimientos, me doy cuenta de que fue directamente por ti — Sus palabras me sorprenden y
me confunden más.
Todavía no estoy cerca de entender por qué me secuestró. — ¿Cómo alguien tan audazmente entra
en la casa de nuestro padre y me lleva sin más?— Esa es otra cosa que no puedo entender.
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—Porque es el Butcher y está loco. Nadie se atreve a meterse con él porque sabe las
consecuencias—
— ¡Deja de llamarlo así!— Le digo bruscamente, haciendo que el gatito maúlle. Los ojos de
Angelica se abren de par en par. No puedo decir que la culpe. No soy una persona propensa a los
arrebatos, al menos de ira. Lágrimas, sí. Vuelvo a dejar al gatito en el suelo. Corre hacia su madre
y se pone a amamantar.
— ¿Cómo lo llamas si no? No sé cómo no está muerto. Entró ahí y salió enseguida.—
— ¿Pero por qué? Dijiste que solo se te ocurría una razón—
—Te quiere—
—No. — Sacudo la cabeza. Dijo que no dejaría que nadie nos separara. Que las cosas irían muy
mal si alguien lo intentara, y creo que se refiere a cualquiera. —Le propuse que se casara conmigo,
y no le gustó la idea. Y fui yo quien le pidió que me besara. Así que tu teoría no tiene sentido—
—A ver si lo entiendo. Le pediste a un hombre que una vez puso en el microondas los globos
oculares de alguien que se casara contigo. ¿Estoy en lo cierto?—
—Qué asco. — Tengo arcadas. —Fernando no haría tal cosa—
—Quizá Fernando no, pero el Butcher sí. ¿De verdad no le tienes miedo?—
—No. — respondo con sinceridad. —En todo caso, tengo miedo por todos los demás—
— ¿Qué quieres decir?—
—No puedo irme—
—Sí que puedes. Nos iremos ahora mismo. — Mi hermana se pone en pie.
Me debato entre contarle lo que ha dicho Fernando, pero no quiero que las cosas se agraven y
seguramente lo harán si la pongo al corriente.
—Sería mejor que se quedara aquí por ahora, Angel. — Mi hermana mira a su esposo, que está
junto a la puerta. No lo he oído entrar. No veo a Fernando.
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¿Ha cambiado de opinión y se ha ido? Oh, Dios, ¿y si Antonio le ha hecho daño o lo ha matado?
Tan pronto como ese pensamiento entra en mi cabeza, se va. No creo que Butcher se deje matar
tan fácilmente.
— ¿Por qué se quedaría aquí?— Angelica enlaza su brazo con el mío.
—Nadie conoce este lugar más que la gente de aquí y Gilly—
— ¿Entonces nos quedamos aquí con ella?— Antonio sacude la cabeza.
—De ninguna manera, Antonio. ¿Quieres dejarla con Butcher?—
—Él no va a hacerle daño. Está claro—
Angelica me mira. — ¿Qué quieres?—
—Quedarme con Fernando— No solo por mi propia seguridad, sino que creo que quizá también
por la suya.
Puede que Fernando no me haga daño, pero ahora sabiendo que es El Butcher, no tengo ni idea de
lo que podría hacer si intentaran sacarme de aquí. No sé si podría razonar con él. Hace diez
minutos, habría dicho que sí. Ahora no estoy segura de conocerlo del todo. Es todo tan confuso.
Fernando entra en la casa. Mi corazón da un vuelco al verlo. No me mira. Cuando miro a mi
hermana, veo cómo lo mira, y eso me impacta. ¿Es así como lo mira todo el mundo? ¿Tiene miedo
de que ahora yo haga lo mismo?
—Bianca, tal vez…—
—Me quedo. — La interrumpo antes de que pueda terminar, siendo asertiva por una vez en mi
vida. Puede que esté dolida y enojada con Fernando, pero creo que él también está dolido, y eso
solo me hace doler aún más.
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Antonio y Angelica bajan por el camino, dejándonos a Bianca y a mí solos en la casa. Se apresura
a volver a nuestro dormitorio, donde están los gatitos y se deja caer en el suelo junto a ellos.
La sigo. No puedo hacer nada más. Tengo la sensación de que siempre la seguiré a donde vaya,
aunque ella no quiera.
Acaricia a la gata madre en la parte superior de la cabeza mientras los gatitos se acurrucan en un
pequeño montón de bigotes, patas y pelo.
La observo durante un largo rato, el silencio crece entre nosotros. No es que me guste mucho
hablar. Aun así, me encuentro buscando algo -cualquier cosa- que decirle para que se sienta feliz.
Es tan extraño querer eso, la felicidad de otra persona. Es nuevo para mí, pero es real. No quiero
que le duela o se preocupe y sobre todo, no quiero que me tenga miedo. Pero tal vez sea demasiado
tarde para eso. Ahora que sabe quién soy realmente, ¿cómo no va a estar aterrorizada?
Suspira y levanta la mirada hacia la mía. —Sé que no me harás daño—
Algo en el fondo de mi pecho se relaja un poco.
—Quiero decir, conozco tu reputación. — Su mirada baja solo un segundo antes de volver a
dirigirme sus hermosos ojos. —He oído lo suficiente para saber qué tipo de trabajo haces, si se
puede llamar así. Trabajo—
No puedo negarlo. No tengo nada que decir.
—Debería molestarme más de lo que lo hace, pero siento que lo que más me molesta es que no me
hayas dicho la verdad. — Se encoge ligeramente de hombros. —Por otra parte, si me hubieras
dicho que eras el Butcher, probablemente habría intentado escapar. Definitivamente no te habría
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prometido que sería una perfecta víctima de secuestro. — sacude la cabeza. —Pero nunca fuiste
el Butcher para mí. Has sido Fernando. Fernando es el que quería que me besara, que me tocara,
que me abrazara—
La tensión en mi interior se alivia aún más. Me está desvelando su corazón, mostrándome cada
faceta de lo que siente. Es un regalo, uno que deseo tanto. Me aterra la idea de decir algo
equivocado y estropearlo todo.
—Antonio confía en ti. Y Angelica confía en él. Es la única razón por la que se fue sin mí. — Se
levanta y se acerca a mí.
Contengo la respiración cuando se acerca y me toca la mejilla con la palma de la mano.
—No vuelvas a mentirme, ¿de acuerdo?—
—Lo juro por mi vida, Bianca. No volveré a mentirte. — Es un juramento que presto, un pequeño
precio a pagar por el perdón que veo en sus ojos y oigo en su voz.
—Bien. — Baja la palma de la mano a mi hombro. —Entonces nos entendemos—
—Sí. — Quiero besarla, destrozarla con mi boca y mi cuerpo, darle más placer del que puede
soportar. Pero no puedo. No cuando la he herido. No cuando necesita tiempo.
Su estómago gruñe.
Una sonrisa intenta torcer la esquina de mis labios. Esto es algo que puedo hacer por ella, algo que
nunca he hecho por nadie más.
—Te haré la cena. — le doy un beso en la frente, sin poder evitarlo.
— ¿Sabes cocinar?—
—Sí. — La tomo de la mano con suavidad y la arrastro conmigo por el pasillo hasta la sala de
estar abierta.
— ¿Dónde aprendiste a cocinar? — me pregunta mientras la siento en un taburete junto a la amplia
isla.
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—Me fui de casa cuando tenía catorce años. Me echó mi padre— Nunca se lo he contado a nadie,
ni siquiera a Antonio. Mi pasado -como casi todo sobre mí- es mejor dejarlo en la oscuridad. Pero
para Bianca, siento que necesita esto, esta parte de mi verdadero yo. Quiero que crea en mí, y sé
que ésta es la manera de conseguirlo.
Ella me dio su vulnerabilidad. Ahora es mi turno.
—Lo siento. — Me mira mientras saco ingredientes de la nevera y la despensa.
—No lo sientas. Tampoco era muy dado a hablar, a no ser que cuentes los puños como
comunicación— Me aclaro la garganta y continúo mientras pongo un poco de mantequilla en la
sartén y tomó un cuchillo para filetear unas chuletas de pollo. —En fin, estuve un tiempo en la
calle, pero luego me contrataron para hacer un trabajo sucio para una de las familias. Siempre he
sido grande, incluso antes de empezar a levantar pesas religiosamente y tenía una habilidad
particular que me hacía valioso. Haría cualquier cosa que necesitaran. El trabajo más sucio y
sangriento que los hombres adultos rechazaban, yo podía hacerlo, porque sabía que no quería
volver a vivir en la calle— No puedo mirarla, no soporto ver el juicio o la condena en sus ojos,
aunque lo merezca. Así que me concentro en batir un huevo y echar un poco de pan rallado para
rebozar el pollo.
—Una vez que gané suficiente dinero para conseguir un lugar decente para mí, me di cuenta de
que tenía que aprender a cocinar, eso o vivir de la comida para llevar. No es mi estilo. En aquella
época, trabajaba sobre todo por la noche. Durante el día, dormía, y si no podía dormir -que era a
menudo- veía la televisión. — Por fin aprovecho para mirarla cuando me limpio las migas de las
yemas de los dedos.
Me observa, con un rostro de líneas suaves. No hay un juicio severo, nada que insinúe una condena.
Si acaso, hay... compasión. Joder, ¿hay alguien picando cebollas aquí?
Me vuelvo hacia el fuego y dejo caer las chuletas en el aceite de oliva caliente, el chisporroteo me
da un respiro. Cuando se calma, continúo.
—Resulta que la mayoría de las veces que estaba despierto, había un programa en Food Network
llamado Barefoot Contessa—
Jadea. — ¡Ina!—
Me giro y vuelvo a captar su mirada. —Sí. ¿La conoces?
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— ¡Me encanta! Es tan elegante con su 'buena vainilla' y viviendo en los Hamptons. —sonríe. —
Es que no sabía que tú también eras fan—
—Gran fan. — Sonrío. Y por una vez, es fácil. Es jodidamente fácil sonreír cuando Bianca está en
la habitación. —Es básicamente mi instructora culinaria personal, aunque no lo sabe— Dejo caer
la pasta en el agua hirviendo y le doy la vuelta a las chuletas.
—Me encanta su programa, aunque a veces solía hacer trampa y ver el de Giada. Pero no era tan
divertida como Ina. Ina siempre ponía esas bonitas flores y la decoración de la mesa y lo hacía
todo muy bien. — Se ríe. —Aunque siempre pensé que Jeffrey era secretamente gay—
—Sin duda. — Corto dos limones y añado el zumo y la nata a una sartén junto con el condimento.
—Esto huele muy bien. — Se lame los labios.
—Ya casi está hecho. — Compruebo la pasta y el pollo. Todo está listo, así que lo emplato y vierto
la salsa por encima.
Cuando deslizo el plato humeante delante de ella y le paso los cubiertos, no pierde un instante.
—No te quemes la lengua. — Abro una botella de blanco.
— ¡Dios mío, Fernando! ¡Está tan bueno!— mastica, luego abre la boca y expulsa el calor antes
de masticar un poco más.
Fernando. Eso es lo que soy. Así es como me ha llamado. Espero que nunca deje de hacerlo.
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—Esta comida es perfecta, pero este vino es delicioso— Me tomo la segunda copa. Me hace sentir
muy bien por dentro. Tomó la botella para servirme más. Me doy cuenta de que Fernando no ha
tocado la suya. Se ha servido una copa, pero no ha bebido nada. Se me adelanta y toma la botella.
—Oye. — Vierte un poco en mi copa de vino, llenándola solo hasta la mitad. —Tacaño. — Lo
agarro y me lo bebo todo.
— ¿Has bebido antes, dulzura?—
— ¡No!— chillo. Toma la botella y la deja al otro lado de la mesa. — ¿Qué? ¿Ahora me prohíbes
tomar más?— Pongo los ojos en blanco. —Reglas, reglas, reglas. La historia de mi vida. — Tomo
el último bocado de comida en mi plato.
—Es que no quiero que te pongas mal. Si en veinte minutos quieres más, te lo daré. Eso es todo.
— Parece infeliz de que yo esté infeliz, lo cual es adorable.
—Oh. — me relamo los labios. — ¿Entonces no hay reglas?— Fernando hace una larga pausa. Le
dirijo mi mejor mirada, que creo que falla porque una sonrisa se dibuja en sus labios, ¿es realmente
un fallo? Conseguir una sonrisa, aunque sea pequeña, de Fernando es una victoria en mi libro.
—No quiero controlarte, pero sí quiero mantenerte a salvo—
— ¿Entonces puedo tener mi propio teléfono? ¿Acceso a Internet cuando quiera?— pregunto solo
para aclarar que él y yo estamos en la misma página.
—Cuando todo esto termine, sí. Ahora mismo, tenemos que pasar desapercibidos.
— ¿De verdad?—
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—Sí. — dice sin dudar.
— ¿Puedo elegir mi propia ropa y elegir con quién me caso?—
—Puedes ponerte lo que quieras. — No me pasa desapercibido que se salta el tema del matrimonio
por completo.
— ¿Incluso si es… — bajo la voz a un susurro —escandaloso?—
Por la forma en que Fernando me mira, creo que no le importa que otros hombres me miren. Eso
debería molestarme, pero me parece entrañable viniendo de él. Me hace sentir especial y diferente,
como si pudiera ser un poco más atrevida o incluso más tonta de lo que era en casa.
Sé que a algunos esposos no les importa que sus mujeres salgan discretamente. Siempre y cuando
sea después de sus días de maternidad. No se dice que los esposos lo hacen desde el principio.
Algunos llegan a sus matrimonios teniendo ya una amante. No preveo que Fernando sea nunca ese
tipo de esposo.
—Sí, ponte lo que quieras. — Hace crujir sus nudillos. —Sé pelear.—
Estalló en carcajadas.
— ¿Pelear? ¿Así es como lo llamas?—
Se tensa.
—Te estoy tomando el pelo, Fernando. No soy del todo ingenua con este mundo y lo que pasa—
— ¿Por qué no me temes?— Inclina la cabeza hacia un lado, estudiándome.
—Es la forma en que me miras. Es diferente a la de cualquier otra persona.—
— ¿La forma en que te miro?—
Asiento. —Durante mucho tiempo me han enseñado a sentarme y a estar guapa. Que debía estar
callada. Sentada en una habitación durante horas con la gente, aprendes mucho sobre ellos. Los he
observado. Temo a muchos de ellos. Algunos que nunca me han dicho una sola palabra, pero
contigo, supe en el momento que irrumpiste en mi habitación que no ibas a hacerme daño.
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Se te notaba en la cara. No me malinterpretes, eres bueno ocultando tus emociones y manteniendo
tu cara ilegible, pero siempre hay pequeñas señales si sabes lo que estás buscando. No siempre
están en la cara. También en el lenguaje corporal. La gente cree que tiene una sensación visceral
sobre las cosas, pero no es eso. La verdad es que es su mente la que se da cuenta de las cosas y
capta los detalles. La mente percibe el peligro; solo que no estás entendiendo por qué.
—No solo eres bonita, Bianca; lo sabes, ¿no? Eres mucho más astuta de lo que crees.—
— ¿Significa eso que puedo tomar más vino?—
Fernando ladra una carcajada y vuelve a llenar mi copa hasta la mitad.
Tomo mi copa y me levanto de un salto de mi asiento. —¿Hay música aquí? ¿Podemos poner
algo?— Quiero soltarme por una vez. Y no tener que preocuparme por cada uno de mis
movimientos. Algo que nunca pude hacer en casa.
Se levanta y saca su teléfono. Sus dedos se mueven por la pantalla. Una risita brota de mí. Me
mira. — ¿Qué?—
—Parece tan pequeño en tu mano. — me río más fuerte. —Eres muy grande. — No sé por qué me
hace tanta gracia. Seguro que tiene algo que ver con el vino.
—Apuesto a que podrías aplastarlo con tus propias manos. ¿Lo entiendes, Oso?— Levantó las
manos como un oso y gruño.
Fernando me mira fijamente y me pregunto si tal vez he herido sus sentimientos. Me encantan sus
gigantescas manos de oso. De hecho, quiero que me toque con ellas. Empiezo a disculparme, pero
entonces echa la cabeza hacia atrás y se ríe. Es profunda, y lo más sexy que he oído en mi vida.
Antes de saber lo que estoy haciendo, estoy caminando hacia él. Le agarro de la parte delantera de
la camisa y lo atraigo hacia un beso. Fernando gime y lo profundiza. Intento frotarme contra él,
pero de repente se retira, con la respiración agitada.
—Has estado bebiendo. — Mira, ¿cómo es él Butcher? Es tan dulce y no está dispuesto a
aprovecharse, lo cual, aunque es noble, no significa que no quiera uno de esos orgasmos de nuevo.
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— De acuerdo, pero eso no significa que no podamos hacer las cosas que hacíamos antes. Antes
estaba sobria y estaba bien con ellas. — señalo. Todo esto me parece lógico.
—Eso fue antes de que supieras quién era yo.—
— ¿No eres mi Fernando?— pregunto.
—Solo seré siempre tu Fernando.—
—Bien. — le sonrío. —Ahora ponme música. Voy a bailar. — Me alejo de él dando vueltas. Un
segundo después, la música llena el aire y bailo.
Por primera vez en mi vida, en este momento, me siento libre. Puede que sea una ilusión, y sé que
las cosas están lejos de terminar, pero por esta noche, solo estamos mi Fernando y yo.
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Baila hasta que se balancea sobre sus pies, su cuerpo se duerme antes que su mente. La tomó y la
acunó en mis brazos, sus ojos apenas se abren mientras me ve llevarla a nuestra habitación.
La acuesto suavemente en la cama.
No debería estar aquí con ella así, no cuando está impedida y no puedo dejar de pensar en la forma
seductora en que se mueve. Su cuerpo es cálido y suave, todo lo que yo no soy.
—Pareces tan serio. — Se le escapan las palabras mientras me pasa los dedos por el antebrazo. —
Siempre tan serio—
Sonrío y enganchó mis dedos en la cintura de sus pantalones para bajarlos, y luego los tiró a un
lado. —Pareces borracha—
Levanta las caderas, instándome claramente a que le quite también las bragas. Joder, quiero
hacerlo. Quiero arrancarlas y devorar su coño. Puede que sea mi primera vez, pero estoy
segurísimo de que puedo encontrar su clítoris y enviarla directamente a la maldita luna. Solo pensar
en ello me hace sentir un aguijón en la polla, que está desesperadamente dura y dolorida por sus
propios latidos.
—Necesitas descansar. — Agarro a regañadientes la sábana y la manta y se la subo a la barbilla.
Frunce el ceño y me da un manotazo en las manos. —No. Te deseo—
Tragó con fuerza, esas palabras me hacen cosas que nunca hubiera imaginado. Te deseo. Nadie me
ha deseado nunca. Soy la última persona que alguien en esta vida quiere ver. Un bruto corpulento
que puede arrancarle la cabeza a un hombre con mis propias manos... no, nadie ha querido nunca
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tener nada que ver conmigo. Solo con verme, la gente se persigna o agarra su rosario o reza una
oración silenciosa a cualquier deidad que haya elegido. No es que eso los salve si están en mi lista.
Nadie ha escapado nunca de mí. Nadie lo hará nunca. Especialmente la inocente dulzura que me
mira con ojos pesados.
—Otra vez tan serio. — murmura y se lleva mi mano a la boca, su lengua sale disparada y juega
con mi pulgar.
Gimoteo.
—Eso me gusta más. —lo lame y luego se lo lleva a la boca, con su suave lengua lamiendo hasta
mi nudillo.
—Dulzura, no... — Presiono mi pulgar sobre su lengua, y ahueca sus mejillas, chupando y
lamiendo mientras mi corazón late lo suficientemente fuerte como para que ella lo oiga.
Mi polla exige que le dé lo que pide, que me meta en su garganta y me corra, cubriéndola por
dentro y por fuera. Pero está borracha. Y no importa lo que diga que quiere: si me aprovecho de
ella ahora, me odiará después. Y también me odiaría a mí mismo. Nada de lo que hago por el
trabajo deja la más mínima mancha en mi conciencia. Es casi como si ‘no dar una mierda’ fuera
mi superpoder. No está de más que la mayoría de los hombres a los que hago daño y mato hayan
hecho cosas mucho, mucho peores en su vida. Pero eso es diferente.
Bianca no se merece a El Butcher. Se merece a Fernando, un hombre que nunca le haría daño, que
preferiría morir antes que hacerle daño. Así que con ese pensamiento en mente, retiro mi pulgar
de su boca caliente y lo reemplazó con mis labios.
El beso es corto, sobre todo porque tengo que retirarme antes de que mis instintos me pongan
encima de ella y me introduzcan en su caliente coño.
—Fernando. — Se acerca a mí.
—No puedo, dulzura. No cuando estás borracha. — Tomo sus manos y beso cada una de sus
palmas. —Necesitas dormir—
—Pero te deseo. — gime. —Quédate conmigo—
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Cierro los ojos, saboreando esas palabras en sus labios. Cuando los abro, suspiro y miro alrededor
de la habitación. La mamá gata y los gatitos están acurrucados en un montón de pelos y sueño.
Todo el lugar está cerrado, y mi teléfono me avisa si alguien pone un pie en mi propiedad.
—Por favor. —cierra los ojos, sus manos aún en las mías. —No me harás daño.
¿Cómo puede leer mi corazón como un libro? No lo sé. No entiendo nada de esto, no desde el
momento en que salí de la casa de Antonio con un solo objetivo en mente: llevarme a Bianca.
—Quédate conmigo. Por favor, Fernando. — Su voz es suave, cayendo en el sueño mientras sus
labios permanecen separados.
No debería. Tendría que llevar mi culo al salón y tumbarme en el sofá, dejándola dormir
tranquilamente y descansar por fin después de la larga noche y el día que ha tenido. Pero me pidió
que me quedara. Me lo ha pedido. No puedo negárselo.
Así que me levanto y cierro la puerta de nuestra habitación antes de despojarme de mi ropa,
teniendo cuidado de dejarme los calzoncillos puestos. Mi polla sobresale gruesa y dura contra el
material, y no importa lo que intente poner en mi mente -mierda desagradable que solo El Butcher
podría inventar- no hace que baje. No cuando estoy tan cerca de Bianca. No cuando estoy a punto
de compartir la cama con ella.
Cuando vuelvo con ella, sus cejas están fruncidas, con una arruga entre ellas. Me meto en la cama,
con cuidado de no acercarme a su lado.
Me tumbó de espaldas y miró al techo.
La cama se mueve y la percibo antes de sentir su tacto. Se pone a mi lado, con su mejilla apoyada
en mi pecho, y le rodeo la espalda con mi brazo. Es tan fácil, tan natural, como si hubiéramos
dormido así cientos, miles de veces. Pero es nuevo. Todo es tan nuevo. Mi piel es sensible, su tacto
es extraño y casi exótico. Puedo sentir cada parte de su cuerpo que me toca, incluso su aliento
contra mi pecho. Todo en ella es cálido, dulce, perfecto.
Tengo miedo de moverme. Tengo miedo de pensar.
Es entonces cuando sube su rodilla y apoya su muslo en mi polla dura. Un gemido se me atasca en
la garganta y apenas puedo respirar. La sola presión de ella contra mí hace que mis pelotas se
acerquen a mi cuerpo. Me está volviendo loco, y ni siquiera está despierta.
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Le acarició la espalda lentamente, esperando que el movimiento me calme.
Mueve su pierna más arriba.
Me muerdo el labio con tanta fuerza que me sale sangre.
Su aliento me hace cosquillas en el pezón, lo que hace que se ponga duro, y su pecho me aprieta
el costado, sin que su camisa pueda ocultar su plenitud.
El sudor me recorre la frente y no sé cómo voy a sobrevivir esta noche.
Maldito infierno.
Creía que conocía la tortura. Creía que conocía el dolor.
Ahora me doy cuenta de que no sabía nada. No hasta que robé a mi Bianca.
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Lucho por no reírme mientras miro la cara de Fernando mientras duerme. Incluso cuando duerme,
parece tan serio. Sus cejas se fruncen y se desarrugan. Pero lo que más me gusta es que me abraza.
Me mantiene pegada a él. No es que sea difícil, ya que me aferro a él.
Ya me he pasado cinco minutos absorbiéndolo. Es agradable tener la oportunidad de mirarlo sin
que desvíe la mirada o se mueva para darme el lado de su cara. Cohibido no es una palabra que
hubiera pensado cuando escuché las historias de Butcher. Pero creo que conmigo, Fernando puede
ser un poco así. Toda mi vida me han mirado fijamente y me han dicho que era linda. Creo que a
Fernando lo han mirado fijamente, y en esas miradas lo único que ha visto es miedo o asco. Esas
cosas hacen mella en una persona después de un tiempo.
Tengo la sensación de que está esperando a que diga algo que pueda herirlo, y es por eso que a
menudo aparta la mirada. Lo cual es una locura. No puedo ni imaginarme que piense que yo, la
pequeña Bianca, pueda herir a Butcher.
Creo que por fin me estoy haciendo a la idea de que Butcher y Fernando son la misma persona. Y
cuanto más lo acepta mi mente, menos me molesta. En todo caso, me siento un poco poderosa. Lo
cual es agradable, ya que durante mucho tiempo he estado bajo el control de alguien. Es nuevo
tener un poco de control.
No me malinterpretes: creo que Fernando quiere quedarse conmigo. Pero no creo que quiera
controlarme. De hecho, aunque sea terrible pensarlo, estoy bastante segura de que Butcher podría
estar realmente bajo mi control.
Qué concepto tan extraño. No es que lo quiera ahí. No quiero controlarlo, pero el miedo que
siempre me rodea ha desaparecido. Es extraño, teniendo en cuenta que estoy en la cama con un
hombre que la mayoría consideraría depravado y mortal. Sin embargo, esa es la cuestión: no es así
conmigo. El miedo es lo último que siento cuando él está cerca. Pero admito que compadezco a
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cualquiera que intente entrar aquí y causarnos daño a cualquiera de los dos. Esa es la única vez
que creo que no sería capaz de hacer retroceder a Fernando.
Aunque pueda ser dulce conmigo, sé que Butcher sigue ahí merodeando bajo la superficie.
Esperando que alguien se pase de la raya. Es parte de él, y sé que si realmente quiero tener una
relación con Fernando, también tendré que aceptar a Butcher. Solo que no estoy segura de cómo
hacerlo o de demostrarle que podría hacerlo.
Recorro con mi dedo su pecho. Se tensa bajo mi contacto durante un segundo antes de relajarse.
No me pasa desapercibido que las pequeñas cicatrices persisten en diferentes lugares. Estoy
bastante segura de que tiene un agujero de bala en el hombro. El hombre es realmente un guerrero.
—Bianca. — suspira mi nombre.
Me deslizo sobre él. No me detiene mientras le doy besos por el pecho y por abajo. Sus ojos se
abren y me observan mientras continúo. Puede que anoche estuviera un poco borracha, pero sabía
lo que estaba pidiendo. Hoy es un nuevo día y no hay razón para que me diga que no. De hecho,
no creo que sea una palabra que Fernando usaría a menudo conmigo. Me dijo que no volvería a
mentirme, y anoche me dijo que me dejaría ser o hacer lo que quisiera mientras no me pusiera en
peligro.
—No te gusta que te toquen, ¿verdad?—
No está acostumbrado, pero pienso rectificar eso.
—Me encanta que me toques.—
— ¿Por qué?—
—No lo sé. Tu toque es suave y dulce. No hay ninguna intención detrás—
Eso sí que despierta mi curiosidad. — ¿Qué quieres decir?—
— ¿Es algo de lo que realmente quieres hablar? ¿De mí con otra mujer?— Mis uñas se hunden en
su pecho.
Las retiró rápidamente, sin intención de hacerlo. —Lo siento—-
—No lo sientas. Disfruto de todas tus caricias. Rasguñame dulzura—
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—Bien, dime. — suelto. —Quiero conocer a todas las de la lista. Verás, conozco a un hombre con
una serie de habilidades muy mortíferas, y podría hacer que las eliminaran todas. — Trato de
quitarle importancia aunque los celos me comen viva.
—No hay lista, dulzura, ni creo que tú tampoco crearías una. No está en tu naturaleza—
—Puede que sí. — respondo. Estoy descubriendo que soy bastante posesiva con Fernando. No he
conseguido que muchas cosas en mi vida sean solo mías.
—Las mujeres que se me han insinuado, como podría llamarse, lo hacen porque quieren algo duro.
Creen que puedo dárselo. No se trata de quererme a mí. Se trata de que quieren lo que creen que
les voy a hacer— Una frialdad persiste en su mirada.
—Se equivocan. Creo que si tuviéramos sexo, serías dulce y cariñoso—
—Contigo lo sería. — asiente.
Ladeo la cabeza hacia un lado, aún más confundida. —¿Pero con otras?—
—No hay otras. No quiero darles lo que quieren, ni quiero que nadie me toque—
Abro y cierro la boca mientras caigo en la cuenta de lo que Fernando me está diciendo. Realmente
podría ser todo mío. Solo mío.
— ¿Entonces puedo hacer lo que quiera?— empiezo a besar más abajo, hasta llegar a sus
calzoncillos. Su dura polla está presionando contra el material, queriendo salir.
—Puedes hacerme lo que quieras, dulzura—
Le agarro los calzoncillos y tiró de ellos hacia abajo, lo que hace que su polla se libere. Jadeo ante
su enorme tamaño, pero eso no me impide rodear su base con la mano. Una pequeña gota de semen
sale de la punta.
Un sonido gutural proviene de Fernando, lo que me deja helada. — ¿Te duele?—
—No de la manera que crees—
— ¿Necesitas liberarte?— Me relamo los labios. — ¿Me necesitas?—
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—Siempre. — Gime mientras envuelvo mi boca alrededor de la cabeza de su polla, dándole a
Fernando lo que necesita. No se trata de una mamada. Se trata de demostrarle que quiero tocarlo
no solo por mí, sino porque quiero complacerlo y amarlo.
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Su boca es cálida y húmeda, su mano agarra perfectamente mi pene mientras me saborea.
Gruño, mi cuerpo se tensa, mis caderas me exigen que empuje hacia sus labios. Pero no lo hago.
Me obligo a quedarme quieto y a ver cómo me conoce, cómo su lengua explora mi polla y vuelve
a subir.
—Es suave por fuera pero muy dura por dentro. — se mete la cabeza en la boca.
Gimo y me agarro a las mantas, apretándolas para no agarrar su pelo y follarme su boca.
Me lame la cabeza como si fuera una paleta, y juro que casi levito de la puta cama. — ¿Así?— Lo
hace de nuevo.
—Sí. — Apenas puedo formar la palabra.
Me lame una y otra vez, luego me lleva en su boca hasta donde puede.
Gruño más fuerte, y hay una maldita lucha a muerte dentro de mí entre mis ganas de correrme en
su boca y mi necesidad de ser paciente. Inhalo profundamente por la boca, lo suelto por la nariz y
mantengo la mirada fija en ella. Aunque eso solo me pone más caliente y me acerca al límite,
descubro que no puedo apartar la vista de ella, no cuando su perfecta boca está llena de mi gorda
polla.
Se aparta y la mira. —No creo que pueda metérmela toda en la boca, pero puedo intentarlo. —
Vuelve a bajar, y cuando mi polla llega al fondo de su garganta, mis caderas se mueven por sí
solas.
Página
62
Tiene una pequeña arcada y se retira. Se le humedecen los ojos y una sola lágrima recorre su
mejilla mientras me introduce de nuevo en su boca. Es lo más erótico que he visto nunca, mi
dulzura con lágrimas en las mejillas mientras me chupa la polla.
Me obligo a respirar, a aguantar mientras recorre con su lengua mi longitud y luego empieza a
mover la cabeza, acariciando mi polla a lo largo del paladar y más allá de su garganta.
Cuando agarra el ritmo, observo cómo me mira y sigue, con la boca pegada a mi polla mientras
sube y baja. Cada vez más rápido, su mano trabajando mientras deliciosos sonidos de sorbos
escapan de su boca. No se detiene, y entonces noto que abre más las piernas, que su húmedo coño
se frota contra mi rodilla mientras se restriega sobre mí.
Levanto la rodilla, presionando contra ella mientras la cabalga, su boca se vuelve más salvaje en
mi polla mientras persigue su propio orgasmo.
Mi cuerpo ya está enroscado y no durará. No cuando me frota su coño caliente mientras me chupa,
ahuecando las mejillas mientras mantiene su mirada en la mía.
Respiró con fuerza, pero no puedo detener lo que viene.
— ¡Dulzura!— Intentó tirar de mis caderas hacia abajo, pero me mantiene en su boca mientras me
corro.
Gimo, mi cuerpo se pone rígido mientras me corro en su boca caliente, su lengua lame mi piel
mientras empieza a gemir, sus movimientos son más lentos, más profundos, su cuerpo se complace
mientras se traga mi semilla.
Grita en torno a mi polla y vuelve a metérsela en la boca, lamiéndola hasta dejarla limpia, mientras
su cuerpo ralentiza por fin sus febriles movimientos y se vuelve lánguido, sus caderas se detienen.
Me agarro a ella y la subo por mi cuerpo hasta que estamos cara a cara. Luego continúo,
levantándola.
— ¿Qué estás... ¡oh!?—
Le lamo el coño, luego le agarro el culo y se lo abro de par en par, chupando su piel húmeda y
devorando cada pedacito de su dulzura.
— ¡Fernando!— Se agarra al cabecero mientras aprieto su coño contra mi cara y le meto la lengua.
Página
63
Se arquea y sus tetas sobresalen por encima de mí. Levanto la mano y le tomo uno, luego le aprieto
el duro pezón mientras la lamo desde su agujero hasta su clítoris. Lo siento en mi lengua, el
pequeño punto. No me detengo. Me concentro en él, lamiéndolo una y otra vez con la parte ancha
de mi lengua hasta que las caderas de Bianca se mueven a mi ritmo.
Estoy en el puto cielo. Está montando mi cara, con su teta en una de mis manos y su culo en la
otra. Quiero vivir así, morir así, no dejar nunca de chupar su coño. Su clítoris reclama toda mi
atención, así que se la doy. Lo chupo entre los labios, lo pellizco con los dientes y vuelvo a azotarlo
con la lengua.
Se arquea, todo su cuerpo se tensa. Cuando deslizo un dedo por su culo hasta su húmedo coño,
maúlla. Es entonces cuando se destroza, su coño aprieta mi dedo mientras continúo lamiéndola,
tragando sus jugos y lamiendo su coño hasta que deja de frotarse, deja de perseguir. Pero no quiero
parar. Quiero otro orgasmo de ella, luego otro, luego más. Quiero todo lo que tiene.
Se estremece y se aparta. —Estoy demasiado sensible. — Se retuerce.
—Tienes razón. — Me inclino hacia delante y vuelvo a lamerla.
— ¡Fernando! — jadea.
Saco mi dedo de su coño chorreante y lo deslizó por su culo.
Sus ojos se abren de par en par. —No puedes…—
—Lo haré. — le sonrío, con la cara mojada por sus jugos. —Voy a tener todo de ti, Bianca. No
puedo parar.— La deslizo por mi cuerpo y la apoyo sobre mi dolorida polla.
Siseo cuando siento su calor, su humedad.
Apoya las palmas de las manos en mi pecho, sus ojos en los míos. — ¿Todo de mí?— Mueve un
poco las caderas, lo suficiente para que mi cerebro se vuelva loco.
—Hasta la última gota. — La deslizó más abajo y casi me muero cuando siento la cabeza de mi
polla rozando su apretada entrada.
—Quizá sea eso lo que quiero. — Mueve sus caderas de nuevo, deslizándome dentro de ella solo
un poco.
Página
64
Me muerdo la mejilla para no gritar de placer.
—Tal vez te atraje a esto. Tal vez soy una trampa para el gran Butcher malo. — Se sienta y se
agarra los pechos, ofreciéndome un maldito festín para los ojos mientras se pellizca los pezones.
—Una tentadora enviada para ponerte de rodillas. — El brillo de sus ojos revela una naturaleza
traviesa que ha ocultado a todo el mundo, excepto a mí. Me encanta.
—Si ese es tu trabajo, entonces eres una maldita experta, dulzura. Necesitas un ascenso. — Me
deslizo un poco más dentro de ella, con mi polla deseando llegar más profundo, para tomarla toda.
Se estremece un poco.
Es entonces cuando me detengo. Es cuando me doy cuenta de que no puedo hacer esto. No si eso
significa lastimarla.
La agarró de los brazos y la quitó de encima.
— ¿Qué pasa?— chilla cuando me pongo de lado y reclamó su boca, su cuerpo pegado al mío,
aunque ya no corro el riesgo de hacerle daño.
El alivio me invade. Nunca le haré daño. ¿A todos los demás? Claro. ¿Pero a Bianca? No. Nunca
le haré daño a mi Bianca.
Página
65
— ¿Tienes hambre?— pregunta Fernando. Estoy sentada en la isla de la cocina con los brazos
cruzados sobre el pecho. Sé que estoy haciendo un puchero, pero no me importa.
—No.
Me mira fijamente, sin creerme ni un segundo. Entonces mi estómago va y gruñe y me delata.
Traidor.
—Haré algo para ti.—
—Puedes hacer lo que quieras. No significa que me lo vaya a comer. — Fernando ladea la cabeza.
La absoluta confusión en su cara me haría enojar si no fuera tan adorable. Realmente no tiene ni
idea de qué hacer conmigo.
— ¿Quieres que te coma el coño otra vez?—
Me quedo con la boca abierta. La cierro rápidamente.
—No. — ¡Sí! Grita mi mente.
—Lo has disfrutado—
—Nunca dije que no lo hiciera. — respondo con brusquedad. Las cejas de Fernando se juntan. La
culpa me atormenta cuando veo una expresión casi de derrota en su rostro.
— ¿Estás molesta conmigo?—
Página
66
—Capitán Obvio por aquí. — Realmente me estoy comportando como una malcriada, pero no
puedo evitarlo. Mi hermana me diría que mi enojo es realmente tristeza. Ese enojo es más fácil de
manejar.
—Dulzura, por favor, dime qué he hecho mal. — Apoya sus grandes manos en la isla. Solo puedo
pensar en dónde estaban esos dedos hace una hora. Aprieto los muslos.
—Deberías saberlo. No debería tener que decírtelo—
—Normalmente, torturaría esa información a un individuo.—
—Dame tu mejor golpe, grandulón. — Sonrío, sabiendo que no va a lastimarme ni un pelo de la
cabeza.
—No me gusta esto. — Ahora cruza los brazos sobre el pecho. Nos miramos fijamente al otro lado
de la isla de la cocina, y me pregunto quién ganará.
— ¡Maldita sea!— resoplo cuando parpadeo.
— ¿Qué? ¿Ha pasado algo?— Se apresura a rodear la isla de la cocina para ver si estoy bien.
—Estábamos teniendo un concurso de miradas, y he perdido—
— ¿Estábamos?— Vuelve a tener esa adorable expresión de confusión en la cara. ¿Cómo se supone
que voy a seguir enojada con él si me sigue mirando así?
—Parpadee. Por lo tanto, perdí—
—Lo haremos de nuevo. — Me toma de la barbilla para girar mi cara y mirarlo a los ojos. Se fijan,
y un segundo después, parpadea. Me resisto a reír, pero pierdo. ¿Qué voy a hacer con este hombre?
— ¡No me hagas reír! Estoy enojada contigo. — Le quito la mano de encima.
—Sé lo que es esto. Carina tiene hambre todo el tiempo. Debería darte de comer. — Se dirige a la
nevera y empieza a preparar el desayuno.
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  • 2. Página 1 Esta traducción tiene como fin acercar a lectores de habla hispana, aquellas autoras que no llegan a nuestros países. Es una traducción sin fine de lucro. El Staff de MAKTUB o SOTELO BY K. CROSS no recibe ninguna compensación económica por su participación en esta traducción. NO COMPARTAS screenshots de esta u otras traducciones en redes sociales o Wattpad. Sin más que decir. ¡Les deseamos buena lectura!
  • 4. Página 3 Butcher. Mi apodo no es realmente un apodo. Es una vocación. Una identidad con la que nací y que forma parte de mí tanto como mi corazón o mi hígado. Soy violento, sin remordimientos, y me encanta causar dolor. Nunca me he disculpado por mi naturaleza. Nunca sentí la necesidad de hacerlo... hasta que vi a Bianca. Cuando la vislumbré, algo dentro de mí cambió. Antes de saber lo que estaba haciendo, la secuestré y la robé. Una vez que la tengo, me doy cuenta de que no tengo ni idea de qué hacer con una chica joven e inocente. Y por primera vez en mi vida, no quiero causar dolor. No quiero hacerle daño. Todo lo que quiero hacer es lo único que no sé cómo hacer: quiero amarla. Nota de MINK: Toma a tu amigo peludo y un café caliente para esta historia de amor inesperado.
  • 5. Página 4 — ¿Crees que puedo llamar a mi hermana? Se preocupará. — Bianca se sienta en la cama, sus grandes ojos me siguen mientras paso frente a ella. —No. — No puedo hacer eso. Yo... ¡Joder, ni siquiera sé lo que estoy haciendo! Algo dentro de mí se rompió cuando vi a Bianca hablando con su hermana, Angelica, a través de Skype. Es como si me hubiera metido en este jodido espacio mental y no hubiera podido salir. Salí de la casa de Antonio y Angelica como un poseso, y no paré hasta llegar al complejo de los Larone. Entonces entré, tomé a Bianca Larone y la robé. Ahora la tengo atrapada en mi casa de seguridad, la que está en las colinas, lejos de la ciudad. Antonio me ha estado llamando, enviando mensajes de texto, haciendo todo menos enviar una maldita paloma. Pero no me importa. Tengo problemas más grandes: la mujer sentada en mi cama. Sigue mirándome fijamente. Debería hacerme sentir incómodo. Pero no lo hago. El calor recorre mi piel y tensa mis músculos. Mi polla está casi dolorosamente dura y pasearme de un lado a otro no ha servido para restablecer el flujo sanguíneo a mi cerebro. La he cagado. La miro. No, la he cagado de verdad. Bianca Larone debería estar a salvo en su casa, esperando su boda con uno de esos Frangiones imbéciles. Pero en el momento en que tengo ese pensamiento, la rabia hierve en mi sangre, y tengo que respirar hondo para no hacer un agujero en la pared. —Tú... pareces alterado. — dice en voz baja. — ¿Estás bien?— Me detengo y me restriego una mano por la cara. ¿Por qué esta inocente y perfecta mujer se preocupa por mí? Soy un maldito monstruo, y me gusta ser así. No tengo derecho a hacer lo que hice. No tengo nada que hacer con esta diosa de las curvas. Debería devolverla. Tal vez eso evite
  • 6. Página 5 que el martillo caiga sobre Antonio y caerá. Una vez que Constantine Larone se dé cuenta de que fui yo quien le robó a su preciada hija, irá por Antonio y querrá sangre. —Estoy tan jodido. — Me pongo las manos en la cintura y me inclino hacia atrás, dejando escapar un profundo suspiro. Ella se mueve, bajándose la falda para cubrirse las rodillas. —Si quieres que mi padre pague mi rescate, probablemente deberías hacer fotos o grabarme diciendo que estoy viva y la hora. Querrá una prueba de vida antes de pagarte.— Me doy la vuelta y la miro. Parpadea varias veces mientras me asimila. Soy un gigante. Voy al gimnasio todos los días para mantenerme así. Cuando hago daño a algún imbécil de la mafia que cree que puede cruzarse conmigo y con los míos, quiero que tiemble de miedo y se orine encima cuando me vea ir por él. Pero cuando veo que se inclina un poco hacia atrás, me hace desear por primera vez no ser tan corpulento. Pero, de nuevo, esto es lo que soy. Soy Butcher (el carnicero) y no puedo cambiar ese hecho. No quiero hacerlo. Pero lo que sí quiero es entender por qué diablos he secuestrado a Bianca Larone, la he traído a mi casa de seguridad y la he sentado en mi cama. Arqueo una ceja. — ¿Por qué no estás gritando pidiendo ayuda?— — ¿Qué?— saca la lengua y se moja el regordete labio inferior. Me encojo de hombros. —Generalmente, cuando tengo a alguien en mis garras — hago un gesto hacia ella —como tú ahora, empiezan a gritar para que alguien venga a salvarlos. Tú no estás gritando. ¿Por qué? Sus cejas claras se juntan mientras lo piensa, luego levanta un hombro en un encogimiento de hombros. —Supongo que es porque no tengo miedo.— Nunca trabajo de espaldas. Nunca me falta una ocurrencia inteligente o un cuchillo en las tripas de alguien. Pero esta vez, esta vez no tengo ni puta idea de qué decir. ¿Ella no me tiene miedo? Todo el mundo me tiene miedo. Debe estar mintiendo.
  • 7. Página 6 — ¿Estás tratando de jugar juegos mentales, Bianca?— — ¿Juegos mentales?— sacude la cabeza. —Tendrás que hablar con mi padre si quieres juegos mentales. Son su especialidad.— Me acerco a ella. Sus ojos se abren un poco, pero no se aparta. Joder, ¿por qué eso me complace a niveles que ni siquiera sabía que existían? — ¿Cuál es tu especialidad, Bianca?— La miró de arriba a abajo: los ojos de ciervo, la piel aceitunada, el cuello delicado. Es la mujer más hermosa que he visto nunca y también la más frágil. Podría romperla en mis manos lo mismo que romper una ramita. Joder, ese pensamiento es aleccionador. Me alejo de ella. Ladea la cabeza como si estuviera confundida, pero responde: —No tengo una especialidad. Se supone que solo tengo que estar bonita, ser obediente y casarme con quien me diga mi padre. — Su tono se torna amargo a medida que avanza. — ¿Supongo que eso no es lo que quieres ser?— —No— — ¿Entonces qué quieres?— Traga con fuerza. —Nadie me había preguntado eso antes. Bueno, nadie excepto Angelica. Pero ciertamente no un hombre, y absolutamente no mi padre. A él no le importa lo que quiero. Nunca le ha importado. Tampoco a mamá. — Finalmente deja de mirar, sus ojos se dirigen al suelo de madera a mis pies. —Es porque no les importa. Durante mucho tiempo esperé que les importara, pero luego descubrí que querían que me casara con un Frangione. — Sacude la cabeza lentamente. —La familia más cruel de todas, lo peor de lo peor, y me van a vender a ellos, para convertirme en una yegua de cría para esa gente horrible. — solloza. —Así que si exiges un gran rescate, lo pagarán. No quieren estropear su trato con los Frangiones. No tienes que hacerme daño ni amenazarlos. Les será fácil conseguir tu dinero. Luego me casarán como he dicho— Esta vez, cuando me acerco a ella, me arriesgo y extiendo la mano para acariciar su mejilla. —Por encima de mi puto cadáver—
  • 8. Página 7 Lentamente, extiende su mano. Creo que espera que me aleje, pero no lo hago. ¿Me tiene miedo? Su dedo acaricia suavemente mi mejilla. Me inclino hacia su contacto. No recuerdo la última vez que alguien me tocó tan suavemente. No desde que mi hermana se casó y se alejó de mi vida. Ella era la única persona que me protegía. Por alguna razón, todo el mundo siempre pensó que yo era la más preciada de las dos. Estaban muy equivocados. Mi hermana no solo es hermosa, es valiente. Soy once meses mayor que ella, pero siempre es ella la que me cuida, no al revés. Nunca había estado más asustada que cuando se fue. Ni siquiera cuando este hombre descomunal irrumpió en mi habitación y me agarró. Ni siquiera me había molestado en luchar contra él. Sabía que era inútil. Solo acabaría haciéndome más daño. También estaba un poco en shock. Sobre todo cuando me sacó y vi a algunos de los hombres de mi padre muertos en el suelo y degollados. Había tanta sangre que empapaba las alfombras. Se limitó a pasar por encima de ellos o a rodear los cuerpos como si no fuera gran cosa. Angelica habría luchado. Habría pateado, arañado y gritado al menos. Si hubiera estado ahí, incluso se habría tirado delante de mí. Es una protectora, y no sé por qué, pero mientras miro fijamente al hombre que se cierne sobre mí, pienso que él también podría serlo. Incluso cuando me colocó en el maletero del coche, lo hizo con cuidado. Podría haberme metido sin tener en cuenta mi bienestar. Nada de lo que ha hecho hasta ahora me ha dado una razón para temerle de verdad. Giro la cabeza y su dedo me toca la comisura de los labios. Da un salto hacia atrás. Juro que la casa tiembla cuando cae de pie. —No hagas eso. — aprieta los dientes. No sé si está fascinado por mí o molesto. Sus ojos se detienen en mí. Lo han hecho desde que me colocó en la cama. He notado que intenta no mirar hacia mí, pero no lo consigue.
  • 9. Página 8 Angelica a menudo bromeaba diciendo que yo era una sirena. Que atraía las miradas de todos hacia mí. No me había dado cuenta hasta que ella lo señaló. Tenía razón, y lo odiaba. La sensación de tener a los hombres de mi padre siempre mirándome me ponía los pelos de punta. Había empeorado después de que Angelica se fuera, pero afortunadamente habían mantenido las distancias. No estoy segura de sí era por miedo a mi padre o a mi futuro esposo. Lo que sí sé es que si no me presentaba virgen habría un infierno que pagar. Pero con este hombre corpulento, encuentro que es un poco adorable que esté tratando de no mirar. Que solo roba miradas. — ¿Hacer qué?— Me relamo los labios. Sus ojos caen sobre ellos. —Eso. — dice con fuerza. — ¿Lamerme los labios?— lo hago de nuevo. —Ahora que lo has dicho, es lo único en lo que puedo pensar. — Mi lengua vuelve a salir para mojarlos. Gruñe y se gira para ofrecerme su amplia espalda. Me pican los dedos por recorrerla. He visto entrar y salir a muchos hombres de la casa de mi padre, pero ninguno ha sido tan grande como él. Seguro que la gente también se queda mirando. Me doy cuenta de que no puedo evitarlo. —Puedes mirarme fijamente. No me importa— Me mira por encima del hombro. Resoplo una carcajada. Me tapo la boca con la mano para no reírme más cuando me fulmina con la mirada. Parece adorable. Apuesto a que nadie lo ha descrito así antes. — ¿Cómo te llamas?— le pregunto. —Fernando. — Se da la vuelta para mirarme. — ¿A qué juegas aquí? — me pregunta de nuevo. —Tú eres el que me secuestró— —Sí, pero…— — ¿Has oído eso?— Me deslizo fuera de la cama. Me agarra por la cintura y me atrae hacia su cuerpo. Su mano me tapa la boca. Nos quedamos completamente quietos. Inclino la cabeza hacia atrás para intentar mirarlo. Su cabeza está inclinada hacia un lado, y creo que está escuchando el
  • 10. Página 9 sonido. Mi cuerpo se relaja en el suyo. Algo me presiona con fuerza en la espalda. Supongo que es su arma. — Meow.— — ¡Hmmm!— Intento hablar desde detrás de su mano. Empiezo a luchar para liberarme de su agarre. ¡Hay un gato! No es posible que espere que me quede callada cuando hay un bebé peludo cerca. —No hagas eso. — Me quita la mano de la boca. Sin embargo, la que me rodea por la cintura se queda envuelta en mí. — ¿Hacer qué?— Sigue diciendo eso. — ¿Respirar?— — Sigue respirando. — ordena. Me río, pero me detengo cuando oigo otro maullido. —Hay un gatito. — No sé por qué lo susurro, pero lo hago. —No te muevas. — Se suelta de mí y saca una pistola de la parte trasera de sus pantalones. Pensé que estaba en la parte delantera. Oh. El calor se apodera de mi cara cuando me doy cuenta de lo que me estaba clavando en la espalda. Fernando sale del dormitorio. Espero unos segundos antes de asomarme para ver el pasillo. Veo cómo abre lentamente la puerta, revelando un pequeño gatito de pie frente a él. — ¡Un gatito!— chilló, corriendo por el pasillo. —Te dije que te quedaras quieta. — Fernando se inclina y toma al gatito en su mano. Parece aún más pequeño en su mano gigante. Es la cosa más bonita que he visto en mi vida. Alargo la mano para acariciarlo. Fernando lo acerca a su pecho mientras cierra la puerta de una patada. —Es tan esponjoso. — Es blanco puro con los ojos más azules. — ¿Podemos quedarnos con él? — ¿Quedarnoslo?—
  • 11. Página 10 —No podemos dejarlo solo afuera. ¿Quién haría algo tan cruel?— Me mira fijamente, con las cejas fruncidas. La sospecha está escrita en su cara. —Por favor. — empiezo a suplicar. —Seré la mejor secuestrada de la historia. Lo prometo.— —Ya dijiste que lo harías— —Bueno, puedo empezar a ser mala. — Levantó la barbilla de la misma manera que he visto hacer a Angelica cuando estaba dispuesta a enfrentarse a cualquiera. —Ya lo estás haciendo. Te dije que te quedaras en el dormitorio.— — ¿Qué tal si me quedo en el dormitorio con el gatito?— Sugiero. Antes de que pueda responder, otro maullido llega desde el otro lado de la puerta. — ¡Otro!— Intento abrirla, pero Fernando me bloquea, entregándome el gatito. —Atrás. — me ordena. Hago lo que me dice y doy un paso atrás. Vuelve a abrir la puerta. Ahí está quien supongo que es la mamá con dos gatitos más. Sonrío. —Este es el mejor día de todos.—
  • 12. Página 11 Bianca está de rodillas acariciando a los gatitos mientras estos se arrastran unos sobre otros para llegar a ella. Su pelo castaño claro le cae en la cara y uno de ellos le da un manotazo. Se ríe y lo recoge. — Eres descarado. Me recuerdas a mi hermana. — Le da un beso en la nariz y se lo entrega a la gata madre. Luego me mira con sus ojos de ciervo. —Podemos quedarnos con ellos, ¿verdad?— ¿Quedarnos? No sé qué mierda estoy haciendo. Se hace más dolorosamente evidente con cada segundo que paso en su presencia. Nunca debí haberla robado. ¿En qué estaba pensando? Supongo que esa es la cuestión: no lo estaba. — ¿Verdad? — vuelve a preguntar. —Yo... — Le hago un gesto con la mano. Lo toma como un sí, porque chilla emocionada y abraza a uno de los gatitos. Deben de venir del viejo granero de la propiedad. No lo uso mucho, solo cuando necesito un lugar especialmente aislado para hacer mi trabajo sucio. Pero estos días, lo hago todo en casa de Antonio o en nuestro almacén. Hace más de un año que no he vuelto al granero. Miro alrededor de la casa, una antigua granja que reformé para convertirla en un hogar moderno con toda la tecnología para mantenerla segura. —Necesitarán comida, arena y juguetes. — me sonríe. —Muchos juguetes.— No es que pueda hacer magia con esas cosas de la nada. Tendré que ir a un lugar más cercano a la ciudad y encontrar una tienda de mascotas, pero eso significaría dejar a Bianca aquí sola. Solo de pensarlo se me revuelve algo en el pecho.
  • 13. Página 12 — ¿Qué pasa? — pregunta. — ¿Qué?— —Tienes una mirada extraña— —Nada— Deja al gatito junto a su madre y se pone en pie. —Vamos a una tienda de animales. Podemos conseguir todo lo que necesitamos.— La miro boquiabierto. —No puedes ir.— — ¿Por qué no?— pone las manos en las caderas. —Porque estas... Porque yo... — Siempre he sido un hombre de pocas palabras, pero esto se está volviendo jodidamente ridículo. Parece que no puedo formar una frase completa cuando me mira fijamente con esos ojos inocentes. — ¿Porque me has secuestrado y no quieres arriesgar tu rescate?— Pone los ojos en blanco. —Lo tendrás igual aunque me lleves a hacer unas compras. Es lo último que esperaría mi padre, de todos modos. Nunca me buscará en PetSmart(tienda de mascotas). Así que no te preocupes por conseguir tu paga.— Quiero decirle que me ha entendido mal, pero entonces tendría que decirle quién soy realmente. El Butcher. También tendría que intentar dar una explicación razonable de por qué la secuestré de repente sin un plan o un objetivo. Diablos, ni siquiera sé por qué lo hice, así que no hay manera de que pueda explicárselo a ella. Respiro profundamente y sopeso las opciones. —Vamos. —rebota sobre las puntas de sus pies. Supongo que no necesito sopesarlas después de todo. Esta pequeña mujer no acepta un no por respuesta. Es más parecida a su hermana de lo que cree. —Bien. Pero te quedas a mi lado. No te alejes. No hables con nadie. No te alejes de mi vista. Si gritas pidiendo ayuda o…—
  • 14. Página 13 Lanza un bufido incrédulo. —No voy a gritar pidiendo ayuda. No soy una idiota.— —No he dicho que lo seas— —Bien. — asiente. —Porque no lo soy. Quiero decir, no soy tan inteligente como Angelica, pero yo…— —Oye. — Me acerco a ella, y para mi alivio, de nuevo no se aleja de mí. —Eres muy inteligente. No digas lo contrario— —Ni siquiera me conoces. — levanta una ceja. —Quiero decir, aparte de las cosas básicas que un secuestrador sabe sobre su víctima, supongo. ¿Estudiaste sobre mí antes de ir a buscarme? Seguro que sí. Quiero decir, elegiste un buen objetivo para conseguir un rescate decente. Así que sí, debes haber estudiado— — ¿Estudiado?— Sacudo la cabeza lentamente. —No— —Bien, entonces aún puedo sorprenderte. —sonríe. —No creo que eso sea un problema. — El hecho de que esté aquí en mi casa es una sorpresa. El hecho de que no parezca tener miedo de mí, jodidamente, es la mayor sorpresa de todas. —Fernando, estás dando largas. Vamos. — me agarra de la mano. Me quedo helado. Nunca nadie me había tocado así. No con calidez y familiaridad. Ella no debería tocarme así en absoluto. No sabe si soy un psicópata o si pretendo hacerle daño. Está confiando en mí sin una buena razón. Si supiera quién soy realmente, correría gritando y haría todo lo posible por escapar. Mi reputación es lo suficientemente oscura como para haber llegado a sus oídos, estoy seguro. El Butcher es un cuento común entre la mafia de aquí; las madres lo utilizan incluso para asustar a sus hijos y hacer que se comporten. Pero yo no soy un cuento de hadas. Soy real, y disfruto derramando sangre si eso significa seguridad para mi familia elegida. Antonio y Gilly son como hermanos para mí y siempre nos hemos cubierto las espaldas el uno al otro, lo que hace aún más extraño que no haya devuelto ni una sola llamada o mensaje de texto de ellos desde que arrebaté a Bianca de la finca de los Larone. Estoy solo.
  • 15. Página 14 Me aprieta la mano, su calor recorre mi piel y hace que algo burbujee agradablemente en el fondo de mi cerebro. —Vamos, Fernando. No te preocupes tanto. No voy a intentar escapar. Me atraparías si lo hiciera— Claro que lo haría. Mi nombre en sus labios es todo lo que hace falta para que me mueva. Sé que es un riesgo estúpido, pero mi deseo de hacerla feliz prevalece sobre todas esas preocupaciones. Mi mente fría y calculadora no tiene el control en este momento. Alguna otra parte de mí lo está. Me da mucho miedo, pero cuando Bianca me sonríe con confianza en sus ojos, me doy cuenta de que vale la pena el riesgo. Ella vale el riesgo.
  • 16. Página 15 —Entonces, ¿me gusta volver al maletero?— pregunto. Estoy bastante segura de que no ver dónde estoy es una gran parte de un secuestro exitoso. —No. — gruñe. Me muerdo el interior de la mejilla para no reírme. Sus gruñidos de una sola palabra son adorables. —Ponte esto. — Me da un sombrero antes de recogerme el pelo. Por un momento, me pasa los dedos por él y me pregunto qué está haciendo. Luego me lo pone encima de la cabeza. Me pongo el sombrero para cubrirlo. A continuación, me cubre con un abrigo gigante. —Ya está— — ¿Seguro que no sobresalgo más, vestida así?— Creía que debía pasar desapercibida. — ¿Te has visto un espejo? Confía en mí. Esto llamará menos la atención— —De acuerdo. — Arrugó la nariz, no estoy segura de estar de acuerdo, pero da igual. Él es el secuestrador profesional aquí. Yo solo lo acompañó hasta que consiga el rescate de mi padre. Me pone la mano en la espalda y me guía hasta el coche. — ¡Espera! ¿No necesito una venda en los ojos ya que no voy a ir en el maletero?— —Está bien. — Me abre la puerta del pasajero. —Vaya, gracias. — digo antes de entrar y abrocharme el cinturón de seguridad. Fernando se desliza en el asiento del conductor. —Buena chica. — Señala con la cabeza mi cinturón de seguridad.
  • 17. Página 16 No sé por qué, pero sus elogios me calientan. Supongo que no es algo que esté acostumbrada a recibir. Está oscuro, así que no puedo distinguir mucho mientras Fernando conduce por un camino largo y ventoso que atraviesa un montón de árboles antes de que finalmente lleguemos a una calle. — ¿Crees que estarán bien?— Miro hacia atrás aunque ya no veo la casa, preocupada por los gatitos. —Estarán bien. Ponerlos en la bañera fue una buena idea. — De nuevo, un sentimiento cálido me invade. Pensé que si poníamos a los gatitos en la bañera tendrían que quedarse quietos, mientras que la mamá podría entrar y salir si lo necesitaba. También cerraríamos la puerta del baño para que estuviera cerca de sus bebés. Cuando nos fuimos, todos estaban en la manta que habíamos colocado en la bañera, alimentándose de ella. —Entonces... — Miro a mi alrededor, sin tener idea de dónde estamos, pero eso no es decir mucho ya que apenas salí de la casa de mi padre. Podríamos estar a diez millas de casa y no lo sabría. — ¿Secuestras a muchas chicas?— — ¿Chicas? No.— — ¿Entonces soy especial?— Me burlo. No responde. Supongo que no. — ¿Secuestras hombres?— Pregunto a continuación para llenar el silencio que se ha hecho. Lo miro. Aunque solo tengo una vista de su perfil lateral, puedo ver la tensión en su mandíbula. Sus ojos permanecen en la carretera. —Sí. — Responde finalmente después de unos segundos. Pero no estoy segura de sí está respondiendo a mi primera o segunda pregunta. O tal vez a las dos. — ¿Es un sí a la primera pregunta o a la segunda?— —A las dos.— —Me halaga ser la primera.—
  • 18. Página 17 Me echa un vistazo antes de volver a mirar la carretera. —Solo estoy bromeando— —No lo hago— — ¿Te ríes?— —No— — ¿Sonríes?— —No— — ¿Solo dices 'no'?— —No— Resoplo una carcajada. Juro que veo que sus labios se mueven. Me encanta que haya conseguido que haga eso. —Así que estaba pensando en mi secuestro. Quizá no tengas que pedirle un rescate a mi padre. El esposo de mi hermana, Antonio, podría pagar por mí. Creo que ella podría tenerlo envuelto en su dedo. — Levanto el meñique y lo muevo. Cuando hablé con ella antes, parecía tan enamorada. La forma en que hablaba de su esposo y de cómo la trataba... tenía que amarla. —No sabía que los hombres de este mundo pudieran amar a sus esposas.— —La familia Palermo atesora a sus mujeres— — ¿De verdad? ¿Por qué?— Me giro en mi asiento, queriendo saber por qué son tan diferentes. —Nada hace que un hombre sea más mortífero que pensar que alguien hará daño a la mujer que ama. Las mayores guerras se han librado por las mujeres. Creo que tu padre podría estar aprendiendo esa lección ahora— —No creo que ame a mi madre-
  • 19. Página 18 —No, pero está encaprichado con su amante. Las mujeres son astutas. Juegan el juego largo. Pueden ser tu mayor activo o tu más rápida perdición.— —Vaya, ¿realmente crees eso?— —Es lo que he visto en mi vida. A menudo las últimas palabras que pronuncian algunos hombres antes de morir son sobre una mujer. Pueden robar dinero y obtener poder, pero no puedes hacer que alguien te quiera o te ame y eso vuelve loco a un hombre. Especialmente a los que están acostumbrados a conseguir lo que quieren— —Parece que hablas por experiencia. — Me giro en mi asiento, sin importarme la idea de que Fernando suspire por alguna mujer. Puede que ya tenga una, pero no veo un anillo en su dedo. No es que los hombres los lleven siempre. —Hablo por lo que he visto. Nada más— — ¿No tienes una chica por ahí esperándote? Si fueras mío, no creo que me importara mucho la idea de que secuestraras a otras chicas.— —Nadie me está esperando, Bianca.— — ¿Nadie?— —Nadie que no quiera retorcerme el cuello.— —Claro. — me río. —Como si alguien pudiera retorcerte el cuello. — Levanto las manos. —Creo que ni siquiera podría rodear completamente tu cuello con mis manos.— Fernando me agarra una de las manos. —Tus manos no están hechas para eso. — Me acaricia con el pulgar. La aspereza de su tacto hace que mi cuerpo se encienda. Me he fijado en las cicatrices que cubren parte de sus brazos y en la que le atraviesa la ceja. También hay una debajo de la oreja, en el cuello, donde supongo que alguien cometió el error de intentar degollarlo. — ¿Y si mis manos estuvieran hechas para ti?— El coche da una brusca sacudida, pero Fernando lo corrige rápidamente. —Bianca, no tienes ni idea de lo que estás diciendo.—
  • 20. Página 19 —Solo es una idea. — Me encojo de hombros. —Podría ser tu esposa.— Sinceramente, me parece perfecto. No quiero casarme con la familia Frangione. ¿Y si me casara con otra persona? ¿Alguien especial que pudiera mantenerme a salvo? También, alguien que me guste. Fernando me intriga. También hace cosas en mi cuerpo que nadie más ha hecho. Ansío su tacto. También quiero tocarlo. Ver cuántas cicatrices se esconden bajo su camisa. Si ya estuviera casada, entonces los Frangiones no tendrían ningún derecho sobre mí. —Ya hemos llegado. — Fernando entra en el estacionamiento de una tienda de mascotas mientras no responde a mi pregunta. No creo que sea tan sirena como mi hermana cree que soy.
  • 21. Página 20 Intento que mi mente no dé vueltas mientras la paseo por la tienda de animales. Me da juguetes para gatos, golosinas, arena y otras cosas que equilibro fácilmente en mis brazos, pero lo que está completamente desequilibrado es mi cabeza. Ha mencionado el matrimonio. ¡Matrimonio! Y esa no es la parte que realmente me ha hecho caer de culo. No, es la sensación que me produjo cuando dijo las palabras. Debería haber querido huir lejos de esta situación. Quiero decir, no soy del tipo que se casa. Nunca lo he sido. Pero cuando ella lo dijo... se sintió... se sintió bien. Joder. Estoy demasiado metido. Demasiado profundo. La robé cuando debería haberla dejado en paz, y ahora cree que voy a pedirle un rescate a su padre. Por supuesto que no. Nunca dejaré que vuelva con Constantino Larone, no cuando él pretende casarla con el imbécil de los Frangione. —Pagaría, pero parece que he dejado la cartera en casa. — Me sonríe y me doy cuenta de que estamos en la caja registradora. —Mierda. — Busco la cartera y pago, el dependiente me mira con evidente miedo en los ojos mientras embolsa todos los juguetes y las golosinas. — ¡Todo esto les va a encantar!— Bianca toma uno de los palos con una pluma y lo agita. —No me importaría perseguir esto yo misma. Mira qué divertido— Agarro el resto de las compras y vuelvo al coche, guardándolas en el maletero. Cuando vuelvo a sentarme en el asiento del conductor, Bianca está charlando alegremente sobre los gatitos y sobre la suerte que hemos tenido de que la gata haya venido a mi casa.
  • 22. Página 21 Es tan cariñosa y cálida, todo su comportamiento se ilumina cuando habla de cómo quiere cuidar de los gatitos. Creo que nunca he querido cuidar de nadie ni de nada en toda mi vida. No hasta que la vi. Eso fue todo lo que hizo falta. Diablos, Gilly siempre me dijo que estaba loco. Tal vez tenga razón. Tal vez estoy fuera de mis cabales. — ¿Estás bien?— extiende la mano y toca mi antebrazo. — ¿Hmmm?— Se encoge de hombros. —Es que estás muy callado— —Siempre estoy callado— —Más o menos, pero no siempre haces esto… — Hace una cara que pone arrugas entre sus ojos y una mueca en sus labios. Una risa intenta salir de mis pulmones. — ¿Qué se supone que es eso?— —Tú. — dice con una voz más grave y gruñona. —Todo ceñudo y serio— Dios, ¿por qué tiene que ser tan adorable? Suspiro. —Soy un hombre serio, pero en este momento, parece que soy un serio desastre.— — ¿Qué?— deja de lado el acto de imitación. — ¡No lo eres!— Sacudo la cabeza. — ¡Lo estás haciendo muy bien!— Me aprieta el antebrazo. —Me has secuestrado y no te han atrapado. Eso es enorme. Y luego me has llevado a un lugar secreto, lo cual es perfecto para un secuestro. Ahora todo lo que tienes que hacer es pedir el rescate. — Su cara cae. — ¿Qué pasa?— Se encoge de hombros y se gira para mirar por la ventana. —Supongo que no quiero que se acabe tan pronto, eso es todo—
  • 23. Página 22 — ¿El secuestro?— —Sí. Sé que piensas que antes hablaba como una loca de casarme.— No es una locura. Lo que es una locura es que yo estaba interesado... y todavía lo estoy. Suspira y se echa hacia atrás. —Realmente no quiero casarme con un Frangione. He oído hablar de ellos. ¿Y tú?— Asiento. —Entonces ya lo sabes. Son horribles. No sé si sobreviviría siendo parte de su familia. Probablemente no, si te soy sincera. No tendría a nadie que me protegiera. Mi hermana ya está casada... — Su voz se interrumpe. —La echo mucho de menos. Cuando se marchó, fue como si dejara un agujero aquí. — Se golpea el pecho. —Como si me faltara un trozo de mí misma, ¿sabes?— No lo sé. Nunca he dejado que nadie se acerque tanto a mí. Ni siquiera Antonio y Gilly. Son como hermanos para mí, pero no siento que los haya dejado entrar del todo. No puedo. No cuando me los pueden quitar en un santiamén. Vivimos una vida peligrosa. Aunque, en general, soy el hombre más peligroso de cualquier habitación, hay muchos imbéciles por ahí a los que les encantaría cargarse a Antonio, a Gilly e incluso a mí. No me identifico exactamente con lo que está diciendo, pero puedo escuchar el dolor en su voz de todos modos. —Yo... imagino que cuando ella se fue, te diste cuenta de lo sola que estabas.— Asiente. —Sí. Y no había nadie que se interpusiera entre mi padre y yo, nadie que me defendiera. Angelica nunca dejaría que mi padre me casara con un Frangione, no sin una pelea. Se metió en muchas. Ella es fuerte, y yo…— —Eres suficiente, Bianca. — No puedo evitar tomar su mano entre las mías. —No dudes de ti misma porque seas diferente a tu hermana. La diferencia no es lo mismo que la debilidad.— Cuando me sonríe, mi frío corazón da un paso tartamudo, y tengo que mantener la vista en la carretera para no hacer ninguna estupidez. Algo como, por ejemplo, besarla. Porque maldita sea, quiero tomar su boca, sentir lo suave que es, saborear su lengua y más. Mucho más. Porque soy
  • 24. Página 23 una bestia, y esta alma inocente a mi lado es un señuelo al que no puedo resistirme. Es como un pedazo de perfección brillante, y yo soy un cuervo que no puede mirar nada más. —Me gusta tu forma de pensar, Fernando. — Me aprieta los dedos. —Eres una persona muy positiva.— Eso finalmente me arranca una risa, el sonido oxidado por el desuso. — ¿Qué?— Sus cejas se levantan cuando giro hacia el carril que lleva a la casa. —Es que no creo que nadie se haya referido nunca a mí como ‘positivo’.— — ¿Nunca?— —Nunca. No. Soy todo menos eso.— —No creo que eso sea cierto. Creo que hay mucho más en ti de lo que dicen los demás. Y tal vez yo pueda verte mejor que la mayoría.— Si eso es cierto, entonces estoy jodido. Porque estoy tan podrido como vienen. Si Bianca supiera mi verdadero trabajo, se pondría en marcha y huiría muy, muy lejos de mí. Mi verdadero nombre puede ser Fernando, pero mi verdadera vocación es ser Butcher. Hago daño a los hombres malos por deporte, y lo disfruto. No soy la clase de persona con la que Bianca debería asociarse. Sin embargo, no parece que vaya a soltar su mano. De hecho, no sé si podré soltarla alguna vez, ¿y no es eso una jodida patada en los huevos?
  • 25. Página 24 — ¿Está bien si les pongo nombre?— le pregunto a Fernando, que está sentado en el sofá viéndome jugar con los gatitos. Me ayudó a delimitar una zona para ellos para que tuvieran más espacio para jugar sin que tuviéramos que preocuparnos por perderlos. —Si quieres. — Fernando ha estado un poco callado desde que volvimos. Creo que toda mi idea de matrimonio puede haber cambiado algo. No puedo evitar preguntarme qué tipo de chica le gustaría. Es un hombre de pocas palabras, así que no da mucho de sí sobre lo que le gusta o no le gusta. Es un hombre grande, así que estoy segura de que querría una chica con más curvas. Yo tengo algunas, pero no son nada en comparación con Angelica. Papá siempre la llamaba gordita, pero yo no la veía así. Deseaba que mi ropa me quedara como la suya la abrazaba a ella. —Quizá no debería ponerles nombre. — Uno de los gatitos persigue el ratón en el extremo de la cuerda mientras lo muevo por el suelo. Los otros dos gatitos se alimentan de su mamá. — ¿Por qué no? — gruñe. —Me voy a encariñar.— — ¿No quieres encariñarte?— —Es mejor no hacerlo. Duele menos cuando alguien te lo quita y siempre te lo quitan o, peor, lo usan en tu contra. — Esa ha sido la historia de toda mi vida creciendo en la familia Larone. —Son tus gatitos. Nadie te los quitará. — Su tono es duro, desafiando a que alguien lo desafíe en esto.
  • 26. Página 25 Levantó la vista y lo veo de pie con los brazos cruzados sobre el pecho. Parece muy serio, como si fuera a montar guardia para protegernos de cualquiera que se atreva a entrar e intentar llevarnos. —Eres adorable. — Me río. — ¿Adorable?— Su expresión se convierte en una de confusión, lo que solo la hace más cierta. —Cuando llegue el momento de irme, no podré llevarlos conmigo. Incluso si mi nuevo esposo lo aprobara, apuesto a que los utilizaría de alguna manera como herramienta contra mí. No quiero que corran ningún peligro. — Me pongo en pie de un salto. — ¿Tal vez podrías llevárselos a mi hermana?— Sé que ella los mantendrá fuera de peligro. —No me los voy a llevar a ningún sitio. Son tus gatitos. Ponles nombre.— — ¿Es una orden?— Lucho contra una sonrisa, pero estoy segura de que estoy perdiendo. —Lo es.— —De acuerdo, bien porque ya he elegido los nombres— Aplaudo con entusiasmo. —Como son todas chicas, estaba pensando en Patria, Minerva y María.— —Las hermanas Mirabal.— — ¿Conoces su historia?— Asiente. —Me sorprende un poco que la conozcas. Tengo entendido que su padre no les permitió ir a la escuela. — Definitivamente ha hecho sus deberes sobre mí. —No lo hizo, pero Angelica y yo leíamos todo lo que caía en nuestras manos. Eran valientes. Juntas lucharon por lo que era justo contra una dictadura aun sabiendo que podían morir.— —Sí murieron. — me recuerda. —Con honor. — Dejo caer la cabeza, una ola de emociones me golpea con fuerza. Nunca me he defendido. La mano de Fernando se acerca a mi barbilla para levantarme la cabeza. —Debería luchar. No puedo casarme con ese hombre. Traer a sus hijos al mundo—
  • 27. Página 26 —No te vas a casar con un Frangione. — Deja caer su mano de mi barbilla, y echo de menos su tacto inmediatamente. — ¿Por qué? ¿No van a pagar el rescate?— Sé que esto suena ridículo porque estoy secuestrada, pero una chispa de esperanza florece dentro de mí de que no me iré pronto. —No pueden pagarlo— Arrugó la nariz en señal de confusión. — ¿De verdad?— Debería alegrarme, pero entonces, ¿qué pasará conmigo? Por mucho que odie a mi padre, ¿soy tan fácilmente desechable? — ¿Puedes pedirle un rescate a Antonio?— Ya lo había sugerido antes, pero él no había respondido a la idea. — ¿Cómo vas a llamar a la madre?— Vuelve a cambiar de tema. —Estaba pensando en Mirabal— —Me gusta— Su elogio me hace sonreír tanto que me duelen las mejillas. — ¿Te han dicho alguna vez que eres el mejor secuestrador?— —No los secuestrados— —Oh, ¿solo la gente a la que secuestras?— No puedo evitar burlarme de él. —Algo así. — refunfuña. — ¿Así que trabajas para cierta familia? ¿Cuál?— No responde. — ¿Te gusta la familia para la que trabajas?— Si no le gusta, tal vez pueda convencerlo de que deje todo esto. Aunque eso podría significar su muerte. Seguro que tiene algún contrato que cumplir. No tomo a Fernando como un hombre que es la cabeza de una gran familia. No, es un hombre de pocas palabras y fuerza bruta. Hace las cosas que hay que hacer o manejar. Apuesto a que es muy valioso para alguna familia por ahí. Cuando habíamos estado en la tienda, la gente prácticamente huía de cualquier pasillo en
  • 28. Página 27 el que entráramos. A Fernando no le había molestado, pero a mí sí. La gente lo trata de forma diferente sin saber el dulce caballero que es en realidad. —No me lo vas a decir, ¿verdad?— Es extraño. Algunas preguntas las responde fácilmente, mientras que otras las evita por completo. —Todavía no.— —Bien. — Me enojo. Ya ha dicho que no me entregará a los Frangiones, pero si me devuelve a mi padre, sería lo mismo que entregarme a ellos. Se me revuelve el estómago al pensar en volver ahí. Sé que no he estado fuera mucho tiempo, pero todo es tan diferente aquí. No puedo volver. Le dije a Fernando que sería la secuestrada perfecta, pero ya no estoy tan segura de ello. Me ha dado demasiada libertad. Una muestra de algo que nunca he tenido antes. Otro plan empieza a formarse en mi cabeza. Puede que Fernando no quiera casarse conmigo, pero he captado algunas de las miradas que me ha lanzado. Recuerdo su erección presionando mi espalda. Debe tener algún tipo de deseo por mí, aunque sea pequeño. ¿Y si pudiera hacer que se enamorara de mí? —Fernando, ¿puedo pedirte una cosa más?— —Sí. — Oh, por fin un sí por una vez. —Quiero elegir algo para mí. Para que no me lo quiten— Me acerco a él y pongo mis manos en su pecho. Se tensa bajo mi contacto. No sé si eso es bueno o malo. Me relamo los labios. — ¿Quieres besarme?—
  • 29. Página 28 ¿Un beso? Me sudan las palmas de las manos, mi mente da vueltas de repente. Me han pedido piedad, un indulto, una muerte rápida, pero nunca me han pedido un beso. No creo que pueda hacerlo. Ni siquiera sé cómo hacerlo. Me mira, sus ojos de ciervo están expectantes mientras mira mi boca. Las palmas de sus manos en mi pecho me provocan oleadas de calor, y parece que no puedo apartarme de ella. Nadie me toca. No me gusta. Nunca me ha gustado. Sea cual sea la situación en la que me encuentre, soy yo quien lleva las riendas. Parte de ese control a muerte es que nadie se acerca lo suficiente como para tocarme. No lo permito. Los tengo atados y sangrando antes de que tengan la oportunidad de ponerme un dedo encima. Pero Bianca no es mi víctima habitual. No es una víctima en absoluto. De hecho, creo que soy yo el que está en peligro ahora mismo, no ella, porque cuando me toca, me vuelvo débil. Tan débil que haría cualquier cosa para mantener sus manos sobre mí, para que me siga mirando como si fuera alguien a quien amar en lugar de alguien a quien temer. El deseo que despierta en mí es peligroso, y es el tipo de debilidad cruda que he evitado toda mi vida. —No tienes por qué hacerlo. — dice suavemente, con su mirada todavía en mis labios, como un toque. Antes de que pueda pensarlo, antes de que pueda pensar en absoluto, me inclino y aprieto mis labios contra los suyos. Se le corta la respiración en la garganta y sus manos se enroscan en mi pecho.
  • 30. Página 29 Me alejo, con la incertidumbre floreciendo en mi mente, pero el deseo se impone y vuelvo a besarla. Esta vez con más fuerza, con mi lengua exigiendo que la pruebe. Abre la boca, un gemido contra mis labios, y la agarro por la cintura, atrayéndola contra mí mientras paso la lengua por sus labios. Es entonces cuando algo dentro de mí parece estallar, una necesidad como nunca había sentido que entra en mis venas más rápido que cualquier droga. Profundizo con mi lengua, saboreándola y sintiéndola mientras la aprieto contra mí, con mis manos ávidas de sentirla. Me rodea el cuello con las manos y la levantó, apoyándola contra la pared. Consigo un mejor ángulo y la chupo mientras me devuelve el beso, con su cuerpo deseando el mío de un modo primitivo que puedo sentir hasta el fondo de mis pelotas. Mi polla se aprieta contra su estómago, exigiendo mucho más que un simple beso. Le agarro el culo con una mano, palmeándolo y apretándolo mientras emite un sonido agudo en su garganta. Es cálida y deliciosa, su sabor es como el de una ciruela dulce que insinúa la acidez pero nunca llega a hacerlo. Podría besarla durante horas, podría explorar esta nueva sensación hasta que el mundo se acabara. Pero tengo que apartarme, tengo que dejarla respirar mientras la miro fijamente a los ojos. —Fernando. — Mi nombre sale de sus labios como una oración sacrílega, quiero oírlo otra vez, otra vez, y más fuerte, gritándolo mientras se corre en mi polla. La idea me pone aún más duro, y debe sentirlo porque se muerde el labio hinchado. No sé qué hacer, pero sé lo que quiero hacer. La beso de nuevo, robándole el aliento mientras la elevo más y aprieto mi polla contra su sexo. Se mueve conmigo, abriendo más las rodillas mientras mueve sus caderas conmigo. La sensación es diferente a todo lo que he sentido. Mucho mejor que mi mano. Tanto es así que no puedo dejar de imaginar lo que sentiría al penetrarla, al sentir el calor que percibo en su interior. Un gemido me arranca la idea, y tengo que retirarme y tragar aire. Es entonces cuando me doy cuenta de lo peligrosa que es realmente Bianca. Me ha pedido la única cosa que podría ponerme de rodillas. Nada más lo ha hecho. Pero fue por lo que se ha convertido rápidamente en mi debilidad más evidente: ella. No puedo negarla. Incluso ahora, sigue moviéndose contra mí, con su coño caliente a solo unos trozos de tela. Me pregunto a qué sabrá ahí.
  • 31. Página 30 Antes de darme cuenta de que lo estoy haciendo, deslizo mi mano dentro de sus pantalones y sus bragas y deslizo mis dedos por su coño. Jadea y mueve las caderas, con los ojos clavados en los míos. — ¿Así?— Acaricio su humedad. Asiente. — ¿Así?— Muevo mis dedos hacia abajo y los presiono dentro de ella, su coño húmedo está tan apretado que estrangula los dos dedos. Grita, arqueando la espalda. Beso su garganta, incapaz de resistirme a su piel mientras presiono mis dedos dentro y fuera de ella. —¿Aquí?— —Sí, por favor. —Se agarra a mis hombros y mueve sus caderas, follando con mis dedos mientras la sujeto contra la pared. Gruño, mi cuerpo está más excitado que nunca, y estoy completamente inundado por ella. No puedo esperar ni un segundo más, así que saco mis dedos de sus bragas y los hundo en mi boca, chupando su sabor y tragando el jugo de su dulce ciruela. Me mira, con los labios entreabiertos y los ojos desorbitados. —Tienes un sabor dulce. ¿Lo sabías?— pregunto y deslizo mis dedos en sus bragas una vez más. —N-no. — Gime mientras acaricio su carne húmeda y encuentro el pequeño nódulo de la parte superior. —Aquí. — La beso, compartiendo su sabor, y empiezo a acariciar su clítoris con movimientos giratorios. Se aprieta más contra mí mientras le chupo la lengua. No se contiene, su cuerpo toma lo que necesita y estoy encantado de dárselo. Quiero sentir cómo se corre, oír cómo suena cuando no puede controlarse. Joder, apenas puedo controlarme. Quiero sentir su calor desde adentro, pero primero necesito esto. Necesito observarla, aprenderla, asegurarme de que puedo darle el placer que se merece.
  • 32. Página 31 — ¡Fernando!— Jadea mientras muevo mis dedos más rápido sobre su clítoris hinchado. — Yo… yo…¡Fernando!— Se corre sobre mi mano, su cuerpo se tensa y se libera mientras grita mi nombre. Nunca he oído nada más erótico ni he visto nada más hermoso. Su orgasmo la atraviesa y yo introduzco mis dedos dentro de ella, sintiendo que su coño se contrae una y otra vez mientras uso mi pulgar para acariciar su clítoris. Traga aire, su cuerpo tiembla, finalmente se relaja mientras yo aflojo mis movimientos y saco mi mano de sus bragas. Me lamo de nuevo, saboreando su sabor, y luego la bajo lentamente al suelo, asegurándome de que siente cada centímetro de mi cuerpo en el camino. — ¿Ese es el beso que querías?— le pregunto. Me mira, con los ojos entrecerrados y brillantes. —Eso es... eso fue... eso fue más de lo que nunca creí posible. Soy una persona orgullosa por naturaleza, pero cuando ella dice eso, juro que mi polla crece dos tamaños más. La complací. He complacido a la mujer más hermosa que he visto. Nada puede compararse con esta sensación. Nada lo hará jamás. Me inclino para besarla de nuevo cuando oigo un fuerte golpe en la puerta de mi casa y una voz conocida que grita: — ¡Abre, hijo de puta!—
  • 33. Página 32 — ¡Oh, Dios!— Sé exactamente quién está al otro lado de esa puerta. Es mi hermana. Su tono me hace saber que no está bromeando. Es el mismo que solía utilizar en casa cuando pensaba que alguien se metía conmigo. Está en modo protector. El pánico me invade. Quiero verla más que nada, pero ¿qué pasará con Fernando? ¿Lo matarán por haberme secuestrado? ¿Mi padre ha pedido ayuda a Antonio para localizarme? Clavo mis dedos en la camisa de Fernando, sin querer dejarlo ir. Las lágrimas llenan mis ojos. Hace unos segundos, estaba viviendo la mejor experiencia de mi vida, y ahora podrían arrancármela. —No llores. — me ordena Fernando. Mi labio inferior tiembla aunque intento mantenerme fuerte. —No puedes ordenar a alguien que no llore. — susurro. —No funciona así.— — ¡He dicho que abras la puta puerta!— Mi hermana golpea con más fuerza. — ¡Vas a asustar a mis gatitos!— le grito. —Deberías correr. Yo los distraeré. Sal por la puerta de atrás. — Odio las palabras incluso mientras las digo. ¿Y si no vuelvo a ver a mi Fernando? Mi Fernando. Eso suena encantador. — ¿Gatitos?— La voz de Angelica se suaviza. —Abre la maldita puerta. Mi jodida pierna me está matando. — oigo decir a alguien más. Creo que es Antonio, pero no puedo estar segura. Solo le he oído hablar un par de veces. —Te dije que usaras las muletas como te sugirió el médico. Deberías haberme hecho caso. — le increpa.
  • 34. Página 33 —No necesito muletas. — le responde él refunfuñando. —Hombres. — resopla mi hermana. No tengo que ver su cara para saber la expresión exacta que tiene ahora mismo. —No voy a ninguna parte. — Fernando da un paso atrás, pero no le suelto la camisa. —Dulzura. Tienes que dejarme ir.— —No tengo que hacer nada. — Aprieto más los dedos. — ¿Me has llamado dulzura?— ¿Me está dando un nombre cariñoso? ¿Un término cariñoso? El corazón se me hincha en el pecho. No hay manera de que lo deje ir ahora. Veo cómo Fernando se lame los labios. —Sí, dulzura. — El calor florece en mis mejillas, recordando cómo hace solo unos momentos lamió mi orgasmo de sus dedos. —Está bien, despeja a los gatitos porque voy a abrir esta puerta. — La voz de Angelica me saca de mis sucios pensamientos. —Esa puerta está reforzada con acero, Angel. Es imposible que la atravieses. — Antonio intenta hacerla entrar en razón. —Oh. — da otro de sus resoplidos de fastidio. — ¡Ya voy!— Gritó antes de que las cosas se salgan de control. Les haré bajar los humos. Decirles que Fernando es una buena persona que me salvó de un destino terrible. De verdad, si me preguntan es un caballero de brillante armadura que vino a rescatarme. —Ya lo hiciste. — dice Fernando en voz baja. Me quedo con la boca abierta. — ¿Hiciste un chiste?— Se encoge de hombros. — ¡Lo hiciste!— —Ordénale que abra la maldita puerta. — le exige mi hermana a su esposo.
  • 35. Página 34 —Ya no estoy tan seguro de que esté bajo mi control. No en esta parte de su vida. — responde Antonio. No sé muy bien qué significa eso. ¿Conoce Fernando a Antonio? Me suelto de Fernando para ir hacia la puerta. Me agarra por la cintura y me atrae hacia él, con la espalda pegada a su pecho. Se inclina para susurrarme al oído. —Nadie te apartará de mí, Bianca. Necesito que lo entiendas.— —De acuerdo. — acepto. —No creo que lo entiendas de verdad. Pasarán cosas muy malas si alguien intenta interponerse entre nosotros.— Por primera vez desde que conocí a Fernando, percibo una oscuridad en él. No me asusta. Pero sí me hace temer por los demás. —Lo entiendo. — Me giro en sus brazos y me apoyo en la punta de los pies. Él tiene que encontrarme a mitad de camino para que pueda presionar mi boca contra la suya. Me suelta para que pueda abrir la puerta. —Estaré ahí en un segundo. — grito. De repente tengo la brillante idea de agarrar a uno de los gatitos. Rápidamente corro y recojo a uno de los bebés. Puedo sentir los ojos de Fernando en mí todo el tiempo. Doy dos pasos y me doy la vuelta para tomar otro. Dos gatitos son mejores que uno. —Los gatitos lo hacen todo mejor. — Le susurro a Fernando mientras me dirijo de nuevo a la puerta. Me detengo al llegar, sin saber cómo diablos voy a abrir la puerta ahora que tengo las manos ocupadas. Antes de que pueda darme la vuelta, Fernando está ahí cogiéndolos de mi lado. —Buena idea. No te atacará mientras tengas gatitos en la mano. — Fernando no responde. Solo tiene un gatito en cada mano. Es adorable. — ¡Ya está! Estoy... — Tiro de las cerraduras y abro la puerta para ver a mi hermana de pie. Su esposo está detrás de ella. Tiene algunos cortes en la cara. — ¿Le hiciste eso?— Le pregunto. Pensé que estaban enamorados. —No, lo hicieron nuestro padre y tu prometido, ahora muerto. — Me quedo con la boca abierta. Angelica me agarra y me envuelve en un fuerte abrazo. Por encima de su hombro, veo a su esposo mirándonos, y sé que es hacia Fernando. — ¿Entonces no tengo que casarme con ese hombre?— Este día sigue mejorando.
  • 36. Página 35 —Ese no, pero cuando un Frangione cae, otro ocupa su lugar. — dice Antonio. Se me cae el estómago por un segundo, pero entonces me acuerdo de Fernando. Él nunca permitiría eso. —No, Fernando prometió que no tendría que casarme con esa familia. ¿No es así?— Me giro para mirar a Fernando. — ¿Fernando? — dicen tanto Angelica como Antonio. —Está agarrando gatitos. — susurra Angelica como si no la pudiéramos oír todos. —Es un buen secuestrador, lo juro. — Rápidamente salgo en defensa de Fernando. —Creo que deberías venir conmigo. — Mi hermana me ofrece su mano. Las palabras de Fernando resuenan en mis oídos. —No puedo. — le digo. —Sí que puedes. ¿No puede, Antonio? Díselo. Antonio no responde. Él y Fernando se encuentran en una especie de enfrentamiento de miradas. —Él no es quien tú crees que es, Bianca.— —Sí lo es. Es mi caballero de brillante armadura. Me ha salvado. — Me inclino hacia él. — También me besó. — Los ojos de Angelica se abren de par en par. Probablemente no es el momento de contarle el increíble orgasmo. — ¡Besaste a Butcher!—
  • 37. Página 36 Antonio se pasa una mano por el pelo, Angelica se queda boquiabierta y Bianca se gira para mirarme, con los ojos más abiertos que nunca. — ¿Fernando? — pregunta. —Sí. — Soy Fernando. Para ella, y solo para ella. Para todos los demás, soy “ El Butcher.”— — ¿Por qué no me lo dijiste?— Se le humedecen los ojos. Abro la boca para responder y la cierro de golpe. Hay demasiadas razones, que no voy a soltar delante de Antonio y Angelica. Por un lado, tal vez quería ser Fernando para Bianca. Tal vez, por una vez, podría ser alguien digno de algo más que el miedo y la aversión. Bianca ha sido tan amable conmigo, suave, sin miedo. No quiero perder eso. Pero ahora veo que ya lo he hecho. Se aleja un paso de mí. —Eres El Butcher. Todo este tiempo, tú…— Angelica la rodea con sus brazos. —No pasa nada.— Bianca sacude la cabeza lentamente. —Me has mentido— —No. — Me obligo a quedarme quieto aunque quiero arrancarla del abrazo de Angelica. — ¡Lo hiciste!— grita Bianca. —Me hiciste creer que eras un secuestrador cualquiera que buscaba un rescate— —Es que no te corregí— — ¡Eso es lo mismo que mentir! — grita.
  • 38. Página 37 —Joder. — Antonio saca su teléfono y comienza a enviar mensajes de texto, probablemente a Gilly. —Esto es un maldito desastre. — Se guarda el teléfono en el bolsillo cuando termina. — Vamos. — Mueve la barbilla hacia la puerta principal. —Dejemos que las chicas hablen mientras tomamos aire.— Lo último que quiero hacer es alejarme de Bianca. Me pica el deseo de atraerla a mis brazos. Me necesita a mí, no a su hermana. — ¡Butcher!— chasquea Antonio. —Vete. — Bianca se vuelve hacia el abrazo de su hermana mientras Angelica me mira fijamente. —Bianca, yo…— —Te ha dicho que te vayas. — La voz de Angelica es ahora más baja, más mortífera y sus ojos podrían agujerearme. Joder. Lo he jodido todo. Con pasos pesados, sigo a Antonio hasta el porche, el viento hace caer las hojas sobre la calzada mientras él se apoya en uno de los soportes. La puerta se cierra detrás de mí y agradezco que Bianca no haya salido corriendo. Todavía está aquí. Todavía está en un lugar donde puedo guardarla y protegerla. Pero ahora tengo que deshacerme de Antonio y Angelica; el problema es que ninguno de ellos parece dispuesto a dejarnos solos. — ¿En qué mierda estabas pensando?— Deja escapar un largo suspiro, todavía de espaldas a mí. —No estaba pensando.— —Sin mierda. — Se gira. —Nada de mierda. Simplemente desapareciste. No sabía dónde estabas. Gilly estaba tratando de localizarte. Luego tuvimos un puto ejército de Larone y Frangiones en nuestra puerta.— Levanta las manos. —Jodidamente me dispararon. ¿Y dónde estabas tú?— Por primera vez en mucho, mucho tiempo, la culpa me invade. Dejé a mis amigos en la estacada mientras yo me iba por mi cuenta, a medias y sin ningún plan.
  • 39. Página 38 —Así que voy a necesitar que me expliques, ahora mismo, qué demonios haces con Bianca Larone cautiva en tu casa. Porque si no lo haces, Angelica puede salir aquí y decirme que te mate.— —Podrías intentarlo. — gruño. —Si ella me lo pidiera, lo haría. — Me mira fijamente, muy serio. —Si quiere un esposo muerto, claro.— Sacude la cabeza. —Esto no va a ninguna parte. Explica en qué mierda estabas pensando para que pueda darle algún tipo de explicación plausible. — Mira a la puerta. —Porque si Bianca dice que le has hecho algún tipo de daño, nos va a ir mal a los dos.— Me apoyo en el revestimiento de madera y me froto las sienes. —No sé en qué estaba pensando. — Recurro a mi memoria de cuando la vi por primera vez. —Estaba en tu casa. Angelica estaba haciendo Skype o lo que sea con ella. Entonces yo solo... Es como si me hubiera roto. No como lo hago cuando alguien me molesta tratando de pasar información de mierda cuando está bajo mi cuchillo. Fue diferente. Fue como si algo aquí — me golpeo la sien — o aquí — me golpeo el pecho sobre el corazón— hiciera clic. Después de eso, me puse en marcha y no paré hasta secuestrarla y traerla aquí— —Nunca habías hecho algo así. — Sus cejas se juntan. —Te conozco desde que éramos niños y nunca habías pensado en secuestrar a una mujer así— —Lo sé— Toma aire y lo suelta lentamente. —De acuerdo. — Me da un fuerte asentimiento, como si hubiera tomado una decisión. — ¿De acuerdo con qué?— Una sonrisa de satisfacción se dibuja en la esquina de su boca. —Esto es bueno, porque realmente no quería tener que pelear contigo— Mi confusión no hace más que crecer mientras lo miro fijamente, una sonrisa se extiende por su estúpida cara. — ¿De qué demonios estás hablando?—
  • 40. Página 39 Se encoge de hombros y se acerca, dándome una palmada en el brazo. —Sé exactamente lo que ha pasado. No sé qué hacer al respecto, pero al menos lo entiendo. Ahora, los Frangiones quieren casarla con Len, uno de los hermanos menores. La están buscando por todas partes, incluso han tenido el valor de enviar a algunos de sus matones a uno de nuestros almacenes para hacer preguntas.— Hago crujir mis nudillos, y la vieja sed de sangre comienza a bombear por mis venas. —Espero que me los hayas guardado.— —No es necesario. Ya los hemos lisiado, y no pisarán más cerca que esa pequeña investigación. Todavía se están lamiendo las heridas, pero eso no significa que no sean peligrosos para quien se haya llevado a su preciada novia. — Me lanza una mirada mordaz. Mi sed de sangre se multiplica por cien. —Nunca dejaré que se la lleven— —Lo sé. — Vuelve a pasarse una mano por el pelo. —Lo entiendo. Por ahora, creo que el lugar más seguro para ella es aquí contigo. Puedo hacer que Gilly trabaje en algún canal de información para enviar a los Frangiones a buscarla lejos, para despistarlos lo mejor que pueda— Se apoya de nuevo en el poste. —Pero no durará para siempre. Vendrán, y cuando lo hagan, todos debemos estar preparados— — ¿Así que estás conmigo en esto? ¿No dejarás que la tengan?— Pregunto. —En primer lugar, Angelica trataría de cortarme las pelotas si dejo que los Frangiones tengan a su hermana. Segundo, nunca te separaría de la mujer que amas— Me golpea como un tiro en las tripas. Amor. Debería negarlo, restarle importancia, hacer cualquier cosa para distanciarme de la idea. Pero no lo hago. No puedo. Soy un hombre violento y despiadado, pero siempre he dicho la verdad, especialmente a Antonio y a Gilly. El hecho de que Antonio viera la verdad antes de que yo me diera cuenta no la hace menos cierta. Amo a Bianca Larone. —Joder. — Suspiro. —Me identifico. — Me da una palmada en el brazo de nuevo aunque le lanzo una mirada de muerte al contacto. —Es una puta sorpresa, ¿no? Pero es la mejor que he tenido nunca.—
  • 41. Página 40 Solo puedo asentir mientras todo el peso de lo que hemos hablado cae sobre mis hombros. Bianca es mía. Ahora solo tengo que convencerla de que para ella soy Fernando y para cualquiera que se cruce con ella, soy Butcher.
  • 42. Página 41 — ¿Te ha hecho daño?— Las manos de Angelica comienzan a recorrerme. Me quedo de pie, todavía en estado de shock. Ya había oído a mi padre hablar de Butcher. Y había habido algunos susurros de los hombres cuando no se habían dado cuenta de que yo estaba en la habitación. Por el sonido de sus voces, me di cuenta de que estaban aterrorizados por él. —No puede ser El Butcher. — Finalmente dije. —Le gustan los gatitos. — murmuró. — ¿Te has golpeado la cabeza?— Empieza a palparme el cráneo. Le aparté las manos de un manotazo. —No me ha hecho daño. Todo lo que ha sido conmigo es dulce. — Creo que estoy un poco en shock. Sabía que Fernando tenía un lado oscuro, pero nunca había imaginado que pudiera ser El Butcher. — ¿Dulce?— Angelica señala con el pulgar por encima del hombro hacia la puerta principal. — Estamos hablando de ese hombre. Con los ojos negros— —Sus ojos no son negros. Son marrones, pero muy oscuros, con diferentes tonos de marrón. Son más oscuros alrededor de su pupila y luego se aclaran al salir. Me recuerda a cuando se derrite el chocolate— —Así que te golpeaste la cabeza— —No me golpeé la cabeza. — Me acerco a donde Fernando hizo un espacio para los gatitos para que no pudieran vagar por toda la casa. Mi hermana me sigue. —Dime qué pasa. — Me siento en el suelo y pongo a uno de los gatitos en mi regazo. —Las cosas estallaron cuando Butcher te secuestró—
  • 43. Página 42 — ¿Así que me secuestró? ¿Solo que no por un rescate o porque tú se lo pediste?— Angelica hace una larga pausa ante mis preguntas. —No iba a dejar que te casaras con los Frangiones, pero no, no fuimos nosotros los que enviamos a Butcher a recogerte. Todavía estábamos ideando un plan, pero todo saltó por los aires cuando papá descubrió que fue Butcher quien te llevó. Pensó que lo había hecho por orden de Antonio, así que tanto él como tu ex se presentaron en la casa. —Deja de llamarlo mi ex. — Le doy la vuelta a la gatita para cogerla como si fuera un bebé acunado en mi brazo. — ¿Por qué me llevó?— Además de escandalizarme de que Fernando sea El Butcher, es el otro pensamiento que no deja de rondar por mi cabeza. —No lo sé. Está loco. Es el Butcher— —No está loco— Angelica ladea la cabeza, mirándome como si yo también estuviera loca por defenderlo. —Estás muy a la defensiva con él— —Es que es difícil. — Exhaló un suspiro. —No consigo que mi mente entienda cómo mi Fernando es El Butcher— — ¿Tu Fernando?— — ¡Sabes lo que quiero decir!— —No, creo que no sé lo que quieres decir— sacude la cabeza. —No quiero asustarte, pero solo se me ocurre una razón por la que te secuestraría. De hecho, cuando estaba hablando contigo en el ordenador, te vio. Un segundo después, se marchó furioso. Ahora que repaso la cronología de los acontecimientos, me doy cuenta de que fue directamente por ti — Sus palabras me sorprenden y me confunden más. Todavía no estoy cerca de entender por qué me secuestró. — ¿Cómo alguien tan audazmente entra en la casa de nuestro padre y me lleva sin más?— Esa es otra cosa que no puedo entender.
  • 44. Página 43 —Porque es el Butcher y está loco. Nadie se atreve a meterse con él porque sabe las consecuencias— — ¡Deja de llamarlo así!— Le digo bruscamente, haciendo que el gatito maúlle. Los ojos de Angelica se abren de par en par. No puedo decir que la culpe. No soy una persona propensa a los arrebatos, al menos de ira. Lágrimas, sí. Vuelvo a dejar al gatito en el suelo. Corre hacia su madre y se pone a amamantar. — ¿Cómo lo llamas si no? No sé cómo no está muerto. Entró ahí y salió enseguida.— — ¿Pero por qué? Dijiste que solo se te ocurría una razón— —Te quiere— —No. — Sacudo la cabeza. Dijo que no dejaría que nadie nos separara. Que las cosas irían muy mal si alguien lo intentara, y creo que se refiere a cualquiera. —Le propuse que se casara conmigo, y no le gustó la idea. Y fui yo quien le pidió que me besara. Así que tu teoría no tiene sentido— —A ver si lo entiendo. Le pediste a un hombre que una vez puso en el microondas los globos oculares de alguien que se casara contigo. ¿Estoy en lo cierto?— —Qué asco. — Tengo arcadas. —Fernando no haría tal cosa— —Quizá Fernando no, pero el Butcher sí. ¿De verdad no le tienes miedo?— —No. — respondo con sinceridad. —En todo caso, tengo miedo por todos los demás— — ¿Qué quieres decir?— —No puedo irme— —Sí que puedes. Nos iremos ahora mismo. — Mi hermana se pone en pie. Me debato entre contarle lo que ha dicho Fernando, pero no quiero que las cosas se agraven y seguramente lo harán si la pongo al corriente. —Sería mejor que se quedara aquí por ahora, Angel. — Mi hermana mira a su esposo, que está junto a la puerta. No lo he oído entrar. No veo a Fernando.
  • 45. Página 44 ¿Ha cambiado de opinión y se ha ido? Oh, Dios, ¿y si Antonio le ha hecho daño o lo ha matado? Tan pronto como ese pensamiento entra en mi cabeza, se va. No creo que Butcher se deje matar tan fácilmente. — ¿Por qué se quedaría aquí?— Angelica enlaza su brazo con el mío. —Nadie conoce este lugar más que la gente de aquí y Gilly— — ¿Entonces nos quedamos aquí con ella?— Antonio sacude la cabeza. —De ninguna manera, Antonio. ¿Quieres dejarla con Butcher?— —Él no va a hacerle daño. Está claro— Angelica me mira. — ¿Qué quieres?— —Quedarme con Fernando— No solo por mi propia seguridad, sino que creo que quizá también por la suya. Puede que Fernando no me haga daño, pero ahora sabiendo que es El Butcher, no tengo ni idea de lo que podría hacer si intentaran sacarme de aquí. No sé si podría razonar con él. Hace diez minutos, habría dicho que sí. Ahora no estoy segura de conocerlo del todo. Es todo tan confuso. Fernando entra en la casa. Mi corazón da un vuelco al verlo. No me mira. Cuando miro a mi hermana, veo cómo lo mira, y eso me impacta. ¿Es así como lo mira todo el mundo? ¿Tiene miedo de que ahora yo haga lo mismo? —Bianca, tal vez…— —Me quedo. — La interrumpo antes de que pueda terminar, siendo asertiva por una vez en mi vida. Puede que esté dolida y enojada con Fernando, pero creo que él también está dolido, y eso solo me hace doler aún más.
  • 46. Página 45 Antonio y Angelica bajan por el camino, dejándonos a Bianca y a mí solos en la casa. Se apresura a volver a nuestro dormitorio, donde están los gatitos y se deja caer en el suelo junto a ellos. La sigo. No puedo hacer nada más. Tengo la sensación de que siempre la seguiré a donde vaya, aunque ella no quiera. Acaricia a la gata madre en la parte superior de la cabeza mientras los gatitos se acurrucan en un pequeño montón de bigotes, patas y pelo. La observo durante un largo rato, el silencio crece entre nosotros. No es que me guste mucho hablar. Aun así, me encuentro buscando algo -cualquier cosa- que decirle para que se sienta feliz. Es tan extraño querer eso, la felicidad de otra persona. Es nuevo para mí, pero es real. No quiero que le duela o se preocupe y sobre todo, no quiero que me tenga miedo. Pero tal vez sea demasiado tarde para eso. Ahora que sabe quién soy realmente, ¿cómo no va a estar aterrorizada? Suspira y levanta la mirada hacia la mía. —Sé que no me harás daño— Algo en el fondo de mi pecho se relaja un poco. —Quiero decir, conozco tu reputación. — Su mirada baja solo un segundo antes de volver a dirigirme sus hermosos ojos. —He oído lo suficiente para saber qué tipo de trabajo haces, si se puede llamar así. Trabajo— No puedo negarlo. No tengo nada que decir. —Debería molestarme más de lo que lo hace, pero siento que lo que más me molesta es que no me hayas dicho la verdad. — Se encoge ligeramente de hombros. —Por otra parte, si me hubieras dicho que eras el Butcher, probablemente habría intentado escapar. Definitivamente no te habría
  • 47. Página 46 prometido que sería una perfecta víctima de secuestro. — sacude la cabeza. —Pero nunca fuiste el Butcher para mí. Has sido Fernando. Fernando es el que quería que me besara, que me tocara, que me abrazara— La tensión en mi interior se alivia aún más. Me está desvelando su corazón, mostrándome cada faceta de lo que siente. Es un regalo, uno que deseo tanto. Me aterra la idea de decir algo equivocado y estropearlo todo. —Antonio confía en ti. Y Angelica confía en él. Es la única razón por la que se fue sin mí. — Se levanta y se acerca a mí. Contengo la respiración cuando se acerca y me toca la mejilla con la palma de la mano. —No vuelvas a mentirme, ¿de acuerdo?— —Lo juro por mi vida, Bianca. No volveré a mentirte. — Es un juramento que presto, un pequeño precio a pagar por el perdón que veo en sus ojos y oigo en su voz. —Bien. — Baja la palma de la mano a mi hombro. —Entonces nos entendemos— —Sí. — Quiero besarla, destrozarla con mi boca y mi cuerpo, darle más placer del que puede soportar. Pero no puedo. No cuando la he herido. No cuando necesita tiempo. Su estómago gruñe. Una sonrisa intenta torcer la esquina de mis labios. Esto es algo que puedo hacer por ella, algo que nunca he hecho por nadie más. —Te haré la cena. — le doy un beso en la frente, sin poder evitarlo. — ¿Sabes cocinar?— —Sí. — La tomo de la mano con suavidad y la arrastro conmigo por el pasillo hasta la sala de estar abierta. — ¿Dónde aprendiste a cocinar? — me pregunta mientras la siento en un taburete junto a la amplia isla.
  • 48. Página 47 —Me fui de casa cuando tenía catorce años. Me echó mi padre— Nunca se lo he contado a nadie, ni siquiera a Antonio. Mi pasado -como casi todo sobre mí- es mejor dejarlo en la oscuridad. Pero para Bianca, siento que necesita esto, esta parte de mi verdadero yo. Quiero que crea en mí, y sé que ésta es la manera de conseguirlo. Ella me dio su vulnerabilidad. Ahora es mi turno. —Lo siento. — Me mira mientras saco ingredientes de la nevera y la despensa. —No lo sientas. Tampoco era muy dado a hablar, a no ser que cuentes los puños como comunicación— Me aclaro la garganta y continúo mientras pongo un poco de mantequilla en la sartén y tomó un cuchillo para filetear unas chuletas de pollo. —En fin, estuve un tiempo en la calle, pero luego me contrataron para hacer un trabajo sucio para una de las familias. Siempre he sido grande, incluso antes de empezar a levantar pesas religiosamente y tenía una habilidad particular que me hacía valioso. Haría cualquier cosa que necesitaran. El trabajo más sucio y sangriento que los hombres adultos rechazaban, yo podía hacerlo, porque sabía que no quería volver a vivir en la calle— No puedo mirarla, no soporto ver el juicio o la condena en sus ojos, aunque lo merezca. Así que me concentro en batir un huevo y echar un poco de pan rallado para rebozar el pollo. —Una vez que gané suficiente dinero para conseguir un lugar decente para mí, me di cuenta de que tenía que aprender a cocinar, eso o vivir de la comida para llevar. No es mi estilo. En aquella época, trabajaba sobre todo por la noche. Durante el día, dormía, y si no podía dormir -que era a menudo- veía la televisión. — Por fin aprovecho para mirarla cuando me limpio las migas de las yemas de los dedos. Me observa, con un rostro de líneas suaves. No hay un juicio severo, nada que insinúe una condena. Si acaso, hay... compasión. Joder, ¿hay alguien picando cebollas aquí? Me vuelvo hacia el fuego y dejo caer las chuletas en el aceite de oliva caliente, el chisporroteo me da un respiro. Cuando se calma, continúo. —Resulta que la mayoría de las veces que estaba despierto, había un programa en Food Network llamado Barefoot Contessa— Jadea. — ¡Ina!— Me giro y vuelvo a captar su mirada. —Sí. ¿La conoces?
  • 49. Página 48 — ¡Me encanta! Es tan elegante con su 'buena vainilla' y viviendo en los Hamptons. —sonríe. — Es que no sabía que tú también eras fan— —Gran fan. — Sonrío. Y por una vez, es fácil. Es jodidamente fácil sonreír cuando Bianca está en la habitación. —Es básicamente mi instructora culinaria personal, aunque no lo sabe— Dejo caer la pasta en el agua hirviendo y le doy la vuelta a las chuletas. —Me encanta su programa, aunque a veces solía hacer trampa y ver el de Giada. Pero no era tan divertida como Ina. Ina siempre ponía esas bonitas flores y la decoración de la mesa y lo hacía todo muy bien. — Se ríe. —Aunque siempre pensé que Jeffrey era secretamente gay— —Sin duda. — Corto dos limones y añado el zumo y la nata a una sartén junto con el condimento. —Esto huele muy bien. — Se lame los labios. —Ya casi está hecho. — Compruebo la pasta y el pollo. Todo está listo, así que lo emplato y vierto la salsa por encima. Cuando deslizo el plato humeante delante de ella y le paso los cubiertos, no pierde un instante. —No te quemes la lengua. — Abro una botella de blanco. — ¡Dios mío, Fernando! ¡Está tan bueno!— mastica, luego abre la boca y expulsa el calor antes de masticar un poco más. Fernando. Eso es lo que soy. Así es como me ha llamado. Espero que nunca deje de hacerlo.
  • 50. Página 49 —Esta comida es perfecta, pero este vino es delicioso— Me tomo la segunda copa. Me hace sentir muy bien por dentro. Tomó la botella para servirme más. Me doy cuenta de que Fernando no ha tocado la suya. Se ha servido una copa, pero no ha bebido nada. Se me adelanta y toma la botella. —Oye. — Vierte un poco en mi copa de vino, llenándola solo hasta la mitad. —Tacaño. — Lo agarro y me lo bebo todo. — ¿Has bebido antes, dulzura?— — ¡No!— chillo. Toma la botella y la deja al otro lado de la mesa. — ¿Qué? ¿Ahora me prohíbes tomar más?— Pongo los ojos en blanco. —Reglas, reglas, reglas. La historia de mi vida. — Tomo el último bocado de comida en mi plato. —Es que no quiero que te pongas mal. Si en veinte minutos quieres más, te lo daré. Eso es todo. — Parece infeliz de que yo esté infeliz, lo cual es adorable. —Oh. — me relamo los labios. — ¿Entonces no hay reglas?— Fernando hace una larga pausa. Le dirijo mi mejor mirada, que creo que falla porque una sonrisa se dibuja en sus labios, ¿es realmente un fallo? Conseguir una sonrisa, aunque sea pequeña, de Fernando es una victoria en mi libro. —No quiero controlarte, pero sí quiero mantenerte a salvo— — ¿Entonces puedo tener mi propio teléfono? ¿Acceso a Internet cuando quiera?— pregunto solo para aclarar que él y yo estamos en la misma página. —Cuando todo esto termine, sí. Ahora mismo, tenemos que pasar desapercibidos. — ¿De verdad?—
  • 51. Página 50 —Sí. — dice sin dudar. — ¿Puedo elegir mi propia ropa y elegir con quién me caso?— —Puedes ponerte lo que quieras. — No me pasa desapercibido que se salta el tema del matrimonio por completo. — ¿Incluso si es… — bajo la voz a un susurro —escandaloso?— Por la forma en que Fernando me mira, creo que no le importa que otros hombres me miren. Eso debería molestarme, pero me parece entrañable viniendo de él. Me hace sentir especial y diferente, como si pudiera ser un poco más atrevida o incluso más tonta de lo que era en casa. Sé que a algunos esposos no les importa que sus mujeres salgan discretamente. Siempre y cuando sea después de sus días de maternidad. No se dice que los esposos lo hacen desde el principio. Algunos llegan a sus matrimonios teniendo ya una amante. No preveo que Fernando sea nunca ese tipo de esposo. —Sí, ponte lo que quieras. — Hace crujir sus nudillos. —Sé pelear.— Estalló en carcajadas. — ¿Pelear? ¿Así es como lo llamas?— Se tensa. —Te estoy tomando el pelo, Fernando. No soy del todo ingenua con este mundo y lo que pasa— — ¿Por qué no me temes?— Inclina la cabeza hacia un lado, estudiándome. —Es la forma en que me miras. Es diferente a la de cualquier otra persona.— — ¿La forma en que te miro?— Asiento. —Durante mucho tiempo me han enseñado a sentarme y a estar guapa. Que debía estar callada. Sentada en una habitación durante horas con la gente, aprendes mucho sobre ellos. Los he observado. Temo a muchos de ellos. Algunos que nunca me han dicho una sola palabra, pero contigo, supe en el momento que irrumpiste en mi habitación que no ibas a hacerme daño.
  • 52. Página 51 Se te notaba en la cara. No me malinterpretes, eres bueno ocultando tus emociones y manteniendo tu cara ilegible, pero siempre hay pequeñas señales si sabes lo que estás buscando. No siempre están en la cara. También en el lenguaje corporal. La gente cree que tiene una sensación visceral sobre las cosas, pero no es eso. La verdad es que es su mente la que se da cuenta de las cosas y capta los detalles. La mente percibe el peligro; solo que no estás entendiendo por qué. —No solo eres bonita, Bianca; lo sabes, ¿no? Eres mucho más astuta de lo que crees.— — ¿Significa eso que puedo tomar más vino?— Fernando ladra una carcajada y vuelve a llenar mi copa hasta la mitad. Tomo mi copa y me levanto de un salto de mi asiento. —¿Hay música aquí? ¿Podemos poner algo?— Quiero soltarme por una vez. Y no tener que preocuparme por cada uno de mis movimientos. Algo que nunca pude hacer en casa. Se levanta y saca su teléfono. Sus dedos se mueven por la pantalla. Una risita brota de mí. Me mira. — ¿Qué?— —Parece tan pequeño en tu mano. — me río más fuerte. —Eres muy grande. — No sé por qué me hace tanta gracia. Seguro que tiene algo que ver con el vino. —Apuesto a que podrías aplastarlo con tus propias manos. ¿Lo entiendes, Oso?— Levantó las manos como un oso y gruño. Fernando me mira fijamente y me pregunto si tal vez he herido sus sentimientos. Me encantan sus gigantescas manos de oso. De hecho, quiero que me toque con ellas. Empiezo a disculparme, pero entonces echa la cabeza hacia atrás y se ríe. Es profunda, y lo más sexy que he oído en mi vida. Antes de saber lo que estoy haciendo, estoy caminando hacia él. Le agarro de la parte delantera de la camisa y lo atraigo hacia un beso. Fernando gime y lo profundiza. Intento frotarme contra él, pero de repente se retira, con la respiración agitada. —Has estado bebiendo. — Mira, ¿cómo es él Butcher? Es tan dulce y no está dispuesto a aprovecharse, lo cual, aunque es noble, no significa que no quiera uno de esos orgasmos de nuevo.
  • 53. Página 52 — De acuerdo, pero eso no significa que no podamos hacer las cosas que hacíamos antes. Antes estaba sobria y estaba bien con ellas. — señalo. Todo esto me parece lógico. —Eso fue antes de que supieras quién era yo.— — ¿No eres mi Fernando?— pregunto. —Solo seré siempre tu Fernando.— —Bien. — le sonrío. —Ahora ponme música. Voy a bailar. — Me alejo de él dando vueltas. Un segundo después, la música llena el aire y bailo. Por primera vez en mi vida, en este momento, me siento libre. Puede que sea una ilusión, y sé que las cosas están lejos de terminar, pero por esta noche, solo estamos mi Fernando y yo.
  • 54. Página 53 Baila hasta que se balancea sobre sus pies, su cuerpo se duerme antes que su mente. La tomó y la acunó en mis brazos, sus ojos apenas se abren mientras me ve llevarla a nuestra habitación. La acuesto suavemente en la cama. No debería estar aquí con ella así, no cuando está impedida y no puedo dejar de pensar en la forma seductora en que se mueve. Su cuerpo es cálido y suave, todo lo que yo no soy. —Pareces tan serio. — Se le escapan las palabras mientras me pasa los dedos por el antebrazo. — Siempre tan serio— Sonrío y enganchó mis dedos en la cintura de sus pantalones para bajarlos, y luego los tiró a un lado. —Pareces borracha— Levanta las caderas, instándome claramente a que le quite también las bragas. Joder, quiero hacerlo. Quiero arrancarlas y devorar su coño. Puede que sea mi primera vez, pero estoy segurísimo de que puedo encontrar su clítoris y enviarla directamente a la maldita luna. Solo pensar en ello me hace sentir un aguijón en la polla, que está desesperadamente dura y dolorida por sus propios latidos. —Necesitas descansar. — Agarro a regañadientes la sábana y la manta y se la subo a la barbilla. Frunce el ceño y me da un manotazo en las manos. —No. Te deseo— Tragó con fuerza, esas palabras me hacen cosas que nunca hubiera imaginado. Te deseo. Nadie me ha deseado nunca. Soy la última persona que alguien en esta vida quiere ver. Un bruto corpulento que puede arrancarle la cabeza a un hombre con mis propias manos... no, nadie ha querido nunca
  • 55. Página 54 tener nada que ver conmigo. Solo con verme, la gente se persigna o agarra su rosario o reza una oración silenciosa a cualquier deidad que haya elegido. No es que eso los salve si están en mi lista. Nadie ha escapado nunca de mí. Nadie lo hará nunca. Especialmente la inocente dulzura que me mira con ojos pesados. —Otra vez tan serio. — murmura y se lleva mi mano a la boca, su lengua sale disparada y juega con mi pulgar. Gimoteo. —Eso me gusta más. —lo lame y luego se lo lleva a la boca, con su suave lengua lamiendo hasta mi nudillo. —Dulzura, no... — Presiono mi pulgar sobre su lengua, y ahueca sus mejillas, chupando y lamiendo mientras mi corazón late lo suficientemente fuerte como para que ella lo oiga. Mi polla exige que le dé lo que pide, que me meta en su garganta y me corra, cubriéndola por dentro y por fuera. Pero está borracha. Y no importa lo que diga que quiere: si me aprovecho de ella ahora, me odiará después. Y también me odiaría a mí mismo. Nada de lo que hago por el trabajo deja la más mínima mancha en mi conciencia. Es casi como si ‘no dar una mierda’ fuera mi superpoder. No está de más que la mayoría de los hombres a los que hago daño y mato hayan hecho cosas mucho, mucho peores en su vida. Pero eso es diferente. Bianca no se merece a El Butcher. Se merece a Fernando, un hombre que nunca le haría daño, que preferiría morir antes que hacerle daño. Así que con ese pensamiento en mente, retiro mi pulgar de su boca caliente y lo reemplazó con mis labios. El beso es corto, sobre todo porque tengo que retirarme antes de que mis instintos me pongan encima de ella y me introduzcan en su caliente coño. —Fernando. — Se acerca a mí. —No puedo, dulzura. No cuando estás borracha. — Tomo sus manos y beso cada una de sus palmas. —Necesitas dormir— —Pero te deseo. — gime. —Quédate conmigo—
  • 56. Página 55 Cierro los ojos, saboreando esas palabras en sus labios. Cuando los abro, suspiro y miro alrededor de la habitación. La mamá gata y los gatitos están acurrucados en un montón de pelos y sueño. Todo el lugar está cerrado, y mi teléfono me avisa si alguien pone un pie en mi propiedad. —Por favor. —cierra los ojos, sus manos aún en las mías. —No me harás daño. ¿Cómo puede leer mi corazón como un libro? No lo sé. No entiendo nada de esto, no desde el momento en que salí de la casa de Antonio con un solo objetivo en mente: llevarme a Bianca. —Quédate conmigo. Por favor, Fernando. — Su voz es suave, cayendo en el sueño mientras sus labios permanecen separados. No debería. Tendría que llevar mi culo al salón y tumbarme en el sofá, dejándola dormir tranquilamente y descansar por fin después de la larga noche y el día que ha tenido. Pero me pidió que me quedara. Me lo ha pedido. No puedo negárselo. Así que me levanto y cierro la puerta de nuestra habitación antes de despojarme de mi ropa, teniendo cuidado de dejarme los calzoncillos puestos. Mi polla sobresale gruesa y dura contra el material, y no importa lo que intente poner en mi mente -mierda desagradable que solo El Butcher podría inventar- no hace que baje. No cuando estoy tan cerca de Bianca. No cuando estoy a punto de compartir la cama con ella. Cuando vuelvo con ella, sus cejas están fruncidas, con una arruga entre ellas. Me meto en la cama, con cuidado de no acercarme a su lado. Me tumbó de espaldas y miró al techo. La cama se mueve y la percibo antes de sentir su tacto. Se pone a mi lado, con su mejilla apoyada en mi pecho, y le rodeo la espalda con mi brazo. Es tan fácil, tan natural, como si hubiéramos dormido así cientos, miles de veces. Pero es nuevo. Todo es tan nuevo. Mi piel es sensible, su tacto es extraño y casi exótico. Puedo sentir cada parte de su cuerpo que me toca, incluso su aliento contra mi pecho. Todo en ella es cálido, dulce, perfecto. Tengo miedo de moverme. Tengo miedo de pensar. Es entonces cuando sube su rodilla y apoya su muslo en mi polla dura. Un gemido se me atasca en la garganta y apenas puedo respirar. La sola presión de ella contra mí hace que mis pelotas se acerquen a mi cuerpo. Me está volviendo loco, y ni siquiera está despierta.
  • 57. Página 56 Le acarició la espalda lentamente, esperando que el movimiento me calme. Mueve su pierna más arriba. Me muerdo el labio con tanta fuerza que me sale sangre. Su aliento me hace cosquillas en el pezón, lo que hace que se ponga duro, y su pecho me aprieta el costado, sin que su camisa pueda ocultar su plenitud. El sudor me recorre la frente y no sé cómo voy a sobrevivir esta noche. Maldito infierno. Creía que conocía la tortura. Creía que conocía el dolor. Ahora me doy cuenta de que no sabía nada. No hasta que robé a mi Bianca.
  • 58. Página 57 Lucho por no reírme mientras miro la cara de Fernando mientras duerme. Incluso cuando duerme, parece tan serio. Sus cejas se fruncen y se desarrugan. Pero lo que más me gusta es que me abraza. Me mantiene pegada a él. No es que sea difícil, ya que me aferro a él. Ya me he pasado cinco minutos absorbiéndolo. Es agradable tener la oportunidad de mirarlo sin que desvíe la mirada o se mueva para darme el lado de su cara. Cohibido no es una palabra que hubiera pensado cuando escuché las historias de Butcher. Pero creo que conmigo, Fernando puede ser un poco así. Toda mi vida me han mirado fijamente y me han dicho que era linda. Creo que a Fernando lo han mirado fijamente, y en esas miradas lo único que ha visto es miedo o asco. Esas cosas hacen mella en una persona después de un tiempo. Tengo la sensación de que está esperando a que diga algo que pueda herirlo, y es por eso que a menudo aparta la mirada. Lo cual es una locura. No puedo ni imaginarme que piense que yo, la pequeña Bianca, pueda herir a Butcher. Creo que por fin me estoy haciendo a la idea de que Butcher y Fernando son la misma persona. Y cuanto más lo acepta mi mente, menos me molesta. En todo caso, me siento un poco poderosa. Lo cual es agradable, ya que durante mucho tiempo he estado bajo el control de alguien. Es nuevo tener un poco de control. No me malinterpretes: creo que Fernando quiere quedarse conmigo. Pero no creo que quiera controlarme. De hecho, aunque sea terrible pensarlo, estoy bastante segura de que Butcher podría estar realmente bajo mi control. Qué concepto tan extraño. No es que lo quiera ahí. No quiero controlarlo, pero el miedo que siempre me rodea ha desaparecido. Es extraño, teniendo en cuenta que estoy en la cama con un hombre que la mayoría consideraría depravado y mortal. Sin embargo, esa es la cuestión: no es así conmigo. El miedo es lo último que siento cuando él está cerca. Pero admito que compadezco a
  • 59. Página 58 cualquiera que intente entrar aquí y causarnos daño a cualquiera de los dos. Esa es la única vez que creo que no sería capaz de hacer retroceder a Fernando. Aunque pueda ser dulce conmigo, sé que Butcher sigue ahí merodeando bajo la superficie. Esperando que alguien se pase de la raya. Es parte de él, y sé que si realmente quiero tener una relación con Fernando, también tendré que aceptar a Butcher. Solo que no estoy segura de cómo hacerlo o de demostrarle que podría hacerlo. Recorro con mi dedo su pecho. Se tensa bajo mi contacto durante un segundo antes de relajarse. No me pasa desapercibido que las pequeñas cicatrices persisten en diferentes lugares. Estoy bastante segura de que tiene un agujero de bala en el hombro. El hombre es realmente un guerrero. —Bianca. — suspira mi nombre. Me deslizo sobre él. No me detiene mientras le doy besos por el pecho y por abajo. Sus ojos se abren y me observan mientras continúo. Puede que anoche estuviera un poco borracha, pero sabía lo que estaba pidiendo. Hoy es un nuevo día y no hay razón para que me diga que no. De hecho, no creo que sea una palabra que Fernando usaría a menudo conmigo. Me dijo que no volvería a mentirme, y anoche me dijo que me dejaría ser o hacer lo que quisiera mientras no me pusiera en peligro. —No te gusta que te toquen, ¿verdad?— No está acostumbrado, pero pienso rectificar eso. —Me encanta que me toques.— — ¿Por qué?— —No lo sé. Tu toque es suave y dulce. No hay ninguna intención detrás— Eso sí que despierta mi curiosidad. — ¿Qué quieres decir?— — ¿Es algo de lo que realmente quieres hablar? ¿De mí con otra mujer?— Mis uñas se hunden en su pecho. Las retiró rápidamente, sin intención de hacerlo. —Lo siento—- —No lo sientas. Disfruto de todas tus caricias. Rasguñame dulzura—
  • 60. Página 59 —Bien, dime. — suelto. —Quiero conocer a todas las de la lista. Verás, conozco a un hombre con una serie de habilidades muy mortíferas, y podría hacer que las eliminaran todas. — Trato de quitarle importancia aunque los celos me comen viva. —No hay lista, dulzura, ni creo que tú tampoco crearías una. No está en tu naturaleza— —Puede que sí. — respondo. Estoy descubriendo que soy bastante posesiva con Fernando. No he conseguido que muchas cosas en mi vida sean solo mías. —Las mujeres que se me han insinuado, como podría llamarse, lo hacen porque quieren algo duro. Creen que puedo dárselo. No se trata de quererme a mí. Se trata de que quieren lo que creen que les voy a hacer— Una frialdad persiste en su mirada. —Se equivocan. Creo que si tuviéramos sexo, serías dulce y cariñoso— —Contigo lo sería. — asiente. Ladeo la cabeza hacia un lado, aún más confundida. —¿Pero con otras?— —No hay otras. No quiero darles lo que quieren, ni quiero que nadie me toque— Abro y cierro la boca mientras caigo en la cuenta de lo que Fernando me está diciendo. Realmente podría ser todo mío. Solo mío. — ¿Entonces puedo hacer lo que quiera?— empiezo a besar más abajo, hasta llegar a sus calzoncillos. Su dura polla está presionando contra el material, queriendo salir. —Puedes hacerme lo que quieras, dulzura— Le agarro los calzoncillos y tiró de ellos hacia abajo, lo que hace que su polla se libere. Jadeo ante su enorme tamaño, pero eso no me impide rodear su base con la mano. Una pequeña gota de semen sale de la punta. Un sonido gutural proviene de Fernando, lo que me deja helada. — ¿Te duele?— —No de la manera que crees— — ¿Necesitas liberarte?— Me relamo los labios. — ¿Me necesitas?—
  • 61. Página 60 —Siempre. — Gime mientras envuelvo mi boca alrededor de la cabeza de su polla, dándole a Fernando lo que necesita. No se trata de una mamada. Se trata de demostrarle que quiero tocarlo no solo por mí, sino porque quiero complacerlo y amarlo.
  • 62. Página 61 Su boca es cálida y húmeda, su mano agarra perfectamente mi pene mientras me saborea. Gruño, mi cuerpo se tensa, mis caderas me exigen que empuje hacia sus labios. Pero no lo hago. Me obligo a quedarme quieto y a ver cómo me conoce, cómo su lengua explora mi polla y vuelve a subir. —Es suave por fuera pero muy dura por dentro. — se mete la cabeza en la boca. Gimo y me agarro a las mantas, apretándolas para no agarrar su pelo y follarme su boca. Me lame la cabeza como si fuera una paleta, y juro que casi levito de la puta cama. — ¿Así?— Lo hace de nuevo. —Sí. — Apenas puedo formar la palabra. Me lame una y otra vez, luego me lleva en su boca hasta donde puede. Gruño más fuerte, y hay una maldita lucha a muerte dentro de mí entre mis ganas de correrme en su boca y mi necesidad de ser paciente. Inhalo profundamente por la boca, lo suelto por la nariz y mantengo la mirada fija en ella. Aunque eso solo me pone más caliente y me acerca al límite, descubro que no puedo apartar la vista de ella, no cuando su perfecta boca está llena de mi gorda polla. Se aparta y la mira. —No creo que pueda metérmela toda en la boca, pero puedo intentarlo. — Vuelve a bajar, y cuando mi polla llega al fondo de su garganta, mis caderas se mueven por sí solas.
  • 63. Página 62 Tiene una pequeña arcada y se retira. Se le humedecen los ojos y una sola lágrima recorre su mejilla mientras me introduce de nuevo en su boca. Es lo más erótico que he visto nunca, mi dulzura con lágrimas en las mejillas mientras me chupa la polla. Me obligo a respirar, a aguantar mientras recorre con su lengua mi longitud y luego empieza a mover la cabeza, acariciando mi polla a lo largo del paladar y más allá de su garganta. Cuando agarra el ritmo, observo cómo me mira y sigue, con la boca pegada a mi polla mientras sube y baja. Cada vez más rápido, su mano trabajando mientras deliciosos sonidos de sorbos escapan de su boca. No se detiene, y entonces noto que abre más las piernas, que su húmedo coño se frota contra mi rodilla mientras se restriega sobre mí. Levanto la rodilla, presionando contra ella mientras la cabalga, su boca se vuelve más salvaje en mi polla mientras persigue su propio orgasmo. Mi cuerpo ya está enroscado y no durará. No cuando me frota su coño caliente mientras me chupa, ahuecando las mejillas mientras mantiene su mirada en la mía. Respiró con fuerza, pero no puedo detener lo que viene. — ¡Dulzura!— Intentó tirar de mis caderas hacia abajo, pero me mantiene en su boca mientras me corro. Gimo, mi cuerpo se pone rígido mientras me corro en su boca caliente, su lengua lame mi piel mientras empieza a gemir, sus movimientos son más lentos, más profundos, su cuerpo se complace mientras se traga mi semilla. Grita en torno a mi polla y vuelve a metérsela en la boca, lamiéndola hasta dejarla limpia, mientras su cuerpo ralentiza por fin sus febriles movimientos y se vuelve lánguido, sus caderas se detienen. Me agarro a ella y la subo por mi cuerpo hasta que estamos cara a cara. Luego continúo, levantándola. — ¿Qué estás... ¡oh!?— Le lamo el coño, luego le agarro el culo y se lo abro de par en par, chupando su piel húmeda y devorando cada pedacito de su dulzura. — ¡Fernando!— Se agarra al cabecero mientras aprieto su coño contra mi cara y le meto la lengua.
  • 64. Página 63 Se arquea y sus tetas sobresalen por encima de mí. Levanto la mano y le tomo uno, luego le aprieto el duro pezón mientras la lamo desde su agujero hasta su clítoris. Lo siento en mi lengua, el pequeño punto. No me detengo. Me concentro en él, lamiéndolo una y otra vez con la parte ancha de mi lengua hasta que las caderas de Bianca se mueven a mi ritmo. Estoy en el puto cielo. Está montando mi cara, con su teta en una de mis manos y su culo en la otra. Quiero vivir así, morir así, no dejar nunca de chupar su coño. Su clítoris reclama toda mi atención, así que se la doy. Lo chupo entre los labios, lo pellizco con los dientes y vuelvo a azotarlo con la lengua. Se arquea, todo su cuerpo se tensa. Cuando deslizo un dedo por su culo hasta su húmedo coño, maúlla. Es entonces cuando se destroza, su coño aprieta mi dedo mientras continúo lamiéndola, tragando sus jugos y lamiendo su coño hasta que deja de frotarse, deja de perseguir. Pero no quiero parar. Quiero otro orgasmo de ella, luego otro, luego más. Quiero todo lo que tiene. Se estremece y se aparta. —Estoy demasiado sensible. — Se retuerce. —Tienes razón. — Me inclino hacia delante y vuelvo a lamerla. — ¡Fernando! — jadea. Saco mi dedo de su coño chorreante y lo deslizó por su culo. Sus ojos se abren de par en par. —No puedes…— —Lo haré. — le sonrío, con la cara mojada por sus jugos. —Voy a tener todo de ti, Bianca. No puedo parar.— La deslizo por mi cuerpo y la apoyo sobre mi dolorida polla. Siseo cuando siento su calor, su humedad. Apoya las palmas de las manos en mi pecho, sus ojos en los míos. — ¿Todo de mí?— Mueve un poco las caderas, lo suficiente para que mi cerebro se vuelva loco. —Hasta la última gota. — La deslizó más abajo y casi me muero cuando siento la cabeza de mi polla rozando su apretada entrada. —Quizá sea eso lo que quiero. — Mueve sus caderas de nuevo, deslizándome dentro de ella solo un poco.
  • 65. Página 64 Me muerdo la mejilla para no gritar de placer. —Tal vez te atraje a esto. Tal vez soy una trampa para el gran Butcher malo. — Se sienta y se agarra los pechos, ofreciéndome un maldito festín para los ojos mientras se pellizca los pezones. —Una tentadora enviada para ponerte de rodillas. — El brillo de sus ojos revela una naturaleza traviesa que ha ocultado a todo el mundo, excepto a mí. Me encanta. —Si ese es tu trabajo, entonces eres una maldita experta, dulzura. Necesitas un ascenso. — Me deslizo un poco más dentro de ella, con mi polla deseando llegar más profundo, para tomarla toda. Se estremece un poco. Es entonces cuando me detengo. Es cuando me doy cuenta de que no puedo hacer esto. No si eso significa lastimarla. La agarró de los brazos y la quitó de encima. — ¿Qué pasa?— chilla cuando me pongo de lado y reclamó su boca, su cuerpo pegado al mío, aunque ya no corro el riesgo de hacerle daño. El alivio me invade. Nunca le haré daño. ¿A todos los demás? Claro. ¿Pero a Bianca? No. Nunca le haré daño a mi Bianca.
  • 66. Página 65 — ¿Tienes hambre?— pregunta Fernando. Estoy sentada en la isla de la cocina con los brazos cruzados sobre el pecho. Sé que estoy haciendo un puchero, pero no me importa. —No. Me mira fijamente, sin creerme ni un segundo. Entonces mi estómago va y gruñe y me delata. Traidor. —Haré algo para ti.— —Puedes hacer lo que quieras. No significa que me lo vaya a comer. — Fernando ladea la cabeza. La absoluta confusión en su cara me haría enojar si no fuera tan adorable. Realmente no tiene ni idea de qué hacer conmigo. — ¿Quieres que te coma el coño otra vez?— Me quedo con la boca abierta. La cierro rápidamente. —No. — ¡Sí! Grita mi mente. —Lo has disfrutado— —Nunca dije que no lo hiciera. — respondo con brusquedad. Las cejas de Fernando se juntan. La culpa me atormenta cuando veo una expresión casi de derrota en su rostro. — ¿Estás molesta conmigo?—
  • 67. Página 66 —Capitán Obvio por aquí. — Realmente me estoy comportando como una malcriada, pero no puedo evitarlo. Mi hermana me diría que mi enojo es realmente tristeza. Ese enojo es más fácil de manejar. —Dulzura, por favor, dime qué he hecho mal. — Apoya sus grandes manos en la isla. Solo puedo pensar en dónde estaban esos dedos hace una hora. Aprieto los muslos. —Deberías saberlo. No debería tener que decírtelo— —Normalmente, torturaría esa información a un individuo.— —Dame tu mejor golpe, grandulón. — Sonrío, sabiendo que no va a lastimarme ni un pelo de la cabeza. —No me gusta esto. — Ahora cruza los brazos sobre el pecho. Nos miramos fijamente al otro lado de la isla de la cocina, y me pregunto quién ganará. — ¡Maldita sea!— resoplo cuando parpadeo. — ¿Qué? ¿Ha pasado algo?— Se apresura a rodear la isla de la cocina para ver si estoy bien. —Estábamos teniendo un concurso de miradas, y he perdido— — ¿Estábamos?— Vuelve a tener esa adorable expresión de confusión en la cara. ¿Cómo se supone que voy a seguir enojada con él si me sigue mirando así? —Parpadee. Por lo tanto, perdí— —Lo haremos de nuevo. — Me toma de la barbilla para girar mi cara y mirarlo a los ojos. Se fijan, y un segundo después, parpadea. Me resisto a reír, pero pierdo. ¿Qué voy a hacer con este hombre? — ¡No me hagas reír! Estoy enojada contigo. — Le quito la mano de encima. —Sé lo que es esto. Carina tiene hambre todo el tiempo. Debería darte de comer. — Se dirige a la nevera y empieza a preparar el desayuno.