1. Exorcismo. FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ
¿HAY QUE hablar de fútbol? ¡Pues ea! Hablemos. Es la
tercera vez que lo hago, a contracorriente, en esta columna
gruñona. Nunca el lobo es más feroz que cuando el gregarismo del
balompié y los aullidos de sus hinchas hieren su sensibilidad,
aturden sus oídos y turban la quietud de su cubil.
La primera fue hace cuatro años en circunstancia similar a la de anoche: final de
copa europea, esta vez entre los pigs del continente. Es significativo y aleccionador que
sean las cigarras del sur quienes mojen la oreja a las hormigas del norte en lo
concerniente a algo tan infantil como lo es dar patadas y cabezazos a un balón. Yo
prefiero a los adultos que saben cuadrar las cuentas, pero de nada sirve soñar con
imposibles.
Lo que en aquella ocasión suscitó mi cólera fue ver cómo los jugadores
celebraban su triunfo en los vestuarios. Confieso que Casillas, contra el que nada tengo,
me sacó de mis casillas. Andaba el hombre en calzoncillos blancos de modelo slip y vertía
el contenido de una botella de cava sobre las cabezas de sus compañeros. ¡Si por lo
menos hubiese sido de champán y su ropa interior menos hortera! Ganas me entraron de
enviarle unos gayumbos (ya es palabra admitida por la Española) de ésos que parecen
pantaloncitos y tienen cuadros, rayas, florecillas o ratones de Walt Disney.
La segunda vez fue con motivo de los últimos mundiales . Me pillaron en Japón, a
horas intempestivas. Sólo vi el partido con Suiza y tras él, alborozado, me fui a tomar una
fondue. Poco duró mi alegría, pues después pasó lo que pasó. ¿Fue justo castigo a mi
perversidad?
Es probable. Que me aburra el fútbol sólo me convierte en bicho raro. Que los
triunfos de mi supuesta patria (lo es por imperativo del DNI), gústeme o no ese deporte, me
traigan al fresco, sólo demuestra que soy un picha fría. Pero que desee su derrota, como
es el caso… ¡Ah, eso sí que me inquieta, pues debería ir al confesor y decirle: Padre, me
acuso de ser un desalmado!
¿Lo soy? Perdóneme el lector tanto exabrupto . Están en mi naturaleza. No sería
feroz el lobo si no sacara los colmillos. El licántropo lo es en noches de plenilunio, y la de
ayer, metafóricamente, lo fue. Mi maldad no tiene límites: a las ocho de la tarde metí en el
cubitero una botella de Mumm. Iba sobre seguro, porque el champán, a diferencia del cava
de Casillas, sirve a la vez de consuelo, celebración y expiación. ¡Chin, chin, señores!
¡Ojalá pierdan los dos y así ganaremos todos!
El MUNDO 2/junio/2012