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Comprensión Lectora 4º Sec.
Nombre y apellidos: ……………………………………………………………………………Fecha: /…/2019
Nota: …………….
Lee detenidamente la siguiente lectura:
“EL TROMPO”
José Diez Canseco
Sobre el cerro San Cristóbal la niebla había puesto una capota sucia que cubría la cruz de hierro, una garúa de calabobos se cernía entre
los árboles lavando las hojas, transformándose en un fango ligero y descendiendo hasta la tierra que acentuaba su color pardo, las
estatuas desnudas de la Alameda de los Descalzos se chorreaban con el barro formado por la lluvia y el polvo acumulado en cada
escorzo. Un policía, cubierto con su capote azul de vueltas rojas, daba unos pasos aburridos entre las bancas desiertas, sin una sola
pareja, dejando la estela famosa de su cigarrillo. Al fondo, en el convento de los frailes franciscanos se estremecía la débil campanita
con su son triste.
En esa tarde todo era opaco y silencioso. Los automóviles, los tranvías, las carretillas repartidoras de cervezas y sodas, los
“colectivos”, se esfumaban en la niebla gris-azulada y todos los ruidos parecían lejanos. A veces surgía la estridencia característica de
los neumáticos rodando sobre el asfalto húmedo y sonoro y surgía también, solitario y escuálido, el silbido vagabundo de un transeúnte
invisible. Esta tarde s e parecía a la tarde del vals sentimental y huachafo que, muchos años, cantaban los currutacos de las tiorbas:
¡La tarde era triste,
la nieve caía!...
Por la acera izquierda de la Alameda iba Chupitos y a su lado el cholo Feliciano Mayta. Chupitos era un Zambito de diez
años, con dos ojazos vivísimos sombreados por largas pestañas y una jeta burlona que siempre fruncía con estrepitoso sorbo.
Chupitos le llamaron desde que un día, hacia un año más o menos, sus amigos le encontraron en la puerta de la Botica de San Lázaro
pidiendo:
-¡Despácheme esta receta!...
Uno de los ganchos, Glicerio Carmona, le preguntó:
-¿Quién está enfermo en tu casa?
-Nadies….Soy yo que me han salido unos chupitos..
Y con “Chupitos” quedó bautizado el mocoso que ahora iba con Feliciano, Glicerio, el Bizco Nicasio, Faustino Zapata,
pendencieros de la misma edad que vendían suertes o pregonaban crímenes, ávidamente leídos en los diarios que ofrecían. Cerraba la
marcha Ricardo, el gran Ricardo, el famoso Ricardo que, cada vez que entraba a un cafetín japonés a comprar un alfajor o un
comeycalla, salía, nadie sabía cómo, con dulces y bizcochos para todos los feligreses de la tira.
-¡Pestaña que uno tiene, compadre!
Gran pestaña, famosa pestaña que un día le falló, desgraciadamente, como siempre falla, y que le costó una noche integra
en la comisaría, de donde salió con el orgullo inmenso de quien tiene la experiencia carcelera que él sintetizaba en una frase aprendida
de una crónica policial:
-Yo soy un avezado en la senda del crimen.
El grupo iba en silencio. El día anterior, Chupitos había perdido su trompo jugando a la “cocina” con Glicerio Carmona, ese
juego infante y taimado, sin gallardía de destreza, sin arrogancia de fuerza. Un juego que consiste en ir empujando el trompo contrario
hasta meterlo dentro de un círculo, en la “cocina”, en donde el perdidoso tiene que entregar el trompo cocinado a quien tuvo la
habilidad rastrera de saberlo empujar.
No era ése juego de hombres. Chupitos y los otros sabían bien que los trompos, como todo en la vida, deben pelearse a tajos
y a quiñes, con el puñal franco de las púas y sin la mujeril arteria del empellón. El pleito tenía que ser siempre definitivo, con un
triunfador y un derrotado, sin prisionero posible para el orgullo de los mulatos palomillas.
Y, naturalmente, Chupitos andaba medio tibio por haber perdido su trompo. Le había costado veinte centavos y era de
naranjo. Con esa ciencia sutil y maravillosa, que sólo poseen los iniciados, el muchacho había acicalado su trompo así como así como
su padre acicalaba sus ajisecos y sus giros, sus cenizos y sus carmelos, todos esos gallos que eran su mayor y más alto orgullo. Así
como a los gallos se les corta la cresta para que el enemigo no pueda prenderse y patear luego a su antojo, así Chupitos le cortó la
cabeza al trompo, una especie de perilla que no servia para nada; lo fue puliendo, nivelando y dándole cera para hacerlo más
resbaladizo y le cambió la innoble púa de garbanzo, una púa roma y cobarde, por la púa roma y cobarde, por la púa de clavo afilada
y brillante como una de las navajas que su padre amarraba a las estacas de sus pollos peleadores.
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LECTURA
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Aquel trompo había sido su orgullo. Certero en la chuzada, Chupitos nunca quedó el último y, por consiguiente, jamás ordenó
cocina, ese juego zafio de empujones. ¡Eso nunca! Con los trompos se juega a los quiñes, a rajar al chantado y a sacarle hasta la
contumelia que en lengua faraona, vienen a ser algo así como la vida. ¡Cuántas veces su trompo, disparado con toda su fuerza infantil,
había partido en dos al otro que enseñaba sus entrañas compactas de madera, la contumelia destrozada! Y cómo se ufanaba entonces
de su hazaña con una media sonrisa, pero sin permitirse jamás la risotada burlona que habría humillado al perdedor:
-Los hombres cuando ganan, ganan. Y ya está.
Nunca se permitió una burla. Apenas la sonrisa presuntuosa que delataba el orgullo de su sabiduría en el juego y, como la
cosa más natural del mundo, volver a chuzar para que otro trompo se chantase y rajarlo en dos con la infalibilidades de su certeza.
Sólo que el día anterior, sin que él se lo pudiese explicar hasta este instante, cayó detrás de Carmona. ¡Cosas de la Vida! Lo cierto es que
tuvo que chantarse y el otro, sin poder disimular su codicia, ordenó rápidamente por las ganas que tenía de quedarse con el trompo
hazañudo de Chupitos:
-¡Cocina!
Se atolondró la protesta del zambito.
-¡Yo no juego cocina! Si quieres, a los quiñes…
La rebelión de Chupitos causó un estupor inenarrable en el grupo de palomillas. ¿desde cuándo un chantado se atrevía a
discutir al prima? El gran Ricardo murmuró con la cabeza baja mientras enhuaracaba su trompo.
-Tú sabes, Chupitos, que el que manda, manda: así es la ley…
Chupitos, claro está, ignoraba que la ley no es siempre la justicia y, viendo la desaprobación de la tira de sus amigotes, no
tuvo más remedio que arrojar su trompo al suelo y esperar, arrimado a la pared con la huaraca enrollada en la mano, que hicieran con su
juguete lo que les diera la gana. ¡Ah, de fijo que le iban a quitar su trompo! …Todos aquellos compadres sabían lo suficiente para no
quemarse ni errar un solo tiro el arma de su orgullo iría a parar al fin en la cocina odiosa, en esa cocina que la avaricia y la cobardía de
Glicerio Carmona había ordenado para apoderarse del trozo de naranjo torneado en que el zambito fincaba su viril complacencia y la
orgullosa certidumbre de su fuerza. Y, sin decirlo naturalmente, sin pronunciar las palabras en voz alta, Chupitos insultó espantosamente
a Carmona pensando:
-¡Chontano tenía que ser!
Los golpes se fueron sucediendo y sucediendo hasta que, al fin, el grito de júbilo de Glicerio anunció el final del juego:
-¡Lo gané!
Sí, ya era suyo y no había poder humano que se lo arrebatase. Suyo, pero muy suyo, sin apelación posible, por la pericia
mañosa de su juego. Y todos los amigos le envidiaban el trompo que Carmona mostraba en la mano exclamando:
-Ya no juego más…
II
¡Pero qué mala pata, Chupitos! Desde chiquito la cosa había sido que una mala pata espantosa. El día que nació, por ejemplo, en
el Callejón de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, una vecina dejó sobre un trapo la planta ardiente, encima de la tabla de planchar y el
trapo y la tabla se incendiaron y el fuego se extendió por las paredes empapeladas con carátulas de revistas. Total: casi se quema el
callejón. La madre tuvo que salir en brazos del marido y una hermana de éste alzó al chiquillo de la cuna. A poco, los padres tuvieron
que entregarlo a una vecina para que lo lactara, no fuera que el susto de la madre se le pasara al muchacho. Luego fue creciendo en un
ambiente “sumamente peleador”, como decía él, para explicar ésa su pasión por las trompeaduras, ¿Qué sucedía? Que su madre,
zamba engreída, había salido un poco volantusa, según la severa y acaso exagerada opinión de la hermana del marido, porque
volantuseria era al fin y al cabo, eso de demorarse dos horas en la plaza del mercado y llegar a la casa, a los dos cuartos del callejón
humilde, toda sofocada y preguntando por el marido:
-¿Ya llegó Demetrio?
Hasta que un día se armó la de Dios es Cristo y mueran los moros y vivían los cristianos. Chupitos tenía ya siete años y se
acordaba de todo. Sucedió que un día su mamá llegó como a las ocho de la noche. La carapulcra se enfriaba en la olla sobre el brasero
con los tizones casi apagados. Llegó con una oreja m muy colorada y el revuelto pelo mal arreglado. El marido hizo la clásica pregunta:
-¿A dónde has estado? La comida está fría, y yo…. ¡Espera que te espera! A ver, vamos a ver…
Y, torpemente, sin poder urdir una mentira tan clásica como la pregunta, la zamba había respondido rabiosamente:
-¡Caramba! Ni que una fuera una criminal...
Arruyó la impaciencia contenida del marido:
-Yo no digo que tú eres una criminal. Lo que quiero es saber a dónde has estado. Nada más.
-En la esquina.
-¿En la esquina? ¿Y qué hacías en la esquina?
-Estaba con Juana Rosa…
Y dando un media vuelta que hizo revolar la falda, se fue a avivar los tizones y a recalentar la carapulcra. La comida fue en
silencio. Chupitos no se atrevía a levantar las narices de su plato y el padre apuraba, uno tras otro, largos vasos de vino. Al terminar, el
zambo se lió la bufanda al cuello, se terció la gorra sobre una oreja y encendiendo un cigarrillo, salió dando un portazo.
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La mujer no dijo ni chus ni mus. Vio salir al marido y advirtió a donde iba: ¡A hablar con Juana Rosa! Y entonces, sin
reflexionar en la locura que iba a cometer, se envolvió en el pañalón, ató en una frazada unas cuantas ropas y salió también d e
estampida dejando al pobre Chupitos que, de puro susto, se tragaba unas lágrimas que le desbordaban los ojazos ingenuos sin saber él
por qué. A media noche regresó el marido con toda la ira del engaño avivada por el alcohol; abrió la puerta de una patada y rabió la
llamada:
-¡Aurora!
Le respondió el llanto del hijo: -Se fue papacito.
El zambo guardó entonces con lentitud el objeto de peligro que le brillaba en la mano y murmuró con voz opaca:
-¡Ah, se fue, ¿no?....Si tenía la conciencia más negra que su cara…! ¡Con Juana Rosa!... ¡Yo le voy a dar a Juana Rosa!
Su hermana había tenido razón: Aurora fue siempre una volantusa…No había nada que hacer. Es decir, si, si había que hacer:
romperle la cara marcarla duro y hondo para que se acordara siempre de su mala ofensa. Allá, en la esquina, se lo habían contado todo
y ya sabía lo que mejor hubiese ignorado siempre: esa oreja enrojecida, ese pelo revuelto, era el resultado de la rabia del amante que la
zamaqueó rudamente por sabe Dios, o el diablo, qué discusión sinvergüenza…..Ah, no sólo había habido engañado sino que, además,
había otro hombre que también se creía con derecho de asentarle la mano…No, eso no: los dos tenían que saber quién era Demetrio
Velásquez…. ¡Claro que lo iban a saber!
Y lo supieron. Sólo que, después, Demetrio estuvo preso quince días por la paliza que propinó a los mendaces y quien, en
buena, pagó el pato fue el pobre Chupitos que se quedó sin madre y con el padre preso, mal consolado por la hospitalidad de la tía, la
hermana de Demetrio, que todo el día no hacia sino hablar de Aurora:
-Zamba más sinvergüenza….. ¡jesús!
Cuando el padre regresó de la prisión el chiquillo le preguntó llorando:
-¿Y mi mamá?
El zambo arrugó sin piedad la frente:
-¡Se murió! Y…. ¡no llores!
El muchacho le miró asombrado, sin entender, sin querer entender, con una pena y con un estupor que le dolían malamente en
su alma huérfana. Luego se atrevió:
-¿De veras?
Tardó unos instantes el padre en responder. Luego, bajando la cabeza y apretándose las manos, murmuró sordamente:
-De veras, mujeres con quiñes, como si fueran trompos…. ¡ni de vainas!.
III
Fue la primera lección que aprendió Chupitos en su vida: mujeres con quiñes, como si fueran trompos, ¡ni de vainas! Luego los
trompos tampoco debían tener quiñes….No, nada de lo que un hombre posee, mujer o trompo -juguetes-, podía estar maculado por nadie ni
por nada. Que si el hombre pone toda su complacencia y todo su orgullo en la compañera o en el juego, nada ni nadie puede ganarle la
mano. Así es la cosa y no puede ser de otra guisa. Esa es la dura ley de los hombres y la justicia dura de la vida.
Y no lo olvidó nunca. Tres años pasaron desde que el muchacho, se quedara sin madre y, en esos tres años, sin más compañía
que el padre, se fue haciendo hombre, es decir, fue aprendiendo a luchar solo, a enfrentarse a sus propios conflictos, a resolverlos sin
ayuda de nadie, sólo por la sutileza de su ingenio criollo o por la pujanza viril de sus puños palomillas. En las tientas de gallos,
mientras sostenía el chuzo desplumado que servia de señuelo a los gallos que su padre adiestraba, aprendió ese arte peligroso de saber
pelear, de agredir sin peligro y de pegar siempre primero.
Ahora tenía que resolver la dura cuestión que le planteaba la codicia del cholo Carmona: ¡Había perdido su trompo! Y aquella
misma tarde de la derrota regresó a su casa para pedir a su padre después de la comida:
-Papá, regálame treinta centavos, ¿quieres?
-¿Treinta centavos? Come tu ajiaco y cállate la boca.
El muchacho insistió levantando las cejas para exagerar su pena.
-Es que me ganaron mi trompo y tengo que comprarme otro….
-¿Y para qué te lo dejaste ganar?
-¿Y qué iba a hacer?
La lógica paterna:
-No dejártelo ganar….
Chupitos explicaba alzando más las cejas:
-Fue Carmona, papá, que mandó cocina y como tuve que chantarme…Déme los treinta chuyos, ¿quiere?...
En la expresión y en la voz del muchacho el padre advirtió algo inusitado, una emoción que se mezclaba con la tristeza de una
virilidad humillada, y con la rabia apremiante de una venganza por cumplir. Y, casi sin pensarlo, se metió la mano en el bolsillo y sacó
los tres reales pedidos:
-Cuidado con que te ganen otro.
El muchacho no respondió. Después de echar una cantidad inmensa de azúcar en la taza de té, bebió resoplando.
4
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-¡Caray con el muchacho! ¡Te vas a sancochar el hocico! –roznó la tía.
El zambito, sin responde, bebía y bebía, resopló al terminar, se limpió los belfos con el dorso de la mano y salió corriendo:
-¿Adónde vas?
-¡A la chingana´e la esquina!
Llegó acezando a la pulpería en donde el chino despachaba impasible a la luz amarilla del candil de kerosene:
-¡Oye, dame ese trompo!
Y señalaba uno, más chico que el anterior, también de naranjo, con su petulante cabecita y su vergonzante púe de garbanzo.
Pagó veinte centavos y compró un pedazo de lija con que pulir el arma que le recuperase al día siguiente el trompo que fue su orgullo y
la envidia de toda la tira del barrio.
Por la mañana se levantó temprano y temprano fue al corral. Allí escogió un clavo y comenzó toda la larga operación de
transformar el pacifico juguete en un arma de combate. Le quitó la púa roma y con el serrucho más fino que su padre empleaba para
cortar los espolones de sus gallos, le quitó la cabeza inútil. Luego, con la lija pulió el lomo y fue devastando el contorno para hacerlo
invulnerable. Dos horas estuvo afilando el clavo para hacer la púa de pelea, como las navajas de los gallos, y le robó a su tía un cabito de
vela para encerarlo. Terminada la operación, enrolló el trompo con la huaraca, la fina cuerda bien manoseada, escupió una babita y lo
lanzó con fuerza en el centro de la señal. Y al levantarlo, girando como una sedita, sin una sola vibración, vio con orgullo cómo la
púa de clavo le hacia sangran la palma rosada de su mano morena:
-¡Ya está! ¡Ahora va a ver ese cholo currupantioso!...
IV
¡La tarde era triste,
la nieve caía!...
en Lima, a Dios gracias, no hay nieve que caiga ni ha caído nunca. Apenas esa garúa finita de calabobos, como dije al
principio de este relato, chorreando su fanguito de las hojas de los árboles, morenizando el mármol de las estatuas que ornan la Alameda
de los Descalzos. Allá iban los amigotes del barrio a chuzar esa partida en que Chupitos había puesto todo su orgullo y su angustia
esperanza:
-¿Se lo ganaré a Carmona?
Al principio, cuando Mayta, por sugerencia del zambito, propuso la pelea de los trompos, el propio Chupitos opinó que, en esa
tarde, con tanto lluvia y tanto barro, no se podría jugar. Y como lo presumió, Carmona tuvo la mezquindad de burlarse.
-Lo que tienes es miedo de que te quite otro trompo.
-¿Yo, miedo? No seas…
-Entonces, ¿vamos?
-Al tirito.
Y fueron al camino que conduce a la Pampa de Amancaes que todavía tiene, felizmente, tierra para que jueguen los palomillas.
Carmona se aprestó a escupir la babita alrededor de la cual todos formaron un círculo. Mayta disparó primero, luego Ricardo, después
Faustino Zapata. Carmona midió la distancia con la piola, adelante el pie derecho, enhuaracó con calma y disparó. Sólo que fue carrera de
caballo y parada de borrico porque cayó el último. Chupitos disparó a su vez e, inexplicablemente para él, su púa se hincó detrás de la
marca de Ricardo quien resultó prima. Desgraciadamente, así, en público, el muchacho no pudo sugerirle que mandase la cocina con
que habría recuperado su trompo y Ricardo mandó:
-¡Quiñes!
El trompo que ahora tenía Carmona, el trompo que antes había sido de Chupitos, se chantó ignominiosamente: ¡en sus manos
jamás se habría chantado! Y allí estaba, estúpido e inerte, esperando que las púas de los otros trompos se cebaran en su noble madera
de naranjo. Y los golpes fueron llegando: Mayta le sacó una lonja y Faustino le hizo dos quiñes de emparada. Hasta que al fin llegó el
turno a Chupitos. ¿Qué podría hacer?
¡Los trompos con quiñes, como las mujeres, ni de vainas!....Nunca seria el suyo ese trompo malamente estropeado ahora por
la ley del juego que tanto se parece a la ley de la vida…Lenta, parsimoniosamente, Chupitos comenzó a enhuaracar su trompo para
poner fin a esa vergüenza. Ajustó bien la piola y pasó por la púa el pulgar y el índice mojados en saliva; midió la distancia, alzó el bracito
y disparó con toda su alma. Una sola exclamación admirativa se escuchó:
-¡Lo rajaste!
Chupitos ni siquiera miró el trompo rajado: se alzó de hombros y abanando junto al viejo el trompo nuevo, se metió las mano
s en los bolsillos y dio la espalda a la tira murmurando:
-Ya lo sabía…
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Y se fue. Los muchachos no se explicaban por qué dejaba los dos trompos allí, tirados, ni por qué se iba pegadito a la pared. De
pronto se detuvo. Sus amigos que le miraban marcharse con la cabecita gacha, pensaron que iba a volver, pero Chupitos sacó del
bolsillo el resto del clavo que le sirviera para hacer la segunda púa de combate y, arañando la pared, volvió a emprender su marcha
hasta que se perdió, solo, triste e inútilmente vencedor; tras la esquina esa en que, a la hora de la tertulia, tanto había ponderado al viejo
trompo partido ahora por su mano:
-¡Más legal, te dijo!.... ¡De naranjo purito!.
Con ayuda del diccionario anota el significado de las siguientes palabras:
a) Calabobos: …………………………………………………………………………………
b) Escorzo: …………………………………………………………………………………
c) Currutaco: …………………………………………………………………………………
d) Belfo: …………………………………………………………………………………
e) Zafio: …………………………………………………………………………………
f) Mendaz: …………………………………………………………………………………
Responde a las siguientes preguntas:
1. Según las referencias que ofrece el autor, ¿en qué época
aproximadamente ocurren los hechos?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
2. ¿Quién era Chupitos? ¿Por qué sus amigos lo bautizaron con ese apodo?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
3. Explica cómo perdió Chupitos el trompo que había sido su orgullo.
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
4. ¿A qué atribuye el autor la mala suerte que Chupitos había tenido desde chiquito?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
5. ¿En qué situación queda el niño cuando su madre se ausenta y su padre es llevado a la prisión?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
6. ¿Cuál fue la primera lección que aprendió Chupitos en su vida?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
7. ¿Cómo vive el pequeño a partir de ese momento?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
8. ¿Qué es lo que hace el niño para resolver la dura cuestión que le planteaba el hecho de haber perdido su trompo?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
9. Señala todos los pasos que da Chupitos para transformar su nuevo trompo en un arma de combate.
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
10. ¿Cómo se desarrolló aquella esperada pelea de los trompos? ¿Qué pasó cuando Chupitos disparó su trompo con toda la
fuerza de su alma?
_________________________________________________________________
6
COMPRENSIÓN DE LECTURA
Vocabulario:
Preguntas de Comprensión:
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_________________________________________________________________
11. ¿Por qué se aleja Chupitos dando la espalda a la tira y dejando allí los dos trompos tirados?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes palabras:
Sinónimo Antónimo
a) Finita …………………………………. ………………………………….
b) Estúpido …………………………………. ………………………………….
c) Derrota …………………………………. ………………………………….
d) Vibración …………………………………. ………………………………….
e) Pelear …………………………………. ………………………………….
7
Razonamiento Verbal:
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Comprensión Lectora 4º Sec.
Nombre y apellidos: ……………………………………………………………………………Fecha: /…/2019
Nota: …………….
Lee detenidamente la siguiente lectura:
“EL CRECIENTE”
Fernando Romero
El negocio no daba. Podía haber siempre paiche y menestras en el payol. No eran pocas las reses, los cerdos y gallinas del puesto. El
maíz amarillaba a menudo en el entablado. El tipiti estaba casi siempre lleno de yuca que la prensa primitiva convertía en masato. No
obstante, el negocio no daba. Paneas si con el producto de la hacienda se podía mantener a los doce muchachos famélicos que Juan
García había tenido en la buena y hacendosa cocama. Y a la parentela de la misma, poco laboriosa y demasiado hambrienta.
¡Cuánto había que trabajar! De cinco a cinco no era posible apartarse del machete y el remo sino para coger el hacha pesada
y fuerte. Cosechar el grano, sacar las manos de los plátanos, cambiar de pastizal a las reses, fisgar el paiche en las cochas, quemar los
herbazales, rozar el monte; dar agua a los patos, maíz a las aves y cáscaras de fruta a los cerdos. ¡Cuánta labor! Había mucho tiempo que
él no descansaba. ¿El resultado? Alimentar con su trabajo, que sólo los ataques de paludismo interrumpían de cuando en cuando, a los
patrones de lancha, abusivos y explotadores.
Como la de tantos, su historia empezaba con el comienzo de la explotación del caucho en Loreto. Con la explotación del caucho en
Loreto. Con ese periodo se unimismaba su juventud opulenta. La madurez fue pobre, cuando cayó el precio de la goma, y con éste la riqueza
departamental. Su vejez, ya lo habéis visto, era mísera, metido en San Pedro, el puesto del Ucayali.
En su niñez limeña, cómoda si no rica, jamás soñó con ser hacendado en Loreto. Como el padre, debió parar en comerciante. Como él,
también debió haberse casado con burguesa rica que llevara dinero al matrimonio. Pero el caucho dispuso otra cosa. Vínose al país del
oro de entonces y ganó dinero. Pensó en regresar a Lima. Quiso deslumbrar a los suyos llevándoles, a falta de la carrera que sus
contemporáneos habían conseguido en universidades añejas, buenos costalitos de libras esterlinas. Luchando por aumentar el número de
éstos, perdiólos todos.
Entonces, por vergüenza de retornar pobre hogar, se enteró en el puesto que comprara con el dinero salvado de la catástrofe. De eso
hacia quince años. Durante todo ese tiempo, esperando reunir la fortuna que no llegaba, se llenó de hijos y querencias. Mientras tanto la
madre y el padre desaparecieron. Se había olvidado del nombre de los amigos de la infancia, y apenas si, de cuando en cuando, una carta
venida de la capital de la República, en papel fino que olía a comodidad, le hablaba de los hermanos ricos y los sobrinos estudiantes.
No perdió nunca la esperanza. En un nido de paucar que colgaba del techo del tambo para ahuyentar los murciélagos, había guardado
unas cuantas libras. Porque, aunque pobre, se iba pronto. Por eso tenía, cuidadosamente apuntadas en una libreta, direcciones de calles
y números de teléfonos de Lima.
Faltaba la cosecha de aquel año. Deseaba ardientemente ver su resultado. De ninguna manera dejaría en la pobreza a la compañera de
tantos años y a los cocamillas civilizados. Quería hacer la recolección por su mano. Convertir en dinero contante y sonante lo que le diera
la tierra, sembrando esta vez con todo esmero y en gran extensión; luego, rematar el puesto y alejarse, entregando a los suyos lo
suficiente para vivir hasta que los chicos pudieran afrontar solos la vida.
Esa vida de selva, que a él ya lo hastiaba, llena de miseria y soledad. ¡Cuánto anhelaba ciudad y civilización!
La montaña agarra, oyó decir siempre. El lo había experimentado. Mil veces pensó en alejarse de ella, como ahora. En otras tantas
oportunidades surgieron inconvenientes, haciendo fracasar sus mejores proyectos. Así vivió tanto tiempo…
Pero ya iba a sonar la trompeta libertadora.
***El ataque de paludismo lo sacude. Debilitado por la fiebre intensa de hace varios días, García no puede ya ni levantarse del lecho de
pona. Bajo el mosquitero blanco suda y sufre, mientras en torno al morín los zancudos virotes buscan un intersticio para colarse
dentro.
Cuando le enfermedad lo tendió el nivel del río comenzaba a subir. Las aguas llegaban de las cabeceras turbias y violentas,
arrastrando pajas, animales muertos, talofitas arrancadas del fondo, arbustos, palos y trozos de orilla descuajados de las márgenes. Era
la formidable creciente del Ucayali en toda su fiereza y pujanza.
En los momentos de lucidez que le dejaba la fiebre preguntaba a su maceba dónde había subido el nivel del agua. Las respuestas
lo inquietaban. La ultima información que tuvo era que faltaban solamente tres escalones del puerto del puesto. El río había subido
cinco pies más que en las crecientes anteriores y quince en total.
***
8
LECTURA
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No tenían quinina. La lancha correo entróse por el Caño de Puinahua, navegable por la creciente, dejando a San Pedro sin
elementos. Las canoas mandadas al puesto de Tuanama –tres vueltas abajo –y al de Shapiama – seis horas de surcada en canoa -no
trajeron medicamentos. Y la fiebre continuaba sacudiendo al hacendado mientras el Ucayali, amenazador, seguía subiendo el nivel. El
arrozal fue arrastrado por la creciente, junto con el maizal y la huerta. Hasta el purón llegaba el agua. Por eso las gallinas, los patos, los
cerdos y las vacas se apretujaban en una lomita, tristes y hambrientos.
Tendido García en el lecho, nadie era capaz de evitar mayores males. En pie él, como en ocasiones anteriores, hubiera
arreado el ganado al centro trasladándose allá hasta que las aguas se retiraran. Pero no había quien lo hiciera. Temerosos y abusivos,
los cocamas huyeron llevándose buenos paneros rellenos de yuca y grandes pates con la chicha de maíz de la despensa. Sólo
quedaban en el puesto el enfermo, la manceba y los hijos.
La mujer no había querido decirle nada. Por eso, al verlo incorporarse en el lecho, dispuesto a salir del tambo, temió lo que iba a suceder.
Apoyándose en ella llegó a la puerta. Miró a derecha e izquierda, desconcertado, no dando crédito a lo que veían sus ojos….
-¿Dónde estamos, Purificación?
Entonces ella comenzó a explicarle todo, a describir la noche de horror en que había ocurrido la catástrofe, mientras él tiritaba
bajo el frío del fiebre-.
La creciente fue enorme, desusada. Bajando furiosamente contra la orilla de San Pedro, el agua había comenzado por amolar la
saliente en que quedaba el puesto, obstruyendo el canal con la tierra y los palos arrancados de ella. Luego, buscándose un paso franco,
horadó el barranco de la derecha, haciendo una tipisha que dejaba la hacienda aislada de la margen, formando una nueva isla en el
Ucayali. La chacra había desaparecido íntegramente. Con ella, el ganado y las aves de corral. Es decir. Toda la riqueza del puesto…
***
Desconsoladamente, lloraba en silencio, tendido boca arriba, sin sentir los feroces lancetazos de los zancudos zumbantes
dentro del mosquitero.
Era un desgraciado, nuevamente un miserable, un esclavo de la selva, pensaba. Río maldito siempre acechante, siempre
hipócrita y malvado, ¿Qué hacer ahora? Huir, para siempre de la montaña. Impidiendo que se lo tragase. Ali, en el nido de paucar, estaban
los ahorros, es decir, la liberación. Se iría, se iría…
Ahora que se sentía decido a marchar, destrozando trabas olvidando querencias, destrozando trabas y olvidado querencias,
sádicamente rememoraba todas las miserias y sufrimientos que le había proporcionado esa selva aborrecida. ¿Fue una vida la suya?
Casi no lo parecía. Era un rosario de tristezas, mejor. Hasta los pocos placeres que gozó le supieron amargos. Aquella hermosa brasileña
que hizo suya en el Yurúa le costó perder una oreja y tres dedos de la mano, de un machetazo dirigido a su cabeza por el rival. Su
primera fortuna la tuvo que hacer a tiros, como levantó a golpes de hacha el puesto actual. Fue disentérico durante largo tiempo. El
beriberi lo dejó inmóvil un año. El paludismo era ya crónico en su organismo. ¡Cuánto, cuánto había luchado! ¿Para qué? Imbécil fue
un tiempo en creer en un Dios. ¿Acaso un ser como aquél que se le imaginó era capaz de destruir el último refugio y la postrera
esperanza de un desgraciado como Juan García?
Así durante varias horas odió con toda su alma cuanto fue su vida pasada, jurándose mil veces no dejar que la selva lo
agarrara como había hecho con otros cientos de hombres. Pero, ¿podría? ¿No estaba marcado con un signo fatal?..
Pobre, pobre de él. Árbol sin arraigo, tronco a la deriva, ave sin nido…
De pronto cantó un churo-churi anunciando la aurora. Y poco a poco su dolor maldiciente le hizo dulce, sereno. Comenzó a
experimentar una profunda pena por si mismo, por todos…Lloró un niño y levantóse presta la madre a cantarle quedo. Sin quererlo,
García pensó en su mujer y sus hijos. Una cocama, una infiel, unos pequeños semicivilizados: su familia…
-¿Y qué -saltó burlón un pensamiento-, crees tú ser diferente a ellos? Si has retrogradado a salvaje, García…
De nuevo miró el nido de paucar. Inconscientemente calculó el número de peones que podrían alimentarse un mes con esa
cantidad. ¿para cuánto tiempo le duraría a él ese dinero en Lima?..
Sus deseos de irse iban disminuyendo a medida que hacia cálculos. El desaliento había pasado.
Ahora era otra vez el espíritu batallador de hacia mucho tiempo, el hombre acostumbrado a pelear brazo a brazo con al selva
durante treinta años.
Hasta que, rotundo, se dijo resueltamente que él no era tipo de ciudad. Era otro ser: el montañés libérrimo y luchador, tenaz y
sencillo.
El sol llenó de luz la estancia. Se levantó y, usando las páginas de la libreta de direcciones, prendido el fogón. Tomó su café,
cogió el hacha, se puso el machete al cinto y salió. Antes dijo a la mujer, resuelto y varonil:
-El puesto nuevo será en la tipishca.
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Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias
Con ayuda del diccionario anota el significado de las siguientes palabras:
a) Payol: …………………………………………………………………………………
b) Masato: …………………………………………………………………………………
c) Famélico: …………………………………………………………………………………
d) Arraigo: …………………………………………………………………………………
e) Talofitas: …………………………………………………………………………………
f) Intersticio: …………………………………………………………………………………
Responde a las siguientes preguntas:
1. ¿Quién era Juan García? ¿Cómo estaba constituida su familia?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
2. ¿Cómo transcurrieron su niñez, su juventud y su madurez? ¿Cómo es ahora su vejez?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
3. ¿Pudo alguna vez García cumplir su deseo de retornar a Lima? ¿Qué hacia con sus ahorros para no perder esta esperanza?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
4. ¿Por qué aguardaba ansiosamente el resultado de la cosecha de aquel año?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
5. ¿Qué ocurrió con el puesto y los animales cuando la creciente atacó con toda fiereza y pujanza?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
6. ¿Por qué no se pudieron evitar, como en ocasiones anteriores, los graves daños que causó la creciente?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
7. ¿Qué hace, qué piensa y qué siente Juan García al comprobar que ha perdido la chacra y toda la riqueza del puesto?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
8. Sin embargo, ¿Cómo reacciona luego al escuchar de pronto que un churichuri anuncia la aurora?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
9. ¿Qué decide, por último, cuando renace en él el espíritu del montañés libérrimo y luchador, tenaz y sencillo?
_________________________________________________________________
________________________________________________________________
Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes palabras:
Sinónimo Antónimo
a) Rematar …………………………………. ………………………………….
b) Sacudir …………………………………. ………………………………….
c) Amargos …………………………………. ………………………………….
d) Catástrofe …………………………………. ………………………………….
e) Desaparecido …………………………………. ………………………………….
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COMPRENSIÓN DE LECTURA
Vocabulario:
Razonamiento Verbal:
Preguntas de Comprensión:
Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias
Comprensión Lectora 4º Sec.
Nombre y apellidos: ……………………………………………………………………………Fecha: /…/2019
Nota: …………….
Lee detenidamente la siguiente lectura:
“CALIXTO GARMENDIA”
Ciro Alegría
-Déjame contarte, -le pidió un hombre llamado Remigio Garmendia a otro llamado Anselmo, levantando la cara-. Todos estos
días, anoche, esta mañana, aun esta tarde, he recordado mucho. Hay momentos en que a uno se le agolpa la vida….Además, debes
aprender. La vida, corta o larga, no es de uno solamente.
Sus ojos diáfanos parecían fijos en el tiempo. La voz se le fraguaba hondo y tenía un rudo timbre de emoción Blandíanse a
ratos las manos encallecidas.
-Yo nací arriba, en un pueblecito de los Andes. Mi padre era carpintero y me mandó a la escuela. Hasta segundo año de primaria
era todo lo que había. Y eso que tuve suerte de nacer en el pueblo, porque los niños del campo se quedaban sin escuela. Fuera de su
carpintería, mi padre tenía un terrenito al lado del pueblo, pasando la quebrada, y lo cultivaba con la ayuda de algunos indios a los que
pagaba en plata o con obritas de carpintería: que el cabo de una lampa o un hacha, que una mesita, en fin. Desde un extremo del
corredor de mi casa, veíamos amarillear el trigo, verdear el maíz, azulear las habas en nuestra pequeña tierra. Daba gusto. Con la comida
y la carpintería, teníamos bastante, considerando nuestra pobreza. A causa de tener algo y también por su carácter, mi padre no
agachaba la cabeza ante nadie. Su banco de carpintero estaba en el corredor de la casa, dando a la calle. Pasaba el alcalde. “Buenos días,
señor”, y asunto concluido. Pasaba el alférez de gendarmes. “Buenos días, señor”, y nada más. Pasaba el juez y lo mismo. Así era mi
padre con los mandones. Ellos hubieran querido que les tuviera miedo o les pidiese o les debiera algo. Se acostumbran a todo eso a
todo eso los que mandan. Mi padre les disgustaba. Y no acababa ahí la cosa. De repente venia gente del pueblo, ya sea indios, cholos o
blancos pobres. De a diez, de a veinte o también en poblada llegaban. “Don Calixto, encabécemos para hacer este reclamo”. Mi padre se
llamaba Calixto. Oía de lo que se trataba, si le parecía bien aceptaba y salía a la cabeza de la gente, que daba vivas y metía harta bulla,
para hacer el reclamo. Hablaba con buena palabra. A veces hacia ganar a los reclamadores y otras perdía, pero el pueblo siempre le
tenía confianza. Abuso que se cometía, ahí estaba mi padre para reclamar al frente de los perjudicados. Las autoridades y los ricos del
pueblo, dueños de haciendas y fundos, le tenían echado el ojo para partirlo en la primera ocasión. Consideraban tranquilo. El ni se
daba cuenta y vivía como si nada le pudiera pasar. Había hecho un sillón grande, que ponía en el corredor. Ahí solía sentarse, por las
tardes, a conversar con los amigos. “Los que necesitamos es justicia”, decía. “El día que el Perú tenga justicia, será grande”. No
dudaba de que la habría y se torcía los mostachos con satisfacción, predicando: “No debemos consentir abusos”.
Sucedió que vino una epidemia de tifo, y el panteón del pueblo se llenó con los muertos del propio pueblo y los que traían del
campo. Entonces las autoridades echaron mano de nuestro terrenito para panteón. Mi padre protestó diciendo que tomaran tierra de los
ricos, cuyas haciendas llegaban hasta la propia salida del pueblo. Dieron de pretexto que el terreno de mi padre estaba ya cercado,
pusieron gendarmes y comenzó el entierro de muertos. Quedaron a darle una indemnización de setecientos soles, que era algo en esos
años, pero que autorización, que requisitos, que papeleo, que no hay plata en este momento…Se la estaban cobrando a mi padre, para
ejemplo de reclamadores. Un día, después de discutir con el alcalde, mi viejo se puso a afilar una cuchilla y, para ir a lo seguro, también
un formón. Mi madre algo le vería en la cara y se le prendió del cogote y le lloró diciéndole que nada sacaba con ir a la cárcel, y
dejarnos a nosotros más desamparados. Mi padre se contuvo como quebrándose. Yo era niño entonces y me acuerdo de todo eso
como si hubiera pasado esta tarde.
Mi padre no era hombre que renunciara a su derecho. Comenzó a escribir cartas exponiendo la injusticia. Quería conseguir que
al menos le pagaran. Un escribano le hacia las cartas y le cobraba dos soles por cada una. Mi pobre escritura no valía para eso. El
escribano ponía la final: “A ruego de Calixto Garmendia, que no sabe firmar, Fulano”. El caso fue que mi padre despachó dos o tres veces
cartas al diputado por la provincia. Silencio. Otras al senador por el departamento. Silencio. Otra al mismo Presidente de la República.
Silencio. Por último, mandó cartas a los periódicos de Trujillo y a los de Lima. Nada, señor. El postillón llegaba al pueblo una vez por semana,
jalando una mula cargada con la valija del correo. Pasaba por la puerta de la casa y mi padre se iba detrás y esperaba en la oficina de
despacho hasta que clasificaban la correspondencia. A veces, yo también iba. “¿Carta para Calixto Garmendia?”, preguntaba mi padre. El
interventor, que era un viejito flaco y bonachón, tomaba las cartas que estaban en la casilla de la G, las iba viendo al final decía: “Nada,
amigo”. Mi padre salía comentando que la próxima vez habría cartas. Con los años, afirmaba que al menos los periódicos responderían. Un
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LECTURA
Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias
estudiante me ha dicho que, por lo regular, los periódicos creen que asuntos como ésos carecen de interés general. Esto, en el caso
de que los mismos no estén en favor del gobierno y sus autoridades y callen cuanto pueda perjudicarles. Mi padre tardó en
desengañarse de reclamar lejos y estar yéndose por las alturas, varios años.
Un día, a la desesperada, fue a sembrar la parte del panteón que aún no tenía cadáveres, para afirmar su propiedad. Lo tomaron
preso los gendarmes, mandados por el subprefecto en persona, y estuvo dos días en la cárcel. Los trámites estaban ultimados y el terreno
era de propiedad municipal legalmente. Cuando mi padre iba a hablar con el Síndico de Gastos del Municipio, el tipo abría el cajón del
escritorio y decía como si ahí debiera estar la plata: “No hay dinero, no hay nada ahora. Cálmate, Garmendia. Con el tiempo se te pagará”.
Mi padre presentó dos recursos al juez. Le costaron diez soles cada uno. El juez declaró sin lugar. Mi padre ya no pensaba en afilar la
cuchilla y el formón. “Es triste tener que hablar así –dijo una vez-, pero no me darían tiempo de matar a todos los que debía”. El
dinerito que mi madre había ahorrado y estaba en una ollita escondida en el terrado de la casa, se fue en cartas y en papeleo.
A los seis o siete años del despoje, mi padre se cansó hasta de cobrar. Envejeció mucho en aquellos tiempos. Lo que más le
dolía era el atropello. Alguna vez pensó en irse a Trujillo o a Lima a reclamar, pero no tenía dinero para eso. Y cayó también en cuenta de
que, viéndolo pobre y solo, sin influencias ni nada, no le harían caso. ¿De quién y cómo podía valerse? El terrenito seguía de panteón,
recibiendo muertos. Mi padre no quería n verlo, pero cuando por casualidad llegaba a mirarlo, decía: “¡Algo mío tan enterrado también ahí!
¡Crea usted en la justicia!” Siempre se había ocupado de que les hicieran justicia a los demás y, al final no la había ocupado de que
les hicieran justicia a los demás y, al final, no la había podido obtener ni para él mismo. Otras veces se quejaba de carecer de instrucción
y siempre despotricaba contra los tiranos, gamonales, tagarotes y mandones.
Yo fui creciendo en medio de esa lucha. A mi padre no le quedó otra cosa que su modesta carpintería. Apenas tuve fuerzas, me
puse a ayudarlo en el trabajo. Era muy escaso. En ese pueblito sedentario, casas nuevas se levantarían una cada dos años. Las puertas de
las otras duraban. Mesas y sillas casi nadie usaba. Los ricos del pueblo se enterraban en cajón, pero eran pocos y no morían con
frecuencia. Los indios enterraban a sus muertos envueltos en mantas sujetas con cordel. Igual que aquí en la costa entierran a cualquier
peón de caña, sea indio o no. La verdad era que cuando nos llegaba la noticia de un rico difunto y el encargo de un cajón, mi padre se
ponía contento. Se alegraba de tener trabajo y también de ver irse al hoyo a uno de la pandilla que lo despojó. ¿A qué hombre, tratado
así, no se le daña el corazón? Mi madre creía que no estaba bueno alegrarse debido a la muerte de un cristiano y encomendaba el alma
del finado rezando unos cuantos padrenuestros y avemarías. Duro le dábamos al serrucho, al cepillo, a la lija y a la clavada mi padre y
yo, que un cajón de muerto debe hacerse luego. Lo hacíamos por lo común de aliso y quedaba blanco. Algunos lo querían así y otros
que pintado de color caoba o negro y encima charolado. De todos modos, el muerto se iba a podrir lo mismo bajo tierra, pero aun para
eso hay gustos.
Una vez hubo un acontecimiento grande en mi casa y en el pueblo. Un forastero abrió una nueva tienda, que resultó mejor
que las otras cuatro que había. Mi viejo y yo trabajamos dos meses haciendo el mostrador y los andamios para los géneros y abarrotes.
Se inauguró con banda de música y la gente hablaba del progeso. En mi casa, hubo ropa nueva para todos. Mi padre me dio para que la
gastara en lo que quisiera, así, en lo que quisiera, la mayor cantidad de plata que había visto en mis manos: dos soles. Con el tiempo, la
tienda no hizo otra cosa que nuestra ropa envejeció y todo fue olvidado. Lo único bueno fue que yo gasté los dos soles en una
muchacha llamada Eutimia, así era el nombre, que una noche se dejó coger entre los alisos de la quebrada. Eso me duró. En adelante no
me cobró ya nada y si antes me recibió los dos soles, fue de pobre que era.
En la carpintería las cosas siguientes como siempre. A veces hacíamos un baúl o una mesita o dos o tres sillas en un mes.
Como siempre es un decir. Mi padre trabajaba a disgusto. Antes lo había visto yo gozarse puliendo y charolando cualquier obrita y le
quedaba muy vistosa. Después ya no le importó y como que salía del paso con un poco de lija. Hasta que al fin llegaba el encargo de otro
cajón de muerto, que era el plato fuerte. Cobrábamos generalmente diez soles. Déle otra vez a alegrarse mi padre, que solía decir: “¡Se
fregó otro bandido, diez soles!”M y a trabajar duro él y yo, y a rezar mi madre, y a sentir alivio hasta por las virutas. Pero ahí acababa
todo. ¿Eso es vida? Como muchacho que era, me disgustaba que en esa vida estuviera mezclada tanto la muerte.
La cosa fue más triste cada vez. En las noches, a eso de las tres o cuatro de la madrugada, mi padre se echaba unas cuantas
piedras bastante grandes a los bolsillos, se sacaba los zapatos para no hacer bulla y caminaba medio agazapado hacia la c asa del
alcalde. Tiraba las piedras, rápidamente, a diferentes partes del techo, rompiendo las tejas. Luego volvía a la carrera y, ya dentro de la
casa, a oscuras, pues no encendía luz para evitar sospechas, se reía, se reía. Su risa parecía a ratos del graznido de un animal. A ratos
era tan humana, tan desastrosamente humana, que me daba más pena todavía. Se calmaba unos cuantos días con eso. Por otra parte, en la
casa del alcalde solían vigilar. Como había hecho incontables chantadas, no sabían a quién echarle la culpa de las piedras. Cuando mi
padre deducía que se habían cansado de vigilar, volvía a romper tejas. Llegó a ser un experto en la materia. Luego rompió tejas de la
casa del juez, del subprefecto, del alférez de gendarmes, del Síndico de Gastos. Calculadamente, rompió las de las casas de otros
notables, para que si querían deducir, se confundieran. Los ocho gendarmes del pueblo salieron en ronda muchas noches, en grupos y
solos, y nunca pudieron atrapar a mi padre. Se había vuelto un artista de la rotura de tejas. De mañana salía a pasear por el pueblo
para darse el gusto de ver que los sirvientes de las casas que atacaba, subían con tejas nuevas a reemplazar las rotas. Si llovía era
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mejor para mi padre. Entonces atacaba la casa de quien odiaba más, el alcalde, para que el agua dañara o, al caerles, los molestara a él y
su familia. Llegó a decir que les metía el agua a los dormitorios, de lo bien que calculaba las pedradas. Era poco probable que pudiese
calcular tan exactamente en la oscuridad, pero él pensaba que lo había, por darse el gusto de pensarlo.
El alcalde murió de un momento a otro. Unos decían que de un atracción de carne de chancho y otros que de las cóleras que
le daban sus enemigos. Mi padre fue llamado para que le hiciera el cajón y me llevó a tomar las medidas con un cordel. El cadáver era
grande y gordo. Había que verle la cara a mi padre contemplando el muerto. El parecía la muerte. Cobró cincuenta soles, adelantados,
uno sobre otro. Como le reclamaron el precio, dijo que el cajón tenía que ser muy grande, pues el cadáver también lo era y además gordo,
lo cual demostraba que el alcalde comió bien. Hicimos el cajón a la diabla. A la hora del entierro, mi padre contemplaba desde el
corredor cuando metían el cajón al hoyo, y decía: “Come la tierra que me quitaste, condenado; come, come”. Y reía con esa su risa
horrible. En adelante, dio preferencia en la rotura de tejas a la casa del juez y decía que esperaba verlo entrar al hoyo también, lo mismo
que a los otros mandones. Su vida era odiar y pensar en la muerte. Mi madre se consolaba rezando. Yo, tomando a Eutimia en el alisar de
la quebrada. Pero me dolía muy hondo que hubieran derrumbado así a mi padre. Antes de que lo despojaran, su vida era amar a su mujer
y su hijo, servir a sus amigos y defender a quien lo necesitara. Quería a su patria. A fuerza de injusticia y desamparo, lo habían
derrumbado.
Mi madre le dio esperanza con el nuevo alcalde. Fue como si mi padre sanara de pronto. Eso duró dos días. El nuevo alcalde
le dijo también que no había plata para pagarle. Además, que abusó cobrando cincuenta soles por un cajón de muerto y que era un
agitador del pueblo. Como se le quisiera tomar, esto ya no tenía ni apariencia de verdad. Hacia años que las gentes, sabiendo a mi padre
en desgracia con las autoridades, no iban por la casa para las defendiera. Con este motivo ni se asomaban. Mi padre le gritó al nuevo
alcalde, se puso furioso y lo metieron quince días en la cárcel, por desacato. Cuando salió, el aconsejaron que fuera con mi madre a darle
satisfacciones al alcalde, que le lloraran ambos y le suplicaran el pago. Mi padre se puso a clamar: ¡Eso nunca! ¿Por qué quieren
humillarme? ¡La justicia no es limosna! ¡Pido justicia! Al poco tiempo, mi padre murió.
Con
ayuda del diccionario anota el significado de las siguientes palabras:
a) Agolparse: …………………………………………………………………………………
b) Diáfano: …………………………………………………………………………………
c) Síndico: …………………………………………………………………………………
d) Postillón: …………………………………………………………………………………
e) Graznido: …………………………………………………………………………………
f) Desacato: …………………………………………………………………………………
Responde a las siguientes preguntas:
1. ¿Qué trabajos realizaba Calixto Garmendia? ¿Cómo se
desempeñaba en una y otra labor?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
2. Aunque no figuran en el texto, ¿podrías imaginar algunos rasgos físicos de Calixto? Cítalos y menciona también algunos
rasgos de su carácter o temperamento.
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
3. ¿Cómo se hizo respetar Calixto por la gente del pueblo? ¿Qué reacción provocaba su actitud en las autoridades y dueños
de fundos y haciendas?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
4. ¿Que sucedió cuando vino la epidemia de tifo?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
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COMPRENSIÓN DE LECTURA
Vocabulario:
Preguntas de Comprensión:
Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias
5. Frente al arbitrario despojote que es victima, ¿Qué acciones emprende Calixto para defender su derecho?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
6. ¿Que consiguió el viejo después de siete amargos años de protesta y de lucha? ¿Qué efecto produjo esta injusticia en su
ánimo y su salud?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
7. ¿Qué acontecimientos grande hubo en el pueblo que distrajo la atención de Calixto por espacio de dos meses?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
8. ¿Qué hizo, finalmente, el viejo carpintero para vengarse de las autoridades culpables del despojo?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
9. ¿Cómo interpretas tú las palabras que pronuncia Calixto al final de esta lectura?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes palabras:
Sinónimo Antónimo
a) Viejo …………………………………. ………………………………….
b) Emoción …………………………………. ………………………………….
c) Pobres …………………………………. ………………………………….
d) Sedentario …………………………………. ………………………………….
e) Desengaño …………………………………. ………………………………….
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Razonamiento Verbal:
TEXTO Nº 4
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Comprensión Lectora 4º Sec.
Nombre y apellidos: ……………………………………………………………………………Fecha: /…/2019
Nota: …………….
Lee detenidamente la siguiente lectura:
“WARMA KUYAY”
(AMOR DE NIÑO)
José María Arguedas
Noche de luna en la quebrada de Viseca.
Pobre palomita, por dónde has venido,
buscando la arena, por Dios, por los suelos.
-¡Justina! ¡Ay, Justina!
En un terso lago canta la gaviota, memorias me deja de gratos recuerdos.
-¡Justinay, te pareces a las torcazas de Sausiyok!
-¡Déjame, niño, anda donde tus señoritas!
-¿Y el Kutu? ¡Al kutu le quieres, su cara de sapo te gusta!.
-¡Déjame, niño Ernesto! Feo, pero soy buen laceador de vaquillas y hago temblar a los novillos de cada zurriago. Por eso
Justina me quiere.
La cholita se rió, mirando al Kutu; sus ojos chispeaban como dos luceros.
-¡Ay Justinacha!
-¡Zonzo, niño zonzo! –habló Gregoria, la cocinera.
Celedonia, Pedrucha, Manuela, Anitacha…soltaron la risa; gritaron a carcajadas:
-¡Zonzo, niño!
Se agarraron de las manos y empezaron a bailar en ronda, con la musiquita de Julio el charanguero. Se volteaban a ratos, para
mirarme, y reían. Yo me quedé fuera del círculo, avergonzado, venido para siempre.
Me fui hacia el molino viejo; el blanqueo de la pared parecía moverse, como las nubes que correteaban en las laderas del
“Chawala”. Los eucaliptos de la huerta sonaban con ruido largo e intenso; sus sombras se tendían hasta el otro lado del río. Llegué al
pie del molino, subí a la pared más alta y miré desde allí la cabeza del “Chawala”: el cerro medio negro, recto, amenazaba caerse sobre
los alfalfares de la hacienda. Daba miedo por las noches; los indios nunca lo miraban a esas horas en las noches claras conversaban
siempre dando la espaldas al cerro:
-¡Si te cayeras de pecho, tayta “Chawala”, no moriríamos todos!
Al medio del Witron, Justina empezó otro canto:
Flor de mayo, flor de mayo,
flor de mayo primavera,
por qué no te libertaste
de esa tu falsa prisionera.
Los cholos se habían parado en círculo y Justina cantaba al medio. En el patio inmenso, inmóviles sobre el empedrado, los
indios se veían como estacas de tender cueros.
-Ese puntito negro que está al medio de Justina. Y yo la quiero, mi corazón tiembla cuando ella se ríe, llora cuando sus ojos
miran al Kutu, ¿Por qué, pues, me muero por ese puntito negro?
Los indios volvieron a zapatear en ronda. El charanguero daba vueltas alrededor del círculo, dando ánimos, gritando como
potro enamorado. Una paca –paca empezó a silbar desde un sauce que cabeceaba a la orilla del río: la voz del pájaro maldecido daba
miedo. El charanguero corrió hasta el cerco del patio y lanzó pedradas al sauce; todos los cholos le siguieron. Al poco rato el pájaro
voló y fue a posarse sobre los duraznales de la huerta; los cholos iban a perseguirle, pero don Froylán apareció en la puerta del
Witron.
-¡Largo! ¡A dormir!
Los cholos se fueron en tropa hacia la tranca del corral; el Kutu se quedó solo en el patio.
-¡A ése le quiere!
Los indios de don Froylán se perdieron en la puerta del caserío de la hacienda, y don Froylán entró al patio tras de ello.
-¡Niño Ernesto! –llamó el kutu. Me bajé al suelo de un salto y corrí hacia él.
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-Vamos, niño.
Subimos al callejón por el lavadero de metal que iba desmoronándose en un ángulo del Witron; sobre el lavadero había un
tubo inmenso de fierro y varias ruedas enmohecidas, que fueron de las minas del padre de don Froylán.
Kutu no habló nada hasta llegar a la casa de arriba.
La hacienda era de don Froylán y de mi tío; tenía dos casas. Kutu y yo estábamos solos en el caserío de arriba; mi tío y el resto
de la gente fueron al escarbe de papas y dormían en la chacra, a dos leguas de la hacienda.
Subimos las gradas, sin mirarnos siquiera; entramos al corredor, y tendimos allí nuestras camas para dormir alumbrados por la
luna. El kutu se echó callado; estaba triste y molesto. Yo me senté al lado del cholo.
-¡kutu! ¿Te ha despachado Justina?
-¡Don Froylán le ha abusado, niño Ernesto!
-¡Mentira, kutu, mentira!
-¡Ayer no más le ha forzado; en la toma de agua, cuando fue a bañarse con los niños!
-¡Mentira, kutullay, mentira!ª
Me abrasé al cuello del cholo. Sentí miedo; mi corazón parecía rajarse, me golpeaba. Empecé a llorar como si hubiera estado
solo, abandonado en esa gran quebrada oscura.
-¡Déjate, niño! Yo, pues, soy “endio”, no puedo con el patrón. Otra vez, cuando seas “abugau”, vas a fregar a don Froylán.
Me levantó como a un becerro tierno y me echó sobre mi catre.
-¡Duérmete, niño! Ahora le voy a hablar a Justina para que te quiera. Te vas a dormir otro día con ella, ¿quieres, niño? ¿Acaso?
Justina tiene corazón para ti, pero eres muchacho todavía, tiene miedo porque eres niño.
Me arrodillé sobre la cama, miré al “Chawala” que parecía terrible y fúnebre en el silencio de la noche.
-¡kutu: cuando sea grande voy a matar a don Froylán!
-¡Eso sí, niño Ernesto! ¡Eso sí! ¡Mak´tasu!
La voz gruesa del cholo sonó en el corredor como el maullido del león que entraba hasta el caserío en busca de chanchos.
Kutu se paró; estaba alegre, como si hubiera tumbado al puma ladrón.
-Mañana llega el patrón. Mejor esta noche vamos Justina. El patrón seguro te hace dormir en su cuarto. Que se entre la luna
para ir.
Su alegría me dio rabia.
-¿Y por qué no matas a don Froylán? Mátale con su honda, kutu, desde el frente del río, como si fuera puma ladrón.
-¡Sus hijitos, niños! ¡Son nueve! Pero cuando seas “abugau! Ya estarán grandes.
-¡Mentira, kutu, mentira! ¡Tienes miedo, como mujer!
-No sabes nada, niño. ¿Acaso no he visto? Tienes pena de los becerritos, pero a los hombres no los quieres.
-¡Don Froylán! ¡Es malo! Los que tienen hacienda son malos; hacen llorar a los indios como tú; se llevan las vaquitas de los
otros, o las matan de hambre en su corral. ¡kutu, don Froylán es peor que toro bravo! Mátale no más, kutucha, aunque sea con galga, en el
barranco de Capitana.
-¡Endio no puede, niño! ¡Endio no puede!
¡Era cobarde! Tumbaba a los padrillos cerriles, hacia temblar a los potros, rajaba a látigos el lomo de los aradores, hondeaba
desde lejos a las vaquitas de los otros cholos cuando entraban a los potreros de mi tío, pero era cobarde. ¡Indio perdido!
Le miré de cerca: su nariz aplastada, sus ojos casi oblicuos, sus labios delgados, ennegrecidos por la coca. ¡A éste le quiere! Y
ella era bonita: su cara rosada estaba siempre limpia, sus ojos negros quemaban; no era como las otras cholas, sus pestañas eran
largas, su boca llamaba al amor y no me dejaba dormir. A los catorce años yo la quería; sus pechitos parecían limones grandes, y me
desesperaban. Pero ella era de kutu, desde tiempo; de este cholo con cara de sapo. Pensaba en eso y mi pena se parecía mucho a la
muerte. ¿Y ahora? Don Froylán la había forzado.
-¡Mentira, kutu! ¡Ella misma, seguro, ella misma!
Un chorro de lágrimas saltó de mis ojos. Otra ve me sacudía el corazón, como si tuviera más fuerza que todo mi cuerpo.
-¡kutu! Mejor la mataremos los dos a ella, ¿quieres?
El indio se asustó. Me agarró la frente: estaba húmeda de sudor.
-¡Verdad! Así quieren los mistis.
-¡Llévame donde Justina, kutu! Eres mujer, no sirves para ella. ¡Déjala!
-¡Cómo no, niño para ti voy a dejar, para ti solito! Mira, en Wairala se está apagando la luna.
Los cerros ennegrecieron rápidamente, las estrellitas saltaron de todas partes del cielo; el viento silbaba en la oscuridad,
golpeándose sobre los duraznales y eucaliptos de la huerta; más abajo, en el fondo de la quebrada, el río grande cantaba con su voz
áspera.
17
Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias
***
Despreciaba al Kutu; sus ojos amarillos, chiquitos, cobardes, me hacían temblar de rabia.
-¡Indio, muérete mejor, o lárgate a Nazca! ¡Allí te acabará la terciana, te enterrarán como a perro! –le decía.
Pero el novillero se agachaba no más, humilde, y se iba al Witron, a los alfalfares, a la huerta de los becerros, y se vengaba en
el cuerpo de los animales de don Froylán. Al principio yo le acompañaba. En las noches entrábamos, ocultándonos, al corral; escogíamos
los becerros más finos, los más delicados; kutu se escupía en las manos, empuñaba dura el zurriago, y les rajaba el lomo a los tobillitos.
Uno, dos, tres….cien zurriagazos; las crías se retorcían en el suelo, se tumbaban de espaldas, lloraban; y el indio seguía, encorvado,
feroz. ¿Y yo? Me sentaba en un rincón y gozaba. Yo gozaba.
-¡De don Froylán es, no importa! ¡Es de mi enemigo!
Hablaba en voz alta para engañarme, para tapar el dolor que encogía mis labios e inundaba mi corazón.
Pero ya en la cama, a solas, una pena negra, invencible, se apoderaba de mi alma y lloraba dos, tres horas. Hasta que una noche
mi corazón se hizo grande, se hinchó. El llorar no bastaba; me vencían la desesperación y el arrepentimiento. Salté de la cama,
descalzo, corrí hasta la puerta; despacito abrí el cerrojo y pasé al corredor. La luna ya había salido; su luz blanca bañaba la quebrada; los
árboles rectos, silenciosos, estiraban sus brazos al cielo. De dos saltos bajé al corredor y atravesé corriendo el callejón empedrado, salté
la pared del corral y llegué junto a los becerritos. Ahí estaba “Zarinacha”, la victima de esa noche; echadita sobre la bosta seca, con el
hocico en el suelo; parecía desmayada. Me abracé a su cuello; la besé mil veces en su boca con olor a leche fresca, en sus ojos negros y
grandes.
-¡Niñacha, perdóname! ¡Perdóname, mamaya!
Junté ante ella.
-Ese perdido ha sido, hermanita, yo no. ¡Ese kutu canalla, indio perro!
La sal de las lágrimas siguió amargándome durante largo rato.
“Zarinacha” me miraba seria, con su mirada humilde, dulce.
-¡Yo te quiero, niñacha, yo te quiero!
Y una ternura sin igual, pura, dulce, como la luz en esa quebrada madre, alumbró mi vida.
A la mañana siguiente encontré al indio en el alfalfar de Capitana. El cielo estaba limpio y alegre, los campos verdes, llenos de
frescura. El kutu ya se iba tempranito, a buscar “daños” en los potreros de mi tío, para ensañarse contra ellos.
-Kuru, vete de aquí –le dije-. En Viseca ya no sirves. ¡Los comuneros se ríen de ti, porque eres maula!
Sus ojos opacos me miraron con cierto miedo.
-¡Asesino también eres, Kutu! Un becerrito es como criatura. ¡Ya en Viseca no sirves, indio!.
-¿Yo no más acaso? Tú también, pero mírale al tayta Chawala: diez días más atrás me voy a ir.
Resentido, penoso como nunca, se largó a galope en el bayo de mi tío.
Dos semanas después, kutu pidió licencia y se fue. Mi tía lloró por él, como si hubiera perdido a su hijo.
Kutu tenía sangre de mujer: le temblaba a don Froylán, casi a todos los hombres les temía. Le quitaron su mujer y se fue a
ocultar después en los pueblos del interior, mezclándose con las comunidades de Sondando, Chacrilla…. ¡Era cobarde!.
Yo, solo, me quedé junto a don Froylán, pero cerca de Justina, de mi Justinacha ingrata. Y no fui desgraciado. A la orilla de ese
río espumoso, oyendo el canto de las torcazas y de las tuyas, yo vivía sin esperanzas; pero ella estaba bajo el mismo cielo que yo, en es
misma quebrada que fue mi nido. Contemplando sus ojos negros, oyendo su risa, mirándola desde lejitos, era casi feliz , porque mi amor
por Justina fue un “warma kuyay” y no creía tener derecho todavía sobre ella; sabía que tendría que ser de otro, de un hombre grande,
que manejara ya zurriago, que echara ajos roncos y peleara a látigos en los carnavales. Y como amaba a los animales, las fiestas indias,
las cosechas, las siembras con música y jarawi, viví alegre en esa quebrada verde y llena del calor amoroso del sol. hasta que un día me
arrancaron de mi querencia, para traerme a este bullicio, donde gentes que no quiero, que no comprendo.
El kutu en un extremo y yo en otro. El quizá habrá olvidado: está en su elemento; en un pueblecito tranquilo, aunque maula,
será el mejor novillero, el mejor amansador de potrancas, y le respetarán los comuneros. Mientras yo, aquí, vivo amargado y pálido,
como un animal de los llanos fríos, llevado a la orilla del mar, sobre los arenales candentes y extraños.
Con ayuda del diccionario anota el significado de las siguientes palabras:
a) Terso: …………………………………………………………………………………
b) Padrillo: …………………………………………………………………………………
c) Posar: …………………………………………………………………………………
d) Maula: …………………………………………………………………………………
e) Bayo: …………………………………………………………………………………
f) Bosta: …………………………………………………………………………………
Responde a las siguientes preguntas:
1. ¿En qué región del Perú transcurren los hechos? ¿Y en qué
sitio específicamente se centra la acción?
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18
COMPRENSIÓN DE LECTURA
Vocabulario:
Preguntas de Comprensión:
Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias
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2. ¿En qué momento del día empieza esta historia? Copia las oraciones que te lo indican.
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3. ¿Qué pasó esa noche de luna en la quebrada de Viseca?
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4. ¿De quién estaba enamorado el niño Ernesto? ¿Por qué el sentimiento hacia esa persona era un “warma kuyay?
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5. ¿Qué tipo de relación existía entre Ernesto y el kutu? Explica tu respuesta.
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6. ¿Por qué Ernesto y el kutu odiaban a don Froylán?
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7. Al no poder enfrentársele de manera directa, ¿Cómo se vengaba el kutu de don Froylán?
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8. ¿De qué modo participaba Ernesto en estos actos de venganza?
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_________________________________________________________________
9. ¿Qué efectos producía sobre Ernesto la visión del duro castigo que el indio aplicaba a los becerritos?
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10. ¿Adónde se dirige finalmente el kutu? ¿Cómo transcurre la vida de Ernesto en la quebrada a partir de ese momento?
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11. ¿Qué es lo que vino a turbar un día la felicidad de Ernesto? ¿Cómo vive en el exilio, alejado de su querencia?
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Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes palabras:
Sinónimo Antónimo
a) Matar …………………………………. ………………………………….
b) Miedo …………………………………. ………………………………….
c) Bailar …………………………………. ………………………………….
d) Inmóvil …………………………………. ………………………………….
e) Noche …………………………………. ………………………………….
Comprensión Lectora 4º Sec.
19
Razonamiento Verbal:
Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias
Nombre y apellidos: ……………………………………………………………………………Fecha: /…/2019
Nota: …………….
Lee detenidamente la siguiente lectura:
“EL SUELO ES UNA FLOR”
Carlos E. Zavaleta
Esa tarde, apenas llegó a la plaza principal, Julio sintió que sus ojos veían mejor que antes y que su estómago ya no se
revolvía; pero las acusadoras imágenes de su madre y de consuelo le seguían brotando como heridas en la cabeza y se la molían en una
tortura más grave que sus frecuentes torturas del alcohol.
-¡Mañana Viernes Santo vas a tender alfombras! –le había recordado, en atroz castellano, su madre, una chola descalza y de
larguísima y despeinada cabellera, viéndolo salir el día anterior.- ¡Mañana, ya sabes! -había amenazado con el mismo puño con que lo
golpeaba” para enderezarlo”, según ella decía.
-Oh, no pasa nada…-La había desdeñado Julio, saliendo de su casucha de adobes, feliz de dejar el barrio de Mantarana, en
especial cuidado cuando tenía en los bolsillos, como entonces, el dinero adelantado por las alfombras de flores…Habría jurado que el
borrascoso señor Londoña, ex –capitán de policía, le había llevado sólo una mínima parte de los billetes reunido por los vecinos de la
plaza: dinero que él siempre pensaba en aumentar si al fin se llenaba de coraje y le pedía una participación en las ilegales apuestas
que Londoña efectuaba sobre la belleza de su alfombras, sin darle nunca nada. De nuevo, había temido la reacción de aquel hombre
injusto, pero había soñado también con aumentar la suma; y así, en su confusión, había dispuesto gastar en seguida una buena parte de
ella.
En la calle, no obstante, en vez de buscar a sus amigos de juerga, había decidido llevar a Consuelo al cine o por lo menos dar
juntos unas vueltas por la plaza, toparse con las parejas de jóvenes ricos del pueblo, entrar en alguna fonda y beber una cerveza. Nada
más que una, se había dicho en voz alta. Pero Consuelo no sólo se había negado a salir, sino que le había increpado el abandonar las
flores en su casa bajo el pretexto de que así estarían más cerca de la iglesia, y el recargar sus pesadas tareas con la urgencia de llenar
de agua los baldes, proteger del sol las flores, y más que nada, obligarla, y lo mismo les sucedía con la luz y con el empleo de tijeras
para sus tallos.
Confiado en sus rápidas manos, Julio había ordenado los claveles, geranios, rosas, margaritas, rima-rimas, tauris y la variada
colección de semillas y flores silvestres, cuya mezcla de perfumes y colores sólo él estaba seguro de inventar en todo el valle de
Tarma. Y luego, riendo, había buscado a Consuelo, tentándola a que diera de comer a sus pequeños hermanos, a fin de salir a divertirse.
Hasta le enseñó los billetes de un bolsillo - nada más que de un bolsillo-, y la instó a ir al único chifa del pueblo, o si mucho quería, a la
platea del único cine. Aquel había sido el error final. En adelante, a más de reprocharle su abandono de las flores, ella le había exigido la
entrega del dinero, en su condición de novia “pedida”. Y cuando Julio accedió de mala gana, supo que luego se darían unos besos fríos y
que él hallaría un pretexto para irse cuanto antes a la fonda de la señora Arrieta.
-Don Londoña se enfadará si no tejes bonitas alfombras –le había advertido Consuelo al despedirse.
-Y yo me enfadaré si no me da algo de las apuestas –se había jactado él.
-¿Apuestas…? ¿De qué hablas, Julio…?
Sin responder, la había desdeñado con otro ademán semejante al dirigido a su madre, y se había marchado a la fonda, según lo
planeara. Allí, recobrado el humor, había invitado a unos forasteros a pasear al día siguiente por las calles de Tarma, convencido de que
sus alfombras merecerían el diploma, que no otra cosa era el premio. Con ellos había comido cerdo y había bebido chicha y cerveza; y
luego la cortina que escondía las habitaciones de la señora Arrieta había flotado en una turbia señal y él había penetrado hasta oler la
cama, de nuevo jactancioso y feliz, soñando con los cuerpos desnudos de infinitas mujeres, hasta que los vio reunirse a todos en los
ojos y labios de aquella viciosa limeña. Sólo por la mañana admitió que la pérdida de tiempo era censurable, si bien el sueño y los
estragos lo doblegaron todavía hasta las ultimas horas de la tarde, cuando, tímido y alarmado por su incumplimiento, llegó a la gran plaza
principal, el viejo teatro de sus éxitos.
Temeroso aún, se detuvo en la tienda opuesta a la iglesia y pidió dos tazas de café al mismo tiempo. Bebió por turno, según
ellas se enfriaran, y después, ya entonado, desafió el sitio que ahora le exigía una prueba tan dura.
Por la supresión total del tránsito de ómnibus y camiones, entendió lo retrasado que estaba. Ya me dio la tarde, pensó ¿Duraré
hasta ver la procesión? En la plaza había más tejedores de alfombras y más curiosos que en otro años. Únicamente el jardín central,
plantado con escasas palmeras, tenía una apariencia normal. Grupos de familias paseaban antes de entrar en la iglesia y los colegiales
bullían, comprando golosinas. En las cuatro calles que rodeaban el jardín, la nube de tejedores se movía en medio de otra nube de
curioso. Los pintorescos montoncillos de flores deshojadas y los baldes de agua ponían manchas por todas partes y lo inquietaban
demasiado.
-¡Apura, hom! ¡Mira a ese borracho del Julio! –oyó un grito de Consuelo, y juró que ella lo censuraría sin piedad durante toda
su labor.
-¿Y así piensas tejer? Lo empujó ella-. Y todavía te dije que no tomaras… ¿Ónde te has pasado la noche y el día? … ¿Y ónde
están las flores, di?
-¡Cómo! ¿No están acá? –dudó, alarmado, volviéndose en dirección al barrio alto de Mantarana.
-¡Camina, zonzo! –lo empujó de nuevo Consuelo- ¡Ahí están las flores! Sabiendo yo tejer, ya hubiera terminado la primerita de
todas…
-Yo sé tejer y nunca me olvido…..-declaró, confiado en sus muchos premios de Semana Santa. Más allá fue empujado por tercera
vez, ahora por su madre, vieja y gordezuela, demasiado envuelta en polleras y pañolones. Ya no le importó ese trato: respiró bien unos
minutos, miró el cielo hasta que sus pies no vacilaran, y luego, con ayuda de las dos mujeres, trazó su campo en la calle, primero con una
tiza y después con una rama. Sentado en el suelo, dibujó unos gigantes pétalos, en seguida unas figuras geométricas que le salían a
capricho, y después nuevos pétalos y tallos, y nuevas figuras geométricas. Estaba feliz. En conjunto, quería dar la impresión de unas
rosas sobre el agua, pero también de miles de figuras en el espacio que representaba el agua, pero también de miles de figuras en el
espacio que representaba el agua. Trabajó, borrando y jadeando, teniendo de bruces en el suelo. Hasta que levantó los ojos en demanda
de la casi infinita variedades de flores deshojadas, puestas en montoncillos en torno a su madre y Consuelo, y vio que Londoña lo
vigilaba de lejos, sin entusiasmo, y supo que iba a terminar el último, pues ya la comitiva oficial venia a revisar las alfombras desde la
calle Lima, admirando todo el suelo convertido en una flor. Ojalá no empiece todavía la procesión y no se vaya el sol, pensó; y luego
pidió por turno los fragantes pétalos que le hacían recordar toda clase de pieles, humanas y animales.
-¿Qué te pasa hoy día? –le susurró de pronto Londoña, malgeniado y de cuchillas junto a él -¡Así no vas a ganar el premio!
-Si no lo gano, trabajo bien por lo que me pagan –dijo, palabra por palabra.
En un segundo, la mano de Londoña cruzó el aire y le aferró la camisa.
-¡Ah, so haragán! -gritó Londoña -¡Y todavía borracho!
-Pero yo no he apostado –se defendió él -¿Qué me toca a mi de las apuestas?
-¡Qué apuestas ni qué niño muerto! -Londoña le dio una manotada-. Los que viven en la plaza han hecho una erogación, como
todos los años, u me han ordenado darte la plata y vigilar tus alfombras. Eso es todo.
-desde ayer está hablando de apuesta –dijo Consuelo, y empujó a Julio -: ¡Anda, borracho!.
-Déme la mitad de las apuestas que recoge usted en el billar y el Hotel Bolívar, y entonces yo gano el premio, así como
estoy –propuso.
Vio que Londoña se demudaba, abiertos sus ojos, y que le temblaba una frase en sus labios.
-¿Apuestas en Viernes Santo? ¡Jesús…! –gritó Consuelo-. Tú no debes ser cristiano..
A Londoña le bastó la pausa. De nuevo estuvo seguro de sí y advirtió sombríamente.
-Te conviene ganar el premio, porque, si no, te mando rajar a golpes…
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Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias
En vez de intimidarse, trató de sonreír venciendo la dureza de su piel:
-¿Así como el otro año, cuando resultó apaleado un tejedor…? –preguntó con sorna.
-¿De qué hablas, idiota? ¡Estos indios alzados y borrachos! -gritó Londoña al irse, tal vez para contener sus manos.
Julio quedó aliviado. Había cumplido ante sí mismo, aunque ahora, después de todo, sólo debía pensar en tejer, hubiera o no
apuestas y premios. Cuando supo que recordaba claramente los nombres de todas las flores que rociaba sobre su dibujo, y cuando por
dentro de su cabeza veía con anticipación los colores, tonos y luces de aquellas, como si no tuviera más que copiar la imagen del
fondo de sus ojos, ahí donde las sombras eran nubes claras, sintió que volvía a ser el de antes y que lucharía por el primer puesto, si es
que no lo había ganado ya con la primera rosa que navegaba sobre el límpido charco inventado por él. Su madre seguía regañándolo, pero
Consuelo lo ayudaba, cubierta de sudor, y estiraba en torno a Julio ese cuerpo brioso y elástico que todavía él no había abrazado
desnudo de abajo arriba, en una soñada mezcla de tibiezas, colinas, gargantas y olores. Julio exigió tanta luz de su cabeza que hasta sintió
por separado el perfume de las flores y las mezcló como al juntar cosas liquidas, según las proporciones. Sin embargo, apenas
concluyó de rociar los diminutos pétalos sobre las dos primeras rosas, pidió café.
-¡Qué café ni qué niño muerto! –protestó Consuelo- ¡Acabe usté todito!
-¡He dicho café! –rugió, mirando a su madre, que debió obedecerle y partir, mientras él se volvía a Consuelo y le ordenaba con
firmeza: -Deja ya de gritarme. ¿O quieres un par de golpes y que lo mande todo diablo?
Ella no miró un segundo, en broma y en serio.
-Bueno, bueno….-le dijo, al tiempo que Julio se sentaba en el pequeño espacio que aún no había tejido y miraba a sus
rivales, indios en su mayoría de llanques y calzones de bayeta, a quienes ayudaban sus mujeres y pequeños hijos. Ellos sudaban y
escupían de sus bolas de coca. Sin duda pertenecían a las comunidades indígenas de Vitora, Carhuacatac, Ninatambo o Uchurraca. Uno de
ellos parecía ser la imagen de su padre, vivo otra vez en sueños fugaces y concéntricos en torno a sus ojos. Luego, al ver que su
madre traía por el aire, y con sumo cuidado, la taza de café, volvió a su tarea, enemigo ya del sol que seguía brillando.
-Y después tenemos que ir al otro lado –le dijo Consuelo.
Sintió que se derrumbaba.
-El año pasado ganaste el premio -añadió ella-; por eso te han dado dos calles.
-¡Ah, sí, claro …! –fingió que lo sabía, aunque sus manos ya no estaban seguras. Le batían las sienes y se le cerraban los ojos.
-¡Anda por el Mejoral! –susurró a su madre, temeroso de que le oyera alguien de entre los curiosos que dificultaban su tarea.
Supuso que el a café y el Mejoral obrarían por un milagro, devolviéndolo al día anterior en que se había sentido bien, el dinero intacto y la
cabeza despejada. En vano rechazó los dolores de sus espaldas, que tal vez se desgarraban, y de sus espaldas, que tal vez se
desgarraban, y de sus rodillas, ya quemantes, ya frías. Algo así como las sombras de una gigantesca nube bajó al suelo y Julio volvió la
cabeza, suponiendo que lo atacaba un enemigo.
¡Ya oscurece! –gritó -¡A la otra calle! ¡Vayan por linternas!
Fatigado, cruzó la plaza. Las columnas de curiosos lo llenaban todo. En la calle opuesta nadie tejía ya. Llegó a su lugar vacío
por entre hermosas alfombras y se inclinó molesto, empujando a decenas de piernas de hombres y de mujeres. Las voces de aquellos
extraños resonaban en su cabeza. Además. Por aquel lado, nuevos adornos le impedían moverse por el suelo: con tallos de carrizo y flores
sin deshojar, los indios habían plantado remedos de baldaquinos y doseles, que ondeaban en conjunto como las olas del mar. Por debajo
de ellos marcharía la procesión. Trabajó velozmente, echando los pétalos sin dibujar en el suelo y sin valerse de moldes de papel usados
por los tejedores novatos, aunque él mismo se sintiera tentado de traerlos de casa de Consuelo. Una y otra vez roció, o sembró, como
un chacarero rocía las semillas y respondió a los curiosos que le preguntaban por los nombres de las flores, por el tiempo que tenían de
cogidas y hasta por la hora de la procesión. Junto a él seguía trabajando Consuelo, que aprendía poco a poco el manejo de sus dedos y no
perdía el sentido del dibujo, por más que estuviera en cuclillas.
Al llegar su madre con dos linternas de kerosene, había concluido su labor. Se levantó del suelo, más orgulloso de su novia
que de si mismo. Al fin estaba seguro de no ganar ningún premio. Sus brazos colgaban rendidos y su columna vertebral se le había
dibujado en las espaldas: sentía su forma exacta y fría, y después su ardor, al ensancharse como una culebra.
-¡Ustedes cuiden y no se muevan! –ordenó a las dos mujeres- ¡Una en esta alformbra y otra en la de allá! ¡Yo me llevaré los
trastos!
Fue casi lo último que habló. Cargando los manojos de flores sobrantes, se sentó por un instante en una banqueta de la plaza,
donde ya nadie le preguntó nada, y después emprendió el camino a casa de Consuelo.
Se sentía incapaz de ir más lejos. Apenas cruzó el patio se sentó en el poyo del corredor, humillado y con el pecho que le hervía
contra si mismo. Renunció fríamente a dormir. Aguardó a que menguara el dolor de sus espaldas y luego miró por encima del patio las
sombras de la huerta.
Todavía el cielo conservaba su luz en medio de una quietud que refrescaba y enternecía. Libre de las urgencias del tejido,
revivió los momentos previos a su fatídica salida del día anterior. Al fondo del patio, liso y firme, sin una mancha de lluvia, estaba la
triste calle por donde a media noche desfilaría la procesión: una calle solitaria y sin alfombras. Pensó en Consuelo, que, tarde, mañana y
noche, miraría exactamente las mismas cosas desde aquel lugar, y se sintió transformado en ella y ella en él, viviendo y mirando
juntos el patrio y la calle. No dudó más decidido, corrió a encender todos los lamparines y velas que halló, paso la mano por el centro
del patio como si fuera un lecho, y dibujó ahí con mano firme dos bellos cisnes, que luego serian de flores y que nadarían en unas aguas
hechas de semillas coloreadas. Lo hago por Consuelo y por la casa que se ve muy triste, pensó. Y en seguida roció los pétalos con
increíble facilidad, igual que si trabajara a medio día, abrigado por el sol. Y también lo hago por todo el pueblo, que sin duda se parará
en la puerta y saludará esta alfombra, se dijo. Aún no había concluido, pero supo que jamás había tejido una alfombra tan primorosa
como aquélla. Quizá por eso el rumor de unos pasos y las sombras de dos bultos lo alegraron.
-¡Mira, Consuelo! ¡Mira, mamá! –gritó. Volviéndose-; ¡Digan si no sé tejer…!
Pero su voz se quebró y no supo si levantarse o quedarse en cuclillas, esperando.
-¡Cierren el portón! –oyó gritar a Londoña, que, en medio de dos peones, insultaba el aire con su silueta de bufanda y abrigo.
-¿Perdió las apuestas, don…? –atinó a decir, tan sólo a fin de demorar los golpes que lloverían. Y finalmente vio que el hombre
hacia una horrible seña, que el portón estaba bien cerrado y que los peones se precipitaban sobre su alfombra y sobre él, aún antes de
que se levantara.
Con ayuda del diccionario anota el significado de las siguientes palabras:
a) Instar: …………………………………………………………………………………
b) Sorna: …………………………………………………………………………………
c) Llanque: …………………………………………………………………………………
d) Baldaquino: …………………………………………………………………………………
e) Menguar: …………………………………………………………………………………
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COMPRENSIÓN DE LECTURA
Vocabulario:
Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias
f) Dosel: …………………………………………………………………………………
Responde a las siguientes preguntas:
1. ¿Quién es Julio? ¿Quién es Londoña? Además de éstos,
¿Qué otros personajes intervienen?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
2. ¿EN qué ciudad del Perú transcurren la acción? ¿Qué características de esta ciudad se destacan en el cuento?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
3. ¿Cuánto tiempo real calculas que dura esta historia? ¿Cómo lo sabes?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
4. ¿En qué estado llegó Julio esa tarde a la plaza principal? ¿Cómo lo recibieron Consuelo y su madre?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
5. ¿Qué problemas tenía Julio con Londoña? ¿Qué es lo que tenía y qué deseaba secretamente?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
6. ¿Cuánto tiempo estuvo Julio en la fonda de la señora Arrieta? ¿Con quiénes se encontró en ese lugar?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
7. ¿Cómo se sentía anímicamente a la mañana siguiente? ¿Qué sentimiento de culpa lo invade? ¿Cómo trata de
recuperarse?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
8. Menciona, paso a paso, todo lo que hizo Julio para tejer su alfombra aquella tarde. Señala también cómo le ayudaron
Consuelo y su madre.
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
9. ¿Qué diálogo se desenvuelve entre Julio y Londoña, cuando éste lo interrumpe para increparle su conducta?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
10. ¿Qué pensamientos le invaden en la casa de Consuelo, una vez que ha concluido su labor? ¿Qué hace entonces en el
centro del patio?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
11. ¿Cuál es el desenlace de esta historia?
_________________________________________________________________
_________________________________________________________________
Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes palabras:
Sinónimo Antónimo
a) Borracho …………………………………. ………………………………….
b) Adornos …………………………………. ………………………………….
c) Solitaria …………………………………. ………………………………….
d) Rendido …………………………………. ………………………………….
e) Aprendía …………………………………. ………………………………….
22
Razonamiento Verbal:
Preguntas de Comprensión:
TEXTO Nº 6
Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias
23
LECTURA
Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias
Lee detenidamente la siguiente lectura:
“¿POR QUÉ LAS CAÑAS SON HUECAS?
Al mundo apacible de las plantas también llegó un día la revolución social. Dícese que los caudillos fueron aquí las cañas
vanidosas. Maestro de rebeldes, el viento hizo la porpoganda, y en poco tiempo más no se habló de otra cosa en los centros vegetales.
Los bosques venerables fraternizaron con los jardincillos locos en la aventura de luchar por la igualdad.
Pero, ¿Qué igualdad? ¿De consistencia en la madera, de bondades en el fruto, de derecho a la buena agua?
No; la igualdad de altura, simplemente. Levantar la cabeza a uniforme elevación, fue el ideal. El maíz no pensó en hacerse fuerte
como el roble, sino en mecer a la altura misma de él sus espiguillas velludas. La rosa no se afamaba por ser útil como el caucho, sino por
llegar a la copa altísima de éste y hacerla una almohada donde echar a dormir sus flores.
¡Vanidad, vanidad, vanidad! Delirio de ser grande, aunque siéndolo contra Natura, se caricaturizaron los modelos. En vano
algunas flores ley divina y de soberbia loca. Sus voces parecieron chochez.
Un poeta viejo con las barbas como Nilos, condenó el proyecto en nombre de la belleza, y dijo sabias cosas acerca de la
uniformidad, odiosa en todos los ordenes.
II
¿Cómo lo consiguieron? Cuentan de extraños influjos. Los genios de la tierra soplaron bajo las plantas su vitalidad
monstruosa, y fue así como se hizo el feo milagro.
El mundo de las gramas y de los arbustos subió una noche muchas decenas de metros, como obedeciendo a un llamado
imperioso de los astros.
Al día siguiente, los campesinos se desmayaron saliendo de sus ranchos ante el trébol, alto como una catedral, y los trigales
hechos selvas de oro.
Era para enloquecer. Los animales rugían de espanto, perdidos en la oscuridad de los herbazales. Los pájaros piaban
desesperadamente, encaramados sus nidos en atalayas inauditas. No podían bajar en busca de las semillas: ya no había suelo dorado de
sol ni humilde tapiz de hierba!
Los pastores se detuvieron con sus ganados frente a los potreros; los vellones blancos se negaban a penetrar en esa cosa
compacta y oscuras contra la misma copa azul de los eucaliptos.
III
Dícese que un mes transcurrió así. Luego vino la decadencia.
Y fue de este modo. Las violetas, que gustan de la sombra, con las testas moradas a pleno sol, se secaron.
No importa apresuráronse a decir las cañas; eran una fruselería.
(pero en el país de las almas, se hizo duelo por ellas).
Las azucenas estirándole tallo hasta treinta metros, se quebraron.
Las copas de mármol cayeron lo mismo. (Pero las Gracias corrieron por el bosque, plañendo lastimeras)
Los limoneros a esas alturas perdieron todas sus flores por las violencias del viento libre. ¡Adiós cosecha!.
“No importa rezaron de nuevo las cañas; eran tan ácidos las frutos!.
El trébol se chamuscó, enroscándose los tallos como hilachas al fuego.
Las espigas se inclinaron, no ya con dulce laxitud; cayeron sobre el suelo en toda su extravagancia longitud, como rieles
inertes.
Las patatas por vigorizar en los tallos, dieron los tubérculos raquíticos: no eran más que pepitas de manzana….
Ya las cañas no reina; estaban graves.
Ninguna flor de arbusto no de hierba se fecundó; los insectos no podían llegar a ellas, sin achicharrarse las alitas.
Demás está decir que no hubo para los hombres pan ni fruto, ni forraje para las bestias; hubo eso si, hambre; hubo dolor en
la tierra.
En tal estado de cosas, sólo los grandes árboles quedaron encolumnes, de pie y fuertes como siempre. Porque ellos no
había pecado.
Las cañas, por fin, cayeron las ultimas, señalando el desastres total de la teoría niveladora, podridas de raíces por la
humanidad excesiva que la red de follaje no dejó secar.
Pudo verse entonces que, de macizas que eran antes de la empresa, se habían vuelto huecas. Se estiraron devorando leguas
hacia arriba; pero hicieron el vacío en la medula y eran ahora irrisoria, como la marionetas y las figurillas de goma.
Nadie tuvo ante la evidencia argucias para defender la teoría, de la cual no se ha hablado más, en miles de años.
Natura generosa siempre reparó las averías en seis meses. Haciendo renacer normal las plantas locas.
El poeta de las barbas como Nilos vino después de larga ausencia, y, regocijado, cantó la era nueva:
“Así bien, mis amadas. Bella la violeta por minúscula y el limonero por la figura gentil. Bello todo como Dios lo hizo; el roble y
la cebada frágil”
La tierra fue nuevamente buena; engordó ganados y alimentó gentes. Peor las cañas-caudillos quedaron para siempre con su
estigma: huecas, huecas.
Con ayuda del diccionario anota el significado de las siguientes palabras:
a) Espiguillas: …………………………………………………………………………………
b) Inauditas: …………………………………………………………………………………
c) Fruselería: …………………………………………………………………………………
d) Laxitud: …………………………………………………………………………………
e) Estigma: …………………………………………………………………………………
24
COMPRENSIÓN DE LECTURA
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Cuarto

  • 1. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias Comprensión Lectora 4º Sec. Nombre y apellidos: ……………………………………………………………………………Fecha: /…/2019 Nota: ……………. Lee detenidamente la siguiente lectura: “EL TROMPO” José Diez Canseco Sobre el cerro San Cristóbal la niebla había puesto una capota sucia que cubría la cruz de hierro, una garúa de calabobos se cernía entre los árboles lavando las hojas, transformándose en un fango ligero y descendiendo hasta la tierra que acentuaba su color pardo, las estatuas desnudas de la Alameda de los Descalzos se chorreaban con el barro formado por la lluvia y el polvo acumulado en cada escorzo. Un policía, cubierto con su capote azul de vueltas rojas, daba unos pasos aburridos entre las bancas desiertas, sin una sola pareja, dejando la estela famosa de su cigarrillo. Al fondo, en el convento de los frailes franciscanos se estremecía la débil campanita con su son triste. En esa tarde todo era opaco y silencioso. Los automóviles, los tranvías, las carretillas repartidoras de cervezas y sodas, los “colectivos”, se esfumaban en la niebla gris-azulada y todos los ruidos parecían lejanos. A veces surgía la estridencia característica de los neumáticos rodando sobre el asfalto húmedo y sonoro y surgía también, solitario y escuálido, el silbido vagabundo de un transeúnte invisible. Esta tarde s e parecía a la tarde del vals sentimental y huachafo que, muchos años, cantaban los currutacos de las tiorbas: ¡La tarde era triste, la nieve caía!... Por la acera izquierda de la Alameda iba Chupitos y a su lado el cholo Feliciano Mayta. Chupitos era un Zambito de diez años, con dos ojazos vivísimos sombreados por largas pestañas y una jeta burlona que siempre fruncía con estrepitoso sorbo. Chupitos le llamaron desde que un día, hacia un año más o menos, sus amigos le encontraron en la puerta de la Botica de San Lázaro pidiendo: -¡Despácheme esta receta!... Uno de los ganchos, Glicerio Carmona, le preguntó: -¿Quién está enfermo en tu casa? -Nadies….Soy yo que me han salido unos chupitos.. Y con “Chupitos” quedó bautizado el mocoso que ahora iba con Feliciano, Glicerio, el Bizco Nicasio, Faustino Zapata, pendencieros de la misma edad que vendían suertes o pregonaban crímenes, ávidamente leídos en los diarios que ofrecían. Cerraba la marcha Ricardo, el gran Ricardo, el famoso Ricardo que, cada vez que entraba a un cafetín japonés a comprar un alfajor o un comeycalla, salía, nadie sabía cómo, con dulces y bizcochos para todos los feligreses de la tira. -¡Pestaña que uno tiene, compadre! Gran pestaña, famosa pestaña que un día le falló, desgraciadamente, como siempre falla, y que le costó una noche integra en la comisaría, de donde salió con el orgullo inmenso de quien tiene la experiencia carcelera que él sintetizaba en una frase aprendida de una crónica policial: -Yo soy un avezado en la senda del crimen. El grupo iba en silencio. El día anterior, Chupitos había perdido su trompo jugando a la “cocina” con Glicerio Carmona, ese juego infante y taimado, sin gallardía de destreza, sin arrogancia de fuerza. Un juego que consiste en ir empujando el trompo contrario hasta meterlo dentro de un círculo, en la “cocina”, en donde el perdidoso tiene que entregar el trompo cocinado a quien tuvo la habilidad rastrera de saberlo empujar. No era ése juego de hombres. Chupitos y los otros sabían bien que los trompos, como todo en la vida, deben pelearse a tajos y a quiñes, con el puñal franco de las púas y sin la mujeril arteria del empellón. El pleito tenía que ser siempre definitivo, con un triunfador y un derrotado, sin prisionero posible para el orgullo de los mulatos palomillas. Y, naturalmente, Chupitos andaba medio tibio por haber perdido su trompo. Le había costado veinte centavos y era de naranjo. Con esa ciencia sutil y maravillosa, que sólo poseen los iniciados, el muchacho había acicalado su trompo así como así como su padre acicalaba sus ajisecos y sus giros, sus cenizos y sus carmelos, todos esos gallos que eran su mayor y más alto orgullo. Así como a los gallos se les corta la cresta para que el enemigo no pueda prenderse y patear luego a su antojo, así Chupitos le cortó la cabeza al trompo, una especie de perilla que no servia para nada; lo fue puliendo, nivelando y dándole cera para hacerlo más resbaladizo y le cambió la innoble púa de garbanzo, una púa roma y cobarde, por la púa roma y cobarde, por la púa de clavo afilada y brillante como una de las navajas que su padre amarraba a las estacas de sus pollos peleadores. 2 LECTURA
  • 2. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias Aquel trompo había sido su orgullo. Certero en la chuzada, Chupitos nunca quedó el último y, por consiguiente, jamás ordenó cocina, ese juego zafio de empujones. ¡Eso nunca! Con los trompos se juega a los quiñes, a rajar al chantado y a sacarle hasta la contumelia que en lengua faraona, vienen a ser algo así como la vida. ¡Cuántas veces su trompo, disparado con toda su fuerza infantil, había partido en dos al otro que enseñaba sus entrañas compactas de madera, la contumelia destrozada! Y cómo se ufanaba entonces de su hazaña con una media sonrisa, pero sin permitirse jamás la risotada burlona que habría humillado al perdedor: -Los hombres cuando ganan, ganan. Y ya está. Nunca se permitió una burla. Apenas la sonrisa presuntuosa que delataba el orgullo de su sabiduría en el juego y, como la cosa más natural del mundo, volver a chuzar para que otro trompo se chantase y rajarlo en dos con la infalibilidades de su certeza. Sólo que el día anterior, sin que él se lo pudiese explicar hasta este instante, cayó detrás de Carmona. ¡Cosas de la Vida! Lo cierto es que tuvo que chantarse y el otro, sin poder disimular su codicia, ordenó rápidamente por las ganas que tenía de quedarse con el trompo hazañudo de Chupitos: -¡Cocina! Se atolondró la protesta del zambito. -¡Yo no juego cocina! Si quieres, a los quiñes… La rebelión de Chupitos causó un estupor inenarrable en el grupo de palomillas. ¿desde cuándo un chantado se atrevía a discutir al prima? El gran Ricardo murmuró con la cabeza baja mientras enhuaracaba su trompo. -Tú sabes, Chupitos, que el que manda, manda: así es la ley… Chupitos, claro está, ignoraba que la ley no es siempre la justicia y, viendo la desaprobación de la tira de sus amigotes, no tuvo más remedio que arrojar su trompo al suelo y esperar, arrimado a la pared con la huaraca enrollada en la mano, que hicieran con su juguete lo que les diera la gana. ¡Ah, de fijo que le iban a quitar su trompo! …Todos aquellos compadres sabían lo suficiente para no quemarse ni errar un solo tiro el arma de su orgullo iría a parar al fin en la cocina odiosa, en esa cocina que la avaricia y la cobardía de Glicerio Carmona había ordenado para apoderarse del trozo de naranjo torneado en que el zambito fincaba su viril complacencia y la orgullosa certidumbre de su fuerza. Y, sin decirlo naturalmente, sin pronunciar las palabras en voz alta, Chupitos insultó espantosamente a Carmona pensando: -¡Chontano tenía que ser! Los golpes se fueron sucediendo y sucediendo hasta que, al fin, el grito de júbilo de Glicerio anunció el final del juego: -¡Lo gané! Sí, ya era suyo y no había poder humano que se lo arrebatase. Suyo, pero muy suyo, sin apelación posible, por la pericia mañosa de su juego. Y todos los amigos le envidiaban el trompo que Carmona mostraba en la mano exclamando: -Ya no juego más… II ¡Pero qué mala pata, Chupitos! Desde chiquito la cosa había sido que una mala pata espantosa. El día que nació, por ejemplo, en el Callejón de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, una vecina dejó sobre un trapo la planta ardiente, encima de la tabla de planchar y el trapo y la tabla se incendiaron y el fuego se extendió por las paredes empapeladas con carátulas de revistas. Total: casi se quema el callejón. La madre tuvo que salir en brazos del marido y una hermana de éste alzó al chiquillo de la cuna. A poco, los padres tuvieron que entregarlo a una vecina para que lo lactara, no fuera que el susto de la madre se le pasara al muchacho. Luego fue creciendo en un ambiente “sumamente peleador”, como decía él, para explicar ésa su pasión por las trompeaduras, ¿Qué sucedía? Que su madre, zamba engreída, había salido un poco volantusa, según la severa y acaso exagerada opinión de la hermana del marido, porque volantuseria era al fin y al cabo, eso de demorarse dos horas en la plaza del mercado y llegar a la casa, a los dos cuartos del callejón humilde, toda sofocada y preguntando por el marido: -¿Ya llegó Demetrio? Hasta que un día se armó la de Dios es Cristo y mueran los moros y vivían los cristianos. Chupitos tenía ya siete años y se acordaba de todo. Sucedió que un día su mamá llegó como a las ocho de la noche. La carapulcra se enfriaba en la olla sobre el brasero con los tizones casi apagados. Llegó con una oreja m muy colorada y el revuelto pelo mal arreglado. El marido hizo la clásica pregunta: -¿A dónde has estado? La comida está fría, y yo…. ¡Espera que te espera! A ver, vamos a ver… Y, torpemente, sin poder urdir una mentira tan clásica como la pregunta, la zamba había respondido rabiosamente: -¡Caramba! Ni que una fuera una criminal... Arruyó la impaciencia contenida del marido: -Yo no digo que tú eres una criminal. Lo que quiero es saber a dónde has estado. Nada más. -En la esquina. -¿En la esquina? ¿Y qué hacías en la esquina? -Estaba con Juana Rosa… Y dando un media vuelta que hizo revolar la falda, se fue a avivar los tizones y a recalentar la carapulcra. La comida fue en silencio. Chupitos no se atrevía a levantar las narices de su plato y el padre apuraba, uno tras otro, largos vasos de vino. Al terminar, el zambo se lió la bufanda al cuello, se terció la gorra sobre una oreja y encendiendo un cigarrillo, salió dando un portazo. 3
  • 3. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias La mujer no dijo ni chus ni mus. Vio salir al marido y advirtió a donde iba: ¡A hablar con Juana Rosa! Y entonces, sin reflexionar en la locura que iba a cometer, se envolvió en el pañalón, ató en una frazada unas cuantas ropas y salió también d e estampida dejando al pobre Chupitos que, de puro susto, se tragaba unas lágrimas que le desbordaban los ojazos ingenuos sin saber él por qué. A media noche regresó el marido con toda la ira del engaño avivada por el alcohol; abrió la puerta de una patada y rabió la llamada: -¡Aurora! Le respondió el llanto del hijo: -Se fue papacito. El zambo guardó entonces con lentitud el objeto de peligro que le brillaba en la mano y murmuró con voz opaca: -¡Ah, se fue, ¿no?....Si tenía la conciencia más negra que su cara…! ¡Con Juana Rosa!... ¡Yo le voy a dar a Juana Rosa! Su hermana había tenido razón: Aurora fue siempre una volantusa…No había nada que hacer. Es decir, si, si había que hacer: romperle la cara marcarla duro y hondo para que se acordara siempre de su mala ofensa. Allá, en la esquina, se lo habían contado todo y ya sabía lo que mejor hubiese ignorado siempre: esa oreja enrojecida, ese pelo revuelto, era el resultado de la rabia del amante que la zamaqueó rudamente por sabe Dios, o el diablo, qué discusión sinvergüenza…..Ah, no sólo había habido engañado sino que, además, había otro hombre que también se creía con derecho de asentarle la mano…No, eso no: los dos tenían que saber quién era Demetrio Velásquez…. ¡Claro que lo iban a saber! Y lo supieron. Sólo que, después, Demetrio estuvo preso quince días por la paliza que propinó a los mendaces y quien, en buena, pagó el pato fue el pobre Chupitos que se quedó sin madre y con el padre preso, mal consolado por la hospitalidad de la tía, la hermana de Demetrio, que todo el día no hacia sino hablar de Aurora: -Zamba más sinvergüenza….. ¡jesús! Cuando el padre regresó de la prisión el chiquillo le preguntó llorando: -¿Y mi mamá? El zambo arrugó sin piedad la frente: -¡Se murió! Y…. ¡no llores! El muchacho le miró asombrado, sin entender, sin querer entender, con una pena y con un estupor que le dolían malamente en su alma huérfana. Luego se atrevió: -¿De veras? Tardó unos instantes el padre en responder. Luego, bajando la cabeza y apretándose las manos, murmuró sordamente: -De veras, mujeres con quiñes, como si fueran trompos…. ¡ni de vainas!. III Fue la primera lección que aprendió Chupitos en su vida: mujeres con quiñes, como si fueran trompos, ¡ni de vainas! Luego los trompos tampoco debían tener quiñes….No, nada de lo que un hombre posee, mujer o trompo -juguetes-, podía estar maculado por nadie ni por nada. Que si el hombre pone toda su complacencia y todo su orgullo en la compañera o en el juego, nada ni nadie puede ganarle la mano. Así es la cosa y no puede ser de otra guisa. Esa es la dura ley de los hombres y la justicia dura de la vida. Y no lo olvidó nunca. Tres años pasaron desde que el muchacho, se quedara sin madre y, en esos tres años, sin más compañía que el padre, se fue haciendo hombre, es decir, fue aprendiendo a luchar solo, a enfrentarse a sus propios conflictos, a resolverlos sin ayuda de nadie, sólo por la sutileza de su ingenio criollo o por la pujanza viril de sus puños palomillas. En las tientas de gallos, mientras sostenía el chuzo desplumado que servia de señuelo a los gallos que su padre adiestraba, aprendió ese arte peligroso de saber pelear, de agredir sin peligro y de pegar siempre primero. Ahora tenía que resolver la dura cuestión que le planteaba la codicia del cholo Carmona: ¡Había perdido su trompo! Y aquella misma tarde de la derrota regresó a su casa para pedir a su padre después de la comida: -Papá, regálame treinta centavos, ¿quieres? -¿Treinta centavos? Come tu ajiaco y cállate la boca. El muchacho insistió levantando las cejas para exagerar su pena. -Es que me ganaron mi trompo y tengo que comprarme otro…. -¿Y para qué te lo dejaste ganar? -¿Y qué iba a hacer? La lógica paterna: -No dejártelo ganar…. Chupitos explicaba alzando más las cejas: -Fue Carmona, papá, que mandó cocina y como tuve que chantarme…Déme los treinta chuyos, ¿quiere?... En la expresión y en la voz del muchacho el padre advirtió algo inusitado, una emoción que se mezclaba con la tristeza de una virilidad humillada, y con la rabia apremiante de una venganza por cumplir. Y, casi sin pensarlo, se metió la mano en el bolsillo y sacó los tres reales pedidos: -Cuidado con que te ganen otro. El muchacho no respondió. Después de echar una cantidad inmensa de azúcar en la taza de té, bebió resoplando. 4
  • 4. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias -¡Caray con el muchacho! ¡Te vas a sancochar el hocico! –roznó la tía. El zambito, sin responde, bebía y bebía, resopló al terminar, se limpió los belfos con el dorso de la mano y salió corriendo: -¿Adónde vas? -¡A la chingana´e la esquina! Llegó acezando a la pulpería en donde el chino despachaba impasible a la luz amarilla del candil de kerosene: -¡Oye, dame ese trompo! Y señalaba uno, más chico que el anterior, también de naranjo, con su petulante cabecita y su vergonzante púe de garbanzo. Pagó veinte centavos y compró un pedazo de lija con que pulir el arma que le recuperase al día siguiente el trompo que fue su orgullo y la envidia de toda la tira del barrio. Por la mañana se levantó temprano y temprano fue al corral. Allí escogió un clavo y comenzó toda la larga operación de transformar el pacifico juguete en un arma de combate. Le quitó la púa roma y con el serrucho más fino que su padre empleaba para cortar los espolones de sus gallos, le quitó la cabeza inútil. Luego, con la lija pulió el lomo y fue devastando el contorno para hacerlo invulnerable. Dos horas estuvo afilando el clavo para hacer la púa de pelea, como las navajas de los gallos, y le robó a su tía un cabito de vela para encerarlo. Terminada la operación, enrolló el trompo con la huaraca, la fina cuerda bien manoseada, escupió una babita y lo lanzó con fuerza en el centro de la señal. Y al levantarlo, girando como una sedita, sin una sola vibración, vio con orgullo cómo la púa de clavo le hacia sangran la palma rosada de su mano morena: -¡Ya está! ¡Ahora va a ver ese cholo currupantioso!... IV ¡La tarde era triste, la nieve caía!... en Lima, a Dios gracias, no hay nieve que caiga ni ha caído nunca. Apenas esa garúa finita de calabobos, como dije al principio de este relato, chorreando su fanguito de las hojas de los árboles, morenizando el mármol de las estatuas que ornan la Alameda de los Descalzos. Allá iban los amigotes del barrio a chuzar esa partida en que Chupitos había puesto todo su orgullo y su angustia esperanza: -¿Se lo ganaré a Carmona? Al principio, cuando Mayta, por sugerencia del zambito, propuso la pelea de los trompos, el propio Chupitos opinó que, en esa tarde, con tanto lluvia y tanto barro, no se podría jugar. Y como lo presumió, Carmona tuvo la mezquindad de burlarse. -Lo que tienes es miedo de que te quite otro trompo. -¿Yo, miedo? No seas… -Entonces, ¿vamos? -Al tirito. Y fueron al camino que conduce a la Pampa de Amancaes que todavía tiene, felizmente, tierra para que jueguen los palomillas. Carmona se aprestó a escupir la babita alrededor de la cual todos formaron un círculo. Mayta disparó primero, luego Ricardo, después Faustino Zapata. Carmona midió la distancia con la piola, adelante el pie derecho, enhuaracó con calma y disparó. Sólo que fue carrera de caballo y parada de borrico porque cayó el último. Chupitos disparó a su vez e, inexplicablemente para él, su púa se hincó detrás de la marca de Ricardo quien resultó prima. Desgraciadamente, así, en público, el muchacho no pudo sugerirle que mandase la cocina con que habría recuperado su trompo y Ricardo mandó: -¡Quiñes! El trompo que ahora tenía Carmona, el trompo que antes había sido de Chupitos, se chantó ignominiosamente: ¡en sus manos jamás se habría chantado! Y allí estaba, estúpido e inerte, esperando que las púas de los otros trompos se cebaran en su noble madera de naranjo. Y los golpes fueron llegando: Mayta le sacó una lonja y Faustino le hizo dos quiñes de emparada. Hasta que al fin llegó el turno a Chupitos. ¿Qué podría hacer? ¡Los trompos con quiñes, como las mujeres, ni de vainas!....Nunca seria el suyo ese trompo malamente estropeado ahora por la ley del juego que tanto se parece a la ley de la vida…Lenta, parsimoniosamente, Chupitos comenzó a enhuaracar su trompo para poner fin a esa vergüenza. Ajustó bien la piola y pasó por la púa el pulgar y el índice mojados en saliva; midió la distancia, alzó el bracito y disparó con toda su alma. Una sola exclamación admirativa se escuchó: -¡Lo rajaste! Chupitos ni siquiera miró el trompo rajado: se alzó de hombros y abanando junto al viejo el trompo nuevo, se metió las mano s en los bolsillos y dio la espalda a la tira murmurando: -Ya lo sabía… 5
  • 5. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias Y se fue. Los muchachos no se explicaban por qué dejaba los dos trompos allí, tirados, ni por qué se iba pegadito a la pared. De pronto se detuvo. Sus amigos que le miraban marcharse con la cabecita gacha, pensaron que iba a volver, pero Chupitos sacó del bolsillo el resto del clavo que le sirviera para hacer la segunda púa de combate y, arañando la pared, volvió a emprender su marcha hasta que se perdió, solo, triste e inútilmente vencedor; tras la esquina esa en que, a la hora de la tertulia, tanto había ponderado al viejo trompo partido ahora por su mano: -¡Más legal, te dijo!.... ¡De naranjo purito!. Con ayuda del diccionario anota el significado de las siguientes palabras: a) Calabobos: ………………………………………………………………………………… b) Escorzo: ………………………………………………………………………………… c) Currutaco: ………………………………………………………………………………… d) Belfo: ………………………………………………………………………………… e) Zafio: ………………………………………………………………………………… f) Mendaz: ………………………………………………………………………………… Responde a las siguientes preguntas: 1. Según las referencias que ofrece el autor, ¿en qué época aproximadamente ocurren los hechos? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 2. ¿Quién era Chupitos? ¿Por qué sus amigos lo bautizaron con ese apodo? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 3. Explica cómo perdió Chupitos el trompo que había sido su orgullo. _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 4. ¿A qué atribuye el autor la mala suerte que Chupitos había tenido desde chiquito? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 5. ¿En qué situación queda el niño cuando su madre se ausenta y su padre es llevado a la prisión? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 6. ¿Cuál fue la primera lección que aprendió Chupitos en su vida? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 7. ¿Cómo vive el pequeño a partir de ese momento? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 8. ¿Qué es lo que hace el niño para resolver la dura cuestión que le planteaba el hecho de haber perdido su trompo? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 9. Señala todos los pasos que da Chupitos para transformar su nuevo trompo en un arma de combate. _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 10. ¿Cómo se desarrolló aquella esperada pelea de los trompos? ¿Qué pasó cuando Chupitos disparó su trompo con toda la fuerza de su alma? _________________________________________________________________ 6 COMPRENSIÓN DE LECTURA Vocabulario: Preguntas de Comprensión:
  • 6. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias _________________________________________________________________ 11. ¿Por qué se aleja Chupitos dando la espalda a la tira y dejando allí los dos trompos tirados? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes palabras: Sinónimo Antónimo a) Finita …………………………………. …………………………………. b) Estúpido …………………………………. …………………………………. c) Derrota …………………………………. …………………………………. d) Vibración …………………………………. …………………………………. e) Pelear …………………………………. …………………………………. 7 Razonamiento Verbal:
  • 7. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias Comprensión Lectora 4º Sec. Nombre y apellidos: ……………………………………………………………………………Fecha: /…/2019 Nota: ……………. Lee detenidamente la siguiente lectura: “EL CRECIENTE” Fernando Romero El negocio no daba. Podía haber siempre paiche y menestras en el payol. No eran pocas las reses, los cerdos y gallinas del puesto. El maíz amarillaba a menudo en el entablado. El tipiti estaba casi siempre lleno de yuca que la prensa primitiva convertía en masato. No obstante, el negocio no daba. Paneas si con el producto de la hacienda se podía mantener a los doce muchachos famélicos que Juan García había tenido en la buena y hacendosa cocama. Y a la parentela de la misma, poco laboriosa y demasiado hambrienta. ¡Cuánto había que trabajar! De cinco a cinco no era posible apartarse del machete y el remo sino para coger el hacha pesada y fuerte. Cosechar el grano, sacar las manos de los plátanos, cambiar de pastizal a las reses, fisgar el paiche en las cochas, quemar los herbazales, rozar el monte; dar agua a los patos, maíz a las aves y cáscaras de fruta a los cerdos. ¡Cuánta labor! Había mucho tiempo que él no descansaba. ¿El resultado? Alimentar con su trabajo, que sólo los ataques de paludismo interrumpían de cuando en cuando, a los patrones de lancha, abusivos y explotadores. Como la de tantos, su historia empezaba con el comienzo de la explotación del caucho en Loreto. Con la explotación del caucho en Loreto. Con ese periodo se unimismaba su juventud opulenta. La madurez fue pobre, cuando cayó el precio de la goma, y con éste la riqueza departamental. Su vejez, ya lo habéis visto, era mísera, metido en San Pedro, el puesto del Ucayali. En su niñez limeña, cómoda si no rica, jamás soñó con ser hacendado en Loreto. Como el padre, debió parar en comerciante. Como él, también debió haberse casado con burguesa rica que llevara dinero al matrimonio. Pero el caucho dispuso otra cosa. Vínose al país del oro de entonces y ganó dinero. Pensó en regresar a Lima. Quiso deslumbrar a los suyos llevándoles, a falta de la carrera que sus contemporáneos habían conseguido en universidades añejas, buenos costalitos de libras esterlinas. Luchando por aumentar el número de éstos, perdiólos todos. Entonces, por vergüenza de retornar pobre hogar, se enteró en el puesto que comprara con el dinero salvado de la catástrofe. De eso hacia quince años. Durante todo ese tiempo, esperando reunir la fortuna que no llegaba, se llenó de hijos y querencias. Mientras tanto la madre y el padre desaparecieron. Se había olvidado del nombre de los amigos de la infancia, y apenas si, de cuando en cuando, una carta venida de la capital de la República, en papel fino que olía a comodidad, le hablaba de los hermanos ricos y los sobrinos estudiantes. No perdió nunca la esperanza. En un nido de paucar que colgaba del techo del tambo para ahuyentar los murciélagos, había guardado unas cuantas libras. Porque, aunque pobre, se iba pronto. Por eso tenía, cuidadosamente apuntadas en una libreta, direcciones de calles y números de teléfonos de Lima. Faltaba la cosecha de aquel año. Deseaba ardientemente ver su resultado. De ninguna manera dejaría en la pobreza a la compañera de tantos años y a los cocamillas civilizados. Quería hacer la recolección por su mano. Convertir en dinero contante y sonante lo que le diera la tierra, sembrando esta vez con todo esmero y en gran extensión; luego, rematar el puesto y alejarse, entregando a los suyos lo suficiente para vivir hasta que los chicos pudieran afrontar solos la vida. Esa vida de selva, que a él ya lo hastiaba, llena de miseria y soledad. ¡Cuánto anhelaba ciudad y civilización! La montaña agarra, oyó decir siempre. El lo había experimentado. Mil veces pensó en alejarse de ella, como ahora. En otras tantas oportunidades surgieron inconvenientes, haciendo fracasar sus mejores proyectos. Así vivió tanto tiempo… Pero ya iba a sonar la trompeta libertadora. ***El ataque de paludismo lo sacude. Debilitado por la fiebre intensa de hace varios días, García no puede ya ni levantarse del lecho de pona. Bajo el mosquitero blanco suda y sufre, mientras en torno al morín los zancudos virotes buscan un intersticio para colarse dentro. Cuando le enfermedad lo tendió el nivel del río comenzaba a subir. Las aguas llegaban de las cabeceras turbias y violentas, arrastrando pajas, animales muertos, talofitas arrancadas del fondo, arbustos, palos y trozos de orilla descuajados de las márgenes. Era la formidable creciente del Ucayali en toda su fiereza y pujanza. En los momentos de lucidez que le dejaba la fiebre preguntaba a su maceba dónde había subido el nivel del agua. Las respuestas lo inquietaban. La ultima información que tuvo era que faltaban solamente tres escalones del puerto del puesto. El río había subido cinco pies más que en las crecientes anteriores y quince en total. *** 8 LECTURA
  • 8. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias No tenían quinina. La lancha correo entróse por el Caño de Puinahua, navegable por la creciente, dejando a San Pedro sin elementos. Las canoas mandadas al puesto de Tuanama –tres vueltas abajo –y al de Shapiama – seis horas de surcada en canoa -no trajeron medicamentos. Y la fiebre continuaba sacudiendo al hacendado mientras el Ucayali, amenazador, seguía subiendo el nivel. El arrozal fue arrastrado por la creciente, junto con el maizal y la huerta. Hasta el purón llegaba el agua. Por eso las gallinas, los patos, los cerdos y las vacas se apretujaban en una lomita, tristes y hambrientos. Tendido García en el lecho, nadie era capaz de evitar mayores males. En pie él, como en ocasiones anteriores, hubiera arreado el ganado al centro trasladándose allá hasta que las aguas se retiraran. Pero no había quien lo hiciera. Temerosos y abusivos, los cocamas huyeron llevándose buenos paneros rellenos de yuca y grandes pates con la chicha de maíz de la despensa. Sólo quedaban en el puesto el enfermo, la manceba y los hijos. La mujer no había querido decirle nada. Por eso, al verlo incorporarse en el lecho, dispuesto a salir del tambo, temió lo que iba a suceder. Apoyándose en ella llegó a la puerta. Miró a derecha e izquierda, desconcertado, no dando crédito a lo que veían sus ojos…. -¿Dónde estamos, Purificación? Entonces ella comenzó a explicarle todo, a describir la noche de horror en que había ocurrido la catástrofe, mientras él tiritaba bajo el frío del fiebre-. La creciente fue enorme, desusada. Bajando furiosamente contra la orilla de San Pedro, el agua había comenzado por amolar la saliente en que quedaba el puesto, obstruyendo el canal con la tierra y los palos arrancados de ella. Luego, buscándose un paso franco, horadó el barranco de la derecha, haciendo una tipisha que dejaba la hacienda aislada de la margen, formando una nueva isla en el Ucayali. La chacra había desaparecido íntegramente. Con ella, el ganado y las aves de corral. Es decir. Toda la riqueza del puesto… *** Desconsoladamente, lloraba en silencio, tendido boca arriba, sin sentir los feroces lancetazos de los zancudos zumbantes dentro del mosquitero. Era un desgraciado, nuevamente un miserable, un esclavo de la selva, pensaba. Río maldito siempre acechante, siempre hipócrita y malvado, ¿Qué hacer ahora? Huir, para siempre de la montaña. Impidiendo que se lo tragase. Ali, en el nido de paucar, estaban los ahorros, es decir, la liberación. Se iría, se iría… Ahora que se sentía decido a marchar, destrozando trabas olvidando querencias, destrozando trabas y olvidado querencias, sádicamente rememoraba todas las miserias y sufrimientos que le había proporcionado esa selva aborrecida. ¿Fue una vida la suya? Casi no lo parecía. Era un rosario de tristezas, mejor. Hasta los pocos placeres que gozó le supieron amargos. Aquella hermosa brasileña que hizo suya en el Yurúa le costó perder una oreja y tres dedos de la mano, de un machetazo dirigido a su cabeza por el rival. Su primera fortuna la tuvo que hacer a tiros, como levantó a golpes de hacha el puesto actual. Fue disentérico durante largo tiempo. El beriberi lo dejó inmóvil un año. El paludismo era ya crónico en su organismo. ¡Cuánto, cuánto había luchado! ¿Para qué? Imbécil fue un tiempo en creer en un Dios. ¿Acaso un ser como aquél que se le imaginó era capaz de destruir el último refugio y la postrera esperanza de un desgraciado como Juan García? Así durante varias horas odió con toda su alma cuanto fue su vida pasada, jurándose mil veces no dejar que la selva lo agarrara como había hecho con otros cientos de hombres. Pero, ¿podría? ¿No estaba marcado con un signo fatal?.. Pobre, pobre de él. Árbol sin arraigo, tronco a la deriva, ave sin nido… De pronto cantó un churo-churi anunciando la aurora. Y poco a poco su dolor maldiciente le hizo dulce, sereno. Comenzó a experimentar una profunda pena por si mismo, por todos…Lloró un niño y levantóse presta la madre a cantarle quedo. Sin quererlo, García pensó en su mujer y sus hijos. Una cocama, una infiel, unos pequeños semicivilizados: su familia… -¿Y qué -saltó burlón un pensamiento-, crees tú ser diferente a ellos? Si has retrogradado a salvaje, García… De nuevo miró el nido de paucar. Inconscientemente calculó el número de peones que podrían alimentarse un mes con esa cantidad. ¿para cuánto tiempo le duraría a él ese dinero en Lima?.. Sus deseos de irse iban disminuyendo a medida que hacia cálculos. El desaliento había pasado. Ahora era otra vez el espíritu batallador de hacia mucho tiempo, el hombre acostumbrado a pelear brazo a brazo con al selva durante treinta años. Hasta que, rotundo, se dijo resueltamente que él no era tipo de ciudad. Era otro ser: el montañés libérrimo y luchador, tenaz y sencillo. El sol llenó de luz la estancia. Se levantó y, usando las páginas de la libreta de direcciones, prendido el fogón. Tomó su café, cogió el hacha, se puso el machete al cinto y salió. Antes dijo a la mujer, resuelto y varonil: -El puesto nuevo será en la tipishca. 9
  • 9. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias Con ayuda del diccionario anota el significado de las siguientes palabras: a) Payol: ………………………………………………………………………………… b) Masato: ………………………………………………………………………………… c) Famélico: ………………………………………………………………………………… d) Arraigo: ………………………………………………………………………………… e) Talofitas: ………………………………………………………………………………… f) Intersticio: ………………………………………………………………………………… Responde a las siguientes preguntas: 1. ¿Quién era Juan García? ¿Cómo estaba constituida su familia? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 2. ¿Cómo transcurrieron su niñez, su juventud y su madurez? ¿Cómo es ahora su vejez? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 3. ¿Pudo alguna vez García cumplir su deseo de retornar a Lima? ¿Qué hacia con sus ahorros para no perder esta esperanza? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 4. ¿Por qué aguardaba ansiosamente el resultado de la cosecha de aquel año? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 5. ¿Qué ocurrió con el puesto y los animales cuando la creciente atacó con toda fiereza y pujanza? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 6. ¿Por qué no se pudieron evitar, como en ocasiones anteriores, los graves daños que causó la creciente? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 7. ¿Qué hace, qué piensa y qué siente Juan García al comprobar que ha perdido la chacra y toda la riqueza del puesto? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 8. Sin embargo, ¿Cómo reacciona luego al escuchar de pronto que un churichuri anuncia la aurora? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 9. ¿Qué decide, por último, cuando renace en él el espíritu del montañés libérrimo y luchador, tenaz y sencillo? _________________________________________________________________ ________________________________________________________________ Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes palabras: Sinónimo Antónimo a) Rematar …………………………………. …………………………………. b) Sacudir …………………………………. …………………………………. c) Amargos …………………………………. …………………………………. d) Catástrofe …………………………………. …………………………………. e) Desaparecido …………………………………. …………………………………. 10 COMPRENSIÓN DE LECTURA Vocabulario: Razonamiento Verbal: Preguntas de Comprensión:
  • 10. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias Comprensión Lectora 4º Sec. Nombre y apellidos: ……………………………………………………………………………Fecha: /…/2019 Nota: ……………. Lee detenidamente la siguiente lectura: “CALIXTO GARMENDIA” Ciro Alegría -Déjame contarte, -le pidió un hombre llamado Remigio Garmendia a otro llamado Anselmo, levantando la cara-. Todos estos días, anoche, esta mañana, aun esta tarde, he recordado mucho. Hay momentos en que a uno se le agolpa la vida….Además, debes aprender. La vida, corta o larga, no es de uno solamente. Sus ojos diáfanos parecían fijos en el tiempo. La voz se le fraguaba hondo y tenía un rudo timbre de emoción Blandíanse a ratos las manos encallecidas. -Yo nací arriba, en un pueblecito de los Andes. Mi padre era carpintero y me mandó a la escuela. Hasta segundo año de primaria era todo lo que había. Y eso que tuve suerte de nacer en el pueblo, porque los niños del campo se quedaban sin escuela. Fuera de su carpintería, mi padre tenía un terrenito al lado del pueblo, pasando la quebrada, y lo cultivaba con la ayuda de algunos indios a los que pagaba en plata o con obritas de carpintería: que el cabo de una lampa o un hacha, que una mesita, en fin. Desde un extremo del corredor de mi casa, veíamos amarillear el trigo, verdear el maíz, azulear las habas en nuestra pequeña tierra. Daba gusto. Con la comida y la carpintería, teníamos bastante, considerando nuestra pobreza. A causa de tener algo y también por su carácter, mi padre no agachaba la cabeza ante nadie. Su banco de carpintero estaba en el corredor de la casa, dando a la calle. Pasaba el alcalde. “Buenos días, señor”, y asunto concluido. Pasaba el alférez de gendarmes. “Buenos días, señor”, y nada más. Pasaba el juez y lo mismo. Así era mi padre con los mandones. Ellos hubieran querido que les tuviera miedo o les pidiese o les debiera algo. Se acostumbran a todo eso a todo eso los que mandan. Mi padre les disgustaba. Y no acababa ahí la cosa. De repente venia gente del pueblo, ya sea indios, cholos o blancos pobres. De a diez, de a veinte o también en poblada llegaban. “Don Calixto, encabécemos para hacer este reclamo”. Mi padre se llamaba Calixto. Oía de lo que se trataba, si le parecía bien aceptaba y salía a la cabeza de la gente, que daba vivas y metía harta bulla, para hacer el reclamo. Hablaba con buena palabra. A veces hacia ganar a los reclamadores y otras perdía, pero el pueblo siempre le tenía confianza. Abuso que se cometía, ahí estaba mi padre para reclamar al frente de los perjudicados. Las autoridades y los ricos del pueblo, dueños de haciendas y fundos, le tenían echado el ojo para partirlo en la primera ocasión. Consideraban tranquilo. El ni se daba cuenta y vivía como si nada le pudiera pasar. Había hecho un sillón grande, que ponía en el corredor. Ahí solía sentarse, por las tardes, a conversar con los amigos. “Los que necesitamos es justicia”, decía. “El día que el Perú tenga justicia, será grande”. No dudaba de que la habría y se torcía los mostachos con satisfacción, predicando: “No debemos consentir abusos”. Sucedió que vino una epidemia de tifo, y el panteón del pueblo se llenó con los muertos del propio pueblo y los que traían del campo. Entonces las autoridades echaron mano de nuestro terrenito para panteón. Mi padre protestó diciendo que tomaran tierra de los ricos, cuyas haciendas llegaban hasta la propia salida del pueblo. Dieron de pretexto que el terreno de mi padre estaba ya cercado, pusieron gendarmes y comenzó el entierro de muertos. Quedaron a darle una indemnización de setecientos soles, que era algo en esos años, pero que autorización, que requisitos, que papeleo, que no hay plata en este momento…Se la estaban cobrando a mi padre, para ejemplo de reclamadores. Un día, después de discutir con el alcalde, mi viejo se puso a afilar una cuchilla y, para ir a lo seguro, también un formón. Mi madre algo le vería en la cara y se le prendió del cogote y le lloró diciéndole que nada sacaba con ir a la cárcel, y dejarnos a nosotros más desamparados. Mi padre se contuvo como quebrándose. Yo era niño entonces y me acuerdo de todo eso como si hubiera pasado esta tarde. Mi padre no era hombre que renunciara a su derecho. Comenzó a escribir cartas exponiendo la injusticia. Quería conseguir que al menos le pagaran. Un escribano le hacia las cartas y le cobraba dos soles por cada una. Mi pobre escritura no valía para eso. El escribano ponía la final: “A ruego de Calixto Garmendia, que no sabe firmar, Fulano”. El caso fue que mi padre despachó dos o tres veces cartas al diputado por la provincia. Silencio. Otras al senador por el departamento. Silencio. Otra al mismo Presidente de la República. Silencio. Por último, mandó cartas a los periódicos de Trujillo y a los de Lima. Nada, señor. El postillón llegaba al pueblo una vez por semana, jalando una mula cargada con la valija del correo. Pasaba por la puerta de la casa y mi padre se iba detrás y esperaba en la oficina de despacho hasta que clasificaban la correspondencia. A veces, yo también iba. “¿Carta para Calixto Garmendia?”, preguntaba mi padre. El interventor, que era un viejito flaco y bonachón, tomaba las cartas que estaban en la casilla de la G, las iba viendo al final decía: “Nada, amigo”. Mi padre salía comentando que la próxima vez habría cartas. Con los años, afirmaba que al menos los periódicos responderían. Un 11 LECTURA
  • 11. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias estudiante me ha dicho que, por lo regular, los periódicos creen que asuntos como ésos carecen de interés general. Esto, en el caso de que los mismos no estén en favor del gobierno y sus autoridades y callen cuanto pueda perjudicarles. Mi padre tardó en desengañarse de reclamar lejos y estar yéndose por las alturas, varios años. Un día, a la desesperada, fue a sembrar la parte del panteón que aún no tenía cadáveres, para afirmar su propiedad. Lo tomaron preso los gendarmes, mandados por el subprefecto en persona, y estuvo dos días en la cárcel. Los trámites estaban ultimados y el terreno era de propiedad municipal legalmente. Cuando mi padre iba a hablar con el Síndico de Gastos del Municipio, el tipo abría el cajón del escritorio y decía como si ahí debiera estar la plata: “No hay dinero, no hay nada ahora. Cálmate, Garmendia. Con el tiempo se te pagará”. Mi padre presentó dos recursos al juez. Le costaron diez soles cada uno. El juez declaró sin lugar. Mi padre ya no pensaba en afilar la cuchilla y el formón. “Es triste tener que hablar así –dijo una vez-, pero no me darían tiempo de matar a todos los que debía”. El dinerito que mi madre había ahorrado y estaba en una ollita escondida en el terrado de la casa, se fue en cartas y en papeleo. A los seis o siete años del despoje, mi padre se cansó hasta de cobrar. Envejeció mucho en aquellos tiempos. Lo que más le dolía era el atropello. Alguna vez pensó en irse a Trujillo o a Lima a reclamar, pero no tenía dinero para eso. Y cayó también en cuenta de que, viéndolo pobre y solo, sin influencias ni nada, no le harían caso. ¿De quién y cómo podía valerse? El terrenito seguía de panteón, recibiendo muertos. Mi padre no quería n verlo, pero cuando por casualidad llegaba a mirarlo, decía: “¡Algo mío tan enterrado también ahí! ¡Crea usted en la justicia!” Siempre se había ocupado de que les hicieran justicia a los demás y, al final no la había ocupado de que les hicieran justicia a los demás y, al final, no la había podido obtener ni para él mismo. Otras veces se quejaba de carecer de instrucción y siempre despotricaba contra los tiranos, gamonales, tagarotes y mandones. Yo fui creciendo en medio de esa lucha. A mi padre no le quedó otra cosa que su modesta carpintería. Apenas tuve fuerzas, me puse a ayudarlo en el trabajo. Era muy escaso. En ese pueblito sedentario, casas nuevas se levantarían una cada dos años. Las puertas de las otras duraban. Mesas y sillas casi nadie usaba. Los ricos del pueblo se enterraban en cajón, pero eran pocos y no morían con frecuencia. Los indios enterraban a sus muertos envueltos en mantas sujetas con cordel. Igual que aquí en la costa entierran a cualquier peón de caña, sea indio o no. La verdad era que cuando nos llegaba la noticia de un rico difunto y el encargo de un cajón, mi padre se ponía contento. Se alegraba de tener trabajo y también de ver irse al hoyo a uno de la pandilla que lo despojó. ¿A qué hombre, tratado así, no se le daña el corazón? Mi madre creía que no estaba bueno alegrarse debido a la muerte de un cristiano y encomendaba el alma del finado rezando unos cuantos padrenuestros y avemarías. Duro le dábamos al serrucho, al cepillo, a la lija y a la clavada mi padre y yo, que un cajón de muerto debe hacerse luego. Lo hacíamos por lo común de aliso y quedaba blanco. Algunos lo querían así y otros que pintado de color caoba o negro y encima charolado. De todos modos, el muerto se iba a podrir lo mismo bajo tierra, pero aun para eso hay gustos. Una vez hubo un acontecimiento grande en mi casa y en el pueblo. Un forastero abrió una nueva tienda, que resultó mejor que las otras cuatro que había. Mi viejo y yo trabajamos dos meses haciendo el mostrador y los andamios para los géneros y abarrotes. Se inauguró con banda de música y la gente hablaba del progeso. En mi casa, hubo ropa nueva para todos. Mi padre me dio para que la gastara en lo que quisiera, así, en lo que quisiera, la mayor cantidad de plata que había visto en mis manos: dos soles. Con el tiempo, la tienda no hizo otra cosa que nuestra ropa envejeció y todo fue olvidado. Lo único bueno fue que yo gasté los dos soles en una muchacha llamada Eutimia, así era el nombre, que una noche se dejó coger entre los alisos de la quebrada. Eso me duró. En adelante no me cobró ya nada y si antes me recibió los dos soles, fue de pobre que era. En la carpintería las cosas siguientes como siempre. A veces hacíamos un baúl o una mesita o dos o tres sillas en un mes. Como siempre es un decir. Mi padre trabajaba a disgusto. Antes lo había visto yo gozarse puliendo y charolando cualquier obrita y le quedaba muy vistosa. Después ya no le importó y como que salía del paso con un poco de lija. Hasta que al fin llegaba el encargo de otro cajón de muerto, que era el plato fuerte. Cobrábamos generalmente diez soles. Déle otra vez a alegrarse mi padre, que solía decir: “¡Se fregó otro bandido, diez soles!”M y a trabajar duro él y yo, y a rezar mi madre, y a sentir alivio hasta por las virutas. Pero ahí acababa todo. ¿Eso es vida? Como muchacho que era, me disgustaba que en esa vida estuviera mezclada tanto la muerte. La cosa fue más triste cada vez. En las noches, a eso de las tres o cuatro de la madrugada, mi padre se echaba unas cuantas piedras bastante grandes a los bolsillos, se sacaba los zapatos para no hacer bulla y caminaba medio agazapado hacia la c asa del alcalde. Tiraba las piedras, rápidamente, a diferentes partes del techo, rompiendo las tejas. Luego volvía a la carrera y, ya dentro de la casa, a oscuras, pues no encendía luz para evitar sospechas, se reía, se reía. Su risa parecía a ratos del graznido de un animal. A ratos era tan humana, tan desastrosamente humana, que me daba más pena todavía. Se calmaba unos cuantos días con eso. Por otra parte, en la casa del alcalde solían vigilar. Como había hecho incontables chantadas, no sabían a quién echarle la culpa de las piedras. Cuando mi padre deducía que se habían cansado de vigilar, volvía a romper tejas. Llegó a ser un experto en la materia. Luego rompió tejas de la casa del juez, del subprefecto, del alférez de gendarmes, del Síndico de Gastos. Calculadamente, rompió las de las casas de otros notables, para que si querían deducir, se confundieran. Los ocho gendarmes del pueblo salieron en ronda muchas noches, en grupos y solos, y nunca pudieron atrapar a mi padre. Se había vuelto un artista de la rotura de tejas. De mañana salía a pasear por el pueblo para darse el gusto de ver que los sirvientes de las casas que atacaba, subían con tejas nuevas a reemplazar las rotas. Si llovía era 12
  • 12. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias mejor para mi padre. Entonces atacaba la casa de quien odiaba más, el alcalde, para que el agua dañara o, al caerles, los molestara a él y su familia. Llegó a decir que les metía el agua a los dormitorios, de lo bien que calculaba las pedradas. Era poco probable que pudiese calcular tan exactamente en la oscuridad, pero él pensaba que lo había, por darse el gusto de pensarlo. El alcalde murió de un momento a otro. Unos decían que de un atracción de carne de chancho y otros que de las cóleras que le daban sus enemigos. Mi padre fue llamado para que le hiciera el cajón y me llevó a tomar las medidas con un cordel. El cadáver era grande y gordo. Había que verle la cara a mi padre contemplando el muerto. El parecía la muerte. Cobró cincuenta soles, adelantados, uno sobre otro. Como le reclamaron el precio, dijo que el cajón tenía que ser muy grande, pues el cadáver también lo era y además gordo, lo cual demostraba que el alcalde comió bien. Hicimos el cajón a la diabla. A la hora del entierro, mi padre contemplaba desde el corredor cuando metían el cajón al hoyo, y decía: “Come la tierra que me quitaste, condenado; come, come”. Y reía con esa su risa horrible. En adelante, dio preferencia en la rotura de tejas a la casa del juez y decía que esperaba verlo entrar al hoyo también, lo mismo que a los otros mandones. Su vida era odiar y pensar en la muerte. Mi madre se consolaba rezando. Yo, tomando a Eutimia en el alisar de la quebrada. Pero me dolía muy hondo que hubieran derrumbado así a mi padre. Antes de que lo despojaran, su vida era amar a su mujer y su hijo, servir a sus amigos y defender a quien lo necesitara. Quería a su patria. A fuerza de injusticia y desamparo, lo habían derrumbado. Mi madre le dio esperanza con el nuevo alcalde. Fue como si mi padre sanara de pronto. Eso duró dos días. El nuevo alcalde le dijo también que no había plata para pagarle. Además, que abusó cobrando cincuenta soles por un cajón de muerto y que era un agitador del pueblo. Como se le quisiera tomar, esto ya no tenía ni apariencia de verdad. Hacia años que las gentes, sabiendo a mi padre en desgracia con las autoridades, no iban por la casa para las defendiera. Con este motivo ni se asomaban. Mi padre le gritó al nuevo alcalde, se puso furioso y lo metieron quince días en la cárcel, por desacato. Cuando salió, el aconsejaron que fuera con mi madre a darle satisfacciones al alcalde, que le lloraran ambos y le suplicaran el pago. Mi padre se puso a clamar: ¡Eso nunca! ¿Por qué quieren humillarme? ¡La justicia no es limosna! ¡Pido justicia! Al poco tiempo, mi padre murió. Con ayuda del diccionario anota el significado de las siguientes palabras: a) Agolparse: ………………………………………………………………………………… b) Diáfano: ………………………………………………………………………………… c) Síndico: ………………………………………………………………………………… d) Postillón: ………………………………………………………………………………… e) Graznido: ………………………………………………………………………………… f) Desacato: ………………………………………………………………………………… Responde a las siguientes preguntas: 1. ¿Qué trabajos realizaba Calixto Garmendia? ¿Cómo se desempeñaba en una y otra labor? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 2. Aunque no figuran en el texto, ¿podrías imaginar algunos rasgos físicos de Calixto? Cítalos y menciona también algunos rasgos de su carácter o temperamento. _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 3. ¿Cómo se hizo respetar Calixto por la gente del pueblo? ¿Qué reacción provocaba su actitud en las autoridades y dueños de fundos y haciendas? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 4. ¿Que sucedió cuando vino la epidemia de tifo? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 13 COMPRENSIÓN DE LECTURA Vocabulario: Preguntas de Comprensión:
  • 13. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias 5. Frente al arbitrario despojote que es victima, ¿Qué acciones emprende Calixto para defender su derecho? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 6. ¿Que consiguió el viejo después de siete amargos años de protesta y de lucha? ¿Qué efecto produjo esta injusticia en su ánimo y su salud? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 7. ¿Qué acontecimientos grande hubo en el pueblo que distrajo la atención de Calixto por espacio de dos meses? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 8. ¿Qué hizo, finalmente, el viejo carpintero para vengarse de las autoridades culpables del despojo? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 9. ¿Cómo interpretas tú las palabras que pronuncia Calixto al final de esta lectura? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes palabras: Sinónimo Antónimo a) Viejo …………………………………. …………………………………. b) Emoción …………………………………. …………………………………. c) Pobres …………………………………. …………………………………. d) Sedentario …………………………………. …………………………………. e) Desengaño …………………………………. …………………………………. 14 Razonamiento Verbal: TEXTO Nº 4
  • 14. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias 15
  • 15. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias Comprensión Lectora 4º Sec. Nombre y apellidos: ……………………………………………………………………………Fecha: /…/2019 Nota: ……………. Lee detenidamente la siguiente lectura: “WARMA KUYAY” (AMOR DE NIÑO) José María Arguedas Noche de luna en la quebrada de Viseca. Pobre palomita, por dónde has venido, buscando la arena, por Dios, por los suelos. -¡Justina! ¡Ay, Justina! En un terso lago canta la gaviota, memorias me deja de gratos recuerdos. -¡Justinay, te pareces a las torcazas de Sausiyok! -¡Déjame, niño, anda donde tus señoritas! -¿Y el Kutu? ¡Al kutu le quieres, su cara de sapo te gusta!. -¡Déjame, niño Ernesto! Feo, pero soy buen laceador de vaquillas y hago temblar a los novillos de cada zurriago. Por eso Justina me quiere. La cholita se rió, mirando al Kutu; sus ojos chispeaban como dos luceros. -¡Ay Justinacha! -¡Zonzo, niño zonzo! –habló Gregoria, la cocinera. Celedonia, Pedrucha, Manuela, Anitacha…soltaron la risa; gritaron a carcajadas: -¡Zonzo, niño! Se agarraron de las manos y empezaron a bailar en ronda, con la musiquita de Julio el charanguero. Se volteaban a ratos, para mirarme, y reían. Yo me quedé fuera del círculo, avergonzado, venido para siempre. Me fui hacia el molino viejo; el blanqueo de la pared parecía moverse, como las nubes que correteaban en las laderas del “Chawala”. Los eucaliptos de la huerta sonaban con ruido largo e intenso; sus sombras se tendían hasta el otro lado del río. Llegué al pie del molino, subí a la pared más alta y miré desde allí la cabeza del “Chawala”: el cerro medio negro, recto, amenazaba caerse sobre los alfalfares de la hacienda. Daba miedo por las noches; los indios nunca lo miraban a esas horas en las noches claras conversaban siempre dando la espaldas al cerro: -¡Si te cayeras de pecho, tayta “Chawala”, no moriríamos todos! Al medio del Witron, Justina empezó otro canto: Flor de mayo, flor de mayo, flor de mayo primavera, por qué no te libertaste de esa tu falsa prisionera. Los cholos se habían parado en círculo y Justina cantaba al medio. En el patio inmenso, inmóviles sobre el empedrado, los indios se veían como estacas de tender cueros. -Ese puntito negro que está al medio de Justina. Y yo la quiero, mi corazón tiembla cuando ella se ríe, llora cuando sus ojos miran al Kutu, ¿Por qué, pues, me muero por ese puntito negro? Los indios volvieron a zapatear en ronda. El charanguero daba vueltas alrededor del círculo, dando ánimos, gritando como potro enamorado. Una paca –paca empezó a silbar desde un sauce que cabeceaba a la orilla del río: la voz del pájaro maldecido daba miedo. El charanguero corrió hasta el cerco del patio y lanzó pedradas al sauce; todos los cholos le siguieron. Al poco rato el pájaro voló y fue a posarse sobre los duraznales de la huerta; los cholos iban a perseguirle, pero don Froylán apareció en la puerta del Witron. -¡Largo! ¡A dormir! Los cholos se fueron en tropa hacia la tranca del corral; el Kutu se quedó solo en el patio. -¡A ése le quiere! Los indios de don Froylán se perdieron en la puerta del caserío de la hacienda, y don Froylán entró al patio tras de ello. -¡Niño Ernesto! –llamó el kutu. Me bajé al suelo de un salto y corrí hacia él. 16
  • 16. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias -Vamos, niño. Subimos al callejón por el lavadero de metal que iba desmoronándose en un ángulo del Witron; sobre el lavadero había un tubo inmenso de fierro y varias ruedas enmohecidas, que fueron de las minas del padre de don Froylán. Kutu no habló nada hasta llegar a la casa de arriba. La hacienda era de don Froylán y de mi tío; tenía dos casas. Kutu y yo estábamos solos en el caserío de arriba; mi tío y el resto de la gente fueron al escarbe de papas y dormían en la chacra, a dos leguas de la hacienda. Subimos las gradas, sin mirarnos siquiera; entramos al corredor, y tendimos allí nuestras camas para dormir alumbrados por la luna. El kutu se echó callado; estaba triste y molesto. Yo me senté al lado del cholo. -¡kutu! ¿Te ha despachado Justina? -¡Don Froylán le ha abusado, niño Ernesto! -¡Mentira, kutu, mentira! -¡Ayer no más le ha forzado; en la toma de agua, cuando fue a bañarse con los niños! -¡Mentira, kutullay, mentira!ª Me abrasé al cuello del cholo. Sentí miedo; mi corazón parecía rajarse, me golpeaba. Empecé a llorar como si hubiera estado solo, abandonado en esa gran quebrada oscura. -¡Déjate, niño! Yo, pues, soy “endio”, no puedo con el patrón. Otra vez, cuando seas “abugau”, vas a fregar a don Froylán. Me levantó como a un becerro tierno y me echó sobre mi catre. -¡Duérmete, niño! Ahora le voy a hablar a Justina para que te quiera. Te vas a dormir otro día con ella, ¿quieres, niño? ¿Acaso? Justina tiene corazón para ti, pero eres muchacho todavía, tiene miedo porque eres niño. Me arrodillé sobre la cama, miré al “Chawala” que parecía terrible y fúnebre en el silencio de la noche. -¡kutu: cuando sea grande voy a matar a don Froylán! -¡Eso sí, niño Ernesto! ¡Eso sí! ¡Mak´tasu! La voz gruesa del cholo sonó en el corredor como el maullido del león que entraba hasta el caserío en busca de chanchos. Kutu se paró; estaba alegre, como si hubiera tumbado al puma ladrón. -Mañana llega el patrón. Mejor esta noche vamos Justina. El patrón seguro te hace dormir en su cuarto. Que se entre la luna para ir. Su alegría me dio rabia. -¿Y por qué no matas a don Froylán? Mátale con su honda, kutu, desde el frente del río, como si fuera puma ladrón. -¡Sus hijitos, niños! ¡Son nueve! Pero cuando seas “abugau! Ya estarán grandes. -¡Mentira, kutu, mentira! ¡Tienes miedo, como mujer! -No sabes nada, niño. ¿Acaso no he visto? Tienes pena de los becerritos, pero a los hombres no los quieres. -¡Don Froylán! ¡Es malo! Los que tienen hacienda son malos; hacen llorar a los indios como tú; se llevan las vaquitas de los otros, o las matan de hambre en su corral. ¡kutu, don Froylán es peor que toro bravo! Mátale no más, kutucha, aunque sea con galga, en el barranco de Capitana. -¡Endio no puede, niño! ¡Endio no puede! ¡Era cobarde! Tumbaba a los padrillos cerriles, hacia temblar a los potros, rajaba a látigos el lomo de los aradores, hondeaba desde lejos a las vaquitas de los otros cholos cuando entraban a los potreros de mi tío, pero era cobarde. ¡Indio perdido! Le miré de cerca: su nariz aplastada, sus ojos casi oblicuos, sus labios delgados, ennegrecidos por la coca. ¡A éste le quiere! Y ella era bonita: su cara rosada estaba siempre limpia, sus ojos negros quemaban; no era como las otras cholas, sus pestañas eran largas, su boca llamaba al amor y no me dejaba dormir. A los catorce años yo la quería; sus pechitos parecían limones grandes, y me desesperaban. Pero ella era de kutu, desde tiempo; de este cholo con cara de sapo. Pensaba en eso y mi pena se parecía mucho a la muerte. ¿Y ahora? Don Froylán la había forzado. -¡Mentira, kutu! ¡Ella misma, seguro, ella misma! Un chorro de lágrimas saltó de mis ojos. Otra ve me sacudía el corazón, como si tuviera más fuerza que todo mi cuerpo. -¡kutu! Mejor la mataremos los dos a ella, ¿quieres? El indio se asustó. Me agarró la frente: estaba húmeda de sudor. -¡Verdad! Así quieren los mistis. -¡Llévame donde Justina, kutu! Eres mujer, no sirves para ella. ¡Déjala! -¡Cómo no, niño para ti voy a dejar, para ti solito! Mira, en Wairala se está apagando la luna. Los cerros ennegrecieron rápidamente, las estrellitas saltaron de todas partes del cielo; el viento silbaba en la oscuridad, golpeándose sobre los duraznales y eucaliptos de la huerta; más abajo, en el fondo de la quebrada, el río grande cantaba con su voz áspera. 17
  • 17. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias *** Despreciaba al Kutu; sus ojos amarillos, chiquitos, cobardes, me hacían temblar de rabia. -¡Indio, muérete mejor, o lárgate a Nazca! ¡Allí te acabará la terciana, te enterrarán como a perro! –le decía. Pero el novillero se agachaba no más, humilde, y se iba al Witron, a los alfalfares, a la huerta de los becerros, y se vengaba en el cuerpo de los animales de don Froylán. Al principio yo le acompañaba. En las noches entrábamos, ocultándonos, al corral; escogíamos los becerros más finos, los más delicados; kutu se escupía en las manos, empuñaba dura el zurriago, y les rajaba el lomo a los tobillitos. Uno, dos, tres….cien zurriagazos; las crías se retorcían en el suelo, se tumbaban de espaldas, lloraban; y el indio seguía, encorvado, feroz. ¿Y yo? Me sentaba en un rincón y gozaba. Yo gozaba. -¡De don Froylán es, no importa! ¡Es de mi enemigo! Hablaba en voz alta para engañarme, para tapar el dolor que encogía mis labios e inundaba mi corazón. Pero ya en la cama, a solas, una pena negra, invencible, se apoderaba de mi alma y lloraba dos, tres horas. Hasta que una noche mi corazón se hizo grande, se hinchó. El llorar no bastaba; me vencían la desesperación y el arrepentimiento. Salté de la cama, descalzo, corrí hasta la puerta; despacito abrí el cerrojo y pasé al corredor. La luna ya había salido; su luz blanca bañaba la quebrada; los árboles rectos, silenciosos, estiraban sus brazos al cielo. De dos saltos bajé al corredor y atravesé corriendo el callejón empedrado, salté la pared del corral y llegué junto a los becerritos. Ahí estaba “Zarinacha”, la victima de esa noche; echadita sobre la bosta seca, con el hocico en el suelo; parecía desmayada. Me abracé a su cuello; la besé mil veces en su boca con olor a leche fresca, en sus ojos negros y grandes. -¡Niñacha, perdóname! ¡Perdóname, mamaya! Junté ante ella. -Ese perdido ha sido, hermanita, yo no. ¡Ese kutu canalla, indio perro! La sal de las lágrimas siguió amargándome durante largo rato. “Zarinacha” me miraba seria, con su mirada humilde, dulce. -¡Yo te quiero, niñacha, yo te quiero! Y una ternura sin igual, pura, dulce, como la luz en esa quebrada madre, alumbró mi vida. A la mañana siguiente encontré al indio en el alfalfar de Capitana. El cielo estaba limpio y alegre, los campos verdes, llenos de frescura. El kutu ya se iba tempranito, a buscar “daños” en los potreros de mi tío, para ensañarse contra ellos. -Kuru, vete de aquí –le dije-. En Viseca ya no sirves. ¡Los comuneros se ríen de ti, porque eres maula! Sus ojos opacos me miraron con cierto miedo. -¡Asesino también eres, Kutu! Un becerrito es como criatura. ¡Ya en Viseca no sirves, indio!. -¿Yo no más acaso? Tú también, pero mírale al tayta Chawala: diez días más atrás me voy a ir. Resentido, penoso como nunca, se largó a galope en el bayo de mi tío. Dos semanas después, kutu pidió licencia y se fue. Mi tía lloró por él, como si hubiera perdido a su hijo. Kutu tenía sangre de mujer: le temblaba a don Froylán, casi a todos los hombres les temía. Le quitaron su mujer y se fue a ocultar después en los pueblos del interior, mezclándose con las comunidades de Sondando, Chacrilla…. ¡Era cobarde!. Yo, solo, me quedé junto a don Froylán, pero cerca de Justina, de mi Justinacha ingrata. Y no fui desgraciado. A la orilla de ese río espumoso, oyendo el canto de las torcazas y de las tuyas, yo vivía sin esperanzas; pero ella estaba bajo el mismo cielo que yo, en es misma quebrada que fue mi nido. Contemplando sus ojos negros, oyendo su risa, mirándola desde lejitos, era casi feliz , porque mi amor por Justina fue un “warma kuyay” y no creía tener derecho todavía sobre ella; sabía que tendría que ser de otro, de un hombre grande, que manejara ya zurriago, que echara ajos roncos y peleara a látigos en los carnavales. Y como amaba a los animales, las fiestas indias, las cosechas, las siembras con música y jarawi, viví alegre en esa quebrada verde y llena del calor amoroso del sol. hasta que un día me arrancaron de mi querencia, para traerme a este bullicio, donde gentes que no quiero, que no comprendo. El kutu en un extremo y yo en otro. El quizá habrá olvidado: está en su elemento; en un pueblecito tranquilo, aunque maula, será el mejor novillero, el mejor amansador de potrancas, y le respetarán los comuneros. Mientras yo, aquí, vivo amargado y pálido, como un animal de los llanos fríos, llevado a la orilla del mar, sobre los arenales candentes y extraños. Con ayuda del diccionario anota el significado de las siguientes palabras: a) Terso: ………………………………………………………………………………… b) Padrillo: ………………………………………………………………………………… c) Posar: ………………………………………………………………………………… d) Maula: ………………………………………………………………………………… e) Bayo: ………………………………………………………………………………… f) Bosta: ………………………………………………………………………………… Responde a las siguientes preguntas: 1. ¿En qué región del Perú transcurren los hechos? ¿Y en qué sitio específicamente se centra la acción? _________________________________________________________________ 18 COMPRENSIÓN DE LECTURA Vocabulario: Preguntas de Comprensión:
  • 18. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 2. ¿En qué momento del día empieza esta historia? Copia las oraciones que te lo indican. _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 3. ¿Qué pasó esa noche de luna en la quebrada de Viseca? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 4. ¿De quién estaba enamorado el niño Ernesto? ¿Por qué el sentimiento hacia esa persona era un “warma kuyay? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 5. ¿Qué tipo de relación existía entre Ernesto y el kutu? Explica tu respuesta. _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 6. ¿Por qué Ernesto y el kutu odiaban a don Froylán? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 7. Al no poder enfrentársele de manera directa, ¿Cómo se vengaba el kutu de don Froylán? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 8. ¿De qué modo participaba Ernesto en estos actos de venganza? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 9. ¿Qué efectos producía sobre Ernesto la visión del duro castigo que el indio aplicaba a los becerritos? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 10. ¿Adónde se dirige finalmente el kutu? ¿Cómo transcurre la vida de Ernesto en la quebrada a partir de ese momento? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 11. ¿Qué es lo que vino a turbar un día la felicidad de Ernesto? ¿Cómo vive en el exilio, alejado de su querencia? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes palabras: Sinónimo Antónimo a) Matar …………………………………. …………………………………. b) Miedo …………………………………. …………………………………. c) Bailar …………………………………. …………………………………. d) Inmóvil …………………………………. …………………………………. e) Noche …………………………………. …………………………………. Comprensión Lectora 4º Sec. 19 Razonamiento Verbal:
  • 19. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias Nombre y apellidos: ……………………………………………………………………………Fecha: /…/2019 Nota: ……………. Lee detenidamente la siguiente lectura: “EL SUELO ES UNA FLOR” Carlos E. Zavaleta Esa tarde, apenas llegó a la plaza principal, Julio sintió que sus ojos veían mejor que antes y que su estómago ya no se revolvía; pero las acusadoras imágenes de su madre y de consuelo le seguían brotando como heridas en la cabeza y se la molían en una tortura más grave que sus frecuentes torturas del alcohol. -¡Mañana Viernes Santo vas a tender alfombras! –le había recordado, en atroz castellano, su madre, una chola descalza y de larguísima y despeinada cabellera, viéndolo salir el día anterior.- ¡Mañana, ya sabes! -había amenazado con el mismo puño con que lo golpeaba” para enderezarlo”, según ella decía. -Oh, no pasa nada…-La había desdeñado Julio, saliendo de su casucha de adobes, feliz de dejar el barrio de Mantarana, en especial cuidado cuando tenía en los bolsillos, como entonces, el dinero adelantado por las alfombras de flores…Habría jurado que el borrascoso señor Londoña, ex –capitán de policía, le había llevado sólo una mínima parte de los billetes reunido por los vecinos de la plaza: dinero que él siempre pensaba en aumentar si al fin se llenaba de coraje y le pedía una participación en las ilegales apuestas que Londoña efectuaba sobre la belleza de su alfombras, sin darle nunca nada. De nuevo, había temido la reacción de aquel hombre injusto, pero había soñado también con aumentar la suma; y así, en su confusión, había dispuesto gastar en seguida una buena parte de ella. En la calle, no obstante, en vez de buscar a sus amigos de juerga, había decidido llevar a Consuelo al cine o por lo menos dar juntos unas vueltas por la plaza, toparse con las parejas de jóvenes ricos del pueblo, entrar en alguna fonda y beber una cerveza. Nada más que una, se había dicho en voz alta. Pero Consuelo no sólo se había negado a salir, sino que le había increpado el abandonar las flores en su casa bajo el pretexto de que así estarían más cerca de la iglesia, y el recargar sus pesadas tareas con la urgencia de llenar de agua los baldes, proteger del sol las flores, y más que nada, obligarla, y lo mismo les sucedía con la luz y con el empleo de tijeras para sus tallos. Confiado en sus rápidas manos, Julio había ordenado los claveles, geranios, rosas, margaritas, rima-rimas, tauris y la variada colección de semillas y flores silvestres, cuya mezcla de perfumes y colores sólo él estaba seguro de inventar en todo el valle de Tarma. Y luego, riendo, había buscado a Consuelo, tentándola a que diera de comer a sus pequeños hermanos, a fin de salir a divertirse. Hasta le enseñó los billetes de un bolsillo - nada más que de un bolsillo-, y la instó a ir al único chifa del pueblo, o si mucho quería, a la platea del único cine. Aquel había sido el error final. En adelante, a más de reprocharle su abandono de las flores, ella le había exigido la entrega del dinero, en su condición de novia “pedida”. Y cuando Julio accedió de mala gana, supo que luego se darían unos besos fríos y que él hallaría un pretexto para irse cuanto antes a la fonda de la señora Arrieta. -Don Londoña se enfadará si no tejes bonitas alfombras –le había advertido Consuelo al despedirse. -Y yo me enfadaré si no me da algo de las apuestas –se había jactado él. -¿Apuestas…? ¿De qué hablas, Julio…? Sin responder, la había desdeñado con otro ademán semejante al dirigido a su madre, y se había marchado a la fonda, según lo planeara. Allí, recobrado el humor, había invitado a unos forasteros a pasear al día siguiente por las calles de Tarma, convencido de que sus alfombras merecerían el diploma, que no otra cosa era el premio. Con ellos había comido cerdo y había bebido chicha y cerveza; y luego la cortina que escondía las habitaciones de la señora Arrieta había flotado en una turbia señal y él había penetrado hasta oler la cama, de nuevo jactancioso y feliz, soñando con los cuerpos desnudos de infinitas mujeres, hasta que los vio reunirse a todos en los ojos y labios de aquella viciosa limeña. Sólo por la mañana admitió que la pérdida de tiempo era censurable, si bien el sueño y los estragos lo doblegaron todavía hasta las ultimas horas de la tarde, cuando, tímido y alarmado por su incumplimiento, llegó a la gran plaza principal, el viejo teatro de sus éxitos. Temeroso aún, se detuvo en la tienda opuesta a la iglesia y pidió dos tazas de café al mismo tiempo. Bebió por turno, según ellas se enfriaran, y después, ya entonado, desafió el sitio que ahora le exigía una prueba tan dura. Por la supresión total del tránsito de ómnibus y camiones, entendió lo retrasado que estaba. Ya me dio la tarde, pensó ¿Duraré hasta ver la procesión? En la plaza había más tejedores de alfombras y más curiosos que en otro años. Únicamente el jardín central, plantado con escasas palmeras, tenía una apariencia normal. Grupos de familias paseaban antes de entrar en la iglesia y los colegiales bullían, comprando golosinas. En las cuatro calles que rodeaban el jardín, la nube de tejedores se movía en medio de otra nube de curioso. Los pintorescos montoncillos de flores deshojadas y los baldes de agua ponían manchas por todas partes y lo inquietaban demasiado. -¡Apura, hom! ¡Mira a ese borracho del Julio! –oyó un grito de Consuelo, y juró que ella lo censuraría sin piedad durante toda su labor. -¿Y así piensas tejer? Lo empujó ella-. Y todavía te dije que no tomaras… ¿Ónde te has pasado la noche y el día? … ¿Y ónde están las flores, di? -¡Cómo! ¿No están acá? –dudó, alarmado, volviéndose en dirección al barrio alto de Mantarana. -¡Camina, zonzo! –lo empujó de nuevo Consuelo- ¡Ahí están las flores! Sabiendo yo tejer, ya hubiera terminado la primerita de todas… -Yo sé tejer y nunca me olvido…..-declaró, confiado en sus muchos premios de Semana Santa. Más allá fue empujado por tercera vez, ahora por su madre, vieja y gordezuela, demasiado envuelta en polleras y pañolones. Ya no le importó ese trato: respiró bien unos minutos, miró el cielo hasta que sus pies no vacilaran, y luego, con ayuda de las dos mujeres, trazó su campo en la calle, primero con una tiza y después con una rama. Sentado en el suelo, dibujó unos gigantes pétalos, en seguida unas figuras geométricas que le salían a capricho, y después nuevos pétalos y tallos, y nuevas figuras geométricas. Estaba feliz. En conjunto, quería dar la impresión de unas rosas sobre el agua, pero también de miles de figuras en el espacio que representaba el agua, pero también de miles de figuras en el espacio que representaba el agua. Trabajó, borrando y jadeando, teniendo de bruces en el suelo. Hasta que levantó los ojos en demanda de la casi infinita variedades de flores deshojadas, puestas en montoncillos en torno a su madre y Consuelo, y vio que Londoña lo vigilaba de lejos, sin entusiasmo, y supo que iba a terminar el último, pues ya la comitiva oficial venia a revisar las alfombras desde la calle Lima, admirando todo el suelo convertido en una flor. Ojalá no empiece todavía la procesión y no se vaya el sol, pensó; y luego pidió por turno los fragantes pétalos que le hacían recordar toda clase de pieles, humanas y animales. -¿Qué te pasa hoy día? –le susurró de pronto Londoña, malgeniado y de cuchillas junto a él -¡Así no vas a ganar el premio! -Si no lo gano, trabajo bien por lo que me pagan –dijo, palabra por palabra. En un segundo, la mano de Londoña cruzó el aire y le aferró la camisa. -¡Ah, so haragán! -gritó Londoña -¡Y todavía borracho! -Pero yo no he apostado –se defendió él -¿Qué me toca a mi de las apuestas? -¡Qué apuestas ni qué niño muerto! -Londoña le dio una manotada-. Los que viven en la plaza han hecho una erogación, como todos los años, u me han ordenado darte la plata y vigilar tus alfombras. Eso es todo. -desde ayer está hablando de apuesta –dijo Consuelo, y empujó a Julio -: ¡Anda, borracho!. -Déme la mitad de las apuestas que recoge usted en el billar y el Hotel Bolívar, y entonces yo gano el premio, así como estoy –propuso. Vio que Londoña se demudaba, abiertos sus ojos, y que le temblaba una frase en sus labios. -¿Apuestas en Viernes Santo? ¡Jesús…! –gritó Consuelo-. Tú no debes ser cristiano.. A Londoña le bastó la pausa. De nuevo estuvo seguro de sí y advirtió sombríamente. -Te conviene ganar el premio, porque, si no, te mando rajar a golpes… 20
  • 20. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias En vez de intimidarse, trató de sonreír venciendo la dureza de su piel: -¿Así como el otro año, cuando resultó apaleado un tejedor…? –preguntó con sorna. -¿De qué hablas, idiota? ¡Estos indios alzados y borrachos! -gritó Londoña al irse, tal vez para contener sus manos. Julio quedó aliviado. Había cumplido ante sí mismo, aunque ahora, después de todo, sólo debía pensar en tejer, hubiera o no apuestas y premios. Cuando supo que recordaba claramente los nombres de todas las flores que rociaba sobre su dibujo, y cuando por dentro de su cabeza veía con anticipación los colores, tonos y luces de aquellas, como si no tuviera más que copiar la imagen del fondo de sus ojos, ahí donde las sombras eran nubes claras, sintió que volvía a ser el de antes y que lucharía por el primer puesto, si es que no lo había ganado ya con la primera rosa que navegaba sobre el límpido charco inventado por él. Su madre seguía regañándolo, pero Consuelo lo ayudaba, cubierta de sudor, y estiraba en torno a Julio ese cuerpo brioso y elástico que todavía él no había abrazado desnudo de abajo arriba, en una soñada mezcla de tibiezas, colinas, gargantas y olores. Julio exigió tanta luz de su cabeza que hasta sintió por separado el perfume de las flores y las mezcló como al juntar cosas liquidas, según las proporciones. Sin embargo, apenas concluyó de rociar los diminutos pétalos sobre las dos primeras rosas, pidió café. -¡Qué café ni qué niño muerto! –protestó Consuelo- ¡Acabe usté todito! -¡He dicho café! –rugió, mirando a su madre, que debió obedecerle y partir, mientras él se volvía a Consuelo y le ordenaba con firmeza: -Deja ya de gritarme. ¿O quieres un par de golpes y que lo mande todo diablo? Ella no miró un segundo, en broma y en serio. -Bueno, bueno….-le dijo, al tiempo que Julio se sentaba en el pequeño espacio que aún no había tejido y miraba a sus rivales, indios en su mayoría de llanques y calzones de bayeta, a quienes ayudaban sus mujeres y pequeños hijos. Ellos sudaban y escupían de sus bolas de coca. Sin duda pertenecían a las comunidades indígenas de Vitora, Carhuacatac, Ninatambo o Uchurraca. Uno de ellos parecía ser la imagen de su padre, vivo otra vez en sueños fugaces y concéntricos en torno a sus ojos. Luego, al ver que su madre traía por el aire, y con sumo cuidado, la taza de café, volvió a su tarea, enemigo ya del sol que seguía brillando. -Y después tenemos que ir al otro lado –le dijo Consuelo. Sintió que se derrumbaba. -El año pasado ganaste el premio -añadió ella-; por eso te han dado dos calles. -¡Ah, sí, claro …! –fingió que lo sabía, aunque sus manos ya no estaban seguras. Le batían las sienes y se le cerraban los ojos. -¡Anda por el Mejoral! –susurró a su madre, temeroso de que le oyera alguien de entre los curiosos que dificultaban su tarea. Supuso que el a café y el Mejoral obrarían por un milagro, devolviéndolo al día anterior en que se había sentido bien, el dinero intacto y la cabeza despejada. En vano rechazó los dolores de sus espaldas, que tal vez se desgarraban, y de sus espaldas, que tal vez se desgarraban, y de sus rodillas, ya quemantes, ya frías. Algo así como las sombras de una gigantesca nube bajó al suelo y Julio volvió la cabeza, suponiendo que lo atacaba un enemigo. ¡Ya oscurece! –gritó -¡A la otra calle! ¡Vayan por linternas! Fatigado, cruzó la plaza. Las columnas de curiosos lo llenaban todo. En la calle opuesta nadie tejía ya. Llegó a su lugar vacío por entre hermosas alfombras y se inclinó molesto, empujando a decenas de piernas de hombres y de mujeres. Las voces de aquellos extraños resonaban en su cabeza. Además. Por aquel lado, nuevos adornos le impedían moverse por el suelo: con tallos de carrizo y flores sin deshojar, los indios habían plantado remedos de baldaquinos y doseles, que ondeaban en conjunto como las olas del mar. Por debajo de ellos marcharía la procesión. Trabajó velozmente, echando los pétalos sin dibujar en el suelo y sin valerse de moldes de papel usados por los tejedores novatos, aunque él mismo se sintiera tentado de traerlos de casa de Consuelo. Una y otra vez roció, o sembró, como un chacarero rocía las semillas y respondió a los curiosos que le preguntaban por los nombres de las flores, por el tiempo que tenían de cogidas y hasta por la hora de la procesión. Junto a él seguía trabajando Consuelo, que aprendía poco a poco el manejo de sus dedos y no perdía el sentido del dibujo, por más que estuviera en cuclillas. Al llegar su madre con dos linternas de kerosene, había concluido su labor. Se levantó del suelo, más orgulloso de su novia que de si mismo. Al fin estaba seguro de no ganar ningún premio. Sus brazos colgaban rendidos y su columna vertebral se le había dibujado en las espaldas: sentía su forma exacta y fría, y después su ardor, al ensancharse como una culebra. -¡Ustedes cuiden y no se muevan! –ordenó a las dos mujeres- ¡Una en esta alformbra y otra en la de allá! ¡Yo me llevaré los trastos! Fue casi lo último que habló. Cargando los manojos de flores sobrantes, se sentó por un instante en una banqueta de la plaza, donde ya nadie le preguntó nada, y después emprendió el camino a casa de Consuelo. Se sentía incapaz de ir más lejos. Apenas cruzó el patio se sentó en el poyo del corredor, humillado y con el pecho que le hervía contra si mismo. Renunció fríamente a dormir. Aguardó a que menguara el dolor de sus espaldas y luego miró por encima del patio las sombras de la huerta. Todavía el cielo conservaba su luz en medio de una quietud que refrescaba y enternecía. Libre de las urgencias del tejido, revivió los momentos previos a su fatídica salida del día anterior. Al fondo del patio, liso y firme, sin una mancha de lluvia, estaba la triste calle por donde a media noche desfilaría la procesión: una calle solitaria y sin alfombras. Pensó en Consuelo, que, tarde, mañana y noche, miraría exactamente las mismas cosas desde aquel lugar, y se sintió transformado en ella y ella en él, viviendo y mirando juntos el patrio y la calle. No dudó más decidido, corrió a encender todos los lamparines y velas que halló, paso la mano por el centro del patio como si fuera un lecho, y dibujó ahí con mano firme dos bellos cisnes, que luego serian de flores y que nadarían en unas aguas hechas de semillas coloreadas. Lo hago por Consuelo y por la casa que se ve muy triste, pensó. Y en seguida roció los pétalos con increíble facilidad, igual que si trabajara a medio día, abrigado por el sol. Y también lo hago por todo el pueblo, que sin duda se parará en la puerta y saludará esta alfombra, se dijo. Aún no había concluido, pero supo que jamás había tejido una alfombra tan primorosa como aquélla. Quizá por eso el rumor de unos pasos y las sombras de dos bultos lo alegraron. -¡Mira, Consuelo! ¡Mira, mamá! –gritó. Volviéndose-; ¡Digan si no sé tejer…! Pero su voz se quebró y no supo si levantarse o quedarse en cuclillas, esperando. -¡Cierren el portón! –oyó gritar a Londoña, que, en medio de dos peones, insultaba el aire con su silueta de bufanda y abrigo. -¿Perdió las apuestas, don…? –atinó a decir, tan sólo a fin de demorar los golpes que lloverían. Y finalmente vio que el hombre hacia una horrible seña, que el portón estaba bien cerrado y que los peones se precipitaban sobre su alfombra y sobre él, aún antes de que se levantara. Con ayuda del diccionario anota el significado de las siguientes palabras: a) Instar: ………………………………………………………………………………… b) Sorna: ………………………………………………………………………………… c) Llanque: ………………………………………………………………………………… d) Baldaquino: ………………………………………………………………………………… e) Menguar: ………………………………………………………………………………… 21 COMPRENSIÓN DE LECTURA Vocabulario:
  • 21. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias f) Dosel: ………………………………………………………………………………… Responde a las siguientes preguntas: 1. ¿Quién es Julio? ¿Quién es Londoña? Además de éstos, ¿Qué otros personajes intervienen? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 2. ¿EN qué ciudad del Perú transcurren la acción? ¿Qué características de esta ciudad se destacan en el cuento? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 3. ¿Cuánto tiempo real calculas que dura esta historia? ¿Cómo lo sabes? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 4. ¿En qué estado llegó Julio esa tarde a la plaza principal? ¿Cómo lo recibieron Consuelo y su madre? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 5. ¿Qué problemas tenía Julio con Londoña? ¿Qué es lo que tenía y qué deseaba secretamente? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 6. ¿Cuánto tiempo estuvo Julio en la fonda de la señora Arrieta? ¿Con quiénes se encontró en ese lugar? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 7. ¿Cómo se sentía anímicamente a la mañana siguiente? ¿Qué sentimiento de culpa lo invade? ¿Cómo trata de recuperarse? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 8. Menciona, paso a paso, todo lo que hizo Julio para tejer su alfombra aquella tarde. Señala también cómo le ayudaron Consuelo y su madre. _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 9. ¿Qué diálogo se desenvuelve entre Julio y Londoña, cuando éste lo interrumpe para increparle su conducta? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 10. ¿Qué pensamientos le invaden en la casa de Consuelo, una vez que ha concluido su labor? ¿Qué hace entonces en el centro del patio? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ 11. ¿Cuál es el desenlace de esta historia? _________________________________________________________________ _________________________________________________________________ Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes palabras: Sinónimo Antónimo a) Borracho …………………………………. …………………………………. b) Adornos …………………………………. …………………………………. c) Solitaria …………………………………. …………………………………. d) Rendido …………………………………. …………………………………. e) Aprendía …………………………………. …………………………………. 22 Razonamiento Verbal: Preguntas de Comprensión: TEXTO Nº 6
  • 22. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias 23 LECTURA
  • 23. Docente: Juana Mercedes Ricopa Cotrina de Rios. 42 copias Lee detenidamente la siguiente lectura: “¿POR QUÉ LAS CAÑAS SON HUECAS? Al mundo apacible de las plantas también llegó un día la revolución social. Dícese que los caudillos fueron aquí las cañas vanidosas. Maestro de rebeldes, el viento hizo la porpoganda, y en poco tiempo más no se habló de otra cosa en los centros vegetales. Los bosques venerables fraternizaron con los jardincillos locos en la aventura de luchar por la igualdad. Pero, ¿Qué igualdad? ¿De consistencia en la madera, de bondades en el fruto, de derecho a la buena agua? No; la igualdad de altura, simplemente. Levantar la cabeza a uniforme elevación, fue el ideal. El maíz no pensó en hacerse fuerte como el roble, sino en mecer a la altura misma de él sus espiguillas velludas. La rosa no se afamaba por ser útil como el caucho, sino por llegar a la copa altísima de éste y hacerla una almohada donde echar a dormir sus flores. ¡Vanidad, vanidad, vanidad! Delirio de ser grande, aunque siéndolo contra Natura, se caricaturizaron los modelos. En vano algunas flores ley divina y de soberbia loca. Sus voces parecieron chochez. Un poeta viejo con las barbas como Nilos, condenó el proyecto en nombre de la belleza, y dijo sabias cosas acerca de la uniformidad, odiosa en todos los ordenes. II ¿Cómo lo consiguieron? Cuentan de extraños influjos. Los genios de la tierra soplaron bajo las plantas su vitalidad monstruosa, y fue así como se hizo el feo milagro. El mundo de las gramas y de los arbustos subió una noche muchas decenas de metros, como obedeciendo a un llamado imperioso de los astros. Al día siguiente, los campesinos se desmayaron saliendo de sus ranchos ante el trébol, alto como una catedral, y los trigales hechos selvas de oro. Era para enloquecer. Los animales rugían de espanto, perdidos en la oscuridad de los herbazales. Los pájaros piaban desesperadamente, encaramados sus nidos en atalayas inauditas. No podían bajar en busca de las semillas: ya no había suelo dorado de sol ni humilde tapiz de hierba! Los pastores se detuvieron con sus ganados frente a los potreros; los vellones blancos se negaban a penetrar en esa cosa compacta y oscuras contra la misma copa azul de los eucaliptos. III Dícese que un mes transcurrió así. Luego vino la decadencia. Y fue de este modo. Las violetas, que gustan de la sombra, con las testas moradas a pleno sol, se secaron. No importa apresuráronse a decir las cañas; eran una fruselería. (pero en el país de las almas, se hizo duelo por ellas). Las azucenas estirándole tallo hasta treinta metros, se quebraron. Las copas de mármol cayeron lo mismo. (Pero las Gracias corrieron por el bosque, plañendo lastimeras) Los limoneros a esas alturas perdieron todas sus flores por las violencias del viento libre. ¡Adiós cosecha!. “No importa rezaron de nuevo las cañas; eran tan ácidos las frutos!. El trébol se chamuscó, enroscándose los tallos como hilachas al fuego. Las espigas se inclinaron, no ya con dulce laxitud; cayeron sobre el suelo en toda su extravagancia longitud, como rieles inertes. Las patatas por vigorizar en los tallos, dieron los tubérculos raquíticos: no eran más que pepitas de manzana…. Ya las cañas no reina; estaban graves. Ninguna flor de arbusto no de hierba se fecundó; los insectos no podían llegar a ellas, sin achicharrarse las alitas. Demás está decir que no hubo para los hombres pan ni fruto, ni forraje para las bestias; hubo eso si, hambre; hubo dolor en la tierra. En tal estado de cosas, sólo los grandes árboles quedaron encolumnes, de pie y fuertes como siempre. Porque ellos no había pecado. Las cañas, por fin, cayeron las ultimas, señalando el desastres total de la teoría niveladora, podridas de raíces por la humanidad excesiva que la red de follaje no dejó secar. Pudo verse entonces que, de macizas que eran antes de la empresa, se habían vuelto huecas. Se estiraron devorando leguas hacia arriba; pero hicieron el vacío en la medula y eran ahora irrisoria, como la marionetas y las figurillas de goma. Nadie tuvo ante la evidencia argucias para defender la teoría, de la cual no se ha hablado más, en miles de años. Natura generosa siempre reparó las averías en seis meses. Haciendo renacer normal las plantas locas. El poeta de las barbas como Nilos vino después de larga ausencia, y, regocijado, cantó la era nueva: “Así bien, mis amadas. Bella la violeta por minúscula y el limonero por la figura gentil. Bello todo como Dios lo hizo; el roble y la cebada frágil” La tierra fue nuevamente buena; engordó ganados y alimentó gentes. Peor las cañas-caudillos quedaron para siempre con su estigma: huecas, huecas. Con ayuda del diccionario anota el significado de las siguientes palabras: a) Espiguillas: ………………………………………………………………………………… b) Inauditas: ………………………………………………………………………………… c) Fruselería: ………………………………………………………………………………… d) Laxitud: ………………………………………………………………………………… e) Estigma: ………………………………………………………………………………… 24 COMPRENSIÓN DE LECTURA Vocabulario: