Este documento narra la infancia del autor en 3 oraciones. Creció en un hogar católico con varios hermanos y tías beatas. Tuvo una infancia feliz aunque con enfermedades recurrentes. Fue monaguillo en la iglesia y sufrió castigos por travesuras como arrancar hojas de su cuaderno para hacer avioncitos de papel.
It’s hard to improve your content without a solid understanding of how your content performs with your users. This workshop will introduce you to a three-pronged approach to measuring content effectiveness. We will cover:
- A framework to define what success looks like and how to measure it
- Content testing methods that go beyond heuristics and analytics
- Measurement reports you can act upon
Who should attend: This workshop is for people who have been tasked with demonstrating how well content is working, or who are looking to improve content relevance for users.
Presented by Bill Siemers and Meghan Casey at Confab Intensive.
Gamification of Employee Engagement & Company CultureD B
Based on a presentation made to a graduate class of students at Northeastern University. Describes how employee engagement evolved since the Taylorism era. Also explains the key role that Gamification can play within a company to increase employee engagement and improve the overall culture. Covers how to avoid the "Dark Side" of Gamification and the main problems associated with its growing popularity.
El siguiente cuadro, es un ejemplo de secuencia didáctica, que muestra la construcción de textos a partir de la estrategia, “Las fábulas al revés” que se plantea en el libro la gramática de la fantasía por el autor Giani Rodari. Esta estrategia puede ser trabajada para toda la primaria, es decir para grados primero a quinto, sin embargo este ejemplo se basa en el grado cuarto de primaria.
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El siguiente cuadro, es un ejemplo de secuencia didáctica, que muestra la construcción de textos a partir de la estrategia, “Las fábulas al revés” que se plantea en el libro la gramática de la fantasía por el autor Giani Rodari. Esta estrategia puede ser trabajada para toda la primaria, es decir para grados primero a quinto, sin embargo este ejemplo se basa en el grado cuarto de primaria.
Talleres de apologetica para pastoral penitenciaria. texto completomanu2002
Estos talleres obedecen a la necesidad sentida de un grupo de reclusos que quisieron profundizar más en el conocimiento de la fe católica ante el ataque de las sectas.
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Estos talleres obedecen a la necesidad sentida de un grupo de reclusos que quisieron profundizar más en el conocimiento de la fe católica ante el ataque de las sectas.
Diseña una experiencia de aprendizaje sobre lectura y escritura como
herramientas de aprendizaje transversal integrando recursos digitales.
La experiencia se debe planear en el formato 1 y luego, se socializa en
una presentación Power Point y se sube a un Slide Share, Issu u otro
recurso que genere un enlace para su visualización.
Esta guía es una ayuda para hacer por tu cuenta el retiro mensual, allí dónde te encuentres, especialmente en caso de dificultad de asistir en el oratorio o iglesia donde habitualmente nos reunimos para orar.
A. ¿Qué es la soledad?
• En el Antiguo Testamento la palabra hebrea que más se utiliza para “solitario” es shamem, que significa “desolado”.
• En el Nuevo Testamento la palabra griega eremos significa “lugares desiertos”.
• La soledad es el estado emocional de tristeza causado por sentirse solo, aislado o alejado de los demás.
• Una persona puede sentir la falta de cercanía con otros aún cuando estén en su presencia.
• David exclamó al Señor en tiempo de soledad:
“Mírame, y ten misericordia de mí, porque estoy solo y afligido”.
(Salmos 25:16)
B. ¿Qué significa estar solo?
• En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea que se traduce solo es badad, que significa “estar con uno mismo”.
• En el Nuevo Testamento, la palabra griega monos denota “sin compañía, solo, solitario”.
• Estar solo es la condición de estar sin compañía, separado de otros.
• Con frecuencia, Jesús buscó estar a solas. Se apartaba de los demás para poder tener comunión con el Padre.
“Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo”.
(Mateo 14:23)
C. ¿Cuál es la diferencia entre estar a solas y sentir soledad?
• La soledad se refiere al estado emocional (por sentirse rechazado y desolado).
• Estar a solas se refiere al estado físico (el estado de estar separado de los demás).
• La soledad generalmente es una experiencia negativa (que va acompañada de un sentimiento de desesperanza).
• Estar a solas puede ser una experiencia positiva (convirtiéndola en un momento de creatividad y comunión con el Señor).
D. Ejemplos bíblicos de soledad
DAVID EXPERIMENTÓ SOLEDAD POR EL RECHAZO.
“Mira a mi diestra y observa, pues no hay quien me quiera conocer;
No tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida”.
(Salmos 142:4)
JOB EXPERIMENTÓ SOLEDAD POR SUS AMIGOS DESLEALES.
“El atribulado es consolado por su compañero; aun aquel que abandona el temor del Omnipotente. Pero mis hermanos me traicionaron como un torrente; pasan como corrientes impetuosas”.
(Job 6:14–15)
ELÍAS EXPERIMENTÓ SOLEDAD PORQUE TEMIÓ LA IRA DE DIOS.
“Viendo, pues, el peligro, se levantó y se fue para salvar su vida, y vino a Beerseba, que está en Judá, y dejó allí a su criado. Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres”.
(1 Reyes 19:3–4)
E. Ejemplos bíblicos de estar solo
PABLO ESTUVO SOLO CUANDO SUS AMIGOS LO ABANDONARON.
“En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta. Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen. Así fui librado de la boca del león”.
(2 Timoteo 4:16–17)
JOB ESTUVO SOLO CUANDO
Guia de las cartas del tarot de el extraño mundo de jack.
Arcanos mayores y arcanos menores.
Primera guía cien porciento en español!
Con 5 tiradas para comenzar predicciones.
Aprende y utiliza este mazo para divertirte.
Fuente: Emeric Amyot d'Inville, C.M. "Anunciar la Buena Nueva de la Salvación siguiendo las huellas de San Vicente", Vincentiana: Vol. 41: No. 4, Artículo 7.
Anunciar la Buena Nueva de la Salvación siguiendo las huellas de san Vicente
UNA MEDIA AL REVES
1.
2.
3. En homenaje y gratitud
A Dios Todopoderoso
A su Hijo Jesucristo
Al Espíritu Santo
A mi esposa
A mi hija
A mi madre
A memo y esposa
A William y familia
A Anibal
Al Dr. Cardona
A Felipe
A Alejo
A mi familia
A mis empleados
A mis amigos
4. PRESENTACION
D
urante la vida, el hombre sufre una serie de “metamorfosis”. Unos empiezan
su vía crucis desde antes de nacer, a causa del error de unos padres que
nunca se prepararon para traerlos al mundo y que en lugar de recibir con
agrado la maravillosa noticia de su fecundación, transmitieron todo su enojo por el
“descuido” de su pareja e incluso, intentaron deshacerse de su “carga”.
Otros, sin embargo, fuimos anhelados y cuando sucedió el milagro de la
concepción, nuestros padres literalmente se salían de la ropa ante tal felicidad.
Lo más misterioso para nosotros, es que estos acontecimientos, aunque inciden,
no son la garantía del desarrollo de un individuo bueno ó malo social y moralmente
hablando. Muchas veces, quienes lo han tenido “todo”, comenzando por el amor
de sus padres, terminan mal y viceversa.
Pudiera decir que en el trasegar de la vida, nuestra alma pasa por una
interminable cadena de filtros que poco a poco la van decantando hasta que,
finalmente, puede definirse su grado de pureza; cada filtro, a su vez, permite
identificar toda la podredumbre que hasta ese entonces nos contaminaba.
Infortunadamente muchos seres humanos pasan por un lado de los filtros y nunca
se “limpian” ó, como también ocurre, no escogen bien los filtros y terminan
recogiendo la podredumbre que aquellos a quienes han decidido seguir. En
últimas, la salvación de nuestra alma va a depender de su grado de “limpieza y
activación” por medio del Espíritu Santo, luego de pasar por el único filtro de
purificación: “Jesucristo”.
Voy a contarles la historia de mi vida, desde el punto de vista espiritual; una vida
que inició en un hogar católico, con una infancia feliz aunque constantemente
golpeada por enfermedades; un inicio muy temprano en el mundo de los negocios;
una costumbre familiar que me llevó a ser monaguillo en la iglesia; un carácter
dominante que vivía en confrontación con el de mi padre; una adolescencia y
juventud envueltas en la rebeldía hacia mis padres, profesores, sacerdotes y hacia
Dios; peleas callejeras, prostitución y drogas; una corta vida militar; una vida
universitaria entre honores académicos y “revueltas” con las autoridades; una vida
laboral exitosa; una vida conyugal llevadera; un cambio hacia lo espiritual; un
reencuentro con mi padre; una fantástica vida como padre; un despertar del
sentido social a cambio de la vida familiar y la relación con Dios. Qué vida en 43
años!
De repente, una misteriosa enfermedad y una serie de desastres físicos,
financieros y fenómenos inexplicables que irrumpieron mi vida; simultáneamente,
amigos que aparecieron con “fórmulas” mágicas para revertir la situación (las que
acogí con prisa y sin vacilar), pero que no surtieron ningún efecto aparente.
5. Todo parecía perdido; “tirado” en un sofá ó en una hamaca escuchando, con mi
madre, narraciones que nunca antes tuve tiempo de leer. Un día, un amigo me
recomendó un libro diciéndome: “en ese libro, lo vi a usted. Léalo”. Efectivamente
lo leí y con él comprendí que había invertido el orden de mi vida: primero lo
demás, segundo la familia y último Dios. Empecé a comprender que lo que me
pasaba, de alguna manera tenía relación con mi modo de ser y de actuar.
Recordando esa infancia y valiéndome de la creencia en Dios, un día me
pregunté: dónde busco respuestas a lo que me pasa? Dios por qué permite que
esto me pase, si yo soy generoso, bondadoso y amoroso?. Empecé a leer la Biblia
y a entender lo que me ocurría; pero, cómo podía salir de la penosa situación en
que estaba? Cómo revertir lo que me ocurría y cómo rehacer mi vida? Vino
entonces a mi mente una persona que un día me advirtió: “cuídese mucho de
fulano”.
Contacté a esta persona y aprendí cómo opera la maldad. Con la ayuda de este
“guerrero espiritual” y mucha literatura, mi madre, mi esposa y yo comprendimos
que aunque siempre nos hemos definido creyentes, buscamos respuestas y
soluciones en todas partes, a excepción de la Biblia donde, finalmente, pronto
adquirí las herramientas para luchar y ganar la batalla por mi vida, ante el asombro
de médicos, docentes universitarios y amigos, los cuales, como yo, creemos que
lo que me ocurrió fue un milagro.
Comprendí que queremos saber lo que Dios nos tiene que decir, pero no leemos
la Biblia que es su Palabra. Decimos que creemos en Dios, vamos a misa, nos
santiguamos y rezamos una y otra oración y ya nos sentimos merecedores del
cielo sin darnos cuenta que los sicarios, los violadores, las prostitutas, los ladrones
y hasta Satanás, también creen en Dios.
Comprendí que vivimos buscando congregaciones, sacerdotes, ministros,
pastores, rabinos, guías espirituales y hasta brujos que nos conduzcan a la verdad
y nos liberen de nuestras enfermedades físicas, síquicas y espirituales, por
desconocimiento al nuevo pacto que hizo Dios por medio de Jesucristo: “Haré
que mis enseñanzas las aprendan de memoria, y que sean la guía de su
vida…Ya no hará falta que unos sean maestros de otros, y que les enseñen a
conocerme…” (Jeremías 31:31-34; Hebreos 8:10-13).
Comprendí que no es suficiente creer en Dios, sino que hay que creerle a Él.
¿Cómo se le cree a Él? Obedeciendo lo que Él dice, y ¿dónde dice lo que
tenemos que hacer?, en la Biblia. Tomé entonces la decisión de leer su Palabra
sin más intermediarios que nos seleccionen las citas. La gran diferencia frente a
las lecturas esporádicas de antaño, radicó en que empecé a entenderla.
Comprendí que cuando se leen pasajes aislados, no sabemos a ciencia cierta si lo
que leímos está vigente ó fue modificado por un nuevo pacto entre Dios y el
hombre.
Una vez acepté a Jesucristo en mi corazón, el Espíritu Santo llegó a mi vida y me
dio la sabiduría suficiente para entender lo que Dios quiere de mí.
6. A través de este libro, deseo compartir con ustedes la manera como llegué a
acercarme a Dios y lo que he aprendido desde entonces; igualmente quiero que
se inquieten y se acerquen a su Palabra y reflexionen si conocen sus verdaderas
enseñanzas. Les anticipo que hay muchas cosas que seguramente cuestionarán y
que entrarán en conflicto con su forma de pensar. La razón es que estamos
atados a nuestra manera de vivir ó a la programación que hemos recibido desde
nuestra infancia; tengan siempre presente que Dios no es como nosotros
queremos que sea, ni se acomoda a nuestros caprichos ó estilos de vida; Él es
como se deja ver en su Palabra y ya. Tú decides si lo sigues.
No puedo ocultar que tragaba entero acerca de que “el que lee la Biblia sin un
guía profesional ó texto de orientación, puede malinterpretarla ó volverse loco”.
Hoy sé que es una estrategia de Satanás para mantenernos ignorantes y
confundidos ó peleando y divididos por diferencias (divide y reinarás). Atrévanse a
leerla y, si se deciden como yo, pídanle a Dios sabiduría, discernimiento, claridad
y humildad para entenderla tal cuál ÉL desea, y que el Espíritu Santo les
fortalezca la fe para poner en práctica sus enseñanzas.
7. CAPITULO I
UNA INFANCIA FELIZ
F
ui el séptimo y según los pronósticos de mis padres, último hijo. Nací en
1963 luego de dos amenazas de nacimiento prematuro: La primera, cuando
un terremoto azotó a mi pueblo natal y, entre los escombros, mi mamá
saltaba con una barriga que era más grande que ella, buscando a mis hermanos
mayores que estaban en misa de ocho de la mañana (porque era domingo). La
segunda, cuando mi mamá se intoxicó con un medicamento llamado Desenfriol
DD (al que le debo mi naturaleza alérgica) y fue necesario que se aguantara la
hinchazón, las ronchas y la picazón, debido a que los productos antialérgicos
representaban una amenaza a su embarazo.
No sé si fue suerte ó desgracia ser el “ultimo” de esa camada de hermanos que,
cuando estaban de humor, peleaban por cuidarme, cargarme y jugar conmigo
como si fuera su muñeco preferido, pero cuando se cansaban, me dejaban a un
lado. La mejor parte, la constituían las “herencias” de juguetes y ropa, la cuál,
empezaba su ciclo en el cuerpo de mi papá.
Tuvimos algo así como cuatro abuelas; se trataba de las tías beatas de mi mamá.
Una de ellas, al morir mi abuela materna, asumió su rol de tía abuela, a quien
todos llamábamos mamá Esther. Todas ellas vivían camándula en mano, de la
casa a la Iglesia y viceversa. No sé cómo se las arregló mi papá para visitar a mi
mamá pero sí cuenta mi madre que los hacían sentar en la sala, diagonal a un
espejo que se reflejaba en la habitación de las tías y con una matera entre ellos.
Un día, se dieron un beso y las cuatro tías saltaron de sus camas; mi madre
simuló el sonido con si se chupara una muela y al día siguiente estaba donde el
dentista, quien, actuando como cómplice, guardó el secreto y con el dinero del
arreglo de la supuesta muela, mandó a ofrecer una misa por las ánimas.
Ana, una de las tías, no sufría; padecía con nosotros. Los tres niños, nos
montábamos en ella a “caballito” y casi la desbaratábamos. Jugábamos al Doctor
y le inyectábamos. Sí! Le inyectábamos agua en sus nalgas muy reducidamente
descubiertas entre metros de tela. Era tanto su temor a Dios y a mamá Esther,
que antes de morir le hizo una confesión de un “pecado mortal”: “La leche no se
cortaba sino que le echaba gotas de limón para poderles hacer dulce a los niños”.
Lo cierto del caso es que al morir mamá Esther de cáncer (la misma enfermedad
que padecieron todas), dejó, como era costumbre, su casa a la Iglesia.
Recuerdo que a los cuatro mayores, todos los días los levantaban a las cinco de la
mañana a lavarse, juntos, los pies dentro de una ponchera (platón), para ir a misa
de seis. Mis padres siempre pensaron en que un hijo suyo debería ser sacerdote,
así que todos los varones fuimos monaguillos; la vocación duró en cada uno,
8. hasta el día en que una chica nos besó. Fue más o menos, como cuando el sapo
fue besado y se convirtió en un príncipe.
Mis padres acostumbraban amenazarnos con “el diablo”; decían que si no
obedecíamos y nos portábamos mal, uno día vendría por nosotros. En la casa que
nací, los focos colgaban del techo y se encendían y apagaban con una cadenita.
Una noche, habían cortado el fluido eléctrico y uno de mis hermanos (el cuarto)
estaba muy grosero; ante los regaños de mi mamá, salió corriendo por las
habitaciones, las cuales formaban una galería; mi madre lanzó su amenaza: “se le
va a aparecer el diablo por grosero y desobediente”. Dicho esto, mi hermano
chocó con un foco, el cuál estalló de inmediato. A partir de ese momento, mi
hermano sufre un miedo terrible ante la oscuridad y la soledad.
Tuvimos una empleada doméstica que, según estadísticas familiares, sólo me
quiso a mí. Perdón! También a mi papá. Mantenía en “pecado mortal” a mis tías y,
por supuesto, a mi mamá. Entre ella y mi tía abuela paterna (Sí! También tuve tía
abuela paterna), secaban a punta de plancha mis pantalones cuando me orinaba
en ellos, por temor a interrumpir a la señorita Evita (maestra de Kínder) y quedar
mal con su hermano Don Ángel (persona adorable que rifaba caramelos y frutas
en el recreo, entre los que nos portábamos bien). El problema era que no los
lavaban y el olor a berrinche se acentuaba y, finalmente me delataba.
Había asistido una semana a clases en primero de primaria, cuando fui expulsado
por un día. La razón fue mi interés temprano por la aviación. Todos mis
compañeros sabían hacer avioncitos de papel, menos yo; el costo del aprendizaje,
eran las hojas de mis cuadernos. No sé cuantas arranqué; lo que sí sé, es que, en
el justo momento que hice mi propio avión y despegó desde mi pupitre, fue a
aterrizar en el ojo de mi maestra, la Señorita Lenis. No hubo argumento,
explicación, teoría ni razón que valiera; era una ofensa y debía pagar.
Cuando llegué a mi casa, fui recibido por la empleada, quien, luego de
contemplarme y llenarme el estómago para poder soportar el castigo, fui enviado
al almacén de mi papá, ya que mi mamá lo atendía cuando él salía de viaje de
negocios. Ella me recibió con una seriedad postiza y me llevó a la trastienda
(nombre que le dábamos a la bodega) y empezó a reprenderme con palabras y
con la correa de un bolso que estaba estrenando. Mi suerte empeoró en el
momento que se reventó el bolso; tomó unas botas pantaneras (de plástico) y
continuó golpeándome hasta que cayó en cuenta de lo que hacía y tratando de
ocultar su sonrisa por la escena, pronunció las palabras más aterradoras que se
podían escuchar en mi familia: “Espere a que llegue su papá esta noche y verá”.
Mi sonrisa se volteó y, como perro con la cola entre las patas, salí para la casa.
Me oculté bajo mi cama pero eso no sirvió ya que mi papá llegó y con una gruesa
voz gritó: Dónde está ese culicagado? Y a continuación amenazó: “Si no sale
cuando cuente tres, le va peor”; entonces yo salí siseando por el piso y con voz
tímida me presenté ante él. “Señor!” Dije. El me tomó de la mano y con la pretina
(dícese de cuatro fracciones de soga amarradas en un extremo y con alambre en
9. las cuatro puntas), me comenzó a golpear. Óigase bien! Un pretinazo por cada
hoja que faltaba en mis cuadernos. Mi irreverencia consiguió otros pretinazos
adicionales cuando le pregunté: “Ya va a terminar ó me va a matar”. La verdad, es
que era más dura la tensión y la espera, que el castigo mismo; mi ego mitigaba el
dolor y me he ufanado toda mi vida de no llorar ante una pela.
Mi papá se quejaba mucho de la situación económica. Pensaba que ”algo” le
estaban haciendo. Un día llegó a la casa con un brujo y empezaron a esculcar
todo. Al rato, salió el brujo de un cuarto donde se guardaba el carbón y pedazos
de madera (era una especie de depósito). Llevaba consigo un taleguito de tela.
Dijo que se trataba de huesos de cementerio y procedió a llevárselos. Poco
después, se vendió la casa.
Tenía ya siete años y otros desastres ocurrieron en mi vida. Yo era el menor y, el
menor, era el que debía hacer los mandados. El problema se agudizaba porque,
según nuestra tradición, los niños debíamos respetar y obedecer a los mayores.
Sí! El espectro era muy amplio; incluía padres, familiares, amigos de la familia y
hermanos abusadores.
A mi hermana inmediatamente mayor, por ejemplo, no le gustaba ir al almacén de
mi papá los fines de semana; prefería que la inyectaran con Penicilina G
Benzatínica, la cuál es más dolorosa que ver morir a la mamá, argumentando que
estaba enferma de amigdalitis. Esto implicaba que el hermanito menor se
esforzara por los dos y dobleteara su turno.
Había cosas agradables para mi época en el almacén de mi papá. Vendía revistas
de Tarzán, Arandú, Kalimán, Memín Pingüin… Ah! y pornográficas. Situación que
mitigaba el suplicio de la venta de otros artículos. Por ejemplo, lo que más se
vendía eran zapatos campesinos (entiéndase, botas pantaneras) y era necesario
ayudar a medirlas en los pies sucios, inmundos y pecuecudos, hasta el punto de
tocar por encima el dedo gordo y preguntar: “Le tallan?”.
La parte positiva de esta historia es que, de ésta manera, aprendí a trabajar. No
sólo dentro del almacén, sino también vendiendo periódicos y lotería en la calle, ya
que mi papá tenía su distribución exclusiva.
En mis primeros años de colegio, empecé a servir cómo monaguillo (acólito ó
ayudante) en la iglesia, ya que vivía rodeado de padres carmelitas y hermanas
franciscanas, al punto que, cada que nos presentaban una película sobre
misioneros, llegaba a la casa con la inscripción para incorporarme a ellos. No sé
que secretos tenían mis hermanos mayores y sus amigos; el caso es que, cuando
yo llegaba de la Iglesia ó de un grupo de oración, me criticaban por acudir a ellos,
diciendo frases que cuestionaban el celibato ó masculinidad del Sacerdote que
nos dirigía. Por mi parte, no faltaba a la iglesia aunque estuviera enfermo. Un día
llegué a desmayarme en plena misa, a causa de la fiebre que me producía la
amigdalitis, que en mi caso, era más bien, enemigdalitis.
10. Cualquier mosquito (ó lo que picara) era un agresor en potencia, dada mi
“herencia” alérgica a consecuencia del Desenfriol DD; pero lo que realmente me
enfrentó en cuatro ocasiones a la muerte, fue la bronconeumonía. En el último
episodio a mis diez años, la enfermedad avanzó mucho al punto que el médico,
agotando su arsenal terapéutico, recetó las plegarias que supiéramos. Recuerdo
que una mañana, el aire dejó de llegar a mis pulmones obstruidos; el cuadro se
agravó debido a que estaba afónico y una vecina, doña Carmen Tulia (cómo
olvidarla), la cuál no hablaba sino que cantaba, estaba en la puerta de mi casa
preguntando por mi salud. Así que nadie oyó mis quejidos y… dejé de respirar.
Inicialmente me angustié mucho, pero de repente, entré en un estado de relajación
y tranquilidad absoluta. Ya no miraba hacia el techo, sino que, desde el techo de
mi habitación, miraba hacia mi cama y me veía inerte, con la piel entre azul y
morada; entonces trataba de sacudir mi cuerpo para que reaccionara y repetía:
“muévase. Aún no es tiempo de morir”. No sé cómo pasó, pero en una fracción de
segundos estaba nuevamente en mi cama moviéndome y respirando con
dificultad.
Afortunadamente la vecina se fue y mi mamá llegó a mi habitación donde, al
verme, corrió con una olla que mantenía hirviendo a mi lado y que contenía una
mezcla de agua, eucalipto, vick vaporub y penca de sábila. Esto ayudó mucho.
El médico no daba crédito de mi rápida recuperación y terminó pidiendo a mi
madre, las oraciones que habíamos utilizado. Cuando regresé al colegio, al
momento de entrar al aula de clase, la hermana Elba (directora del grupo a quien
llamábamos Elbanano) y mis compañeros oraban por mi recuperación; no sé si su
expresión al verme fue de susto ó de asombro; para todos, fue un milagro.
Desde ese extraño episodio, tuve varias experiencias en que involuntariamente,
miraba hacia mi cuerpo descansando. Un día, mi hermano mayor necesitaba su
diploma de bachillerato para presentarlo en la Universidad. Todos buscamos
infructuosamente. Creo que eran las dos o tres de la mañana, cuando me levanté
de mi cama y llamé a la puerta de mis papás. Con mis ojos casi cerrados les dije:
“busquen el diploma en la secreta de mi papá”. La secreta era un espacio en un
escaparate (closet), el cuál, mi padre celosamente, mantenía bajo llave. Al
principio no dieron crédito a lo que dije y me enviaron a la cama. Cuando
buscaron, lo encontraron allí. Mi papá no sabía si dar crédito a mi “sueño” ó seguir
pensando en la manera como pude llegar a su “secreta” sin llave ni forzamiento
aparente.
Mi hermano, el miedoso, le decía constantemente a mi mamá que en la cocina
asustaban. Lo que pasaba era que él, en plan de asalto, en las noches freía carne
ó huevos; cuando ya estaban a punto, desde un sitio oculto, los dos hermanos
mayores le tiraban el gato encima y él muerto de miedo salía corriendo. Cuando
se decidía a regresar, ya no encontraba la cacerola. El día en que se le inundó la
habitación a uno de ellos, la verdad salió a relucir, al aparecer las cacerolas
flotando por debajo de su cama.
11. Sobre mi vida como monaguillo, culminó el día en que, con un compañero,
quedamos encerrados en la sacristía mientras ordenábamos las sotanas y el
incienso. Cuando abrieron, ya habíamos agotado las ostias y una botella de vino.
12. CAPITULO II
UNA ADOLESCENCIA Y JUVENTUD TRAVIESA Y REBELDE
M
is hermanos de la primera camada son tres hombres y una mujer. Los tres
hombres no se hablaron durante años, a raíz de un pedo (gas o flato) que
uno de ellos se tiró. Ninguno reconoció la autoría y mi mamá terminó
separándolos a punta de agua. Fue tanta la ofensa que, Incluso, el tercero se
embriagaba y empezaba a perseguir con un cuchillo, al cuarto. Sus peleas en
casa eran como para alquilar balcón. Una de esas peleas provocó que mi mamá,
durante el embarazo de mi hermana menor, la que en un principio se pensó que
era un tumor, sangrara y “la perdiera”. Sin embargo, su barriga siguió creciendo.
Iban a ser gemelos y uno murió.
Dominga (apodo cariñoso) nació a mis once años. Mi desilusión se debió a que
esperaba que fuera un niño y así yo, rápidamente, me libraría de los mandados. El
verdadero enojo fue de mi hermana inmediatamente mayor, quien se sintió
desplazada. Aún así, no dejó de acostarse en la mitad de mis padres siempre que
pudo. Mientras la nueva bebé gozaba de todas las atenciones, los tres hermanos
de la segunda camada, nos divertíamos jugando por todos lados. Uno de nuestros
sitios preferidos era el cielo raso (espacio entre el techo y el tejado). Como no
siempre pisábamos las vigas, a veces despegábamos las tablas, las cuales, con
prisa y mucha imaginación, rodeábamos con cabuya y la sujetábamos a las vigas
que soportaban el tejado. Para que no se notara el daño por debajo, es decir, la
parte del techo que se ve desde el suelo, lo forrábamos con afiches de zapatos,
artistas, paisajes ó lo que encontráramos. Totalmente inocente, mi papá siempre
alababa nuestra creatividad: “mija: mire como les quedó de bonito el techo a los
muchachos”.
Nuestra vecina de al lado, todo el día castigaba y regañaba a su hijo. Se le
escuchaba decir: “Jose; este muchachito me va a enloquecer”. La que realmente
enloquecía, era ella con sus gritos. Yo inicié mi plan contra la vecina. En su patio,
tenían una marquesina de vidrio a la cuál no le hacían mantenimiento y
permanecía sucia por el polvo y lama ocasionada por el agua. Yo me subía por el
techo y pasaba al de su casa. Sigilosamente rasguñaba la marquesina, de tal
manera que quedaba una huella como la de “Fredy Kruger”, el actor de “pesadilla
sin fin” y fingía un sonido entre aullido y maullido. La vecina se persignaba y
empezaba a rezar, pensando que se trataba del diablo. Esto lo supieron otras
vecinas, quienes le aconsejaron que dejara la casa, lo cuál ocurrió a los pocos
días.
El estado del techo salió a relucir el día que mi papá vendió la casa; le dijo a mi
madre: “mija! Siquiera vendimos esta casa. Si nos descuidamos, se nos cae el
techo encima. Fíjese que está todo desclavado y amarrado con cabuyas”.
Esa casa guardó muchas historias. Por ejemplo, en ella estrené mi órgano sexual
con una empleada doméstica. Mi mamá no se explicaba por qué las empleadas
13. se aburrían a los pocos meses de trabajar con nosotros. La verdad es que no
aguantaban el acecho (muchas veces exitoso) de los hombres, desde el papá
hasta el niño. La protesta no se hizo esperar cuando mi madre empezó a contratar
ancianas. Valga recordar para efectos del sumario, que mi papá iba diariamente a
misa e incluso era uno de los privilegiados y “distinguidos feligreses” dignos de
cargar el sepulcro del señor, los viernes santos. De nuestro lado, nos mandaban a
misa los domingos pero nos escabullíamos hacia alguna heladería ó taberna,
luego de reclamar la hojita parroquial. Sólo bastaba leer la hojita para “pasar el
examen” cuando nos preguntaban acerca de las citas bíblicas que mencionaron
en la iglesia. En ese entonces, a mí me gustaba cargar los pasos más pesados
(estatuas de Jesús y sus apóstoles), en las procesiones de semana santa, para
hacer penitencia. Debo reconocer que tradicionalmente visitábamos los
monumentos, aunque disfrutaba más de los que entraban a las iglesias con
escotes y jeans ceñidos.
Nos trasladamos a una casa que llamábamos “rancho largo”. Tenía dieciocho
habitaciones, tres patios y un huerto inmensos. La intención de mi padre era
restaurarla y aprovechar el espacio, construyendo un depósito, bodega, heladería,
o algo por el estilo. Terminó siendo una Discoteca; la única Discoteca del pueblo
en ese entonces.
Yo alternaba mi estudio con trabajo. Durante la semana, a horas del almuerzo y en
las noches, igual que sábados y domingos, trabajaba en el almacén de mi papá;
Los sábados y domingos en la noche, trabajaba en la Discoteca ya fuera de
barman, discjockey, portero ó vigilante.
El alcohol y el cigarrillo empezaron a ser parte de mi dieta. Durante mi jornada en
la Discoteca, pronto empecé a notar mi fuerza física para sacar “cargado” a quien
estuviera peleando (en eso mi papá y yo sí nos poníamos de acuerdo). Descubrí
que golpeando con mi mano izquierda (soy zurdo), no sólo tomada de sorpresa a
mi adversario, sino que tenía la mano muy “pesada”. Un día me multaron la mano
por romperle la mandíbula a alguien. La verdad es que no sentía miedo de nada ni
de nadie.
Con la Discoteca, llegó a mi vida el Rock y con él, la marihuana. Empecé a
frecuentar los calabozos de la policía debido a mis constantes riñas. Por el número
de enemigos adquiridos, salía de mi casa con un machete ó un cuchillo ocultos
entre mis pantalones y posteriormente, con una pistola oculta bajo una axila.
Mi poema preferido decía: “Juego mi vida, o cambio mi vida: de todos modos
la llevo perdida ()…la juego contra uno ó contra todos; la juego contra el
cero ó contra el infinito ()… todo me da lo mismo ()…”.
En “rancho largo” y en la discoteca ocurrían cosas raras. Esta casa fue, en los
tiempos de la colonia, el cuartel del prócer general Braulio Henao. Muchas veces,
escuchábamos ruido de caballos subiendo las escalas. Otras veces, se oía que
alguien entraba corriendo y, al llegar al segundo piso, soltaba un largo suspiro de
14. cansancio. En la discoteca, la cuál se encontraba en el primer piso, varias veces
los trabajadores veían una sombra y otras veces una luz que se ocultaba bajo las
escalas. Mi papá terminó rompiendo el piso, buscando un tesoro escondido,
pero…nada.
A mí me empezaron a ocurrir también cosas raras. Con mucha frecuencia, a
media noche, sentía pisadas en el techo y al momento, me encontraba inmóvil
(como si alguien me sujetara); no era capaz de mover ni una sola articulación y
mucho menos hablar. Cuando empezaba a orar, cesaba el tormento. Me dijeron
que se trataba de una bruja y empezaron las recetas. Había que clavar una aguja
al revés, detrás de la puerta para que cuando la bruja llegara, tratara de sacarla
infructuosamente. Así, amanecería junto a la puerta y la descubriríamos. Otros me
decían que pusiera unas tijeras abiertas debajo de la almohada. Era necesario que
tuviera una punta quebrada para que no pudieran cortar; otros me decían que
regara linaza ó sal alrededor de la cama y que así, la bruja amanecería recogiendo
grano por grano. Otros, que colocara unos pantaloncillos “bóxer” debajo de la
almohada, con una manga en sentido contrario a la otra. Así, amanecería tratando
de voltearlos. Por último, me recomendaron la correa de San Agustín, la cuál
debía lanzar tan pronto la sintiera llegar, y así, quedaba amarrada. Todo eso lo
hice sin ningún resultado favorable. El marcador iba más ó menos, La Bruja 80
puntos y yo, cero.
Todos los negocios de mi papá funcionaban bien, el almacén, la agencia de
apuestas permanentes y la discoteca. De pronto, empezaron los problemas
financieros. Días después, un brujo (de esos que llaman yerbateros) estuvo
visitando los locales. En la discoteca encontró, amarrado debajo de una silla, un
taleguito con más huesos de cementerio. Se los llevó e hizo algo con ellos.
Hablando sacramentalmente, nos bautizaron, nos confirmaron, hicimos la primera
comunión y algunos de los mayores ya se habían casado (en la iglesia católica);
nos enseñaron a rezar de todo y nos inculcaban que debíamos ir a misa. Sin
embargo, creíamos en un Dios, pero no le creíamos a él (en la narración hablé de
consultar brujos, de cometer adulterio, fornicación, peleas, y otras cosas). Ante
una fe frágil, la universidad cambió mucho al segundo y tercer hermano. Sus
amigos y sus libros de Mao Tse-tung, comunismo y filosofía, los llevó a llamarse
ateos. Sus pláticas y libros llegaron a mis manos al mismo tiempo que las clases
de filosofía. Con los mismos antecedentes de mis hermanos y sin “defensas”,
pronto, yo también acogí la corriente materialista (ver para creer). Con mis
pensamientos de izquierda, empecé a participar en las huelgas del colegio y me
evadía de todas las clases de religión, con varios amigos; al culminar el grado
once y, al “perder” religión, no nos podíamos graduar. El sacerdote que dictaba
esa clase, asistía al grupo de cursillistas de cristiandad con mi mamá, a quien no
le faltaba la cantaleta por mi causa. Ella se defendía diciendo que nos enseñó a
todos, pero que cada uno decidía su camino. Lo cierto del caso es que, para
podernos graduar, fue necesario que mis amigos y yo, mandáramos a ofrecer una
misa por todo el grupo y como penitencia, debíamos conformar el coro con
canciones que tuvimos que aprender en la noche anterior. No se imaginan el
15. destemple de voz y las burlas de los asistentes. Tampoco puedo olvidar que uno
de mis amigos, poniendo una navaja en mi espalda, me obligó a comulgar.
16. CAPITULO III
UNA CORTA VIDA MILITAR
M
e fui de la casa en varias ocasiones y me refugiaba donde los amigos de
vicio y de farra ó donde algún hermano; un día fui detenido en la calle y
llevado a la brigada de reclutamiento. Pese a que mi papá “compró” mi
libreta militar y que un coronel fue a sacarme, me regalé y me enlisté en las
contraguerrillas como soldado regular. Me regalé porque, ante mi comportamiento,
mi papá constantemente me decía: “ojala se lo lleven para el ejército a ver si lo
doman y lo enseñan a ser hombre”. Yo me decía: “Si pese a mi trabajo, mi papá
dice que no sirvo para nada, me voy y…que me maten”.
Mi familia supo de mi paradero un mes más tarde, porque decidí llamar a mi
hermano. Un amigo me aconsejó que lo hiciera para calmar la angustia que
seguramente sentiría mi mamá.
Cuando supieron en mi casa, fueron a visitarme; estaban muy preocupados
debido a que temían que, dada mi condición alérgica y antecedentes de
enfermedad respiratoria, corriera peligro. Por mi parte, yo estaba feliz comiendo
“mierda”. Muchos de mis compañeros eran ex presidiarios, matones, atracadores y
lo más importante, viciosos. No quería recibir a nadie de mi casa, pero por
insistencia de algunos compañeros, finalmente salí. Me vieron como dice la
canción: “flaco, ojeroso, cansado y sin ilusiones”.
Había un soldado al que llamaban con respeto “el muerto” y como yo era el único
bachiller, me la empezó a montar. Una noche, a oscuras, me hice tatuar un brazo,
con tinta china y dos agujas envueltas con hilo. Entre los “malos”, esta es una
marca que los identifica, como se identifica un judío con la circuncisión. Hice ante
un espejo, el boceto de un águila, y “la abuela”, otro compañero que se ganó su
apodo por ser mueco, hizo el trabajo. Una mañana, “el muerto” me empujó;
aproveché el momento y me quité la camisa para exhibir mi tatuaje y, sin esperar,
me lancé sobre él, derribándolo de un cabezazo. Fue suficiente para que ni él,
ningún otro soldado, se metiera conmigo.
Yo era el único bachiller de la compañía, compuesta por doscientos veinte
soldados; así que fue una oportunidad para ganarme el afecto de todos los
superiores. Ellos debían presentar planes e informes semanalmente y, para ello,
acudían a mis servicios de mecanografía. A cambio, recibía compensaciones
económicas y permisos para salir a la calle ó a algún cine.
Rápidamente fui ubicado en una oficina de régimen interno, en la cuál me
encargaba de realizar la programación de la guardia. La gran ventaja era que,
para poder fumar marihuana, algunos soldados me mantenían surtido de “yerba” y
cigarrillos, a cambio de ubicarlos lejos de las porterías ó sitios que frecuentaban
los comandantes: así, no eran sorprendidos drogados ó durmiendo.
17. Luego de jurar bandera y terminar el primer ciclo de instrucción, fuimos
trasladados a otra base militar para iniciar el segundo ciclo. Los honorarios de
“yerba” y cigarrillos por los mejores sitios de guardia mejoraron, debido a que era
una edificación muy antigua y los soldados sostenían que en el área de los
calabozos y algunas garitas, se escuchaban alaridos de espantos.
Para ese entonces, mis sensaciones de “salir del cuerpo”, se empezaron a
confundir con los despertares de sobresalto, en los que, sin poder moverme ni
hablar, escuchaba murmullos como si me rezaran oraciones raras al oído. Era la
misma sensación que empecé a tener desde los dieciséis años, tal como les relaté
en el capítulo anterior.
Un día nos encontrábamos en el puesto de guardia, contando historias de
fantasmas y, cuando les conté lo que sentía, casi que en coro, me dijeron los
oyentes que eran ataques de una bruja, de los cuales varios habían tenido las
mismas experiencias. Al día siguiente, el Cabo Caraballo, un comandante costeño
y temeroso a los espantos, encargado de las telecomunicaciones, compró
medallitas de San Agustín para que “nos protegiéramos” los que compartíamos
esas sensaciones.
Esa misma noche, cuando el fluido eléctrico fue suspendido sorpresivamente,
vimos correr en medio de la oscuridad al Cabo Caraballo, semi desnudo y con una
cara de espanto que alumbraba, desde la oficina de telecomunicaciones hasta el
puesto de guardia. Todos fuimos allí a escuchar su testimonio. Entre el frío y el
espanto, él temblaba y con voz entrecortada explicaba que se encontraba
descansando en la oficina y, cuando se quedaba dormido, lo sujetaron y sin poder
moverse, escuchaba oraciones tal como la noche anterior le habíamos contado;
seguidamente, empezaron a “volar” papeles y objetos por todos lados. El tomó la
carabina y trató de disparar a una sombra que se le acercaba, pero ésta fue
arrebatada de sus manos. Acto seguido, abrió la puerta para salir y, en ese mismo
instante, se apagaron todas las luces, quedando frente a frente con un caballo.
Entonces salió corriendo hacia la guardia.
Recuerdo que usaba la medallita de San Agustín en su tetilla izquierda como un
pearcing, la cuál saltaba al ritmo de su acelerado corazón.
Un día, sorprendí junto a mi oficina a un Sargento fumando Marihuana; este se
convirtió en el “donante” voluntario de “yerba” para mi escuadrón, durante los
veinte meses restantes de nuestro servicio militar. Cuando iniciamos orden público
en las montañas (dieciocho meses), cada ocho días nos encontrabamos los
pelotones (así se llaman los cinco grupos de cuarenta y cuatro soldados) luego de
contínuas “operaciones rastrillo”, buscando guerrilleros. En los encuentros, mi
prioridad era reunirme con mi Sargento Miranda para reabastecerme de drogas.
Para no ser descubiertos durante “las revistas”, que consistía en requisas y
verificación de material de dotación, la “yerba” era “camuflada” dentro de los
fusiles G3 A3. Existe un compartimiento entre la culata y la caja de mecanismo de
18. disparo, llamada la “cámara de gases”, en la cabía perfectamente nuestra
preciada dieta. Las drogas nos ayudaban a mantenernos “dopados” y así nos
sentíamos más valientes ante un enfrentamiento, además de mitigar el cansancio
de las caminatas con cincuenta kilos de equipo de campaña a cuestas.
19. CAPITULO IV
UNA VIDA UNIVERSITARIA
ENTRE HONORES ACADÉMICOS Y “REVUELTAS” CON LAS AUTORIDADES
R
egresé del ejército y llegué a un apartamento alquilado entre varios amigos.
Por su arquitectura, lo llamábamos “el castillo”. El recibimiento estuvo a
cargo de mi tercer hermano, con “bazuco” en mano. El “bazuco” es un
residuo de la producción de cocaína, con una alta cantidad de tóxicos que, en
lugar de inhalarse en polvo, se prepara en un cigarrillo y se fuma. Este tiene un
alto grado adictivo.
Empecé un curso pre universitario y alternaba estudio con drogas y mujeres. Era
más atractivo preparar “diablitos” que consistían en mezclas de “bazuco” con
marihuana. Esto mejoraba el efecto de éxtasis ya que el “bazuco” sólo, llega a un
punto en que sólo genera ansiedad y deliriums tremends, que es una especie de
delirio de persecución.
Llegué a tal punto de dependencia, que compré una pipa que se podía tapar en su
boca; la llenada con las dos drogas y con todas las “patas” ó “Chicharrones”
(restos) que otros desechaban. Adquirí así mi apodo de “aspiradora”. Todo se
agravó cuando un amigo y un cuñado, decidieron poner su propio expendio. Ya no
hacía falta salir a buscarla a la calle y mi deuda subía.
No tenía salario, ni apoyo económico de mi padre; así que acudí a mi hermana
inmediatamente mayor quien gozaba de un buen empleo y… la empecé a
sobornar; le decía que me iban a matar si no pagaba una suma de dinero y…
bueno. Funcionaba. Mi hermana me enviaba su sueldo y, sin saberlo, se convirtió
en mi alcahueta.
Había días en que me proponía no consumir, pero la dicha no duraba. Llegaba al
“castillo” cualquier amigo con “merca” muy buena y…. a soplar (esto incluía
cocaína). Llegábamos a durar consumiendo hasta tres días, sin alimentarnos ni
dormir. Finalmente, el cansancio vencía y… hasta otro día de propósito de dejar
de consumir. Yo era consciente que si deseaba iniciar estudios universitarios,
necesitaba todo mi potencial de neuronas para aprender y que era muy importante
para mí, lograr un título profesional y así ser totalmente independiente.
Llegó el día en que volví a mi pueblo natal; Pesaba veinte kilos por debajo del
ideal con respecto a mi complexión. En otras palabras, no me colocaba la ropa
sino que me la colgaba. Fui a un baile donde mi mamá, presidente de la junta de
un colegio, me presentó a la candidata de los egresados. No me sentía digno de
bailar con ella, porque la percibía como “un manjar en la boca de un marrano”.
Finalmente bailamos y notaba como ella no dejaba de sonreír cuando yo hablaba;
lo que ocurría es que, paralelo a las drogas, el léxico cambia. Por ejemplo, cuando
no estaba de acuerdo con algo, yo decía: “qué pitos ni qué flautas; qué cruces ni
qué calaveras”. En lugar de responder con un sí, decía: “síiiisas parrrrce”.
20. Aproveché esos días de retiro y la nueva amistad para desintoxicarme, aunque no
puedo negar que la ansiedad era mucha y, en ocasiones me vencía. No me
hallaba tranquilo en ningún lugar y terminaba empeñando el reloj, un anillo ó
cualquier cosa, a cambio de drogas.
Al final, pude dejar de consumir por unos quince días consecutivos pero llegó el
día de la gran prueba. Debía volver al “castillo” ya que al día siguiente, presentaría
mi examen de admisión en la universidad.
Mi nueva amiga me dijo que pensara muy bien lo que iba a hacer y condicionó
nuestra amistad a la abstinencia. Me dijo: “si de verdad valora nuestra amistad, se
va a aguantar las ganas de volver a consumir; si no se aguanta, ni vuelva por
aquí”. Era un reto. Recordé también que un día le pregunté a mi mamá: “mamá.
Qué haría usted sin mí”. Me contestó: “mijito. Sería feliz”. Pudo ser una broma
pero me llegó al alma y créanme que me hizo reflexionar.
Llegué al apartamento y… qué olor! Para un drogadicto, el olor del “bazuco” es
similar al de un chorizo para un perro ó al de un dulce para un niño. Todos me
saludaron y, a prisa, me encerré en una habitación a estudiar; la verdad, no me
pude concentrar ya que el olor se filtraba por debajo de la puerta y otra vez… ese
olor! Me acosté y me tapé la cabeza con las cobijas para no escuchar ni oler nada,
pero no conseguía dormir. Empezó la ansiedad y me decía: “voy, me fumo uno
sólo y me acuesto”. Cuando iba a salir de la habitación, volvía y me decía: “no. Si
me fumo uno, no seré capaz de parar”. Así pasé toda la noche. Por un momento,
salí de la habitación y, cuando iba a entrar donde mis amigos, me desvié para el
baño. Allí, sudaba copiosamente viéndome obligado a mojarme la cara. Pasé un
buen rato y, casi que de un salto, salí y corrí a encerrarme en la habitación. Al final
de cuentas, mis amigos amanecieron enrumbados y yo, desvelado. Pero…no
consumí.
Presenté mi examen y volví orgulloso a mi pueblo donde me ennovié con mi
amiga. Corté definitivamente con el “bazuco”, la cocaína y la marihuana y mis
vícios se redujeron al alcohol y cigarrillo. Esto no era preocupante ya que la
dependencia no es física sino síquica. Es decir, el cuerpo no las exige sino que se
manejan a voluntad. No corté de raíz con todo, para evitar la ansiedad. Al fin y al
cabo, si pude salir de los que producen dependencia física, más fácil sería dejar
posteriormente estos otros.
Así fue. Me consagré al estudio y dejé el alcohol y el cigarrillo sólo para las
reuniones sociales (las cuales eran muy esporádicas). Como no me entendía con
mi papá, mi tercer hermano.,el mismo que me inició en el “bazuco”, me ofreció su
ayuda y dijo que pagaría mis estudios (años después supe que realmente fue con
dinero de mi padre). Terminé el primer semestre y me gané una monitoría. El
premio: no debía pagar matrícula y recibía un “salario” mensual. Entre monitorías y
matrículas de honor por la excelencia académica, estuve becado toda mi carrera.
21. No todo era dicha; mi dedicación riñó considerablemente con mi noviazgo puesto
que mi pareja, no aceptaba que me quedara un fin de semana sin verla y pronto la
invadieron los celos. Por otro lado, siempre que mi madre se enteraba de mi
rendimiento académico, me decía que esto ocurría gracias a Dios. Yo contestaba
sin vacilar: “No mama. Gracias a que estudié”. Los que miraban para arriba
esperando una ayuda divina, perdieron el examen”. Hacía rato me había separado
de la iglesia, criticando el atesoramiento, la idolatría y las violaciones a niños por
parte de los clérigos que resonaban como escándalos en las noticias. Sería esto lo
que sabían mi hermano y sus amigos cuando me abochornaban en mis tiempos
de monaguillo? Querían advertirme algo?
El otro asunto era mi ropa. Empecé a pintar y a vender cuadros. Desde pequeño,
he tenido habilidad por el dibujo, sólo que no la había valorado. Mi mamá (quien
también pinta), me encargaba cuadros para obsequiarle a sus amigas y, un día,
una de ellas que administraba la casa de la cultura del pueblo, me propuso hacer
una exposición. Recogí entonces cuadros por todas las casas y las expuse por
ocho días. Luego, recibí una carta de la directora de la biblioteca municipal, para
trasladar la exposición allí. Días más tarde, recibí una carta del Alcalde municipal,
indicándome que había sido merecedor de una mención honorífica y solicitándome
autorización para enviar mis pinturas a una exposición en la cámara de comercio
regional. Terminé exponiendo en el museo universitario. Así se dieron a conocer y
a venderse mis obras.
El tiempo en la universidad fue de grandes problemas de orden público. Fue la
época en que afloró el narcotráfico e inició una eliminación sistemática de
sindicalistas, docentes y estudiantes universitarios; mejor dicho, todo lo que
sonara a izquierda. Hubo muchas marchas que terminaban siempre en
enfrentamientos con la policía.
Cerraron la universidad por un año y medio. Este tiempo lo aproveché trabajando
en el depósito agropecuario de mis hermanos mayores. Llevé muchos módulos de
la universidad y, una vez la reabrieron, validé varias asignaturas, recuperando
parte del tiempo perdido. También ayudó el hecho de mi alto rendimiento
académico, lo cuál me daba la posibilidad de tomar asignaturas adicionales.
Durante estos años, los “ahogamientos” continuaron. Un día les conté a un
compañero de estudio y a otra amiga que laboraba en la facultad. Al día siguiente,
mi compañero, hijo de un rosacruz (orden mística interesada en agotar las
posibilidades de la vida, mediante el uso de su herencia de conocimientos
esotéricos y de sus facultades extrasensoriales) me dijo que había consultado y
que todo se debía a que yo tenía un don de “desdoblamiento espiritual”. Es decir,
se podía salir del cuerpo pero con un riesgo: era posible que no supiera “regresar”
y esa era la sensación de ahogamiento. También era posible que alguien quería
aprovechar mi cuerpo vacío, para entrar en él. La otra amiga consultó a una
conocida suya que practicaba la magia blanca (algo así como un hada buena); le
dijo que el ahogamiento se trataba de un espíritu que me quería atormentar y
menoscabar mi energía.
22. Esto me entusiasmó al punto de acostarme, concentrarme en los latidos de mi
corazón y “viajar”. Esto lo hacía por breve tiempo, ante el temor que alguien me
“robara” el cuerpo. Llegué a desafiar espíritus en voz alta. Les decía: “voy a salir
del cuerpo. Vengan por él”. Iniciaba mi “viaje” y ante el menor indicio de ataque,
“regresaba” rápidamente. Las manifestaciones sonoras no tardaban. Empezaban
a sentirse caer platos en la cocina, libros de la biblioteca, golpear puertas, etc.
Un día escuchaba mis grabaciones de resúmenes de estudio y me quedé dormido
boca abajo. De pronto, sentí que algo se montó en mi espalda y me presionaba
fuertemente. Me paré y corriendo hacia atrás, me estrellé contra el citófono que se
encontraba en la pared. Casi simultáneamente desperté y mi sorpresa es que el
citófono se había salido de su base y colgaba como un péndulo.
Otro día, le dije a la amiga de la facultad que la visitaría en la noche y así lo hice.
Me concentré en los latidos de mi corazón y con mi pensamiento en su casa,
aunque no sabía donde vivía. Al otro día me dijo que no le volviera a hacer eso.
Efectivamente sintió mi presencia en su casa.
Con mi práctica, los ruidos y las manifestaciones físicas aumentaban y un día
decidí pedirle ayuda a la maga blanca por intermedio de nuestra mutua amiga.
Esta me envió unas oraciones que ella llamaba “paces”. A los pocos días, la maga
blanca desistió de ayudarme al considerarse en peligro por un espíritu más
poderoso que ella.
Acudí a un sacerdote, tío de mi novia quien me practicó un rito de exorcismo, pero
no hubo ninguna manifestación en ese momento. Recuerdo que me pidió orar con
mucha devoción pero yo sólo pensaba en que ya iba a empezar a convulsionar,
vomitar ó a hacer algo parecido a Karen, el personaje de la película “El Exorcista”.
Me recomendó que orara todos los días pero sólo lo hice por poco tiempo.
Toda sensación y manifestación simplemente desapareció.
23. CAPITULO V
UNA VIDA LABORAL EXITOSA
I
nicié mis labores en la industria farmacéutica. En unos pocos meses se me
presentó una gran oportunidad. En el último año se lanzó un nuevo
medicamento que no estaba siendo vendido en la región a la cuál yo pertenecía
y por esto, ya habían despedido a dos representantes de ventas. Nadie quería
trabajar esa línea y entonces, me la ofrecieron. Esto significaba un ascenso y un
reto para mi vida.
Luego de un trabajo metódico, en unos meses se empezaron a ver los resultados
y al cabo de dos años, era el representante estrella. Ganaba excelentes
comisiones, premios y plenarias de ventas.
Con respecto a mi novia, completábamos ocho años con la relación y empezamos
a hacer proyectos de matrimonio. Sin embargo, sus celos eran cada vez más
enfermizos, al punto de hacerme un escándalo (con alto grado de alcohol en su
cabeza), en la discoteca de mi papá. Días después supe que era ella quien
sostenía una relación con un hombre casado y todo se acabó.
Vino un tiempo en el que mis compañeros de trabajo llenaron ese vacío afectivo y
empezó un nuevo desorden en mi vida. Rumbas con alcohol, cigarrillo y mujeres.
Esto ocurrió hasta que mi papá nos sorprendió en total caos en su apartamento,
donde mi dio su ultimátum. O me organizaba ó me iba.
Encontré una oportunidad en la universidad. Se requería un docente de cátedra
para dictar la asignatura de mercadeo y ventas a estudiantes del último semestre
del programa en que me gradué. Presenté mi propuesta y fue aceptada. Empecé a
dictar clase en el segundo semestre de 1991 y fue así como conocí a la estudiante
que cuatro meses después se convirtió en mi esposa (para qué esperar otros ocho
años). Más adelante nos referiremos a mi vida matrimonial.
Otra oportunidad llegó a mi vida. Una universidad del norte del país, decidió crear
el programa académico y me propuso que escribiera el libro guía de mercadeo y
ventas y así lo hice. Simultáneamente, un directivo de mi empresa actual, me
prohibió que siguiera dictando clases en la universidad bajo amenaza de despido.
Esto no me parecía justo, puesto que no reñía con el horario laboral; yo era el
representante estrella y además, había sido nominado en varias ocasiones para
un ascenso.
En mi cuarto año laboral (año 1993), mientras me encontraba desanimado por la
presión indebida de este directivo, recibí la llamada de un alto ejecutivo de otra
empresa farmacéutica. Mi libro llegó a sus manos para que emitiera un concepto
antes de imprimirlo, y él quería conocerme personalmente para hacerme un
ofrecimiento laboral.
24. Un mes después laboraba en la mayor compañía farmacéutica a nivel mundial. Mi
trabajo consistía en desarrollar la Línea Hospitalaria en mi región. A los pocos
meses fui enviado a un curso para supervisores y al completar el primer año, fui
promovido como gerente regional.
Empecé a viajar a otras zonas y pronto empecé a ganar reconocimientos por
desarrollo de nuevos negocios. Me convertí en un “levanta muertos”. La empresa
me ofreció la posibilidad de trasladarme a nuevas zonas caídas en ventas y, la
verdad, me fascinaban esos retos. Siempre superé los objetivos propuestos.
Conocí así todo el país y estaba preparado para independizarme. Esto se cumplió
en el año 2001. Es necesario aclarar que en lo que continúo narrando, hay que
diferenciar la palabra viajar, de “viajar”. La primera se trata de viajes de negocios y
la que lleva “comillas”, se refiere a viajes astrales.
25. CAPITULO VI
UNA VIDA CONYUGAL LLEVADERA
C
omo les conté, mi último noviazgo duró cuatro meses. Ocurrió con una
alumna universitaria de altas calidades académicas y que, pese a hacer
aprobado la asignatura de mercadeo y ventas, por las múltiples
interrupciones y vacíos encontrados en el semestre anterior, decidió acudir como
asistente a mis clases.
Recuerdo que llevábamos dos meses de novios, cuando le presenté a mi
hermana mayor. La cándida indiscreción de mi hermana no se hizo esperar. Le
dijo: “mucho cuidado con este pipí loco”. Se refería a mis andanzas sexuales. De
hecho, cuando le anunciamos que nos casaríamos, dijo: “por qué tan rápido? Está
embarazada?”.
Los primeros meses se debatieron entre la luna de miel y el acoplamiento a vivir
en pareja. Ella venía de una relación muy estrecha con su mamá (hasta el punto
de dormir juntas) y yo, con varios años de vida independiente. Me llamó mucho la
atención que al llegar de la luna de miel, a finales de diciembre, fuimos a pasar el
año nuevo en casa de sus padres. Mi sorpresa y enojo salieron a relucir cuando
me dijeron que los hombres debíamos dormir aparte de las mujeres. Cómo así!
Grité. “Si no puedo dormir con mi esposa, nos vamos”. Finalmente nos quedamos
durmiendo en un colchón en el comedor.
Como seguí “viajando” astralmente, un día mi esposa se pegó el susto de su vida.
Por varios minutos trató de “despertarme” pero sencillamente yo no estaba. Movía
mi cuerpo, me gritaba pero yo no reaccionaba. Cuando volví, mi sorpresa fue
verla a mi lado (casi encima de mí), llorando agotada. Me contó su experiencia. Yo
le confesé lo que hacía y prometí no volverlo a hacer.
Como yo tenía una amplia zona de correría a raíz de mi trabajo, ella permanecía
mucho en su casa paterna y prácticamente nos reuníamos los fines de semana.
Casi puedo decir que teníamos citas amorosas, en lugar de matrimonio. El
problema surgió realmente cuando yo permanecía fuera de la ciudad y ella
continuó estudiando y trabajando. Cada uno permanecía más con sus amigos, que
con su pareja, y esto parecía normal, si nos comparamos con los ejecutivos
actuales. A mí no me gustaba ir a las fiestas de sus amigos sino que me parecía
bien que ella fuera sola. Eso sí, discutíamos siempre por la hora de llegada. Lo
mismo ocurría cuando yo hacía una fiesta. Ella estaba presente un breve
momento, y desaparecía de escena.
Lo que mas nos identificaba, era la afición por las películas de terror. Juntos
recorríamos todos los video clubs preguntando por las últimas películas de este
género. Era tal nuestra afición que pensábamos que, si aparecía un asesino en
serie en nuestro territorio, nosotros seríamos los principales sospechosos.
26. Además, pensábamos que lo mejor era seguir estudiando y trabajando unos años,
hasta ver la posibilidad de independizarnos. El tema de los hijos, estaba prohibido
en nuestros planes. Ella siempre decía que con mi viajadera, le tocaría criarlos
sola y… tenía razón. No sólo viajaba, sino que durante un tiempo vivimos en
ciudades distintas.
Debido a dificultades económicas y de seguridad de mi madre, adicional al
distanciamiento con mi esposa, solicité traslado y fue así como me pude reunir
nuevamente con ellos en el año 2000; sin embargo, el largo tiempo lejos de casa,
empezó a mostrar sus consecuencias. Nos volvimos muy intolerantes y cada uno
hacía su voluntad. Afortunadamente esto sólo duró hasta que, en Julio de 2001, mi
esposa me pidió que la acompañara a recoger unos exámenes clínicos. Su
embarazo nos oxigenó totalmente.
27. CAPITULO VII
UN CAMBIO HACIA LO ESPIRITUAL
D
esde mi cambio de empresa en 1993, empecé a interesarme por la
espiritualidad. El ambiente de trabajo y el estilo de vida de mis nuevos
compañeros, era totalmente diferente a los de mi empresa anterior. Encontré
más orden, más disciplina, más responsabilidad, menos folclor y menos farra.
Además, era necesario controlar el carácter y el estrés al que somos sometidos
los vendedores. Sabía que si no me controlaba, podía generar problemas en mi
salud y en mi hogar.
Me gustó comenzar leyendo escritos de Anthony de Mello, un sacerdote Jesuita
que realmente nos pone a meditar.
Leí “La iluminación es la espiritualidad” y “Despierta”. Estos libros me ayudaron
especialmente a encontrarme conmigo mismo; a desaprender actitudes
implantadas desde la infancia y a aprender a quererme. También aprendí a
aceptar a los demás como son y sin egoísmo ni imposiciones; realicé una amplia
revisión a temas como la felicidad, los apegos, los deseos, los miedos, la
conciencia, el condicionamiento cultural, la pérdida del control, etc.; tras ellos
vinieron “La oración de la rana I y II”, “Una llamada al amor”, y otros.
Seguidamente vinieron otros escritores; leí toda la colección de historias que
tienen el poder de hacernos ver la vida de otra manera. Estas historias están
condensadas en varios libros que se llaman: “Chocolate caliente para el alma”,
“Otra taza de chocolate caliente para el alma” y “Más chocolate caliente para el
alma” de Jack Canfield y Mark Hansen.
De gran valor fueron también las obras de Gonzalo Gallo González, escritor que
otrora fue sacerdote carmelita. Interesante por ejemplo, “Tu espíritu en frecuencia
modulada” y “Aeróbicos espirituales”.
Estos libros me llevaron a “reprogramar” y “moldear” mi vida. Empecé a ser más
tolerante y más controlado. Ya no estaba tan pendiente de las acciones de los
demás ni de tratar de corregirlas.
Sin pensarlo, empecé a hablar por medio de parábolas. Cuando daba
entrenamiento ó instrucciones a mis subalternos, siempre ponía ejemplos que
asegurara su entendimiento. Durante una charla de motivación, con un nuevo
grupo de trabajo, luego de que los empleados reconocieron que teníamos un
producto con muchas bondades, sin desventajas aparentes frente a la
competencia, pero que no lo podían posicionar en la zona, les conté la fábula de
un león que al nacer, quedó huérfano y fue a parar en un rebaño de ovejas que lo
adoptaron. Creció con ellas, al punto de pastar y valar. Un día llegó un león a
comer ovejas y todas, incluyendo al adoptado, salieron despavoridas. El león que
se encontraba en cacería, se acercó al adoptado y le dijo: por qué tienes miedo, si
28. soy un león como tú? Mejor ayúdame a capturar una oveja. El adoptado le rogó
por su vida, diciéndole que era una oveja. Entonces los dos fueron a un arroyo y
vieron en el reflejo del agua, que eran iguales. Desde entonces, el adoptado
comprendió que, siendo un león, había vivido todos sus años como oveja. Con
ésta fábula concluimos que el grupo se sentía oveja, teniendo todo el potencial
para “rugir” como leones.
Ese año mi grupo recibió el reconocimiento al mayor desarrollo de negocio de la
empresa. Cuando fui nuevamente trasladado a mi región en el 2000, me regalaron
un dije y una placa que decían: “Al rey león. Tus leones siempre te amarán”.
29. CAPITULO VIII
REENCUENTRO CON MI PADRE
C
omo he anotado en capítulos anteriores, la relación con mi padre era muy
cortante desde mi infancia. Pese a ir diariamente a misa, su temperamento
en nada se parecía al de alguien que tiene al Espíritu Santo como guía.
Menos se puede pensar, si tomamos en cuenta sus “romances” con empleadas
domésticas ó cuando llegó a mi pueblo una “vividora”. Esto botó la tapa. Mi papá
la llevaba en su flamante camioneta (que normalmente permanecía guardada), de
la Discoteca a la casa “para que no la fueran a atracar”. Chantajeaban con dulces
a mi hermana menor, con diez años, para que los acompañara a sus paseos y así
no despertar sospechas.
El día de mi matrimonio de 1991, mi padre conoció a mi esposa. Recuerden que
tuvimos un noviazgo de cuatro meses y esto implicó que, en la iglesia, nos
conociéramos las familias (yo demoré varios años para terminar de conocer a sus
trece hermanos. Hubo gran empatía entre ellos.
Mi esposa llamaba periódicamente a saludar a mis padres y, pese a mi malestar,
me pasaba al teléfono a mi padre para que yo también lo saludara. Esto lo repitió
tanto, que un día, con tragos en la cabeza, lo llamé para saludarlo y agradecerle
haberme engendrado, criado y educado. Recuerdo que lloré mucho.
A partir de ese momento, nos comunicábamos frecuentemente e incluso, cada que
él viajaba a nuestra ciudad, se alojaba en nuestro apartamento.
A finales de 1995, mi tercer hermano me llamó para pedirme que buscara a un
médico que revisara a mi papá, ya que llevaba más de un mes con tos persistente
y los medicamentos que le recetó el médico de cabecera, no estaban funcionando.
Viajó un domingo para asistir el día siguiente, a la cita con el neumólogo. Esa
noche, notamos que tenía algo más que tos. Respiraba con dificultad y se le
notaba muy cansado. Una vez lo revisó el médico, fue hospitalizado
inmediatamente. Tenía una insuficiencia cardíaca congestiva. Fue sometido a
medicamentos antihipertensivos y diuréticos que le ayudaran a eliminar agua.
Además, fue necesario iniciarle una dieta rigurosa. Le fue ordenada una placa de
tórax (radiografía) en la que se identificó una masa en un pulmón. Esto conllevó a
una biopsia (muestra de tejido). Luego fue dado de alta cinco días después y viajó
a su pueblo.
A mi mamá no le gustó cuando le contó lo de la biopsia, ya que ella sí que tenía
experiencia en eso. Su papá y las tías paternas, habían muerto de cáncer. Ella
misma sufrió esas “escarbadas” precisamente cuando mi papá “salía” con la
“vividora”. En esos días le extirparon el útero por lo que parecía cáncer.
30. Días después, yo fui a reclamar los exámenes con un sobrino. Resultó ser un
carcinoma escamo celular en su pulmón. Esto quiere decir, que es un cáncer
resistente a los medicamentos y que mi papá iniciaba una cuenta regresiva (de
meses) hacia la muerte.
Antes de notificarle a mi familia, acudí ante un grupo de cirujanos amigos para
analizar su situación y la posibilidad de remover el tumor. Ellos recomendaron que,
debido a su tamaño, ubicación y agresividad, no se aconsejaba operar, debido a
que ya he había extendido por la sangre y los vasos linfáticos, a otros tejidos;
además, si se le operaba, muy posiblemente quedara conectado a un respirador
artificial. Propusieron que hablara con un médico radioterapeuta muy famoso, ya
que él podía hacerle radiaciones que mejorarían la calidad de vida y no
arriesgaría su condición cardiaca.
Hablé con el médico quien claramente me dijo: “su papá puede vivir así, unos tres
meses. Si le hacemos radioterapia, puede llegar a ocho ó hasta diez meses sin
problemas”.. Le pregunté cómo debía abordarlo ya que si llegaba con él al Instituto
de cancerología, el sólo ver a pacientes sin cabello, lo derrumbaría. Me aconsejó:
“dígale que tiene un tumor; no le mencione la palabra cáncer”. Jocosamente puso
un ejemplo; “si yo le digo a un paciente que debo practicarle una orquidectomía, él
contesta: bueno doctor; con tal de que no me corte las güevas” (es lo mismo).
Acordé con el neumólogo y el cardiólogo que lo habían atendido en el hospital,
para que en enero lo revisaran y le plantearan la posibilidad de ir al radioterapeuta.
Le dije a mi papá que debía volver en enero para que le leyeran los exámenes y al
resto de la familia les conté la verdad. Les propuse que nos reuniéramos esa
navidad en casa de mis padres ya que sería la última que viviríamos con él.
Aunque mi papá hasta el final nos siguió el juego, cuando llegamos de visita dijo:
“qué milagro que están todos aquí; piensan que me voy a morir, ó qué?”
En enero acudimos donde los médicos. Luego de revisar el estado de su corazón
y ajustar el tratamiento con antihipertensivos y diuréticos, le confirmaron que
requería de radioterapia. El, sin vacilar, preguntó: “Doctores, díganme la verdad;
esto es un cáncer, o qué?” Ellos le contestaron: “Es un tumor que si no se trata,
seguirá creciendo hasta matarlo. Por eso hay que procurar detenerlo”. Esto lo
tranquilizó hasta el punto de comentarme al salir del consultorio, “menos mal que
es un tumor que va creciendo y no un cáncer que va comiendo”; recordé lo de la
orquidectomía.
Empezó su tratamiento, al cuál asistía “religiosamente”. Ayudó que empatizó con
la auxiliar y, con una picardía que siempre se veía en sus ojos, acataba sus
instrucciones al instante.
Cuando terminó su primer ciclo, lo envié con mi mamá a un sitio paradisíaco en la
costa atlántica, donde el siempre dijo que quería pasar sus últimos días. Esto fue
mediante una pequeña mentira. El estaba muy apenado con mi esposa y conmigo,
ya que permanecía en mi casa durante las semanas que duraba cada sesión de
31. radiación y aceptar un viaje de descanso, sencillamente no lo aceptaría. Opté por
decirle que habíamos ganado un viaje con todo incluído y, dados nuestros
compromisos laborales, no lo podíamos disfrutar. Así que lo mejor era que él lo
aprovechara con mi mamá. Hicieron el viaje en el cuál, cuenta mi mamá, que se
divirtió como un niño.
En uno de los controles, se observó una disminución de tamaño del tumor ante lo
que mi familia empezó a especular sobre un milagro. Mi deber fue “aterrizarlos”
sobre las metástasis que seguramente ya había en otras partes de su cuerpo. En
otras palabras, su estado “latente” era sólo una bomba de tiempo.
Pasaron casi nueve meses entre viajes y radiaciones. Durante este tiempo
pudimos compartir muchos momentos juntos, donde le leía ó le prestaba los libros
de Anthony de Mello. Le reclamé un día por no hablarle a mi hermana menor a
raíz del nacimiento de su hija, siendo madre soltera. Para él, esta fue una
puñalada a su ego y dignidad, igual a la de mi hermana inmediatamente mayor,
años atrás. Valga recordar que mi papá utilizaba a mi hermana menor, a sus diez
años, como escudo para salir con la “vividora”.
Logré convencerlo de que deberíamos aceptar a los demás como son y no como
esperamos que sean, además que de alguna manera, mi hermana menor era una
“victima” de nuestro ejemplo y nuestra permisibidad en su infancia y pubertad.
Acordamos una cita en casa de mi quinta hermana (a quien yo no le hablaba por
viejos rencores del tiempo de la universidad). Fue así como ese fin de semana, él
se reconcilió con mi hermana menor y yo, con mi quinta hermana.
Fueron nueve bonitos meses hablando, actualizándonos y “conociéndonos” como
realmente éramos.
La última semana de agosto (nueve meses después del diagnóstico), como era su
costumbre, mi papá tomó un taxi para asistir a sus radiaciones; lo acompañó mi
hermana mayor, quien, veinte minutos después de salir de la casa, me llamó a mi
oficina para solicitarme ayuda debido a que, en el trayecto a la clínica, mi papá
perdió la vista y se le paralizaron sus pies. Cuando llegué al Instituto de
Cancerología, lo encontré sentado en una silla de ruedas y tratando de ubicarme
siguiendo mi voz.
Luego de hablar con el radioterapeuta, decidimos hospitalizarlo para verificar su
estado actual. La razón de la pérdida de la vista y su parálisis se debió a una
metástasis cerebral. Un nuevo tumor le acababa de “desconectar varios cables”.
Su expectativa de vida se redujo a días. Lo llevamos a mi casa donde permanecía
acostado. Empezó a sentir fuertes dolores de cabeza, que sólo disminuía con
morfina.
Lo que resultaba irónico era que, debido al hostigamiento de la guerrilla contra mi
pueblo natal y la publicación de una lista de “ejecutables”, entre la que se
encontraba mi papá por su carácter de consejal, no lo podíamos llevar a morir a su
32. casa, porque lo mataban en el camino. Fue necesario que mi mamá viajara y lo
acompañara en mi casa.
El segundo día de cama, mi papá no se levantó, como era su costumbre, a
bañarse ni rasurarse. Cuando yo llegué al medio día, me pidió que lo acompañara
al baño. Cuando entramos allí, me dijo que no se había levantado porque mi
mamá, al tratar de ayudarlo y no ser capaz con su peso, lo dejaba golpear contra
la puerta; me pidió además, que lo ayudara a afeitar, pero que si llegaba mi mamá,
le entregara a él la rasuradora, ya que no le gustaba que ella lo viera “impedido”.
Al tercer día, concurrimos toda nuestra familia a una cita programada con un grupo
de apoyo a los pacientes terminales, a fin de darle claridad a mi padre con
respecto a lo que le estaba sucediendo. También nos acompañaba un sacerdote
muy amigo de la familia.
El médico del grupo a través de preguntas y respuestas condujo a mi padre a ésta
pregunta: “de modo doctor, que ahora sólo estoy en manos de mi Dios?”; ante la
confirmación del médico, volvió a preguntar: “y…cuanto me queda?”. El médico le
contestó que posiblemente una semana ó menos. Esta respuesta lo tranquilizó.
Pensó que nuestra masiva presencia se debía a que en unas horas moriría.
Continuó diciendo: “tengo tiempo suficiente para arreglar unas cositas pendientes
y morir tranquilo”. El médico le dijo que se encargaría de darle una vida sin dolor,
en lo que restara de su existencia, ante lo que el contestó: “mire doctor, usted me
puede quitar el dolor en mi cuerpo y se lo agradezco; pero hay un dolorcito que no
me puede quitar”. Seguidamente preguntó: “por ahí está fulanito (preguntando por
mi cuarto hermano) y fulanita (preguntando por hermana inmediatamente mayor).
Ellos saben a que dolor me refiero”. Seguidamente, le aconsejó a mi familia que
me tomaran muy en cuenta ya que no se imaginaban los valores y el apoyo que él
había encontrado en mí.
Se quedó con el sacerdote y nosotros descansamos al no tener qué mentirle más.
Lo curioso es que con las respuestas que le dio al médico, nos demostró que
siempre estuvo consciente de lo que le pasaba, pero ninguno fue capaz de romper
el hielo antes.
Esa noche lo llamó su mejor amigo y le preguntó: “verdad hombre que estás muy
mal?”; a lo que le contestó mi papá :”mal estas vos Guillermín; yo casi te puedo
decir de qué y cuándo me voy a morir; además, ya estoy en paz con todos. Mal
estás vos”.
A partir de ese momento, mi familia se concentró en pedirle a Dios que se llevara
lo antes posible a mi papá, de manera que no siguiera sufriendo. El sábado, por
fin, terminó el paro armado de la guerrilla y pudimos trasladarlo a su pueblo natal
donde, al día siguiente, falleció.
Antes de su muerte, le dijo a mi madre que me mandara a hacer un pergamino de
agradecimiento por su cuidado durante la enfermedad y que me dejara su argolla
33. de matrimonio (esto no les gustó mucho a los mayores). Para mi suerte, pese a
tener cuatro hermanas, yo he sido el confidente de mi mamá; así que estar en
contacto con ella, era cotidiano.
En 1999, la mamá de mi esposa padeció un cáncer igual que mi papá.
Llevábamos dos años viviendo en otra región y esto le obligó a regresar al lado de
su madre. La enfermedad estaba tan avanzada que no le permitió realizar ninguna
terapia. Una vez fue diagnosticada, al mes falleció.
Simultáneamente, mi pueblo estaba dominado por la guerrilla y, ante el bloqueo,
los negocios no marchaban bien. Mi mamá había asumido el almacén otrora de mi
papá y estaba en bancarrota. Ante un llamado suyo y mi sospecha de que algo
andaba mal, solicité una licencia y viajé a visitarla. La situación era muy
preocupante; el almacén tenía catorce millones de surtido y casi cincuenta
millones de deudas. Aún así, era viable. De otro lado, la casa y la discoteca
estaban arrendadas, así que mi mamá vivía en una casa situada encima de un
banco y a pocos metros de la estación de policía. Es decir, si la guerrilla entraba
por dinero y por la policía, ella era la primera que salía como Ricaurte en San
Mateo (en átomos volando). En el pueblo, vivían también dos hermanos sumidos
en sus propios negocios y a quien mi mamá no les recibía consejos. Les decía :
“yo ya estoy muy vieja y el que me regañaba, ya se murió”. Luego de ver esto,
regresé a mi empresa y solicité otros dos meses de licencia y la posibilidad de
traslado de ciudad.
Me concedieron la licencia y, una vez en mi pueblo natal, convoqué a mis
hermanos quienes, con mi mamá, decidimos trasladarla a otra ciudad y
colaborarle económicamente mientras yo asumía el control del almacén hasta
llevarlo a su punto de equilibrio.
Al regresar de mi licencia, la empresa me notificó mi traslado a partir del próximo
año, de manera que podía estar nuevamente junto a mi familia.
Seguí laborando con esa empresa hasta abril del año 2001, fecha en que decidí
independizarme. Esto asustó mucho a mis hermanos. No por mi riesgo personal
sino porque esto podía implicar que ellos tuvieran que asumir la responsabilidad
con respecto a mi mamá. De hecho, lastimosamente, no todos cumplimos lo
acordado con ella. Al contrario, al reclamarles por la mora en sus aportes, varios
sacaban a relucir una propia lista de problemas. No les importaba que fuera la
mamá quien los necesitaba.
34. CAPITULO IX
UNA FANTASTICA VIDA COMO PADRE
M
i esposa sufría unas crisis de migraña miedosas. En cada episodio, era
necesario llevarla a urgencias, e incluso, dormirla. Luego de acudir a
neurólogos, ginecólogos y acupunturistas, acudió a un endocrinólogo quien
dictaminó un desorden hormonal el cuál, en parte, era causado por sus pastillas
para planificar; además, supimos que su alto nivel de prolactina se comportaba
como un método natural de planificación, así que abandonó “la píldora”.
Al poco tiempo, me pidió que la acompañara a reclamar los exámenes de
laboratorio. Sus hormonas no sólo se habían normalizado sino que se presumía
que estaba en embarazo.
Tan pronto volví en mí, dije que teníamos que confirmarlo así que fui a una
farmacia y compré una “prueba de embarazo”. Cada diez minutos la obligaba a ir
al baño, pero no le daban deseos de orinar; así que fue necesario comprar una
gaseosa dos litros y animarla a que tomara hasta que le saliera por el otro lado.
Una vez salió del baño con un resultado positivo, yo no podía dar crédito.
Habíamos cumplido diez años de casados, nos acabábamos de independizar y
estábamos por fin juntos. Esto era lo que nos faltaba para “vivir” plenamente
nuestro matrimonio.
Ella se alivió de sus migrañas. Por el contrario, fue tanto mi compromiso con su
embarazo, que los mareos y los “antojos”, me dieron a mí.
Asistíamos juntos a todos los controles y ecografías. Casi me muero cuando sentí
palpitar su corazoncito y ante el anuncio del médico: “es una niña”. Desde
entonces, cada ocho días viajábamos a un pueblo cercano donde viven la
hermana con quien me reconcilié y mi hermana menor. Pronto aprendí “punto de
cruz”, y me dediqué a coser y elaborar el ajuar con ellas.
El día del nacimiento estuve presente en el quirófano (no quería perder detalle) y
tuve la dicha de recibir a mi hija y presentarla a la familia.
Nos repartimos las tareas día y noche. Así, la bañaba, le cambiaba sus pañales, la
asoleaba, jugaba y dormía con ella. Realmente el amor llenó nuestro hogar.
Pocos meses después, mi esposa empezó a trabajar conmigo. La migraña no
volvió pero, si se llega a presentar, tenemos la fórmula.
Mi hija fue bautizada en la iglesia católica a donde, en principio, uno que otro
domingo asistíamos a misa y, en la medida que ella crecía, aumentábamos la
frecuencia, hasta llegar a asistir cada ocho días.
35. CAPITULO X
UN DESPERTAR SOCIAL A CAMBIO DE MI VIDA EN FAMILIA Y MI
RELACION CON DIOS.
C
on la “independencia” laboral, llegó a mi vida la oportunidad de retribuir lo
aprendido en la familia, en la comunidad y en la Universidad. Esto debido a
que ya no debía viajar frecuentemente y podía manejar mi propio horario.
Fue así como a partir del año 2002, asumí la presidencia de la asociación de
egresados e ingresé a varias mesas sectoriales de salud pública, donde podía
aportar mi experiencia profesional y laboral.
En el año 2003, ingresé a la universidad como docente de medio tiempo y asesor
de prácticas académicas y profesionales; a su vez, me incorporé a un proyecto de
reforma de la normatividad con el ministerio de salud. Poco después fui nombrado
para académico del ministerio de educación, lo que conllevaba a viajar y auditar
programas académicos en diferentes universidades del país, que aspiraban a
obtener su registro calificado y, cuando menos lo pensé, me convertí en
conferencista de diferentes temas relacionados con salud y mercadeo. Todo esto,
adicional a ser el gerente de mi empresa.
En otras palabras, tomé muy a pecho aquello de ser generoso, bondadoso y
amoroso. No sabía decir “no” a cualquier propuesta y cuando alguien me
preguntaba si yo no me cansaba, respondía: “Ya habrá tiempo de descansar,
cuando esté en el ataúd”.
Esto llevó a absorber el tiempo que dedicaba a Dios y a mi familia. Siempre
estaba trabajando con mi computador portátil, preparando una charla, una norma,
una clase, unos estatutos, en fin.
En la empresa todo marchaba bien excepto porque uno de los tres socios, en
lugar de realizar su aporte de industria como lo habíamos establecido, decidió
crear una empresa paralela. Con ello no sólo descuidaba la zona a su cargo, sino
que se convirtió en un nuevo competidor. Esto lo negó sistemáticamente durante
cinco años.
Su constante incumplimiento a las obligaciones laborales, me obligó a despedirlo
como empleado y reformar los estatutos en lo referente a la obligación de aporte
de industria. Sin embargo, ante su astucia, no tenía pruebas demostrables acerca
de su competencia desleal que se sumó al desprestigio de nuestra empresa en su
zona de influencia.
Contraté a un detective privado con el fin de que le hiciera seguimiento; fue así
como en junio de 2006, contaba con las pruebas suficientes para expulsarlo de la
sociedad, con posibilidad de reclamarle una indemnización, por los perjuicios
ocasionados. El investigador me entregó las pruebas y me recomendó: “cuídese
mucho de ese señor”. Sin decir más, se fue.
36. Convoqué a una junta extraordinaria de socios para Julio 10, luego de acordar
previamente con mi otro socio, nuestra asesora jurídica y nuestra revisora fiscal,
proponerle un arreglo consistente en reconocerle su parte de interés social y así
evitar una desgastante demanda.
Algo extraño ocurrió el día de la junta. Varias personas amanecieron enfermas,
entre las que se encontraban nuestra asesora jurídica y el director administrativo y
financiero. Yo me sentía agotado, a pesar que era lunes. Nuestro socio
cuestionado, como era su costumbre, con prepotencia y confianza en que no
teníamos pruebas, manifestó que no era de su interés la venta de sus cuotas y
volviendo a su acostumbrado papel de víctima, dijo que no entendía qué me había
hecho ya que sentía que yo me ensañaba con él. Su rostro cambió tan pronto le
mencionamos situaciones probatorias de su deslealtad y unos diez nombres de
personas que podían atestiguar en su contra (incluso, empleados actuales de su
empresa paralela); no esperaba esto y terminó aceptándolo todo pero, pese a ello,
dijo que no negociaría y que se iría a las últimas consecuencias.
Mientras nuestra abogada y mi otro socio, redactaban el acta de expulsión de la
sociedad, me senté con él y, luego de indagarle la razón por la que no quería
negociar, argumentó que no había revisado las cifras. Logré persuadirlo sobre el
perjuicio económico que le podía representar el no aceptar nuestra propuesta.
Pidió un tiempo adicional para revisarla con su contador y fue así como fijamos
como nueva fecha, agosto dos. Ya no eran necesarios los testigos, puesto que
con la firma del acta, aceptaba sus faltas.
Cabe anotar que fue un descanso para todos. Siempre es mejor un mal arreglo,
que un buen pleito. Los empleados se quitaban un yugo de encima, ya que,
adicional a que esta persona no cumplía con sus tareas, era muy grosera en el
trato hacia los demás.
Una vez terminada la junta y tras haber recibido toda la documentación necesaria
para su revisión, abandonó la empresa. Mi socio, el director administrativo y
financiero y yo, salimos a almorzar.
37. CAPITULO XI
UNA EXTRAÑA ENFERMEDAD
D
urante el almuerzo, analizamos toda la situación e impartí instrucciones
precisas al director administrativo y financiero; esto fue muy curioso. Le
solicitaba mayor empoderamiento de su cargo. Daba la impresión de que yo
no volvería a la empresa.
Al regreso del almuerzo, yo conducía el vehículo y, de repente, sentí como si
cerraran y abrieran una cortina frente a mí. Fue una sensación visual muy
desagradable, además de peligrosa pues, por un instante, no vi nada delante de
mi auto. Decidí irme a descansar a mi casa.
A la madrugada siguiente, tenía una cita con el jefe del departamento, en la
universidad. Cuando me disponía a salir de mi casa, no era capaz de calcular bien
las distancias. Era la sensación de que las cosas se movían a mi paso similar a
cuando uno pasa frente a un espejo irregular. No le di importancia hasta que me
encontraba en la autopista. De repente, mis ojos se encontraron; es decir, hacía
bizcos y esto se traduce en una visión doble. Dado que me encontraba en un carril
de alta velocidad y que había perdido la capacidad de calcular las distancias, cerré
mi ojo derecho y, guiándome con el izquierdo, aceleré para evitar que otros
vehículos me alcanzaran. Con mucha dificultad parquee en la universidad y supe
en ese momento que ya no volvería a salir conduciendo.
Fui a mi oficina a leer un informe, pero no lograba enfocar el texto. Era como si
hubieran anclado mi ojo derecho a la nariz. Me reuní con el jefe de departamento,
quien me dijo que muy posiblemente esto se debía a cansancio por mis arduas
jornadas. A las ocho de la mañana llamé a la empresa y solicité que enviaran a un
conductor a la universidad. Mi gran susto fue cuando en plena autopista nos
fuimos encima de un taxi. Pegué un grito al conductor: “cuidado con el taxi!”. Se
sorprendió y me dijo: “tranquilo jefe que el taxi va por el carril izquierdo”, mientras
yo lo veía al frente. Comprendí que la situación empeoraba y le pedí que me
llevara a un centro de salud.
Cuando me revisó el médico, me realizó pruebas de marcha y notó que estaba
perdiendo el equilibrio. Inmediatamente hizo una llamada y me envió a una clínica
oftalmológica. El médico exploró y no notó ningún daño u obstrucción y me dijo
que parecía una parálisis en los músculos recto superior, lateral e inferior de mi ojo
derecho y que ello era la causa de que se fuera hacia la nariz. Me ordenó una
tomografía axial computarizada (TAC) contrastada de manera que se pudieran
observar los vasos sanguíneos. Era necesario descartar un tumor ó un aneurisma.
Llamé al esposo de mi cuñada, quien laboraba en la EPS y le comenté
rápidamente lo que me ocurría. Colgamos y en un minuto me estaba indicando
que fuera al consultorio de un neurólogo clínico. Cuando llegué, éste suspendió la
consulta que atendía en ese momento; me revisó y luego de algunas preguntas,
38. se percató que el problema no se reflejaba sólo en el ojo derecho. Presentaba ya
dificultad para la marcha y entumecimiento de la lengua. Esto lo llevó a pensar en
un compromiso de varios pares nerviosos y por tanto, “algo” que lo generaba en
mi cerebelo.
En minutos fui remitido a un instituto de alta tecnología y me hicieron el TAC. Un
momento después se reunió un grupo de radiólogos a leer los resultados y
posteriormente llamaron al neurólogo. Este a su vez, se comunicó conmigo y me
tranquilizó. Me dijo que no se veían “masas” en el cerebro y que los vasos
sanguíneos no mostraban obstrucciones. Sin embargo, notaron un engrosamiento
de tejido periorbital y a nivel de senos paranasales. Un mes atrás me habían
realizado una intervención quirúrgica debido a una sinusitis crónica. Su
diagnóstico fue que a raíz de esa cirugía, había presentado una infección y que,
por lo tanto, debía iniciar un tratamiento antibiótico de inmediato. Recordé a un
vecino que a causa de una sinusitis severa, la infección alcanzó el cerebro y
quedó ciego.
No quedé muy convencido de que este fuera mi caso, debido a que no presentaba
escurrimiento nasal ni sentía dolor ó presión (síntomas de sinusitis). Llamé
nuevamente a mi familiar, quien estuvo de acuerdo conmigo. Decidimos entonces,
consultar a mi otorrinolaringólogo. La cita se llevó a cabo a las ocho de la noche y,
luego de introducir “mechas” por mis fosas nasales hasta los senos paranasales,
dijo: “que busquen el problemas más arriba. Hay inflamación por la reciente
cirugía, pero el tejido esta limpio”. Salí a las nueve de la noche con mayor
incertidumbre que al principio, pero no había más remedio. Esperar en casa hasta
el día siguiente.
Cuando me fui a levantar, perdí la fuerza en mis pies y me desplomé contra la
pared y el suelo. La lengua y el abdomen estaban entumecidos y sentía calambres
en los brazos. Vino a mi mente el día en que mi papá, en el instituto de
cancerología, quedó ciego y no se paró más. Desperté a mi esposa, quien me
ayudó a recostarme en la cama. Sintiendo que la vida se me escapaba, le dije:
“voy para la clínica y como están las cosas, no se si vuelva; pregúnteme ya lo que
necesite saber”. En ese instante, despertó nuestra hija de cuatro añitos y, entre
sollozos, la abrazamos repitiendo una y otra vez que nos amábamos. Llamamos a
mi conductor para que me llevara a una clínica y me comuniqué con mi mamá
(podía ser la última vez que hablara con ella). Le conté mi situación y le pedí:
“mamá. Ya que usted tiene unos nexos tan fuertes con Dios, pídale por mí”. Ella
contestó: “váyase tranquilo que ya lo pongo en manos del Señor y el no va a dejar
que me le pase nada, mijito”.
Llegué a la clínica y en segundos estaba siendo evaluado. El neurólogo llamó y
ordenó mi hospitalización. Mientras resultaba una habitación me llevaron al cuarto
de toxicología, donde una cortina me separaba de otro paciente. Hice dos
llamadas. Primero, llamé a mi secretaria y le pedí que revisara mis cuentas y mis
pólizas de seguro de vida. Luego, llamé a mi socio y le pedí que en caso de
ocurrirme algo, no abandonara a mi mamá, mi esposa y mi hija.
39. Al rato llegó mi esposa a hacerme compañía. Le comenté que a mi lado, tras la
cortina, debía haber un anciano ó un asmático, ya que se le escuchaba respirar
con dificultad (casi resoplaba). Para nuestra sorpresa, llegó un familiar de aquel
paciente y preguntó a su acompañante si ya había llegado el sacerdote.
Pensamos en la unción a los enfermos pero al momento nos enteramos de lo que
realmente pasaba. La paciente era una niña de trece años quien, según nos contó
su mamá, estaba poseída por una legión de demonios; agregó que la abuela
paterna de la niña era bruja y que le había proferido una maldición. Nos
acordamos de la película “el exorcista” y hasta bromeé con mi esposa. Le dije: “no
sea que le de por caminar en el techo, me agarre y yo sin fuerzas para quitármela
de encima”. Tranquilizaba que estaba completamente sedada, debido a que la
tuvieron que llevar entre cuatro personas, dada su repentina fuerza.
Empezaron los exámenes clínicos para descartar tumor cerebral, aneurisma,
estenosis múltiple, miastenia gravis, infecciones bacterianas ó virales. Todos los
resultados fueron normales y, sin embargo, mi compromiso neurológico
empeoraba. Me iniciaron tratamiento antibiótico y el neurólogo debía viajar a un
congreso, dejándome a merced de un médico internista. Cada que yo abría la
boca, me formulaba un nuevo medicamento (lo que en la jerga médica se llama
formular en regadera) tratando de acertar con algo. Pasó toda la semana sin
progreso y sin diagnóstico. El viernes, solicité el concepto de otro neurólogo. Yo
mismo lo escogí, recordando a uno que durante su residencia era el más piloso. El
sábado, cuando llegó a la clínica a la ronda de sus pacientes, con la puerta de mi
habitación abierta, empecé la cacería. Lo llamé al pasar y le pedí que me
evaluara. Su comentario inicial era que yo ya tenía médico, un diagnóstico y un
tratamiento claros y que por tanto su intervención podía ser molesta para el otro
médico, además del riesgo de emitir un diagnóstico diferente y que pudiera
generar confusión. Mi respuesta fue que el día anterior, otro oftalmólogo me
evaluó y encontró compromiso vilateral (los dos ojos) cuando, hasta ese día, se
decía que era sólo el ojo derecho; además, en la historia clínica se hablaba de
unos exámenes normales y un manejo “presuntivo” (no había diagnóstico claro).
Como si fuera poco, el médico a cargo, me tenía polimedicado innecesariamente.
Culminé mi argumento diciéndole que él debería interesarse en un paciente que
requería de sus servicios, en lugar de pensar en el malertar del otro médico. Esto
fue suficiente para que un rato después, me estuviera evaluando.
Luego de repasar todo lo que había vivido durante la semana y de practicarme
nuevos exámenes, el domingo que dijo que se trataba de una polineuropatía
(también llamada Síndrome de Guillain Barré) y que presumía que la causa fue un
episodio viral que tuve una semana atrás. Con la tensión de la junta de socios y el
arduo trabajo, era posible que se me hubieran bajado las defensas y el virus haya
anidado mi cerebelo. Me quitó todos los medicamentos y el lunes me envió a la
casa. Su instrucción fue: “en este momento usted es como un computador. No
puede usar la pantalla, ni el teclado, ni el Mouse, ni la impresora, pero tiene el
disco duro bueno; estuvo de buenas que no hubo un compromiso mayor, a mi
modo de ver, por la prontitud con que actuó, porque está muy saludable y su
40. actitud positiva le ayuda. La recuperación suele ser muy lenta (meses ó años) y
generalmente, con secuelas. Váyase para su casa y desconéctese del mundo y
sus problemas”. Ante esto, solo le pude contestar: “doctor, ya que soy como un
computador, por que no me resetea para poder olvidarme de todo?”.
Una semana después de salir de la clínica y ante la orden de no ver televisión, no
leer, no preocuparme, no hacer ejercicio, y guardar reposo absoluto, decidí
adaptarle al computador un programa que me permitiera escuchar los textos y a
su vez, me permitiera “dictarle” mis respuestas a los correos. Mi mamá me hacía
compañía permanente y fue así como empezamos a escoger “libros virtuales” para
que el computador nos los leyera. La cama me deprimía, así que me la pasaba en
una silla reclinable, una hamaca ó una silla-columpio. Cuando los amigos
llamaban al teléfono y me preguntaban cómo me encontraba, les contestaba:
“como un pajarito; columpiándome, comiendo fruta, silbando y cagando”. Qué más
podía hacer? Esto cortaba el hielo y, en lugar de recibir ánimo, yo se los daba y
les aseguraba que en noviembre estaría en un congreso, dictando un curso y una
conferencia (qué iluso, dirían).
Por otro lado, en la universidad, el jefe del departamento de farmacia, gran amigo,
con un grupo de docentes investigaban posibles causas de la polineuropatía.
Cada que me visitaba llevaba una teoría ó un documento para revisar. Mucho nos
sorprendía que cada que yo le extendía mi mano, él sentía una poderosa
descarga de energía, ante lo que mencionábamos que se debía a que tenía “los
cables pelados”. Pronto decidió saludarme con un ligero movimiento de cabeza y
tratando de ubicar mi “extraviada” mirada. Encontraron cuarenta y dos sustancias,
empezando por el cianuro y terminando por la yuca. Al descartar productos de la
dieta, me preguntó si yo tenía algún enemigo ó si en algún momento alguien que
me odiara, pudo envenenar mis alimentos. Recordé que por un segundo, salí de la
sala de juntas cuando estaba a solas con el socio desleal, aquel 10 de Julio,
mientras le consultaba a mi otro socio y a la asesora jurídica si estaban de
acuerdo con darle un plazo para analizar la propuesta, dejando un tinto servido en
mi puesto. El problema es que una intoxicación aguda es imperceptible. El cianuro
se acumula en las uñas y el cabello de las personas que sufren intoxicaciones
crónicas (dosis repetidas) y este no parecía ser mi caso. De todas maneras quedó
la inquietud. Me regaló un escrito titulado “la enfermedad como camino” en el que
el autor menciona, palabra más, palabra menos, que todo lo que nos ocurre, tiene
como propósito el restablecimiento y equilibrio físico y espiritual. Por ejemplo: El
exceso de actividad, se equilibra con quietud.
Otro docente, me llamó y me dijo que durante un viaje terrestre, tuvo la
oportunidad de leer un libro que le parecía fuera acerca de mi vida. Me dijo: ”leí
ese libro y lo vi a usted; léalo”. Se llama “el caballero de la armadura oxidada” de
Robert Fisher y habla de un caballero muy activo, con esposa, hijo y un hermoso
castillo. Se colocaba su armadura cada que lo solicitaban ya que era generoso,
bondadoso y amoroso; de pronto, empezó a vivir y a dormir con la armadura
puesta, por si acaso lo llamaban. Su esposa le reclamó por la falta de atención
hacia ella y a su hijo.
41. Hasta acá, me iba gustando; cuando leí de descuidar a la familia, me enojé; pensé
que aquel docente que me recomendó el libro, era muy atrevido al asegurar que
me veía pintado en el libro (yo me creía un esposo y padre ejemplar).
Seguí leyendo y poco a poco me fui identificando con el caballero, hasta que
comprendí que efectivamente así era yo. Estaba “metido” en todo, me hacía cargo
de todo, no sabía decir que “no” a una propuesta de algún ministerio, de la
asociación de egresados, de la universidad, de la empresa, de la familia, en fin. Vi
también, que había cambiado el orden de mi vida. Primero estaba lo demás,
segundo la familia y de último, Dios. Diariamente me acostaba “en familia”, a
escribir en el computador portátil, mientras mi esposa e hija disfrutaban de una
película. Cuando decían estar listas para ir a misa el domingo, les pedía que
fueran solas y oraran por mí, ya que estaba preparando algún trabajo que me
impedía salir de la casa. En resumen, ese libro me empezó a sensibilizar y a
pensar que este había sido un “alto en el camino” que Dios me facilitaba, para
reordenar las cosas. Lo mejor fue que lo leí con mi esposa y, al principio, ella me
veía “pintado” en el libro pero, a medida que avanzábamos, vimos que ella
también estaba “pintada”.
Luego de leerlo, empezamos a reflexionar sobre nuestra vida como pareja. Ella
inició preguntándome si a mí me angustió algo en particular, con respecto a
nuestra hija, cuando me hospitalizaron; le dije que sabía que era una niña muy
alegre y por eso, al llegar a casa, yo siempre le jugaba hasta que se dormía; sin
embargo, notaba que ella le pedía que se quedara quieta ó que no la molestara
porque estaba muy cansada. Concluimos que nuestra hija nos veía una hora en la
mañana y dos en la noche y por tanto, esas horas con ella deben ser para
demostrarle todo nuestro cariño. Hablamos también de nuestra relación. Nos
preguntamos qué nos mantenía unidos? El amor? la costumbre? la hija?; Ganó el
amor. Nos preguntamos el por qué se había enfriado nuestra relación; ganó la
falta de diálogo. Había cosas tan simples; por ejemplo, cuando me preguntó por
qué ya no me gustaba besarla, le contesté que no me gustaba el sabor del labial.
Lo curioso fue que empezó a maquillarse porque un día, luego de una fiesta, le
dije que se veía muy bonita. O sea, sólo era cuestión que limpiarse el labial. A
partir de ese día, el amor volvió a sentirse en nuestro hogar.
En nuestra casa nos reunimos con la asesora jurídica, mi socio, la revisora fiscal y
yo, para analizar la posible negociación del dos de agosto, con el socio desleal.
Curiosamente, mi socio llegó a mi casa y quedó como fulminado. Estaba
aletargado; al punto, que se acostó en una hamaca. El día de la cita, se sentaron a
negociar y su propuesta fue que le diéramos una suma que excedía en cinco
veces la nuestra. Ante la negativa, propuso que él estaba dispuesto a darnos la
misma cifra a cada uno. Me llamaron a consultar y les dije: ”véndale ya pero de
contado; conoce tan poco la empresa, que cree que las paredes son las que
venden”. Con ese dinero, podíamos tranquilamente iniciar otra empresa, sin
deudas. Fingió estar llamando a unos inversionistas y, al no poderlos encontrar,
finalmente, solicitó un plazo. Esta vez no se le concedió, aplicando los estatutos y
42. expulsándolo de la sociedad. Era necesario esperar tres meses, antes de iniciar la
demanda, así que esperamos.
Al cumplir un mes con mi enfermedad, fui a revisión. El neurólogo encontró una
ligera mejoría. Mi estrabismo se alineó un poco, pero ambos ojos presentaban
nistagmus (al no ser capaz de halar el ojo hacia afuera, los músculos se quedan
“brincando” sin pasar de un sitio. Mis manos estaban al cincuenta por ciento de su
fuerza y mis pies, al veinticinco por ciento. Aún no era capaz de caminar en las
puntas de los pies ni en los talones (no había equilibrio) y terminaba cayéndome
para los lados. Dado que ya tenía algo de fuerza en las manos, le pedí al médico
su consentimiento para ejercitarme en un gimnasio casero. El lo permitió y pronto
mejoré mi fuerza, acudiendo al alquiler de un “caminador”. Empecé a dar mejor
mis pasos y mis ojos un día amanecieron alineados.
Tan pronto me sentí en capacidad de caminar, acudí con mi mamá donde un
sacerdote famoso por sus dones. Elevó oraciones y conjuros y me entregó una
oración de protección. Me recomendó unas bebidas y que matara un palomo para
luego untarme su sangre en la región del cerebelo. La verdad, seguí las oraciones
pero no seguí su receta. Me parecía cruel y tonto sacrificar un animal para ese
propósito. Es de anotar que este sacerdote tiene mucha “consulta” en su casa. La
gente espera que sólo deje de consumir alcohol, para pedirle citas. Me preguntaba
interiormente: Si este representante de Dios tiene estos dones y ayuda a sanar a
la gente, por qué no se ayuda a sí mismo y deja el licor? No me rimaba.
Al cumplir los dos meses, acudí al médico con un bastón. El me encontró mucho
mejor y me animó a seguir ejercitándome. Extrañamente, un día después de la
consulta, todo se reversó. Perdí mi fuerza y volvió el estrabismo. La teoría de la
causa viral perdió su peso. La recuperación era razón suficiente para mostrar que
el episodio viral había pasado; no era razonable, por lo tanto, una recaída. El
médico se extrañó totalmente y me remitió donde un oftalmólogo con el fin de
evaluar la posibilidad de una cirugía futura. Este me bajó totalmente la moral. Me
dijo que su padre tuvo un problema similar y llevaba ciego dos años. Que tal la
belleza!
Al día siguiente me llamaron de un banco a verificar si había realizado trece
transacciones, lo que era imposible en mi estado. Tuve que bloquear la cuenta ya
que me habían clonado la tarjeta. Más tarde me llamó el director administrativo y
financiero de la empresa para notificarme que un crédito que estábamos
solicitando, lo rechazaron ya que yo estaba reportado a las centrales de riesgo por
una deuda en una cooperativa de profesionales de la salud. Extrañado, llamé y me
informaron que una persona a la que yo le había servido de codeudor, había
incumplido y ahora yo debía una importante suma con noventa días de mora. Esto
fue increíble. Si bien era cierto que yo había sido codeudor de alguien, éste ya
había pagado la deuda que yo avalé. Lo que ocurrió fue que un brillante
funcionario de la cooperativa, me dejó como codeudor ante una nueva deuda
adquirida por esa persona, sin mi consentimiento. Igual, había que enviar una
carta y esperar la aclaración (un mes). Esto tuvo repercusión en todas mis tarjetas