El documento describe cómo Dios se revela a sí mismo como la Gracia, el Amor y la Misericordia. Estas tres cualidades deben reflejarse en nuestras vidas a través de nuestras acciones hacia los demás, de la misma manera que Dios nos trata con gracia, amor y misericordia. El documento también explica que, a través del bautismo, somos llamados a vivir como sacerdotes, reyes y profetas para servir a Dios y a los demás.
3. Tener la gracia, el amor,
y la misericordia de Dios se
traduce e implica tener a
Dios en nuestra alma,
nuestro corazón y en todo
nuestro ser. Ese Dios que
por medio de su Santa
Palabra nos dice “Yo Soy”
(ver Gn. 15, 7; Gn. 17, 1; Gn.
26, 24; Ex. 3, 6; Lev. 18, 1;
Jn. 6, 35; Mt. 16, 15; etc.)
4. Yo Soy la Gracia… que
nos da el don de
poder realizar las
cosas en esta vida,
nos da la vivencia
sacramental y nos da
la santidad.
5. Yo Soy el Amor… que
nos da la vida
humana, nos da
además la bondad, la
paciencia y la
comprensión entre
otras muchas cosas.
6. Yo Soy la
Misericordia… que nos
da la conciencia de que
somos pecadores, más
aun nos da el
entendimiento de que
Dios es pleno e infinito
amor. Aunque somos
pecadores Dios siempre
nos ha de tratar con su
infinito y tierno Amor.
7. Esto no es para que
se quede en nuestro
interior. Por el
contrario debe
reflejarse y actuarse
(realizarse) en nuestro
exterior. Siendo Dios
como es con nosotros
así debemos ser con
todos los seres
humanos.
8. De esta forma podemos
decir: Yo soy agraciado(a)
O ¿Recibo la gracia y trato de
darla a los demás? O por lo
menos, ¿trato que otros entiendan
que de la misma forma que yo
recibo la gracia ellos pueden
recibirla? Reconocer que
recibimos la gracia es el primer
paso para poder entender y
reconocer las demás realidades
espirituales (Cielo [= Presencia
Beatísima de Dios], Salvación,
Redención, Reino de Dios,
etc.). Tanto la Gracia como las
demás realidades espirituales la
recibimos gracias al Amor y la
Misericordia de Dios.
9. Yo soy amoroso(a)…
O Dios es Amor (ver 1Jn. 4,
8). Esto implica que para Dios no
hay barreras que puedan limitar
a amarnos como a sus hijos que
somos por medio (o gracias a)
Cristo Jesús. Debemos dar el
amor a los demás de la misma
forma que Dios nos da su
Amor. De gratis como un don y
una virtud que debo brindar a los
demás.
10. Poseer todas las cosas de este
mundo (riquezas, inteligencia,
etc.) es posible (y fácil en algunas
ocasiones) pero si nos falta el
amor de nada nos van a servir. El
amor transformado o hecho
acción es lo que llamamos la
caridad. La caridad es mucho más
que dar limosnas. Dar limosnas
es solo una simplísima parte de lo
que es la caridad (amor). Amar a
Dios y a los hermanos implica
todo lo bueno y la bondad de esta
vida y la futura (en el Cielo o la
Presencia Infinita y Beatifica de
Dios).
11. Yo soy misericordioso(a)…
O Cuando nos ofenden (engañan,
traicionan, etc.) es
doloroso. Cuando decimos “yo
perdono pero no olvido” no hay
misericordia que pueda pasar la
barrera del odio y del rencor en
nosotros. Bajo estas
circunstancias; yo NO soy (ni
seremos) misericordia. Pero de la
mismo forma que Dios es
misericordioso conmigo cuando yo
lo ofendo (lo engaño, lo traiciono,
etc.) yo debo brindar y dar
misericordia a los demás. Por
medio de la misericordia, Dios nos
perdona y se olvida de todo;
“borrón y cuenta nueva.”
12. Estas tres (Gracia, Amor y
Misericordia) no se pueden
separar. Estas son
indispensables para vivir en
santidad. O sea por ellas
vivimos nuestro compromiso
cristiano. Este compromiso que
recibimos desde el bautismos
que nuestros padres (y padrinos)
asumieron (o no… solo Dios debe
juzgar eso). Pero ya desde
adolescente (o pre-adolescente)
es nuestra responsabilidad de
ser sacerdotes (sacerdocio
común de los fieles / Ver 1Ped. 2,
9), reyes y profetas.
13. Nuestra función sacerdotal nos
llama a ofrecer el sacrificio de
nuestra vida diaria (que debe ser
reflejo del Sacrificio Mayor del
Cuerpo y la Sangre de
Cristo). Nuestra función
profética nos llama a anunciar
(el amor de Dios, la justicia, la
gracia de Dios etc.) y a denunciar
(el odio de las personas, la
injusticia, el pecado,
etc.). Nuestra función real nos
llama a servir (Mt. 20, 28) a Dios
y a los demás. Somos sacerdotes,
reyes y profetas porque por
medio del Bautismo
participamos de la Triple Misión
de Jesucristo (Sacerdote, Rey y
Profeta).