El maestro les pidió a sus alumnos llevar papas crudas y escribir el nombre de las personas a las que guardaban resentimiento en bolsas plásticas. Con el paso del tiempo, las papas se pudrían al igual que el resentimiento en sus corazones. El ejercicio les enseñó que el perdón los beneficia a ellos mismos y los libera de ataduras emocionales.