1. ESCENA 2
MAMÁ.- ¡Nena! ¿Vos estabas acá?
ANA.- En el baño, mamá ¿Qué pasaba con la Chichi Policano?
MAMÁ.- ¿Por qué?
ANA.- No sé. Bueno, nada, entré y estabas hablando de la Chichi Policano.
MAMÁ.- ¿Yo?
ANA.- Sí, mamá.
MAMÁ.- ¿Por qué iba a estar hablando de la Chichi Policano?
ANA.- No sé. Si no sabés vos.
MAMÁ.- (Nostálgica) La Chichi Policano. La historia más interesante de la
Chichi Policano es su casamiento con el turco que se frustró. Un turco que
vendía telas. El tipo viajaba por La Plata, Bavio, Magdalena vendiendo telas. Y
se iba a casar con la Chichi Policano, la mayor de las Pereyra.
ERNESTO.- Te juro que la mato.
MARIO.- Ahora no. A la noche.
MAMÁ.- ¿Qué hora es?
ERNESTO.- Las siete.
MARIO.- Siete y cinco, mamita.
MAMÁ.- ¿De la mañana?
ERNESTO.- De la tarde. ¿No te acordás que ya almorzaste?
MAMÁ.- ¿Qué cosa?
ERNESTO.- Que ya almorzaste.
MAMÁ.- ¿Y?
ERNESTO.- Que si ya almorzaste y son las siete, es que ya es la tarde.
MAMÁ.- ¿Y eso? ¿Qué tiene que ver?
MARIO.- Preguntaste si eran las siete de la mañana o de la tarde.
MAMÁ.- ¿Qué?
MARIO.- Que preguntaste si eran las siete de la mañana o de la tarde.
MAMÁ.- ¿Yo? ¿Para qué iba a preguntar eso?
MARIO.- Bueno, no importa, mamita.
ANA.- (Por lo bajo a Mario) No le digas mamita que me da impresión.
MARIO.- ¿Y cómo querés que le diga?
ANA.- No sé. Otra cosa. Algo menos cariñoso. Y hablá más bajo. Te va a
escuchar.
ERNESTO.- Si es sorda.
ANA.- Medio sorda.
MAMÁ.- ¿Qué hora es?
MARIO.- Las siete y cinco.
MAMÁ.- ¿Qué?
MARIO.- Las siete y cinco.
MAMÁ.- ¿De la tarde?
ERNESTO.- Sí, de la tarde. De la tarde.
MAMÁ.- Tengo que tomar las pastillas de la tarde.
ANA.- ¿Trajiste todas?
MAMÁ.- Traje el pastillero completo. Está con las divisiones para cada hora. Las
de ahora, las de antes de cenar, las de antes de ir a dormir y las de mañana para
el desayuno. ¿Me quedo hasta mañana?
ERNESTO.- Sí, mamá. Te dije que hasta mañana.
ANA.- A ver… te traigo agua y las tomás. ¿Cuántas son?
2. MAMÁ.- ¿Qué cosa?
ANA.- Las pastillas que tenés que tomar ahora.
MAMÁ.- Como siete. La de la presión, media. La de las coronarias, el diurético. El
ansiolítico…
ANA.- Bueno, no importa, mamá. Ya te traigo agua.
MAMÁ.- Un tecito, mejor. ¿Me hacés un tecito?
ANA.- Dale.
ERNESTO.- Mamá…
Mamá abre el pastillero y se le cae al piso. Más de treinta pastillas se
desparraman por el piso.
MAMÁ.- ¿Qué pasó?
ERNESTO.- ¡Mamá!
MARIO.- ¡Pero la puta madre!
ANA.- ¿Se cayeron todas? (A Mario y Ernesto) ¿Ustedes dónde carajo estaban?
¿No se dieron cuenta?
ERNESTO.- Se le cayeron, Ana.
MARIO.- ¿Qué querés que hiciéramos?
MAMÁ.- Juntalas, nene.
MARIO.- (Mientras las junta) Ahora hay que ordenarlas de nuevo.
MAMÁ.- ¿Qué?
ERNESTO.- Que hay que ordenarlas de nuevo, mamá.
ANA.- Bueno, nada, que las ordenamos y te tomás las que te tocan ahora.
MAMÁ.- Bueno.
MARIO.- A ver, mamá, ¿cuáles son las de ahora?
MAMÁ.- Qué sé yo.
ERNESTO.- ¿Cómo?
ANA.- (Didáctica) ¿Cuáles son las de ahora, mamá? Al menos decinos eso.
MAMÁ.- ¿Qué querés que te diga?
ERNESTO.- (Grita) ¿Cuáles tenés que tomar ahora?
ANA.- Pará, no le grites. ¿La querés matar de un infarto?
Silencio.
ERNESTO.- (A Ana) ¿Sos graciosa, vos?
ANA.- No, bueno, nada, quiero decir que…
ERNESTO.- Boludeces. (A Mario) ¿No te dije que es boluda?
MAMÁ.- ¿Las pastillas?
MARIO.- Acá están, mamá, pero tenés que decirnos cuáles son las que tenés
que tomar ahora, a la tarde, mamá. Las de ahora. ¿Cuáles?
MAMÁ.- Qué sé yo. No tengo idea.
ERNESTO.- ¿No las reconocés? Por los colores, mamá, por las formas.
MARIO.- Mirá, hay chiquitas, grandes, redonditas, varias rosa, otras azules, dos
blancas, como diez verdes…
ANA.- Mamá, miralas con atención.
MAMÁ.- No tengo ni idea. A mí me las dan. O me dan el pastillero. Ahí ya vienen
separadas y las tomo todas juntas.
ERNESTO.- Esperá, mamá.
MAMÁ.- ¿Qué?
ERNESTO.- Que esperes.
MAMÁ.- Bueno.
Ernesto le hace señas a Mario y a Ana para que lo sigan. Se aparte de la Mamá.
Mario y Ana lo siguen.
3. ERNESTO.- Cambio de planes. Es una buena oportunidad. Le damos cualquiera.
Mezclamos las que sean y listo. Más sencillo de lo que habíamos planificado.
MARIO.- ¿Cómo que vamos a darle cualquiera?
ANA.- Yo no entiendo.
ERNESTO.- Mezclamos cualquiera. ¿Cuántas hay?
MARIO.- Como treinta.
ERNESTO.- Le damos unas siete u ocho juntas. Cualquiera. Y listo. La
combinación debe ser terrible.
MARIO.- ¿Estás loco?
ANA.- ¿Qué sabés cómo se combinan? Capaz que la descompone y nada más.
MARIO.- O le hace mejor.
ANA.- Y hay que internarla y gastar más guita todavía.
ERNESTO.- Tiene razón. Volvamos al plan original.
MARIO.- ¿Pero con estas pastillas que mierda hacemos?
ERNESTO.- Tiralas.
ANA.- Las va a pedir.
MARIO.- Tiene razón.
ANA.- Tengo una idea. Llamamos al Geriátrico y les preguntamos.
ERNESTO.- Pero si las pastillas no tienen los nombres.
ANA.- Dejame a mí.
Ana va hacia el teléfono. Mario y Ernesto vuelven hacia donde está Mamá.
ERNESTO.- Bueno, mamá, ahora lo vamos a solucionar.
MAMÁ.- ¿Qué?
ERNESTO.- Que ahora lo vamos a solucionar.
MAMÁ.- ¿Qué cosa?
MARIO.- Lo de las pastillas, mamá.
MAMÁ.- Ah. (Llora)
ERNESTO.- Ahora ¿qué te pasa?
MARIO.- Mamá, ¿qué pasa?
ANA.- ¿La hicieron llorar?
ERNESTO.- Callate y llamá.
ANA.- Da ocupado.
ERNESTO.- Insití.
ANA.- ¿Qué creés que hago?
MARIO.- Mamá, no llores.
MAMÁ.- Ustedes son tan buenos. Y los problemas que yo les traigo. Si Diosito
me llevara. Mirá, me dejaría morir ya mismo.
ERNESTO.- Bueno, mamá. No exageres.
MAMÁ.- Tenés razón. No hay que llorar. “No hay que llorar, Nona”, como me dice
siempre Tito.
ERNESTO.- ¿Quién es Tito?
MAMÁ.- El enfermero de la mañana. Un genio, Tito.
ERNESTO.- ¿Nona, te dice? Nadie te dice Nona.
MAMÁ.- Tito, sí. Él me dice “Nona”. ¿Y qué?
ANA.- (Al teléfono) Sorondo. (Escucha) Bueno, “de Sorondo”.
MARIO.- (A Ana) ¿Y?
ANA.- (Al teléfono) ¿Malaro?
ERNESTO.- ¿Qué pasa?
ANA.- Usa el apellido de soltera. (Al teléfono) Bueno.
MARIO.- (A Ana) ¿Y?
4. ANA.- Bueno, nada, que fue a buscar al enfermero que le armó el pastillero.
ERNESTO.- No entiendo cómo vas a hacer.
ANA.- (Al teléfono) ¿Qué tal? Sí. (Pausa) Amalita, sí. (Pausa) La hija. Ana. ¿Qué
dice? ¿Le explicaron?
ERNESTO.- Mamá, tranquilizate.
MAMÁ.- (Imperativa) ¿Y el té?
MARIO.- Yo te lo hago.
ANA.- (Al teléfono. Con las pastillas, Didáctica) Amarilla oblonga grande. (Pausa)
OK. (Pausa) Celeste redondita chiquita. (Pausa) Sí, con ranura. (Pausa) OK.
ERNESTO.- Es una locura.
ANA.- (A Ernesto) Callate. (Al teléfono) No a usted, no. Sí, las tengo agrupadas
por tamaño. (Pausa) ¿Una de cada? (Pausa) OK.
MARIO.- ¿El té con edulcorante?
MAMÁ.- No, con miel, querido.
ERNESTO.- No hay miel.
MAMÁ.- ¿Qué?
ERNESTO.- Que no hay miel.
MARIO.- No hay miel, mamita.
MAMÁ.- Sin miel no puedo. No me pasa.
ERNESTO.- Cómo que no te pasa. Si es agua, mamá.
MAMÁ.- No me pasa.
ERNESTO.- (Impaciente) ¿El té solo, que es agua con gusto, no te pasa y con
miel, sí?
MAMÁ.- (A Mario) ¿Por qué me trata así? (A Ernesto) Si no querés no me des
nada.
MARIO.- Dejá, yo voy a comprar miel. ¿Qué hay acá cerca?
ERNESTO.- Fijate en el kiosco de la esquina. Menos mal que esto se acaba.
MAMÁ.- ¿Qué cosa se acaba?
ERNESTO.- (Por lo bajo a Mario) Escucha cuando quiere, la hija de puta.
MARIO.- Callate. Voy y vengo. (Sale)
ANA.- (Al teléfono) Exagonal celeste… Espere, espere. (Pausa) No, octogonal.
Ocho lados. Celeste, grandecita. (Pausa) No sé, le digo grandecita. (Impaciente)
¿Grandecita como qué?. No sé. Como una pastilla, señor. (Pausa) ¿Media? De
esa, media.
MAMÁ.- ¿Ves? Erny, tengo razón. Si yo me muriera no les daría tantos
problemas.
ANA.- (A la mamá) No digas pavadas. (Al teléfono) No, a usted no, señor.
(Pausa) Bueno, nada, creí que no estaba. Como me dijo que iba a ver la caja.
(Pausa) Ah, ¿esa a la noche?
ERNESTO.- En un rato se soluciona el tema y terminamos con esto.
MAMÁ.- ¿Con qué?
ERNESTO.- Lo de las pastillas, mamá.
MAMÁ.- Ah, sí, por favor. Si no me vuelvo a mi casa y listo. Tengo que tomar las
pastillas, tengo que cuidarme.
ERNESTO.- Al Hogar, mamá.
MAMÁ.- Sí, a mi hogar, mi casa. ¿Siempre corrigiendo a tu madre, vos?
ERNESTO.- No, digo que no te vas a tu casa. Vos no vivís más en tu casa,
mamá.
MAMÁ.- ¿Qué hicieron con mi casa?
5. ERNESTO.- La vendimos cuando… ¿No te acordás? Vos vivís hace diez años en
un Hogar.
MAMÁ.- En un Geriátrico. Desde que tu padre me dejó.
ERNESTO.- Se murió, mamá. Papá se murió hace diez años.
MAMÁ.- ¿Quién se murió?
ERNESTO.- Nada, mamá. Pero estás en un hogar.
MAMÁ.- Lleno de viejos. No sabés lo mal que están todos esos viejos. No se
acuerdan de nada, la mayoría están sordos. Los tienen que bañar, que
acompañar al baño.
ERNESTO.- A vos también, mamá.
MAMÁ.- (Enojada) ¿A mí qué? ¿A mí qué? Mirá si no voy a saber ir al baño sola.
ERNESTO.- Pero si vos usás pañales, mamá.
ANA.- (A Ernesto) Dejala. No la contradigas. (Al teléfono) Pero ella dice que son
más las que toma. (Pausa) OK.
MAMÁ.- (A Ana) ¿Qué decís, nena? (A Ernesto) Hay un viejo que es un
degenerado. En el geriátrico. Tiene como 80 años. Un viejo viejo. Un asqueroso.
Yo creo que quiere tener un hijo conmigo.
ERNESTO.- Mirá si vas a tener un hijo, mamá.
MAMÁ.- (Seria) Pero claro, nene. ¿Cómo voy a tener un hijo? ¿Te creés que soy
una irresponsable?
ERNESTO.- Mamá, quería decir otra cosa. Vos a tu edad no podés tener hijos.
MAMÁ.- Ya lo sé. Creés que soy tonta.
ANA.- (Al teléfono) Verde, verde. Como una aspirina. Aspirina. Aspirina, no
aspirineta. Aspirina, un geniol. Bueno, pero le digo aspirina y usted me dice
aspirineta. OK.
MAMÁ.- (A Ernesto) Quiero decir que no me tienen que llevar al baño. No soy
una nena. Al que había que cambiar todas las mañanas era a vos cuando eras
chico.
ERNESTO.- Justamente, mamá, era chico.
MAMÁ.- Tenías siete años, Mario.
ERNESTO.- Soy Ernesto, mamá.
MAMÁ.- Sí ya sé. ¿Cómo no voy a saber cómo te llamás? Tenías siete años.
ANA.- ¿La verde, con la octogonal? (Pausa) Antes de dormir.
ERNESTO.- No me acuerdo.
MAMÁ.- Yo sí. Y te hacía dormir y a la mitad de la noche me levantaba para
llevarte al baño. Igual, a la mañana, aparecías mojado.
ERNESTO.- Bueno, mamá, pero ahora tengo cuarenta y ocho años y voy al baño
solo.
ANA.- (Al teléfono) Cualquier cosa lo llamo. Gracias. Gracias. Sí, sí. Chau.
(Cuelga el teléfono. Entra Mario de la calle) Ya está. Listo.
MARIO.- ¿La mataron?
APAGÓN