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EL PACTO CON
EL MUQUI
Yeyson Gonzales
EL PACTO CON EL MUQUI
Este era un viejo minero que no obstante sus
cuarenta años de trabajo en las oquedades, no
había podido reunir los fondos necesarios para
sobrellevar una vejez exenta de privaciones. No
tenía casa propia ni había podido ampliar su
chacrita como lo habían hecho sus compañeros que
siempre le estaban recordando: “La juventud no es
eterna”. Eso lo intranquilizaba terriblemente. Tenía
que encontrar una manera de mejorar su situación.
LOS PROBLEMAS DEL HOMBRE
Como si todo fuera poco, a su cadena de frustraciones se le unía una serie de
acontecimientos misteriosos e inquietantes. A su agudo dolor reumático que agarrotaba
sus manos, cada día más agobiante, a la dureza acerada de las galerías, al salvaje trato
de sus jefes, se sumaba ahora un acontecimiento que lo tenía intrigado. Cada vez que
regresaba a su labor después de haber cumplido una tarea, encontraba revoloteado su
“huallqui” casi vacío y sin ningún cigarro en él. No podía saber quién le originaba este
problema. Cuando preguntaba a sus compañeros, éstos negaban enfáticamente ser los
actores del latrocinio. En el colmo de la desesperación con muchos de ellos llegó a
trompearse. Este hecho cada vez más repetitivo lo convirtió en enemigo de los que
trabajaban con él, aislándolo completamente en un enervante mundo de soledad y
silencio. Sólo su silbo, armonioso y sentimental como el de los jilgueros silvestres, le
hacían llevadero su aislamiento. Así las cosas, decidió investigar la razón de su
intranquilidad: encontraría al culpable de los hurtos de su coca y sus cigarros.
EL ENCUENTRO CON EL MUQUI
Fingiendo ir a cumplir un encargo, abandonaba su tarea a grandes trancos con su silbido agudo y
retozón; y tras avanzar un gran trecho, silenciaba su silbo, apagaba su lámpara y retornaba en sigilo
con el fin de sorprender al culpable. Muchas veces realizó esta maniobra sin resultado alguno. Una
tarde, cuando el cansancio estaba a punto de doblegarlo, alcanzó a ver desde su escondite secreto, una
pequeña luz que se acercaba. Esperó conteniendo la respiración. Ahora sí tendría que vérselas con el
culpable que le había ocasionado muchos problemas. Después de un buen rato de espera, quedó con los
ojos desmesuradamente abiertos. La luz que acababa de ver provenía de una pequeña lamparilla como
de juguete que pendía del casco de un ser diminuto y fornido, de ojos brillantes de cuarzo y barbas de
alcaparrosa. ¡Era el Muqui!. Conteniendo la respiración al máximo, esperó que estuviera a su alcance y,
cuando lo tuvo cerca, saltó como un gato y con el “chicullo” que llevaba en las manos, atrapó al gnomo
misterioso, dueño de las minas.
¡Te tengo, carajo! – Gritó el minero.
Por suerte, nada más que por suerte- contestó la aparición sin hacer nada por desasirse de los
poderosos brazos de su carcelero.- ¿Sabes quién soy?
¡Claro, carajo! ¡eres el Muqui! ¡Eres el dueño de las minas…
EL PACTO CON EL MUQUI
Y ahí estaba el muqui. Diminuto como un gnomo, fornido y rubio con sus gesticulantes manitas
regordetas. La cabezota unida al tronco sin trazas de cuello. Aprisionado por su protector de fibra
ámbar, los hilos de oro su cabello asomaban fulgurantes por los bordes; los pedernales de sus
juguetones ojitos, brillantes e inquietos -fijos en él- parecían querer saltar de sus órbitas; su apretada y
blanca barba de alcaparrosa, le daba un aspecto centenario. El Muki es el engreído de los Jircas –
deidades eternas de la tierra- que le han otorgado poderes sobrenaturales. Logra aumentar o
desaparecer la ley de los minerales; puede ayudar o hundir a los mineros en los socavones, por eso
éstos siempre le llevan ofrendas de coca y cigarro y, cuando beben, asperjan unas gotas sobre la tierra
para que el muqui junto con los jircas compartan la bebida.
¿Por qué me hiciste esas bromas tan pesadas que hasta me hicieron pelear con mis compañeros?…
¿Por qué Muqui?… ¿ah?… ¿por qué?.
Quería que me encontraras y lo he logrado…
¿Con qué fin?… ¿Qué quieres de mí?… ¿Qué?…
Tranquilízate. Sólo quiero hacer un pacto contigo porque sé que te conviene. Lo sé muy bien.
¿En qué consiste el pacto del que hablas?…
Uno muy sencillo que sé que puedes cumplirlo.
¿Sí?…
El pacto con el muqui

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El pacto con el muqui

  • 1. EL PACTO CON EL MUQUI Yeyson Gonzales
  • 2. EL PACTO CON EL MUQUI Este era un viejo minero que no obstante sus cuarenta años de trabajo en las oquedades, no había podido reunir los fondos necesarios para sobrellevar una vejez exenta de privaciones. No tenía casa propia ni había podido ampliar su chacrita como lo habían hecho sus compañeros que siempre le estaban recordando: “La juventud no es eterna”. Eso lo intranquilizaba terriblemente. Tenía que encontrar una manera de mejorar su situación.
  • 3. LOS PROBLEMAS DEL HOMBRE Como si todo fuera poco, a su cadena de frustraciones se le unía una serie de acontecimientos misteriosos e inquietantes. A su agudo dolor reumático que agarrotaba sus manos, cada día más agobiante, a la dureza acerada de las galerías, al salvaje trato de sus jefes, se sumaba ahora un acontecimiento que lo tenía intrigado. Cada vez que regresaba a su labor después de haber cumplido una tarea, encontraba revoloteado su “huallqui” casi vacío y sin ningún cigarro en él. No podía saber quién le originaba este problema. Cuando preguntaba a sus compañeros, éstos negaban enfáticamente ser los actores del latrocinio. En el colmo de la desesperación con muchos de ellos llegó a trompearse. Este hecho cada vez más repetitivo lo convirtió en enemigo de los que trabajaban con él, aislándolo completamente en un enervante mundo de soledad y silencio. Sólo su silbo, armonioso y sentimental como el de los jilgueros silvestres, le hacían llevadero su aislamiento. Así las cosas, decidió investigar la razón de su intranquilidad: encontraría al culpable de los hurtos de su coca y sus cigarros.
  • 4. EL ENCUENTRO CON EL MUQUI Fingiendo ir a cumplir un encargo, abandonaba su tarea a grandes trancos con su silbido agudo y retozón; y tras avanzar un gran trecho, silenciaba su silbo, apagaba su lámpara y retornaba en sigilo con el fin de sorprender al culpable. Muchas veces realizó esta maniobra sin resultado alguno. Una tarde, cuando el cansancio estaba a punto de doblegarlo, alcanzó a ver desde su escondite secreto, una pequeña luz que se acercaba. Esperó conteniendo la respiración. Ahora sí tendría que vérselas con el culpable que le había ocasionado muchos problemas. Después de un buen rato de espera, quedó con los ojos desmesuradamente abiertos. La luz que acababa de ver provenía de una pequeña lamparilla como de juguete que pendía del casco de un ser diminuto y fornido, de ojos brillantes de cuarzo y barbas de alcaparrosa. ¡Era el Muqui!. Conteniendo la respiración al máximo, esperó que estuviera a su alcance y, cuando lo tuvo cerca, saltó como un gato y con el “chicullo” que llevaba en las manos, atrapó al gnomo misterioso, dueño de las minas. ¡Te tengo, carajo! – Gritó el minero. Por suerte, nada más que por suerte- contestó la aparición sin hacer nada por desasirse de los poderosos brazos de su carcelero.- ¿Sabes quién soy? ¡Claro, carajo! ¡eres el Muqui! ¡Eres el dueño de las minas…
  • 5. EL PACTO CON EL MUQUI Y ahí estaba el muqui. Diminuto como un gnomo, fornido y rubio con sus gesticulantes manitas regordetas. La cabezota unida al tronco sin trazas de cuello. Aprisionado por su protector de fibra ámbar, los hilos de oro su cabello asomaban fulgurantes por los bordes; los pedernales de sus juguetones ojitos, brillantes e inquietos -fijos en él- parecían querer saltar de sus órbitas; su apretada y blanca barba de alcaparrosa, le daba un aspecto centenario. El Muki es el engreído de los Jircas – deidades eternas de la tierra- que le han otorgado poderes sobrenaturales. Logra aumentar o desaparecer la ley de los minerales; puede ayudar o hundir a los mineros en los socavones, por eso éstos siempre le llevan ofrendas de coca y cigarro y, cuando beben, asperjan unas gotas sobre la tierra para que el muqui junto con los jircas compartan la bebida. ¿Por qué me hiciste esas bromas tan pesadas que hasta me hicieron pelear con mis compañeros?… ¿Por qué Muqui?… ¿ah?… ¿por qué?. Quería que me encontraras y lo he logrado… ¿Con qué fin?… ¿Qué quieres de mí?… ¿Qué?… Tranquilízate. Sólo quiero hacer un pacto contigo porque sé que te conviene. Lo sé muy bien. ¿En qué consiste el pacto del que hablas?… Uno muy sencillo que sé que puedes cumplirlo. ¿Sí?…