1. ¿Para qué filosofía?
En defensa del sentido de utilidad
Hace ya tiempo que no pocas personas me han cuestionado acerca del campo
de estudio de la filosofía e, inevitablemente, de cómo el tipo de preguntas que
se plantea esta ciencia aportan algo a la sociedad o bien, cómo las respuesta a
esas preguntas se pueden poner en práctica, es decir, no preguntan otra cosa
que por la eficiencia o utilidad de estas mismas interrogantes y veredictos.
Creo que todo aquel que tome enserio la filosofía se verá en la misma
necesidad en la cual ahora me veo envuelto, a saber, el poder responder de
forma clara a estas demandas, las que cuales podríamos resumir en una sola
cuestión: ¿Para qué filosofía?
Antes de continuar esta acotada respuesta, me gustaría aclarar el sentido de
utilidad que distinguiré. Lo útil es aquello que funciona y la utilidad es el juicio
que se le asigna a esa funcionalidad, por ejemplo, comer bien le es útil al
cuerpo pues lo mantiene sano y a esto (normalmente) le asignamos una
utilidad positiva, pues estando sanos podemos tener una vida agradable,
digna. De acuerdo al contexto actual, el sentido de “utilidad” ha tomado un
rumbo muy claro, un curso que tiene la vista puesta en las mejores
consecuencias, por supuesto, las mejores consecuencias según el tipo sistema
en el que nos encontramos. Sólo lo que genera ganancia tiene un juicio
positivo, o dicho de otro modo, tiene “utilidad” aquello que genera ganancia,
por lo tanto, y al estar inmersos en un sistema tan absorbente, todo aquello
que no ponga la vista en estas consecuencias es tachado de disfuncional o
inutilizable. Sin embargo, no nos atemos sólo a este sentido de la palabra.
Tratemos, pues, de expandir la palabra “utilidad” tanto como nos lo permitan
nuestras mentes para así, comprender el valor inconmensurable que tiene la
filosofía.
Toda actividad diaria tiene una razón de ser. Si bien muchas de estas
actividades se vuelven costumbre y ya no nos llevan a una reflexión, es claro
que esta misma costumbre fue producto de alguna reflexión previa. Me refiero
específicamente a las costumbres que llevan consigo un juicio, es decir, en
aquellas donde decimos: esto es así o no es así, esto es correcto o no es
correcto, esto está bien o está mal. Normalmente se nos pueden pedir razones
2. de un juicio emitido por medio de preguntas tales como: ¿por qué dices eso?,
¿por qué dices que esto está mal?, ¿por qué dices que esto está bien? A las
cuales naturalmente se debe responder con los motivos o razones de esa
creencia. Un filósofo no hace sino este tipo de preguntas para poder decir con
certeza: esto es el caso o esto no es el caso. Se nos ha hecho costumbre decir
en forma de broma: “Esos filósofos siempre preguntándose ¿ser o no ser?” Sin
embargo, nos es sin razón que ha sido la pregunta fundadora de innumerables
ideologías a lo largo de nuestra existencia en la tierra. Toda reflexión nos lleva
a un juicio y, por lo general, el juicio nos lleva a cierto tipo de acciones. Por lo
tanto, y para decirlo de alguna manera, la gran parte de nuestras acciones
están cargadas de filosofía. La filosofía es pues, el principio de la acción; la
razón por la cual deseamos cierto tipo de objetivos.
Así, si la filosofía es el principio de la acción, es decir, aquello en lo que se
fundamenta la acción, entonces ¿Podemos decir que esta disciplina no es
funcional? Por su puesto que se puede, cuando un sistema tan avasallador
como en el que estamos inmersos nos lo dice, ya que éste no ofrece opciones,
lo único que ofrece es una visión limitada de los asuntos humanos y, por
supuesto, también de los no humanos. O dicho de mejor manera: lo único que
importa son los asuntos humanos enfocados a generar un tipo de riqueza, una
conmensurable, cuantificable, todo lo demás se presenta como secundario,
como una contingencia que no es de vital importancia, el único principio de
acción es el impuesto no el pensado a través de la reflexión. Es así como se
llega a la expresión “todo tiene un precio”.
Es sólo en la medida que nos damos cuenta de lo dicho anteriormente que
surge la importancia de poner en duda aquello en lo que hemos creído a lo
largo de nuestras vidas. Por supuesto, no es una duda vacía, es una duda que
en la mayoría de los casos niega y es una negación llena de contenido, es decir,
no una que simplemente y porque “se me da la gana” pongo sobre algún
asunto, sino porque ese mismo asunto se ha revelado como insostenible en la
manera que antes lo concebía. La duda verdaderamente filosófica es la duda
llena de contenido, como nos decía el famoso filósofo Francés J. P. Sartre: “Un
hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”
No es sino en la duda cuando nos hacemos conscientes de nuestra ignorancia.
Esto no significa que todo nuestro conocimiento anterior estuviera erróneo,
3. sino que es necesario llegar a asimilar ciertos juicios para poder ponerlos en
sospecha, en duda. Y no es un asunto poco conocido el que el humano sea un
ser limitado, un ser lleno de ignorancia. Es por ello, que la filosofía se revela no
sólo como funcional al quehacer humano, sino como indispensable para
realmente asimilarnos como libres, como agentes que pueden decidir acerca
de los asuntos que les competen. Es entonces en la sospecha, en la
desconfianza, en la duda de los juicios que se nos presentan como “lo
correcto” o “lo incorrecto” que reafirmamos nuestra humanidad.