1. El arte micénico
Esto no tiene nada de sorprendente; los individuos enterrados en larnax, o cajas mortuorias de
cerámica, serían los primeros dorios que se iban infiltrando en el seno de la sociedad prehelénica.
La decoración nórdica de sus ataúdes resulta perfectamente explicable. Así, las tres clases de
sepulturas de Micenas reflejan los tres tipos de población, por no decir castas, que ocuparon aquel
territorio un siglo antes del año 1000 anterior a nuestra era. Los sepulcros monumentales o
tesoros en forma de cámara serían los de los antiguos señores prehelénicos de origen puro; los
sepulcros del suelo del lugar sagrado o heroón serían ya de los príncipes aqueos que suplantaron a
los viejos monarcas, por conquista o por enlaces matrimoniales; y los larnax de cerámica
corresponderían a los primeros dorios, quizás infiltrados sigilosamente al principio o como
inmigrantes. Creciendo su número, se facilitó la invasión doria, ya de carácter militar y enemiga
intransigente de la antigua cultura prehelénica, que respetaron los aqueos.
El temor de una rebelión o invasión está patente en las formidables fortificaciones de la acrópolis
de Tirinto, quizás última defensa de los señores aqueos de Micenas. Se llega a lo alto siguiendo el
borde de las murallas sin desbastar; y franqueada la entrada del recinto, que está en la parte
superior, hay que seguir por el pasadizo abovedado hasta que al final se encuentra la entrada, a
modo de propileos, con un pórtico a cada lado. Después de un primer patio, en el extremo norte
de la acrópolis, hay que torcer en ángulo recto y atravesar otros propileos para llegar al patio
principal, donde están el altar doméstico y la entrada del megarón, que tiene un hogar muy
grande en el centro; el techo lo sostenían cuatro columnas, seguramente de leño, cuyas bases
2. quedan aún en el suelo. Otro megarón parecido, aunque menor, abría su fachada en otro patio. En
una prolongación del recinto fortificado estarían las habitaciones de la servidumbre.
La fortaleza prehelénica de Tirinto era la única residencia real cuya planta completa se había
podido excavar antes de los descubrimientos de Creta.
Tirinto fue abandonada en la época de la invasión doria, y no recibió más tarde pobladores nuevos
ni fueron aprovechadas sus ruinas para santuario, como ocurrió con las de la acrópolis de Atenas.
Esto explica el enorme interés que despertaba aquel castillo roquero, que había sido alcázar de
uno de los más poderosos señores de la Grecia primitiva. Pero su interés resulta secundario
después de la excavación de los grandes palacios prehelénicos de Creta, que se verificó
posteriormente.
Los historiadores clásicos sabían de manera vaga que Creta había ejercido antes de la invasión
doria una hegemonía sobre todo el mundo griego, basada principalmente en su poder marítimo.
Tucídides habla de las primeras talasocracias, o imperios navales, y de Minos, el monarca cretense
que imponía sus tributos severamente a los griegos del continente y del archipiélago. Pero en la
última guerra de Troya ya son los señores de la tierra firme los que dirigen la coalición de las
ciudades griegas en los poemas homéricos. Agamenón y Menelao, reyes de Micenas y Esparta, son
los que extienden su autoridad sobre los demás príncipes de Grecia y de las islas, incluso a los
cretenses.
El arte decorativo ofrece, en la civilización micéni-ca, fuertes elementos de originalidad junto a
claros influjos cretenses que hay que supeditar al entronque que tal cultura prehelénica estableció
con la que de antiguo florecía en Creta, cuando se puso en contacto con aquella isla, alrededor del
año 1450 a.C. Así, varios ejemplares muestran cuál debió ser, con anterioridad a tal hecho, el
impulso propio de ese arte autóctono continental; por ejemplo, las dagas que procedentes de las
tumbas de Micenas se conservan en el Museo Nacional de Atenas, presentan en sus hojas labores
de relieves embutidos en plata y oro que nada tienen de cretense, y revelan un concepto
extraordinariamente dinámico y vivaz, en sus temas finamente realizados: leones corriendo; una
escena de hombres afrontando a un león, mientras dos de estas fieras huyen; un felino cazando
pájaros.
Ciertas copas de oro de la misma época micénica demuestran que la orfebrería debió de ser ya
importante, antes de que aquel contacto quedase establecido. Así (en el citado museo) la
llamada Copa de Néstor, de dos asas, y la taza, admirablemente repujada, hallada en Vafio, con la
figura de un toro corriendo. Otros restos artísticos, en cambio, denotan la influencia que lo
minoico ejerció, entre ellos el de la pintura, hallada en Tirinto, de una joven vistiendo el conocido
indumento propio de las muchachas tan representadas en Cnosos, y llevando en sus manos una
caja a modo de ofrenda.
La cerámica es precisamente en sus formas, más que en su ornamentación (que es aquí
principalmente figurativa), donde muestra algunos indicios de influencia cretense; pero sus
pinturas muestran ya otras ambiciones; son de intención narrativa y en cierto modo señalan, así,
una de las principales direcciones en que se desarrollará la ornamentación cerámica griega.
Los asuntos son todavía con gran frecuencia marítimos, pero carecen de finura e invención,
cualidades que son patentes en las obras de arte del período anterior. No se puede hablar aún de
decadencia; las magníficas bestias de la Puerta de los Leones en Micenas se yerguen solemnes con
3. dignidad y grandiosidad. El arte micénico se hace hierático, estiliza los temas, efecto que
probablemente produce la presencia de los aqueos.
Bueyes arando (Museo de Atenas). Taza micénica de oro, cuya decoración en relieve muestra a los
bueyes arrastrando un arado. El vaso procede de la tumba de un rey micénico localizada en Vafio.