24. Añadir unos ajitos y perejil cortado, pasados por el último aceite de la sartén
25. Y comerlas, preferentemente con la mano, cuidando que las lágrimas, que a buen seguro os brotarán al recordar el sabor de este sublime manjar, no mojen mucho las anchoas.
26. Por cierto, que la culpa de haber estado tanto tiempo sin ellas ha sido nuestra y solo nuestra. Espero que esto nos enseñe, como en otras muchas cosas, a cuidar más de los recursos que el mundo pone en nuestras manos con tanta generosidad.