4. Objetivos
A través de la Escuela de Padres pretendemos:
Conseguir una mayor implicación y éxito de los padres en la educación de sus
hijos.
Optimizar las relaciones interfamilares mediante una mejor utilización de las
propias habilidades y recursos personales.
Ofrecer a los padres, ante situaciones difíciles, habilidades educativas que les
permitan conseguir las conductas adecuadas.
Ayudar a los padres a proyectar verdaderas expectativas educativas sobre sus
hijos, a adaptarse a ellas y llevarlas a cabo.
Dar conocimientos que puedan ser aplicados por los padres en los diferentes
momentos de la evolución de sus hijos como personas.
Fomentar la comunicación entre las diferentes partes implicadas en la educación de
nuestros hijos: padres, educadores, profesionales y escuela.
Ser el lugar de referencia para los padres y madres que deseen obtener habilidades
educativas y no meros consejos generales.
7. “TENER HIJOS NO LO
CONVIERTE A UNO EN
PADRE DEL MISMO
MODO QUE TENER UN
PIANO NO LO VUELVE
A UNO EN PIANISTA”
8. (El camino del encuentro, Jorge Bucay).
Cuentan que una noche, cuando en
la casa todos dormían, el pequeño Ernesto se
levantó de su cama y fue al cuarto de sus
padres, se paró junto a la cama de su papá y
tirando de las sábanas lo despertó:
—¿Cuánto ganas, papá? –le preguntó.
—¿cómo? –preguntó el padre entre sueños.
—Que cuánto ganas.
—Hijo, son las dos de la noche, ¡vete a
dormir!
—Sí, papi, ya me voy, pero... ¿cuánto ganas
en tu trabajo?
El padre se incorporó en la cama y en grito
ahogado le ordenó:
—Te vas a la cama inmediatamente, esos no
son temas para preguntarlos tú ¡y menos a
medianoche! extendió su dedo señalando la
puerta. Ernesto bajó la cabeza y se fue a su
cuarto.
9. (El camino del encuentro, Jorge Bucay).
A la mañana siguiente el padre pensó que había sido muy severo
con Ernesto y que su curiosidad no merecía tanto reproche. En un
intento de reparar, en la cena el padre decidió contestarle al hijo:
—Respecto a la pregunta de anoche, Ernesto, yo tengo un sueldo de
1.700 euros, pero con los descuentos me quedan unos 1.450 euros.
—¡Uhh!, ¡cuanto ganas, papi! –contestó Ernesto.
—Ahh... ¿y trabajas muchas horas?
—Sí, hijo, muchas horas. —¿Cuántas?
—Todo el día, hijo, todo el día.
—Ahh... asintió el chico, y siguió:
-Entonces, tienes mucho dinero ¿no?
—No tanto hijo, hay muchos gastos.
Basta de preguntas, eres muy chiquito
para estar hablando de dinero.
Un silencio invadió la sala y
callados todos se fueron a dormir.
Esa noche, una nueva visita de
Ernesto interrumpió el sueño de
los padres. Esta vez traía un
papel con números garabateados en la mano.
—Papi, ¿tú me puedes prestar veinte euros?
10. —¡Ernesto...! ¡Son las dos de la mañana! –se quejó el padre.
—Sí, pero, ¿me puedes dar…
El padre no le permitió terminar la frase.
—Así que este era el tema por el cual estás
preguntando tanto del dinero. Mocoso impertinente.
Vete inmediatamente a la cama antes de que te dé...
fuera de aquí... a tu cama. ¡Vamos!
Ernesto se da la vuelta lloriqueando y
arrastró los pies hacia la puerta.
Media hora después, quizás por la conciencia
del exceso, quizás por la dedicación de la madre
o simplemente por que la culpa no lo dejaba
dormir, el padre fue al cuarto de su hijo.
Desde la puerta escuchó lloriquear casi
en silencio. Se sentó en su cama y le habló.
—Perdóname si te grité, Ernesto, pero son las tres de la madrugada,
toda la gente está durmiendo, no hay ningún negocio abierto, ¿no podías
esperar hasta mañana?
—Sí, papá contestó el chico entre mocos.
El padre metió la mano en su bolsillo y sacó su billetera de donde
extrajo un billete de veinte euros. Los dejó en la mesita y le dijo:
11. —Ahí tienes el dinero.
El chico se enjugó las
lágrimas con la sábana y saltó de la
cama hasta su ropero, de allí sacó
una lata y de la lata unas monedas y
unos pocos billetes de euros. Agregó
los veinte euros al lado del resto y
contó con los dedos cuánto dinero
tenía. Después agarró el dinero
entre las dos manos y la puso en la
cama frente a su padre que lo
miraba sonriendo.
12. ¡Ahora sí! –dijo Ernesto–, llego justo,
sesenta y cinco euros con cincuenta
céntimos.
—Muy bien, hijo, ¿y qué vas a hacer con
ese dinero?
¿Me vendes una hora de tu tiempo?