1. La leyenda
del origen Los dioses, compadecidos de los
del chocolate trabajos que pasaba el pueblo tolteca,
resolvieron que uno bajara a la tierra
para ayudarles, enseñándoles las
ciencias y las artes. El elegido fue
Quetzalcóatl, él les dio además el don
de una planta que había robado a sus
hermanos, quienes la guardaban
celosamente
2. Quetzalcóatl plantó en los campos el arbolito y pidió a Tláloc que lo
alimentara con la lluvia, y a Xochiquetzal que lo adornara con flores. El
arbolillo dio sus frutos y Quetzalcóatl recogió las vainas, hizo tostar el fruto,
enseñó a molerlo a las mujeres que seguían los trabajos de los hombres, y a
batirlo con agua en las jícaras, obteniendo así el chocolate.
Los toltecas fueron ricos y sabios,
artistas y constructores; gozaban
del rico chocolate y eran felices,
lo cual despertó la envidia de los
dioses, más aún cuando
descubrieron que tomaban la
bebida destinada
únicamente a ellos…
3. La adicción al chocolate en el periodo virreinal
“Le dieron su chocolate”
Este dicho popular, que se usa cuando se considera
que a alguien le dieron su merecido, tiene como
origen un curioso incidente que nos habla de la
pasión que existía durante el virreinato por el
chocolate. Cuentan que en el año 1625, el obispo de
Chiapas, se atrevió a prohibir el abuso que hacían
del chocolate las damas de mayor alcurnia de la
capital, a quienes sus sirvientas y esclavas les
servían tazones humeantes del aromático brebaje,
durante las misas en la mismísima catedral y en las
ceremonias más solemnes
4. La medida causó la indignación de las señoras,
que aducían que era para resistir las
prolongadas ceremonias que les causaban fatiga,
lo que les disminuía la devoción, por lo que les
era indispensable. El obispo no cejaba, hasta que
un día amaneció muerto; había sido envenenado
con una taza de la misma bebida. Ni duda cabe –
acudiendo a otro dicho– que “le dieron agua de
su propio chocolate”
5. En el siglo XIX
Melchor Guaspe, recibió con
una taza de chocolate al
libertador mexicano Miguel
Hidalgo y Costilla una vez
capturado. En ese cautiverio se
ofreció a los presos
independentistas: chocolate con
pan por las mañanas, a
mediodía sopa de arroz de olla
y principio; a las cinco de la
tarde, como cena, asado de
carnero y frijoles”
6. La última cena de Hidalgo hubiera sido intrascendente, pero
él decidió escribir sobre los muros de la prisión una oración
de agradecimiento a sus carceleros, Ortega y Melchor, por
haber compartido con él sus alimentos, antes de ser fusilado:
“Ortega, tu crianza fina/ tu índole y estilo amable/ siempre te
harán apreciable/ aun con la gente peregrina.
“Tiene protección divina/ la piedad que has ejercido/ con un
pobre desvalido/ que mañana va a morir/ y no puede
retribuir/ ningún favor recibido.
“Das consuelo al desvalido/ en cuanto te es permitido,/
partes el postre con él/ y agradecido Miguel/ te da las gracias
rendido”.