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Muerte y resurrección: 
Sábado 13 de septiembre Cristo fue investido con el derecho de dar inmortalidad. La vida que ha- bía depuesto en su humanidad, la tomó de nuevo y la dio a la humanidad. Dice: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abun- dancia” (Juan 10:10). “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:54). “El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14). Todos los que son uno con Cristo mediante la fe en él, obtienen una ex- periencia que es vida para vida eterna. “Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí” (Juan 6:57). El, “en mí permanece, y yo en él” (Juan 6:56). “Yo le resucita- ré en el día postrero” (Juan 6:54). “Porque yo vivo, vosotros también vivi- réis” (Juan 14:19). Cristo llegó a ser uno con la humanidad, para que la humanidad pudiera llegar a ser una en espíritu y en vida con él. En virtud de esa unión, en obe- diencia a la Palabra de Dios, la vida de Cristo llega a ser la vida de la hu- manidad. Él dice al penitente: “Yo soy la resurrección y la vida” (Juan 11:25). La muerte es considerada por Cristo como un sueño: silencioso y oscuro sueño. Habla de ella como si fuera de poca importancia. “Todo aquel que vive y cree en mí –dice él– no morirá eternamente” (Juan 11:26). “El que guarda mi palabra, nunca sufrirá muerte” (Juan 8:52). “Nunca verá muerte” (Juan 8:51). Y para el creyente la muerte reviste poca importancia. Para él morir no es sino dormir. “También traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (1 Tesalonicenses 4:14) (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 355, 356). 
Domingo 4 de septiembre: El estado de los muertos. En el error fundamental de la inmortalidad natural, descansa la doctrina del estado consciente de los muertos, doctrina que, como la de los tormen-
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tos eternos, está en pugna con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, con los dictados de la razón y con nuestros sentimientos de humanidad. Según la creencia popular, los redimidos en el cielo están al cabo de todo lo que pasa en la tierra, y especialmente de lo que les pasa a los amigos que dejaron atrás. ¿Pero cómo podría ser fuente de dicha para los muertos el tener conocimiento de las aflicciones y congojas de los vivos, el ver los pecados cometidos por aquellos a quienes aman y verlos sufrir todas las penas, desilusiones y angustias de la vida? ¿Cuánto podrían gozar de la bienaventuranza del cielo los que revolotean alrededor de sus amigos en la tierra? ¡Y cuán repulsiva es la creencia de que, apenas exhalado el último suspiro, el alma del impenitente es arrojada a las llamas del infierno! ¡En qué abismos de dolor no deben sumirse los que ven a sus amigos bajar a la tumba sin preparación para entrar en una eternidad de pecado y de dolor! Muchos han sido arrastrados a la locura por este horrible pensamiento que los atormentara. ¿Qué dicen las Sagradas Escrituras a este respecto? David declara que el hombre no es consciente en la muerte: “Saldrá su espíritu, tomaráse en su tierra: en aquel día perecerán sus pensamientos” (Salmo 146:4). Salomón da el mismo testimonio: “Porque los que viven saben que han de morir: mas los muertos nada saben”. “También su amor, y su odio y su envidia, feneció ya: ni tiene ya más parte en el siglo, en todo lo que se hace debajo del sol”. “Adonde tú vas no hay obra, ni industria, ni ciencia, ni sabiduría” (Eclesiastés 9:5, 6,10). Cuando, en respuesta a sus oraciones, la vida de Ezequías fue prolonga- da por quince años, el rey agradecido, tributó a Dios loores por su gran mi- sericordia. En su canto de alabanza, dice por qué se alegraba: “No te ha de alabar el sepulcro; la muerte no te celebrará; ni esperarán en tu verdad los que bajan al hoyo. El viviente, el viviente sí, él te alabará, como yo, el día de hoy” (Isaías 38:18, 19, V.M.). La teología de moda presenta a los justos que fallecen como si estuvieran en el cielo gozando de la bienaventuranza y loando a Dios con lenguas inmortales, pero Ezequías no veía tan gloriosa perspectiva en la muerte. Sus palabras concuerdan con el testimonio del salmista: “Porque en la muerte no hay memoria de ti: ¿Quién te loará en el sepulcro?” (Salmo 6:5). “No son los muertos los que alaban a Jehová, ni todos los que bajan al silencio” (Salmos 115:17, V.M.) (El conflicto de los siglos, pp. 600-602). 
Lunes 15 de septiembre: La esperanza de la resurrección Cristo va a venir en las nubes y con grande gloria. Le acompañará una multitud de ángeles resplandecientes. Vendrá para resucitar a los muertos y para transformar a los santos vivos de gloria en gloria. Vendrá para honrar a los que le amaron y guardaron sus mandamientos, y para llevarlos consigo. No los ha olvidado ni tampoco ha olvidado su promesa. Volverán a unirse los eslabones de la familia (El Deseado de todas las gentes, p. 586). “Yo soy la resurrección y la vida”. En Cristo hay vida original, que no proviene ni deriva de otra. “El que tiene al Hijo, tiene la vida”. La divinidad de Cristo es la garantía que el creyente tiene de la vida eterna. “El que cree en mí –dijo Jesús– aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree
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en mí, no morirá eternamente. ¿Crees eso?” Cristo miraba hacia adelante, a su segunda venida. Entonces los justos muertos serán resucitados incorrup- tibles, y los justos vivos serán trasladados al cielo sin ver la muerte. El mi- lagro que Cristo estaba por realizar, al resucitar a Lázaro de los muertos, representaría la resurrección de todos los justos muertos. Por sus palabras y por sus obras, se declaró el Autor de la resurrección. El que iba a morir pronto en la cruz, estaba allí con las llaves de la muerte, vencedor del sepul- cro, y aseveraba su derecho y poder para dar vida eterna (El Deseado de todas las gentes, p. 489). Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de aquellos que dormían. Él estaba representado por la gavilla agitada, y su resurrección se realizó en el mismo día en que esa gavilla era presentada delante del Se- ñor... La gavilla dedicada a Dios representaba la mies. Así también Cristo, las primicias, representaba la gran mies espiritual que ha de ser juntada para el reino de Dios. Su resurrección es figura y garantía de la resurrección de todos los justos muertos. “Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con él a los que durmieron en Jesús”. La resurrección de Jesús fue una muestra de la resurrección final de to- dos los que duermen con él. El cuerpo resucitado del Salvador, su semblan- te, el acento de su voz, eran familiares a sus seguidores. De la misma mane- ra se levantarán los que duermen en Jesús. Conoceremos a nuestros amigos del mismo modo como los discípulos conocieron a Jesús. Pueden haber estado deformados, enfermos o desfigurados en esta vida mortal; no obstan- te en su cuerpo resucitado y glorificado se conservará perfectamente su identidad individual y reconoceremos, en el rostro radiante con la luz refle- jada del rostro de Jesús, los rasgos de los que amamos. Nos recibirá con honores. Se nos entregará una corona de vida que nunca perderá su resplan- dor (La fe por la cual vivo, p. 182). 
Martes 16 de septiembre: La resurrección y el Juicio. 
A consecuencia del pecado de Adán, la muerte pasó a toda la raza huma- na. Todos descienden igualmente a la tumba. Y debido a las disposiciones del plan de salvación, todos saldrán de los sepulcros. “Ha de haber resurrec- ción de los muertos, así de justos como de injustos” (Hechos 24:15) “Por- que así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivi- ficados” (1 Corintios 15:22). Pero queda sentada una distinción entre las dos clases que serán resucitadas. “Todos los que están en los sepulcros oi- rán su voz [del Hijo del hombre]; y los que hicieron bien, saldrán a resu- rrección de vida; mas los que hicieron mal a resurrección de condenación” (Juan 5:28, 29). Los que hayan sido “tenidos por dignos” de resucitar para la vida son llamados “dichosos y santos”. “Sobre los tales la segunda muer- te no tiene poder” (Apocalipsis 20:6, V.M.). Pero los que no hayan asegura- do para si el perdón, por medio del arrepentimiento y de la fe, recibirán el castigo señalado a la transgresión: “la paga del pecado”. Sufrirán un castigo de duración e intensidad diversas “según sus obras”, pero que terminará finalmente en la segunda muerte. Como, en conformidad con su justicia y
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con su misericordia, Dios no puede salvar al pecador en sus pecados, le priva de la existencia misma que sus transgresiones tenían ya comprometida y de la que se ha mostrado indigno. Un escritor inspirado dice: “Pues de aquí a poco no será el malo: y contemplarás sobre su lugar, y no parecerá”. Y otro dice: “Serán como si no hubieran sido” (Salmo 37:10; Abdías 16). Cubiertos de infamia, caerán en irreparable y eterno olvido (El conflicto de los siglos, pp. 599, 600). “Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras; muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (San- tiago 2:18). La parte que le corresponde cumplir al hombre en la salvación del alma es creer en Jesucristo como el perfecto Redentor y creerlo no por el testimonio de algún otro hombre, sino por sí mismo. Cristo imputa su perfección y justicia al pecador creyente que no continúa en el pecado, sino que se aparta de la transgresión para obedecer los mandamientos. Mientras Dios puede ser justo y al mismo tiempo justificar al pecador por los méritos de Cristo, ningún hombre puede cubrir su alma con el manto de la justicia de Cristo mientras practique pecados conocidos o descuide deberes conocidos. El apóstol Santiago vio los peligros que implicaría la presentación del tema de la justificación por la fe, y se esforzó por demostrar que la fe ge- nuina no puede existir sin las obras correspondientes. Presenta el ejemplo de Abrahán. Dice: “¿No ves que la fe obró con sus obras, y que la fe fue perfecta por las obras?” Una fe genuina produce obras genuinas en el cre- yente. La fe y la obediencia obran una sólida y valiosa experiencia. La fe que no obra por el amor y no purifica el alma, no justificará a nin- gún hombre... Necesitamos la fe de Abrahán para iluminar las tinieblas que nos rodean y que impiden que resplandezca la luz del amor de Dios y el crecimiento espiritual. Nuestra fe debe ser prolífica en buenas obras, porque la fe sin obras es muerta (La fe por la cual vivo, p. 117). 
Miércoles 17 de septiembre: Lo que dijo Jesús sobre el infierno En la parábola del hombre rico y Lázaro, Cristo muestra que los hombres deciden su destino eterno en esta vida. La gracia de Dios se ofrece a cada alma durante este tiempo de prueba. Pero si los hombres malgastan sus oportunidades en la complacencia propia, pierden la vida eterna. No se les concederá ningún tiempo de gracia complementario. Por su propia elección han constituido una gran sima entre ellos y su Dios... Cristo desea que sus oyentes comprendan que es imposible que el hom- bre obtenga la salvación del alma después de la muerte. “Hijo –se le hace responder a Abrahán– acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Láza- ro también males, mas ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Y además de esto, una grande sima está constituida entre nosotros y vosotros, que los que quisieran pasar de aquí a vosotros no pueden, ni de allá pasar acá”. Así Cristo presentó lo irremediable y desesperado que es buscar un segundo tiempo de gracia. Esta vida es el único tiempo que se le ha conce- dido al hombre para que en él se prepare para la eternidad (Palabras de vida del Gran Maestro, pp. 204-207). Cuando la voz de Dios despierte a los muertos, él saldrá del sepulcro con
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los mismos apetitos y pasiones, los mismos gustos y aversiones que poseía en la vida. Dios no hará ningún milagro por regenerar al hombre que no quiso ser regenerado cuando se le concedió toda oportunidad y se le prove- yó toda felicidad para ello. Mientras vivía no halló deleite en Dios, ni halló placer a su servicio. Su carácter no se halla en armonía con Dios y no podrá ser feliz en la familia celestial. Hoy día existe una clase de personas en nuestro mundo que tienen la jus- ticia propia. No son comilones, no son borrachos, no son incrédulos; pero quieren vivir para sí mismos, no para Dios. Él no se halla en sus pensamien- tos; por consiguiente se los califica con los incrédulos. Si les fuera posible entrar por las puertas de la ciudad de Dios, no podrían tener derecho al ár- bol de la vida; porque cuando los mandamientos de Dios fueron presentados ante ellos con todos sus requerimientos dijeron: No. No han servido a Dios aquí; por consiguiente no lo servirían en el futuro. No podrían vivir en su presencia, y no se sentirían a gusto en ningún lugar del cielo. Aprender de Dios significa recibir su gracia, la cual es su carácter. Pero aquellos que no aprecian ni aprovechan las preciosas oportunidades y las sagradas influen- cias que le son concedidas en la tierra, no están capacitados para tomar par- te en la devoción pura del cielo. Su carácter no está moldeado de acuerdo con la similitud divina. Por su propia negligencia han formado un abismo que nada puede salvar. Entre ellos y la justicia se ha formado una gran sima (Palabras de vida del Gran Maestro, pp. 214, 215). 
Jueves 18 de septiembre: Jesús conquistó la muerte. 
Cristo era salud y fortaleza en sí mismo, y cuando los dolientes eran traídos a su presencia, siempre era reprochada la enfermedad. Por esa razón no fue inmediatamente a ver a Lázaro. No podría haber visto su sufrimiento sin aliviarlo. No podría haber visto la enfermedad y la muerte sin combatir el poder de Satanás. Fue permitida la muerte de Lázaro para que pudiera ser presentada su resurrección, como la última evidencia cumbre para los ju- díos, de que Jesús era el Hijo de Dios. 
Y en todo ese conflicto con el poder del mal siempre estuvo delante de Cris- to la oscura sombra en la que él mismo debía entrar. Estuvo siempre delante de él el medio por el cual debía pagar el rescate de esas almas... Cuando resucitó a Lázaro, sabía que por esa vida debía pagar el rescate en la cruz del Calvario (A fin de conocerle, p. 50). 
Al demorar en venir a Lázaro, Jesús tenía un propósito de misericordia para con los que no le habían recibido. Tardó, a fin de que al resucitar a Lázaro pudiese dar a su pueblo obstinado e incrédulo, otra evidencia de que él era de veras “la resurrección y la vida”. Le costaba renunciar a toda esperanza con respecto a su pueblo, las pobres y extraviadas ovejas de la casa de Is- rael. Su impenitencia le partía el corazón. En su misericordia, se propuso
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darles una evidencia más de que era el Restaurador, el único que podía sa- car a luz la vida y la inmortalidad. Había de ser una evidencia que los sa- cerdotes no podrían interpretar mal. Tal fue la razón de su demora en ir a Betania. Este milagro culminante, la resurrección de Lázaro, había de poner el sello de Dios sobre su obra y su pretensión a la divinidad (El Deseado de todas las gentes, p. 487). 
La resurrección de Cristo de entre los muertos fue el sello del Padre al cum- plimiento de su misión. Fue la manifestación pública de que aceptaba ple- namente el sacrificio de Jesús en nuestro favor. Se había cumplido, en for- ma perfecta y completa, lo que Dios requería. Ningún ser humano hubiera podido, mediante sus obras, alcanzar los requerimientos divinos. Cuando en la cruz Jesús declaró: “¡Consumado es!”, hubo gozo y gloria en el cielo, y sentimientos de derrota en la confederación del mal. Cuando inclinó su ca- beza y murió, les pareció a todos que el Capitán de nuestra salvación había sido derrotado; pero fue él quien conquistó la muerte y abrió las puertas de las glorias eternas para que todos los que creen en él, no se pierdan, sino que tengan vida eterna (Review and Herald, 29 de enero de 1895). La resu- rrección y la ascensión de nuestro Señor constituyen una evidencia segura del triunfo de los santos de Dios sobre la muerte y el sepulcro, y una garan- tía de que el cielo está abierto para quienes lavan las vestiduras de su carác- ter y las emblanquecen en la sangre del Cordero. Jesús ascendió al Padre como representante de la familia humana, y allí llevará Dios a los que refle- jan su imagen para que contemplen su gloria y participen de ella con él... 
Nos hallamos todavía en medio de las sombras y el torbellino de las activi- dades terrenales. Consideremos con sumo fervor el bienaventurado más allá. Que nuestra fe penetre a través de toda nube de tinieblas, y contem- plemos a Aquel que murió por los pecados del mundo. Abrió las puertas del paraíso para todos los que le reciban y crean en él. Les da la potestad de llegar a ser hijos e hijas de Dios (Joyas de los testimonios, tomo 3, p. 433)..
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Notas de Elena | Lección 12 | Muerte y resurrección | Escuela Sabática

  • 1. www.EscuelaSabatica.es III Trimestre de 2014 Las enseñanzas de Jesús Notas de Elena G. de White Lección 12 20 de septiembre 2014 Muerte y resurrección: Sábado 13 de septiembre Cristo fue investido con el derecho de dar inmortalidad. La vida que ha- bía depuesto en su humanidad, la tomó de nuevo y la dio a la humanidad. Dice: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abun- dancia” (Juan 10:10). “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:54). “El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14). Todos los que son uno con Cristo mediante la fe en él, obtienen una ex- periencia que es vida para vida eterna. “Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí” (Juan 6:57). El, “en mí permanece, y yo en él” (Juan 6:56). “Yo le resucita- ré en el día postrero” (Juan 6:54). “Porque yo vivo, vosotros también vivi- réis” (Juan 14:19). Cristo llegó a ser uno con la humanidad, para que la humanidad pudiera llegar a ser una en espíritu y en vida con él. En virtud de esa unión, en obe- diencia a la Palabra de Dios, la vida de Cristo llega a ser la vida de la hu- manidad. Él dice al penitente: “Yo soy la resurrección y la vida” (Juan 11:25). La muerte es considerada por Cristo como un sueño: silencioso y oscuro sueño. Habla de ella como si fuera de poca importancia. “Todo aquel que vive y cree en mí –dice él– no morirá eternamente” (Juan 11:26). “El que guarda mi palabra, nunca sufrirá muerte” (Juan 8:52). “Nunca verá muerte” (Juan 8:51). Y para el creyente la muerte reviste poca importancia. Para él morir no es sino dormir. “También traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (1 Tesalonicenses 4:14) (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 355, 356). Domingo 4 de septiembre: El estado de los muertos. En el error fundamental de la inmortalidad natural, descansa la doctrina del estado consciente de los muertos, doctrina que, como la de los tormen-
  • 2. www.EscuelaSabatica.es tos eternos, está en pugna con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, con los dictados de la razón y con nuestros sentimientos de humanidad. Según la creencia popular, los redimidos en el cielo están al cabo de todo lo que pasa en la tierra, y especialmente de lo que les pasa a los amigos que dejaron atrás. ¿Pero cómo podría ser fuente de dicha para los muertos el tener conocimiento de las aflicciones y congojas de los vivos, el ver los pecados cometidos por aquellos a quienes aman y verlos sufrir todas las penas, desilusiones y angustias de la vida? ¿Cuánto podrían gozar de la bienaventuranza del cielo los que revolotean alrededor de sus amigos en la tierra? ¡Y cuán repulsiva es la creencia de que, apenas exhalado el último suspiro, el alma del impenitente es arrojada a las llamas del infierno! ¡En qué abismos de dolor no deben sumirse los que ven a sus amigos bajar a la tumba sin preparación para entrar en una eternidad de pecado y de dolor! Muchos han sido arrastrados a la locura por este horrible pensamiento que los atormentara. ¿Qué dicen las Sagradas Escrituras a este respecto? David declara que el hombre no es consciente en la muerte: “Saldrá su espíritu, tomaráse en su tierra: en aquel día perecerán sus pensamientos” (Salmo 146:4). Salomón da el mismo testimonio: “Porque los que viven saben que han de morir: mas los muertos nada saben”. “También su amor, y su odio y su envidia, feneció ya: ni tiene ya más parte en el siglo, en todo lo que se hace debajo del sol”. “Adonde tú vas no hay obra, ni industria, ni ciencia, ni sabiduría” (Eclesiastés 9:5, 6,10). Cuando, en respuesta a sus oraciones, la vida de Ezequías fue prolonga- da por quince años, el rey agradecido, tributó a Dios loores por su gran mi- sericordia. En su canto de alabanza, dice por qué se alegraba: “No te ha de alabar el sepulcro; la muerte no te celebrará; ni esperarán en tu verdad los que bajan al hoyo. El viviente, el viviente sí, él te alabará, como yo, el día de hoy” (Isaías 38:18, 19, V.M.). La teología de moda presenta a los justos que fallecen como si estuvieran en el cielo gozando de la bienaventuranza y loando a Dios con lenguas inmortales, pero Ezequías no veía tan gloriosa perspectiva en la muerte. Sus palabras concuerdan con el testimonio del salmista: “Porque en la muerte no hay memoria de ti: ¿Quién te loará en el sepulcro?” (Salmo 6:5). “No son los muertos los que alaban a Jehová, ni todos los que bajan al silencio” (Salmos 115:17, V.M.) (El conflicto de los siglos, pp. 600-602). Lunes 15 de septiembre: La esperanza de la resurrección Cristo va a venir en las nubes y con grande gloria. Le acompañará una multitud de ángeles resplandecientes. Vendrá para resucitar a los muertos y para transformar a los santos vivos de gloria en gloria. Vendrá para honrar a los que le amaron y guardaron sus mandamientos, y para llevarlos consigo. No los ha olvidado ni tampoco ha olvidado su promesa. Volverán a unirse los eslabones de la familia (El Deseado de todas las gentes, p. 586). “Yo soy la resurrección y la vida”. En Cristo hay vida original, que no proviene ni deriva de otra. “El que tiene al Hijo, tiene la vida”. La divinidad de Cristo es la garantía que el creyente tiene de la vida eterna. “El que cree en mí –dijo Jesús– aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree
  • 3. www.EscuelaSabatica.es en mí, no morirá eternamente. ¿Crees eso?” Cristo miraba hacia adelante, a su segunda venida. Entonces los justos muertos serán resucitados incorrup- tibles, y los justos vivos serán trasladados al cielo sin ver la muerte. El mi- lagro que Cristo estaba por realizar, al resucitar a Lázaro de los muertos, representaría la resurrección de todos los justos muertos. Por sus palabras y por sus obras, se declaró el Autor de la resurrección. El que iba a morir pronto en la cruz, estaba allí con las llaves de la muerte, vencedor del sepul- cro, y aseveraba su derecho y poder para dar vida eterna (El Deseado de todas las gentes, p. 489). Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de aquellos que dormían. Él estaba representado por la gavilla agitada, y su resurrección se realizó en el mismo día en que esa gavilla era presentada delante del Se- ñor... La gavilla dedicada a Dios representaba la mies. Así también Cristo, las primicias, representaba la gran mies espiritual que ha de ser juntada para el reino de Dios. Su resurrección es figura y garantía de la resurrección de todos los justos muertos. “Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con él a los que durmieron en Jesús”. La resurrección de Jesús fue una muestra de la resurrección final de to- dos los que duermen con él. El cuerpo resucitado del Salvador, su semblan- te, el acento de su voz, eran familiares a sus seguidores. De la misma mane- ra se levantarán los que duermen en Jesús. Conoceremos a nuestros amigos del mismo modo como los discípulos conocieron a Jesús. Pueden haber estado deformados, enfermos o desfigurados en esta vida mortal; no obstan- te en su cuerpo resucitado y glorificado se conservará perfectamente su identidad individual y reconoceremos, en el rostro radiante con la luz refle- jada del rostro de Jesús, los rasgos de los que amamos. Nos recibirá con honores. Se nos entregará una corona de vida que nunca perderá su resplan- dor (La fe por la cual vivo, p. 182). Martes 16 de septiembre: La resurrección y el Juicio. A consecuencia del pecado de Adán, la muerte pasó a toda la raza huma- na. Todos descienden igualmente a la tumba. Y debido a las disposiciones del plan de salvación, todos saldrán de los sepulcros. “Ha de haber resurrec- ción de los muertos, así de justos como de injustos” (Hechos 24:15) “Por- que así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivi- ficados” (1 Corintios 15:22). Pero queda sentada una distinción entre las dos clases que serán resucitadas. “Todos los que están en los sepulcros oi- rán su voz [del Hijo del hombre]; y los que hicieron bien, saldrán a resu- rrección de vida; mas los que hicieron mal a resurrección de condenación” (Juan 5:28, 29). Los que hayan sido “tenidos por dignos” de resucitar para la vida son llamados “dichosos y santos”. “Sobre los tales la segunda muer- te no tiene poder” (Apocalipsis 20:6, V.M.). Pero los que no hayan asegura- do para si el perdón, por medio del arrepentimiento y de la fe, recibirán el castigo señalado a la transgresión: “la paga del pecado”. Sufrirán un castigo de duración e intensidad diversas “según sus obras”, pero que terminará finalmente en la segunda muerte. Como, en conformidad con su justicia y
  • 4. www.EscuelaSabatica.es con su misericordia, Dios no puede salvar al pecador en sus pecados, le priva de la existencia misma que sus transgresiones tenían ya comprometida y de la que se ha mostrado indigno. Un escritor inspirado dice: “Pues de aquí a poco no será el malo: y contemplarás sobre su lugar, y no parecerá”. Y otro dice: “Serán como si no hubieran sido” (Salmo 37:10; Abdías 16). Cubiertos de infamia, caerán en irreparable y eterno olvido (El conflicto de los siglos, pp. 599, 600). “Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras; muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (San- tiago 2:18). La parte que le corresponde cumplir al hombre en la salvación del alma es creer en Jesucristo como el perfecto Redentor y creerlo no por el testimonio de algún otro hombre, sino por sí mismo. Cristo imputa su perfección y justicia al pecador creyente que no continúa en el pecado, sino que se aparta de la transgresión para obedecer los mandamientos. Mientras Dios puede ser justo y al mismo tiempo justificar al pecador por los méritos de Cristo, ningún hombre puede cubrir su alma con el manto de la justicia de Cristo mientras practique pecados conocidos o descuide deberes conocidos. El apóstol Santiago vio los peligros que implicaría la presentación del tema de la justificación por la fe, y se esforzó por demostrar que la fe ge- nuina no puede existir sin las obras correspondientes. Presenta el ejemplo de Abrahán. Dice: “¿No ves que la fe obró con sus obras, y que la fe fue perfecta por las obras?” Una fe genuina produce obras genuinas en el cre- yente. La fe y la obediencia obran una sólida y valiosa experiencia. La fe que no obra por el amor y no purifica el alma, no justificará a nin- gún hombre... Necesitamos la fe de Abrahán para iluminar las tinieblas que nos rodean y que impiden que resplandezca la luz del amor de Dios y el crecimiento espiritual. Nuestra fe debe ser prolífica en buenas obras, porque la fe sin obras es muerta (La fe por la cual vivo, p. 117). Miércoles 17 de septiembre: Lo que dijo Jesús sobre el infierno En la parábola del hombre rico y Lázaro, Cristo muestra que los hombres deciden su destino eterno en esta vida. La gracia de Dios se ofrece a cada alma durante este tiempo de prueba. Pero si los hombres malgastan sus oportunidades en la complacencia propia, pierden la vida eterna. No se les concederá ningún tiempo de gracia complementario. Por su propia elección han constituido una gran sima entre ellos y su Dios... Cristo desea que sus oyentes comprendan que es imposible que el hom- bre obtenga la salvación del alma después de la muerte. “Hijo –se le hace responder a Abrahán– acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Láza- ro también males, mas ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Y además de esto, una grande sima está constituida entre nosotros y vosotros, que los que quisieran pasar de aquí a vosotros no pueden, ni de allá pasar acá”. Así Cristo presentó lo irremediable y desesperado que es buscar un segundo tiempo de gracia. Esta vida es el único tiempo que se le ha conce- dido al hombre para que en él se prepare para la eternidad (Palabras de vida del Gran Maestro, pp. 204-207). Cuando la voz de Dios despierte a los muertos, él saldrá del sepulcro con
  • 5. www.EscuelaSabatica.es los mismos apetitos y pasiones, los mismos gustos y aversiones que poseía en la vida. Dios no hará ningún milagro por regenerar al hombre que no quiso ser regenerado cuando se le concedió toda oportunidad y se le prove- yó toda felicidad para ello. Mientras vivía no halló deleite en Dios, ni halló placer a su servicio. Su carácter no se halla en armonía con Dios y no podrá ser feliz en la familia celestial. Hoy día existe una clase de personas en nuestro mundo que tienen la jus- ticia propia. No son comilones, no son borrachos, no son incrédulos; pero quieren vivir para sí mismos, no para Dios. Él no se halla en sus pensamien- tos; por consiguiente se los califica con los incrédulos. Si les fuera posible entrar por las puertas de la ciudad de Dios, no podrían tener derecho al ár- bol de la vida; porque cuando los mandamientos de Dios fueron presentados ante ellos con todos sus requerimientos dijeron: No. No han servido a Dios aquí; por consiguiente no lo servirían en el futuro. No podrían vivir en su presencia, y no se sentirían a gusto en ningún lugar del cielo. Aprender de Dios significa recibir su gracia, la cual es su carácter. Pero aquellos que no aprecian ni aprovechan las preciosas oportunidades y las sagradas influen- cias que le son concedidas en la tierra, no están capacitados para tomar par- te en la devoción pura del cielo. Su carácter no está moldeado de acuerdo con la similitud divina. Por su propia negligencia han formado un abismo que nada puede salvar. Entre ellos y la justicia se ha formado una gran sima (Palabras de vida del Gran Maestro, pp. 214, 215). Jueves 18 de septiembre: Jesús conquistó la muerte. Cristo era salud y fortaleza en sí mismo, y cuando los dolientes eran traídos a su presencia, siempre era reprochada la enfermedad. Por esa razón no fue inmediatamente a ver a Lázaro. No podría haber visto su sufrimiento sin aliviarlo. No podría haber visto la enfermedad y la muerte sin combatir el poder de Satanás. Fue permitida la muerte de Lázaro para que pudiera ser presentada su resurrección, como la última evidencia cumbre para los ju- díos, de que Jesús era el Hijo de Dios. Y en todo ese conflicto con el poder del mal siempre estuvo delante de Cris- to la oscura sombra en la que él mismo debía entrar. Estuvo siempre delante de él el medio por el cual debía pagar el rescate de esas almas... Cuando resucitó a Lázaro, sabía que por esa vida debía pagar el rescate en la cruz del Calvario (A fin de conocerle, p. 50). Al demorar en venir a Lázaro, Jesús tenía un propósito de misericordia para con los que no le habían recibido. Tardó, a fin de que al resucitar a Lázaro pudiese dar a su pueblo obstinado e incrédulo, otra evidencia de que él era de veras “la resurrección y la vida”. Le costaba renunciar a toda esperanza con respecto a su pueblo, las pobres y extraviadas ovejas de la casa de Is- rael. Su impenitencia le partía el corazón. En su misericordia, se propuso
  • 6. www.EscuelaSabatica.es darles una evidencia más de que era el Restaurador, el único que podía sa- car a luz la vida y la inmortalidad. Había de ser una evidencia que los sa- cerdotes no podrían interpretar mal. Tal fue la razón de su demora en ir a Betania. Este milagro culminante, la resurrección de Lázaro, había de poner el sello de Dios sobre su obra y su pretensión a la divinidad (El Deseado de todas las gentes, p. 487). La resurrección de Cristo de entre los muertos fue el sello del Padre al cum- plimiento de su misión. Fue la manifestación pública de que aceptaba ple- namente el sacrificio de Jesús en nuestro favor. Se había cumplido, en for- ma perfecta y completa, lo que Dios requería. Ningún ser humano hubiera podido, mediante sus obras, alcanzar los requerimientos divinos. Cuando en la cruz Jesús declaró: “¡Consumado es!”, hubo gozo y gloria en el cielo, y sentimientos de derrota en la confederación del mal. Cuando inclinó su ca- beza y murió, les pareció a todos que el Capitán de nuestra salvación había sido derrotado; pero fue él quien conquistó la muerte y abrió las puertas de las glorias eternas para que todos los que creen en él, no se pierdan, sino que tengan vida eterna (Review and Herald, 29 de enero de 1895). La resu- rrección y la ascensión de nuestro Señor constituyen una evidencia segura del triunfo de los santos de Dios sobre la muerte y el sepulcro, y una garan- tía de que el cielo está abierto para quienes lavan las vestiduras de su carác- ter y las emblanquecen en la sangre del Cordero. Jesús ascendió al Padre como representante de la familia humana, y allí llevará Dios a los que refle- jan su imagen para que contemplen su gloria y participen de ella con él... Nos hallamos todavía en medio de las sombras y el torbellino de las activi- dades terrenales. Consideremos con sumo fervor el bienaventurado más allá. Que nuestra fe penetre a través de toda nube de tinieblas, y contem- plemos a Aquel que murió por los pecados del mundo. Abrió las puertas del paraíso para todos los que le reciban y crean en él. Les da la potestad de llegar a ser hijos e hijas de Dios (Joyas de los testimonios, tomo 3, p. 433)..
  • 7. www.EscuelaSabatica.es Material facilitado por JESÚS PADILLA © http://escuelasabatica.es/ www.facebook.com/EscuelaSabatica.es Suscríbase para recibir gratuitamente recursos para la Escuela Sabática