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El campo de girasoles

Éramos tantas miles de personas las que nos habíamos congregado, de forma pacífica, ante el
Congreso de los Diputados para participar en la manifestación del 25-S, que podríamos llenar
tres estadios de fútbol como el Bernabéu, y aún quedaría gente fuera. Sólo portábamos una
pequeña pancarta que decía “NO”. Y dentro de la O, unas tijeras. NO a los recortes. NO al paro.
NO a la subida de impuestos. NO a los recortes sociales. NO a los ajustes en sanidad. NO al
tijeretazo en educación. NO a la reforma laboral. NO a los beneficios de la banca. NO a los
políticos corruptos. NO a la congelación de las pensiones. NO, NO y NO.

 Unos policías cargaron contra nosotros de forma inesperada. Recibí un porrazo en la cabeza
que me dejó trastornado. El mundo giró al revés ante mis ojos. Me convertí en algo así como
un balón de fútbol y recibí patadas por todos los costados. En un momento dado, me vi
volando por encima de la multitud. El millón de pancartas que decían NO, me pareció un
inmenso campo de girasoles en blanco y negro que llenaba completamente la plaza de
Neptuno.

Las intermitentes luces azules de los furgones policiales alineados en todas las esquinas,
emitían rayos láser que acribillaban el cielo. Pero yo seguí volando por encima de ellos.

Detrás de las triples vallas metálicas entrelazadas, la hilera de anti disturbios permanecía en
formación protegiendo el edificio. Las manos enguantadas, y las piernas separadas. Parecían
gigantescos robots de más de tres metros de alto, pertrechados con sofisticadas armas,
escudos, porras y cascos. Pensé si no estarían rodando una escena de La Guerra de las
Galaxias.

El palacio del congreso, dormitaba como un animal, transparentado por miles de focos. Los
señores diputados, arrellanados en sillones, escupían palabras rebuscadas, en frases
enrevesadas que no decían nada. Todos gorditos, lustrosos y sonrientes. Son la clase superior
de la sociedad. Los cabezas pensantes. Los dueños de los sueños de los demás. Los que
ordenan y fabrican leyes para sus propios beneficios. Cuando se dirigen la palabra unos a
otros, se llaman “Su Señoría” ¡Qué risa!

Adoran a la diosa vaca de las mil tetas, que les permite legalmente mamar durante cuatro
años. Algunos llevan ocho. Otros, toda la vida. Vi cómo se daban palmaditas en la espalda
felicitándose entre ellos por lo bien que les iban los negocios.

Mientras en la calle continuaban los porrazos, las carreras, los insultos, las heridas, los
pisotones, hasta que no quedó un solo girasol en pie.

Desperté magullado en casa de unos colegas. Les dije, indignado:

-Mañana plantaremos otro campo de girasoles.

-¿Otro campo de girasoles? ¿De qué hablas, tío?

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  • 1. El campo de girasoles Éramos tantas miles de personas las que nos habíamos congregado, de forma pacífica, ante el Congreso de los Diputados para participar en la manifestación del 25-S, que podríamos llenar tres estadios de fútbol como el Bernabéu, y aún quedaría gente fuera. Sólo portábamos una pequeña pancarta que decía “NO”. Y dentro de la O, unas tijeras. NO a los recortes. NO al paro. NO a la subida de impuestos. NO a los recortes sociales. NO a los ajustes en sanidad. NO al tijeretazo en educación. NO a la reforma laboral. NO a los beneficios de la banca. NO a los políticos corruptos. NO a la congelación de las pensiones. NO, NO y NO. Unos policías cargaron contra nosotros de forma inesperada. Recibí un porrazo en la cabeza que me dejó trastornado. El mundo giró al revés ante mis ojos. Me convertí en algo así como un balón de fútbol y recibí patadas por todos los costados. En un momento dado, me vi volando por encima de la multitud. El millón de pancartas que decían NO, me pareció un inmenso campo de girasoles en blanco y negro que llenaba completamente la plaza de Neptuno. Las intermitentes luces azules de los furgones policiales alineados en todas las esquinas, emitían rayos láser que acribillaban el cielo. Pero yo seguí volando por encima de ellos. Detrás de las triples vallas metálicas entrelazadas, la hilera de anti disturbios permanecía en formación protegiendo el edificio. Las manos enguantadas, y las piernas separadas. Parecían gigantescos robots de más de tres metros de alto, pertrechados con sofisticadas armas, escudos, porras y cascos. Pensé si no estarían rodando una escena de La Guerra de las Galaxias. El palacio del congreso, dormitaba como un animal, transparentado por miles de focos. Los señores diputados, arrellanados en sillones, escupían palabras rebuscadas, en frases enrevesadas que no decían nada. Todos gorditos, lustrosos y sonrientes. Son la clase superior de la sociedad. Los cabezas pensantes. Los dueños de los sueños de los demás. Los que ordenan y fabrican leyes para sus propios beneficios. Cuando se dirigen la palabra unos a otros, se llaman “Su Señoría” ¡Qué risa! Adoran a la diosa vaca de las mil tetas, que les permite legalmente mamar durante cuatro años. Algunos llevan ocho. Otros, toda la vida. Vi cómo se daban palmaditas en la espalda felicitándose entre ellos por lo bien que les iban los negocios. Mientras en la calle continuaban los porrazos, las carreras, los insultos, las heridas, los pisotones, hasta que no quedó un solo girasol en pie. Desperté magullado en casa de unos colegas. Les dije, indignado: -Mañana plantaremos otro campo de girasoles. -¿Otro campo de girasoles? ¿De qué hablas, tío?