1. EL TEMA PROHIBIDO (O CASI):
El rock: su reflejo en la narrativa cubana y mundial (segunda parte)
Por Raúl Aguiar & Yoss
(2)Rock, rock, rock around the clock (Bill Haley and The Comets)
O intento de crónica secuencial de un fenómeno proteico:
Origen y desarrollo de la literatura rock.
A finales de la década de los 40 surgen
dos tipos fundamentales de narrativa, siempre
en los Estados Unidos: la de los escritores
realista-naturalistas y la de los que utilizan el
humor negro y una fantasía basada en el
absurdo para describir el horror tecnológico de
la guerra. Una narrativa también signada por el
vapor etílico: La llamada generación perdida.
Los relatos de Scott Fitzgerald se codean con
las narraciones de Hemingway, Norman
Mailer, J.D. Salinger, Henry Miller, Steinbeck
y algunas piezas dramáticas de Tennesse
Williams… todavía, podría decirse,
improvisando, probando caminos, con fondo de
jazz. Estas se publican a la par de los autores
más duros de la novela negra (Hammett,
Chandler, Goodis o McCoy), más desoladoras,
más desengañadas si cabe, o pudiera decirse,
más bluseadas.
La literatura y el cine norteamericanos
comienzan a poblar sus historias con una especie de rockeros avant la lettre: rebeldes
sin causa, vagabundos, jóvenes violentos, pandillas... Johny, el cínico motorista forrado
de cuero negro de Marlon Brando en El Salvaje y el inquieto James Dean de Rebelde
sin causa se vuelven de la noche a la mañana los ídolos juveniles. El rock & roll tomará
el relevo de esa mitología en la siguiente década, convirtiéndose en la banda sonora por
excelencia de los outsiders.
Mientras, en la Europa de postguerra, triunfan los personajes existencialistas de
boina y sweater. La época es de los Angry Young Men ingleses, de los héroes
desorientados e insensibles de Sartre y Camus, los inconformes de Malraux o los
desertores de Boris Vian, los mismos que se imbricarán más tarde en el corazón de toda
la cultura de resistencia europea a la hegemonía sociocultural estadounidense de los 60.
Los beatniks estadounidenses de
la quinta década fueron, en su
gran mayoría y desde sus
principios, un movimiento
literario.
2. La aparición del largo poema Howl de Allen Ginsberg en 1956 vino a ser, aparte de su
valor real como poema, la declaración de toda una generación. Jack Kerouac, en su
novela On the road (1957), cuenta la historia del mítico (pero completamente real) Neal
Cassidy y otros jóvenes beat que van de ciudad en ciudad, hablando, soñando,
bebiendo, fumando cannabis, escribiendo la nueva poesía, viviendo una nueva libertad,
lejos de la sociedad anquilosada y vacía de la posguerra y revelándose en contra de los
valores de la misma. La marihuana reemplaza al alcohol y esto implica una diferencia
con respecto a sus antecesores y al mismo tiempo una nueva religión, personal e
intransferible. Pero andar de ciudad en ciudad tiene su razón. Han elegido estar fuera.
Por propia voluntad, son parias de una sociedad que ya no pueden soportar.
En otra novela de 1958, Los vagabundos del Dharma, Kerouac aborda el tema
del desarrollo personal a través del Budismo Zen. A esta siguieron Ángeles de
desolación (1958), quizás su obra más intensa y Big Sur (1962), donde describe la
retirada de un líder beat a la costa californiana en un intento de rehacer su vida.
De esta generación quedarían unos cuantos poemas y novelas excelentes de
Ginsberg, Gregory Corso, Philip Lamentia, Michael McClure, el Doctor Sax de Jack
Kerouac, Cain´s Book de Alexander Trocchi, Last exit to Brooklyn de Hubert Selby Jr.,
y las inquietantes Yonqui (1953) y Naked lunch (1959) de William Burroughs, ambas
devenidas posteriormente Biblias de la subcultura underground de las drogas duras.
Hubo mucha energía entre los beats; muchos de los beatniks mayores siguieron a lo
largo de toda su vida un compromiso serio con el mundo: hasta el propio Señor
Heroína, William Burroughs, poco antes de su muerte colaboraba con Laurie Anderson
y otros grupos punks y de heavy metal. Allen Ginsberg llegaría a ocupar en los 60 la
condición de sumo sacerdote (junto con Timothy Leary, el papá del LSD) de los
hippies, ya en plena efervescencia del rock.
Sin embargo, a despecho de sus antecesores beatniks, el movimiento hippie fue
más light: eminentemente musical, su preocupación estética fue más bien gráfica,
sonora o artesanal, psicoquímica o erótica, antes que literaria. Cuando más, llegó al
comic, o comix, la irreverente historieta underground que nos dejara joyitas de
neurastenia generacional como las páginas autobiográficas de Robert Crump y los
incombustibles Freak Brothers. Leonard Cohen fue autor de varias novelas
parcialmente autobiográficas, El juego favorito (1963) y Los hermosos vencidos (1966)
antes de conquistar la fama como compositor e intérprete de rock. Sus novelas tienen un
estilo provocador y vanguardista, una mezcla de misticismo y realismo, pero aún
impregnado de la estética de la generación Beat.
En 1967, una muchacha de diecisiete años llamada Susan E.
Hinton publica Rebeldes (Outsiders), que inmediatamente se tradujo a
varios idiomas y que el director Francis Ford Coppola llevó al cine en
1983. Al año de su publicación fue seleccionado por el New York
Herald Tribune como “el mejor libro dirigido a jóvenes y libreros” de
Estados Unidos. Ese año se vendieron más de nueve millones de
ejemplares. Su segundo libro, Rumble Fish, (1968) corrió la misma suerte que el
primero, incluida la versión cinematográfica de Coppola, que también la llevó al cine en
1983 con un inolvidable uso del blanco y negro y dos tremendas interpretaciones de
Matt Dillon y Mickey Rourke, que así se convirtieron a su vez en ídolos generacionales,
como ocurriera años antes con Brando y Dean.
La escritura de Susan E. Hinton se caracteriza por un realismo descarnado lleno
de fuerza y desgarro para abordar los graves conflictos de los jóvenes inmersos en
3. problemas personales y sociales que los superan y desbordan. La violencia, que llega
hasta el crimen, preside la vida de unos muchachos abandonados a su suerte que
conviven con la droga, el alcoholismo, el acoso y abuso sexual, la delincuencia familiar
o personal y que, sin esperanza de futuro, se aferran al presente como lo más valioso
que les puede ofrecer la vida. Otras de sus obras son: Esto ya es otra historia (1971) y
Tex (1975).
Norman Mailer, ya famoso por Los desnudos y los muertos, estremecedora
crítica sobre la II Guerra Mundial, publica en 1968 Los ejércitos de la noche, una
descripción de la marcha hasta el Pentágono en protesta por la guerra de Vietnam. Tom
Wolfe, uno de los creadores del Nuevo Periodismo, en su Gaseosa de ácido eléctrico
(1968), hace un recuento de los viajes de Ken Kesey (el polémico autor de la
inolvidable Alguien voló sobre el nido del Cuco) y un grupo de escritores, músicos y
radicales conocido como The Merry Pranksters (Los Alegres Bromistas) predicando las
bondades del LSD por todo el país. Hasta el escritor británico de ciencia-ficción Brian
W. Aldiss en su A cabeza descalza (Barefoot in the head), de 1969, escribe sobre una
Europa alucinada después de una guerra mundial en la que se utilizan bombas
psicoquímicas alucinógenas en lugar de nucleares. En 1971 Don DeLillo, novelista
estadounidense, publica Americana, un relato fantasmagórico de un viaje por carretera
que denota la influencia de John Dos Passos, Jack Kerouac y Thomas
Pynchon. En 1973 aparece otra novela suya, Great Jones Street, en el
que describe el mundo de la música rock, contrastando su aspecto
empresarial con la carrera personal de un cantante llamado Bucky
Wunderlick. Algunos autores ajenos al movimiento como Elia Kazán en
Los asesinos o John Updike en El regreso de Conejo (1971), darían su
punto de vista, si bien un tanto reaccionario, sobre lo que estaba
sucediendo… mostrando de paso que no es preciso compartir los puntos
de vista de un fenómeno ni estar de acuerdo con su desarrollo para saber
reflejarlo literariamente con maestría.
Claro que la contaminación funciona en ambos sentidos;
también el rock se hace permeable a la literatura. Podrían
considerarse como poemas excelentes algunas piezas de Bob
Dylan, Lennon, Jim Morrison (autor de varios poemarios
independientes de sus letras), Janis Joplin, David Bowie o los
rockeros sinfónicos (Peter Gabriel, Rick Wakeman, Roger
Waters, Ian Anderson), de los 70. Lou Reed, otra de las figuras
legendarias de la música rock ha esgrimido a menudo su “oficio
de escritor” para esclarecer un poco sus composiciones más
herméticas como Berlín, New York o Rock&roll heart. En sus
textos se ha enfrentado siempre con los aspectos más sórdidos de
la existencia humana, como el suicidio, la incertidumbre sexual o la drogadicción.
Sería demasiado extenso para cualquier prólogo citar todas las obras europeas o
norteamericanas que desde mediados los 70 a nuestros días, han abordado la subcultura
del rock como tema central o indirecto para sus historias. De todas formas citaremos los
que a nuestro entender son los más importantes: Libros ya clásicos
de Robert Greenfield (Viajando con los Rolling Stones), relatos de
Terry Southern, las novelas road movie de Barry Gidford, los
personajes de Tama Janovitz, Handke, Julian Barnes en Metroland
(1980), Bret Easton Ellis (American Psycho), Tomas Pynchon en
Vineland (1990), Douglas Coupland con sus libros Shampoo Planet
4. (1992), Generation X (1993), e Irving Welsh con Trainspotting (1994), entre muchos
otros, han consolidado esa literatura que tiene en el rock, la droga, la alienación o por
lo menos en la melancolía por los 60s, su centro de gravedad. A estos pueden
agregárseles muchos relatos de autores del mal llamado Realismo Sucio como Jayne
Anne Phillips, Tobias Wolff, Richard Ford (en su segunda novela La última
oportunidad, de 1981, relata la historia de un ex-combatiente de Vietnam complicado
en México en un asunto de drogas), Bobbie Ann Mason y J. Carol Oates, por sólo citar
algunos. Generación que creció fumando hierba, participando en manifestaciones de
protesta y contemplando con ira la inacabable sangría de la guerra de Vietnam. Mención
aparte merecen algunos relatos y novelas de los jóvenes del Movimiento Canibal, de
Italia, representado entre otros por Aldo Nove (Superwoobinda), Niccoló Ammaniti
(Branquias), Massimiliano Governi y Tiziano Scarpa, entre muchos más. Sus obras se
caracterizan por estar bastante saturadas con sangre y sadismo, muy al estilo del
American Psycho de Brian Easton Ellis, devenido velozmente un nuevo clásico. Y por
supuesto, imposible olvidar al super icono underground de las últimas décadas, el Gran
Desclasado Borracho, San Charles Bukowski.
(Continúa en el próximo boletín)