2. carta de un general
Improvisar una idea del hombre bueno se parece a idear un modelo de hombre perfecto.
La humanidad de cada ser está hecha de pasiones, desenfrenos, búsquedas e historia. La
alusión a que toda persona se equivoca frente a lo que se denomina el bien depende
también de épocas en las que las banderas flameaban sin el mismo tesón de jugar al
policía y el bandido. El derecho a ser humano supone del coraje y de valores que se
enraízan en torno de la evolución de lo que se toma por cierto en todo lo que los que
dejaron de sangre y vida por un objeto contemporáneo a sus implicancias en cada lugar.
Suspender en el tiempo lo que el lugar de una momentánea verdad sostenía
justificadamente para someter su visión a la venganza de un hecho ya consumado en
héroes entre los que gritaron triunfo y las víctimas es un fracaso de la historia. Se quiere
revisar si estuvo bien conquistar América y no se pone énfasis en que cada hecho
posterior de siglos que pasaron tiene el color de lo que el derecho de ser humano y
buscar y conseguir según necesidades de miles y millones a pesar de los que caen.
Inmortalizar víctimas es poco necesario como hacerlo con los que lo consiguieron. Son
simples avatares de esta vida que es una verdad cuerpo a cuerpo y no una especulación
teórica retrocedida en los hechos que ocurrieron entre hombres y no entre cobardes. El
derecho a ser humano incluye la reflexión propia posterior de cada ser y hasta su
confirmar hechos u arrepentirse de otros. Es el ver que el recuerdo en la vejez sucede
con la misma piadosa tristeza de quien ha luchado por lo que se consiguió solo en parte
o no. Es que eso es la vida y el derecho a ser humano. Y cualquier poder es un episodio
de esa historia mas nada puede tachar lo hecho con la negación de lo que fue como tuvo
que ser y es por ello que así se enmarcó. El odio por la herencia es una negación de la
identidad de la cual solo se aprende si se la describe en su orden cronológico conforme a
el mundo que toma la verdad del dolor pero sin olvidar que no hay vencedores y
vencidos sino una lección de porqué se enfrentó cada necesidad con la otra y qué
decisiones implicaron lo que hoy ya vemos hacia delante y no borroneando cosas
perdidas en la nostalgia de una manera de ultrajar la verdad de los tiempos. De cada
tiempo y lugar y de lo que ocurrió en torno a la manera que se solidificaba en episodios
del ayer. Cultura no es poner cárceles a los que aun están con vida sino enviar mensajes
desde la misma cultura en torno del futuro. Es la misión de crecer sin más que sacar
fuerzas de los que tuvieron fuerza para creer. No el oportunismo de mandar azotar el
orgullo de ser de una nación entera. De doblegar el amor al país y sentenciar todo lo que
se hizo en busca de una paz. De un tiempo que hoy es pasado y sin tomarlo como tal le
adosamos los conceptos modernos de lo que en ese entonces no había sido inventado.
De ridiculizar a los que con la bandera y nada más querían hacer con lo que tenían ellos
en ese mundo mucho más carente que el de hoy. Mucho más dependiente de realidades
que hoy no lo son y no tienen vigencia en cuanto que el mundo moderno cambia pero
no priva al ser humano de serlo. Y si el hoy es las humillación de un pueblo, lo que se
debe atacar es el la enemistad del que lo hace con ese orgullo, y la falta de amor hacia lo
que nos pide defender como un presente de destrucción en torno a las faenas de una
historia en común que siempre será una crónica y no un desagravio a la plenitud del
hombre en su derecho a ser humano. Un canto a la grandeza de una patria que
conmueve los corazones y no busca reírse de ellos. Un grito de ganar hacia afuera y no
de socavar el límite de la tolerancia de los que necesitan sentirse parte de un país. El
miedo al derecho a ser humanos nos hace cada vez menos dignos de serlo. La pesadilla
de ver cada hecho como una derrota y cada visión como un flagelo. El terrible dolor de
no pertenecer más a esta tierra donde se escribe la ausencia y se deja al ciudadano a
3. merced de los referentes para todos ser consumidos como si vender la necesidad de ser
hasta lo que se fue no fuese negada. Dinamitar cada rincón que junto a nuestros padres y
abuelos y antepasados nos hace ser y creer. Y llamar a eso revolución o evidencia de
que matando a todos se llega a algo. Y este suicidio colectivo como ofrenda a maniatar
un frívolo modo de disfrutar que cada ser que creyó deba decirle a sus hijos que vivir no
vale la pena. Que se deformó el sueño hasta convertirlo en desilusión y quitar sentido a
todo lo que se forma desde su raíz y arrancarla sin pudor para mostrarla como atroz
desintegrando la fe y el mañana. Haciendo del vértigo del desentenderse de toda forma
de continuidad una metodológica crueldad de afectar en la totalidad al deseo de ir hacia
algo. El derecho a ser humano nos incluye a todos y nos hace respetables ante nosotros
mismos y los demás. La patria no es anacrónica. Es la consistencia de no olvidar que
nuestras fronteras vibran en cada paso que damos. En cada símbolo del pensar como
Nación. Relacionada con otras pero no desde la vergüenza de ser lo que se dice desde
dentro al no defendernos nosotros mismos en el derecho de ser humanos. Hay un
infierno que se pretende hacer pasar por proyecto despertando que matarnos entre todos
es una lucha civil amparada en instituciones democráticas que infunden pensar que
nunca se debió ser humano. De una causa que no encuentra explicación para seguir más
que denostando el haber sido lo que fuimos hace décadas o siglos. Exhibiendo como
herida lo que hace al desencanto de deshacerse de cada rito y acto cívico y militar de
nuestras entrañas con un arma apuntando a millones de ciudadanos de la pesada muerte
segura en la impotencia de nuestro corazón de no darle un final a este desenlace trágico
que se votó ingenuamente confiando, para dar un Apocalipsis que destierra de la vida a
cada ser que confió e infunde desconsuelo en los que ya sabían y no lo votaron.