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leyendo.”216
El ejemplo de París sirve para mostrar que se puede imaginar un espacio más
allá de si lo conocemos o no. Por lo tanto, se reconoce la ciudad como objeto estético
porque “el objeto estético desborda siempre la percepción o el conocimiento que de él
adquirimos”217
. Para Calvino, tal vez “París podría llegar a ser una ciudad interior” si se
identifica con la “peripecia particular, con la vida cotidiana”218
. Entonces, en la vivencia
cotidiana e individual se da la condición de posibilidad donde se imaginará la ciudad como
laberinto. Mediante la vivencia y el deseo de la ciudad asistimos a la cohabitación de la
percepción y la imaginación, respectivamente, observando que ambos procesos aunque no
guarden interdependencia tampoco se excluyen ya que llegan a participar en la
conformación del deambular como la experiencia estética en la urbe.
Las dos miradas del laberinto: el paisaje y el plano de la ciudad
Dependiendo de la posición del cuerpo en el espacio se dan dos modos de mirar al laberinto
que afectarán su modo de imaginarlo; en uno, horizontal, el desplazamiento del cuerpo en
el laberinto lleva a la mirada por recorridos a ras del suelo, en otro, vertical, la mirada re-
posiciona al cuerpo arriba sobre el laberinto; se podría decir que en uno el cuerpo se halla
fuera mientras que el otro dentro. Recordando la cita de Ada Dewes, los laberintos se abren
en el eje vertical pero se cierran “en el eje horizontal por muros -capas de muros- excepto
una única entrada.”219
De modo tal que verticalmente los muros se miran como líneas pero
desde el eje horizontal las líneas devienen muros, según lo explica Dewes. Situándose la
mirada desde arriba, el sentido del laberinto se articula como lenguaje visual al captar
simultáneamente lo percibido: “La vista no entra por la puerta.”220
El espacio se apropia de
la significación del laberinto “en la medida misma en que los lenguajes visuales suspenden
el tiempo”221
; primeramente al aprehender del laberinto se siente la simultaneidad de los
caminos y posteriormente se busca la sucesividad222
del recorrido. El sentido de la pérdida
de orientación se da por el hábito perceptivo de mirar de modo horizontal lo que se presenta
216
Calvino, op. cit., p. 191.
217
Mikel Dufrenne, Fenomenología de la experiencia estética. Volumen I, el objeto estético, p. 274, nota 12.
218
Ibíd., p. 192.
219
Ada Dewes, “De laberintos y lenguajes”, p. 17.
220
Ibíd., p. 18.
221
Ídem.
222
Esta expresión podría pasar por barbarismo, aún así he preferido recurrir al término para oponerlo como
“calidad de sucesivo” a simultaneidad.
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como vertical. Así, el extravío producido por el laberinto univiario se da por una supuesta
captación simultánea del camino plegado. Si hay extravío en la simultaneidad se debe a que
nunca se percibe de modo simultáneo realmente porque cada entidad, al estar dotada de
masa, plantea sus propios parámetros de temporalidad. Por lo tanto, la simultaneidad es una
ilusión que procede de un artificio. Hay equívoco al seguir una ruta por otra e ilusión al
suponer que se capta simultáneamente.
Desde arriba la mirada se bifurca respecto al laberinto porque puede aprehender su
totalidad sin distinción de los caminos o empezar a discernirlos; se da la imagen del
laberinto a la cual la mirada no agrega nada, más bien el laberinto aporta a la mirada un
espacio de recorrido. Cuando la mirada busca la entrada y trata de seguir el recorrido
“imita, en balde, al sujeto que camina”, y en una segunda aproximación “la mirada toma los
caminos del laberinto, tiende a saltar los muros, se confunde, se apoya, luego, del dedo que,
a su vez, agarra un lápiz… El laberinto, esta figura vista desde arriba, acaba por linealizar
la visión, por "verbalizar" el significante visual.”223
En cambio, desde abajo la mirada
recorre con su propio cuerpo el espacio laberíntico interiorizando, mediante el recorrido, el
horizonte de sentido. Horizontalmente, el recorrido hace del laberinto una vivencia.
Retornando al ejemplo de París, cuando se la interioriza “[y]a no sería, la ciudad de la que
todo ya está dicho, sino una ciudad cualquiera en la que estoy viviendo, una ciudad sin
nombre”224
, en palabras de Calvino. La ciudad aprehendida como un laberinto tendrá estos
dos modos de darse a la experiencia del sujeto. En el primero de estos dos modos, el sujeto
se vivifica como un flâneur, mientras que en el segundo se imagina como un “Ojo solar”, a
éste Michel de Certeau lo reconoció como un mirón mientras que al otro Walter Benjamin
lo trató como un caminante desinteresado. En este caso la ciudad se configura como un
paisaje y en el otro como un plano. En ambos, el laberinto es una vivencia imaginaria.
El flâneur, entre el laberinto y la ciudad
El flâneur encarna la multiplicidad. Para Baudelaire el flâneur225
es “un genio de naturaleza
mixta”, ya que “es poeta, con mayor frecuencia se asemeja al novelista o al moralista, es el
223
Dewes, op. cit., p. 18.
224
Calvino, op. cit., p. 192.
225
El Dicttionnaire historique de la langue française y el Dictionnaire d’aujourd’hui coinciden en definir
flâner como la acción de “pasearse sin prisa” mientras que el Dictionnaire encyclopedique quillet considera
66
pintor de la circunstancia y de todo lo que ella sugiere de eterno”226
porque “en cada uno de
sus movimientos, representa la vida múltiple y la gracia inestable de todos los elementos de
la vida.”227
Desde el punto de vista de la vivencia, la multiplicidad del flâneur podría
entenderse a través de la ambigüedad del cuerpo. Lo ambiguo abre una relación sensible y,
en consecuencia, una relación estética total. Es el carácter real y presente de la experiencia
del arte. El arte es la forma extrema del silencio, es ambigua su determinación porque deja
que el espectador hable. Ambigüedad significa estar en un proceso. La ambigüedad no
niega la lateralidad. Lo ambiguo de la realidad se debe a la complejidad del cuerpo. Si mi
cuerpo es vivencialmente antes que nada sensibilidad es más bien ambiguo que oscuro. A
los artistas que expresan la ambigüedad Baudelaire los llamaría “(…) cronistas de la
pobreza y de la vida menuda”228
, porque captan con sutileza la contingencia e indefinición
de la existencia humana, siempre breve pero intensa.
El flâneur, personaje nacido en el París decimonónico, diseña laberintos en sus pasos
deambulantes, se supone que se hunde “en el orden moderno con un comportamiento
errático, contingente y azaroso.”229
Sin embargo, su comportamiento no es errático porque
la ambigüedad no es equívoca; en cambio, este personaje encuentra en el seno de la
modernidad el estremecimiento estético del aparecer de lo real y hace del acontecer la
catastrófica figura que significa el cambio de los modos de la percepción que determinan
las formas de la experiencia; tampoco su comportamiento resulta del todo azaroso aunque
se potencialice su devenir en las “trayectorias insospechadas” (Mier), en todo caso su
comportamiento es de quien encuentra original cada paso. En la supuesta contingencia, el
que se trata de “pasearse sin meta”. El Dicttionnaire historique… apunta que es “estar haciendo nada”, el
Dictionnaire d’aujourd’hui especifica que durante el paseo “uno se abandona a la impresión y al espectáculo
del momento” y el Dictionnaire encyclopedique… agrega que “uno pierde su tiempo en bagatelas”.
Reuniendo estas acepciones en una sóla definición, puedo decir que flâner es un tipo de paseo caracterizado
por la falta de prisa y de meta así como por un doble desinterés porque hay un abandono a la impresión y al
espectáculo del momento, y porque se está sin hacer nada, por lo tanto, flâner implica la finalidad de la acción
misma debido a que sólo interesa mantenerse en el paseo. Sin embargo, una acepción peyorativa acompaña la
definición, la de “perder el tiempo en bagatelas”, con esta caracterización encontramos dos posturas al definir
la acción de flâner¸ la racional y la estética. Desde la perspectiva racionalista flâner es, efectivamente, perder
el tiempo, mientras que en la postura estética, flâner implica como finalidad el acto de pasearse. Mientras que
racionalmente en el deambular se pierde el tiempo, en la postura estética el tiempo se dilata, por eso flâner, en
una de sus acepciones, significa “pasearse sin prisa”.
226
Ch. Baudelaire, El pintor de la vida moderna, p. 80.
227
Ibíd., p. 87.
228
Ibíd., p. 80.
229
R. Bartra, “El duelo de los ángeles: Benjamin y el tedio”, El duelo de los ángeles. Locura sublime, tedio y
melancolía en el pensamiento moderno, p. 131.

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La figura del flâneur como deambulante en el laberinto de la ciudad

  • 1. 64 leyendo.”216 El ejemplo de París sirve para mostrar que se puede imaginar un espacio más allá de si lo conocemos o no. Por lo tanto, se reconoce la ciudad como objeto estético porque “el objeto estético desborda siempre la percepción o el conocimiento que de él adquirimos”217 . Para Calvino, tal vez “París podría llegar a ser una ciudad interior” si se identifica con la “peripecia particular, con la vida cotidiana”218 . Entonces, en la vivencia cotidiana e individual se da la condición de posibilidad donde se imaginará la ciudad como laberinto. Mediante la vivencia y el deseo de la ciudad asistimos a la cohabitación de la percepción y la imaginación, respectivamente, observando que ambos procesos aunque no guarden interdependencia tampoco se excluyen ya que llegan a participar en la conformación del deambular como la experiencia estética en la urbe. Las dos miradas del laberinto: el paisaje y el plano de la ciudad Dependiendo de la posición del cuerpo en el espacio se dan dos modos de mirar al laberinto que afectarán su modo de imaginarlo; en uno, horizontal, el desplazamiento del cuerpo en el laberinto lleva a la mirada por recorridos a ras del suelo, en otro, vertical, la mirada re- posiciona al cuerpo arriba sobre el laberinto; se podría decir que en uno el cuerpo se halla fuera mientras que el otro dentro. Recordando la cita de Ada Dewes, los laberintos se abren en el eje vertical pero se cierran “en el eje horizontal por muros -capas de muros- excepto una única entrada.”219 De modo tal que verticalmente los muros se miran como líneas pero desde el eje horizontal las líneas devienen muros, según lo explica Dewes. Situándose la mirada desde arriba, el sentido del laberinto se articula como lenguaje visual al captar simultáneamente lo percibido: “La vista no entra por la puerta.”220 El espacio se apropia de la significación del laberinto “en la medida misma en que los lenguajes visuales suspenden el tiempo”221 ; primeramente al aprehender del laberinto se siente la simultaneidad de los caminos y posteriormente se busca la sucesividad222 del recorrido. El sentido de la pérdida de orientación se da por el hábito perceptivo de mirar de modo horizontal lo que se presenta 216 Calvino, op. cit., p. 191. 217 Mikel Dufrenne, Fenomenología de la experiencia estética. Volumen I, el objeto estético, p. 274, nota 12. 218 Ibíd., p. 192. 219 Ada Dewes, “De laberintos y lenguajes”, p. 17. 220 Ibíd., p. 18. 221 Ídem. 222 Esta expresión podría pasar por barbarismo, aún así he preferido recurrir al término para oponerlo como “calidad de sucesivo” a simultaneidad.
  • 2. 65 como vertical. Así, el extravío producido por el laberinto univiario se da por una supuesta captación simultánea del camino plegado. Si hay extravío en la simultaneidad se debe a que nunca se percibe de modo simultáneo realmente porque cada entidad, al estar dotada de masa, plantea sus propios parámetros de temporalidad. Por lo tanto, la simultaneidad es una ilusión que procede de un artificio. Hay equívoco al seguir una ruta por otra e ilusión al suponer que se capta simultáneamente. Desde arriba la mirada se bifurca respecto al laberinto porque puede aprehender su totalidad sin distinción de los caminos o empezar a discernirlos; se da la imagen del laberinto a la cual la mirada no agrega nada, más bien el laberinto aporta a la mirada un espacio de recorrido. Cuando la mirada busca la entrada y trata de seguir el recorrido “imita, en balde, al sujeto que camina”, y en una segunda aproximación “la mirada toma los caminos del laberinto, tiende a saltar los muros, se confunde, se apoya, luego, del dedo que, a su vez, agarra un lápiz… El laberinto, esta figura vista desde arriba, acaba por linealizar la visión, por "verbalizar" el significante visual.”223 En cambio, desde abajo la mirada recorre con su propio cuerpo el espacio laberíntico interiorizando, mediante el recorrido, el horizonte de sentido. Horizontalmente, el recorrido hace del laberinto una vivencia. Retornando al ejemplo de París, cuando se la interioriza “[y]a no sería, la ciudad de la que todo ya está dicho, sino una ciudad cualquiera en la que estoy viviendo, una ciudad sin nombre”224 , en palabras de Calvino. La ciudad aprehendida como un laberinto tendrá estos dos modos de darse a la experiencia del sujeto. En el primero de estos dos modos, el sujeto se vivifica como un flâneur, mientras que en el segundo se imagina como un “Ojo solar”, a éste Michel de Certeau lo reconoció como un mirón mientras que al otro Walter Benjamin lo trató como un caminante desinteresado. En este caso la ciudad se configura como un paisaje y en el otro como un plano. En ambos, el laberinto es una vivencia imaginaria. El flâneur, entre el laberinto y la ciudad El flâneur encarna la multiplicidad. Para Baudelaire el flâneur225 es “un genio de naturaleza mixta”, ya que “es poeta, con mayor frecuencia se asemeja al novelista o al moralista, es el 223 Dewes, op. cit., p. 18. 224 Calvino, op. cit., p. 192. 225 El Dicttionnaire historique de la langue française y el Dictionnaire d’aujourd’hui coinciden en definir flâner como la acción de “pasearse sin prisa” mientras que el Dictionnaire encyclopedique quillet considera
  • 3. 66 pintor de la circunstancia y de todo lo que ella sugiere de eterno”226 porque “en cada uno de sus movimientos, representa la vida múltiple y la gracia inestable de todos los elementos de la vida.”227 Desde el punto de vista de la vivencia, la multiplicidad del flâneur podría entenderse a través de la ambigüedad del cuerpo. Lo ambiguo abre una relación sensible y, en consecuencia, una relación estética total. Es el carácter real y presente de la experiencia del arte. El arte es la forma extrema del silencio, es ambigua su determinación porque deja que el espectador hable. Ambigüedad significa estar en un proceso. La ambigüedad no niega la lateralidad. Lo ambiguo de la realidad se debe a la complejidad del cuerpo. Si mi cuerpo es vivencialmente antes que nada sensibilidad es más bien ambiguo que oscuro. A los artistas que expresan la ambigüedad Baudelaire los llamaría “(…) cronistas de la pobreza y de la vida menuda”228 , porque captan con sutileza la contingencia e indefinición de la existencia humana, siempre breve pero intensa. El flâneur, personaje nacido en el París decimonónico, diseña laberintos en sus pasos deambulantes, se supone que se hunde “en el orden moderno con un comportamiento errático, contingente y azaroso.”229 Sin embargo, su comportamiento no es errático porque la ambigüedad no es equívoca; en cambio, este personaje encuentra en el seno de la modernidad el estremecimiento estético del aparecer de lo real y hace del acontecer la catastrófica figura que significa el cambio de los modos de la percepción que determinan las formas de la experiencia; tampoco su comportamiento resulta del todo azaroso aunque se potencialice su devenir en las “trayectorias insospechadas” (Mier), en todo caso su comportamiento es de quien encuentra original cada paso. En la supuesta contingencia, el que se trata de “pasearse sin meta”. El Dicttionnaire historique… apunta que es “estar haciendo nada”, el Dictionnaire d’aujourd’hui especifica que durante el paseo “uno se abandona a la impresión y al espectáculo del momento” y el Dictionnaire encyclopedique… agrega que “uno pierde su tiempo en bagatelas”. Reuniendo estas acepciones en una sóla definición, puedo decir que flâner es un tipo de paseo caracterizado por la falta de prisa y de meta así como por un doble desinterés porque hay un abandono a la impresión y al espectáculo del momento, y porque se está sin hacer nada, por lo tanto, flâner implica la finalidad de la acción misma debido a que sólo interesa mantenerse en el paseo. Sin embargo, una acepción peyorativa acompaña la definición, la de “perder el tiempo en bagatelas”, con esta caracterización encontramos dos posturas al definir la acción de flâner¸ la racional y la estética. Desde la perspectiva racionalista flâner es, efectivamente, perder el tiempo, mientras que en la postura estética, flâner implica como finalidad el acto de pasearse. Mientras que racionalmente en el deambular se pierde el tiempo, en la postura estética el tiempo se dilata, por eso flâner, en una de sus acepciones, significa “pasearse sin prisa”. 226 Ch. Baudelaire, El pintor de la vida moderna, p. 80. 227 Ibíd., p. 87. 228 Ibíd., p. 80. 229 R. Bartra, “El duelo de los ángeles: Benjamin y el tedio”, El duelo de los ángeles. Locura sublime, tedio y melancolía en el pensamiento moderno, p. 131.