3. Cuando Jesús vino para ser bautizado, Juan reconoció
en él una pureza de carácter que nunca había percibido
en nadie. La misma atmósfera de su presencia era santa
e inspiraba reverencia. Entre las multitudes que le
habían rodeado en el Jordán, Juan había oído sombríos
relatos de crímenes, y conocido almas agobiadas por
miríadas de pecados; nunca había estado en contacto
con un ser humano que irradiase una influencia tan
divina. Todo esto concordaba con lo que le había sido
revelado acerca del Mesías. Sin embargo, vacilaba en
hacer lo que le pedía Jesús. ¿Cómo podía él, pecador,
bautizar al que era sin pecado? ¿Y por qué había de
4. • La condición para alcanzar la vida eterna es
ahora exactamente la misma de siempre, tal
cual era en el paraíso antes de la caída de
nuestros primeros padres: la perfecta obediencia
a la ley de Dios, la perfecta justicia. Si la vida
eterna se concediera con alguna condición
inferior a ésta, peligraría la felicidad de todo el
universo. Se le abriría la puerta al pecado con
toda su secuela de dolor y miseria para
siempre.(CC, 62.1)
7. • No tenemos justicia propia con que cumplir lo que la
ley de Dios exige. Pero Cristo nos preparó una vía de
escape. Vivió en esta tierra en medio de pruebas y
tentaciones como las que nosotros tenemos que
arrostrar. Sin embargo, su vida fué impecable. Murió
por nosotros, y ahora ofrece quitar nuestros pecados y
vestirnos de su justicia. Si os entregáis a El y le
aceptáis como vuestro Salvador, por pecaminosa que
haya sido vuestra vida, seréis contados entre los
justos, por consideración hacia El. El carácter de
Cristo reemplaza el vuestro, y sois aceptados por Dios
8. Y las palabras dichas a Jesús a orillas del Jordán: “Este es
mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento,” abarcan
a toda la humanidad. Dios habló a Jesús como a nuestro
representante. No obstante todos nuestros pecados y
debilidades, no somos desechados como inútiles. El “nos
hizo aceptos en el Amado.” La gloria que descansó sobre
Jesús es una prenda del amor de Dios hacia nosotros. Nos
habla del poder de la oración, de cómo la voz humana
puede llegar al oído de Dios, y ser aceptadas nuestras
peticiones en los atrios celestiales. … La luz que cayó por
los portales abiertos sobre la cabeza de nuestro Salvador,
caerá sobre nosotros mientras oremos para pedir ayuda
con que resistir a la tentación. La voz que habló a Jesús
dice a toda alma creyente: “Este es mi Hijo amado, en el
10. Más aún, Cristo cambia el corazón, y habita en el
vuestro por la fe. Debéis mantener esta comunión con
Cristo por la fe y la sumisión continua de vuestra
voluntad a El. Mientras lo hagáis, El obrará en vosotros
para que queráis y hagáis conforme a su beneplácito.
Así podréis decir: “Aquella vida que ahora vivo en la
carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me
amó, y se dió a sí mismo por mí.” Así dijo el Señor Jesús
a sus discípulos: “No sois vosotros quienes habláis, sino
el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros.” De
modo que si Cristo obra en vosotros, manifestaréis el
mismo espíritu y haréis las mismas obras que El: obras
11. La mirada del Salvador parece penetrar el cielo
mientras vuelca los anhelos de su alma en oración. Bien
sabe él cómo el pecado endureció los corazones de los
hombres, y cuán difícil les será discernir su misión y
aceptar el don de la salvación. Intercede ante el Padre
a fin de obtener poder para vencer su incredulidad,
para romper las ligaduras con que Satanás los
encadenó, y para vencer en su favor al destructor. Pide
el testimonio de que Dios acepta la humanidad en la
persona de su Hijo. Nunca antes habían escuchado los
ángeles semejante oración. Ellos anhelaban llevar a su
amado Comandante un mensaje de seguridad y
consuelo. Pero no; el Padre mismo contestará la
12. La justicia exterior da testimonio de la justicia interior.
El que es justo por dentro, no muestra un corazón duro
ni falta de compasión, sino que día tras día crece a la
imagen de Cristo y progresa de fuerza en fuerza. Aquel
a quien la verdad santifica tendrá dominio de sí mismo
y seguirá en las pisadas de Cristo hasta que la gracia dé
lugar a la gloria. La justicia por la cual somos
justificados es imputada; la justicia por la cual somos
santificados es impartida. La primera es nuestro
derecho al cielo; la segunda, nuestra idoneidad para el
cielo.—The Review and Herald, 4 de junio de 1895. (MJ
13. Si queréis ser santos en el cielo, debéis ser santos
primero en la tierra. Los rasgos de carácter que
cultivéis en la vida no serán cambiados por la
muerte ni por la resurrección. Saldréis de la
tumba con la misma disposición que
manifestasteis en vuestro hogar y en la sociedad.
Jesús no cambia nuestro carácter al venir. La obra
de transformación debe hacerse ahora. Nuestra
vida diaria determina nuestro destino. (HC. 12,3)