2. Domingo 31 de agosto: Jesús no cambió la ley
Al hablar de la ley, dijo Jesús: “No he venido para abrogar, sino para cumplir”. Aquí usó la palabra “cumplir” en el mismo sentido que cuan- do declaró a Juan el Bautista su propósito de “cumplir toda justicia”, es decir, llenar la medida de lo requerido por la ley, dar un ejemplo de con- formidad perfecta con la voluntad de Dios.
Su misión era “magnificar la ley y engrandecerla”. Debía enseñar la espiritualidad de la ley, presentar sus principios de vasto alcance y ex- plicar claramente su vigencia perpetua. La belleza divina del carácter de Cristo, de quien los hombres más nobles y más amables son tan solo un pálido reflejo; de quien escribió Salomón, por el Espíritu de inspiración, que es el “señalado entre diez mil... y todo él codiciable”; de quien Da- vid, viéndolo en visión profética, dijo: “Más hermoso eres que los hijos de los hombres”; Jesús, la imagen de la persona del Padre, el esplendor de su gloria; el que fue abnegado Redentor en toda su peregrinación de amor en el mundo, era una representación viva del carácter de la ley de Dios. En su vida se manifestó el hecho de que el amor nacido en el cie- lo, los principios fundamentales de Cristo, sirven de base a las leyes de rectitud eterna.
“Hasta que pasen el cielo y la tierra –dijo Jesús– ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”. Por su propia obediencia a la ley, Jesús atestiguó su carácter inalterable y demostró que con su gracia puede obedecerla perfectamente todo hijo e hija de Adán.
En el monte declaró que ni la jota más insignificante desaparecería de la ley hasta que todo se hubiera cumplido, a saber: todas las cosas que afectan a la raza humana, todo lo que se refiere al plan de redención. No enseña que la ley haya de ser abrogada alguna vez, sino que, a fin de que nadie suponga que era su misión abrogar los preceptos de la ley, dirige el ojo al más lejano confín del horizonte del hombre y nos asegu- ra que hasta que se llegue a ese punto, la ley conservará su autoridad. Mientras perduren los cielos y la tierra, los principios sagrados de la ley de Dios permanecerán. Su justicia, “como los montes de Dios”, conti- nuará, cual una fuente de bendición que envía arroyos para refrescar la tierra.
Dado que la ley del Señor es perfecta y, por lo tanto, inmutable, es imposible que los hombres pecaminosos satisfagan por sí mismos la medida de lo que requiere. Por eso vino Jesús como nuestro Redentor. Era su misión, al hacer a los hombres partícipes de la naturaleza divina, www.escuela-sabatica.com
4. oraciones serán más y más aceptables ante Dios, porque estarán mez- cladas cada vez más con fe y amor. Serán más inteligentes y fervientes. Habrá una confianza más constante en Jesús, y tendremos una expe- riencia diaria y viviente en cuanto a la voluntad y el poder de Cristo para salvar hasta lo sumo a todo el que se allega a Dios por medio de él.
Contemplando [a Cristo] seremos transformados, y al meditar en las perfecciones de nuestro Modelo divino, desearemos llegar a ser cambia- dos completamente y renovados a la imagen de su pureza. El alma ten- drá hambre y sed de hacerse como Aquel a quien adoramos. Cuanto más concentremos nuestros pensamientos en Cristo, más hablaremos de él a otros y lo representaremos ante el mundo. Se nos llama a salir y a sepa- ramos del mundo para que seamos hijos e hijas del Altísimo; y estamos bajo la sagrada obligación de glorificar a Dios como hijos suyos en la tierra. Es esencial que la mente se fije en Cristo para que podamos espe- rar hasta el fin la gracia que se nos traerá cuando Jesucristo se manifies- te (Comentario bíblico adventista, tomo 3, p. 1163).
Martes 2 de septiembre: Jesús y el séptimo mandamiento
Mientras Jesús estaba enseñando junto al lago, sus oyentes podían ver botes donde el placer y la holgazanería mostraban caracteres disi- pados. Esperaban que Cristo denunciara esa clase de vida. Pero se sor- prendieron cuando declaró: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adul- terio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codi- ciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:27, 28). Aquellos que miraban a los que vivían vidas tan disipadas como si fueran los peo- res pecadores, se sorprendieron de escuchar que los que tienen pensa- mientos lascivos en su corazón son tan culpables como los mismos vio- ladores físicos del séptimo mandamiento.
Por otra parte, Jesús condenó la costumbre existente por la cual un hombre podía separarse de su esposa por asuntos triviales, y declaró que la causa principal por desprenderse de la relación matrimonial tan fácil- mente, eran sus pasiones depravadas, que veían al matrimonio como una barrera para la gratificación de su lujuria. Cristo propuso que era necesa- rio establecer restricciones judiciales que solo permitieran la separación legal si hubiese existido adulterio.
Muchos que hasta ese momento habían creído que los mandamientos solo prohibían la ejecución física de esos pecados, percibieron que los preceptos de Dios debían obedecerse tanto en el espíritu como en la letra
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6. Cristo no prestaba atención a estas invenciones humanas; por el con- trario, con su ejemplo quería establecer una distinción entre las teorías humanas y los requerimientos de Dios (Signs of the Times, 3 de enero de 1900).
Jesús no intentó defenderse a sí mismo o a sus discípulos. No aludió a las acusaciones dirigidas contra él, sino que procedió a desenmascarar el espíritu que impulsaba a estos defensores de los ritos humanos. Les dio un ejemplo de lo que estaban haciendo constantemente, y de lo que acababan de hacer antes de venir a buscarle. “Bien invalidáis -les dijo- el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y: El que maldijere al padre o a la madre, morirá de muerte. Y vosotros decís: Basta si dijere un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (quiere decir, don mío a Dios) todo aque- llo con que pudiera valerte; y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre”. Desechaban el quinto mandamiento como si no tuviese im- portancia, pero eran muy meticulosos para cumplir las tradiciones de los ancianos. Enseñaban a la gente que el consagrar su propiedad al templo era un deber más sagrado aún que el sostén de sus padres; y que, por grande que fuera la necesidad de éstos, era sacrilegio dar al padre o a la madre cualquier porción de lo que había sido así consagrado. Un hijo infiel no tenía más que pronunciar la palabra “Corbán” sobre su propie- dad, dedicándola así a Dios, y podía conservarla para su propio uso du- rante toda la vida, y después de su muerte quedaba asignada al servicio del templo. De esta manera quedaba libre tanto en su vida como en su muerte para deshonrar y defraudar a sus padres, bajo el pretexto de una presunta devoción a Dios (El Deseado de todas las gentes, pp. 361, 362).
Jueves 4 de septiembre: Jesús y la esencia de la ley
La ley de Dios, tal como se presenta en las Escrituras, es amplia en sus requerimientos. Cada principio es santo, justo y bueno. La ley impo- ne a los hombres obligaciones frente a Dios. Alcanza hasta los pensa- mientos y sentimientos, y producirá una convicción de pecado en todo el que esté persuadido de haber transgredido sus requerimientos. Si la ley abarcara solo la conducta externa, los hombres no serían culpables de sus pensamientos, deseos y designios erróneos. Pero la ley requiere que el alma misma sea pura y la mente santa, que los pensamientos y sentimientos estén de acuerdo con la norma de amor y justicia.
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