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“El Aprendiz de Amante”
        (Extracto de una novela)

         por Bettina Ruiz
Mi blog:Los Cuentos de Blixen
Osman estaba sentado en el poyo junto a la fuente de la puerta de Sablik después de haber
lavado cuidadosamente su çaydanlık tras una agotadora jornada en la Medina. Sudoroso aún del
ir y venir todo el día masajeaba sus pies cansados de recorrer los puestos del bazar con su gran
tetera a sus espaldas. Contemplaba el sol del atardecer que doraba las dovelas del arco de
Suleyman y absorto en sus pensamientos, no se percató de que a su lado se había sentado un
hombre de mediana edad que también cansado, contemplaba cómo los guardianes cerraban la
puerta del mercado.
Osman estaba tranquilo, contento con las ventas del día. Los jueves siempre tenía más trabajo,
el bazar parecía un verdadero hormiguero de gente ávida de encontrar buen género y los
vendedores se afanaban en agradar a sus clientes, negociando los precios saboreando un vaso
de çay.
Osman nunca había salido del perímetro de las 10 calles que rodeaban el bazar; todo lo que
quería en su vida estaba allí: su familia, sus clientes, la mezquita, sus amigos y por supuesto
Zahida, la hija de Sameh con la que por fin se casaría el año próximo una vez que estuviera
terminada la casa que estaba construyendo con sus hermanos.

El extraño le sacó bruscamente de sus pensamientos.

―¿Dónde está la Calle del Amor? Me han dicho que estaba aquí cerca, pero no la encuentro.
Osman se quedó perplejo y sonriendo amablemente le contestó al forastero.
―Amigo, creo que te han engañado, aquí no hay ninguna calle que se llame así.
―Te equivocas, en todas partes hay una calle del amor.
―Créeme, llevo 25 años viviendo aquí, mi familia es de este barrio desde hace 5 generaciones y
nunca ha habido una calle con ese nombre.
―¡Estás equivocado!
Osman se levantó para irse ya a su casa y mientras se colgaba su çaydanlık al hombro le
dijo: amigo, pregunta a quien quieras y verás que todo el mundo te dirá lo mismo. Ma'a
ElSalama !
―Lehitraot!
―¿Cómo?
―Significa hasta pronto en hebreo.
―¿Eres judío?
―Sí.
―¿Y qué haces aquí, si te puedo preguntar?
―Busco la Calle del Amor.
―¡Ja, ja!, ya te he dicho que aquí no está. Tendrás que buscar en otro sitio.
―No creo, seguro que la encontraré y entonces te diré dónde está.
―En fin, tú mismo, ya te cansarás de buscarla. Adiós.
―Hasta pronto, javer.
―¿Qué significa javer?
―Amigo
―Tú no eres mi amigo y además no creo que nos volvamos a ver. Mañana te habrás
convencido de que la calle del amor no está aquí y te habrás marchado.
―Hasta pronto Javer.

Osman se alejó pensando “este hombre está chalado”.
Osman volvió hacia su casa recorriendo las tortuosas calles y pasadizos de la medina y
por primera vez se fijó en los letreros de cerámica pintada que indicaban las divisiones
del barrio para comprobar que efectivamente no había ninguna alusión a la calle del
Amor. Cuando llegó a casa le preguntó a su padre, a su madre, a su abuela y todos le
corroboraron que no había existido nunca tal nombre. Osman se retiró a dormir y
aunque agotado, fue incapaz de conciliar el sueño.

Al día siguiente se levantó profundamente cansado e irritado. Desayunó sin ganas, en
silencio y sumido en un letargo que no era capaz de explicarse.

Al llegar al bazar sintió la opresión del peso de su çaydanlık, el bullicio de la gente le
molestaba y pasó el día como un autómata sirviendo vasos de çay sin percatarse de lo
que ocurría a su alrededor, sintiendo tan solo el calor, el sudor y el peso de sus
instrumentos de trabajo. Mientras estaba hirviendo nuevamente agua se le acercó su
amigo Suleyman y le dijo:

―Quiero pedirte un favor. Tengo en mi tienda a una pareja americana que está muy
interesada en comprarme varias alfombras para su nueva casa y quiero agasajarlos.
¿Puedes traerme rápidamente una bandeja de pasteles de tu madre y hacernos un té?
Es que me han preguntado por el ritual del té y les he dicho que nadie mejor que tú
para enseñárselo.
―No te preocupes, enseguida voy.

Osman fue a su casa, colocó primorosamente una docena surtida de los deliciosos pastelitos
de pistacho, dátiles y almendras que preparaba a diario su madre en una bandeja de plata y
marchó corriendo de vuelta al bazar.

Greg y Norma estaban cómodamente sentados en los sillones que Suleyman guardaba para
los clientes que sabía positivamente que le iban a comprar. Había desplegado ante ellos más
de 15 alfombras y kilims de pura lana tejida a mano en todos los colores que sólo puede
imaginar la paleta de un pintor. Discutían vivamente entre ellos cuál de las alfombras
encajaba mejor en cada una de las habitaciones de su nueva casa. De vez en cuando miraban
a Suleyman y le preguntaban por el precio de una y de otra.

Pacientemente Suleyman les explicaba lo refinado de los tejidos, el trabajo de los diferentes
nudos, se lo comparaba con una alfombra tejida a máquina y les invitaba a ofrecerle un
precio.

Osmán se acomodó cerca de ellos y primeramente les ofreció una jofaina con agua para
lavarse las manos. Perplejos Greg y Norma se lavaron y secaron mientras Osman iba
colocando minuciosamente el azúcar, la menta y el té sobre la bandeja y echaba agua a hervir
en su çaydanlık. Parsimoniosamente vertió una cucharada de té en la tetera, añadió agua
hirviendo, suavemente la removió con movimientos circulares y vació el contenido en un vaso
que traspasó a otro hasta finalmente devolverlo a la tetera y añadir más agua hirviendo y
unas hojas de menta.
Norma miraba fascinada cómo Osman escanciaba finalmente el té en los vasos y no
paraba de hacerle fotos y grabarle en video para captar el sonido rompiente de las
burbujas del té sobre el vaso.
―¡Wow, esto es maravilloso! Repetía Norma una y otra vez. ¡Es increíble! ¡Qué sabor,
qué aroma! Lo que daría yo por disfrutar esto todos los días! Supongo que guardes este
conocimiento como un secreto.
―Señora, no tiene nada de secreto, cualquier hombre árabe sabe hacer un té, es más es
su obligación hacerlo correctamente.
―Bueno... Norma... discúlpala, es que mi mujer se entusiasma por cualquier cosa, pero
sin embargo no sabe apreciar los conocimientos verdaderamente importantes.
―Gregg, entiendo que para tí sea un orgullo y satisfacción coronar todos los años a un
par de estudiantes escogidos para la gloria con el birrete de doctor en física molecular,
pero para mí no es precisamente apasionante. Lo que hace este chico con el té me
parece todo un arte y una ciencia.
―¿Es usted doctor en física? Debe usted ser una persona muy importante, le preguntó
tímidamente Osman.
―Bueno, sí para qué engañarte. Dirijo uno de los laboratorios de investigación más
importantes del mundo.
―¿En dónde?
―En Harvard.
―Ya, he oído hablar de esa universidad. Me dijeron que era un sitio carísimo.
―Sí, pero los estudiantes con talento pueden acceder allí a través del programa de becas.
Eso es lo grande de América: es la tierra de las oportunidades. Tú mismo por ejemplo,
según Norma tienes un talento para servir un té exquisito. En América podrías montar
fácilmente una tetería que tendría mucho éxito y podrías ganar una fortuna en poco
tiempo.
―Indudablemente, añadió Norma, hay mucha gente en América que pagaría una fortuna
por algo tan simple como un té, pero servido de una manera tan exótica. De hecho, estoy
pensando en un local precioso que hace esquina con la calle que desemboca en la
biblioteca central de Harvard que sería perfecto. Mmm, y estos pastelitos están realmente
deliciosos. Además podrías servir tés a domicilio. Mi marido forma parte de la Ivy League
y yo tengo que organizar muy a menudo soirés en nuestra casa. En fin, muchacho,
piénsatelo, para tí podría ser una gran oportunidad y me encantaría ayudarte.
―Pero yo...¿qué hago yo en América? Si no conozco a nadie, mi familia está aquí, mi
novia también y en cuanto termine de construir la casa nos casaremos.
―¡Con más razón aún! Así podrías ganar mucho más dinero para comprarte la casa que tú
quieras y mucho más rápido que vendiendo tés aquí a cuánto...¿medio dólar?
―No, bueno, algo menos.
―Chico, estás perdiendo tu tiempo, de verdad. Toma nuestra tarjeta y si te decides a ir
llámanos.
―Suleyman, le ofrezco 3.000 dólares por las cuatro alfombras.
―Uff, ¡imposible! ¡Vd. quiere matar de hambre a la madre de mis hijos! Con ese dinero
no pago ni el género para hacer las alfombras. Tengo que pagar a los empleados, darles
de comer, pagar el alquiler de la fábrica...Este puesto también que es mi ruina. Le juro
por la salud de mis hijos que estas alfombras valen más de 6.000 dólares, pero Vd. es mi
amigo, así que se las dejaré en 5.000.
―Pero ¡qué dice! Por 5.000 dólares en Estados Unidos me compro 5 de esas. Además,
¿quién me garantiza que realmente están hechas a mano?

―Osman discretamente se levantó, recogió sus enseres y se marchó.

―Está bien, 4.500 es mi última oferta y de verdad que estoy perdiendo dinero...
Mientras se alejaba pensó: estos americanos están chalados. Mira que pagar una
fortuna por un vaso de té... No entiendo nada.

Al llegar a casa Osman sintió la necesidad imperiosa de contarle a Zaida su curioso
encuentro con la excéntrica pareja americana. Recorrió a grandes zancadas las cuatro
manzanas que separaban su casa de la de ella y sin embargo, cuando llegó a su puerta,
un elemental sentido de la prudencia le hizo desistir de su intención.
De vuelta a casa sucedió algo imprevisto. En la esquina del callejón un hombre enjuto
le hizo señales de que se acercara con discreción. Osman normalmente no hacía caso
de estas cosas porque sabía que a menudo se trataba de simples tretas para vender
algo. Sin embargo esta vez accedió. El hombre sacó de los pliegues de su chilaba varias
revistas y CD’s y le espetó:

“Amigo, tengo aquí la llave al paraíso”.

Sin poder ocultar su curiosidad, Osman se inclinó sobre el fajo manoseado de
publicaciones en vivos colores y desenrollándolas descubrió la impresionante foto de
una mujer desnuda en actitud provocativa que acariciando su pubis parecía estar
invitándole a una noche de orgía y bajas pasiones. Osman nunca había visto el cuerpo
desnudo de una mujer. Se estremeció, su sexo comenzó a palpitar y un calor asfixiante
le recorrió como un latigazo.

Osman le preguntó al desconocido que de dónde había sacado esas revistas y CD’s
prohibidos. El hombre respondió que se las había comprado a un turista holandés que
había pasado por el mercado aquella mañana.

La rubia es espectacular, ¿verdad? Y fíjate, rasurada, ¡¡se le ve todo!! Claro que aquí
tengo más si quieres. Esta pelirroja las tiene bien colocadas, ¿eh?.
Osman miró el resto de fotos con avidez y le preguntó al hombre en cuánto las vendía.
Por ser tú te las dejo en 100 dirhams.

― ¡Estás loco, yo no gano ese dinero en toda la semana!

―Ya, pero piensa en el placer que te pueden dar. Si además vieras estas películas
estarías en el séptimo cielo…

―A ver…¿Qué es eso?

―Son películas pornográficas. En ellas salen chicas en pelotas follando como locas con
tíos descomunales. Puedes aprender muchas cosas sobre el sexo…
Nuevamente al ver la carátula del CD un espasmo recorrió su glande.

―Te doy 50 dirhams por las 2 revistas y un CD.

―Imposible hermano, yo pagué 75 sólo por las revistas. Te puedo dejar una revista y un
CD por 80. Es un precio muy bueno. El hombre que me las vendió me dijo que eran de
muy buena calidad. Allí en Holanda saben de esas cosas. Me contó que en una ciudad de
allí hay un barrio donde las chicas se exponen tras un escaparate en pelotas y las puedes
mirar todo el tiempo que quieras sin que ellas se inmuten. Por lo visto si te gusta alguna
puedes entrar a la tienda y echar un polvo.
―Pero…¿gratis?
―No hombre no, pero tampoco debe ser tan caro. También me dijo el turista que en su
país la gente eso lo veía como normal y que por eso no hay problema en que las chicas se
exhiban en público.

―Vaya, vaya, con Holanda. ¿Y qué más te contó de su país?

―Bueno, ¿pero me vas a comprar las revistas o no?

―Sí, sí pero dime qué más te dijo.

―Mira allí también venden en los mismos cafés estas pastillas.

―¿Cómo, en los cafés venden medicinas? Qué país más raro. ¿No tienen farmacias?

―No tonto, esto no son medicinas. Son unas pastillas que si las tomas ves colores e
imaginas cosas que no son reales pero que en ese momento sí te lo parecen.

―¿Qué me estás diciendo?
―Sí, tú te tomas una pastilla de estas y en unos segundos te puedes ver transportado a
un harén de mujeres en el que todas se vuelven para mirarte y de repente se te echan
todas encima para tocarte y lamerte de arriba abajo.
―Me estás tomando el pelo. ¡Me voy!

―Espera amigo, lo que te digo es 100% verdad. Haz la prueba y verás que es cierto.
Mira hoy ha sido mi día de baraka y lo compartiré contigo: por 90 dirhams te doy una
revista, un CD y una pastilla. Es un chollo ¿no?

―Hmm…no, de verdad, no puede ser, qué diría mi novia si se enterara. No puedo
hacer eso, soy un buen musulmán.

―Mira, hermano…hay muchos buenos musulmanes que de vez en cuando, ya sabes,
se olvidan de que lo son por un rato. Luego haces un día extra de ayuno y en paz.
Piensa también que cuando te cases estarás más preparado para darle placer a tu
mujer.

―Visto así…

―Venga, tuyo es.

Osman sacó del bolsillo unos cuantos billetes arrugados y se los extendió al hombre.
―No te vas a arrepentir, ¡te lo aseguro!

―Más te vale. He puesto en tus manos los ahorros de esta semana.

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Slides el aprendiz de amante i y ii

  • 1. “El Aprendiz de Amante” (Extracto de una novela) por Bettina Ruiz Mi blog:Los Cuentos de Blixen
  • 2. Osman estaba sentado en el poyo junto a la fuente de la puerta de Sablik después de haber lavado cuidadosamente su çaydanlık tras una agotadora jornada en la Medina. Sudoroso aún del ir y venir todo el día masajeaba sus pies cansados de recorrer los puestos del bazar con su gran tetera a sus espaldas. Contemplaba el sol del atardecer que doraba las dovelas del arco de Suleyman y absorto en sus pensamientos, no se percató de que a su lado se había sentado un hombre de mediana edad que también cansado, contemplaba cómo los guardianes cerraban la puerta del mercado. Osman estaba tranquilo, contento con las ventas del día. Los jueves siempre tenía más trabajo, el bazar parecía un verdadero hormiguero de gente ávida de encontrar buen género y los vendedores se afanaban en agradar a sus clientes, negociando los precios saboreando un vaso de çay. Osman nunca había salido del perímetro de las 10 calles que rodeaban el bazar; todo lo que quería en su vida estaba allí: su familia, sus clientes, la mezquita, sus amigos y por supuesto Zahida, la hija de Sameh con la que por fin se casaría el año próximo una vez que estuviera terminada la casa que estaba construyendo con sus hermanos. El extraño le sacó bruscamente de sus pensamientos. ―¿Dónde está la Calle del Amor? Me han dicho que estaba aquí cerca, pero no la encuentro. Osman se quedó perplejo y sonriendo amablemente le contestó al forastero. ―Amigo, creo que te han engañado, aquí no hay ninguna calle que se llame así. ―Te equivocas, en todas partes hay una calle del amor. ―Créeme, llevo 25 años viviendo aquí, mi familia es de este barrio desde hace 5 generaciones y nunca ha habido una calle con ese nombre.
  • 3. ―¡Estás equivocado! Osman se levantó para irse ya a su casa y mientras se colgaba su çaydanlık al hombro le dijo: amigo, pregunta a quien quieras y verás que todo el mundo te dirá lo mismo. Ma'a ElSalama ! ―Lehitraot! ―¿Cómo? ―Significa hasta pronto en hebreo. ―¿Eres judío? ―Sí. ―¿Y qué haces aquí, si te puedo preguntar? ―Busco la Calle del Amor. ―¡Ja, ja!, ya te he dicho que aquí no está. Tendrás que buscar en otro sitio. ―No creo, seguro que la encontraré y entonces te diré dónde está. ―En fin, tú mismo, ya te cansarás de buscarla. Adiós. ―Hasta pronto, javer. ―¿Qué significa javer? ―Amigo ―Tú no eres mi amigo y además no creo que nos volvamos a ver. Mañana te habrás convencido de que la calle del amor no está aquí y te habrás marchado. ―Hasta pronto Javer. Osman se alejó pensando “este hombre está chalado”.
  • 4. Osman volvió hacia su casa recorriendo las tortuosas calles y pasadizos de la medina y por primera vez se fijó en los letreros de cerámica pintada que indicaban las divisiones del barrio para comprobar que efectivamente no había ninguna alusión a la calle del Amor. Cuando llegó a casa le preguntó a su padre, a su madre, a su abuela y todos le corroboraron que no había existido nunca tal nombre. Osman se retiró a dormir y aunque agotado, fue incapaz de conciliar el sueño. Al día siguiente se levantó profundamente cansado e irritado. Desayunó sin ganas, en silencio y sumido en un letargo que no era capaz de explicarse. Al llegar al bazar sintió la opresión del peso de su çaydanlık, el bullicio de la gente le molestaba y pasó el día como un autómata sirviendo vasos de çay sin percatarse de lo que ocurría a su alrededor, sintiendo tan solo el calor, el sudor y el peso de sus instrumentos de trabajo. Mientras estaba hirviendo nuevamente agua se le acercó su amigo Suleyman y le dijo: ―Quiero pedirte un favor. Tengo en mi tienda a una pareja americana que está muy interesada en comprarme varias alfombras para su nueva casa y quiero agasajarlos. ¿Puedes traerme rápidamente una bandeja de pasteles de tu madre y hacernos un té? Es que me han preguntado por el ritual del té y les he dicho que nadie mejor que tú para enseñárselo.
  • 5. ―No te preocupes, enseguida voy. Osman fue a su casa, colocó primorosamente una docena surtida de los deliciosos pastelitos de pistacho, dátiles y almendras que preparaba a diario su madre en una bandeja de plata y marchó corriendo de vuelta al bazar. Greg y Norma estaban cómodamente sentados en los sillones que Suleyman guardaba para los clientes que sabía positivamente que le iban a comprar. Había desplegado ante ellos más de 15 alfombras y kilims de pura lana tejida a mano en todos los colores que sólo puede imaginar la paleta de un pintor. Discutían vivamente entre ellos cuál de las alfombras encajaba mejor en cada una de las habitaciones de su nueva casa. De vez en cuando miraban a Suleyman y le preguntaban por el precio de una y de otra. Pacientemente Suleyman les explicaba lo refinado de los tejidos, el trabajo de los diferentes nudos, se lo comparaba con una alfombra tejida a máquina y les invitaba a ofrecerle un precio. Osmán se acomodó cerca de ellos y primeramente les ofreció una jofaina con agua para lavarse las manos. Perplejos Greg y Norma se lavaron y secaron mientras Osman iba colocando minuciosamente el azúcar, la menta y el té sobre la bandeja y echaba agua a hervir en su çaydanlık. Parsimoniosamente vertió una cucharada de té en la tetera, añadió agua hirviendo, suavemente la removió con movimientos circulares y vació el contenido en un vaso que traspasó a otro hasta finalmente devolverlo a la tetera y añadir más agua hirviendo y unas hojas de menta.
  • 6. Norma miraba fascinada cómo Osman escanciaba finalmente el té en los vasos y no paraba de hacerle fotos y grabarle en video para captar el sonido rompiente de las burbujas del té sobre el vaso. ―¡Wow, esto es maravilloso! Repetía Norma una y otra vez. ¡Es increíble! ¡Qué sabor, qué aroma! Lo que daría yo por disfrutar esto todos los días! Supongo que guardes este conocimiento como un secreto. ―Señora, no tiene nada de secreto, cualquier hombre árabe sabe hacer un té, es más es su obligación hacerlo correctamente. ―Bueno... Norma... discúlpala, es que mi mujer se entusiasma por cualquier cosa, pero sin embargo no sabe apreciar los conocimientos verdaderamente importantes. ―Gregg, entiendo que para tí sea un orgullo y satisfacción coronar todos los años a un par de estudiantes escogidos para la gloria con el birrete de doctor en física molecular, pero para mí no es precisamente apasionante. Lo que hace este chico con el té me parece todo un arte y una ciencia. ―¿Es usted doctor en física? Debe usted ser una persona muy importante, le preguntó tímidamente Osman. ―Bueno, sí para qué engañarte. Dirijo uno de los laboratorios de investigación más importantes del mundo. ―¿En dónde? ―En Harvard.
  • 7. ―Ya, he oído hablar de esa universidad. Me dijeron que era un sitio carísimo. ―Sí, pero los estudiantes con talento pueden acceder allí a través del programa de becas. Eso es lo grande de América: es la tierra de las oportunidades. Tú mismo por ejemplo, según Norma tienes un talento para servir un té exquisito. En América podrías montar fácilmente una tetería que tendría mucho éxito y podrías ganar una fortuna en poco tiempo. ―Indudablemente, añadió Norma, hay mucha gente en América que pagaría una fortuna por algo tan simple como un té, pero servido de una manera tan exótica. De hecho, estoy pensando en un local precioso que hace esquina con la calle que desemboca en la biblioteca central de Harvard que sería perfecto. Mmm, y estos pastelitos están realmente deliciosos. Además podrías servir tés a domicilio. Mi marido forma parte de la Ivy League y yo tengo que organizar muy a menudo soirés en nuestra casa. En fin, muchacho, piénsatelo, para tí podría ser una gran oportunidad y me encantaría ayudarte. ―Pero yo...¿qué hago yo en América? Si no conozco a nadie, mi familia está aquí, mi novia también y en cuanto termine de construir la casa nos casaremos. ―¡Con más razón aún! Así podrías ganar mucho más dinero para comprarte la casa que tú quieras y mucho más rápido que vendiendo tés aquí a cuánto...¿medio dólar? ―No, bueno, algo menos. ―Chico, estás perdiendo tu tiempo, de verdad. Toma nuestra tarjeta y si te decides a ir llámanos. ―Suleyman, le ofrezco 3.000 dólares por las cuatro alfombras.
  • 8. ―Uff, ¡imposible! ¡Vd. quiere matar de hambre a la madre de mis hijos! Con ese dinero no pago ni el género para hacer las alfombras. Tengo que pagar a los empleados, darles de comer, pagar el alquiler de la fábrica...Este puesto también que es mi ruina. Le juro por la salud de mis hijos que estas alfombras valen más de 6.000 dólares, pero Vd. es mi amigo, así que se las dejaré en 5.000. ―Pero ¡qué dice! Por 5.000 dólares en Estados Unidos me compro 5 de esas. Además, ¿quién me garantiza que realmente están hechas a mano? ―Osman discretamente se levantó, recogió sus enseres y se marchó. ―Está bien, 4.500 es mi última oferta y de verdad que estoy perdiendo dinero... Mientras se alejaba pensó: estos americanos están chalados. Mira que pagar una fortuna por un vaso de té... No entiendo nada. Al llegar a casa Osman sintió la necesidad imperiosa de contarle a Zaida su curioso encuentro con la excéntrica pareja americana. Recorrió a grandes zancadas las cuatro manzanas que separaban su casa de la de ella y sin embargo, cuando llegó a su puerta, un elemental sentido de la prudencia le hizo desistir de su intención.
  • 9. De vuelta a casa sucedió algo imprevisto. En la esquina del callejón un hombre enjuto le hizo señales de que se acercara con discreción. Osman normalmente no hacía caso de estas cosas porque sabía que a menudo se trataba de simples tretas para vender algo. Sin embargo esta vez accedió. El hombre sacó de los pliegues de su chilaba varias revistas y CD’s y le espetó: “Amigo, tengo aquí la llave al paraíso”. Sin poder ocultar su curiosidad, Osman se inclinó sobre el fajo manoseado de publicaciones en vivos colores y desenrollándolas descubrió la impresionante foto de una mujer desnuda en actitud provocativa que acariciando su pubis parecía estar invitándole a una noche de orgía y bajas pasiones. Osman nunca había visto el cuerpo desnudo de una mujer. Se estremeció, su sexo comenzó a palpitar y un calor asfixiante le recorrió como un latigazo. Osman le preguntó al desconocido que de dónde había sacado esas revistas y CD’s prohibidos. El hombre respondió que se las había comprado a un turista holandés que había pasado por el mercado aquella mañana. La rubia es espectacular, ¿verdad? Y fíjate, rasurada, ¡¡se le ve todo!! Claro que aquí tengo más si quieres. Esta pelirroja las tiene bien colocadas, ¿eh?.
  • 10. Osman miró el resto de fotos con avidez y le preguntó al hombre en cuánto las vendía. Por ser tú te las dejo en 100 dirhams. ― ¡Estás loco, yo no gano ese dinero en toda la semana! ―Ya, pero piensa en el placer que te pueden dar. Si además vieras estas películas estarías en el séptimo cielo… ―A ver…¿Qué es eso? ―Son películas pornográficas. En ellas salen chicas en pelotas follando como locas con tíos descomunales. Puedes aprender muchas cosas sobre el sexo… Nuevamente al ver la carátula del CD un espasmo recorrió su glande. ―Te doy 50 dirhams por las 2 revistas y un CD. ―Imposible hermano, yo pagué 75 sólo por las revistas. Te puedo dejar una revista y un CD por 80. Es un precio muy bueno. El hombre que me las vendió me dijo que eran de muy buena calidad. Allí en Holanda saben de esas cosas. Me contó que en una ciudad de allí hay un barrio donde las chicas se exponen tras un escaparate en pelotas y las puedes mirar todo el tiempo que quieras sin que ellas se inmuten. Por lo visto si te gusta alguna puedes entrar a la tienda y echar un polvo.
  • 11. ―Pero…¿gratis? ―No hombre no, pero tampoco debe ser tan caro. También me dijo el turista que en su país la gente eso lo veía como normal y que por eso no hay problema en que las chicas se exhiban en público. ―Vaya, vaya, con Holanda. ¿Y qué más te contó de su país? ―Bueno, ¿pero me vas a comprar las revistas o no? ―Sí, sí pero dime qué más te dijo. ―Mira allí también venden en los mismos cafés estas pastillas. ―¿Cómo, en los cafés venden medicinas? Qué país más raro. ¿No tienen farmacias? ―No tonto, esto no son medicinas. Son unas pastillas que si las tomas ves colores e imaginas cosas que no son reales pero que en ese momento sí te lo parecen. ―¿Qué me estás diciendo? ―Sí, tú te tomas una pastilla de estas y en unos segundos te puedes ver transportado a un harén de mujeres en el que todas se vuelven para mirarte y de repente se te echan todas encima para tocarte y lamerte de arriba abajo.
  • 12. ―Me estás tomando el pelo. ¡Me voy! ―Espera amigo, lo que te digo es 100% verdad. Haz la prueba y verás que es cierto. Mira hoy ha sido mi día de baraka y lo compartiré contigo: por 90 dirhams te doy una revista, un CD y una pastilla. Es un chollo ¿no? ―Hmm…no, de verdad, no puede ser, qué diría mi novia si se enterara. No puedo hacer eso, soy un buen musulmán. ―Mira, hermano…hay muchos buenos musulmanes que de vez en cuando, ya sabes, se olvidan de que lo son por un rato. Luego haces un día extra de ayuno y en paz. Piensa también que cuando te cases estarás más preparado para darle placer a tu mujer. ―Visto así… ―Venga, tuyo es. Osman sacó del bolsillo unos cuantos billetes arrugados y se los extendió al hombre. ―No te vas a arrepentir, ¡te lo aseguro! ―Más te vale. He puesto en tus manos los ahorros de esta semana.