1. La Tele no es lo que era
Marco Antonio de la Parra
La tele no me acompaña y prefiero estar solo que con su ruido de fondo que me desconcentra y no me
entretiene ni me educa ni me informa. Me volví telefóbico.
Lunes 13 de junio de 2011 | Blogs
Alguna vez vi tele. Vi mucha tele. Alguna vez, durante años, fui crítico de televisión
en un vespertino. Vi tanta televisión que terminé saturado de ella, medio intoxicado. En ese
estado llegué a trabajar dentro de la tele. En cámara y detrás de las cámaras. Y volví a
rebotar, cansado. Hace tiempo que no veo tele. Leo sobre ella y no enciendo el televisor,
veo algún extracto en internet o un programa repetido que las señales de la prensa indican
como importante. La tele no me acompaña y prefiero estar solo que con su ruido de fondo
que me desconcentra y no me entretiene ni me educa ni me informa. Me volví telefóbico.
Mi madre ve casi todo el día tele. Para ella es su principal compañía y me habla de los
programas y las noticias en la tele. Gracias a ella me entero muchas veces qué debo ver y
por qué es mejor que siga sin encender la tele. Confieso que veo alguna vez partidos de
fútbol. A veces me doy cuenta que es lo único que veo. Y de lejos también, como quién
escucha radio.
Me pregunto qué pasó entre yo y la tele. Alguna vez nos quisimos mucho. Era un pozo de
descubrimientos, de hallazgos, de momentos muy divertidos, de aprender como en una
enciclopedia infinita. Veía de todo, absolutamente de todo y era familiar, casero y
entrañable. Ahora, las pocas veces que la veo, las muchas que leo sobre ella, me suena
torpe, copiada de fórmulas extranjeras, poco graciosa, estridente y las más de las
veces hueca. Como tarea me impongo ver alguna serie y me he enganchado en alguna por
ahí pero se me repiten los actores y los siento como disfrazados cuando ya había aprendido
a quererlos en su nuevo rol. Lo que más me duele es que, cuando veo cosas buenas (o leo
sobre ellas) me percato que hay talentos enormes dentro de la tele y que alguien o algo no
los deja experimentar, arriesgar, jugárselas. ¿Por qué cortaron 31 Minutos? ¿Dónde se
fueron los personajes desopilantes de Rillón y Jung? Hasta al Jappening, que no era muy
adicto, lo echo de menos. ¿Por qué tan disparejas las producciones dramáticas? Como
descuidadas, un acierto y otro que es un error.
La enorme producción del cable la veo en cajas, sin franjas de publicidad, fuera de la
sintonía de estreno. Alguna vez fui feliz viendo tele. Adicto a Los Simpson, a IN
TREATMENT, a LOST, a tantas otras series. No he vuelto. Es como si hubiera perdido la
fe. Como si una enorme tristeza hubiera ocupado esa alegría del zapping. Ya no hago
2. zapping. Si veo algo está envasado o diferido. Si veo algo es porque quiero ver eso y nada
más que eso. Sigo a tropezones los trabajos siempre profundos y talentosos de Cristián
Leighton. Pero antes era más. Siento que algo cambió entre nosotros. Éramos el uno para el
otro. Tal vez envejecí yo y se juvenilizó ella. Se puso copuchenta, intrigante,
sensacionalista. No toda eso sí. Y eso es raro. La desilusión fue total. Como una historia de
amor que se rompe y uno no sabe por qué Acusan amigos a los ejecutivos, que no tienen
imaginación, que no corren riesgos, que prueban fórmulas garantizadas, que copian en
lugar de inventar. No estoy seguro. Sólo sé que mi aparato de televisión es el mismo y no lo
he cambiado ni por un plasma ni por un fulll HD y confío más en mi notebook con el cual
recorro el mundo, las redes, las noticias, las radios y los canales on line. Alguien me dice
que eso es la televisión del futuro. Con una pantalla más grande, con un menú de oferta
gigantesco y una selección a gusto del consumidor. A veces, en algún restaurante, tienen la
tele encendida. O cuando voy a ver a mi madre. Y no está tan mal. No todo es telebasura.
Pero la desilusión de un tele adicto es muy fuerte. La tele no es lo que era. Y yo tampoco.
En algún rincón de mi alma espero que de pronto vuelvan cosas que me fascinaban. Humor
del loco, creatividad, narraciones que me pongan los pelos de punta y el corazón en la boca,
músicos increíbles, investigación periodística profunda y potente, entrevistas que saquen
chispas y enciendan la mente. Me dan datos, me dicen que todavía, bajo la farándula, hay
mucho de eso. Pero me atrapa el cansancio. Vi demasiada televisión, les digo. Me cuesta
creer en ella. Y creo que eso les pasa a todos los ex críticos. La tele no es para criticarla, es
para dejarse llevar por ella. Y si a veces se pone tonta, tomarse un par de copas de tontería
y dejarse bailar. No tengo nada contra el carnaval ni los festivales. Pero confieso que
mientras más conocí a la tele, menos creí en ella. Y sin embargo sigo imaginando una tele
posible, nueva, diferente, aportadora. ¿Volveremos a encontrarnos alguna vez? Extraño esa
excitación al encender la máquina, al hojear la revista del cable. Ahora todo es internet. Y
los libros. Y escribir. Y pensar en esa tele imaginaria que veo mientras deliro. Esa que
quizás ya venga y sea la tele del futuro. Y que se parezca a mis momentos más felices. Por
mientras, me tranquilizo viendo como mi madre se alegra o se conmueve y me comenta.
Ella ve televisión, hace zapping. No es una tele adicta, es una tele agradecida. Yo soy un
tele viudo